Por
Roberto Ramírez
Las
clases dominantes y sus dirigentes políticos radicales, peronistas y
frepasistas no sólo han llevado al país a la bancarrota económica y al
genocidio social. También ha entrado en crisis su propio “sistema de dominación”.
La cuestión de ¿quién manda y quién debería mandar en el país? comienza a
colarse a través de múltiples hechos, desde las preocupaciones por la “gobernabilidad”
hasta el desafío que significan para la “autoridad del Estado” los cortes
de ruta y los piqueteros en acción.
“¿Quién
manda, quién tiene el poder?” es en última instancia lo que decidirá todo.
¿Va seguir mandando el bloque de funcionarios del FMI, de los banqueros y
grupos económicos (predominantemente extranjeros), de los oligarcas de la
Sociedad Rural y otros grandes capitalistas; ese bloque que reinó con los
militares y se continúa con la “democracia”? ¿O sus víctimas —los
trabajadores y sectores populares— lograremos formar otro bloque político-social
para echarlos a patadas y mandar nosotros? El resultado final de esta convulsiva
etapa en que ha entrado el capitalismo en Argentina (y al parecer en otros países
de América Latina) dependerá de cómo se resuelva esta disyuntiva, en un plazo
difícil de prever pero que indudablemente no será ni mañana ni pasado mañana...
Existe
una crisis no sólo del “modelo” económico sino también del poder político
del imperialismo y el gran capital, y de su actual régimen “democrático”.
Pero, al mismo tiempo, frente a esa crisis, no se levanta una alternativa
concreta, “terrenal”, de poder de los trabajadores y los sectores populares.
Cómo ayudamos a superar esta desigualdad, esta grave contradicción,
es hoy la clave de la política de los revolucionarios.
Todo
el poder a… ¿quién?
Aún
no contamos aquí con alternativas “de carne y hueso” frente al poder político
de los explotadores: ni consejos obreros como hace mucho en Rusia, ni algo como
la coalición de organizaciones indígenas, obreras y populares de hace muy poco
en Ecuador. ¿Qué hacer, entonces?
En
esta situación, algunas organizaciones, como el Partido Obrero, creen que para “preparar
las condiciones de conciencia y organización para luchar por un gobierno propio
de los explotados”, es
necesaria “una alternativa transitoria o transicional de poder”. Esa
alternativa es “el llamado a una Asamblea Constituyente soberana”,
que “puede ser la vía que eduque y prepare a las masas para luchar por su
propio gobierno de los trabajadores”. (Prensa Obrera,
)
Compartimos
la preocupación de los compañeros de plantear alternativas transicionales que
acerquen a los trabajadores a la lucha por un gobierno propio. Pero en el actual
contexto histórico y político, no vemos que la Constituyente nos lleve en ese
sentido.
Aunque
con mucho menos insistencia y cambiando algo el contenido, otras formaciones de
izquierda también apelan a la Constituyente, vista la imposibilidad inmediata
de un gobierno de los trabajadores: “En la medida en que las masas aún no
comparten esta salida de fondo [se refiere a un gobierno obrero y popular] ...
proponemos... la convocatoria a una Asamblea Constituyente... para debatir e
imponer la ruptura con el FMI, el reparto de las horas de trabajo para eliminar
la desocupación, eliminación de los impuestos como el IVA... y que sean los
capitalistas los que paguen la crisis...” (La Verdad Obrera [PTS],
6/4/01).
Lo
que nunca se explica es por qué se da por sentado que una Constituyente habría
de “debatir e imponer” esas cosas. ¿Si en octubre próximo, en vez
de elegir diputados y senadores se votara a Constituyente, los resultados serían
políticamente muy distintos? ¿Por ser elecciones a Constituyente predominarían
los partidarios de romper con el FMI y hacer pagar la crisis a los capitalistas?
Aquí,
hace pocos años, tuvimos una Constituyente. No resolvió nada progresivo, sino
los acuerdos del “Pacto de Olivos” (reelección de Menem) e impuso una
Constitución neocolonial, según la cual, por encima de las leyes
nacionales, rigen los pactos internacionales firmados con el imperialismo.
Pero
nadie supera el énfasis que pone en esto de la Constituyente el Partido Obrero.
Su prensa muy raramente pierde tiempo, por ejemplo, en explicar a la gente la
necesidad de otro sistema social, del socialismo. Eso, al parecer, no vale la
pena. Dedica en cambio sus esfuerzos a convencer que la Constituyente es la
salida. En la Asamblea Nacional de piqueteros del 24 de julio, su principal
figura, Jorge Altamira no habló casi de otras cosa: llamó “a poner fin a
los impotentes gobiernos del capitalismo y reemplazarlos por Asambleas
Constituyentes en la nación, las provincias y los municipios” (¡¡¡!!!).
Al igual que el PTS, Altamira dio por hecho que si se eligieran estas “Constituyentes
soberanas” dispondrían el no pago de la deuda, la nacionalización de los
bancos y el reparto de las horas de trabajo... Soñar no cuesta nada...
En
las próximas meses, vamos a tener otra experiencia para comprobar si la
realidad se acerca algo a estas elucubraciones. El gobernador De la Sota planea
convocar una Constituyente en Córdoba... veremos si ella se declara
“soberana”, lo destituye y reemplaza su “impotente gobierno”... o por lo
menos si vota un gramo de medidas progresivas.
Se
nos puede contestar que tanto la del Pacto de Olivos como la de De la Sota no
son la “auténtica” Constituyente de la que hablan PO y el PTS. Pero esta
respuesta no haría más que eludir la cuestión de fondo. Como definía
Trotsky, la Asamblea Constituyente, una institución burguesa, no es más que “la
forma más democrática de representación parlamentaria”.[1] Todo depende
de quienes sean esos “representantes del pueblo”. Allí están sus límites.
Pero
aunque por su forma la Constituyente sea más democrática que, por
ejemplo, el podrido Senado, esto no implica que su contenido (es decir,
su composición política) vaya a ser necesariamente más progresivo. De la Sota
apela al mismo mecanismo que invocan Altamira y el PTS, aunque con más realismo
que ellos. Apela a la mayoría de los “ciudadanos” para que le ratifiquen
sus propuestas de reforma neoliberal del Estado, bajo la atractiva bandera de
bajar el “el costo de la política”. Así, en Córdoba, la Constituyente va
a ser previsiblemente una buena arma para avanzar en la privatización de EPEC
(empresa de energía provincial) y en general en los planes neoliberales.
Una
Constituyente es, entonces, un arma que puede apuntar hacia muchas direcciones.
A nivel nacional, una Constituyente “libre y soberana”, pero con mayoría
peronista-radical, minorías del padre Farinello y Lilita Carrió y algunas
bancas de la extrema izquierda, sólo serviría para ratificar democráticamente
el déficit cero y no la ruptura con el FMI ni el repudio de la deuda.
¿De
dónde viene el enredo de estas constituyentes que (en la imaginación de
algunos dirigentes de la izquierda) expropian a los bancos, rompen con el FMI y
le hacen pagar la crisis a los ricos?
En
algunas situaciones del pasado, la consigna de Constituyente cumplió
efectivamente un rol progresivo y hasta revolucionario. El problema es que hoy
el contexto histórico y político es radicalmente distinto.
Los
“parlamentos” o “asambleas nacionales” o “constituyentes” jugaron un
rol muy importante en las revoluciones burguesas clásicas, como la de
Inglaterra del siglo XVII y la Francesa del XVIII. Esos parlamentos y asambleas
eran efectivamente revolucionarios. Iban contra el absolutismo feudal y abrían
paso al moderno Estado burgués. Contra el poder absoluto de un rey elegido por
nadie, levantaron el principio (por supuesto, ilusorio) del “pueblo
soberano”, compuesto por “ciudadanos libres e iguales” y que gobierna por
medio de sus “representantes” (burgueses), a los que elige votando.
Posteriormente,
en el ciclo de revoluciones del pasado siglo XX, la Constituyente fue una
reivindicación democrático-burguesa no sólo correcta sino obligatoria
en sociedades semifeudales o “asiáticas”
como Rusia y China, con regímenes autocráticos o tiranías
sanguinarias. Más en general, bajo dictaduras elegidas por nadie, las consignas
de la democracia política —y al frente de ellas la de Constituyente—,
pueden cumplir un rol movilizador de las masas, ser transicionales; es
decir, pueden tender un puente hacia la necesidad de establecer un poder de los
explotados y oprimidos, para poder hacerlas efectivas.
Pero
hoy y aquí estamos en un marco histórico y político completamente distinto.
En primer lugar, por razones muy profundas (que aquí no es posible
desarrollar), la “norma programática” del imperialismo no son hoy las
dictaduras militares o fascistas, sino la democracia burguesa (régimen
del cual la Constituyente es su máxima expresión, la más “democrática”).
Esto no excluye, cuando es necesario, las más duras represiones, como sufrimos
aquí con el democrático gobierno radical.
En segundo lugar, concretamente en
nuestro país, las masas van a cumplir veinte años de decepcionante experiencia
con la democracia burguesa. Aunque todavía no ven la alternativa de otro régimen
(y por supuesto no quieren volver a una dictadura militar) ya tienen una santa
desconfianza y hasta odio hacia ese circo repugnante de la “democracia
representativa” y sus pandillas de presidentes, ministros, parlamento,
diputados, etc. A millones ya no le entusiasma votar ni creen que con esta
“democracia” se mejore algo (como pensaban en 1983). ¡A pocas semanas de
las elecciones, no ha podido iniciarse la campaña electoral por el repudio que
flota en el ambiente!
En
esta situación, la consigna de Constituyente es como ir y decirle a la gente:
“¡más sopa!” Millones han comenzado a ver que la democracia burguesa es
una mugre. Hay una crisis de “legitimidad” del régimen. Pero con la
Constituyente —“la forma más democrática de representación
parlamentaria”— como alternativa a esa mugre se presenta una versión más
acicalada, más “legítima” de esa misma democracia burguesa.
Frente
a una dictadura, la Constituyente puede ser una consigna revolucionaria,
transicional. En una democracia burguesa hundida en una crisis de legitimidad,
la Constituyente es una buena forma de “recauchutarla”. Recientemente, en América
Latina, hemos vivido “en vivo y en directo” esa experiencia con la “Constituyente
soberana” de Venezuela, de la que fue creadora y/o cómplice la inmensa
mayoría de la izquierda..
A
diferencia de Argentina, donde la consigna de Constituyente sólo ha recogido
hasta ahora la merecida indiferencia de las masas y del activismo, en Venezuela
lograron embaucar a miles de luchadores y millones de trabajadores. Allá, igual
que aquí, el antiguo régimen democrático bipartidista AD-COPEI se iba cayendo
a pedazos, en medio del repudio popular. Pero, también como aquí, en las ollas
de la izquierda (y no de la derecha, que estaba en contra) se cocinó el remedio
salvador de la democracia burguesa: la “Constituyente soberana”. Se impulsó
un inmenso movimiento popular “constituyente”, haciendo creer a la gente que
con ella cambiaría todo… algo parecido a lo que escuchamos aquí. Como era de
esperar, se limitó a un recambio del régimen: del bipartidismo AD-COPEI al
bonapartismo de Chávez..
Hacia
otra alternativa y otra democracia en nacimiento, la de los trabajadores y los
de abajo
Es
interesante advertir que, contra más “manija” se da a la salida democrático-burguesa
de la Constituyente, más pasa a un segundo plano lo que realmente está “preñado
de futuro”: las potencialidades de los nuevos movimientos sociales,
particularmente de los trabajadores desocupados.
Es
verdad que se invoca hasta el hartazgo a los piqueteros (incluso exagerando
peligrosamente las dimensiones del movimiento, que aún tiene pendiente la difícil
tarea de masificarse). Pero se toma a los movimientos como una masa de
maniobra al servicio de otras perspectivas. El PO propone así “un
frente político de las organizaciones y partidos del movimiento piquetero”…
pero para lograr “el llamado a una Asamblea Constituyente”. Un sector
de la CCC, el que responde a la influencia del PTP, con un planteo más
terrenal, marca el objetivo de un “gobierno popular”. Pero esa abstracción
de lo “popular” es concebida por ellos como un cogobierno con sectores de la
burguesía…. Por su parte, los dirigentes del CTA no salen de los marcos políticos
de la Carrió, Farinello y los jirones del Frepaso, que tratan de construir
nuevas opciones procapitalistas, que sirvan de recambio a las de la UCR y el PJ
tan estropeadas..
Nosotros
señalamos otra perspectiva: la de que estos movimientos junto con los
movimientos de los trabajadores ocupados, desarrollen lo que en ellos está en
potencia: constituir una alternativa de poder opuesta a la del estado burgués
y su régimen “democrático”.
Al
principio del artículo, decíamos que aún no se levanta una alternativa
concreta, “terrenal”, de poder de los trabajadores y sectores populares. Y
es delirante lo de algunos grupos que ya toman a los piqueteros por virtuales
“soviets”.
Sin
embargo, en estos movimientos así como en organismos como el Congreso Minero de
la Patagonia, se están delineando rasgos que si se desarrollan, si se
masifican, si se hacen democráticos y si adquieren una perspectiva política,
programas y direcciones independientes de la burguesía y el Estado, podría
concretarse al fin una alternativa de poder.
Si
hay una potencialidad transicional, ella existe hoy en el desarrollo de los
nuevos movimientos de trabajadores desocupados y ocupados ... y no en consignas
democrático-burguesas traídas de los cabellos.
Notas:
1.-
Stalin, el gran organizador de derrotas, Yunque, Bs. As., 1974, pág.
355.