El
ALCA —palabra desconocida para muchos, hasta que se enteraron de ella por las
manifestaciones del 6 de abril— es la sigla del Área de Libre Comercio de
las Américas, promovida por EE.UU., con intermitencias, desde 1994. El
nuevo gobierno de Bush, posiblemente acicateado por la recesión de la economía
yanqui, se ha volcado decididamente a concretar el proyecto. Del 20 al 22 de
abril, en Quebec, ciudad de Canadá, se reunirán los presidentes americanos
(con exclusión de Cuba) para firmar el texto de un acuerdo, negociado
previamente en la reunión de Buenos Aires del 6 y 7 del mismo mes.
Un
dato significativo —y siniestro— de las largas negociaciones que han
precedido la reunión de Quebec, es su carácter secreto. Aunque hay
muchos trascendidos, y el fondo de las negociaciones es imposible de ocultar, el
hecho es que todo se está decidiendo a espaldas de los pueblos americanos,
cuyo futuro se verá gravemente afectado por el ALCA. ¡Así es esta
“democracia” de los ricos!
La
plena implementación del ALCA —que según lo acordado en Buenos Aires
comenzaría en el 2005— implicará cambios tan importantes como funestos para
Argentina y los demás países latinoamericanos.
Se
trata de un pacto colonial. Pero de un colonialismo de nuevo tipo,
que se corresponde con las nuevas condiciones de la globalización; y, entre
ellas, con las nuevas relaciones de las corporaciones transnacionales y
financieras con los estados (en especial de la periferia).
El
ALCA significa que el tiburón EE.UU., sus bancos y corporaciones (que sumado a
Canadá produce más del 75% del PBI total de las Américas), se asocia
con las 30 sardinitas de América Latina y el Caribe, que producen el resto.
Tanto en los océanos como en la economía, las asociaciones entre tiburones y
sardinas han terminado siempre igual: los primeros se comen a las segundas. Y el
ALCA prepara las condiciones para que el tiburón yanqui se dé un festín.
Enumeremos brevemente algunas de ellas:
¿“Libre
comercio”... para quién?
El
“libre comercio” que postula EE.UU. para el ALCA no es una avenida de doble
mano. Es “libre” para que EE.UU. venda lo que quiera en América Latina,
pero la mano opuesta de la carretera seguirá erizada de obstáculos.
La
industria norteamericana, con una productividad muy superior a la de América
Latina, con una escala de producción incomparablemente mayor y con financiación
mucho más barata, podrá arrasar a los competidores del sur. El cierre de fábricas
y la consiguiente pérdida de empleos serán las primeros resultados del ALCA.
En el mejor de los casos, lo que reste de industria se reconvertirá en
“maquila” al estilo mexicano: plantas de ensamblaje, en condiciones
infernales de trabajo, con salarios de hambre y sin ningún derecho laboral.
Pero esto, que “funciona” en México, en la frontera con EE.UU., como el
“complemento” de mano de obra barata de la industria yanqui, no es tan
viable en el extremo sur del continente.
Por
otro lado, EE.UU. podrá seguir obstaculizando las ventas de los productos
latinoamericanos “competitivos”, como los del agro y la agroindustria, o de
algunas ramas como la siderurgia. Es que, en verdad, lo del “libre comercio”
es una mentira monumental. Tanto EE.UU. como la Unión Europea y Japón son
ferozmente proteccionistas para los bienes en que no son “competitivos”,
como la agricultura. El “libre comercio” es para los productos de alta
tecnología, en los que son imbatibles...
EE.UU.
no protege su mercado interno principalmente con aranceles de importación, sino
con otros dos mecanismos: los subsidios a la producción agrícola y las
llamadas “medidas para-arancelarias”.
Desde
1990 al 2000, los subsidios de EE.UU. al agro subieron de 9.300 a 32.000
millones de dólares. Es una barrera casi impenetrable. Pero, cuando eso no
basta, EE.UU. aplica además medidas “para-arancelarias”. Por ejemplo,
exportaciones de miel de Argentina o de productos siderúrgicos de Brasil han
sido bloqueadas mediante denuncias “anti-dumping” que hacen los productores
locales. Así, formalmente, EE.UU., como campeón del “libre comercio”,
mantiene sus aranceles bajos; pero mediante esas medidas para-arancelarias y los
subsidios dificulta o impide el ingreso de productos con los que no podría
competir.
El
gobierno de Bush ya ha anunciado que no va ceder ni negociar nada respecto a los
subsidios y los mecanismos para-arancelarios. En esas condiciones, hablar de
“libre comercio” es una farsa.
Sin
embargo, por los trascendidos, el proyecto del ALCA va mucho más allá de la
implementación de ese “libre comercio” en una sola dirección. EE.UU.
aspira a establecer un conjunto de normas, cuyo modelo es el Tratado de Libre
Comercio (TLC)[1], iniciado en 1994 con México y Canadá. En verdad el ALCA
sería una versión corregida y aumentada del TLC.
Ese
conjunto global de normas que el imperialismo yanqui aspira a instituir,
abarca los más diversos asuntos. Entre ellos, acceso a los mercados, absoluta
apertura a las inversiones,
derechos de propiedad intelectual, servicios,
tratamiento de disputas entre inversores y estados (con tribunales del
ALCA por encima de los nacionales), “puenteo” de las regulaciones de los
estados (medio ambiente, laborales, licitaciones de obras públicas...), etc.
Estas normas configuran un verdadero Estatuto Colonial, que regirá por
encima de las constituciones y las leyes de los estados latinoamericanos
miembros del ALCA. Serán “leyes” supra-nacionales, que por lo tanto
ningún parlamento podrá derogar.
Es
imposible aquí analizar este proyecto con la amplitud que se merece. Pero
veamos dos botones de muestra.
*
Uno de ellos, es que transformaría virtualmente a las corporaciones en sujetos
de derecho internacional, equivalentes a los estados. Hasta ahora, los sujetos
de derecho internacional eran los estados. A ellos, de hecho, se le agregarían
las transnacionales con inversiones en países
del ALCA. Cualquier disputa con un estado, se dirimiría en alguna instancia
superior del ALCA, supra-nacional, en donde estado y corporación serían
sujetos equivalentes.
La
globalización ha implicado profundos cambios en las relaciones entre las
corporaciones y los estados, y con mayor razón con los serviles estados de la
periferia, como el nuestro. Se han ido configurado, de hecho, nuevas formas
coloniales. Por ejemplo, la intervención de los organismos internacionales
(FMI, etc.), que en nuestros países hacen y deshacen, como si fuesen legalmente
un poder del estado (y, de hecho, lo son).
El
ALCA vendría a legalizar un aspecto fundamental de estas transformaciones, en
lo que se refiere a la primacía de las corporaciones sobre los estados.
*
Esto nos remite al segundo botón de muestra. Inspirándose en el ya mencionado
Tratado de Libre Comercio que tiene con México y Canadá, EE.UU. trata de
imponer definiciones “novedosas” sobre dos puntos vitales: las definiciones
de “propiedad” de los inversores y de “expropiación” por
parte del estado.
Aclaremos
esto con un ejemplo. Viene un inversor y pone una empresa. Si el estado, por
motivos de bien público, la quiere nacionalizar (es decir, expropiar), según
el derecho burgués debe pagarle al inversor lo que vale la “propiedad”.
Ahora bien: el gobierno de EE.UU. pretende mundialmente extender casi sin límites
las definiciones de “propiedad” y de “expropiación”. Ha creado así el
concepto de “expropiaciones regulatorias”.
Por
ejemplo, una corporación yanqui invierte en uno de nuestros países. Pero su
establecimiento arroja residuos tóxicos que envenenan a la población. La gente
protesta. El gobierno cede a los reclamos y le aplica a la empresa medidas
dispuestas por las leyes del país para proteger el medio ambiente y la salud de
los habitantes. La empresa recurre, entonces, al tribunal supra-nacional.
Denuncia que, mediante una “regulaciones” ecológicas y de salud pública,
le han “expropiado” parte de sus ganancias. Es una “expropiación
regulatoria”. ¡Ahora gana menos que cuando envenenaba a la población! Por
supuesto, el tribunal falla a favor de los inversores contra el estado y condena
a éste a pagar una indemnización.
Esta
monstruosidad es un caso verídico. Es el fallo dictado el 16 de agosto del 2000
por el Tribunal del TLC (situado por encima de la justicia mexicana) condenando
a México a pagar 16,7 millones de dólares a la Metalcald Corporation, por
haberle impedido seguir asesinando a los habitantes de Guadalcazar, Estado de
San Luis Potosí, mediante los residuos tóxicos que arrojaba.
Este
principio jurídico se extiende a todas las “regulaciones” del estado; también
a la legislación laboral. Una ley o decreto que dé un beneficio al trabajador
pero que implique un mayor costo para el inversor, y por lo tanto reduzca sus
ganancias, entra también en la amplísima definición de “expropiación
regulatoria”.
¿ALCA
o Mercosur?
Entre
los opositores al ALCA, son muchos los que piensan que la opción es
contraponerle el Mercosur. Es lo que sostiene en Argentina el CTA y la gente de
ATTAC y Le Monde Diplomatique, en Brasil el PT y la CUT, y en Uruguay el
Frente Amplio y el PIT-CNT.
Asimismo,
la oposición del Mercosur al ALCA es sostenida (relativamente) por los
gobiernos de Brasil y Venezuela. Aquí, Cavallo es pro-Alca. Pero las opiniones
en la burguesía acerca del tema ALCA o Mercosur están divididas.
También
pesa en América Latina la oposición de los imperialismos de la Unión Europea,
rivales de EE.UU. Es que, como señalaba un comentarista, mediante el ALCA, los
Estados Unidos tratan de “alambrar” el continente para dificultar la entrada
de sus competidores.
Pero,
para los trabajadores latinoamericanos, el Mercosur no puede ser la alternativa
contra el ALCA, como no puede serlo ninguna otra opción capitalista.
Desde que en 1986 se firmó el acuerdo inicial del Mercosur, ¿en qué ha
mejorado la situación de los trabajadores de Argentina, Brasil, Uruguay o
Paraguay? Desde entonces, no ha hecho más que empeorar. Tampoco el Mercosur ha
sido una barrera para la colonización del capital imperialista, sea yanqui,
japonés o europeo.
¿Un
Mercosur recostado en el capitalismo de la Unión Europea va a ser mucho mejor
que el ALCA apoyado por los yanquis? ¿Acaso la UE no practica, con distintas
formas, el mismo proteccionismo que EE.UU. hacia la producción latinoamericana?
Los capitalistas europeos son tan explotadores y depredadores como los de EE.UU.
Aquí tenemos la experiencia de Repsol (españoles) que se apoderó de YPF, y ha
ganado miles de millones vendiéndonos nuestra propia nafta y gasoil a los
precios más caros de América Latina, después de dejar en la calle a la mayoría
de los petroleros. O el vaciamiento de Aerolíneas por Iberia. También
conocemos la plaga de las telefónicas (de España, Francia e Italia), gracias a
las cuales tenemos las llamadas urbanas más costosas del mundo. O la de Aguas
Argentinas (francesa), que no pasa mes que no invente un curro nuevo para
aumentar la tarifa en un país que no tiene inflación. ¿A los jóvenes que han
trabajado en los Carrefour, los han explotado menos que en los MacDonald?
Por
otra parte, convendría no engañarse acerca de la “resistencia” del
gobierno de Brasil al ALCA y su “defensa” del Mercosur. El objetivo del
gobierno y la burguesía brasileña (que tiene, en efecto, una entidad
cualitativamente superior a la de la miserable patronal argentina) no es
oponerse de plano el ALCA, sino negociar mejores condiciones de ingreso
con EE.UU. Y, en ese forcejeo, necesitan al bloque del Mercosur. Al mismo
tiempo, sin rechazar lo del ALCA, apuntan a ser el eje
sudamericano de un acuerdo similar con Europa. Entonces, se colocan en un
terreno falso los que creen que desde el Mercosur se puede combatir al ALCA,
como si fueran opuestos en absoluto.
Los
trabajadores, tanto del Mercosur como de toda América Latina, debemos
levantar una opción propia, independiente. Ninguna alternativa capitalista
nos va a favorecer. No existe “mal menor”. Tampoco nos sirve ninguna utopía
nacionalista: el grado de desarrollo de la economía y las fuerzas productivas
mundiales hace imposible el aislamiento.
Efectivamente,
es necesario unir nuestras economías. Pero, en contraposición a los proyectos
de EE.UU. y la Unión Europea, y de las burguesías subordinadas a ellos,
debemos levantar la perspectiva de la unidad de los trabajadores, los
campesinos y los pueblos latinoamericanos contra esos imperialismos y sus
agentes nativos.
Hay
que contraponerles el proyecto de un mercado común latinoamericano, un mercado
común de los trabajadores de la ciudad y el campo que, sin parásitos
capitalistas nacionales o extranjeros, produzca e intercambie en función de sus
necesidades y no de las ganancias del puñado de corporaciones que se proclaman
los dueños del mundo.
Esto
exige que los trabajadores y campesinos de Latinoamérica comencemos a pensar
y a actuar por encima de nuestras fronteras, cada vez más
artificiales y obsoletas. Los pequeños contingentes de compañeros brasileños
y de otros países latinoamericanos que se movilizaron con nosotros contra el
ALCA, deben ser una primera pequeña experiencia hacia una lucha conjunta de las
masas latinoamericanas. Unidos en una lucha internacionalista común, no sólo
podremos defendernos de ataques como el del ALCA, sino pasar a la controfensiva,
en la perspectiva de imponer una federación latinoamericana de repúblicas de
los trabajadores y socialistas.
Notas:
1.-
Más conocido por su sigla en inglés: NAFTA.
Recuadro
El
Sheraton, donde se suelen concentrar clubes de fanáticos cuando desembarca
alguna figura de la música comercial, recibió el 6 de abril pasado la visita
de miles de manifestantes que no fueron a buscar autógrafos sino a repudiar las
sesiones preparatorias para acelerar la implementación del Acuerdo de Libre
Comercio de las Américas (ALCA) que se realizaron durante ese fin de semana.
La
importante movilización produjo un hecho político del que tomaron nota los
ministros y empresarios de 34 países que pretendían hacer su trabajito en
calma. Y a la vez, lo que es más importante, logró instalar masivamente entre
trabajadores ocupados y desocupados, jóvenes y estudiantes la preocupación por
conocer de qué se trata el ALCA. Despertó
la inquietud por saber en qué
afectará a nuestras vidas.
La
manifestación al Sheraton, compuesta principalmente por el CTA y la izquierda,
fue la acción más importante que se realizó contra el tratado. Desde las
distintas centrales sindicales se habían llenado la boca con promesas de lucha
a fondo. Moyano del MTA había lanzado un paro para el 5 y 6 de abril, pero el
retorno de Cavallo al poder lo hizo cambiar de planes. Pero lo peor fue que se
dividió a la gente en varias movilizaciones distintas. El mayor ejemplo
divisionista lo dio Moyano, haciendo por su cuenta un acto peronista en Plaza de
Mayo. Por su parte, la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), frente a estos
hechos, no tuvo tampoco ninguna política unitaria de movilización, ni para
impulsar medidas de acción directa para impedir que los ministros y empresarios
pudieran sesionar, tal como había anunciado en el Foro de Porto Alegre durante
el verano. A la dispersión de los esfuerzos también contribuyó la CCC-PTP,
que impulsó por su cuenta una manifestación de algunos centros de estudiantes
desde el Obelisco, separada de las otras acciones.
El
gobierno argentino sí realizó acciones de bloqueo: le impidió el acceso al país
a manifestantes brasileños que viajaban en micros. También hizo lo mismo con
compañeros uruguayos.
A
pesar, sin embargo, de las divisiones, las movilizaciones, en especial la marcha
al Sheraton, lograron instalar en la gente el tema del ALCA. Otro hecho
muy positivo es que la participación de delegaciones de Brasil, Uruguay y
Paraguay hicieron que por primera vez en Buenos Aires una movilización tuviera
un componente internacionalista.
Así
como es importante subrayar estos hechos positivos —la instalación del tema
ALCA y el aporte internacionales— es necesario precisar límites que quedaron
en evidencia. Tanto el CTA como el MTA, de distinta forma, impusieron en los
actos y manifestaciones dos falsas alternativas al ALCA. El MTA hizo un acto
nacionalista-peronista. El CTA, por su parte, levantó contra el ALCA la opción
del Mercosur. Ninguna de esas opciones capitalistas puede ser una salida para
los trabajadores.