Rosa: conciencia, autodeterminación y partido
Un
problema y una tarea más que actuales
Por
Guillermo Pessoa
Colaborador
de la revista Socialismo o Barbarie
Enviado
por el autor, diciembre de 2007
Si
el proletariado no elige sus propios conductores y resguarda
celosamente su autonomía frente a ellos, está perdido. El
conductor es un mero órgano de dilucidación y ejecución
de las intuiciones y la voluntad de las masas, o deviene
inevitablemente su Judas. Por eso es que la lucha por
esclarecer el sentido de autonomía y responsabilidad de las
masas, es el primer paso indispensable hacia su liberación.
Su mayor peligro - como advirtió el jefe de la Revolución
de Octubre - es la adulación corrosiva del demagogo, que la
exalta como masa en sí, haciéndola olvidar que millares de
esclavos en la Guerra de Secesión defendieron sus cadenas y
millones de obreros fueron la Guardia Suiza de Mussolini e
Hitler. No es partiendo de la disciplina impuesta por el
Estado capitalista al proletariado - en el cuartel, en la fábrica,
etc - sino extirpando hasta la última raíz estos hábitos
de obediencia y servilismo, como la clase obrera podrá
adquirir el sentido de autodisciplina libremente consentida.
(“Rosa Luxemburgo”, Luis
Franco)
Introducción
El
epígrafe que antecede resume un poco los objetivos de este
trabajo. La reivindicación del proletariado como el sujeto
social del cambio revolucionario presupone su organización.
Ésta no es más que la expresión más acabada de su
conciencia de clase (conciencia posible en los términos
del primer Lukács) y que como tal, no ahoga, sino que por
el contrario tiende a desarrollar la autonomía y el espíritu
crítico de ese mismo sujeto. Dicha autodisciplina -
requisito insoslayable para su emancipación - no se logra
emulando la rigídez cuartelaria de la fábrica o de los
propios sindicatos burocráticos del estado burgués, sino
combatiéndola tenazmente y construyendo organismos que
expresen y desarrollen el sentido de autodeterminación
carente en aquéllos.
Intentaremos
en este artículo, desarrollar esa línea de pensamiento en
una de las grandes teóricas y militantes del socialismo
revolucionario como es Rosa Luxemburgo. Procuramemos
observar como no sin disrupciones y encauzamientos, los ejes
de organización, conciencia y autodeterminación forman una
constante en su accionar político. Poner sobre el tapete
estas cuestiones no obedece a un mero afán erudito sino a
uno de los problemas (y tareas) más importantes del momento
histórico que vivimos.
En los albores del siglo XXI
Fundamentalmente
en América Latina - aunque no sólo aquí - a partir de una
serie de rebeliones populares con un fuerte predomino de los
sectores ocupados, además de poner en cuestión los
gobiernos neoliberales clásicos de la década del noventa;
enviaron en cierta forma al cesto de los trastos viejos la
premisa que sostenía la inevitabilidad del capitalismo y su
perduración indefinida. Como toda afirmación determinista
- muchos marxistas hicieron profesión de fe de ella aunque
en sentido inverso cuando proclamaban la ineluctabilidad de
la llegada del socialismo, algo que Trotsky llamaba el fatalismo
revolucionario - olvidaba que la historia “no hace
nada” y que son los sujetos sociales los que direccionan
la realidad en uno u otro sentido. Esto permite que en la
agenda política, al menos la de cierta vanguardia, vuelva a
estar hoy presente el proyecto socialista como superación
efectiva del orden de cosas vigente.
Claro
está que una vez que se asume esto como posible e incluso
como deseable, la necesidad de la organización - y más
importante aún, qué tipo de organismo requiere dicho
proceso de transformación -, “el peso de los muertos
golpea sobre la cabeza de los vivos”. El ya citado
fatalismo revolucionario no fue otra cosa que el
revestimiento de sentido común que las burocracias que
dirigían al movimiento obrero - ya sea al frente de un
estado, como de un sindicato o de un partido - lucían para
mantener sus privilegios de casta y una estructura
organizativa que impedía todo atisbo de democracia
proletaria. Devino en su Judas como brillantemente
dice Luis Franco en la cita del comienzo. Ese lastre que -
digámoslo - también arrastró a gran parte del movimiento
troskista pese a que no había un privilegio material que
defender en su interior, hizo que se lograra asimilar
organización con burocratización. Aquélla devino lo
opuesto a la autodeterminación. Parecieron convertirse en
un par de opuestos irreconciliables.
Rastrear
en algunos textos y acciones de la revolucionaria polaca nos
permitirá comprobar que dichos problemas ya se hallaban en
parte presentes en la coyuntura histórica que le toca
protagonizar, y observar cómo dicha “tensión” entre
ambos polos de la ecuación intentó resolverla sin anular,
ni tampoco simplemente reconciliar, a los mismos. Hay en ese
legado aspectos que nos parecen conservan hoy plena
actualidad.
La bellota y la encina, la revolución
sobre una avenida tranquila
La
segunda mitad del siglo XIX - aquélla en donde la palabra
progreso se escribía con mayúscula - presenta el auge de
cierto cientificismo con fuertes incrustaciones
positivistas que emergen con fuerza en el ámbito de las
ciencias sociales y de las cuales no resultan exentas las
diversas expresiones marxistas europeas. Kautsky en Alemania
y Aquiles Loria en Italia serán no los únicos pero quizá
sí, los más claros exponentes de esa influencia. El
mundo marchaba hacia el socialismo casi como un
tranquilo pase de ballet decimonónico. Rosa es una de las
primeras en advertir el peligro de esta cosmovisión. Es
cierto también que dicha toma de conciencia no la obtuvo de
la noche a la mañana. En uno de sus trabajos más
importantes - nos referimos a “Reforma o Revolución” de
1899 - polemizando duramente contra Berstein, a la sazón
uno de los líderes más importantes de la socialdemocracia
alemana y padre de su línea política; la dirigente de
origen polaco parece también adherir a la idea de cierto tránsito
indoloro a la nueva sociedad socialista, en donde el partido
es sí su comadrona, especie de partera que puede y debe
morigerar los ritmos del alumbramiento, pero el cual de
todas maneras arribará en forma inevitable.1
Es
más, muchos socialdemócratas alemanes pensaban que con el
arribo del nuevo siglo, el socialismo llegaría envuelto en
una urna electoral y con la venia del propio estado al cual
cada vez más costaba denominar como burgués. En un texto
de 1903 mucho más matizado, y que paradojicamente se titula
Esperanzas truncadas, Rosa escribirá:
“La
visión propia de las masas en sus tareas y caminos es por
tanto una condición ineluctable de la acción socialdemócrata,
así como antes, su falta de visión era la condición de
las acciones de las clases dominantes... El único papel de
los llamados ‘líderes’ en la socialdemocracia, consiste
en aclarar a las masas su tarea histórica. La imagen, la
influencia del ‘líder’ en la socialdemocracia crece sólo
en relación a su capacidad de aclaración. Es decir, en
relación a la destrucción del fundamento de los liderazgos
que han imperado hasta la fecha, la ceguera de las masas. La
‘dictadura’ de un Bebel, es decir, su enorme presencia y
su influencia, está sólo basada en su enorme obra de
aclaración a las masas sobre su capacidad política... La
tendencia dominante del movimiento socialdemócrata, es y
será: la abolición del ‘líder’ y las masas
‘dirigidas’ en el sentido burgués, condición histórica
de toda la dominación de clase”. [2]
Aquí
aparece casi recurrentemente el término “aclarar” para
designar el rol, la función, que el partido (la
vanguardia que guía a la clase como señalaba en el opúsculo
contra el revisionismo bersteniano) tiene para con ésta, o
al menos para con su sector más dinámico: el de traducir
su accionar cotidiano - gremial - y dotarlo de una
perspectiva política. Dicho proceso de “aclaración” (y
aquí hay una observación formidable de Rosa que la aleja
de todo iluminismo y la acerca a las famosas tesis
feuerbachianas de Marx) se ve permanentemente
retroalimentado. El educador debe también ser educado
y aprender mientras enseña (“saber escuchar mientras
aclara”). Por eso el dirigente revolucionario tiende a
abolir la “dirección” en sentido burgués, que es el
modelo que comienza a despuntar en el partido alemán y en
muchas organizaciones obreras, complemento perfecto a su
visión fatalmente teleológica..
Huelga
de masas, partido y sindicatos (1906) trabajo ya de plena polémica con la
dirección del SPDA y con la experiencia fresca de la
revolución rusa de un año antes (ejemplo de fuerte
iniciativa de las masas), nos permite observar cómo -
alejada de todo vanguardismo estéril y también de un
espontaneísmo que muchas veces se le endilgó - Rosa aborda
desde otro ángulo los mismos problemas de organización y
conciencia, de los aspectos objetivos y subjetivos. Allí
dirá:
“Además,
la iniciativa y la dirección concientes tropiezan con límites
muy definidos. Durante la revolución le resulta
extremadamente difícil a cualquier organismo dirigente del
movimiento proletario calcular y prever las oportunidades y
los factores que pueden conducir a una explosión. Aquí
también la iniciativa y la dirección no consisten en
impartir órdenes según los propios deseos sino en la
adecuación más hábil a la situación dada y el contacto
lo más estrecho posible con el estado de ánimo de las
masas... Proveer de línea y dirección a la lucha; disponer
las tácticas a utilizar en cada fase y cada momento de la
lucha política de modo tal que toda la fuerza disponible
del proletariado, ya soliviantado y activo, encuentre
expresión en el plan de batalla del partido; cuidar de que
las tácticas que resuelven aplicar los socialdemócratas
sean resueltas e inteligentes y nunca caigan por debajo del
nivel exigido por la real relación de fuerzas, sino que lo
superen; ésa es la tarea más importante de la organización
dirigente en una etapa de huelga de masas. Esta dirección
se va convirtiendo, en cierta medida, en dirección técnica.
Una táctica coherente, resuelta, progresiva, por parte de
los socialdemócratas produce en las masas un sentimiento de
seguridad, confianza en sí mismas y deseos de luchar; una táctica
vacilante, débil, basada en la subestimación del
proletariado paraliza y confunde a las masas.” [3]
Y
a continuación, dejando entrever que todavía no ha roto
definitivamente con cierto optimismo mecanicista en cuanto a
cuál es la dirección del proceso histórico (no le
carguemos las tintas en relación a esto, ya veremos por qué),
esboza la que es una magnífica definición del partido
revolucionario cuando afirma:
“Los
socialdemócratas constituyen la vanguardia más esclarecida
y conciente del proletariado. No pueden ni atreverse a
esperar de manera fatalista, con los brazos cruzados, el
advenimiento de la ‘situación revolucionaria’, aquello
que, en toda movilización popular espontánea, cae de las
nubes. Por el contrario; ahora, al igual que siempre, deben
acelerar el desarrollo de los acontecimientos. Esto no puede
hacerse, empero, levantando repentinamente la ‘consigna’
de huelga de masas al azar y en cualquier momento sino, ante
todo, propagandizando antes las capas más amplias del
proletariado el advenimiento inevitable del período
revolucionario, los factores sociales internos que lo
provocan y las consecuencias políticas del mismo.” [4]
De
no menor importancia es recalcar que al plantear esto, Rosa
también está aventando una falsa discusión, aquélla de
“ganar a la vanguardia o ganar a las masas”. Atento a
ello remarcará que la línea política - como no puede ser
de otra manera - está pensada para las “amplias capas del
proletariado” pero ésta sólo se corporiza cuando su
sector más avanzado (su vanguardia) la hace suya. Es
ella la mediación inevitable que requiere el proceso. Para
que lo anterior no se asemeje a “vanguardismo” alguno,
reproduzcamos otro fragmento, contemporáneo al que ya
conocemos:
“Este
primer experimento debería ser para nuestro partido una
pauta y una advertencia de que las manifestaciones masivas
tienen su propia lógica y su psicología, con las que debe
contar, como precepto obligatorio, los políticos que
quieran dirigirlas... Y si se quiebra en la dirección del
partido la decisión de dar a las masas las consignas
necesarias, en el momento oportuno, entonces se apodera de
ellas invariablemente una cierta frustración, el ímpetu
desaparece y la acción, en sí misma, decae (...) Una
huelga de masas “prefabricada” por una simple resolución
de partido, emitida una buena mañana como un escopetazo, es
simplemente una fantasía pueril, una quimera anarquista...
Por ello la decisión de una inminente acción de masas únicamente
puede partir de la masa misma. La liberación de la clase
obrera puede ser obra únicamente de la clase obrera misma,
esta frase del Manifiesto Comunista, indicadora del camino,
tiene también validez en lo particular; también en el
interior del partido debe surgir el convencimiento y decisión
de la masa de militantes y no de la iniciativa de un puñado
de dirigentes.” [5]
Un cadáver hediondo y sus
sacudimientos
La
dialéctica partido-conciencia-autodeterminación está en
el centro del pensamiento luxemburguiano y se halla también
en el centro de nuestros problemas actuales (el Argentinazo
lo puso más que claramente en evidencia). Al no existir más
garantismos en la historia, ésta tiene que ser
producto de la acción de un sujeto transformador. En Rosa
este axioma está más que claro y ese sujeto - que no es
otro que el proletariado - debe postularse como caudillo del
cambio social y al mismo tiempo que enarbola inflexiblemente
la más absoluta independencia de clase, oficia de guía a
los otros sectores subalternos (en la Alemania de su época,
la fuerte pequeño burguesía); soldando de esa manera una
alianza bajo su dirección. Claro está que dicha conducción
política para ser efectivamente reconocida como tal, tiene
que manifestarse a través de acciones claras y decididas.
Afinando más el lápiz, decimos: mediante un programa y una
organización que lo corporice. Lo que nos lleva al tema de
la conciencia política, entendida ésta como totalidad para
huir de toda forma de corporativismo y/o economicismo
estrecho. En un texto de 1913 publicado en el periódico
partidario - y cuyo sugestivo título es “Cuestiones tácticas”
- la revolucionaria escribe:
“Es
cierto que las masas sólo pueden alcanzar el éxito si la
dirección del partido es consecuente, resuelta y de una
claridad transparente. Si cada vez que se dan dos pasos
adelante se retrocede uno las acciones de masa irán también
a ciegas. Pero cada vez que una campaña política fracasa
el responsable no son las masas desorganizadas, sino el
partido organizado y su dirección. Históricamente la
socialdemocracia está llamada a constituir la vanguardia
del proletariado; como partido de la clase obrera debe ir
delante y asumir la dirección. Pero si la socialdemocracia
se imagina que es la única llamada a escribir la historia,
que la clase no es nada, que debe ser transformada en
partido antes de poder actuar, podría ocurrir fácilmente
que la socialdemocracia jugara un papel de freno en la lucha
de clases y que llegado el momento fuera obligada a correr
detrás del movimiento, y fuera arrastrada a la batalla
decisiva contra su voluntad”. [6]
El
partido como vanguardia debe ir delante de la clase (tomar
iniciativas, estar muchos pasos adelante cuando se trata de
educar, denunciar, “aclarar”) pero sin sustituirla, sin
reemplazarla (nunca más claro para comprender esto que
cuando se lanza una consigna para la inmediata coyuntura) a
riesgo de caer en el más llano aventurerismo. Rosa vivió
dramáticamente esta disyuntiva porque veía que la dirección
socialdemócrata no llevaba a cabo ninguna de ellas: ni
educaba ni lanzaba consignas para la acción. Pero ella seguía
aún confiando que la Historia jugaba a favor de los
revolucionarios y sería ésta (Clío) quien pondría las
cosas finalmente en su lugar. La guerra del 14 fue pues una
bisagra enorme. Como afirma el ya citado Lowy, la hecatombe
bélica actualiza y pone en un nuevo marco la afirmación de
Engels socialismo o barbarie que brillantemente Rosa
enuncia en el “Folleto Junius”. El partido alemán era
ya un cadáver hediondo. Una vez más, los grandes
hechos de la lucha de clases permiten corregir y ajustar
determinadas teorías y supuestos que subyacían; además de
servir como fidedigno test para la actuación y la conducta
de las direcciones de masas o aquéllas que se postulan para
tal fin.
La
revolución rusa pese a sus menguas (algunas comprensibles
debido al contexto epocal al que le toca enfrentar, algo que
Rosa proféticamente supo ver muy bien), conforma el primer sacudimiento
a toda caracterización fatalista. Tanto de las que
afirmaban que ineluctablemente el capitalismo se
autoreformaba y que la belle epoque venía para
quedarse; como aquéllas que contrariamente (aunque con el
mismo presupuesto metodológico), sostenían que la revolución
devendría aun con la ausencia de un sujeto social que la
exprese y menos todavía por medio de organizaciones que la
materialicen: soviets, partido u otras que el propio proceso
pudiese engendrar.
Rosa
apenas salida de la prisión y tomando debida nota del
enorme cambio histórico acaecido, actúa como lo que
siempre fue, una militante revolucionaria. A los cadáveres
hediondos hay que arrojarlos al basurero de la historia
y reemplazarlos por aquéllo que la propia savia de la vida
viene reclamando: una nueva organización política. Ésta
si no desea verse obligada a correr detrás del
movimiento debía ser inflexible en algunos principios,
porque de ellos dependía también el tipo de sociedad que
iba a reemplazar a la barbarie:
“La
esencia de la sociedad socialista consiste en que las
grandes masas trabajadoras dejan de ser una masa a la que se
gobierna para vivir por sí mismas el conjunto de la vida
política y económica, dirigiéndola sobre la base de una
autodeterminación consciente y libre...”
[7]
Otro (y el mismo) cadáver hediondo
pende de nuestras cabezas
Toda
organización revolucionaria que no entienda lo anterior se
halla irremediablemente condenada al fracaso. Conducida a
repetir infinitamente los errores del pasado. Claro está
que eso puede conspirar contra la impaciencia
revolucionarista de algunos. Es por ello que necesitan
aferrarse a un catastrofismo ingenuo que sustituya los
viejos axiomas. El hilo de continuidad entre el pensamiento
y la acción de Marx, Lenin, Rosa, Trotsky, Gramsci o Mariátegui,
radica (magistralmente) en sostener que no existe partido,
presidente o comandante alguno que reemplace a la clase
obrera como sujeto efectivo de la transformación.8 Y el
sujeto debe ponerse como tal. O sea, autodeterminarse, crear
sus propios organismos y suplantarlos por otros cuando éstos
se hallen caducos, a riesgo de hacer un fetiche de los
mismos. Es una dirección política que propone un regimen
social basado en una democracia (obrera, socialista) que
paulatinamente termina con la escisión - entre otras - de
dirigentes y dirigidos.
El
partido que entienda esto, naturalmente no tendrá garantía
alguna de triunfo, pero sí sabrá que no será un cuerpo
extraño a la clase ni tampoco (y es eso, precisamente lo
que lo pone como partido, algo irrecusablemente necesario)
se mimetizará y se confundirá con lo más atrasado de
ella. Deberá propagandizar este principio porque en él se
prefigura el nuevo tipo de estado (o “semi estado” como
le gustaría definir a Lenin) que se pretende edificar. Y un
“ensayo práctico” para ello son los propios organismos
que la clase se va dando al calor del mismo proceso real y
que los sectores revolucionarios deben denodadamente
impulsar. Poco tiempo antes de ser asesinada (de paso
recordemos que los cadáveres hediondos nunca dejan
de perseguir y matar cuando lo creen necesario) en el
discurso de fundación del partido comunista alemán, Rosa
lo decía con una claridad asombrosa:
“Debemos
hacer comprender a las masas que el consejo de obreros y
soldados debe ser el eje de la maquinaria estatal, que debe
concentrar todo el poder en su seno y que debe utilizar
dichos poderes para el único inmenso propósito de realizar
la revolución socialista. Todavía los obreros organizados
para formar consejos de obreros y soldados distan mucho de
comprender esa perspectiva, y sólo minorías proletarias
aisladas comprenden las tareas que les incumben. Pero no hay
más razón para quejarse de ello, puesto que es normal. Las
masas deben aprender a ejercer el poder, ejerciendo el
poder. No hay otro camino. [Subrayados míos].
Felizmente quedaron atrás los días en que nos proponíamos
‘educar’ al proletariado en el socialismo. Parecería
que los marxistas de la escuela de Kautsky siguen viviendo
en esas épocas pasadas. Educar en el socialismo a las masas
proletarias significaba distribuir volantes y folletos,
hacer conferencias. Pero ése no es hoy el método de educar
a los proletarios. Hoy, los obreros aprenderán en la
escuela de la acción” [9]
Parafraseando
una frase célebre, digamos que el siglo XXI será el siglo
del socialismo, será la centuria de la autodeterminación
de los trabajadores en vías a un mundo sin clases ... o no
será nada. Que es la manera más sutil de decir que será
barbarie y más barbarie. Ésa es la difícil - y quizá por
ello - apasionante tarea que la clase trabajadora y todos
los militantes revolucionarios del planeta tenemos por
delante.
1:
Aquí somos en gran parte deudores del excelente artículo
de Michel Lowy “La significación metodológica de
Socialismo o Barbarie”, publicado en la SoB Nro 7.
2:
Esperanzas truncadas en El pensamiento de Rosa
Luxemburgo. Barcelona, Ediciones del Serbal, 1983, pp.
187-88
3:
Huelga de masas, partido y sindicatos en Obras
Escogidas. Buenos Aires, Ediciones Pluma, 1976, pp. 223-5
4:
Ob. Cit p. 237
5:¿Y
después qué? (1910) en El pensamiento de Rosa
Luxemburgo. Barcelona, Ediciones del Serbal, 1983, pp.
119-20
6:
Cuestiones tácticas en Ob. Cit, p. 216
7:
¿Qué quiere la Liga Espartaco? en Ob. Cit, p. 220
8:
Creemos que el pensamiento político de José Carlos Mariátegui
merece un desarrollo in extenso que quizá abordemos en otro
trabajo, ya que el mismo ha sufrido más de una tergiversación,
siendo muchas veces presentado en clave populista
tratando también de diluir el rol protagónico que el
movimiento obrero ha tenido en el mismo Perú, como asímismo
en Bolivia, Venezuela y la propia Argentina.
9:
Discurso ante el Congreso de fundación del PCA en
Obras Escogidas. Buenos Aires, Ediciones Pluma, 1976,
pp. 223-5.
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