Sujetos sociales y revolución
Por Fernando Malacalza
Mar del Plata, enero de 2008
“Pero la burguesía no ha
forjado solamente las armas que han de darle muerte; ha
producido también los hombres que empuñarán esas armas:
los obreros modernos, el proletariado.” He aquí la
conclusión más importante a la que llegaban Marx y Engels
en el Manifiesto Comunista al analizar como iba
adquiriendo forma la sociedad burguesa en el siglo XIX. Esta
idea se deducía de un profundo análisis de la anatomía
del sistema capitalista y ha suscitado largos debates desde
el momento en que se formuló.
En la revista Acción en
Palabras plasmó Federico Polleri las posiciones de la
corriente Frente Popular Darío Santillán con respecto a
este tema. [Ver más abajo artículo de
Polleri]
Debatiremos con esta corriente teniendo presente que, a la
luz de los 160 años de experiencias que median entre
nosotros y la primera publicación del manifiesto en 1847,
afirmamos y reafirmamos la vigencia de las siguientes líneas,
escritas por Trotsky en 1937: “La concepción materialista
de la historia (…) ha resistido perfectamente la
verificación de los acontecimientos y los golpes de la crítica
hostil (…) Podemos afirmar con toda seguridad que en
nuestro tiempo es imposible no sólo ser un militante
revolucionario, sino tan sólo ser un observador culto de la
política, sin asimilar la interpretación materialista de
la historia.” (Trotsky, L.D., A 90 años del Manifiesto
Comunista, Ed. Crux, págs.
15 y 16)
No dudamos que se nos acusará de
dogmáticos. Pero nosotros afirmamos que es dogmática
cualquier posición que es defendida sin ser debidamente
fundamentado en el marco de la utilización de un sólido método
de análisis.
No consideramos que éste sea un
debate teórico de interés puramente académico sino que
entramos en esta polémica con la convicción de que, como
decía Lenin, “sin teoría revolucionaria no hay acción
revolucionaria”.
Las clases
En su elaboración Polleri hace
una interesante síntesis de algunas de las posiciones más
características del autonomismo. Su punto de partida es una
crítica al ya citado Manifiesto Comunista y su finalidad es
refutar a quienes defendemos la centralidad de la clase
obrera o trabajadora (más adelante se verá por qué no
hacemos una distinción entre ambas categorías,
“obrero” o “trabajador”) para la revolución
socialista. Nuestro autor se plantea, muy correctamente, la
tarea de analizar los cambios que ha sufrido el capitalismo
en su historia para entender la lucha de clases como es
actualmente y no quedarse dogmáticamente con la letra
escrita de Marx y Engels. Sin embargo, reiteramos que esta
empresa no puede llegar a buen puerto si no nos basamos en
el método utilizado por los fundadores del socialismo científico.
El primer punto en cuestión es
la afirmación presente en el Manifiesto de la creciente
polarización de la lucha de clases en la sociedad
capitalista en dos clases beligerantes: la burguesía y el
proletariado. Polleri afirma correctamente que las clases o
sectores sociales “intermedios” de origen precapitalista
han desaparecido y desaparecen constantemente por la fuerza
de los medios de producción creados por el capitalista. Las
predicciones del manifiesto en este sentido se verían
confirmadas. Sin embargo, afirma que más que alimentar las
filas del proletariado estas “clases medias” han
contribuido a que “las estructuras sociales
capitalistas” se hayan hecho “mucho más complejas”.
Esta complejización se debe a la aparición de “nuevas
capas medias (profesionales, técnicos, trabajadores de los
servicios, de la enseñanza y la salud)”. Más tarde, las
describe como “masa numerosa de sujetos que mantienen
relaciones salariales (…) pero que no encajan en las dos
clases fundamentales”. Queremos polemizar con estas
posturas pero, antes que nada, aclaramos que resulta una
dificultad criticarlas debido a las falta de criterio claro
que lleva al autor a limitar el concepto de proletariado a
la clase obrera industrial. Nos corresponderá a nosotros
entonces establecer ese criterio.
Hay una serie de formas de
definir a una clase que son igualmente ajenas al
materialismo histórico. En primer lugar, el criterio comúnmente
utilizado por los ideólogos burgueses; esto es, según el
nivel de ingresos. Si nos atenemos a esta concepción
entonces no existirían ni la burguesía ni el proletariado
sino las clases “bajas”, “medias” o “altas”, las
causas de las desigualdades no serían ya sociales sino
naturales y ya no existen explotadores ni explotados sino
individuos “exitosos” o “fracasados”. Tener siquiera
en cuenta este criterio no puede ser menos que
contraproducente. Sin embargo, Polleri pareciera ceder
cierto terreno a estas concepciones al calificar, sin más,
de clase media a los profesionales, por ejemplo.
No nos detendremos demasiado a
criticar la extrema vulgarización anarquista de la teoría
de lucha de clases que es reducir esta a la sola relación
de autoridad entre los individuos.
Según esta idea los
bolcheviques eran enemigos de clase de las masas obreras
rusas por el solo hecho de haber sido los dirigentes del
proceso revolucionario de 1917. Esta concepción lleva a los
historiadores vulgares y superficiales a oponer la toma del
poder de los Soviets a la de los bolcheviques, siendo que no
se planteó la toma del poder por los primeros hasta que
fueron mayoría en ellos los segundos.
En tercer lugar, esta muy
extendida entre los marxistas la idea de que las clases
pueden ser entendidas por el estudio de las relaciones
puramente jurídicas de estas. Los mismos Marx y Engels
dieron lugar muchas veces a esta errónea interpretación.
Según este concepto el capataz y el gerente, que en los
papeles no son dueños de la empresa sino “asalariados”,
serían obreros. Para ejemplificar esto no es necesario ir
muy lejos, veamos el caso de las cooperativas “truchas”
de los obreros del pescado en Mar del Plata. Jurídicamente,
los trabajadores del pescado son monotributistas y
supuestamente no dependen de un patrón. De esta forma, los
empresarios no se ven obligados a asegurar los aportes para
las jubilaciones o dar indemnizaciones por despido, entre
otras cosas. Jurídicamente, los trabajadores son
independientes de un patrón, en la realidad, son
superexplotados y despojados de muchas de las conquistas
históricas de los trabajadores por el empresario que
controla la “cooperativa”. Así, podemos ver hasta qué
punto es equivocado sostener el criterio de darle entidad
propia a las relaciones jurídicas, que no son más que la
expresión formal de las relaciones sociales de producción.
El criterio de análisis marxista correcto es precisamente
el estudio de estas últimas. Porque, como planteaba Marx,
para entender a una sociedad histórica particular hay que
fijarse no tanto en qué producen sino en cómo lo hacen.
Veamos que dice Marx al respecto.
En el capítulo XIV del Tomo 1 de El Capital
establece que lo que caracteriza al proletariado es que
“hace rentable al capital”. Más tarde, hay una afirmación
muy pertinente de citar para saldar esta cuestión
particular: “un maestro de escuela es un obrero productivo
si, además de moldear la cabeza de los niños, moldea su
propio trabajo para enriquecer al patrono. El hecho de que
este invierta su capital en una fábrica de enseñanza en
vez de invertirlo en una fábrica de salchichas, no altera
en lo más mínimo los términos del problema”. (Marx,
Karl, El Capital, Fondo de Cultura Económica, México,
1973, t.1, pág. 426 citado de Luna, Ramón, “Funes
el Desmemoriado” en la Revista Debates nº 3, Ed.
Antídoto, Octubre 1999). En efecto, desde la perspectiva
marxista estas “nuevas clases medias” son parte del
proletariado.
Volvamos al texto de Polleri. Con
respecto a los desocupados dice que se los “podría
colocar dentro de la clase obrera (como ‘no ocupados’)
pero este encuadramiento se desmorona cuando tenemos en
cuenta que ya está formando parte de este sector una
generación entera que nunca tuvo trabajo…”.
Evidentemente se está refiriendo al caso de la desocupación
en Argentina, pero las afirmaciones del autor hubieran sido
pertinentes hace 5 o 6 años. La realidad argentina ha
demostrado todo lo contrario a lo afirmado por el autor con
respecto a los desocupados. Efectivamente, en el momento más
álgido de la crisis y la rebelión popular se expresó una
generación que nunca había tenido trabajo. Vamos a los
hechos ¿Dónde está ahora esta generación? Entre el 2003
y el 2006 la desocupación bajó de su pico histórico de un
25% al aproximado 10% actual. Si analizamos los datos que señalan
que de los tres millones de de puestos de trabajo creados su
enorme mayoría fueron ocupados por jóvenes de entre 15 y
24 años vemos que esta
joven generación de desocupados ha pasado a formar
parte de las filas de la clase trabajadora ocupada. (Los
datos son de: Lozano, Claudio, Notas sobre la actual
etapa económica, abril 2006, www.cta.org.ar). Esto es
lo que sucedió con esta joven generación de desocupados en
Argentina. Así, podemos ver que lo único que se
“desmorona” son las ambiguas ideas del autonomismo.
Con este criterio establecido,
analicemos los siguientes datos internacionales que, si bien
son de hace más de diez años, demarcan una tendencia
mundial que se profundiza:
“Así, para el año 1996, en los Estados Unidos los
asalariados constituyen el 91,6% de la población económicamente
activa, en Alemania el 89,5%, en Suecia el 89%, en Japón el
82,1% y en España el 73,7%. Una proporción también alta
se da en muchos países semicoloniales de mayor o menor
desarrollo como muestran las siguientes estadísticas:
Argentina 70,4%, México 58%, Bolivia 52,5%, y en Asia, en
Corea del Sur 68,2%, combinándose en los tres primeros países
con un importante porcentaje de la población que trabaja
por cuenta propia”. (Datos de Chingo, Juan y Sorel, Julio,
“Las transformaciones del trabajo y la centralidad de la
clase obrera”, abril/mayo de 1999 en Estrategia
Internacional nº 11-12, www.ft-ci.org)
A partir de lo dicho, afirmamos
que, a contramano de lo sostenido por el FPDS,
la afirmación de Marx y Engels en el manifiesto de
que la sociedad capitalista tiende a simplificar la lucha de
clases en dos clases fundamentales ha sido confirmada por la
experiencia histórica.
El programa y las clases
revolucionarias
A pesar de todo lo dicho, sería
ciego negar la existencia de sectores sociales que no
pertenecen ni al proletariado ni a la burguesía, en el
marco actual de la instauración definitiva del capitalismo
a nivel mundial.
Si bien las capas pequeño
burguesas siguen existiendo, son socialmente mucho más débiles
y, en cuanto a la composición total de la población
mundial, mucho más pequeñas que en la época de Marx. Para
la época de este último la abrumadora mayoría de la
población mundial e incluso europea era rural pequeño
burguesa (campesina), lo cual se revirtió para la segunda
mitad del siglo XX. Sin embargo, este no fue motivo para Marx y Engels para dejar
de considerar al proletariado como “la única clase
verdaderamente revolucionaria”. Volveremos después sobre
este tema.
Después de plantear la necesidad
de abandonar el “dogma” de la centralidad (que no es lo
mismo que exclusividad) de la clase obrera en la Revolución
socialista, Federico Polleri plantea que todos los actores
sociales mencionados por el conformarían un sujeto social
único en la Revolución. Lo que tenemos ahora no es ya
lucha de clases, sino luchas entre el “bloque popular” y
el llamado bloque histórico. Este último estaría
conformado por “militares, intelectuales, partidos políticos
(esencialmente el PJ y la UCR, pero no solo ellos),
burocracias sindicales y estudiantiles…”. Pero lo que
nos interesa aquí es polemizar con el significado del
concepto “bloque popular”. Según lo planteado por
Polleri se deduce que no hay diferencias de intereses entre
un propietario pequeño burgués y un obrero asalariado.
Peor aún, en el artículo se plantea claramente que los
“pequeños industriales” y los “pequeños
comerciantes” (las famosísimas pymes) serían miembros
del “campo popular” junto con la clase obrera en su
enfrentamiento con el “poder económico concentrado”.
¿Hay acaso algo más explotador
que los pequeños industriales? Por su condición
desfavorable en el mercado necesitan ser más competitivos.
Y para eso no tienen otro recurso que explotar aún más
encarnizadamente que las grandes empresas a sus trabajadores
¿Son estos pequeños patrones el sujeto de la revolución?
Plantear una identificación entre los intereses de los
trabajadores y los patrones (por más pequeño que sea su
capital) no tiene otro significado más que la subordinación
del programa socialista a la reacción burguesa.
Que esta idea de “bloque
popular” adquiera influencia en el movimiento obrero
significaría la división del proletariado por mezquinos
intereses corporativos (debido a la teoría de las “nuevas
clases medias”) y dar vía libre a las ideologías
patronales en el seno de la clase (debido a la teoría de la
conformación de un sujeto social único con los pequeños
patrones), dificultando las tareas de las vanguardias
clasistas.
Por otro lado, el abandono de la
perspectiva de la clase trabajadora no puede dejar de tener
consecuencias sobre el programa. Los intereses históricos
del proletariado hacen al programa socialista. El dejar que
el proletariado sea adsorbido por “el pueblo” significa
abandonar en la práctica la concepción de la necesidad de
la socialización de los medios de producción como objetivo
primordial del régimen socialista.
Los desocupados, sin la unidad de
acción con los trabajadores ocupados, no pueden socializar
más que la miseria. Los productores de
todas las riquezas del capitalismo son los ocupados y
son, por lo tanto, los únicos que pueden socializarlas. No
nos olvidemos que Marx planteaba tempranamente en La
Ideología Alemana que la socialización de la miseria
significa la vuelta “a la vieja barbarie” y que lo que
caracteriza al capitalismo es que abre la posibilidad del
socialismo por primera vez en la Historia debido a las
riquezas por él producidas.
En cuanto a la socialización de
la pequeña propiedad, es muy ilustrativa la irresponsable y
aventurera experiencia de la colectivización forzosa
impuesta por Stalin en la URSS entre 1929 y 1934. No hubo
alianza entre el proletariado urbano y el campesinado, por
lo que no hubo ayuda técnica para el segundo por parte del
primero (más importante aún, no hubo actividad conciente y
autodeterminada de los campesinos en alianza con los
trabajadores urbanos en el proceso de estatización, sino
una colectivización que puso en manos de la burocracia las
tierras arrebatadas a los campesinos por la fuerza, por lo
que no hubo socialización alguna) y la colectivización
significó la destrucción de la mayoría del ganado ovino
(65%), vacuno (40%), porcino (55%) y los caballos (55%). A
su vez, fueron asesinadas entre 5 y 10 millones de personas,
sin contar los 3 millones de ucranianos muertos en esos años
por una política deliberada de Stalin de sometimiento por
hambre de sus sentimientos nacionales. (Hélène Carrère
d’Encausse, L’URSS de la Révolution à la morte
de Staline 1917-1953, Ed. du Seuil 1993, pág. 183.
Citado en Romero, Aldo Andrés, Después del
estalinismo, Editorial Antídoto 1995, pág. 39.)
El caso de las Revoluciones
burguesas
Volvamos un poco para atrás.
Según lo sostenido en el artículo
con el que estamos polemizando, por la sola existencia de
diversos sectores oprimidos en la sociedad capitalista no
hay necesidad de sostener la perspectiva específica de la
clase trabajadora; muy a contramano de lo sostenido por Marx
en su momento, cuando las clases no proletarias eran mucho más
numerosas e influyentes que en la actualidad. Según lo
sostenido por nuestro autor, la revolución ya no sería
proletaria sino “popular”.
Veamos. En la Revolución
francesa de 1789 se enfrentaron en bloque contra el
absolutismo y los señores feudales tanto la burguesía como
el campesinado y un incipiente proletariado urbano. La
burguesía no era el sujeto “único” de la revolución
¿Dejó por esto de ser una revolución burguesa? De ninguna
manera. La dirección revolucionaria de la burguesía fue
indispensable para imprimirle su carácter de superación
del régimen feudal a la revolución francesa y a toda otra
revolución burguesa. Un marxista no puede perder de vista
que todo programa o acción tiene un sustento material en
una perspectiva de clase.
El carácter social de la
revolución es determinante en cuanto al carácter de sus
tareas y acciones. Polleri defiende el concepto de
“Revolución Popular”, sin color de clase definido. Pues
bien, las revoluciones burguesas fueron “populares” pero
su carácter estuvo dado por la clase dirigente.
Es interesante ver que tan vieja
es esta polémica. Trotsky, en una carta a Andrés Nin del
14 de abril de 1931, discutía con Thaelmann (Secretario
General del Partido Comunista Alemán, cuando este ya estaba
subordinado a las directrices de la burocracia estalinista)
en los siguientes términos: “…toda revolución es
‘nacional’ o ‘popular’ en el sentido que agrupa en
torno a la clase revolucionaria todas las fuerzas vivas y
creadoras de la nación, y que reconstruye a ésta alrededor
de un nuevo centro (…) Para que la nación pueda
efectivamente reconstruirse alrededor de un nuevo centro de
clase debe reconstruirse ideológicamente, lo que sólo es
realizable si el proletariado, lejos de dejarse absorber por
el ‘pueblo’, por la ‘nación’, desarrolla su programa
particular de revolución proletaria y obliga a
la pequeño burguesía a elegir entre los dos regímenes. La
consigna de una revolución popular es una canción de cuna
que adormece tanto a la pequeño burguesía como a las
amplias masas obreras, las invita a resignarse a la
estructura jerárquica burguesa de ‘pueblo’ retardando
su emancipación.” (Trotsky, L.D., España revolucionaria
escritos 1930-1940, Editorial Antídoto, págs. 50 y 51)
Veamos si lo dicho es correcto o
no.
Dogmatismo y ‘libertad de crítica’
Este es el nombre del primer capítulo
del ¿Qué hacer? de Lenin. Allí se aboca a discutir con el
revisionismo, no haciendo consideraciones abstractas sino
que analizando concretamente las consecuencias políticas
del bernsteinianismo alemán y el ministerialismo francés
en la práctica. Nos parece oportuno utilizar este título
para hacer una evaluación política de las teorías
autonomistas en la práctica.
Tomemos el caso más emblemático
de las polémicas internacionales actuales, el chavismo.
Veamos que dice sobre este tema el Frente Popular Darío
Santillán:
“La definición de Chávez por
el socialismo, teniendo en cuenta la historia política de
Venezuela y la coyuntura internacional, no puede ser
considerada bajo ningún punto de vista como una apuesta
demagógica, sino como una manifestación de intenciones”.
(Gullermo Cieza, Chávez, Perón, Kirchner…, Buenos
Aires, Dialectik, 2006). Esta es una clara manifestación de
apoyo acrítico al Capitalismo de Estado venezolano.
Vamos a ser muy sintéticos en
nuestras consideraciones sobre esta posición debido a que
este debate excede los límites de este artículo (sobre
esta discusión remitimos al texto Tras las huellas del
‘socialismo nacional’ de José Luís Rojo en la
Revista Internacional Socialismo o Barbarie nº 21).
Chávez no solamente se ha
pronunciado en contra de la independencia de los sindicatos
del Estado, sino que es impulsor la persecución política
de quienes defienden es independencia, como Orlando Chirino.
Este último, tal vez el dirigente obrero más importante de
Venezuela, ha sido tildado de contrarrevolucionario por el
chavismo. Es ilustrativa la respuesta de Chávez ante
acciones huelguísticas de importancia como las de los
obreros de Sanitarios Maracay, DSD, estatales (a los cuales
les fue negada el año pasado la renovación de su Convenio
Colectivo de Trabajo, que había vencida tres años antes) y
los trabajadores de CE minerales
de Venezuela: la represión.
Así, imperceptiblemente, sin que
nos diéramos cuenta, la clase obrera no solamente ha dejado
de ser la dirección del “bloque popular” sino que ha
pasado a ser “contrarrevolucionaria” y gobiernos
burgueses como el de Chávez
son ahora “socialistas”. He aquí las
consecuencias de no mantener una intransigente perspectiva
de independencia de clase.
En estas circunstancias, lo único
que Polleri y demás autonomistas pueden endilgarnos es
mantener la “limitación teórica” de seguir sosteniendo
la perspectiva socialista.
La situación de la clase obrera
Otros argumentos esgrimidos por
Polleri son “la integración al sistema” y “el
creciente nivel de consumo” de los trabajadores.
En cuanto a la supuesta integración
al sistema de los trabajadores se dice que estos han
adquirido “amplias facultades democráticas” como la
legalización de los sindicatos. Por otro lado, plantea:
“Una combinación de progreso técnico con luchas obreras
hizo que el predominio de de la plusvalía absoluta sea
reemplazado por el de la plusvalía relativa, debido a que
aumentaba la ‘tasa de explotación’ (menos tiempo de
‘trabajo necesario y más ‘plustrabajo’). Sólo así
podemos explicar el Estado de Bienestar…” Agrega que, a
partir de la ofensiva neoliberal de los 70’, 80’ y
90’, se han ido perdiendo todas estas conquistas, una por
una.
Vamos por partes. En primer
lugar, en el artículo es olvidado un factor político
esencial para entender las conquistas alcanzadas por los
trabajadores en el siglo XX: la Revolución Rusa. En efecto,
el fantasma de la revolución proletaria se cernía sobre el
mundo con el nombre de ‘bolchevismo’ y las concesiones a
los trabajadores vinieron de la mano con la represión de
las mayores demostraciones de fuerza de la clase obrera en
su historia (las revoluciones alemanas de 1919 y 1923, la efímera
república soviética húngara, las insurrecciones de
obreros y soldados en Francia en 1918, los consejos
italianos aplastados por la bota fascista de Mussolini en
1922, la Revolución China de 1927, saboteada por la
Komintern estalinista; para la segunda posguerra, el Mayo
Francés, la Revolución boliviana de 1952 y un largo etcétera)
y las dos Guerras Mundiales. No tener en cuenta este factor
demuestra lo estrecho que es al análisis puramente nacional
de Polleri.
Por otro lado, el texto no da
cuenta en ningún momento del principal factor que llevó a
la burguesía a desmantelar el Estado de Bienestar, la caída
de la tasa de las ganancias patronales. Esta ley tendencial
del Capitalismo fue señalada tempranamente por Marx en El
Capital.
El aumento de la productividad
del trabajo señalado por Polleri es un arma de doble filo.
Con la utilización de instrumentos de producción cada vez
más sofisticadas, del monto total de capital invertido, el
capital constante (maquinarias, edificios, etc.) es cada vez
mayor en relación al capital variable (mano de obra). El
problema que se le presenta a la burguesía es que en el
proceso de producción el único productor de valor agregado
es el trabajo asalariado (esta producción de valor agregado
se da a través de la extracción de plusvalía). Así, se
hace cada vez más caro mantener la producción con las
nuevas maquinarias y la tasa da ganancia tiende a bajar.
Paradójicamente, el aumento de la productividad del trabajo
asalariado con el avance tecnológico fue tanto el motivo
principal de la instauración del Estado de Bienestar como
la de su desaparición: las conquistas de los trabajadores
con el estado interventor resultaban ahora demasiado caras
para las patronales y su respuesta a esta intolerable
situación fueron las medidas impuestas por los nuevos
gobiernos neoliberales (daba igual si estas medidas eran
impuestas por gobiernos democráticos como los de Reagen y
Tatcher o dictatoriales como los gobiernos militares
latinoamericanos). La baja de la tasa de ganancia fue el
motivo de las crisis capitalista de finales de los 60’ y
los 70’.
Nuevamente, podemos ver la
estrechez del análisis puramente nacional de Polleri cuando
afirma que la clase obrera ha alcanzado “niveles de
consumo impensables en la época de Marx” a la vez que
“consigue amplias facultades democráticas”. Los obreros
inmigrantes en países imperialistas como Estados Unidos o
Francia, la amplia masa de trabajadores chinos (sometidos
por la dictadura totalitaria y proburguesa del Partido
“Comunista”) y los trabajadores de las “maquilas”
centroamericanas no pueden jactarse precisamente de tener
amplias facultades “civiles” o grandes niveles de
consumo. Sin irnos tan lejos, que en Argentina el índice de
trabajadores en negro (que está llegando a la mitad) y el
avance de las patronales por sobre las conquistas obreras
del siglo XX sean
crecientes refuta empíricamente los argumentos de Polleri.
Por otro lado, es una necedad
dogmática pensar que es necesario que la clase obrera
llegue a niveles extremos de pobreza para ser considerada
revolucionaria. No nos olvidemos que en la Argentina, el
momento de mayor efervescencia revolucionaria de los
trabajadores fue uno en los que estos alcanzaban mayores
niveles de consumo en su historia; esto es, con el
Cordobaza, en el 69’, y el surgimiento de las
Coordinadoras Interfabriles, en los 70’. Es una
contradicción latente en el artículo de Polleri el que
sostenga como parte del nuevo sujeto social revolucionario a
las “nuevas clases medias”, por un lado, y que por el
otro el que la clase trabajadora haya “alcanzado niveles
de consumo impensables en la época de Marx” le parezca
argumento válido para entender que el proletariado ya no es
el sujeto social central en la Revolución Socialista.
El autonomismo y el
postmodernismo intentan demostrar desde hace mucho la
supuesta debilidad de la clase trabajadora como actor social
revolucionario; pero los hechos son más fuertes que sus
endebles teorías: todas sus tesis a este respecto han sido
refutadas por la realidad.
Bibliografía consultada
Karl Marx y Federico Engels,
“El Manifiesto Comunista”, Editorial Nuestra América,
Buenos Aires, Argentina.
L.D.
Trotsky, “A 90 años del Manifiesto Comunista”,
Ed. Crux.
Claudio
Lozano, “Notas sobre la actual etapa económica”,
abril 2006, www.cta.org.ar
Juan Chingo y Julio Sorel,
“Las transformaciones del trabajo y la centralidad de la
clase obrera”, en Estrategia Internacional nº 11-12,
abril/mayo de 1999, www.ft-ci.org.
L.D.
Trotsky, España
revolucionaria escritos 1930-1940, Editorial Antídoto.
José Luis Rojo,
“Tras las huellas del ‘socialismo nacional’” en la Revista
Internacional Socialismo o Barbarie nº 21, Editorial
Antídoto, diciembre 2007.
A. A. V. V.,
Revista Lucha de Clases nº 7, Ediciones IPS, Junio
2007.
Ramón Luna,
“Funes el Desmemoriado” en la Revista Debates nº 3,
Editorial Antídoto, Octubre 1999.
Aldo Andrés Romero,
Después del estalinismo, Editorial Antídoto 1995, pág. 39.
“La Guardia Nacional contra los
trabajadores”, Artículo del periódico Socialismo o Barbarie Nº
104, 14/6/07.
Clase
obrera y sujeto social en
la Revolución Argentina
Por Federico Polleri
Acción en Palabras, revista del
Frente 20 de Diciembre del Centro de Estudiantes de
Humanidades de Mar del Plata, junio-julio de 2007
Marx y Engels definen en el
manifiesto que el sujeto de la revolución llamada a
terminar con las contradicciones y las injusticias del
capitalismo es el proletariado. Que es esa clase social la
destinada a convertirse en fuerza motriz de la revolución.
Así, para cualquier marxista, en el camino en que ese
sujeto acumula fuerzas para cumplir con su misión histórica,
las tareas políticas de cada etapa terminarán por decir si
la clase necesita construir alianzas con otras clases o
capas o si esto no es necesario, pero nadie duda que para
los fundadores del materialismo dialéctico, es la clase de
los trabajadores el sujeto social de la revolución,
afirmando en el mismo ‘Manifiesto comunista’ que esta
clase es la única verdaderamente revolucionaria.
No buscaremos aquí discutir con esta idea, que consideramos
acertada en el momento que se pensó, más bien intentaremos
pensar el mismo problema que Marx y Engels pensaron a fines
del siglo XIX, en una sociedad que iba tomando forma, que
cada vez de polarizaba más entre la clase social en
ascenso, la burguesía, y su “producto más genuino y
peculiar”, el proletariado. El desafío es realizar ese
mismo ejercicio pero en nuestra época, a la luz de los
cambios que sufrió la clase obrera argentina, de los nuevos
modos de dominación que ha asumido la clase dominante y de
los aportes de Antonio Gramsci a la teoría marxista en
general y a este problema en particular.
La idea de que el sujeto social
de la revolución sería exclusivamente el proletariado se
asienta en un conjunto de argumentos de los cuales tomaremos
sólo algunos de los expuestos en el Manifiesto Comunista,
con el objetivo de contrastarlos con la situación actual en
nuestro país. Así, buscaremos polemizar con visiones que
siguen sosteniendo la exclusividad del sujeto de la revolución
en el proletariado, tal como si nada hubiese cambiado 1848
hasta nuestros días. Antes que alguien pueda acusarnos de
cometer una herejía aclararemos que con esto creemos ser
“fieles” al marxismo, aceptando una premisa planteada en
el propio Manifiesto Comunista que sostiene que “los
postulados teóricos del comunismo sólo son expresiones
generales de los hechos reales de una luche da clases
existente, de un movimiento histórico que transcurre ante
nuestra vista” (Marx y Engels: 1998). O como lo amplía
Althusser: “Sin la lucha de clases del proletariado, Marx
no habría podido adoptar el punto de vista de la explotación
clasista, ni llevar a cabo su trabajo científico. En este
trabajo científico, que aparece marcado por toda la cultura
y el genio político de Marx, ha devuelto al movimiento
obrero en forma teórica lo que tomó de él en forma política
ideológica” (Althusser, en George Rudé: 1981, 36).
Veamos, ahora sí, algunos de los
fundamentos marxistas acerca del sujeto social de la
revolución socialista.
La simplificación de la
estructura social en dos clases fundamentales
En el manifiesto comunista, Marx
y Engels plantean que la época de la burguesía (tengamos
en cuenta en el momento en que escriben esta sociedad está
en pleno ascenso y “modelación”) se caracteriza por
haber “simplificado” los antagonismos de clase. “Hoy
toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más
abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes
clases antagónicas: la burguesía y el proletariado”
(Marx y Engels: 1998). Respecto del resto de lo que llama
las “clases medias” (pequeños industriales,
comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, etc.)
plantean que estos tienden a ser absorbidos por el
proletariado. De esta forma, concluyen, “todas las clases
sociales contribuyen, pues, a nutrir las filas del
proletariado”.
Al contrario de esta previsión
hecha por Marx y Engels, las estructuras sociales del
capitalismo se han hecho mucho más complejas, y junto con
la progresiva desaparición de las viejas capas medias que
el Manifiesto Comunista predice con acierto, han aparecido
nuevas capas medias (profesionales, técnicos, trabajadores
de la enseñanza y la salud, de los servicios) muy numerosas
y activas, y dotadas de particularidades culturales que
facilitan la identificación con ellas de amplios sectores
de trabajadores. Esta “clase media” mantiene relaciones
salariales, pero lo hace con condiciones laborales y
características culturales diferenciadas de los
trabajadores tradicionales. De esta manera esa polarización
absoluta no fue tal y se fueron creando, (sin negar la
contradicción de clases fundamental entre burgueses y
proletarios) más elementos también agredidos por las políticas
del capitalismo, así como elementos que diversifican también
las acciones de la clase dominante, lo que nos enfrenta a
una realidad con más actores interviniendo en la lucha de
clases que los que podían pensarse hace un siglo.
La pauperización progresiva del
proletariado
Marx y Engels vivían en tiempos
en que predominaba la plusvalía absoluta, basada en la
extensión de la jornada laboral, la intensificación del
trabajo, la tendencia a la baja de salarios. Describe
Hosbawn la situación del trabajador en los tiempos de Marx:
“…había muchos más que,
enfrentados con una catástrofe social que no entendían,
empobrecidos, explotados, hacinados en suburbios, en donde
se mezclaban el frío y la inmundicia, o en los extensos
complejos de los pueblos industriales en pequeña escala, se
hundían en la desmoralización… Las familias empeñaban
las mantas cada semana de paga… Las ciudades y zonas
industriales crecían rápidamente, sin plan ni supervisión,
y los más elementales servicios de la vida de la ciudad no
conseguían ponerse a su paso. Faltaba casi por completo los
de limpieza en la vía pública, abastecimiento de agua,
sanidad y viviendas para la clase trabajadora. La
consecuencia más patente de este abandono urbano fue la
reaparición de enfermedades contagiosas.” (E. Hobsbawm:
1979. 361)
Una combinación de progreso técnico
con luchas obreras hizo que el predominio de la plusvalía
absoluta sea reemplazado por el de la plusvalía relativa,
en donde la masa de ganancias pudo aumentar junto con los
salarios, debido a que aumentaba la “tasa de explotación”
(menos tiempo de ‘tiempo de trabajo necesario’ y más
‘plustrabajo’). Sólo así podemos explicar el “Estado
de Bienestar” o “capitalismo distributivo”, en donde
la burguesía acepta aumentar salarios (siempre que estén
condicionados al incremento de la productividad), reconocer
ciertos derechos laborales y la posibilidad de que el
‘estado interventor’ otorgue asistencia social que atenúe
la explotación (aunque no la alienación). De esta manera,
sobre todo en estos años que podríamos situar
aproximadamente entre 1945 y 1975, la clase obrera argentina
abandonó la “miseria material”.
En esta época, la clase obrera
accede a niveles de consumo impensables en los tiempos en
que Marx reflexionaba sobre la situación del proletariado,
llegando a lograr poseer bienes materiales importantes,
cierta educación y jornadas laborales mucho menos extensas.
De todas formas, es necesario aclarar que, la ofensiva del
capital trasnacional concentrado, en las últimas décadas
ha echado por tierra con todo lo logrado por los
trabajadores durante el estado de bienestar, promoviendo un
re-disciplinamiento de
los trabajadores y una serie de reformas laborales
violentamente antiobreras, que hace retornar con el
neoliberalismo algunas características del capitalismo
original.
De todas formas aún hoy los
trabajadores cuentan con mejoras en relación con la situación
de los mismos en el momento en que ascendía la sociedad
industrial. De esta manera cuesta pensar, por ejemplo, que
la situación de
miseria de los trabajadores constituya un elemento a favor
de considerarlos como el sujeto revolucionario por
excelencia. Lo que habla de que han perdido vigencia
argumentos como el que sigue.
El proletariado no tiene nada que
perder
Contra lo que afirmaba el
Manifiesto, las mejoras en las condiciones de vida de los
trabajadores que, producto de las luchas obreras, la burguesía
terminó concediendo, hicieron que la clase dominante
contara con bases materiales para su hegemonía, montando
sobre estas una poderosa industria del consenso. De esta
forma en el capitalismo ciertamente “los ricos son cada
vez más ricos”, pero no siempre “los pobres son cada
vez más pobres”. Mientras esto pasa en el terreno
material, la clase obrera también recibe legalidad plena de
los partidos obreros reformistas y amplias facultades en los
sindicatos, como así también ciertas libertades democráticas,
etc. Todos estos mecanismos de integración económica, política
y cultural de los trabajadores al sistema, son posibles
porque el capitalismo logra (a diferencia de los anteriores
modos de producción) realizar su explotación sin la
preeminencia de medios extraeconómicos. En cada sociedad
previa al desarrollo del capitalismo “la capacidad de
extraer plusvalía de
los productores dependió en una forma u otra de la coerción
directa, ejercida por la superioridad militar, política y
jurídica de la clase explotadora” (Word; 2004). Ahora la
capacidad de explotación de las clases capitalistas no
necesitan directamente su poder político o militar. Los
capitalistas requieren del estado para construir su hegemonía,
pero sus poderes de extracción de plusvalía son puramente
económicos. Esto se sustenta en que los trabajadores
desposeídos de la propiedad de los medios de producción
están obligados a vender su fuerza de trabajo a cambio de
un salario para lograr acceder a ciertos bienes necesarios
para su subsistencia. El poder político y el económico no
están unidos de la misma forma en que lo estaban en
sociedades anteriores.
De esta forma los trabajadores
pueden ejercitar sus derechos ciudadanos sin afectar
demasiado al poder del capital en el ámbito económico.
Entonces, el tiempo ha dado a los trabajadores
elementos materiales, políticos y simbólicos para
una integración al sistema, que no hace tan clara esta
idea, que sí lo estaba en tiempos de Marx, de que no tenían
nada que perder.
A esto agreguemos que la
desocupación luego del neoliberalismo se convirtió en un
mal estructural, que actúa, además de cómo ejército de
reserva, como un factor de disciplinamiento laboral y
salarial a la baja, y que ha generado la realidad de que los
trabajadores hayan perdido y sigan perdiendo gradualmente
todas sus conquistas en la medida en que el neoliberalismo
avanza sobre nuestro país, y que y aquí está la
paradoja-esas pérdidas no sean “lo peor”, en tanto aún
tienen que perder nada más y nada menos que su condición
de explotado, es decir su trabajo. Esta realidad limita
mucho la capacidad de luche de la clase obrera ocupada.
Es así que la clase obrera fue
asumiendo distintos modos dividiéndose entre quienes se
encuentran ocupados y quienes están sin empleo, a los que
se agregan los que nunca lo tuvieron. Pero también aparece
toda esa masa numerosa de sujetos que mantiene relaciones
salariales, que son docentes, investigadores, trabajadores
de servicios, de la salud, periodistas, profesionales en
general, estudiantes, etc. que actúan también en la lucha
de clases pero que no encajan entre las dos clases
fundamentales. Algo similar sucede con la enorme masa de
desocupados, a los que se podría colocar dentro de la clase
obrera (como ‘no ocupados’), pero este encuadramiento
se desmorona cuando tenemos en cuenta que ya está
formando parte de este sector una generación que nunca tuvo
trabajo, es decir que jamás tuvo un lugar dentro de las
relaciones de producción. También entran sectores de la
pequeña burguesía, comerciantes, pequeños industriales,
productores rurales, que cada vez encuentran más
contradicción entre sus necesidades para sostenerse y las
necesidades del poder económico concentrado de realizar la
reproducción ampliada del capital.
Creemos que hay que poner en
cuestión la idea de un sujeto conformado por una sola clase
e, incorporando toda esta nueva realidad, trabajar sobre la
idea de que de este conjunto de actores agredidos por el
capitalismo deberá surgir el sujeto para la revolución
argentina.
Gramsci y los dos sistemas de
fuerza
Antonio Gramsci ya en su época
percibía que la lucha de clases en las sociedades modernas
asumía formas nuevas en que no se expresaba exclusivamente
un enfrentamiento entre las clases fundamentales sino que
esta lucha se daba como el enfrentamiento de dos sistemas de
fuerzas, uno en el poder, dirigido por la burguesía, al que
llamó bloque histórico y otro que debía formarse en torno
a la clase obrera, lo que podríamos denominar bloque
popular.
Son pocas las organizaciones de
origen marxista las que en la actualidad piensan a la lucha
de clases entre burguesía y proletariado como el
enfrentamiento entre dos sistemas de fuerzas que de de
alguna forma “rodean” a las clases fundamentales.
Generalmente la izquierda argentina opta por seguir atado a
viejos esquemas del sujeto único y, por tanto, de su
Partido de vanguardia, que ha impedido que, de una visión más
real de las formas en que lucha el pueblo en nuestro país,
surgieran enfoques vinculados a una idea de sujeto popular
integrado y, por tanto, de político-social unitario para la
revolución.
Y aquí dejamos planteado uno de
los problemas centrales de la revolución en la Argentina.
El sistema de fuerzas que dirige (o hegemoniza) la burguesía
está articulado, formando un bloque bastante sólido de
elementos que consolidan la dominación de clase. Este
bloque dominante dirige los destinos de nuestro país desde
su formación, y ha ido asumiendo diferentes formas, con
diferentes hegemonías en su interior, que lo han hecho
pasar del modelo agroexportador, al estado de bienestar, al
neoliberalismo, según se dieran las relaciones de fuerzas
en su seno y según lo requiera la resistencia popular que
sufrieran sus gobiernos. Así, militares, intelectuales,
partidos políticos (fundamentalmente la UCR y el PJ, pero
no solo ellos), burocracias sindicales y estudiantiles,
sistema educativo y universitario, la Iglesia, medios de
comunicación, Fuerzas Armadas,
etc, forman un bloque histórico que domina y dirige
la Argentina con mayor o menos resistencia según el estado
del sistema de fuerzas antagónico.
Del otro lado nos encontramos con
un sistema de fuerzas que no está siquiera formado, ni
dirigido en este caso por la clase obrera. Un campo de
fuerzas populares al cual por su heterogeneidad, división
y falta de dirección conciente le ha costado la
resistencia a las iniciativas del bloque histórico. Su
momento de mayor articulación y fortaleza fue en los 60’
y los 70’, pero no alcanzó para derrotar al bloque de
poder que terminó aplastando política y militarmente a las
fuerzas populares con el golpe del 76 y luego cultural e
ideológicamente con el menemismo y el triunfalismo
imperialista luego de la caída de la URSS.
Desde entonces hasta nuestros días
no se ha podido articular al campo de fuerzas populares en
un sólido bloque popular, en condiciones de disputar con el
enemigo de clase y sus fuerzas en todos los terrenos. Y, una
y otra vez, los saldos de acumulación alcanzados por el
campo popular y sus fragmentadas expresiones políticas se
terminaban escapando como arena entre los dedos, al tiempo
que el enemigo se recompone de su crisis. El momento más gráfico
de esta incapacidad para las fuerzas populares fue la rebelión
popular de diciembre de 2001 que encontró al pueblo
argentino sin una alternativa política propia y, por tanto,
sin poder aprovechar la oportunidad histórica que abría la
crisis orgánica del capitalismo argentino (*). Aún hoy el
problema de la constitución de un bloque popular no se ha
podido resolver.
El proyecto de desarrollo de un
poder popular para la revolución debería ser pensado como
el desarrollo, en un mismo movimiento, de un campo popular
autónomo, que en su desarrollo y formación (**) alcance la
capacidad de confrontación con el bloque dominante en todos
los niveles en que este asienta su dominación: tanto en el
plano social, liberándose de las direcciones burocráticas
funcionales, tanto en el plano político, construyendo una
fuerza política alternativa propia, como en el militar,
desarrollando atributos de de uso de la violencia política
para enfrentar el aparato represivo y militar de las clases
dominantes.
Quizás sea hora de que quienes
asumimos posiciones vinculadas a la teoría marxista
aportemos a desligar a la actividad revolucionaria de
limitaciones teóricas producto de viejos y nuevos
dogmatismos intentando pensar a los postulados teóricos del
comunismo como “expresiones generales de los hechos reales
de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico
que transcurre ante nuestra vista”.
(*) La crisis orgánica s
definida por Gramsci como el momento en que el bloque de
poder sigue siendo dominante, pero ya no dirigente. Es
Kirchner quien resuelve esta crisis orgánica devolviendo a
las clases dominantes su función de dirección.
(**) En el sentido Thompsoniano
de autoconciencia de clase a partir de la “experiencia”.
Que sería decir, en este caso, del paso, a través, de la
experiencia de lucha, de sujeto social pueblo a sujeto político
con forma de bloque popular.
Bibliografía consultada
E.J. Hobsbawm, Las
revoluciones burguesas (II), Guardarrama/Punto Omega,
Barcelona, 1979.
Karl Marx y Federico Engels, El
Manifiesto Comunista, Ediciones Cuadernos Marxistas,
Buenos Aires, Argentina.
George Rudé, Revuelta Popular
y conciencia de clase, Editorial Crítica, Grupo
Editorial Grijalbo, Barcelona, 1981.
Antonio Gramsci, Notas sobre
Maquiavelo, sobre la política y el Estado moderno,
Nuestra Visión, Buenos Aires, 2003.
Antonio Gramsci, El
materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce,
Nuestra Visión, Buenos Aires, 1996.
Patricio Echegaray, Sobre el
viraje del Partido Comunista, Ediciones El Folleto,
Buenos Aires, Argentina, 1999.
Bibliografía digitalizada
Borón, Atilio A., 1999 “El
marxismo y la filosofía política”, En Teoría y
Filosofía Política. La tradición clásica y las
nuevas fronteras (Buenos Aires: Clacso/Eudeba). Edición
en portugués: Filosofía política marxista (Sao
Paulo: Cortez Editora)
Sanchez Vazquez, Adolfo, 1998
“Filosofía, praxis y socialismo” (Buenos Aires: Tesis
Once) Selección sobre Marxismo en América Latina.
Sanchez Vazquez, Adolfo, 2003
“Marxismo y praxis”, en A tiempo y destiempo (México:
Fondo de Cultura Económica).
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