Economía yanqui
Por Robert Brenner*
Robert
Brenner es profesor de historia social en la UCLA, miembro del consejo de
redacción de la New Left Review, militante de la izquierda socialista
norteamericana y colaborador de la revista Against the Current. Su más
reciente publicación es The economics of Global Turbulence. El presente
artículo fue publicado en Viento Sur, Revista de la Izquierda
alternativa, N° 55 marzo 2001, España. Tradución de G. Buster.
Las dudas sobre la economía mundial rondaron la última reunión del G-8 en Génova. El temor de que la economía estadounidense entre en una recesión lisa y llana, sumado al estancamiento de la economía japonesa –que lleva diez años– y las evidentes dificultades de la Unión Europea para convertirse en la locomotora de la economía internacional, podrían significar una recesión sincronizada sin precedentes en las últimas décadas. Lo que tendría graves consecuencias en el actual contexto político y social. Presentamos este artículo que va al corazón del problema: la evolución de la economía yanqui.
La cuestión esencial, por
supuesto, es hasta cuándo durará el boom económico. ¿Estallará la burbuja
sobreinflada de la Bolsa, principal motor del boom económico de Estados Unidos,
precipitándola en un proceso de sobre corrección a la baja, como ocurrió en
Japón a comienzos del 90?
Conscientes
de este peligro, las autoridades norteamericanas confían en que la frenética
expansión del consumo privado de estos años sea capaz de sostener la economía
en un proceso de transición desde la crisis internacional de 1997-98 hasta una
nueva recuperación mundial. Al animar una expansión internacional basada en
las exportaciones, que al mismo tiempo implica un aumento de la demanda mundial
para los productos norteamericanos, el crecimiento del consumo en Estados Unidos
podría, en el mejor de los escenarios, permitir que los fabricantes
norteamericanos recuperaran los niveles de crecimiento de sus exportaciones de
1997 y, por lo tanto, su tasa de beneficios. Al mismo tiempo se espera que las
inversiones en los sectores no-manufactureros sigan creciendo con la suficiente
fuerza como para que la productividad siga creciendo como en los últimos cuatro
o cinco años, elevando la tasa de beneficios en el sector servicios aún más.
La economía podría entonces dejar de depender de un consumo sostenido en el crédito
y el endeudamiento y mantener el boom gracias a nuevas inversiones y las
exportaciones, creando bases más sólidas para sostener el elevado precio de
las acciones en la Bolsa (que, mientras tanto, habrán sufrido una
"corrección" pero evitado su hundimiento). A mediados del año 2000,
la economía de Estados Unidos parecía evolucionar en gran medida como
esperaban sus autoridades. Crecía de manera extraordinaria, acelerando su ritmo
de manera pocas veces vista al final del ciclo. En los últimos doce meses el
PNB ha crecido un 6,1%. En el mismo período, la productividad del trabajo no
agrícola creció un asombroso 7% (después de un respetable 4,1% en 1998). Ello
se debe al crecimiento de las inversiones (un 14,2% en 1999 y un 18% en la
primera mitad de 2000). A pesar de ello, los salarios reales crecieron sólo un
1,4% en la segunda mitad de 1999 y la primera de 2000, la mitad que un año
antes. Las empresas aumentaron significativamente sus precios a un ritmo anual
del 2,7% en la primera mitad de 2000. Las cosas no le podían ir mejor al
capital, cuyos beneficios empresariales crecieron, después de impuestos, un 14%
anual en el mismo período. Mientras tanto, la expansión económica de Estados
Unidos estimuló también un crecimiento económico más rápido en el resto del
mundo, especialmente en Asia y Europa Occidental, beneficiándose al mismo
tiempo con un aumento de sus exportaciones. Corea, por ejemplo, parece haber
salido de su crisis.
Sus
exportaciones a Estados Unidos crecieron un 20-25% en 1999-2000 y el PNB ha
crecido en el mismo período un 11% anual. A Taiwán, Hong Kong y Singapur no
les iba peor. En Eurolandia, cuyas exportaciones a Estados Unidos crecieron a
una media anual del 11% en 1999-2000, el PNB creció un 3,5% y el paro descendió.
En este contexto internacional cíclico de crecimiento, las exportaciones
norteamericanas también crecieron un 13,3% (comparado con el 4% en 1999 y el
2,2% en 1998). La visión de Greenspan-Summers-Clinton parecía hacerse realidad
y la perspectiva de una nueva onda larga de crecimiento abrirse en el horizonte.
Para empujar en esa dirección, desde junio de 1999 Greenspan cambió su política
de 1998 de rebajar la tasa de interés para impulsar la Bolsa, y comenzó a
subir la tasa de interés a corto hasta un 1,75%. El ajuste fue muy suave. En el
verano de 2000, las primeras señales de inflación significaban que la tasa de
interés real todavía no había superado el nivel de los precios en el momento
en que empezó el ajuste. El presidente de la Reserva Federal parecía creer
que, de la misma manera que había ocurrido en el otoño de 1998 cuando unas
meras declaraciones habían bastado para que la Bolsa subiera como quería, la
expresión de sus deseos sería suficiente para frenar las cotizaciones en la
Bolsa y alentar una "modesta corrección" sin tener que tomar medidas
más drásticas. El objetivo explícito era reducir el consumo privado, y por lo
tanto las importaciones, enfriando la Bolsa. Habría que esperar hasta el otoño,
cuando el índice Nasdaq, y con él la "nueva economía", perdió un
40% de su valor. La cuestión que sigue abierta es si es posible reducir el
consumo privado en Estados Unidos sin poner en peligro la expansión de su
economía y la del resto del planeta. La orientación que la economía de
Estados Unidos tiene que negociar es una vuelta a un crecimiento ligado a las
exportaciones, como tuvo hasta 1997, pero esta vez acompañada por un
crecimiento de las exportaciones de sus principales socios y rivales. Una nueva
división de trabajo expansiva a escala mundial debe permitir, de acuerdo con
los libros de texto, que la tarta a repartir crezca lo suficiente como para que
todos salgan ganando y coordinen sus políticas. Y para acabar de rematar las
condiciones de esta política, el sector servicios en Estados Unidos tiene que
mantener un crecimiento de su tasa de beneficios lo suficientemente alta como
para alentar nuevas inversiones y crecimiento de su productividad y, como
consecuencia, un crecimiento de los salarios y del mercado norteamericano.
¿Sobreproducción
a escala internacional?
Pero ni la vuelta a un escenario
de complementariedad en vez de competencia internacional ni el mantenimiento del
crecimiento de las inversiones en el sector servicios norteamericano están
garantizados. Hay que recordar que hasta 1998 las principales economías
manufactureras (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón o Asia del Este) no
han sabido cómo, o han encontrado imposible crecer y expandirse coordinadamente
dada la sobrecapacidad y sobreproducción industrial internacional. Desde 1995,
el alza del dólar y el crecimiento de la economía de Estados Unidos ha
permitido un crecimiento rápido de las importaciones, que ha sido el motor de
un nuevo ciclo ascendente en gran parte del mundo (como ocurrió a mediados de
los 70 y comienzos de los 80, pero no en la primera mitad de los 90, por la caída
del dólar y del crecimiento de la economía de Estados Unidos). De hecho, en
1997, el crecimiento del PNB para las economías del G7 y la OCDE alcanzó su
punto más alto en la década de los 90. Pero las altas tasas de cambio en
Estados Unidos, y en las economías asiáticas ligadas al dólar, esenciales
para revitalizar las exportaciones de Japón y Europa Occidental, condujeron rápidamente
a una reducción de la competitividad y los beneficios de la industria en
Estados Unidos y a una crisis en toda regla en Asia del Este que, a finales de
1998 amenazaba con hundir a toda la economía mundial en la recesión. La
sobrecapacidad y sobreproducción internacional, puesta de manifiesto en la
reducción progresiva de la tasa de ganancias industrial a nivel mundial, volvía
a enseñar su fea cara. Según un estudio de The Economist del 22 de febrero de
1999: "Debido a la enorme sobre-inversión, especialmente en Asia, el mundo
está saturado de sobrecapacidad productiva de chips para computadoras, acero,
coches, textiles y productos químicos. La industria automovilística, por
ejemplo, tiene ya una capacidad no utilizada del 30%, pero se siguen
construyendo nuevas fábricas en Asia". The Economist llegaba a afirmar
que: "No parece que este exceso de capacidad vaya a desaparecer rápidamente,
porque las empresas con problemas financieros siguen teniendo incentivos para
mantenerse en funcionamiento, incluso con pérdidas. El exceso de oferta a
escala mundial está empujando a la baja de los precios. La devaluación no
puede hacer desaparecer la sobreproducción, simplemente traslada el problema a
otros". Su conclusión es que se estaban alcanzando niveles sólo
comparables a los de los años 30. Desde 1998 el crecimiento del consumo interno
a partir del crédito sustituyó al aumento de la competitividad industrial y
las exportaciones como principal motor de la economía de Estados Unidos,
permitiendo contener temporalmente el problema de la sobreproducción a nivel
general. Pero la pregunta es si ahora las autoridades de Estados Unidos serán
capaces de revertir el proceso cuando sus competidores impulsan sus propias políticas
de expansión exportadora. La recuperación internacional que ha cobrado fuerza
desde 1999 ofrece pocas indicaciones de que las principales economías
industriales del mundo puedan crecer coordinadamente, al menos sin el beneficio
de un déficit exterior norteamericano que alcance nuevos récords año tras año
o, con otras palabras, sin que continúe el boom del consumo interno en Estados
Unidos. De hecho, el crecimiento de las exportaciones de Estados Unidos ha
crujido ante la emergente expansión económica internacional, que ha sido
posible en buena parte gracias al aumento de las importaciones norteamericanas.
Pero su nivel de crecimiento a mediados de 2000 es un 30% superior al de las
exportaciones, lo que quiere decir que éstas tendrían que crecer tres veces más
deprisa que las importaciones para evitar que siga creciendo el déficit
comercial (que ya alcanza los 30.000 millones de dólares), es decir, un
imposible 28,5% anual. Y el déficit comercial alcanzará el 4,5 o 5% del PNB a
finales de 2000, rompiendo su propio récord actual. En la actual expansión
internacional, como en 1996-97 (y como en anteriores recuperaciones a comienzos
de los 80 y mediados de los 70), los principales competidores y socios de
Estados Unidos en Europa y Asia han dependido para su crecimiento de una tasa de
cambio muy favorable (con un euro muy bajo) y un mercado interno norteamericano
en ebullición. Si el crecimiento del PNB y el mercado interno de Estados Unidos
se frenasen significativamente, es difícil ver cómo se mantendría el estímulo
necesario para las exportaciones norteamericanas. Por el contrario, para que el
mercado mundial crezca lo suficiente para poder absorber las exportaciones de
Estados Unidos a su rápida tasa de crecimiento actual todo apunta a que sería
necesario que las importaciones y el déficit comercial de Estados Unidos
crecieran de manera desproporcionada. Por la misma razón, parece difícil que
las industrias de Estados Unidos puedan, con la tasa de cambio actual del dólar,
escapar a la presión descendente de la tasa de beneficios y ritmo de acumulación
de capital de 1998 y 1999, como consecuencia de la recesión internacional. A
mediados de 2000, los beneficios del sector industrial, antes de impuestos, no
han conseguido recuperar sus niveles de 1997, a pesar de un crecimiento de las
exportaciones de un 13%. Y ello a pesar de una explosión de consumo personal en
1999 de un insostenible 5,35% anual. No ayudó, desde luego, el hundimiento del
euro, que sin embargo fue el eje de la recuperación europea, que a su vez
sostuvo el crecimiento de las exportaciones de Estados Unidos. En última
instancia, la principal fuerza de la economía no-financiera de Estados Unidos
desde 1995, y especialmente desde 1997, ha sido su capacidad para mantener e
incluso aumentar su tasa de beneficios agregada, a pesar de la fuerte presión
negativa de la tasa de beneficios industrial. Y ello gracias a los
extraordinarios resultados de los sectores no-industriales, cuya tasa de
beneficios creció notablemente entre 1995 y 1997 y se mantuvo lo suficiente
como para compensar la caída de la tasa de beneficios del sector industrial en
1998 y 1999, permitiendo un probable incremento global para el 2000. Sobre la
base de estos resultados, la inversión en los sectores no-industriales creció
mucho más deprisa que en los industriales, especialmente a partir de 1998. Y
como consecuencia, el crecimiento de la productividad de los sectores
no-industriales, casi inexistente antes, salió de su estupor y se disparó en
los últimos dos años. Con un crecimiento de los salarios reales muy inferior,
el aumento de las inversiones y de la productividad produjo aún mayores
beneficios en estos sectores.
¿El
espectro de Japón?
La pregunta es hasta cuándo se
puede mantener esta situación. El enfebrecido crecimiento del consumo personal
supuso un enorme incentivo para nuevas inversiones en los sectores no
industriales, pero es también imprescindible para mantener sus beneficios. Y
también permitió limitar las pérdidas del sector industrial en 1997-1998. A
pesar del colapso del crecimiento de las exportaciones (de un 10% anual entre
1985 y 1997 a 0% en 1998-1999) y la caída paralela en la competitividad
industrial, el declive en la tasa de beneficios industrial fue de un 10-12%.
Gracias, en buena parte, a la explosión de consumo en bienes duraderos (un 11%
anual entre 1997 y 2000 frente al 6,5% entre 1991 y 1997). El problema, por
supuesto, es que esta explosión de consumo, que permitió el crecimiento de las
inversiones no-industriales y frenó la caída del sector industrial durante la
mitad de los 90, depende del gasto de los ahorros domésticos y un impresionante
aumento de la deuda privada. Es difícil imaginar que la deuda pueda seguir
aumentando lo suficiente como para mantener el crecimiento del consumo y éste a
su vez el crecimiento de la economía. Y ello especialmente cuando disminuirá,
si no desaparecerá el "síndrome de riqueza" producido por la burbuja
de las cotizaciones en la Bolsa. Si el valor de las acciones deja de crecer
durante un tiempo se producirá no un estancamiento sino una caída importante
(desde los 90, las acciones se han comprado con criterios especulativos,
previendo el crecimiento de su valor de cotización y no tanto sus rentas). La
economía en Estados Unidos puede encontrarse en una situación no muy diferente
de la de Japón cuando estalló su burbuja bursátil. Es decir, con una tasa de
cambio tan alta que le impida reorientarse a un modelo de crecimiento por
exportaciones y un sector industrial incapaz, por lo tanto, de dinamizar la
economía. Con una Bolsa por los suelos, arrastrando al consumo, los sectores
no-industriales se encontrarán sin el mercado interno que necesitan para
rentabilizar sus enormes inversiones. Con unos costes en dólares demasiado
altos como para aprovechar el crecimiento de la demanda internacional, mientras
su demanda interna cae, el horizonte es el estancamiento. Las empresas, sin el
apoyo colateral de su alto valor en Bolsa, encontrarán condiciones de crédito
más duras e intereses más altos para las deudas ya existentes. Si finalmente
la economía de Estados Unidos se viera obligada a aceptar una recesión
importante para ajustarse al fin de la burbuja, no está claro que pueda hacerlo
suavemente. Si el crecimiento de Estados Unidos se estancase lo suficiente como
para frenar las importaciones, el resto del mundo también se vería afectado,
con consecuencias impredecibles sobre todo en Asia, cuya recuperación en los últimos
dos años ha dependido del rápido crecimiento del mercado norteamericano. Lo
que a su vez limitaría la propia expansión del sector exportador de Estados
Unidos. Y la cosa puede no acabar ahí. Porque si el crecimiento del PNB de
Estados Unidos se frenase y su Bolsa cayera de verdad, las acciones de las
empresas norteamericanas perderían parte de su atractivo para los inversores
extranjeros. La compra especulativa de acciones y bonos en Estados Unidos por
inversores extranjeros ha crecido de manera insostenible en el último período.
Cualquier
intento de reventa haría caer la cotización del dólar y la Reserva Federal se
vería en un callejón sin salida. Por un lado, necesitaría reducir la tasa de
interés para aumentar la liquidez y sostener el crecimiento y, por otro,
necesitaría aún más elevar los intereses para sostener el dólar, atraer
inversiones extranjeras y financiar un déficit comercial sin precedentes. Pero,
¿cuánto tendrían que subir los intereses para contrapesar las presiones a la
baja sobre el dólar si los inversores extranjeros comienzan a deshacerse de sus
acciones y bonos? Un escenario así implicaría el peligro de una interacción
entre la caída de la Bolsa y del dólar, provocando una retirada llena de pánico
del capital, con consecuencias desastrosas para la economía real. Como sabemos,
eso fue precisamente lo que ocurrió en Asia del este en 1997-1998. Pero, claro,
esas cosas no le pueden pasar ni a Estados Unidos, ni a Bush.
* Artículo publicado en Viento Sur No 55, marzo 2001, Revista de la Izquierda Alternativa, Estado español, Traducción de G. Buster.