En
momentos en que el orden social capitalista muestra su rostro más siniestro a
miles de millones de trabajadores, desocupados, pobres, excluidos y oprimidos en
todo el mundo, la alternativa socialista se encuentra, para muchos, desdibujada,
opacada o directamente cuestionada. Frente a la monstruosa deformación y
vulgarización del marxismo y el pensamiento socialista por parte del
estalinismo y las frustrantes experiencias del mal llamado “socialismo
real”, desde el MAS queremos retomar el estudio serio y no dogmático de la obra del más grande pensador de la causa socialista y
comunista: Karl Marx. Un primer paso en esa dirección ha sido el taller sobre
el joven Marx que se desarrolló en febrero
pasado, con la asistencia de 50 compañeras y compañeros. A continuación,
algunos de los elementos que formaron parte de las reflexiones, siempre abiertas
al debate.
La
dimensión, riqueza y profundidad de la obra de Marx desafían cualquier intento
de simplificación y plantean problemas gigantescos a la hora de abordar su
estudio: por dónde empezar, desde qué ángulo, cómo abarcar tantos textos y
temas, qué hacer con la infinidad de trabajos de interpretación -con su
diversidad de ópticas y de calidad- y los métodos y criterios a utilizar para
la selección y el estudio mismo de los textos son sólo algunos de ellos. Por
otra parte, no se lee a Marx desde la total ignorancia, desde una “tabla
rasa” ideológica, sino que inevitablemente se subrayan -o no- tales o cuales
aspectos que hacen al enfoque que previamente se determine. Aclaramos esto
porque no tiene sentido asumir el punto de vista de una inexistente neutralidad
académica o propiciar una lectura “objetiva” de Marx. Tal pretensión es
ajena al propio Marx y al método marxista,
lo que no significa -y es el peligro opuesto- que se le pueda “hacer decir”
a los textos lo que a uno le parezca. Trabajar la obra de Marx, o de cualquier
otro autor, implica reconocer y desentrañar
nudos conceptuales que no es posible ignorar, pero esa lectura no es
directa, inmediata, cristalina, sino que está mediada por la ubicación social,
política e ideológica de quien la hace, con una “agenda” de problemas teóricos
que se renueva en cada momento histórico particular. Este abordaje busca,
entonces, tanto dar cuenta de la riqueza de un legado teórico que, en el caso
de Marx, es de un rigor y una actualidad indiscutibles, como evitar la
momificación y cristalización dogmática, bajo la forma de vulgarizaciones que
suprimen mucho de lo más fecundo y vigente en la obra de Marx.
Considerando
estos aspectos metodológicos, establecimos como una necesidad comenzar el
recorrido del pensamiento de Marx desde sus mismos inicios. No por una
reverencia cronológica, sino partiendo de una visión que asume una profunda
unidad de matriz conceptual entre el llamado “Marx joven” (anterior a La
ideología alemana de 1846) y el “Marx maduro” (suelen considerarse de
este período las obras posteriores a 1857). Lo cual no significa, por supuesto,
que las temáticas y el nivel de elaboración conceptual hayan sido similares a
lo largo de todos esos años. Se trata de algo muy distinto: de trabajar sobre
la hipótesis de que el conjunto de la obra de Marx no reconoce “hiatos” o vías
muertas (1), sino que debe ser considerado como una teoría y una reflexión
integrales y críticas sobre el hombre y la sociedad, teoría que en el curso de
su construcción va adquiriendo cada vez más determinaciones, haciéndose cada
vez más compleja y abarcadora, pero sin perder jamás esa unidad que está en
la base de una crítica global del orden capitalista. De allí que la obra de
Marx, que tanto ha inspirado a las ciencias sociales, haya sido a la vez objeto,
por parte de los pensadores burgueses, de una parcelización, una división en
áreas específicas (economía, sociología, historia, teoría política,
filosofía) que separan en compartimentos estancos lo que en la obra de Marx está
unido.
Por
desgracia, los responsables de este desguace teórico no han sido sólo los académicos
burgueses, sino también sectores del propio movimiento socialista. En
particular, la tradición de la Segunda Internacional (1886-1914), sobre todo
después de la muerte de Engels (1895), y la del estalinismo ya desde 1924,(2)
propiciaron una versión del marxismo totalmente empobrecida y en muchos casos
desfigurada, limitada a un reduccionismo económico de vuelo bajo en lo sociológico,
un seco evolucionismo histórico, un materialismo “metafísico” en lo filosófico
y una teoría política teñida de aceptación acrítica de la forma Estado,
cuando no de una adoración de las instituciones estatales. Y, también hay que
decirlo, en las filas del marxismo revolucionario, incluyendo el movimiento
trotskista, si bien hubo una vigorosa crítica de las prácticas políticas más
visiblemente reaccionarias de estas versiones del marxismo, no siempre hubo una
crítica igualmente consciente de sus fundamentos teóricos, lo que no dejó de
acarrear consecuencias (3).
Un
concepto que recorre toda la obra del joven Marx es el de alienación. Se
trata de algo mucho más complejo y abarcador que un conjunto de mistificaciones
ideológicas, que es el vago significado que tiene para muchos marxistas. En el
fondo, lo que Marx postula es la necesidad de que el “hombre” (al que luego
concretará sociológicamente en el proletariado) debe recuperar toda su
potencialidad de autoconstrucción y autodeterminación, capacidades que a lo
largo de la historia fue depositando en instancias externas, extrañas y
superiores a él. La religión es la primera que cae bajo el fuego de la crítica
de los jóvenes hegelianos, pero, a diferencia de ellos, Marx no se detiene allí
sino que llega a cuestionar la forma más elevada de organización y control de
los asuntos humanos: el Estado. Esta institución, dice Marx en La cuestión
judía, no es sino una nueva mediación, un sucedáneo de la religión, en
la que el género humano descarga la tarea de regir los lazos entre las
personas. Se trata, en suma, de otra forma de restricción a la libertad humana,
que como tal debe perecer en la medida que sean eliminadas las bases de un orden
social basado en la desigualdad y en el que el semejante es visto como un extraño.
Marx
lleva aún más allá su investigación hasta descubrir dónde está el centro
de conformación de las relaciones sociales: en la producción material de la
vida, en la relación de los hombres con su producto y de los hombres entre sí
en la que es la actividad más propiamente humana, el trabajo.
Precisamente, siendo el trabajo la manifestación de la esencia de la especie,
el hecho de que ha sido transformado, para el trabajador, en una función ajena
a su voluntad, extraña y hostil -más aún, en un verdadero suplicio- muestra
hasta qué punto el capitalismo está alejado de una forma de sociedad
verdaderamente humana. Es por eso que la propiedad privada capitalista
representa la forma más universal de la alienación, superando formas históricas
anteriores. Y es en este sentido que Marx considera el capitalismo como “históricamente
necesario”: para que la humanidad pueda superar la alienación en todas sus
variantes, debe existir previamente un orden social que sea la expresión
concentrada de todas ellas. El proletariado será el abanderado de
ese movimiento de reapropiación de la humanidad por sí misma, y esto en virtud
de dos características. En primer lugar, como subraya Marx en su Introducción
a la crítica de la filosofía del Derecho de Hegel, porque es la encarnación
viva de esa “pérdida total del hombre”, un producto de la sociedad burguesa
y a la vez la negación de ésta; y posteriormente, en el Primer Manuscrito
de París, Marx concluirá que “toda la servidumbre humana está encerrada en
la relación del trabajador con su producción”.
La
perspectiva en la que Marx se instala para abogar por la necesidad de una acción
revolucionaria no tiene parentesco alguno con la vulgata tradicional que remite
a un “inexorable curso de las leyes de la historia”, a una especie de
mecanicismo económico-sociológico; en fin, a un determinismo situado más allá
de la conciencia y la voluntad humanas. Con mucho menor fundamento podrá
decirse que el horizonte político de Marx se limita a convencer a los
trabajadores de “tomar el poder” del Estado. Dejemos que sea el propio Marx
quien se encargue de refutar esta visión estrecha: “Una revolución social
se sitúa en el nivel de la totalidad, puesto que (...) es una protesta
del hombre contra la vida inhumana; porque ella comienza en el nivel del
simple individuo real y porque la comunidad de la que el individuo rebelde
se ha separado es la verdadera naturaleza
social del hombre, la naturaleza humana. Por el contrario, el alma política
de una revolución consiste (...) en la tendencia a poner fin a una separación
respecto del Estado y del poder. Su nivel es el del Estado, totalidad abstracta
que sólo existe gracias a su divorcio de la vida real (...) Una revolución
de espíritu político organiza una esfera dominante en la sociedad, a
expensas de la sociedad misma (...) La revolución -el trastrocamiento
del poder establecido y la disolución de las condiciones anteriores- es
como tal un acto político. Sin revolución no puede realizarse el
socialismo. Este acto político le es imprescindible en la medida
en que necesita destruir y disolver. Pero una vez que comienza su actividad
organizadora, en la que se manifiesta su objetivo inmanente, su alma,
el socialismo se despoja de su envoltura política” (4).
La
tarea de la revolución social es, justamente, subvertir todas aquellas formas
de alienación que le impiden a los seres humanos ser lo que debe ser y lo que
potencialmente son; tal objetivo no tiene nada que ver con la idolatría del
Estado o el poder. El comunismo no es, por supuesto, la caricatura que han hecho
los ideólogos burgueses, una arrebatiña brutal entre los trabajadores por la
propiedad de los capitalistas. Eso es lo que Marx llama el “comunismo grosero
e irreflexivo”, los primeros vagidos de una teoría y una práctica sociales
críticas. Pero tampoco es un orden social despreocupado de un vínculo
equilibrado entre los hombres y su entorno natural (su “cuerpo inorgánico”,
dirá Marx) ni mucho menos subordinado al cumplimiento de “metas de producción”
de “Planes Quinquenales” divorciados de la vida y la voluntad de los
trabajadores libremente asociados. En el Tercer Manuscrito de París,
Marx define el comunismo, en consonancia con lo que aquí venimos señalando,
como la “superación positiva de la propiedad privada en cuanto autoextrañamiento
del hombre, y por ello como apropiación real de la esencia humana por y para
el hombre; por ello como retorno del hombre para sí en cuanto hombre social,
es decir, humano; retorno pleno, consciente (...) es la verdadera
solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el
hombre, la solución definitiva del litigio entre existencia y esencia, entre
objetivación y autoafirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo y género”
(resaltado nuestro).
El
punto de partida y de llegada de la reflexión de Marx es el hombre. No el
hombre aislado individual, sino “el hombre social, es decir, humano”. El
llamado más general que el joven Marx formula a su tiempo es, entonces, esa
necesidad de superar las enajenaciones que transforman al hombre en un ser
juguete de fuerzas extrañas e incontrolables; superación que, aunque sin duda
parte de condicionamientos históricos, no puede tener lugar como resultado de
ningún automatismo, sino como fruto de una acción consciente, sujeta a
fines previamente interiorizados. Esto y no otra cosa es lo que quiere
significar Marx cuando se refiere a la reunificación de realidad y pensamiento.
El pensamiento por sí, sin el concurso de la actividad práctica, no puede
modificar la realidad -tal es la crítica más general a la filosofía-, pero la
historia no se orientará en el sentido de una sociedad humana crecientemente
autodeterminada, ni el hombre social -cuyo abanderado es el proletariado- podrá
reasumir o reabsorber su verdadera esencia, si no existe una intervención práctica
y consciente a la vez, la praxis.
Todas
las Tesis sobre Feuerbach tienen el sentido de una imperiosa invocación
a la acción humana, un llamado al hombre a desatar todas sus capacidades hasta
hoy contenidas por expresiones sociales enajenadas. El hombre, cuando es
efectivamente tal y no un siervo de la religión, del Estado o del trabajo
alienado, es todopoderoso, es el verdadero Supremo Hacedor, el rey de la Creación.
Son las formas sociales basadas en la propiedad privada las que hacen del hombre
un ser egoísta, cobarde, replegado sobre sí mismo, una hoja en la tormenta de
fenómenos que no comprende y lo superan. La tarea, nos dice Marx, es subvertir
todas las relaciones sociales deformadas por el capital y recuperarlas como lo
que son: la auténtica vida humana social, el libre establecimiento de lazos
intersubjetivos entre productores librados de la esclavitud de la necesidad, el
desarrollo de todo el potencial científico, artístico y en todos los terrenos
de hombres y mujeres en armonía entre sí y con la naturaleza.
¿Que
suena demasiado hermoso para ser posible? La respuesta de Marx es que en las
manos y mentes de los explotados y oprimidos es donde está la última palabra,
no en las de los privilegiados y beneficiarios de todas las miserias y
crueldades del presente. Ellos tienen muy buenas razones para que creamos que es
imposible vivir una vida y un mundo diferentes. Y nosotros no debemos renunciar
a las nuestras.
Notas
1-
Como postulara, por ejemplo, la versión estructuralista, de un cientificismo
emparentado con el positivismo, de un Louis Althusser, cuyo prestigio como intérprete
de Marx fue muy señalado en los años 60 y 70. Para Althusser, entre el Marx
“joven” (filosófico, humanista, no científico) y el Marx “maduro” (el
riguroso economista redactor de El capital) hay un “quiebre epistemológico”,
que descalifica al primero y exalta al segundo como “hombre de ciencia”. El
filósofo francés contribuyó, antes de su muerte en 1992, a su propio descrédito,
al reconocer que cuando escribió una de sus obras más conocidas, Para leer
El capital, no había terminado... de leer El capital.
2-
Como lo denunciaran, entre otros, Georg Lukács y Karl Korsch en la década del
20.
3-
A modo de ejemplo, mencionemos la insuficiente comprensión de la crítica
marxista al Estado y su relación con la teoría de los “Estados obreros” en
los países regidos por el estalinismo.
4-
Karl Marx, “Glosas críticas al artículo ´El rey de Prusia y la refoma
social´, en Vorwärts Nº 60”, julio de 1844. En Marx-Engels Werke, tomo 1,
pp. 392-409. Hemos modificado
ligeramente la traducción de M. Rubel en Karl Marx. Ensayo de biografía
intelectual, Buenos Aires, Paidós, 1970, p. 88. Todos los resaltados son
originales de Marx.
(Recuadro)
El Taller sobre el joven Marx
Durante
dos fines de semana de febrero completos, 50 compañeras y compañeros dedicaron
su esfuerzo al estudio y debate de textos del joven Marx: La cuestión judía
(1843); la Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel
(1843); el capítulo “El trabajo enajenado” del primero de los Manuscritos
económico-filosóficos de 1844; los capítulos “Propiedad privada y
trabajo” y “Propiedad privada y comunismo” del Tercer Manuscrito, y las Tesis
sobre Feuerbach (1845). Trabajos apasionantes, algunos de ellos casi
desconocidos para muchos, de una riqueza y una profundidad que compensaban las
ocasionales dificultades. Los textos se agruparon, para mayor comodidad, en un
folleto editado especialmente.
Se
trabajó en grupos de estudio y discusión por la mañana y plenarios de
asistencia general por la tarde. Ambas instancias demostraron su necesidad y
utilidad, permitiendo tanto un trabajo en detalle sobre pasajes difíciles,
cuestiones de interpretación, etc., como una reflexión colectiva más general
que, con todos los matices y divergencias -y por eso mismo- resultó sumamente
estimulante para todos los presentes. Fue de destacar la asistencia de cuatro
compañeros de la Liga Socialista Revolucionaria (LSR), que demostró la
posibilidad de establecer mecanismos de elaboración y trabajo teórico entre
organizaciones revolucionarias, sin prejuicios ni sectarismos.
Prácticamente
la totalidad de los asistentes coincidió en hacer un balance altamente positivo
de la experiencia, destacando muchos de ellos la importancia de reiniciar un
estudio sistemático de la obra de Marx y de darle continuidad a este primer
esfuerzo común. En cuanto a las conclusiones, naturalmente de carácter
tentativo y provisional, no es posible hacer justicia en este breve espacio a la
riqueza y diversidad de enfoques y matices expresados en las discusiones
comunes. Sólo señalaremos algunos elementos
destacados por muchos compañeros, entre ellos la importancia de retomar
una reflexión general sobre los fundamentos de la perspectiva socialista y la
recuperación de la dimensión humanista del pensamiento de Marx. También se
manifestó, en lo que fue para muchos un descubrimiento, la necesidad de dar
cuenta de los aspectos propiamente filosóficos del marxismo. Sobre este último
aspecto, podemos adelantar que se editará próximamente un folleto con
distintas visiones de marxistas del siglo XX sobre el tema.
En cuanto al consenso general sobre la necesidad de continuidad del
estudio, se están evaluando los contenidos de una nueva selección de textos
del Marx “maduro”, a fin de editarlas a la brevedad.