Argelia
Por Chawski Salhi*
*
Chawski Salhi –dirigente del P.S.T.,
organización de izquierda radical, cuyos militantes son particularmente activos
y gravitantes en la región de Kabylia. La versión completa del siguiente artículo
se puede encontrar en www.inprecor.org.fr. El texto fue traducido por Daniel
Acosta.
En
Argelia las masas populares siempre han luchado. Es un país de frecuentes
explosiones sociales. Los ejemplos de revueltas populares son numerosos: las
manifestaciones radicalizadas de la Casbah de Argel en 1985; los acontecimientos
de Constantina y Setif en 1986; la huelga general de todas las universidades en
1987; la insurrección popular de octubre de 1988. Además de las grandes
huelgas obreras desde hace treinta años.
Presentamos
el relato del proceso de insurrección popular que conmovió a la región montañosa,
bereber, de Kabylia y a toda Argelia, por un protagonista directo. Fueron 45 días
de enormes movilizaciones, de enfrentamientos. El saldo: 100 muertos y tres mil
heridos. Si todo empezó aparentemente por una protesta singularizada y por la
exigencia del reconocimiento de la lengua y la cultura bereber, como nacionales
y oficiales, la dinámica del proceso llevó a la asunción de una plataforma
democrática y antidictatorial, con exigencias sociales y económicas que
amenazaban, en caso de desarrollarse, la dominación imperialista y la caída
del dictador Bouteflika.
En
una Argelia golpeada por la barbarie vivida durante los años de una guerra
desconcertante y agobiada por el programa de desmantelamiento económico exigido
por el FMI, reina la desesperación. Desde hace dos meses la región de Kabylia
se encuentra en estado de insurrección. Han estallado revueltas en una decena
de ciudades del este del país, principalmente en Annaba y Constantine.
La
revuelta kabyle estalla luego de dos incidentes aparentemente ordinarios en un
país con decenas de miles de muertos y millares de desaparecidos. A fines de
abril, el estudiante secundario Massinissa Guermouh, detenido por casualidad,
muere en una comisaría. Al mismo tiempo, la policía detiene en plena clase a
tres jóvenes y maltrata al profesor, que se opone a su irrupción en la
escuela. Pero esta vez la reacción de la juventud es de una fuerza insólita,
en una región kabyle revoltosa, que no ha conocido la oleada islámica y por
donde prácticamente no ha pasado la guerra. La revuelta se extiende a siete wilayas
(provincias) de la región kabyle, clama su odio por la hogra (el
nacionalismo arbitrario y despectivo), la miseria y el gobierno asesino.
El
reclamo del reconocimiento de la lengua tamazight está siempre presente, pero
las consignas sociales toman la delantera. Los jóvenes insurrectos atacan los
edificios públicos, los símbolos del Estado central, así como a los
funcionarios sospechosos de corrupción. También atacan las sedes de los
partidos oficiales, a los que condenan por la administración municipal
corrupta. Destruyen la residencia del alcalde de Tazmalt, a quien la población
acusa de haber asesinado a un joven manifestante en 1998 y saquean la casa del
secretario general, donde se encuentra un verdadero depósito de televisores y
heladeras, muchos corruptos conocen la ira popular. La juventud desarmada asedia
los cuarteles de policía, incendia las viviendas de los agentes, agota los
refuerzos de policías antimotines a pesar de la represión con armas de fuego.
Al cabo de 40 días se informa de 60 muertos y centenares de heridos de bala. El
gobierno dice que hay unos 3.000 heridos, sobre todo entre sus propios
efectivos. Los médicos declaran que la mayoría de las heridas de bala son en
la espalda y que los francotiradores tiran a matar. Los oficiales de policía
declaran que los dispositivos represivos funcionaron durante la primera semana,
y que luego se limitaron a defender sus cuarteles, viviendas y familias de la
furia popular. Un jefe policial reconoce que los efectivos están
desmoralizados. Los agentes hablan de casos de deserción o de automutilación
para escapar de las luchas.
Con
el 50% de la población por debajo del umbral de la pobreza, un desempleo del
30%, un edificio económico a punto de derrumbarse, la privatización en curso
de los pocos sectores rentables (petróleo, teléfonos), la política liberal
impuesta por los acreedores arrastra a la juventud argelina a la desesperación,
mientras el desánimo se apodera de la clase obrera, amenazada con despidos
masivos y a los jubilados bajo amenaza de no cobrar sus míseras pensiones. Para
dirigir esta agresión insólita contra el pueblo argelino, para conducir este
proceso que entrega al imperialismo de los hidrocarburos, la electricidad, la
industria mecánica y el aeropuerto de Argel hacía falta un gobierno dócil,
incapaz de defender los intereses locales contra la recolonización. Pero ese
gobierno debía de ser capaz de echar mano de hierro sobre una población de
tradiciones populistas para someterla a las nuevas normas de explotación
capitalista.
Rodeado
de enormes esperanzas populares debido a su promesa de regresar a la “edad de
oro” de los años 70, los de la dictadura populista de Boumedienne, el
presidente Bouteflika tenía los medios políticos para imponer ese giro político
brutal al pueblo. Por eso tuvo el apoyo de los europeos y norteamericanos. Los
argelinos habían aceptado su política de concordia nacional y amnistía para
los criminales de guerra islámicos. Kabylia no había chistado en septiembre de
1999 cuando le dijo a Tizi Ouzou que la lengua tamazight jamás sería oficial.
Bouteflika
ha expulsado de la conducción política a cualquiera que se atreva a hablar de
los males sociales en las reuniones. Megalómano, prohibió a los partidos políticos
el acceso a la televisión, que reservó para su propio uso. Los directivos de
empresas públicas y los jefes administrativos están a la defensiva. Las
manifestaciones y huelgas sufren la amenaza de los despliegues policiales. La
jerarquía militar, acusada públicamente de corrupción, está marginada de su
poder absoluto. Soñando con reformar la Constitución para aumentar su poder,
pero sin saber bien cómo hacerlo, trata de concentrar todo en sus manos.
Desde
hace dos años, el veleidoso Bouteflika repite discursos rebuscados e inútiles,
recorre el mundo para solicitar improbables inversiones masivas en un país
donde “todo está en venta”, según el ministro de Economía Tammar. Con
todos los poderes en sus manos, el presidente no sabe bien qué hacer, pasa de
un discurso seudopopulista hostil al ultraliberalismo a uno liberal duro sin que
sus palabras causen gran efecto en una economía empantanada, sumergida en el
inmovilismo.
Mientras
la evolución de los precios del petróleo duplica los ingresos del Estado, las
condiciones sociales se deterioran sin cesar y la sociedad llega al borde del
derrumbe. Mientras el descrédito de los partidos representativos debilita las
instituciones, la tapadera de plomo de las prohibiciones impuestas a la expresión
popular cierra la página de la apertura “democratoide” conquistada por la
explosión popular del 5 de octubre de 1988. El régimen se priva así de una válvula
de seguridad.
A
partir de los primeros días, en la región de Bejaia, el sindicato de los
trabajadores de la educación trata de organizar la protesta y convoca a una
manifestación el 28 de abril en Amizour. La represión inmediata provoca
enfrentamientos violentos. El intento del FFS, el principal partido kabyle, de
organizar un acto y una marcha en Bejaia fracasa porque los jóvenes apedrean a
los oradores y por la enorme manifestación de los jóvenes. En todas partes, a
través de Kabylia, se crean comités de aldea que multiplican las iniciativas,
las manifestaciones, las vigilias con velas, las delegaciones para entrevistar a
las autoridades.
El
proceso más interesante se desarrolla en Bejaia, el centro económico de la
región, y en el valle de Soummam, más urbanizado que la alta Kabylia, que es
una región de vieja tradición del Partido Socialista de los Trabajadores (PST)
en los movimientos sociales.
En
torno del bastión sindical docente se construye una coordinadora con las
comisiones de aldea, los comités de barrio, las estructuras sindicales y un
consejo universitario. En las estructuras de base, creadas en su mayoría por
militantes de izquierda, se insiste en integrar a los jóvenes más
representativos de la ira popular. Esta organización, que extiende
progresivamente su representatividad hacia las wilayas limítrofes,
continúa la tradición de los comités de aldea de 1980, la de las
movilizaciones gigantes del Movimiento Cultural Berberisco de 1989 a 1993 y el
frente contra la miseria de 1991.
En
julio de 1998, los jóvenes que se sublevaron tras el asesinato de Matoub Lounes
fueron absorbidos por el foro de los rebeldes por la libertad, conducido por los
dirigentes actuales del comité popular de la wilaya de Bejaia. Este
comité repite incansablemente sus exhortaciones a manifestar a pesar de la
represión. Así, el 3 de mayo declara: “Nuestra marcha ha sido reprimida con
sangre y detenida, pero seguimos resueltos a imponer la expulsión de las
brigadas de gendarmería de todas las regiones y comunas que lo reivindican, a
imponer nuestro derecho de marchar, a tener trabajo y alojamiento, y a llevar al
triunfo el combate amazigh en todas sus dimensiones. Llamamos a todas las
ciudadanas y todos los ciudadanos a que designen sus representantes de barrios,
aldeas, fábricas, universidades y escuelas. Llamamos a una huelga general, con
excepción del transporte, el lunes 7 de mayo y acudir masivamente a la
concentración popular.”
El lunes 7 de mayo, después de una concentración vista por televisión en el mundo entero, decenas de miles de personas recorrieron las calles de Bejaia, abandonadas por la policía. Los argelinos habían reconquistado el derecho de manifestar.
Pero
todo esto se oculta. La manifestación del 3 de abril convocada por los
sindicatos y comités populares es descrita como “disturbios en Bejaia”, la
del 7 de mayo un “pequeño acontecimiento”. En unos pocos casos se dirá que
los dirigentes son “antiguos militantes de izquierda”, sin otra precisión.
En algunos titulares se menciona al PST.
En
Tizi Ouzou, capital simbólica de la resistencia kabyle, la juventud
radicalizada no cuenta con una tradición política de izquierda. Llamados
contradictorios a la huelga y a las acciones de protesta siembran la confusión.
Los comités de aldea que aparecen por todas partes deciden federarse por tribu
(aarouch) y se coordinan en Illoula en torno de una plataforma que deja
poco lugar a los problemas sociales. Retomando los ritos de la vieja estructura
gentilicia, conciben su trabajo como una acción de sabios para encuadrar el
descontento popular. Los jóvenes logran, con dificultad, hacerse aceptar en los
comités de barrio.
La
gran marcha negra del 14 de mayo en Tizi Ouzou establece la representatividad y
el papel dirigente de la coordinadora de aarouchs, aunque la juventud conserva
cierta distancia de los organizadores. Una marcha de 10.000 mujeres en Tizi
expresa que se ha superado el universo patriarcal basado en el derecho absoluto
del mayorazgo y la marginación de la mujer. Miles de mujeres marcharon en
Bejaia y Azazga. Los manifestantes reclaman el retiro de la policía y las
brigadas antimotines, castigo de los responsables, satisfacción de las
necesidades sociales y el reconocimiento del tamazight como idioma nacional y
oficial.
La
coordinación entre wilayas y la marcha del 14 de junio
Este
movimiento de autoorganización popular es apoyado por una movilización
estudiantil en Orán, una gran ciudad del oeste del país, y Argel, la capital y
la ciudad más grande. Los estudiantes, dirigidos por una coordinadora de comités
autónomos, enfrentan valientemente a un gran dispositivo policial y sufren un
centenar de heridos. Diez mil marchan sobre el palacio de gobierno para
presentar una plataforma. Aunque fue una pequeña escaramuza dentro del drama
sangriento de Kabylia, su importancia resultó considerable.
La
gigantesca manifestación del 14 de junio resulta la más importante de la
historia del país. El mismo ministro del Interior reconoce que la caravana de
ómnibus se extiende por 30 kilómetros. Y es verdad que la principal limitación
fue la falta de medios de transporte.
Resueltos
a llegar a la residencia presidencial a pesar de que está prohibido, los jóvenes
enfrentan una barrera de policías desarmados, como precaución para evitar una
hecatombe bajo los ojos de la prensa internacional y el pueblo de Argel.
Un
millón de personas participan de la marcha, testimonio de la capacidad de la
coordinadora entre wilayas. Pero la movilización termina con combates
violentos cuando aún no han arribado el 95% de los participantes.
La
debilidad de la conducción, el cuestionamiento de la plataforma durante la
semana previa a la marcha y sobre todo la inexperiencia organizativa han
impedido el triunfo. Al anunciarse la represión, se producen manifestaciones
violentas en toda Kabylia cuando los participantes de la marcha aún no se han
retirado de Argel.
Esta
formidable combatividad trata de expresarse nuevamente en las calles de la
capital, con una perspectiva más constructiva que la de lanzar a cientos de
miles de kabyles a las calles de Argel sin los habitantes de la ciudad, y
hacerla converger con revueltas en Annaba, Constantine, Tarf y Guelma.
¿Control
popular o poder dual?
La
reivindicación del retiro de la policía y las brigadas antimotines no ha
impedido la renovación de los efectivos y el acantonamiento de éstos en sus
cuarteles. Desde hace semanas, los comités negocian treguas temporarias con el wali
y obtienen el retiro de la policía para permitir que la población pueda dormir
por las noches. Luego el comité de wilaya pide a las autoridades que
generalicen sus disposiciones. El gobierno retira a la policía y opta por una táctica
de desgaste. En Bejaia se corta el teléfono y se amenaza con cortar la
electricidad. En todas partes, los ciudadanos se dirigen a los comités para
presentar reclamos que habitualmente corresponden a la policía.
Pero
los comités no están organizados como un contrapoder. Su autoridad es inmensa,
hasta el punto de que obligan a los representantes del Estado a reconocerla,
pero no se organizan como autoridad administrativa ni, por cierto, militar. Se
consideran comités organizadores de luchas reivindicativas, a pesar de que la
posibilidad está planteada. Ordena boicots, requisa vehículos y ordena toda
clase de obras sin pagarlas. A pesar de la incuestionada legitimidad popular y
la disponibilidad de la fuerza de choque de los jóvenes, los comités,
embriones de poder dual, distan de presentarse como alternativa. Sin embargo, en
las ciudades kabyles abandonadas por la policía y dominadas por la rabia de la
juventud es necesario dar un paso para que no se derrumbe el movimiento.
La
primera respuesta del gobierno es la metralla. Se justifica el uso de munición
de guerra con… la falta de balas de goma. Bouteflika pronuncia un gran
discurso económico sin la menor mención de las víctimas de la tragedia. Viaja
a Nigeria a presidir una reunión sobre el SIDA en África. Las autoridades
llaman a la calma. Los sindicatos responden: detengan la represión, reconozcan
el idioma tamazight, creen puestos de trabajo, construyan viviendas. Las
movilizaciones continúan, la represión también.
El
28 de marzo, la gran huelga de los petroleros, apoyada por los metalúrgicos y
muchos otros sectores, es sostenida por la simpatía de la población.
Bouteflika se ve obligado a demorar el tren de la liberalización y anunciar
algunas medidas de reanimamiento. Un mes después, la insurrección kabyle
trastorna la situación política; reconquista para todos el derecho de
manifestación a pesar del estado de emergencia. La televisión, hasta entonces
vedada a la oposición, se abre un poco; la policía es provista de carros
lanzaagua en lugar de armas de fuego; los ministros ultraliberales son
despedidos o marginados de las decisiones; Bouteflika incluso critica a los que
querían venderlo todo.
En
las regiones de habla árabe, el islamismo había sido la expresión de los
desposeídos. Su derrota es la derrota del pueblo. Su impotencia, junto con su
caída en las prácticas bárbaras, desacreditan la revuelta islámica, la lucha
armada e incluso la revuelta.
Esta
desmoralización y desconcierto no conciernen a la joven generación, que se
alza contra un orden social injusto en Annaba, Constantine, Guelma, etc. Pero la
ausencia de un referente en la generación mayor, como en Kabylia, será una
gran contra. Con todo, los siderúrgicos de Annaba, los mecánicos de
Constantine, los mineros de Tebessa, han estado a la vanguardia de la protesta
obrera.
Se trata de hacer confluir la protesta obrera con la revuelta creciente de los jóvenes y el movimiento popular estructurado de Kabylia. Si la presión popular no logra hacer avanzar sus propias soluciones, será utilizada para sostener algunas de las salidas que se discuten con los protectores imperialistas. Todo esto significa avanzar en el desmantelamiento y el pillaje del sector público, la pérdida de derechos del trabajador considerados demasiado rígidos, el agravamiento de la pobreza para que las exportaciones sean competitivas. No podemos permitirlo.