Catástrofe económica, bronca e incipiente desarrollo de la izquierda

Por Aldo Andrés Romero

En Argentina, no sólo los analistas y políticos, sino la abrumadora mayoría de la población entiende perfectamente que las elecciones del 14 de octubre constituyeron un contundente plebiscito contra el Gobierno Nacional y su política. Y sin embargo, el anterior estado de cosas sigue su curso: la catástrofe socioeconómica se agrava, el gobierno demora semanas para lanzar una enésima versión del "ajuste" y la "oposición" apenas lanza protestas entrecortadas.

Como la mayoría de la población sospechaba, las elecciones no han servido para nada: la violencia estructural de la explotación capitalista y los ajustes impuestos por el imperialismo están asegurados por una "democracia" cuyos mecanismos electorales funcionan de tal forma que no tienen la menor incidencia en las políticas impuestas por "los mercados" y el FMI, al margen de lo que voten los ciudadanos. Sin embargo, desde otro punto de vista, los resultados electorales tienen una alta significación política, porque suministran algo así como una borrosa "instantánea" de los cambios que se están operando en el estado de ánimo y la conciencia popular. El crecimiento aluvional del "voto bronca" y un pequeño pero relativamente muy significativo crecimiento de la izquierda son datos a tener en cuenta, no sólo para comprender la realidad política nacional, sino para intervenir en la crisis en curso con una perspectiva política efectivamente revolucionaria.

Las múltiples caras de la derrota del gobierno nacional

Como ya se dijo, De la Rúa fue repudiado. En la mitad de su mandato, y ante la primer compulsa electoral, la maltrecha "Alianza" oficialista perdió casi 5 millones y medio de votos, vale decir, más del 60% del respaldo que la llevara a la Casa Rosada. Los resultados revelan el desprestigio del Presidente y llevan a que el oficialismo, minoritario en ambas cámaras del Congreso Nacional, aparezca con una autoridad y legitimidad políticas severamente erosionadas a escala nacional.

La derrota del gobierno tiene un componente adicional. Porque la realidad es que los mismos candidatos de la Alianza debieron diferenciarse y criticar la derechización del Presidente y el manejo de la economía (esto fue especialmente notable en el caso de Terragno, el senador electo por la Capital Federal). Antes de que terminara el recuento de los votos, los principales autoproclamados "presidenciables" del radicalismo (Terragno y el gobernador Rozas) ya insistían en reclamar un cambio de rumbo... claro está que sin consumar una ruptura con el gobierno.

Finalmente, la hipótesis que barajara el "círculo íntimo" del Presidente, de aprovechar la previsible derrota de la Alianza para enterrarla definitivamente y pasar a sostener a De la Rúa con otra alianza abiertamente derechista (juntando a "delaruistas" con Cavallo, sectores del menemismo y otros afines) quedó abortada por el pésimo desempeño de Acción por la República (pues el partido del devaluado superministro de economía literalmente se "evaporó", perdiendo casi el 90% de sus anteriores votantes).

Peronismo, con "P" de Pirro

El Partido Justicialista se autoproclamó gran vencedor de las elecciones. Aprovecha para ello la debacle radical en la provincia de Buenos Aires, que permitió a Duhalde resurgir de las cenizas superando por amplio margen a Alfonsín... Pero la idea de que los derrotados del 99 sean los triunfadores del 2001 se choca con el hecho de que en estos dos años también el PJ perdió 1,2 millones de votos (unos 700.000 en la misma provincia de Buenos Aires). Es una "victoria" que consagra un retroceso. Y que, por lo demás, viene a destacar aún más la impotencia del peronismo.

En primer lugar, porque más allá de algunos discursos contra el "modelo", no quieren ni pueden articular un programa para enfrentar la catástrofe del país. Y a ello se suman los enfrentamientos internos en el justicialismo. Al viejo fraccionamiento entre menemistas y antimenemistas, se superponen las rivalidades de los precandidatos presidenciales: a los ya conocidos Ruckauf, De la Sota y Reuteman, después de las elecciones hay que agregar (por lo menos) a Duhalde y Kirschner, el gobernador de la patagónica provincia de Santa Cruz (que sí logró muy buenos resultados electorales).

Las tensiones entre ellos se multiplican porque chocan entre sí al momento de precisar la táctica a sostener frente a De la Rúa: entrar al gobierno, apoyarlo "desde afuera" o poner distancia dejando que "se hunda sólo"... Diferencias que obedecen a cálculos diversos acerca de las inciertas posibilidades de que el actual presidente logre completar su mandato y, más en lo inmediato, a la urgencia con que cada mandatario provincial necesita el auxilio de las arcas del Estado nacional para evitar que algún incendio social le queme las aspiraciones presidenciales.

Las desventuras del "progresismo"

Las elecciones fueron también algo una Misa de réquiem para el FREPASO, la fuerza política que con Chacho Alvarez y Fernández Meijide irrumpiera hace pocos años como expresión de un "progresismo" que aseguraba que "otro país es posible" si se demostraba moderación y capacidad de gestión "responsable". Su ciclo ascendente es conocido: rotundos éxitos electorales en la Capital Federal y luego en provincia de Buenos Aires, conformación con la UCR de la Alianza que derrotó al menemismo y, con ella, acceso al gobierno. Pero la caída fue más vertiginosa aún: en lugar de romper el tradicional bipartidismo y las viejas prácticas clientelísticas de la política criolla, fueron furgón de cola de un vulgar gobierno derechista. Agotándose en un inútil ejercicio de "realismo" político, sus principales dirigentes se hundieron en el descrédito, huyó Alvarez de la vicepresidencia y finalmente el agrupamiento estalló en múltiples fragmentos.

Paralelamente, la diputada radical Elisa Carrió, una ferviente alfonsinista que a comienzos de año se alejó del gobierno formulando estrepitosas denuncias en torno al lavado de dinero y protagonizó un fulgurante ascenso mediático que la convirtió en la figura política con los más altos índices de popularidad y respaldo. Alentada por las encuestas, apostó a reemplazar la descomposición frepasista y de la "Alianza" en general: lanzando al ruedo electoral la "Alianza por una República de Iguales", con la expectativa de disputar los primeros puestos. La Carrió practica un discurso de "centroizquierda" que suaviza el impacto de la denuncia con un sistemático llamado a que los sectores populares "mantengan la calma", proponiendo reconstruir entre todos "un capitalismo en serio". Simultáneamente y con objetivos muy parecidos se lanzó también el "Polo Social" conducido por el cura Farinello, apelando a lo "nacional y popular".

Pero ambas coaliciones obtuvieron resultados muy inferiores a los pronosticados y esperados, con lo que su debut electoral fue una frustración, que detonó crisis internas de incierto desarrollo. La principal explicación para esta doble desilusión es que tanto el ARI como el Polo Social no se mostraron como una alternativa a la altura del desafío que plantea la catástrofe nacional. La "humanización del capital" que ambos prometieron, no resultó un señuelo suficientemente creíble como para ser atractivo.

La bronca popular marcó la campaña y los resultados electorales

Lo más importante a considerar es que, en esta ocasión, no funcionaron con su tradicional eficiencia los clásicos mecanismos del "voto castigo" y de la opción electoral por el "menos malo". Aunque las razones de esta mutación seguramente son múltiples, complejas y aún contradictorias, lo fundamental reside en la profunda indignación ante la catástrofe nacional y ante el rol nefasto de las instituciones y de los políticos tradicionales (que alcanzó incluso a los recambios "progresistas", como antes señalamos).

En el contexto de un agravamiento sin precedentes de la crisis, las elecciones y los discursos de los políticos aparecieron no sólo como inútiles, sino como una verdadera y dolorosa burla. Frente a esto, se generó una espontánea y creciente tendencia a expresar de alguna forma la indignación acumulada. Cabe subrayar el carácter multitudinario y espontaneo del proceso, porque el llamado a la abstención y al voto en blanco o nulo del Partido Comunista Revolucionario y otros agrupamientos políticos y sindicales menores, apenas pudo influir sobre algunas franjas del "activismo". Y acá nos estamos refiriendo a un fenómeno de masas: la abstención, en un país donde el voto es obligatorio, trepó a más de 6 millones (vale decir, superó en un 12% al nivel de abstención considerado "natural") y poco menos de cuatro millones se definieron mediante el "voto bronca" (1,6 millones de votos en blanco y 2,2 millones "anulados"). El "voto bronca" se constituyó en la principal expresión electoral tanto en la Capital Federal como en Santa Fe, y a nivel nacional ocupó el segundo lugar, apenas por debajo de la cantidad de votos logrados por el PJ y aventajando a la Alianza-UCR.

Evidentemente, sería arbitrario presentar este gesto de rechazo y denuncia como un discurso político estructurado, pero mucho menos lícito resulta afirmar o sugerir que fue una conducta dictada por la prédica de algunos "comunicadores" de TV derechistas. La mayoría de los supuestos "formadores de opinión", y la misma Iglesia institucionalmente, insistieron machaconamente en el llamado a la participación y utilización "responsable" del voto optando por alguno de los candidatos. Los candidatos de los partidos tradicionales y del "progresismo" en bancarrota combatieron al "voto bronca" como si fuera una forma de indiferencia o deserción, y lamentablemente algo parecido hicieron algunos partidos de izquierda que, en el afán de capturar votos, olvidaron la obligación de clarificar y profundizar la crítica al régimen y sus instituciones. Los partidos de Izquierda Unida, e incluso el Partido Obrero, por ejemplo, llegaron a sumarse con carteles y volantes a la campaña contra el voto en blanco. No advirtieron que el "voto bronca" se gestó como un fenómeno aluvional, expresión confusa pero cierta de un estado de ánimo contestatario compartido, no un gesto individual "privado", sino más bien una definición colectiva que buscaba por diversos medios ser reconocido como una expresión activa de repudio.

Decíamos que no corresponde presentar este gesto de protesta como un discurso político estructurado, ni considerarlo un fenómeno homogéneo y carente de contradicciones. Por esto mismo debemos sí contextualizarlo para tratar de interpretarlo. Esto es, considerar el comportamiento popular ante las elecciones en el marco de la aguda catástrofe que vive Argentina, tras cuatro años de recesión, con una economía prácticamente en quiebra y la población sometida a una ola salvaje de despidos y de rebaja de salarios y jubilaciones. Una nación en la que comenzó y con altibajos se desarrolló a lo largo del año en curso lo que parece ser un nuevo ciclo de creciente resistencia social y luchas. Donde se dieron huelgas generales masivas (aunque privadas de continuidad y "ritualizadas" por la burocracia sindical) e irrumpieron los movimientos de piqueteros y trabajadores desocupados, como nuevos actores del conflicto social y de la recomposición del movimiento obrero y popular. Un país con síntomas de un creciente sentimiento de repulsa al imperialismo, como lo expresa el que la amplia mayoría de la población rechace la cruzada guerrera de Norteamérica y la subordinación a la misma del gobierno nacional. Por supuesto, existen sectores acomodados de la población que desencantados por el pobre desempeño de sus líderes (por ejemplo, de Cavallo) en esta oportunidad no votaron por nadie. partidos. Pero como fenómeno masivo, preanunciado por millones de discusiones en los lugares de trabajo y hogares populares durante las semanas previas, consideramos que el "voto Bronca" fue, efectivamente, la expresión electoral de un generalizado repudio que colocó en una posición defensiva y acentuó el desprestigio y retroceso de los partidos tradicionales (e incluso de candidatos reaccionarios que, como el ex-comisario Patti, anteriormente habían ganado espacio con una prédica de "mano dura").

Esta interpretación del "voto bronca" permite llamar la atención sobre algo que muchas veces las organizaciones de izquierda olvidan: la conciencia de los sectores populares no debe ser considerada mera reproducción y subordinación a la ideología y valores de la clase dominante. En este caso concreto, la tremenda repulsa manifestada hacia los políticos y las instituciones "representativas", siendo seguramente portadora de contradicciones e incoherencias, fue sobre todo una expresión de lo que Gramsci denominaba "el buen sentido" presente en las clases subalternas, que puede y debe ser reconocido (y profundizado) por los revolucionarios para enfrentar y quebrar la hegemonía político-cultural de la burguesía.

Izquierda: un progreso general

Gran parte de la izquierda permaneció antes, durante (¿y después?) del proceso electoral ciega ante ese "buen sentido" popular expresado en la no concurrencia, en el voto en blanco o en la anulación del mismo. Paradójicamente, sin embargo, el "voto bronca" debidamente interpretado ayuda también a explicar y contextualizar el incipiente pero significativo crecimiento que registró la izquierda en estas elecciones, incluyendo la conquista de algunas bancas en el parlamento nacional.

Porque existen diversas y convergentes correlaciones entre la bronca y el crecimiento de la izquierda. En primer lugar, y desde el primer minuto de la campaña, los grandes partidos y sus candidatos quedaron completamente a la defensiva. Para pedir votos, tenían que comenzar pidiendo perdón y esto, naturalmente, facilitaba la penetración de la prédica de las organizaciones de izquierda. Por otra parte, está el hecho "técnico" de que la masiva deserción de los electores de los partidos tradicionales ayudó a que, relativamente, los votos de la izquierda representaran un mayor porcentaje y por tanto las candidaturas de izquierda que lograron superar la antidemocrática barrera del "piso mínimo" del 3% del padrón pudieran conquistar algunas bancas parlamentarias. Finalmente, y esto es lo más importante, la dinámica del masivo repudio a la gimnasia electoralista de los partidos del régimen fue en gran medida la que alentó a que una minoritaria pero significativa franja popular llegase a la decisión de "votar por los partidos chicos, los que nunca estuvieron en el gobierno", a "votar por la izquierda", como se escuchara en incontables discusiones en los lugares de trabajo durante las jornadas previas al comicio.

En efecto, a nivel nacional los candidatos de izquierda obtuvieron 1.091.331 votos (1.451.047 si incluimos al Partido Humanista). Casi todos los agrupamientos de izquierda duplicaron el número real de votos con respecto a las anteriores elecciones. Izquierda Unida, el frente del Partido Comunista y el Movimiento Socialista de los Trabajadores, superó los 500.000 votos, triplicando su anterior resultado. El Partido Humanista se acercó a los 400.000, la coalición Partido Obrero-Movimiento Al Socialismo obtuvo 240.000. El resultado más notable de la izquierda fue, sin embargo, la alta votación obtenida por el ex-diputado por el MAS Luis Zamora que, impulsando el flamante movimiento Autodeterminación y Libertad, obtuvo más de 100.000 votos (y dos diputados nacionales) presentándose sólo en la Capital Federal. El Partido de los Trabajadores Socialistas superó los 100.000 (presentándose sólo en 8 distritos). Y, por último, el Partido Socialista Auténtico logró 90.000 votos. ¡En ciudad de Buenos Aires, la izquierda (considerada en su conjunto) obtuvo casi el 25% de los votos!.

Los resultados logrados por la candidatura de Zamora merecen un párrafo aparte, por cuanto siendo parte del fenómeno general de crecimiento de la izquierda, expresan también algo más, que es necesario reconocer y tomar en consideración. Lo notable de la elección realizada por Autodeterminación y Libertad no reside (solamente) en haber logrado erigirse como primera fuerza electoral de izquierda en la Capital Federal contando con recursos infinitamente menores que los de sus competidores. AyL movilizó apenas unas decenas de militantes, pegó una ínfima cantidad de carteles y distribuyó unos pocos miles de volantes, pero puso en juego el capital político que concentra Zamora. Capital político que reside en la confluencia de la imagen de luchador socialista fraguada en la rica experiencia que protagonizara como portavoz del MAS en los años 80, con la del dirigente partidario que tras alejarse del MST fue capaz de reflexionar autocríticamente sobre el sectarismo y aparatismo de las organizaciones de izquierda, y la de un ex-diputado que rechazó la jubilación de privilegio y subsistió vendiendo libros. Zamora pudo dialogar y tender un puente con la bronca popular hacia los partidos y políticos tradicionales e introdujo algunos tópicos importantes: la crítica a los criterios de representación y delegación política del régimen, la necesidad de apostar a la autodeterminación popular y el llamado a protagonizar un nuevo tipo de construcción política que rompa con el dogmatismo y sectarismo que suelen marcar la relación de las organizaciones de izquierda entre ellas y con los movimientos sociales, en el marco de una perspectiva de "confrontar con el capitalismo globalizado" y nuevas formas de socialismo. Considerando muy progresivo este proceso, no ignoramos las incógnitas y riesgos de un movimiento que, como el mismo Zamora reconoce, tiene perfiles político-programáticos difusos y cuyos primeros pasos dejaron también entrever cierta autosuficiencia y sectarismo. En definitiva, los desafíos que a partir de ahora deberán afrontar Luis Zamora y los compañeros de Autodeterminación y Libertad, son los mismos que aguardan tanto a las organizaciones de izquierda, como también a los muchos millares de activistas y militantes que, dentro o fuera de partidos de izquierda, constituyen un factor de primera importancia en el desarrollo de las luchas y el movimiento social.

Nuevos desafíos

Escapa a los propósitos de este artículo el análisis detallado de las formas y contenidos de las campañas electorales de los diversos agrupamientos de izquierda. Quiero en cambio destacar que, ahora, la nueva Cámara de Diputados contará con varios diputados de izquierda. Y algo mucho más importante aún: que la izquierda se ha mostrado en el panorama político del país con la capacidad potencial de conformar una fuerza políticosocial de masas, lo que representa un factor de inmenso valor. Valorar este progreso implica también apreciarlo con sentido de las proporciones y realismo.

En primer lugar, el crecimiento de la izquierda es apenas incipiente y está sujeto a la volatilidad de los fenómenos electorales. Múltiples experiencias, nacionales e internacionales, han mostrado que convertir la adhesión electoral en identificación consciente con una perspectiva política y fuerza organizada no es sencillo.

En segundo lugar, no es lícito perder de vista que, más allá de los ejercicios analíticos, "la izquierda" existe como múltiples discursos y organizaciones en competencia. En el "menú electoral" las opciones fueron siete u ocho organizaciones, pero la fragmentación de la izquierda en la intervención político-social cotidiana es muchísimo mayor aún.

Finalmente, es preciso asumir que estas dificultades no se resolverán con llamados a la buena voluntad y la unidad (aunque ambos ingredientes sean necesarios), sino con una paciente y sistemática actividad y discusión en varios frentes.

El primer desafío consiste en la articulación de los recursos militantes e ideológicos que la izquierda (en sus diversas vertientes) puede aportar a la resistencia, a las luchas, a las nuevas organizaciones sociales que la expresen y a la reconstitución del movimiento obrero y popular en Argentina, si actúa de manera constructiva y evitando prácticas sustitutistas y aparatistas. Obviamente, esta exigencia cabe también a los nuevos parlamentarios de izquierda.

Otro desafío urgente es progresar desde las consignas parciales y las ideas generales propuestas electoralmente (no pago de la deuda, a la formulación, desde el seno mismo del movimiento social, de un conjunto articulado de medidas aptas para enfrentar la catástrofe económico social y la crisis de gobernabilidad que se profundiza, con un programa de emergencia y una perspectiva de clase.

Y, junto con todo esto y más allá de todo esto, se deberá luchar arduamente a fin de integrar al balance de las experiencias y errores del pasado los aportes y enseñanzas de los nuevos procesos sociales y políticos nacionales e internacionales, para desarrollar teórica y prácticamente una perspectiva programática socialista revolucionaria. Una perspectiva a construir colectivamente, puesto que, como alguna vez dijera Mariátegui "No queremos ciertamente, que el socialismo sea en América Latina calco y copia. Debe ser creación heroica".

Sumario