En
su edición del sábado 17 de julio, el diario Página 12
publica un artículo del Secretario General de CLACSO, Emir
Sader cuyo título es “Tesis equivocadas”. Allí polemiza con
determinadas afirmaciones y propone alternativas a las
mismas.
Intentaremos
brevemente polemizar con éstas y para ello tomaremos tres
grandes bloques de problemas que el texto plantea y que están
íntimamente relacionados. Ellos son: 1) el tema del sujeto
de la transformación y el poder, 2) la caracterización del
estado y la política y por último 3) el socialismo y la
posición de la izquierda ante algunos de los gobiernos
latinoamericanos surgidos en el siglo XXI.
Uno.
Las primeras dos afirmaciones que Sader desmonta,
son aquéllas que señalan que inevitablemente esta crisis
actual conducirá al fin del capitalismo y que eso permitirá
cambiar el mundo sin tomar el poder. Las justísimas
criticas al automatismo y el horizontalismo de estirpe
hollowayano de las mismas, tienen su parte propositiva para
el autor cuando señala: “La mayor equivocación de esta
visión es considerar que un modelo, una hegemonía o un
sistema social termina sin que sea derrumbado y sustituido
por otro cuando el Sur del mundo – u otro bloque –
proponga alternativas y sea capaz de construirlas”.
La
perfecta aseveración en cuanto a que todo cambio de
cualquier tipo que éste sea, requiere de un sujeto que lo
lleve a cabo, evitando así todo determinismo naturalista o
supra histórico, se diluye ante la forma algebraica en que
aquél es presentado. Renglones más abajo, intenta una
aproximación mayor a la definición al mencionar a los
movimientos sociales bolivianos que se conformaron como
fuerza política. Igualmente todavía no ganamos en mayor
precisión. ¿Qué clase o alianza de clases conforman dicho
bloque?. Esta matriz que guarda un parentesco – creemos
que nada casual – con viejas elucubraciones populistas y
nacionalistas en nuestro continente, contrariamente a éstas
que bregaban por la colaboración de clases con la así
llamada "burguesía nacional"; Sader no plantea
esta alternativa explícitamente. Quizás porque ha corrido
mucha agua bajo el puente histórico. Autores dísímiles
como Atilio Borón o Samir Amin, por nombrar sólo dos de
los más conocidos, señalan abiertamente – munidos de un
material empírico considerable – la inexistencia de dicho
sujeto social en esta parte del mundo. Es más, un artículo
de otro integrante de CLACSO que el mismo diario publicó días
atrás, concuerda con dicha apreciación. Citamos:
“Porque
los lazos de vinculación de las burguesías “externas”
con las “internas” conforman un entramado complejo, que
deviene de las formas en que se engarzan en el mercado
mundial. (...) Salvo, podríamos decir, el más complejo
caso brasileño, las burguesías latinoamericanas no se
plantean ensayar estrategias propias y diferenciadas de
inserción en el mercado mundial. En general, se consolidan
como meras poleas de transmisión de los intereses
dominantes a escala global, sin pretensión alguna de
ensanchar sus márgenes de acción ni de liderazgo
relativamente autónomo. Su función se resume en viabilizar
la expresión del capital global en el territorio nacional,
como socios menores que, además, anhelan ser parte de ese núcleo
central que les es territorialmente negado.” (1)
Dos.
Sader pareciera decirnos que ante la ausencia de
dicho sector, sería el estado el encargado de cumplir las
tareas progresivas – nunca explicitadas con claridad –
del actual momento histórico. Dicha categoría – e
institución concreta – la de estado, es presentada
sin adjetivación alguna. Quizás por el temor a que se lo
tilde de "reduccionista", el secretario de CLACSO,
omite adherir a la concepción marxista de que éste
representa a la clase o al sector de clases dominantes.
Opinamos que todo acercamiento a una definición estatal
debe partir de allí. Que luego existe una autonomía
relativa, que nunca la burguesía gobierna directamente el
estado sino que lo hace con un personal político específico,
que economía y política como nunca antes son ámbitos
separados en el capitalismo. Todo ello es cierto, pero con
el recaudo de no perder de vista la premisa fundante. Sader
afirma: “Los gobiernos progresistas de América Latina se
están valiendo del Estado sea para regular la economía,
para inducir el crecimiento económico, para desarrollar políticas
sociales, etc (...) asocian el reimpulso al desarrollo económico
con la elevación constante del empleo formal y el aumento
del poder adquisitivo de los salarios.”
Bien.
Dejaremos para el próximo punto, desentrañar esto que el
autor – y naturalmente, no sólo él – denomina
"gobiernos progresistas". Toda aseveración debería
estar apoyada en un arsenal empírico verificable. Podemos
entender que por la extensión del artículo de marras,
Sader, no decidiera incluirlo. Pero opinamos que en verdad
eso se debe a que no podría – aun en nuestro país con el
siempre dispuesto INDEK – validar lo que afirma. La
regulación de la economía tiene muy poco que ver con las
políticas keynesianas básicas que por citar un caso, el
primer peronismo exhibió (aquí parcialmente la excepción
sería Chávez); el crecimiento económico queda desmentido
por la sola enunciación de la conformación de los PBI de
cada país en donde – aun en Brasil – la primarización
de su economía sigue siendo excluyente. Casi como en una
cruel paradoja, se escribe esto mientras la Argentina sufre
producto de una semana de frío una crisis energética
considerable y cuando no hace mucho parte de Brasil se inundó
a ojos vista luego de dos días de intensas lluvias. Las políticas
sociales no pasan del asistencialismo más crudo, el empleo
se recuperó en relación al 2001 pero con tasas de
explotación más que considerables ("las tasas
chinas") y el aumento del poder adquisitivo de los
salarios sólo está en la imaginación del secretario
general de CLACSO.
Eso
no quita que producto de un proceso de ciertas rebeliones
populares en la región (Bolivia, Ecuador y Argentina serían
sus picos más altos) el neoliberalismo crudo de la década
de los noventa, entrara en crisis material e ideológica.
Las relaciones de fuerza entre las clases variaron y la
propia crisis (defaults, crecimiento de la pobreza e
indigencia, movimientos desocupados que se organizan,
puebladas, etc) llevaron a que las timoratas burguesías
latinoamericanas y sus estados acentuarán los roces con el
amo del Norte, que pese a que Sader no lo entiende así,
cuenta con una crisis de hegemonía cierta que no lo
convierte en un tigre de papel pero tampoco con la impunidad
con la que contaba en la última década del siglo pasado.
Pero todo esto no provocó un nuevo período de acumulación
capitalista ni permitió que estas naciones abandonaran su
lugar en el sistema imperialista mundial, el de países
atrasados y dependientes.
Tres.
El último bloque de problemas amerita un pequeño
señalamiento. La izquierda – incluso antes de Marx –
contaba con diversos posicionamientos y programas que tenían
que ver con su caracterización de la realidad. Ya a
comienzos del siglo XX, una de las divisiones más
importantes – sino la más importante – es aquélla que
se da entre los que postulan la colaboración e clases y los
que bregan por la independencia de clase de los sectores
oprimidos. Más que las teorías y los libros, está toda la
experiencia histórica del pasado siglo para intentar saldar
dicha discusión. Desde China a América Latina y desde
Rusia a cualquier región africana, la misma contará con
validación empírica. Nos permitimos señalar que todo
gobierno burgués es contrarrevolucionario en relación al
proyecto de construir el socialismo como sociedad
efectivamente controlada por la clase trabajadora. Partiendo
de esa premisa, ella no impide discriminar entre gobiernos más
concesivos con las masas y otros que no lo son. "El mal
menor" o "el progresismo" contra la
"derecha más cruel y descarnada" parafraseando a
cierto sentido común "progre". Distinguir entre
ambos no debe llevar a apoyarlos políticamente – o apoyar
alguna de sus medidas, aunque es una obligación utilizar éstas
y defenderlas si son atacadas – sí, militarmente en el
caso de un intento de golpe de estado o contrarrevolución
fascista. Insistimos: no es un recetario apriorístico. Es
la estrategia que nos parece más adecuada luego de revisar
la historia de los últimos 160 años de la historia humana.
Sader
por el contrario, enarbola magníficamente la primera de las
posiciones mencionadas. Primero partiendo de un hecho no
siempre exacto: aquéllo de que la izquierda no dio cuenta
del fracaso de los socialismos reales y cómo éste influyó
en la mentalidad de los sujetos sociales. Si bien es verdad
que muchas corrientes (incluso algunas que se denominan
trotskistas) no hizo beneficio de inventario alguno sobre la
caída de los socialismos reales, muchas otras sí lo
hicieron y no permanecieron atadas a un corpus teórico/interpretativo
rígido y osificado. Y por ende, tuvo su correlato en la
praxis política desarrollada. Esto lo lleva al autor ha
pontificar en cuanto a que “(será necesaria) una larga y
profunda lucha política e ideológica, para volver a
colocar el socialismo a la orden del día”.
Pensamos
exactamente lo contrario. El socialismo como proyecto
alternativo a la actual crisis mundial no sólo que está a
la orden del día sino que es el único realmente capaz de
superar la misma, a riesgo de caer en la regresión más
profunda. Claro está que eso efectivamente, no está
actualmente en la cabeza de las masas a nivel mundial
(aunque nos hallemos mejor que hace quince años atrás en
ese aspecto) pero precisamente por ello, es tarea de los
revolucionarios (partidos, movimientos, intelectuales) hacer
propaganda de este proyecto, difundirlo. Casi como decía el
querido William Morris, la tarea no es otra que la de "Haced
socialistas". Sader no comparte este criterio.
Amigablemente diría que es producto de quien está al
margen de las formas concretas por las cuales avanza la
historia en el continente. Lo realista, lo
posible, lo único concreto es apoyar a los gobiernos
progresistas de la región como los de Brasil, Uruguay,
Bolivia y Argentina. Breve digresión: extraño progresismo
el del gobierno Lula quien es señalado por casi todo el
establisment norteamericano como el "modelo" de
gobierno a imitar en la región.
Viejos
vinos en odres nuevos. No otra cosa es la política
que nos propone Sader. La justa crítica a todo determinismo
y la reivindicación de un sujeto actuante junto a la
revalorización de la política y la toma del estado y el
poder para corporizar los proyectos; devienen en
conclusiones tan añejas, que el mismísimo Marx ya
desenmascaraba en la última parte de su Manifiesto
Comunista (el capítulo menos leído, sin duda alguna). La
demarcación de la realidad en dos campos: uno progresivo y
el otro reaccionario. La necesidad de aquellos que luchan
por una transformación de encolumnarse con el primero. El
desprecio por todo proyecto que cuestione esto bajo los
motes de "sectarios", "poco realistas y
concretos", y otros etc más. Algo que ya teorizaban
políticos de fuste como Bernstein, Plejanov, Martov y
muchos otros. La Historia que en verdad "no hace
nada", sí puede servir como campo nutricio para
develar errores, corregir estrategias y principios y evitar
no tropezar más de una vez con la misma piedra. Es la tarea
de todos los que nos reclamamos revolucionarios hacer ese
balance y obrar en consecuencia.
(*)
Guillermo
Pessoa / Corriente Internacional Socialismo o Barbarie,
julio 2010
1.–
Después de la globalización neoliberal. ¿Qué Estado en
América latina? por Mabel Thwaites Rey, Página
12, 13/7/10
Tesis
equivocadas
La
crisis actual significó el fin del neoliberalismo, de la
hegemonía norteamericana y conducirá al fin del
capitalismo.
–
La mayor equivocación de esta visión es considerar que un
modelo, una hegemonía o un sistema social termina sin que
sea derrumbado y sustituido por otro cuando el Sur del mundo
–u otro bloque– proponga alternativas y sea capaz de
construirlas. El neoliberalismo no ha terminado, se modera
con grados de apoyo estatal.
Se
puede y se debe cambiar el mundo sin tomar el poder.
–
El proyecto de transformaciones profundas de la sociedad
“por la base” sin que desemboque en la alteración de la
relaciones de poder, no conduce a ningún proceso real de
transformaciones de las sociedades latinoamericanas. Por el
contrario, los movimientos sociales –como los
bolivianos– que transformaron su fuerza social en fuerza
política son los que protagonizan procesos reales de cambio
en el mundo.
El
Estado nacional se convirtió en un elemento conservador.
–
Los gobiernos progresistas de América latina se están
valiendo del Estado sea para regular la economía, para
inducir el crecimiento económico, para desarrollar políticas
sociales, entre otras funciones. Son los gobiernos
neoliberales los que desdeñan al Estado y transforman sus
funciones en mínimas, dejando espacio abierto para el
mercado. Los procesos de integración regional y de alianzas
en el Sur del mundo tienen también a los Estados como
protagonistas indispensables.
La
política se tornó intrascendente.
–
Falsa afirmación. Los gobiernos progresistas de América
latina rescataron el papel de la política y del Estado. Si
no hubieran hecho eso, no podrían reaccionar como lo hacen
ante la crisis.
En
nuestras sociedades hay millones de “inaptos para el
empleo”.
–
Esta afirmación, originalmente de Fernando Henrique Cardoso,
buscaba justificaciones para los gobiernos oligárquicos:
que gobernarán siempre sólo para una parte de la sociedad,
excluyendo a los más pobres, ahora bajo el pretexto de un
supuesto “desempleo tecnológico” que prescindiría de
gran parte de los trabajadores. Los gobiernos progresistas
asocian el reimpulso al desarrollo económico con la elevación
constante del empleo formal y el aumento del poder
adquisitivo de los salarios.
Los
movimientos sociales deberían mantener su autonomía con
relación a la política.
–
Los movimientos sociales que obedezcan a esa visión
abandonarán la lucha por la construcción de hegemonías
alternativas, aislándose, cuando no desapareciendo de la
escena política, cuando se pasa de la fase de resistencia a
la de construcción de alternativas. Hay que recordar que
movimientos como los indígenas de Bolivia formaron un
partido –el MAS–, lucharon y eligieron a su principal líder
como presidente de la República. En otros países, los
movimientos sociales participan en bloques de fuerzas de
apoyo a los gobiernos progresistas manteniendo su autonomía,
pero participando directamente en la lucha por la construcción
de una nueva hegemonía política.
Sólo
se sale del neoliberalismo a través del socialismo.
–
Hay quienes afirman que como el capitalismo ha llegado a su
límite con el modelo neoliberal –sea por la
mercantilización general de las sociedades, sea por la
hegemonía del capital financiero–, sólo se saldría de
él con el socialismo. No se tienen en cuenta las
regresiones en los factores de la construcción del
socialismo, del Estado, de la política, de las soluciones
colectivas, del mundo del trabajo, entre otros. Las
transformaciones introducidas por el neoliberalismo –entre
ellas, la fragmentación social y el “modo de vida
norteamericano” como forma dominante de sociabilidad–
representan obstáculos que sólo podrán ser vencidos en
una larga y profunda lucha política e ideológica, para
volver a colocar el socialismo a la orden del día.
La
alternativa a los gobiernos de Brasil, Argentina, Uruguay y
Paraguay sólo está a la izquierda y no a la derecha.
–
El fracaso de los intentos de construcción de alternativas
radicales a la izquierda de esos gobiernos confirma que la
polarización política se da entre los gobiernos
progresistas y las fuerzas de derecha. Esta situación ha
llevado a que frecuentemente sectores situados a la
izquierda de esos gobiernos tengan objetiva e incluso
conscientemente que aliarse con el bloque de derecha,
terminando por definirse sin equidistancia de ambos bloques,
viendo al bloque progresista como enemigo fundamental.
Los
actuales procesos de integración son de naturaleza
capitalista.
–
Esa visión descalifica todos los procesos de integración
regional, porque no se realizarían mediante una ruptura con
el mercado capitalista internacional, porque representarían
integraciones en el marco de sociedades capitalistas. Se
incluirían no sólo Brasil, Uruguay, Paraguay y Argentina,
sino también Venezuela, Perú, Bolivia, Ecuador. Se deja de
comprender la importancia de la creación de espacios de
intercambio alternativos a los tratados de libre comercio.
No se entiende la importancia de la lucha por un mundo
multipolar, debilitando la unipolaridad imperial
norteamericana. No se entiende cómo el ALBA promueve formas
de intercambio alternativas al mercado, a las reglas de la
OMC, en la dirección de lo que se llama “comercio
justo”, solidario, de complementariedad y no de
competencia.
Existe
una izquierda buena y una izquierda mala.
–
Quien sostenga esta posición quiere dividir a la izquierda,
intenta cooptar a sus sectores más moderados y aislar a los
más radicales. La izquierda es antineoliberal y no está a
favor de los TLC, privilegia las políticas sociales y
rechaza los ajustes fiscales con los matices que tiene cada
uno de los gobiernos progresistas.
El
período actual es de retroceso en América latina.
–
Algunos sectores, con criterios desvinculados de la realidad
concreta, difunden visiones pesimistas, desalentadoras, de
América latina. A veces usan el criterio de la posición
que ocupan los movimientos sociales en cada país con relación
a la constitución de los gobiernos para definir si hay
avances o no, en vez de definir la naturaleza de esos
movimientos en función de la posición que tienen en relación
con esos gobiernos. Subordinan lo social a lo político, sin
darse cuenta de los extraordinarios avances del continente,
mayores si se comparan con la década anterior y con el
marco internacional profundamente marcado por el predominio
conservador. Es un pesimismo producto del aislamiento
social, de quien está al margen de las formas concretas por
las cuales avanza la historia en el continente.
En
elecciones como la uruguaya, brasileña y argentina, para la
izquierda da lo mismo quién gane.
–
Se dice eso como si la victoria de Lacalle o de Mujica
representaran la misma cosa, o como si el retorno de los
“tucanes” o la victoria de Dilma Yousseff tuviera el
mismo sentido, como si la sustitución de los Kirchner por
Duhalde, Reutemann, Cobos o algún otro prócer de la
derecha argentina significaran lo mismo para el país.
Consideran que se trataría de “contradicciones
interburguesas”, sin mayor incidencia, desconociendo el
alineamiento de las principales fuerzas políticas y
sociales de cada uno de los dos campos, pero sobre todo las
posiciones de profundización y extensión de los procesos
de integración regional o de los TLC, de prioridad de las
políticas sociales o de ajuste fiscal, del papel del
Estado, de la actitud con relación a las luchas sociales,
al monopolio de los medios privados, al capital financiero
entre otros temas, que diferencian claramente a los dos
campos.
El
nacionalismo latinoamericano contemporáneo es de carácter
burgués.
–
Desde que comenzaron a resurgir ideologías nacionalistas en
América latina con Hugo Chávez, hubo gente que se apresuró
a compararlo con Perón, a descalificarlo como
“nacionalismo burgués” o simplemente como nacionalismo
que nada tenía que ver con la lucha anticapitalista, etcétera.
Usaron aquí también clichés sin hacer análisis concretos
de las situaciones concretas. El nacionalismo de gobiernos
como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador –que recuperan
para el país los recursos naturales fundamentales de que
disponen– es parte integrante de la plataforma
antineoliberal y anticapitalista de esos países. Cada fenómeno
adquiere naturaleza distinta, según el contexto en que está
inserta cada reivindicación, conforme cada gobierno asume
un carácter diferente. En el caso del actual nacionalismo,
en América latina está promoviendo, además de lo
anterior, procesos de integración regional que le dan un
carácter no sólo nacional sino latinoamericanista.
(*)
Secretario general de Clacso.