Inmigrantes
en España
Los
encierros de Barcelona
Por Enrique Mosquera
Después de más de un mes y medio de inédita lucha, los inmigrantes han conseguido un triunfo parcial pero muy importante. Desde allá, un compañero de Nuevo Curso que ha participado activamente de esta experiencia riquísima, nos envía sus primeras conclusiones. Son una enseñanza de autoorganización y de unidad de los trabajadores para todos los que enfrentamos la explotación y la opresión.
El
8 de marzo tuvo lugar la firma del acuerdo que ponía fin al encierro de 48 días
de cerca de mil inmigrantes en diez iglesias de Barcelona y su entorno. A dicho
acto asistió por primera vez, además del gobierno, los sindicatos mayoritarios
y el obispado, un representante directo de los inmigrantes encerrados, Norma
Falconi en calidad de miembro de la CGT y de Papeles para Todos y Todas.
Esta
firma abre la puerta a la legalización de todos los inmigrantes llegados a España
antes del 23 de enero del 2001, fecha de la entrada en vigor de la actual Ley de
Extranjería. El acuerdo establece la posibilidad de la concesión de un permiso
de residencia por razones excepcionales de un año de duración y/o un permiso
de trabajo si existe tal oferta de trabajo. Este permiso se tramitaría con
prioridad para los inmigrantes que participaron en los encierros, pero todas las
partes presentes en la firma, incluido el gobierno, afirmaron por escrito su
voluntad de que tal posibilidad se extendiera al conjunto de todos los
inmigrantes irregulares. Al mismo tiempo el acuerdo garantiza la negociación
con otras administraciones para la realización de cursos de formación para
inmigrantes, la obtención de ofertas de trabajo y la búsqueda de un
alojamiento para los mismos.
Para
la inmensa mayoría de los inmigrantes presentes en los encierros, los acuerdos
constituyen una victoria y así lo demostró la masiva votación de la asamblea
que decidió el fin de los encierros con una abrumadora mayoría de más de 800
votos a favor por sólo 30 en contra y 15 abstenciones. Un pequeño grupo de 17
compañeros magrebíes, algunos de ellos recién llegados el último día, se
mostró disconforme y decidió continuar en la parroquia del Pi. Sin embargo,
tal decisión sólo duró unas horas y a la noche del día 7 abandonaron la
iglesia en dirección a un albergue de la Generalitat. A la 1 de la madrugada
del 8 de marzo los más de 300 magrebíes encerrados en la parroquia del Pilar
de Cornellá votaron por unanimidad aceptar el acuerdo y dejaron la iglesia para
concentrarse ante el ayuntamiento de la localidad, en demanda ahora de un
alojamiento digno. Se demostraba así de manera palpable que el fin de los
encierros no significaba en absoluto el fin de la lucha sino que ésta se
desarrollaría por otros cauces y con la misma o renovada unidad y fuerza.
Con
este proceso culminaba un período de lucha que convulsionó a la opinión pública
de toda Barcelona y del resto del Estado.
El
20 de enero, una asamblea de mil inmigrantes de todas las nacionalidades, decidió
encerrarse en la Catedral de Barcelona para reclamar Papeles para todos y todas;
como la Catedral les fue cerrada se dirigieron a la cercana parroquia del Pi
donde el párroco, Mosen Vidal, con una conocida trayectoria antifranquista, les
dio cobijo. Comenzaban así los encierros que se irían extendiendo a 8 iglesias
más y a los que, 15 días después, se sumarían los compañeros de Cornellá.
Desde
el primer día en el Pi, los compañeros de India, Pakistán y Bangladesh,
plantearon su decisión de realizar una huelga de hambre –en
sus propias palabras–
“hasta la obtención de papeles o la muerte”. Tan dramática postura fue
progresivamente secundada por los más de 700 encerrados en las diferentes
iglesias. Todos: paquistaníes, indios, bengalíes, senegaleses, marroquíes,
argelinos, subsaharianos, ciudadanos del este de Europa y algunos sudamericanos
se vieron así unidos por una medida heroica, el encierro y la huelga de hambre.
La
prensa se convulsionó, el pueblo de Barcelona se volcó emocionado ante la
demostración inequívoca de que los inmigrantes se jugaban la vida para obtener
unos papeles que significaban su única posibilidad de trabajar, encontrar una
vivienda y sobrevivir. Todo el mundo comprendió que para un inmigrante los
papeles y la vida están íntimamente unidos.
Los
días de la huelga de hambre escenificaron una auténtica insurrección
localizada en las parroquias. La población se agolpaba para dar su apoyo económico
(se han recaudado cerca de 7 millones de pesetas), firmar (se recogieron más de
70.000 firmas), dar ropa, mantas... La prensa y la televisión eran un auténtico
río entre los colchones de los encerrados. Las ambulancias recogían sin cesar
los cuerpos de los enfermos debilitados por la huelga que tras pasar por el
hospital volvían a las iglesias a reiniciar el ayuno sin que nadie, salvo su
propia honra y su voluntad de lucha se lo reclamase. Y cada día las asambleas
en el atrio de la gótica iglesia del Pi, con cerca de 700 personas, se hacían
con las botellas de agua al lado de cada uno para poder aguantar el no comer.
A
los 15 días del comienzo del encierro, una gigantesca manifestación de 50.000
personas recorrió las calles de Barcelona en apoyo a los encerrados y
reclamando la consigna que ha alcanzado predominio y notoriedad absoluta como
reclamo de todos los inmigrantes: “Papeles para todos y todas”.
El
gobierno que había afirmado una y otra vez que no negociaría bajo medidas de
fuerza, se vio entre la espada y la pared y buscó un mediador y un acuerdo que
le diese un respiro. La Comisión Negociadora de los Inmigrantes en Lucha
formada por los compañeros: Al-Mamun (bengalí), Salimi (paquistaní), Kamal
(hindú), Ya-yasi (senegalés), Mustafá (magrebí) y Norma alcanzó con el
mediador del gobierno, el Sindic de Greuges de Catalunya, un acuerdo que
garantizaba ninguna expulsión ni sanción para los inmigrantes encerrados y
todos los demás, y abría la puerta a medidas para su legalización. Por
primera vez el gobierno se veía obligado a negociar en árabe, urdú, punjabí,
poulard... en la lengua de los inmigrantes y con los inmigrantes. La huelga de
hambre cesó por decisión de la asamblea de los encerrados pero el encierro
continuó porque esa posibilidad de legalización, tenía que ser concretada.
No
sólo continuó sino que el encierro se extendió, se encerraron los compañeros
de Cornellá, se encerraron las mujeres inmigrantes en una nueva iglesia, se
multiplicaron los actos de solidaridad por la periferia de Barcelona... Y el
gobierno, que cada día daba por rotas las negociaciones, se veía obligado a
reemprenderlas al día siguiente ya fuese en forma directa, con mediador, con
los abogados de los inmigrantes, por escrito, por fax o por teléfono. Y ahí de
nuevo, no sin dudas, no sin duros debates, no sin enfrentamientos hasta físicos,
pero de forma clara, los inmigrantes demostraron su cordura y seriedad logrando
concretar un acuerdo que constituye una victoria parcial antes de que el
desgaste de más de 47 días de encierro acabase con la lucha, con la
solidaridad mutua y con todo lo hasta entonces conseguido.
Las
asambleas de más de 800 inmigrantes, donde sólo votaban los inmigrantes sin
papeles, se pronunciaron 3 veces por aplastante diferencia por el plan propuesto
por la Comisión Negociadora de los inmigrantes y que consistía en 4 puntos:
1.
Aceptar el acuerdo con el gobierno.
2.
Tramitar para todos los encerrados una petición de Permiso de Residencia
excepcional y obtener el resguardo de dicha tramitación que es la garantía de
no expulsión.
3.
Abandonar ordenadamente las parroquias buscando soluciones para los
inmigrantes que carezcan de alojamiento.
4.
Acudir a la firma del acuerdo con el gobierno.
Y
el plan se cumplió con un gigantesco trabajo. Se tramitaron más de 800
permisos y se obtuvieron los correspondientes resguardos en una semana. Se hizo
con personal voluntario, sin salario alguno, con los propios inmigrantes al
ordenador o la fotocopiadora y en los locales de la CGT, que se ha volcado en
este proceso como nunca lo hizo y que ha ganado por ello una justa reputación y
cientos de nuevos afiliados inmigrantes. Se buscó y se continúa buscando una
solución para el problema del alojamiento combinando medidas de lucha donde es
posible, como la concentración ante el Ayuntamiento de Cornellá, con intentos
de negociación con la Iglesia, el Ayuntamiento o la Generalitat. Finalmente, el
7 de marzo a las 4 de la tarde, los inmigrantes dejaron la parroquia del Pi y se
trasladaron en manifestación hasta la Delegación del Gobierno y al Parlament
de Catalunya.
Toda
esta lucha ha coincidido con encierros de menor entidad en otras localidades del
Estado como Murcia, Valencia, Madrid o Almería y ha servido también para
constituir una Coordinación Nacional de los inmigrantes encerrados. Una
Coordinación Nacional que constituye una experiencia nueva de autoorganización
de los inmigrantes y que ha realizado ya tres reuniones y convocado diferentes
jornadas de lucha.
Es
precisamente la autoorganización uno de los emblemas de esta lucha. Los
inmigrantes, que son trabajadores, han demostrado no estar dirigidos por los
aparatos tradicionales que intentar someterlos al gobierno, y a los dictámenes
de la patronal y los grandes bancos. Han sido los protagonistas de su propia
lucha y de sus propias decisiones, con sus aciertos y sus indudables errores.
Ellos tienen entre sí diferentes grados de conciencia, los hay que se
consideran militantes contra el capital y hasta marxistas como muchos de los
encerrados de Cornellá y también los hay, la mayoría, para los que no están
en cuestión ni los gobiernos ni la “democracia” occidental, sino que simple
y sinceramente luchan por una legalidad que les permita trabajar y pasar de la
pobreza actual a una existencia desahogada.
El
otro emblema de la lucha ha sido el internacionalismo. Comunidades cuyos
enfrentamientos son cotidianos y que pertenecen a países en guerra declarada,
han sido capaces de mantener una larga lucha juntos, de buscar lo que les une y
de poner esa lucha y esa unión por encima de sus diferencias religiosas, lingüísticas...
El gobierno intentó repetidas veces favorecer a unos para separarlos de los
otros, se reunía con los paquistaníes mientras denigraba a los marroquíes,
enviaba al cónsul de Bangladesh para aconsejarles el abandono de la huelga y el
encierro, el servicio secreto marroquí atemorizaba a los dirigentes de los
encerrados e intentaba sobornar a los más míseros. Pero no consiguieron romper
la unidad de la lucha y el acuerdo firmado es igual para todos, los resguardos
tramitados son iguales para todos, la voluntad de unidad se mantiene pese a
todas las dificultades.