¿A
dónde va la Argentina?
“¿Qué
les espera a las futuras generaciones? El 43% cree que sus hijos vivirán peor
que ellos. Este duro presente y la falta de horizontes constituye el problema
central de la Argentina” (encuesta del Banco Mundial sobre Argentina y América
Latina).
Ingresando
al siglo XXI, el país se encuentra sumido en una grave crisis. Dirigido desde
siempre por sus clases pudientes e “instruidas”, la crisis histórica de la
Argentina no se ha superado, ni muchos menos. Más concretamente, el ciclo de
transformaciones antiobreras y antipopulares comenzado a aplicar –a sangre y
fuego- a partir de 1975, se encuentra en un momento de incertidumbres. La
Argentina ha sufrido un proceso de profundos cambios “modernizadores” y la
recreación de esta grave crisis, ha comenzado a cambiar el panorama político
de una manera global.
Bajo
Menem, estas transformaciones dieron un importante salto adelante. Eran los
tiempos del “estamos mal pero vamos bien”… aunque ya desde 1995/6 se empezó
a ver que algo no caminaba. De la hiperinflación se pasaba a la hiperdesocupación.
Llegó De la Rúa, y contra las expectativas de aquellos que lo votaron, intenta
seguir por el ya remanido y desgastado camino por el que se venía. Pero la
realidad del país ya no es la misma: una grave crisis económica, social y política
se terminó abriendo. Es que las “exitosas” transformaciones impuestas, están
resultando –paradójicamente- un grave fracaso. Esto es lo que le estalló en
las manos al gobierno aliancista, lo que ahora se pretende cerrar mediante el
“blindaje”.
La
crisis global que vive el pais ha motorizado procesos de fondo, que más allá
de los vaivenes coyunturales que puedan darse, parecen haber llegado para
quedarse: un agudo descontento de la población con el gobierno, basado en la pérdida
de consenso del “modelo” económico-social todavía en curso; un debate
interno en el seno de la propia clase dominante, sobre los rumbos a seguir
frente a la crisis económica más de fondo; un salto en el deterioro de la
relación de la población con la “democracia”; y el desarrollo de nuevas
experiencias de lucha y organización, en cuyo punto más alto está hoy el
inicio de una nueva experiencia de organización de sectores de trabajadores
desocupados.
La
combinación de estos elementos es lo que ha abierto un nuevo período político
de la lucha de clases en el país. Esto, creemos, irá más allá de la actual
ofensiva a partir del “blindaje”, apuntando a configurar una situación que
seguramente será distinta, más rica, más dinámica que la “chata” y en
cierta manera “despolitizada” realidad a la que tuvimos que acostumbrarnos
en la última década.
Todo
un diagnóstico. Tal cual describe Broda, uno de los principales economistas del
“establishment” del país, se trata de algo más que un problema coyuntural:
se trata de una crisis de fondo, global, donde sobre la base de problemas
profundos en la acumulacion del capital, el conjunto del país y sobre todo los
sectores populares se encuentra sumido en un grave deterioro –de carácter
histórico- en todos los órdenes.
Esto
sucede en un país que había alcanzado en las décadas inmediatamente
posteriores a la Segunda Guerra Mundial un cierto nivel de desarrollo económico,
social y cultural, que se expresó en sus clases sociales: en la formación de
una poderosa clase obrera industrial, de una amplia capa de “clase media”,
en el desarrollo de una cierta industrialización, etcétera. Y esto mismo es lo
que hace que el choque de la crisis sea más brutal. Ya se puede hacer un
balance claro: a 25 años del golpe militar y 10 de la consolidación del
“nuevo modelo” bajo Menem, el mismo está resultando en un rotundo desastre
se mire desde donde se lo mire. Esto tanto desde el punto de vista
(puramente burgués) de una acumulación del capital mínimamente
“sustentable”; y, más aún, desde el ángulo del deterioro que ha
significado para el desarrollo de conjunto del país, y, en particular, para los
explotados y oprimidos.
¿Qué
quiere decir una crisis de la acumulación del capital? Vivimos en un sistema y
una economía capitalista a nivel mundial, que en el caso de nuestro país, se
trata de una economía y sistema capitalista semicolonial, esto es,
subordinada a los centros de poder imperialistas. Así, pesa sobre los
trabajadores y la juventud en general una doble cadena: la cadena de la
permanente transferencia de riquezas del país al exterior (bajo la forma de
deuda externa y otras...) producto del lugar subordinado que ocupa la Argentina
en el contexto de los Estados a nivel internacional y que se ha reforzado en
la actual etapa globalizadora. En segundo lugar, esta transferencia de
riquezas opera sobre la base de la segunda cadena (la que en realidad es la más
esencial y de fondo): el núcleo económico y social del sistema es la
explotación de los trabajadores, a los que no se les paga la totalidad del
trabajo rendido. Esto es, la patronal (dueña de las máquinas, las
herramientas, los medios de transporte, de comunicación, etc) se apropia, se
roba, la parte decisiva de la jornada laboral del trabajador. Esto ocurre en
todas las ramas de la economía: sean industriales, agrícolas, de servicios, de
comunicación, de comercialización, etcétera. Y esta explotación ha pegado un
brusco salto en los 90.
Esta
manera de explotar el trabajo ajeno (característica del capitalismo en general)
ha adquirido históricamente diferentes formas: a esto es que se llama “régimen
o modo de acumulación”. A lo largo del siglo XX (acompañando los cambios a
nivel de la economía mundial) el país vivió tres formas diferentes de
organización de la acumulación de riquezas por los capitalistas (siempre en el
marco de la subordinación del país al imperialismo): hasta la década del 30,
la economía estaba organizada sobre todo alrededor de la exportación agrícola-ganadera
dependiente del imperialismo inglés. Cuando esto se volvió inviable debido al
cambio de las condiciones internacionales, se giró hacia el mercado interno y
hacia una relativa industrialización (sustituyendo con producción en el país
parte de lo que anteriormente se importaba): fue la etapa del “primer
peronismo”.
Finalmente,
cuando este régimen hizo crisis, en consonancia con un nuevo salto en la
internacionalización y mundialización del capital, se liquidó esta forma de
acumulación y desde hace 25 años se viene imponiendo una a la cual no hay
consenso sobre qué nombre ponerle: “de ajuste estructural permanente”,
“exportador-dependiente”, “modelo rentístico-financiero”...En todo
caso, se asiste a un régimen o modo de explotar el trabajo y de acumulación más
gravemente integrado y dependiente de los objetivos y las necesidades de la
acumulación del capital a nivel internacional, del que hace parte un fuerte
proceso de desintegración económico-social del pais. Dicho de otra manera:
la acumulación de las riquezas se hace desde una lógica directamente ligada a
las necesidades de valorización (esto es, el aumento de ganancias sobre
ganancias) de las grandes empresas y bancos en el plano internacional. Lo que a
la vez permite explicar el peso del endeudamiento externo y la
transnacionalización de las principales ramas económicas.
Pero,
¿por qué hay crisis si han logrado imponer la forma buscada de acumulación
del capital? El secreto es que esta forma
de acumulación, aún en su mismo terreno capitalista, se hace cada vez menos
“sustentable”:
“Existe
una inviabilidad macroeconómica fundamental, asociada al régimen de la
convertibilidad, con su apertura comercial y su atraso cambiario. Si el país
crece, las importaciones aumentan y se produce déficit externo; si no crece,
existen menos recursos fiscales y hay déficit presupuestario. Ninguno de los déficits
es compatible con la convertibilidad. Durante algunos años existió crecimiento
porque llegaban cuantiosos capitales extranjeros para especular con la bolsa y
las tasas de interés, al tiempo que compraban empresas y aumentaba la deuda pública
y privada. Pero ningún país puede vivir eternamente de prestado, a menos que
emita la moneda internacional. Así es como el hilo conductor y el reaseguro del
modelo es el endeudamiento externo, que de acuerdo con cifras del Ministerio de
Economía y Obras y Servicio Públicos, pasó de 7.900 millones de dólares en
1975 (...) a 155.000 millones en el 2000 (...). El estrangulamiento externo no
es la única traba macroeconómica al crecimiento: está la ausencia de demanda
agregada, vinculada al alto desempleo, bajos salarios y jubilaciones, los
sucesivos ajustes fiscales regresivos y la baja inversión (...) Un modelo
viable (no digamos justo y deseable, tan solo viable) requiere la implantación
de un régimen sustentable de acumulación del capital, así como la generación
de suficiente consenso social: ninguna de estas premisas puede durar sin las
otras” (Alfredo y Eric Calcagno, Le Monde Diplomatique, “El Diplo”,
enero, 2000).
Cabe
aclarar que la ausencia de un régimen de acumulación viable y la falta de
consenso social nunca podrían ser un “límite absoluto”, porque el
capitalismo, en su terreno y aún a costa de desastres sobre el hombre y la
naturaleza, siempre encuentra salidas si éstas no se dan por el lado de los
explotados y oprimidos. Pero éstas necesariamente (dadas las características
de la actual etapa del capitalismo a nivel mundial) serán más brutales,
regresivas y bárbaras aún, marcadas por nuevas crisis y un retroceso mayor del
país y de los trabajadores y la juventud.
A
la vez, un régimen de acumulación, no significa sólo una determinada forma de
acumular trabajo no pagado. También significa determinadas formas de reproducir
lo que son las dos fuentes de toda riqueza en cualquier sociedad humana que se
considere: la fuerza de trabajo humana y la naturaleza. Y parece bastante
obvio que desde este punto de vista, el deterioro ha sido enorme, global. Porque
la forma de acumular capital impuesta en las últimas décadas y en particular
bajo Menem, de características marcadamente rentistas y parasitarias, ha
afectado de una manera brutal las posibilidades de reproducción y desarrollo de
estos dos manantiales de toda riqueza, aún en el propio terreno del
capitalismo. Esto se expresa en los niveles históricos de desocupación,
pobreza y exclusión, en la expoliación de los recursos naturales (en manos
sobre todo de multinacionales), así como también en el grave retroceso de prácticamente
todas las economías regionales.
Esta
realidad es un dato no sólo económico-social sino político de la actual
situación, en la medida que afecta el consenso de las medidas que ha venido
impulsando el gobierno de De la Rúa. Si a principios de los 90 Menem logró
convencer a franjas mayoritarias de la población que con la convertibilidad,
las privatizaciones, etcétera, se dejaba atrás la crisis del país y estaba
planteado “ingresar al primer mundo”, hoy De la Rúa no puede mostrar nada
que se le parezca. Al insistir por el mismo remanido camino por el que se venía,
pero al estar ya claro para las mayorías cuál es el balance de éste (más allá
de las tenues expectativas que pueda despertar el blindaje),
nadie cree que se pueda comenzar a superar el actual desastre con las mismas
recetas que nos llevaron al mismo.
Así,
la revelación de esta crisis de fondo, de “proyecto de país” es el primer
y principal factor (no sólo económico, sino a la vez eminentemente político)
que hace al desarrollo de una nueva situación política: motor económico y
social de la misma, del descontento popular y de las incipientes pero crecientes
discusiones en el seno de los explotadores sobre los rumbos que debe seguir el
país.
Las
divisiones en el seno del bloque dominante
Precisamente
esta crisis de la acumulación y la pérdida del consenso del “modelo”, es
lo que desarrolla las divisiones y los “debates” en el seno de los sectores
dominantes, sobre qué salida de fondo permitiría superarla. Y por esto mismo
es que comienza a aumentar el volumen de la discusión acerca de si la
perspectiva debiera ser “fortalecer y/o refundar el Mercosur” (sumido en una
situación de estancamiento y/o crisis) o “girar hacia el ALCA”. Y junto con
ello, qué hacer con la convertibilidad: si devaluar (posición minoritaria
entre los explotadores); ir hacia una “canasta de monedas” saliendo
lentamente de la convertibilidad con el dólar (posición que aparentemente
estarían sosteniendo Cavallo y las patronales exportadoras...); o lisa y
llanamente “dolarizar” (como empiezan a pregonar bastante más sectores que
Menem).
Estos
debates y divisiones en el seno de la burguesía, son el segundo elemento nuevo,
distinto a lo que caracterizó la última decada.
Este es un dato no menor, en la medida que la unidad en torno a las
transformaciones que se vienen imponiendo desde los milicos y sobre todo bajo
Menem, significaron un punto de fortaleza y estabilidad de la clase dominante.
La crisis y dudas que se han abierto en relación a la “inserción” del país
en la “globalización” (acicateadas por la actual crisis de fondo), aunque
todavía incipientes (y sobre todo, sin alcances precisos), probablemente
alimenten contradicciones que tarden unos años en resolverse, en la
medida que las diversas opciones no son simples cuestiones de detalle, sino que
hacen al “modelo de país” que finalmente termine prevaleciendo.
En
este marco, desde los distintos sectores de la “dirigencia sindical” se
presentan matices, críticas y/o propuestas alternativas a los planes que
actualmente impulsa el gobierno. Esto, que marca una diferencia con su
ubicación a todo lo largo de la década pasada, no es casual que ocurra, en
la medida que estos dirigentes siempre han seguido como la sombra al cuerpo los
distintos alineamientos entre los sectores patronales, sin animarse jamás (dada
su propia naturaleza de sector privilegiado) a presentar verdaderas propuestas
independientes de todo interés burgués, como las que necesitan los
trabajadores. Así, en los últimos meses, estos sectores han presentado sus
“propuestas”: en el caso de Moyano, “los 20 compromisos del frente
nacional”. En el caso de la CTA (enmarcada en su reciente participación en el
“Foro Social Mundial”), la propuesta de “seguro de empleo y formación”.
Es decir, estos sectores intentan prepararse frente a una agudización de la
crisis, presentando “alternativas”, las que característicamente no
plantean una perspectiva independiente para los explotados y oprimidos, ni
cuestionan la democracia de ricos, la “gobernabilidad” y el sistema.
“Con la democracìa se come, se educa y se cura...”
“¿Está
de nuevo la democracia en peligro en América Latina? Una explosiva muestra de
crisis económica, corrupción y descreimiento del sistema representativo, abre
una serie de interrogantes sobre el futuro de la región (...) la privatización
de los ciudadanos y la pérdida de fe en la democracia, llevan a un vacío
institucional de peligrosas consecuencias. El continente está sentado sobre
el barril de pólvora de la exclusión y la pobreza” (Mario Rapoport, Clarín,
10/12/00).
Aún
sin ser tan aguda la crisis del régimen como en otros países de América
Latina, la tendencia de fondo de la “democracia” argentina es la misma: así,
el tercer elemento general que caracteriza esta nueva situación política,
tiene que ver con el creciente deterioro
en la relación de los trabajadores en general con el gobierno y el régimen político.
En
relación al gobierno, sus dificultades son bastante evidentes. Sin embargo, lo
que nos interesa destacar acá es un proceso más de fondo: el desprestigio que
está “sufriendo” el régimen como tal, instaurado en 1983, producto en
última instancia de la presión del agudo deterioro social. Es que la
“democracia” como tal despertó profundas expectativas entre las masas
laboriosas en el sentido de una perspectiva de mejorar la vida. En 1983,
Alfonsín se benefició con esto, poniendo en el centro de su campaña electoral
la conocida frase que titula este punto. Sin embargo hoy, en este terreno, también
las masas en general están haciendo su balance: a 20 años de instaurada la
“democracia”, la situación de la mayoría de la población va de mal en
peor y no se ve por ningún lado perspectiva alguna de revertir esto: “(...)
se trata de que el grueso de la gente ha quedado de hecho descolocada, se siente
desprotegida y no tiene ya muy en claro ‘de qué sirve’ el régimen democrático
(...) ni grandes expectativas acerca de su performance (...) desconfiada de los
dirigentes políticos y crecientemente incrédula respecto de las
instituciones...” (Carlos Strasser, Democracia y Desigualdad).
Es esta realidad la que en última instancia está motorizando
el creciente descontento y alejamiento de los trabajadores y el pueblo del régimen
y sus instituciones. Y esto está en directa relación con las nuevas formas de
lucha desarrolladas por los sectores que salen a la pelea y que cuestionan en
determinados grados la institucionalidad de la democracia y el mismo Estado.
A
la vez, desde el gobierno, el régimen y los sectores patronales, se buscan
respuestas a este deterioro. Por ejemplo, las de “reforma política” o las
propuestas de “renovación del Senado” de Chacho Álvarez. Iniciativas en
busca de “reconciliar las instituciones con la sociedad”. Y esto se combina,
con lo que parece ser la verdadera tendencia de fondo a nivel del régimen: el
incremento de las políticas de “mano dura” y control social. Son las que se
han expresado recientemente en las amenazas de Storani a los trabajadores
desocupados, precedidas por la represión y asesinato de trabajadores en
Corrientes, Salta, etcétera. Así, la “democracia”, adquiere características
de régimen político “híbrido”: esto es, combina las formas clásicas de
la democracia patronal –el engaño por intermedio del voto–, con la
instrumentación creciente de formas de represión y control social por
intermedio de los aparatos represivos del Estado. A la vez que de “Estado peón”:
agente directo de los intereses del gran capital internacional.
Por
último, cabe destacar el desarrollo de situaciones de crisis a nivel de los
partidos tradicionales. Y aunque menos aguda que en otros países de América
Latina (donde en muchos casos lisa y llanamente se ha derrumbado el sistema de
partidos tradicionales), hay que estar abiertos a la posibilidad del
desarrollo de nuevos fenómenos políticos en este contexto, a la vez que
también de proyectos políticos-electorales “preventivos” como el de
Farinello (habilitado por la Iglesia, la que está cumpliendo un importante
papel ante estos signos de crisis y deterioro social y de las instituciones),
cubriendo “por izquierda” la crisis de la Alianza y sobre todo del Frepaso.
Una
nueva fisonomía de la lucha de clases
En
las últimas dos décadas se ha vivido en el país un verdadero proceso de
destrucción y recomposición de clases.
A todos los niveles. Entre los explotadores, es evidente el proceso de
concentración, centralización y de transnacionalización de capitales. Pero
nos queremos detener un momento aquí en lo ocurrido entre los explotados y
oprimidos: es un hecho que las características de la clase obrera industrial,
que durante un período caracterizó de conjunto a la clase trabajadora
argentina, han cambiado globalmente. Hoy existe en el país una nueva clase
trabajadora, ampliamente diversa y extendida, caracterizada no tanto por
trabajar mayoritariamente en la industria, sino por la dependencia del salario
para sobrevivir: la gran mayoría que “vive” de la venta de su fuerza de
trabajo, en situación de gran precariedad y heterogenidad en su contratación,
condiciones de trabajo, salarios, etcétera. Y hace parte de esto también
el fenómeno de la “nueva pobreza”: los grandes sectores de la antiguamente
pujante “clase media”, que han sufrido un agudo proceso de empobrecimiento y
“proletarización”. Junto con esto, hay una inmensa proporción de
trabajadores y jóvenes que sufren una desocupación permanente, estructural:
una verdadera expulsión de toda perspectiva laboral. Esto que es conocido, sin
embargo requiere una mirada más de cerca: la lucha de clases del país ha
terminado adquiriendo una nueva fisonomía. En la misma se combinan
distintos sectores de trabajadores y métodos de lucha: con un fuerte peso de lo
barrial-popular y las reivindicaciones de tipo “democráticas” contra la
represión, con la irrupción de experiencias de lucha y de organización en
sectores de trabajadores desocupados (lo que en la magnitud actual, también es
un fenómeno nuevo de la actual situación) cuya experiencia más importante
parece estar dándose en el norte de Salta. Como así también, entre sectores
de trabajadores ocupados (muchos de ellos jóvenes, en nuevos sectores como los
hipermercados, del transporte o las empresas privatizadas), donde “algo parece
estar comenzando a pasar” en los lugares de trabajo. Finalmente, a nivel de la
juventud, con el probable crecimiento y desarrollo de la movilización
internacionalista.
En
esta nueva fisonomía de la lucha de clases se destacan las profundas tendencias
hacia la autodeterminación, las expresiones de democracia directa
desarrolladas en diversos casos: las “puebladas”; las “asambleas
populares”; la elección de delegados con mandatos revocables; la implementación
de piquetes con control territorial; las expresiones de autoconvocatoria,
desconociendo las viejas organizaciones sindicales y sus corruptos dirigentes.
En
resumen: sobre la base del desarrollo de la brutal crisis del país y de estas
nuevas características de los explotados y oprimidos, es una nueva clase
trabajadora la que se está poniendo en movimiento. Este no es un dato menor:
constituye un elemento de gran importancia de la nueva situación política
en curso. Y quien busque ver las características de las luchas del
pasado no las va a encontrar. El desafio es saber ver y ser parte de estas
nuevas características y de esta nueva constitución de los trabajadores que se
expresa en la lucha de clase actual del pais. Esto, en la perspectiva de
colaborar hacia una recomposición y reorganización global de los trabajadores
y la juventud explotada y oprimida.
Por
otra parte, otro elemento distinto a los 90 (y muy significativo), es que las
actuales luchas de resistencia se comienzan a dar en un marco político
diferente, precisamente por la pérdida de legitimidad de las transformaciones.
Si a lo largo de la década pasada, la mayoría de las luchas fueron “contra
las consecuencias” de los planes impuestos, hoy podrían comenzar a ser más
directamente políticas, empezando a elevarse a un cuestionamiento de fondo de
las políticas en curso. Y esto podría crear otras condiciones para la discusión
de alternativas.
Todo
esto, sin embargo, no puede hacer perder de vista un desafío esencial. El
desarrollo de nuevas experiencias de lucha y de organización entre los
trabajadores y la juventud, los elementos de cuestionamiento no sólo al
gobierno, sino al mismo “modelo”, no significa aún que se esté dando una
clara radicalización política. Esto es, todavía cuesta visualizar verdaderas
alternativas a la actual realidad. Lo que, sin embargo, no puede hacer perder de
vista el avance en este sentido en algunas experiencia muy valiosas de
vanguardia, como se expresa en el pliego reivindicativo de los desocupados salteños.
Por
otra parte, se plantea por delante una dura batalla política e ideológica
contra sectores como Moyano, De Gennaro, el cura Farinello, etcétera, que están
empujando para el lado de “mejorar el sistema y la democracia”. Por lo
tanto, se trata de colaborar en el desarrollo y maduración de estas
experiencias más avanzadas, en camino a la constitución de una verdadera
alternativa. Esta nueva situación política puede significar una oportunidad
para que los trabajadores comencemos a cambiar la historia. Es una ardua tarea
que se hace cada vez más aguda y actual. De lo contrario, siempre habrá, desde
la burguesía, salidas más antiobreras y antipopulares.
Para
qué sirve definir que hay una nueva situación política
Desde
inicios de los 90, cuando Menem logró poner fin al período de luchas que se
desarrolló bajo el gobierno radical, estabilizando una economía que había
desembocado en dos crisis de hiperinflación, la relación de fuerzas entre las
clases sociales se inclinó decisivamente hacia la gran burguesía.
Hoy, la situación ha cambiado. Se mire por donde se mire, las
cosas tienden a ser distintas. Esta realidad de fondo, irá seguramente más allá
del “blindaje” y seguramente demandará en los próximos años una definición.
La gran burguesía debe dar una solución a la crisis que se ha revelado en el régimen
de acumulación, superando sus incipientes divisiones. Lo deberá hacer en
condiciones de grave deterioro de la “democracia”, del desarrollo de luchas
y nuevas experiencias entre los explotados y oprimidos, y de una mayor apertura
a escala internacional del debate sobre las alternativas.
Estos
elementos son los que configuran una nueva situación política en el país.
No es que hasta ahora se haya verificado un cambio en la relación de fuerzas más
general entre las clases. Esto no ha ocurrido porque siguen pesando de una
manera tremenda la atomización y fragmentación impuesta entre los trabajadores
y la juventud, así como la brutal crisis de alternativas y de la propia
organización obrera y popular. Lo que demandará, un profundo proceso de
recomposición global.
Sin
embargo, es un hecho que se ha abierto un “espacio”, una posibilidad de que
las contradicciones a la hora de redefinir el “modelo de país”, las
incipientes pujas “en las alturas”, con el trasfondo del acicate permanente
de la crisis social, de la continuidad de la ofensiva antiobrera y antipopular,
y del deterioro de la “democracia”, abra otras posibilidad, otro lugar
para el debate de alternativas, otro dinamismo en el desarrollo político-social
del país. Esto no es algo coyuntural. Insistimos que en la medida en que se
han revelado problemas estructurales, esto significa un período político más
dinámico por delante. Es lo que queremos sintetizar con la definición de
que se ha abierto una nueva situación política, la que crea la posiblidad del
desarrollo de fenómenos políticos y sociales
nuevos.
Esta
realidad es la que plantea con fuerza el desafío de una recomposición de los
explotados y oprimidos, y de que éstos presenten su propio proyecto de salida.
Cuando entre los explotadores se discuten los rumbos a seguir (denotando una
cierta crisis de orientación), es el momento, la posibilidad, de formular y
presentar nosotros una alternativa realmente distinta, revolucionaria, que de
una vez por todas “dé vuelta la tortilla”: un proyecto del conjunto de los
de abajo.