El
sonido del silencio
En Mar del
Plata en los últimos cinco años han sido asesinadas y
desaparecidas 26 mujeres, en su mayoría trabajadoras del sexo.
En estos asesinatos están vinculados altos funcionarios
políticos y policiales. Pero el único sonido que se escucha es
el del silencio. Para muchos hay vidas que valen más que otras.
Para nosotros no, la única manera de encontrar a los culpables
es movilizándonos e investigando en forma independiente.
Adriana Jackeline Fernández, uruguaya, prostituta, artesana, fue la primera de una larguísima lista. La lista que integran las 26 mujeres desaparecidas o asesinadas en Mar del Plata en los últimos cinco años. Adriana apareció estrangulada y desnuda el 1º de julio de 1996 al costado de la ruta 226. A ella le siguieron otras tres mujeres, dos de las cuales eran también meretrices, que aparecieron descuartizadas, desnudas, tajeadas o estranguladas. Al poco tiempo la metodología cambió. A partir de entonces las hicieron desaparecer, las siguientes once de la lista comparten dos características: son prostitutas y están desaparecidas. Luego fueron mujeres sin ninguna vinculación con la prostitución las asesinadas en la ciudad, entre ellas dos chicas de 16 años que además fueron violadas, una estudiante universitaria y una turista, sumando una nueva desaparecida a fines del año pasado. Esta es la fría crónica de los hechos que ocurrieron en Mar del Plata en los últimos años: diez mujeres desaparecidas, todas con hijos a cargo e inclusive algunas de ellas embarazadas de pocos meses, dieciséis asesinadas.
Ante tanto horror desperdigado por todos lados, la reacción fue de un opresivo silencio, la sociedad marplatense hizo caso omiso a lo que ocurría; ni los descuartizamientos, ni los asesinatos ni las desapariciones provocaron reacciones sociales en esta ciudad. No hubo movilizaciones masivas como las de Miramar por la muerte de Natalia Melmann, ni investigaciones paralelas por parte de los familiares. Solamente algunos pequeños grupos como el CAMM (Centro de Apoyo a la Mujer Maltratada) organizaron actividades denunciando lo que ocurría, pero la repercusión fue nula. Recién ahora que las asesinadas y desaparecidas no eran prostitutas, se organizó una marcha relativamente grande por las calles de la ciudad. Recién ahora que las muertas no son "flores nocturnas" (como canta Silvio Rodríguez), los medios de comunicación locales se empezaron a preocupar por la seguridad de las mujeres. Es evidente que para los medios hay víctimas de primera y víctimas de segunda. Y más evidente aún es que las mujeres trabajadoras de la calle están condenadas de antemano por la conciencia social, como si su muerte importara mucho menos que las otras.
Desde un comienzo los investigadores de la policía tiraron como hipótesis la de un presunto asesino serial, loco y compulsivo por matar, para desviar la dirección de las sospechas, hipótesis a las que los medios de comunicación adhirieron de inmediato (es muy poco creíble que una sola persona pueda haber hecho desaparecer diez cuerpos, descuartizado otros tantos, diseminar los restos por todos lados, moverse con total libertad para seguir secuestrando y matando, y que no se tenga ninguna pista de ello). Más inverosímil aún fue la otra versión que echaron a rodar las "fuentes judiciales": que las prostitutas se escaparon de sus hombres, de quienes las manejaban, para ir a trabajar a otro lado, dejando abandonados a sus hijos. Pero nadie investigó nunca lo que sabe todo el mundo por lo bajo: que (según Martín Ferri y Wenceslao Méndez, abogados de tres de las desaparecidas) "hay gente implicada muy importante, entre ellos un fiscal federal, toda la plana mayor del Concejo Deliberante y buena parte de la Comisaría 1a que tiene jurisdicción sobre el barrio de La Perla, donde trabajaba la mayoría de las chicas. Todos declararon en la causa, pero nadie se ocupó de investigar lo que decían, por qué dieron falso testimonio. A esta altura las hipótesis pueden ser muchas, pero lo importante es porqué no se descubren" (1). En la agenda de una de las prostitutas desaparecidas, Verónica Chávez, aparecieron los nombres, datos físicos, edad, chapa y marca del auto que conducían, entre otros, Oscar Pagni (presidente del Concejo Deliberante), Marcelo García Berro (fiscal federal del Tribunal Oral de Mar del Plata), Jesús Porrúa (ex secretario de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires), Alberto Lobo Iturburo (jefe de la Comisaría 1a). Iturburo y Ayala, policías implicados en el caso, ya fueron trasladados al conurbano bonaerense para alejarlos, dada las evidencias. Otra de las prostitutas, Silvana Caraballo, tenía registrados en su computadora datos de sus clientes, muchos de los cuales eran de la policía y del Poder Ejecutivo de la provincia. A esto se le suman los rumores que involucran de lleno a la policía, a sus manejos con el narcotráfico y con la prostitución, hipótesis que concuerda con la de los abogados de las desaparecidas: "Que detrás de todos estos casos hay una mafia que tiene que ver con el narcotráfico y la prostitución no hay dudas, lo que hay que ver es quienes son los jefes y quienes los protegen" (2) Incluso se dice que todos los últimos asesinatos (ninguna era prostituta) fueron realizados para desviar la atención de esos negociados. Por estos días la causa se encuentra paralizada desde hace meses en el juzgado.
El sentimiento que prima entre las compañeras de las chicas desaparecidas o entre los familiares es el miedo, un miedo muy grande a decir esas cosas que son vox populi. Miedo porque son amenazados, porque conocen la trama y los intereses en juego. Nadie quiere contar lo que sabe. "Lo que te cuento es como si no te lo hubiera contado yo, mirá que no tengo ganas de aparecer en la ruta", advirtió una mujer. "Si prendés el grabador te doy otra versión... todavía soy joven", se quejó un hombre. "Si ponés mi nombre o donde trabajo, me van a reconocer y ya me tiraron un auto encima", nos dijo otra mujer; y otra: "Ya me amenazaron demasiado, no puedo arriesgarme"(3)
La gran dificultad para que se descubra y se castigue a los asesinos de las 26 mujeres es que se sigue confiando la investigación a los mismos que son parte de esa gran maquinaria del narcotráfico y de la prostitución. Si las organizaciones que están llevando este tema adelante (como el citado CAMM con la correcta consigna de "no hay vidas que valgan más que otras") no rompen con las instituciones y no comienzan a tomar el tema de las investigaciones en sus propias manos, no queda duda alguna que los asesinos van a seguir impunes. El camino correcto es el que tomó Gustavo Melmann, el padre de Natalia, la chica asesinada en Miramar, que no confía en la policía, en el Poder Judicial o en la maquinaria represiva de Ruckauf e impulsa una investigación paralela y una movilización permanente abierta a que participen todos los sectores. El camino correcto es el de las Abuelas de Plaza de Mayo cuando investigan por su cuenta la apropiación de menores que llevaron adelante los genocidas y cuando restituyen su verdadera identidad a esos chicos. Ese mismo camino que transitó el padre de Sebastián Bordón cuando investigó y denunció a los policías de Mendoza como los asesinos de su hijo. Es el camino que marcan los chicos de H.I.J.O.S. cuando realizan los escraches a los genocidas para conseguir una condena social.
El único camino que va a permitir que los asesinos de mujeres sean castigados es el de una investigación independiente a cargo de los familiares de las mujeres y de los organismos de derechos humanos, junto con el llamado a la movilización permanente de toda la ciudad. Si usted duda que esta sea una solución, le proponemos un ejercicio de memoria. Recuerde todos los casos de asesinatos donde estuvo sospechada desde el principio la Policía o el Poder Político. Recuerde: María Soledad Morales, las tres chicas de Cipolletti, Sebastián Bordón, José Luis Cabezas, Miguel Brú, Walter Bulacio, Víctor Choque, Teresa Rodríguez y un larguísimo etcétera; haga memoria de todos esos casos, piense en lo que tuvieron en común: siempre para que se descubriera a los asesinos y se los enjuiciara fue necesario que el pueblo, que la gente se movilizara, investigara por su cuenta, denunciara las complicidades y quitara la máscara a los encubridores. ¿Se hubiera esclarecido el crimen de María Soledad, de Sebastián Bordón, de Cristian Campos si se hubiera confiado en los poderes políticos de turno? Nosotros estamos seguros que no.
En Mar del Plata existe una gran trama de corrupción y crimen que todos conocen pero nadie devela. Por esa corrupción ya murieron 26 mujeres. Mientras no acabemos con los responsables políticos de ella, otras tantas seguirán muriendo. Porque durante cinco años el único sonido que se escuchó fue el del silencio.
Notas:
1-
"Crímenes y desapariciones en la Feliz", por Marta
Dillon, en Las/12, suplemento de Página/12, 22-12-2000
2- Idem
3- Idem
Desde las
páginas de SoB agradecemos al CAMM por toda la información
suministrada.