Crónica

Nos mean y la prensa dice que llueve

Por Trabajadores de Crónica

Esa es la lógica con la que funcionan los medios de comunicación. Es la lógica con la que funciona el sistema en el que vivimos. En el capitalismo no importa lo que pasa, importa lo que nos hacen creer que pasa. Hace 85 días que en el diario Crónica esa lógica está siendo duramente cuestionada. Los trabajadores de prensa se hartaron de aceptar lo inevitable. Hace 85 días que le dicen no al ajuste necesario. No al despido de 28 compañeros. La resistencia consiguió la reincorporación de 12. No se acaba acá.

 

Hace frío, el cielo está encapotado y el río no se deja ver desde los ventanales de Crónica. Es 9 de agosto y el matutino no salió. El último diario "romántico" que queda en la Argentina, en el que todavía se respetan el Estatuto del Periodista y el Convenio Gráfico, no publicó su edición de la mañana.

La noche anterior los trabajadores de prensa reunidos en asamblea rechazaron la propuesta de Editorial Sarmiento de pagar $50 a cuenta de la quincena atrasada. A las 12 de la noche el administrador decidió que el diario no salía. Un mes y medio antes, entre el 12 y el 15 de junio, un paro de trabajadores gráficos y de prensa había impedido la salida de seis ediciones. El reclamo también era el pago de sueldos.

Una asamblea, dos asambleas, diez asambleas, cincuenta asambleas...

Cada vez que los trabajadores pretenden cobrar deben presionar. Entonces otra asamblea empuja a los delegados a pelear con la empresa por algo de dinero.

Hace años que las quincenas se pagan atrasadas. La empresa no hace los aportes previsionales, no tiene ART, nada. No terminó de pagar el aguinaldo de diciembre y ahora entró en convocatoria de acreedores. Tampoco les paga a los proveedores, ni hace mantenimiento del edificio ni de las máquinas. No hay papel, no hay tinta, no andan los teléfonos, las computadoras ni el fax. Como dice un compañero, en Crónica no te podés descomponer, no porque no hay médico sino porque no hay papel en los baños. El diario se cae a pedazos. Lo único que lo sostiene es la inquebrantable voluntad de los laburantes, que no permitimos que nos arrebaten nuestros puestos de trabajo, nuestro futuro.

Hace años que la política de la empresa es sostener la recesión y deprimir los ánimos para conseguir lo que durante mucho tiempo no dijo y ahora quiere imponer por la fuerza: bajar los sueldos. El juego es perverso y no es fácil descubrirle las reglas, porque si hay un gran triunfo del capitalismo post muro de Berlín es el haber sabido crear un sentido común que indica falsamente que no es posible vivir de otra manera.

El 9 de agosto sigue haciendo frío y una persistente llovizna sirve de marco a una escena inimaginable. A media tarde, recién cerrada la edición vespertina, el diario es invadido por un centenar de policías uniformados y cincuenta patovicas. Las puertas del edificio están cerradas y todo el perímetro vallado. Del lado de afuera están todos los que participaron de la asamblea de la noche anterior. Están todos los que dijeron basta. Ahora son despedidos, están en la calle, rodeados por otro centenar de policías, carros de asalto, un camión hidrante, un grupo de la Guardia de Infantería y otro del GEOP. Como si de matar mosquitos a cañonazos se tratara, más de 200 miembros de las fuerzas de seguridad con armas de todo calibre se enfrentaban a un grupo de trabajadores armados hasta los dientes de palabras, de indignación, de ganas y necesidad de defenderse.

La solidaridad, el compañerismo y las relaciones humanas

Todavía no era de noche y ya empezaban a llegar los del matutino. No había lugar para la sorpresa, había que hacer algo rápido. Esta vez, igual que el 14 de julio, cuando la empresa despidió 53 trabajadores, se organizó espontáneamente una cadena telefónica, se llamó a los medios y a los partidos políticos.

Pero esta vez los trabajadores no podían entrar sin enfrentarse al ejército que había dispuesto la empresa para que no se repitiera lo del 14 de julio: los compañeros subieron, hicieron una gigantesca asamblea que votó un paro y fueron a buscar a los despedidos. El 14 de julio los trabajadores ganaron porque pegaron duro, rápido y en el lugar preciso, y porque la empresa no imaginaba semejante exhibición de organización y solidaridad.

Esta era una situación nueva. Con un altísimo grado de violencia, tanta violencia que sacudía como un terremoto de realidad a cada compañero que llegaba. Y como en todos los terremotos, había lugar para la aceptación de la fatalidad, pero también para atender las voces de la duda.

A las 9 de la noche se juntan en la puerta 50 compañeros, la UTPBA, familiares, amigos, y algún diputado. La asamblea discute que los compañeros que están en el edificio paren, adentro lo aceptan y empieza el paro, que dura 7 días. El 10 de agosto se denuncia ante el Ministerio de Trabajo la situación y comienza una ronda de negociaciones que consigue una conciliación voluntaria por 30 días, en la que la empresa se compromete a desistir de la denuncia penal que había impuesto a todos los participantes de la asamblea y a ir reincorporando progresivamente al personal, según lo que se fuera decidiendo en las sucesivas reuniones con la comisión interna y el gremio. A cambio los trabajadores debíamos levantar la medida de fuerza.

Ante la realidad de los despidos, la realidad de la pelea

Entre el 9 y el 16 de agosto, la tropa adentro no trabajó y los de afuera organizaron piquetes, cortaron la calle, tocaron bombos... Se hicieron banderas, se organizó el fondo de huelga y todos los días se sumaban personas que venían a expresar su solidaridad. Tres secundarios anarquistas se hicieron cargo de organizar la comida y mantenerles la moral alta a todos los que estuvieran cerca. Los amigos, la familia, los colegas de otros medios se reunían en un colectivo antiguo que sumó su refugio contra el frío. Y pasaron las semanas. Las formas de la resistencia cambiaron, pero no sus objetivos: la reincorporación, la defensa de nuestra dignidad, el ejercicio de nuestros derechos.

La perversa afirmación de que la realidad es tan compleja que se hace inasible y por lo tanto hay que aceptarla tal cual es fue cuestionada, es cuestionada, por un grupo de compañeros conscientes que no se resignan. A la realidad brutal del avance de la patronal se le opuso la de las ganas y la ética de compañeros que se saben sujetos, que se saben un factor más –y determinante- en esta pelea. Lo que suceda o no en Crónica también depende de lo que ellos y el conjunto de los trabajadores estén dispuestos a hacer.

Porque hay muchas cosas para cambiar. Y una de ellas –y no la menos importante, por cierto- es la idea de que los que estamos de este lado somos débiles, no tenemos fuerza para enfrentarnos a la imponente maquinaria del capitalismo globalizado. Una de las armas más poderosas que tiene el enemigo es habernos convencido de nuestra indefensión. Por eso es fundamental que la pelea se dé también para demostrarnos que podemos resistir, que no somos víctimas inermes. No se trata de inmolarse ni de conseguir mártires. Se trata de animarse a ganar, animarse a reconocerse sujetos responsables de nuestra propia vida.

En cualquier situación, por terrible que sea, hay un lugar, un momento, que nos pertenece. En todas las decisiones, por presionados que estemos, hay un punto en el que podemos decir no. Y saber eso –y ejercerlo- es lo más importante. Si nos animamos a cambiar las condiciones subjetivas, si nos animamos a plantarnos frente a la realidad y jugarnos a modificarla, podemos aprovechar al máximo las condiciones objetivas, ir colándonos por los resquicios que deja el sistema y vamos acumulando fuerzas. Porque pueden derrotarnos circunstancialmente, pero no pueden quebrarnos.

La organización es la mejor defensa

Los trabajadores tenemos a nuestro alcance un arma fundamental: la organización. Pero para que nos sea útil tiene que estar realmente a nuestro servicio, y no al servicio de los aparatos. La burocracia sindical, de prensa y de gráficos, con sus diferentes tácticas, jugó en este conflicto el rol de siempre: frenar, aislar, desmovilizar, dividir y negociar a espaldas de los trabajadores. Pero no pudo obligarnos a abandonar la lucha, a resignarnos al papel de víctimas. Porque nosotros no queremos lo imposible (que los capitalistas se den cuenta de que no hay ninguna ley divina que justifique el "para ellos todo y para nosotros nada". Nosotros queremos lo posible: una sociedad en la que a cada uno le corresponda según sus necesidades y según su esfuerzo. En función de eso nos organizamos para seguir luchando.

En Crónica la pelea está abierta. No sabemos cómo va a terminar, pero sí hay una conclusión que sacamos: tenemos la obligación de organizarnos todos los que entendemos que no se termina acá. No se termina ni siquiera con la reincorporación de todos los despedidos. No se termina aunque frenemos la rebaja salarial. Porque sabemos que todos los triunfos son coyunturales hasta tanto no nos organicemos todos los que estamos de esta vereda para asestarle un golpe terrible y definitivo a los que se creen con derecho a quedarse con el fruto de nuestro trabajo, de nuestro esfuerzo, de nuestras ideas, con nuestras ilusiones y con nuestros sueños.

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