Teoría e historia

Marx y los socialismos II

Por Guillermo Parson (*)
Para Socialismo o Barbarie, 29/04/08

La última expresión socialista que Marx analiza en el Manifiesto... es la del comunismo crítico utópico cuyos exponentes  más conocidos son los franceses Saint Simon y Fourier y el británico Robert Owen. Pero un antecedente directo de esta postura, Marx la observa en su primer estadía en París hacia 1844. Allí constata por vez primera la utilización del término comunismo.

La igualación de los salarios y la nivelación de las clases sociales al lograr lo primero es su axioma fundante. Es llamativo como posturas de comienzos del siglo XIX se reiteran casi un siglo después y en ocasiones se las utiliza para denostar al marxismo, naturalmente omitiendo que ya el autor de El Capital fustigaba con dureza dicha concepción (nos viene a la memoria la invectiva lanzada ante las cámaras de TV allá hacia 1990 de una joven Adelina Dalesio de Viola quien acusaba a los socialistas de “querer convertirnos a todos en proletarios”).

“Este comunismo, al negar por completo la personalidad del hombre, es justamente la expresión lógica de la propiedad privada que es esta negación (...) El comunismo grosero no es más que el remate de esta codicia y de esta nivelación a partir del mínimo representado. Tiene una medida determinada y limitada. Lo poco que esta superación de la propiedad privada tiene de verdadera apropiación lo prueba justamente la negación abstracta de todo el mundo de la educación y de la civilización, el regreso a la antinatural simplicidad del hombre pobre y sin necesidades, que no sólo no ha superado la propiedad privada, sino que ni siquiera ha llegado hasta ella. La comunidad es sólo una comunidad de trabajo y de la igualdad del salario que paga el capital común: la comunidad como capitalista universal (...)” [1]

Más que significativa resulta la adjetivación que le merece a Marx dicho comunismo: el de ser grosero! Se empieza a esbozar – sólo se empieza, no intentemos hacerle decir al texto cosas que éste no dice – la concepción de que el nuevo régimen social debe partir incorporando lo más adelantado de la civilización precedente. Ello incluye haber pasado por la propiedad privada y cierto desarrollo de las fuerzas productivas (algo que dirá con más claridad dos años después en La Ideología Alemana). También señala algo que puede caberle a los “socialismos reales” del siglo XX con sus estados burocráticos: la “comunidad – el estado – como una especie de capitalista universal”. Explotación y alienación entonces son componentes del mismo. Y en otra aseveración crítica para con este comunismo grosero, señala:

“Hay que evitar ante todo el hacer de nuevo de la sociedad (de este sistema propuesto) una abstracción frente al individuo.”

Más que importante señalamiento, pues si la libertad del hombre sólo podrá consumarse con los demás hombres y no en forma egoísta, aisladamente; también se corre el riesgo de que el estado ahogue la autodeterminación del hombre y lo convierta en un autómata. Como se ve Marx – mucho antes que Sartre en verdad – le “disputa” el sacrosanto término de libertad a la burguesía y el liberalismo decimonónico.

Volviendo al Manifiesto y para cerrar el mismo, Marx aborda el análisis del llamado socialismo y comunismo crítico–utópico. Tiene más de un punto en común con el comunismo grosero ya visto, con la diferencia que aquí podemos encontrar una obra más sistematizada y con cierta pretensión de cosmovisión del mundo que el primero, apenas había esbozado. A riesgo de confundirlos, no nos parece inadecuado, situarlos dentro de  coordenadas comunes.

Digamos también que las propias ideas marxianas germinan tomando parte de aquellos postulados y anulando los que creían incorrectos. Mucho de su “incorrección” obedece a condicionamientos materiales y sociales de la época en que fue creado. Lenin reconocía mucho de esto cuando afirmaba que junto a la economía política británica y la filosofía clásica alemana, era el socialismo francés una parte integrante del marxismo. Veámoslo con las propias palabras del Manifiesto:

Cierto es que los autores de estos sistemas penetran ya en el antagonismo de las clases y en la acción de los elementos disolventes que germinan en el seno de la propia sociedad gobernante. Pero no aciertan todavía a ver en el proletariado una acción histórica independiente, un movimiento político propio y peculiar... Para ellos, el curso universal de la historia que ha de advenir se cifra en la propaganda y práctica ejecución de sus planes sociales. Es cierto que en esos planes tienen la conciencia de defender primordialmente los intereses de la clase trabajadora, pero sólo porque la consideran la clase más sufrida. Es la única función en que existe el proletariado para ellos. (Negritas nuestras). [2]

Aquí se nota parte del derrotero que siguió el propio Marx: la búsqueda de un sujeto que corporice y lleve adelante la transformación social. Señalar al proletariado por “ser la clase más sufrida” es una apreciación que sostenía apenas cuatro años atrás 3. Pero ya Marx ha superado dicho estadío y refuerza un principio que observa ausente en Fourier y cia que es de levantar como bandera la acción independiente de la clase trabajadora con su propio movimiento político. Al  momento de escribir estas líneas, el conflicto entre el gobierno y los sectores del campo en la Argentina, puso nuevamente más que perentoria la necesidad de aplicar ese principio. No porque se piense que es la única clase que realizará el proceso revolucionario, pero sí aquélla que actuará como caudillo de los demás sectores subalternos, fuerza social que hay que ir gestando. Resulta pues que todo esto no figura entre los postulados de esta corriente. Sí en cambio, grandes construcciones ideológicas – algunas incluso con la experiencia práctica hecha añicos, como el de los falansterios owenistas – que brotan de la cabeza de iluminados e ilustrados diversos:

“Estas descripciones fantásticas de la sociedad del mañana brotan en una época en que el proletariado no ha alcanzado aún la madurez, en que, por tanto, se forja todavía una serie de ideas fantásticas acerca de su destino y posición, dejándose llevar por los primeros impulsos, puramente intuitivos, de transformar radicalmente la sociedad. Sin embargo en estas obras socialistas y comunistas hay ya un principio de crítica, puesto que atacan las bases todas de la sociedad existente. Por eso han contribuido enormemente a ilustrar la conciencia de la clase trabajadora... Fueron en muchos aspectos verdaderamente revolucionarios, sus discípulos forman hoy día sectas indiscutiblemente reaccionarias, que tremolan y mantienen impertérritas las viejas ideas de sus maestros frente a los nuevos derroteros históricos del proletariado. Son, pues, consecuentes cuando pugnan por mitigar la lucha de clases y por conciliar lo inconciliable... Y para levantar todos esos castillos en el aire no tienen más remedio que apelar a la filantrópica generosidad de los corazones y los bolsillos burgueses.”  (Negritas nuestras).

Todo este párrafo no tiene desperdicio. La denuncia de estos primeros socialistas forma parte importante de la elaboración teórica del proletariado moderno y el socialismo. Incluso la importancia a la problemática de género dado por Fourier supera el de muchos socialistas posteriores por tomar sólo un ejemplo. Eso lo reconoce Marx. El tema, el gran tema en verdad, es continuar con el resto de los postulados cuando la propia realidad ya los tornó caducos. La alianza entre industriales y operarios como aquí se enfatiza no es otra cosa que “intentar conciliar lo inconciliable”. Claro está que en el socialismo francés, al ignorar el origen de la plusvalía y hasta su propia existencia, dicha doctrina se podía medianamente entender sin dejar de denunciarla como utópica, precisamente.

 Salvando las enormes distancias de todo tipo, en la Argentina – y no sólo aquí – el peronismo con la idea de lograr la “armonía del capital y el trabajo” y la conformación de hecho de “un frente policlasista” son parientes lejanos de aquélla posición. Los utópicos tienen también cierta conexión moderna con algunas elucubraciones autonomistas, indigenistas (pensemos en el actual “Ministro de Planificación” de Chávez, Haiman El Troudi) y también con el resurgimiento pos crisis de comienzos del siglo XXI, de cierto “socialismo pequeñoburgués” y “romántico” en corrientes como la Aníbal Verón, con sus huertas, panaderías, “bloqueras”, etc.

En  el último Foro Social Mundial de Porto Alegre, los “intelectuales” chavistas sostenían la teoría de que no había necesidad ni beneficio en expropiar a las grandes empresas, porque se podía “rodearlas” por el flanco mediante cooperativas, miniemprendimientos, etc. En ese momento estaban impulsando decenas de miles de esas cooperativas y miniemprendimientos, que terminaron masivamente fundidos (ya sea porque el nivel de sus fuerzas productivas les impedía competir con las grandes empresas o, más sencillamente, porque sus administradores “desaparecieron” con la plata que les daba el estado para instalarlas). En la actualidad y por la experiencia descripta,  esos proyectos han quedado ampliamente desacreditados y dejados de lado por amplios sectores de la población.

Las críticas que los fundadores del materialismo histórico fueron haciendo a las posturas mencionadas nos permiten ir delineando (aclarando que “delinear” no es plantear un plan acabado y cerrado de sociedad futura) algunos principios cardinales de la concepción marxiana del socialismo. En primer lugar, la importancia del sujeto haciendo la historia, lo que lo aleja de todo determinismo fatalista tanto natural  como social. En segundo lugar, remarcar que dicho sujeto – que no es otro que la clase trabajadora – vaya conformando  sus propios organismos de poder (en vida de Marx, la  Comuna parisina fue un breve pero magnífico y aleccionador ejemplo de esto), que si bien tiene como presupuesto la expropiación de la propiedad privada; ésta para no quedarse en mero “estatismo” debe contar con la más amplia democracia obrera, desde el manejo y control de las mismas fábricas y demás unidades productivas, hasta del propio – y particular – estado que se está construyendo. En definitiva, la resolución es mucho más política que económica. Pero este último punto requiere de un mayor desarrollo y especificidad. Intentaremos abordarlo en otro artículo.


(*) Con la colaboración de Roberto Ramírez.

1.– La cita pertenece a los Manuscritos económico filosóficos en Escritos de juventud. Editorial Antídoto. Buenos Aires, 2006

2.– Todas las citas están extraídas de la edición del Manifiesto...  Colección Ciencias Sociales. Prometeo Libros. Buenos Aires, 2003

3.– Esto lo desarrollamos en otro trabajo de Comentando a los clásicos. Nos referimos a “Marx y la revolución social o total”. Revista Socialismo o Barbarie edición del 9/03/08.