El
chavismo se interroga por la alta abstención de sus
seguidores
“Que
este coñazo nos sirva de lección”
Por
Santiago O’Donnell, desde Caracas
Página/12, 05/12/07
El
triunfo del No desató internas en el gobierno venezolano y
en las milicias chavistas. La mayoría de las acusaciones se
dirigieron a los gobernadores y alcaldes, que hubieran
perdido poder y presupuesto si se aprobaba la reforma.
El
chavismo vivió ayer una de sus jornadas más difíciles
desde que asumió el poder hace nueve años. Ministros,
alcaldes, gobernadores y asesores varios apagaron sus
celulares y se encerraron en reuniones para tratar de
entender por qué habían perdido el referéndum para
reformar la Constitución. No bien Chávez se había asumido
como el padre de la derrota minutos después de conocerse
los resultados de los comicios del domingo, empezó la búsqueda
de los hijos de la derrota, los que no estuvieron a la
altura de las circunstancias. La mayoría de las acusaciones
se dirigieron a los gobernadores y alcaldes chavistas, que
hubieran perdido poder y presupuesto si se aprobaba la
reforma. Otros le apuntaron a la interna entre los dos
alcaldes chavistas que tiene Caracas, Freddy Bernal y Jaun
Barreto, que desde hace tiempo mantienen un enfrentamiento
que muchas veces se dirime a los tiros y que, según sus críticos,
no les dejó tiempo para gestionar bien o hacer campaña a
favor del referéndum.
El sí
perdió en Caracas. Y en el vecino municipio de Sucre, otra
tanda de críticas recayó sobre el alcalde José Rangel
(“deja pasar, deja hacer”, dijo un prominente chavista),
hijo del ex vicepresidente José Vicente, a quien muchos le
endilgan ambiciones de suceder al líder bolivariano. Otros
que “no jugaron”, según los corrillos chavistas, fueron
la ministra de Industria liviana, Marina Cristina Iglesias;
el ex vicecanciller Vladimir Villegas, el ex viceministro de
Planificación Roland Boulton, y el secretario de Seguridad
Ciudadana de la alcaldía metropolitana Morales Rossi. También
pidieron la cabeza de la cúpula de las fuerzas de
seguridad, por no haber sabido frenar la ola de inseguridad
que tanto daño hizo en las encuestas y de los responsables
del área económica por no haber podido solucionar el
desabastecimiento de leche. Hasta la presidenta del Tribunal
Superior de Justicia puesta por el gobierno fue sorprendida
en una foto de dudosa autenticidad publicada por el diario
opositor El Nacional, cuando colocaba en la urna una boleta
del No.
Tampoco
faltaron críticas para el vicepresidente Jorge Rodríguez y
su equipo, que se encargó de la campaña. Se le critica
haber esperado hasta la última semana para desplegar el
cotillón electoral. Hasta las milicias chavistas se
acusaron mutuamente de no haber colaborado lo suficiente, lo
cual se tradujo en algunas escaramuzas armadas de madrugada
en los barrios populares entre los motoqueros de los
distintos bandos, que no fueron informados a los medios de
comunicación.
La
lista es tan larga como la profunda decepción entre los
impulsores de la revolución bolivariana, mucho más cuando
se dieron cuenta de que no habían perdido porque creció el
caudal de votos de la oposición, sino por que tres millones
de electores que habían votado por la reelección de Chávez
hace un año prefirieron quedarse en sus casas.
Si bien
las principales figuras se llamaron a silencio o a lo sumo
filtraron algún off the record, no fue difícil medir el
profundo grado de decepción y desconcierto que se apoderó
de los seguidores de Chávez por el fracasado intento de
imponer en Venezuela una Constitución socialista.
Bastó
con acercarse a la céntrica plaza Bolívar, para muchos el
corazón del chavismo, donde debajo de una carpa roja con imágenes
de Chávez, Bolívar y el Che y un cartel que decía
“esquina popular” al menos cuarenta personas de distinto
sexo y edad discutían a los gritos, todos contra todos. En
medio de la cacofonía era imposible entender nada, pero era
claro que todos hablaban de la derrota electoral y sus
consecuencias.
“Lo
que vamos a hacer es organizar las bases. En el pueblo vamos
a visitar a todos los comandos departamentales para ver quién
no votó y cuáles fueron las razones. Después se hará la
limpieza necesaria y después haremos una reunión en la
plaza Bolívar para empezar a juntar las 25.000 firmas para
llegar otra vez al referéndum”, dijo Oscar Barodat,
jubilado de 70, mientras tomaba un respiro antes de
sumergirse otra vez en la turba para seguir discutiendo. A
metro de allí, en la otra punta de la plaza, un mendigo que
se parecía a Evo Morales pero con varios días sin bañarse
pintaba prolijamente con pintura roja un cartel que decía
en letra de imprenta:
“Bolivarianos
Los más
democráticos del mundo
Ni
dictador
Ni rey
Chávez
el más democrático del mundo”
Después
de pedir una credencial “porque los servicios de
inteligencia están en todas partes” y antes de solicitar
y obtener una módica “contribución revolucionaria”. Víctor
Sauñé, 37 años, “perseguido político en el Perú por
hacer la revolución”, explicó las razones que lo
movieron a pintar el cartel. “Con este referéndum el que
ha ganado ha sido el gobierno. Ha desactivado el pretexto
para invadir a Venezuela y la idea de que Chávez es un
sediento de poder, y la campaña multimillonaria que han
financiado los países capitalistas como España y Estados
Unidos se ha ido al tacho de basura.”
A dos
cuadras de la plaza Bolívar, pasando el edificio modernista
del Ministerio para las Relaciones Exteriores del Poder
Popular, está la llamada plaza Lina Ron. Allí tiene su
comando de campaña la militante chavista más famosa de
Venezuela. Ayer el comando estaba cerrado y Lina Ron no
estaba. Un grupo de jubilados jugaba al dominó en las mesas
de cemento, entre murales del Che Guevara, mientras una
troupe de teatro callejero hacía su representación en la
puerta de una iglesia: un diablo con cuernos y cola, vestido
y pintado de rojo, era echado del templo por “el pueblo
venezolano” representado por un campesino que lucía en su
cuello un pañuelo con los colores de la bandera venezolana.
A tres
cuadras de la plaza Lina Ron está la casa de Ron, un
modesto ph al que se accede subiendo una escalera oscura, si
el militante de guardia franquea el paso. Lina Ron tampoco
estaba ahí, pero enfrente, bajo una sombrilla, alquilaban
celulares para hacer llamadas y el militante de guardia
facilitó el contacto. Ron estaba reunida con el
vicepresidente Jorge Rodríguez, dijo su secretario al
atender el teléfono, que espere un poquito, que ya van para
allá.
No
pasaron más de cinco minutos. Lina Ron llegó zumbando.
Viajaba en el asiento de atrás de una moto conducida por un
patovica de anteojos negros, encabezando un escuadrón de
otros 30 militantes, algunos con handies, otros con las
puntas de pistolas nueve milímetros apenas sobresaliendo
debajo de sus remeras negras. Lina Ron, ojos intensos,
cuerpo fornido, rulos platinados, campera de camuflaje
abierta, musculosa de camuflaje por debajo, pantalones
militares y borceguíes, mezcla de Pepita la Pistolera con
Lilita Carrió. Los vendedora de llamadas festejó con
suspiros y saltitos.
“¡Mire,
mire, ahí viene la Lina!”
La
gente se acercó. Los vendedores ambulantes también.
“Reparte chicles”, dijo Lina Ron a un buhonero, como les
dicen acá, y repartió las cajitas de dos chiclets entre
los revolucionarios. Arriba, en la terraza de Lina Ron, hay
una carpa roja grande como un quincho, una mesa, tres sillas
y un poster gigante de Chávez en la pared. Allí opera Ron
entre dos gallinas que se pasean por el piso, con su
secretario que viaja con ella a todas partes y su secretaria
que se queda en la casa todo el tiempo. Entre los tres
manejan cuatro celulares al mismo tiempo que no paran de
recibir llamadas de ministros, periodistas y militantes
enfermos o a punto de parir. Todo se hace con eficiencia
quirúrgica. Lina Ron da instrucciones cortas, rápidas,
precisas. Después se relaja.
En un
largo café con muchos cigarrillos, dos días después de
encabezar la manifestación de dos mil personas que se reunió
frente al palacio de Miraflores, Lina Ron hizo lo que el
resto de la primera línea evitó, pese al persistente
requerimiento de los medios locales e internacionales. Habló
de la derrota.
Lina
Ron está enojada. “Fuimos traicionados por una cantidad
de elementos, gente que ha tenido distintos cargos en el
gobierno, alcaldes, gobernadores, ministros, miembros del
Tribunal Superior de Justicia que le dieron la espalda al
comandante, pero él se va a ocupar de eso y va a tumbar la
conspiración de esos mal llamados izquierdistas, más bien
son izquierdosos, que comieron de la mano de Chávez y ahora
dice que el chavismo está agotado y que ellos son los que
tienen que dirigir la revolución. Pero el pueblo no los
eligió.”
Mientras
recibe datos, números e informaciones de los celulares y
los garabatea en un anotador, Ron cuenta que en el último año
estuvo muy poco en Caracas porque Chávez le pidió que
organizara el partido único en cuatro estados del interior
y que durante ese tiempo la organización del movimiento
popular sucumbió a las rencillas internas. “Ganamos en
tres de los cuatro estados que fui a organizar, así que yo
hice mi parte. Yo le dedico 24 horas a la revolución. Pero
hubo otros que no hicieron su parte.”
Ron
culpa a los ultrachavistas tupamaros de haber jugado para el
alcalde Barreto y no haber sacado el voto en el barrio 23 de
enero. Según Ron, por el malestar generado, el portavoz de
los Tupamaros, Osvaldo Canica, había sido baleado
veinticuatro horas después de hablar con Página/12 en el día
de la votación. “Dicen que fui yo, pero no tengo nada que
ver”, dijo Ron, encogiendo los hombros.
Ron
dice que Chávez está dolido. “Sé que está golpeado. Acá
hubo full traición. Pero se va ajuntar con Fidel y va a
sacar un golpe magistral como hace siempre, pero esta vez es
más difícil, porque hubo un golpe desde adentro del
chavismo. Esto es un gran coñazo pero tenemos que sacar una
lección.”
Lina
Ron dice que inevitablemente habrá una limpieza en el
gobierno, “aunque los alcaldes y gobernadores fueron
elegidos por el voto y no se los puede sacar”. Pero eso no
es todo.
“Va a
haber violencia. ¿Cómo evitarla? La reacción tiene que
venir a cobrar y en la primera línea estamos nosotros.
Tenemos que defendernos.”
–¿Cuándo
fue la última vez que disparó?
–Yo
no disparo, yo dirijo.
–¿Y
cuándo fue la última vez que la gente que dirige disparo?
¿Ayer?
–No,
anteayer, vinieron a cobrar los reaccionarios con los grupos
de choque de las universidades y casi llega a Miraflores.
–¿Quién
va a venir a buscarla primero, los reaccionarios o los
reformistas?
–Y yo
creo que los reformistas.
Lina
Ron sonríe por primera vez cuando se le pregunta si conoció
a Fidel Castro. “Nunca pude conocer al comandante, aunque
me hubiera gustado. Pero no me invitan. Hay mucha gente en
el gobierno que no me quiere, que dice que soy una chusma.
Yo estoy cuando la vaina está mal, cuando está bonita no
me invitan. No me importa. Yo soy una comunista libre.”
Dice, y sonríe otra vez.
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