Venezuela

Nacionalización (sin indemnización), control obrero y dictadura del proletariado

Reformismo versus revolución

Por Manuel Sutherland (*)
Enviado por el autor, 15/09/09

Ante la copia de métodos burgueses de gobierno (control social), vuelven a la palestra Tres planteamientos expresados en el título de este escrito, que se constituyen como elementos de política realmente revolucionaria que darían un vuelco total al proceso bolivariano, cuya intención general, está orientada a la negación de la lucha de clases y a la conciliación de las mismas. Dichos avances, son el anatema de la burocracia e “intelectualidad” más abyecta, que suele aplaudir como focas en circo, cualquier novedosa ocurrencia del gobierno Bolivariano como: El trueque o el Banco Popular (Proudhon). Tres expresiones legítimas del desarrollo superior de la lucha de clases, son frecuentemente estigmatizadas por quienes blandiendo blasones rojos, argumentan la imposibilidad de mayor velocidad. Tres resultados y a la vez conquistas teóricas llevadas a la praxis en decenas de revoluciones e intentos, son aborrecidas por quienes tras bambalinas, apuestan a nada que cambie y a la más exasperante ralentización del ya gradual Proceso venezolano. ¿Pero por qué sucede eso?, ¿Cómo se vadean las urgentes tareas en aras de una altisonante unidad y de un metafísico confiar en una gradualidad, que nos entregué la sociedad del bienestar, que la historia se empeña en demostrar que por la vía de las reformas sería imposible?

Las nacionalizaciones (sin indemnización) o expropiación en el seno del Estado Obrero

Recuerdo aquella cita de Lenin, al final de su libro Imperialismo, Fase superior del Capitalismo, en la cuál nos trae un apotegma de Saint Simón (1760–1865), donde se revela la necesidad de ordenar el caos capitalista, construir un ente que de manera Central organice la producción, distribución y consumo para satisfacer las necesidades estructurales de la población. Todo ello, es evidentemente perentorio, en aras de aprovechar los recursos y las fuerzas de trabajo empleadas en lo que realmente amerita la población, eliminando el gasto en armas, drogas, prostíbulos, casinos y los millonarios subsidios a la ineficiente burguesía criolla. Pero, ¿si esto es tan evidente, porqué no llevarlo a cabo? Fácil, por la Propiedad privada de los medios de Producción, que permite el usufructo del trabajo ajeno y autoriza a la burguesía a dirigir la producción de los bienes materiales, que garantizan la existencia de la vida. Esa dirección general de la producción por el empresariado, está hecha única y exclusivamente para generar ganancias, las más altas posibles en el menor tiempo posible. Por ello, surgen los fenómenos (que el gobierno achaca a la “maldad” o falta de nacionalismo de los empresarios criollos, como si no hubiera burguesía extranjera que hace lo mismo) de desabastecimiento, inflación, acaparamiento y la tan fementida especulación, que el chavismo sueña con solucionar con regulaciones, cuando no entiende que todo comercio es especulación, y que la ganancia que ellos llaman “exorbitante”, es la búsqueda perenne y natural de todo empresario. Así, que empeñarse en la necesidad de conservar la propiedad privada, es la piedra de tranca que impide todo avance cualitativo en la estructura social venezolana.

Por lo anteriormente expuesto, es menester acabar con la anarquía en la decisión económica, que permite que se produzcan millones de mercancías inútiles, que jamás realizarán su valor, y que acarrean inmensas pérdidas de trabajo humano. Sin embargo, para lograrlo es imposible emprender un quimérico proceso de reeducación y refinamiento de la burguesía nacional, como lo hace el gobierno. No hay forma de Planificar conscientemente todo lo que óptimamente se debe y requiere producir, para satisfacer las necesidades sociales, si el modo de producción capitalista sigue vigente en país (el 70% del PIB, fue producido por el sector privado en el 2008).

La imposibilidad de programar, se entiende a simple vista, en la manera en que cada agente económico actúa de forma libérrima frente al mercado, y por ende, puede destinar su capital (plusvalía enteramente extraída a la Clase Obrera) a los negocios que virtualmente le de la gana, en el momento que le de la gana. Así, cuando se puede requerir inversiones en el agro o en el área de la manufactura, el empresario decide jugar a la ruleta de la bolsa de valores o invertirlo en importar películas pornográficas (muy en sintonía con el porno ejército de USA). De esa forma, se denotan las distorsiones económicas que la mano invisible de manera mágica, no logra equilibrar, y el caos se avecina con una pingüe cantidad de quiebras y de bares repletos de despechos monetarios. Así, la nacionalización sin indemnización, o premio a al burguesía por explotar y expoliar al pueblo, es una tarea inaplazable de cualquier gobierno ligeramente sensible al hambre y al atraso del nuestro.

La revolución no tiene nada que ver con las reformas y cambios sucesivos

Algunos dicen que no es necesaria una revolución socialista, es decir, un cambio realmente drástico donde una clase destruya los cimientos políticos y el poder económico de otra. Abiertamente comentan, que: “poco a poco, iremos arreglando las cositas que halla que acomodar”.  Una visión así, sólo proviene de quien se está beneficiando del sistema, y sólo aboga por su sostenimiento (reformismo). Ellos, plantean ligeros cambios que no cuestionen la esencia explotadora y opresiva del sistema, estando en los puestos de poder, para mantener la opresión y explotación (reformismo). Tratar de modernizar los aparatos del estado burgués y no destruir todas las relaciones sociales que en el se sustentan es reformismo. Creer que el Estado hecho por y para los capitalistas, es neutro o un aparato útil para la transformación (es reformismo). Creer que se pueden cambiar las mentes, las formas del pensamiento e inducir a la solidaridad y a la cooperación dentro de una sociedad capitalista, donde la avaricia y la destrucción de los competidores es un valor que se desarrolla en los centros de deformación ideológica (escuelas, liceos, universidades, televisión, prensa etc.) no es más que reformismo.

Pero las reformas tienen un fin claramente antirrevolucionario. Las mismas, son planteadas  para atenuar la lucha de clases y frenar los intentos de emancipación de una clase oprimida. Las reformas son concesiones que en momentos de peligro la burguesía se ve obligada a ceder, para evitar un mal superior: la revolución socialista. En la revolución perderían su dineraria autoridad de mandar, explotar y humillar a millones, es decir, se les expropia el capital que fue producido por los trabajadores y que ellos expropian a diario.

Las reformas, como agregación o sumatoria, no conducen a la revolución, ni una acumulación de reformas produce la revolución, por el contrario, tienden a atenuar el espíritu de transformación del sistema, y a convertir a una densa capa de los administradores de ese bodrio, en fríos y estólidos burócratas. Tampoco la acumulación de buenas reformas resulta en revolución. Las mejores reformas apenas podrían medran el poder de la burguesía, pero la burguesía como clase dominante busca compensaciones y ejerce presiones para seguir fortaleciéndose de cualquier forma, y su robustecimiento radica en su próximo regreso al poder político, donde ajustará cuentas con quienes cuestionaron su proceder (el fascismo en Chile, luego de las concesiones “democrático burguesas” de Allende, causó la muerte a cientos de miles, y el atraso en el proceso revolucionario de toda América latina)

¿Podemos cambiar con reformas nuestra conciencia capitalista?

Creer que se pueden hacer ligeros cambios y poco a poco ir “concientizando” a las masas, para luego hacer avanzar al “proceso” a instancias superiores, se equivocan de plano. La mayoría de las gentes (gentes, por decir algo) que insinúan tamaño despropósito, saben de antemano que pretender cambiar la mentalidad capitalista (ellos la llaman Consumista) sin derrotar el capitalismo, es una falacia del tamaño del Empire State (usando un ejemplo muy capitalista).  En su fementido “error”, creen que las bases pueden dejar de ser reproductores de plusvalía ideológica (Ludovico Silva) mientras a diario van a centros de–formación ideológica, en los cuales se les inocula la fraseología hueca y reaccionaria de la “normalidad” del sistema, del salario justo, de la “sana” competencia, la empresa con responsabilidad social etc.

No sólo es eso, los trabajadores al llegar al trabajo tienen jefes que los pisotean y al salir del laburo, ven que la sociedad premia a los explotadores con fortunas aptas para comprar: amor (sexo), amistad (adulación), respeto (miedo) y cultura (libros que jamás serán abiertos). Mientras quienes se afanan y no se aprovechan del trabajo de nadie (OJO: obreros, no empresarios Bolivarianos), tienen como recompensa la miseria. ¿Más?, los mal llamados medios de comunicación, mejor denominados como: aparatos de propaganda ideológica, realizan la labor de machacar la falsa conciencia, irrigando dosis de de–formación filosófica capitalista, que los conmina a ser “buenos” esclavos, a trabajar para otros con gusto, a soñar en explotar a otros, o aprovecharse sexual y emotivamente de los demás y solidificar el egoísmo que sólo ve soluciones a sus problemas dentro de sí mismo. Esta metafísica burguesa,  hace confundir a las masas, disfrazando que el conflicto es social y que su salida estructural radica en transformar estructuralmente TODO EL SISTEMA capitalista. Pensar lo contrario es reformismo.

¿Es revolucionario ser “progresistas” o insultar a EEUU y querer al pueblo?

La revolución no son pasitos que se dan hacia algo mejor, esbozado de manera difusa y chapucera. La revolución tiene enemigos, además de los tránsfugas, esquiroles y reformistas. ¿Quiénes son?, la burguesía, los terratenientes y los políticos que detrás del progresismo niegan la revolución. La burguesía, no es sólo la Gente que vive del trabajo que realizan otros, contratados bajo relaciones salariales formales. También hay burgueses informales, legales o ilegales (burgueses de la droga, casinos, burdeles etc.) Todos ellos, se esfuerzan denodamente en acumular riquezas que crecen de forma inversamente proporcional a la pobreza que generan. Todos ellos, más que nunca y 24 horas al día, hacen denodados arrestos de profundizar la lumpenización del pueblo más pobre, sometiéndolo a procesos de depauperación intelectual, material y espiritual.

Los Patroncitos organizan el trabajo, según sea vayan distribyendo el capital por determinada actividad, por ello, controlan: ¡qué, cómo, cuándo y dónde se producirán la totalidad de bienes que debemos consumir para poder sobrevivir¡ Esa elite, cada vez más reducida, direcciona todos los procesos productivos, mediante su posesión cada vez más concentrada y centralizada del capital, entendida  en este caso, como la totalidad de medios de producción que sirven para producir los bienes y servicios que consumimos.

Por tanto, si ellos lo tienen todo, de que sirve ocupar el estado (una construcción suya apta para administrar sus intereses de clases y defenderlos ante cualquier sublevación de los oprimidos) si no se hará la revolución. El pueblo se cansa y obstina. Su apoyo no es incondicional, no es un chorro que se abre y cierra en cada elección (o única forma alienada de participación política), los problemas acuciantes ya pocos se los endilgan al pasado; la pobreza, el hambre y la lumpenización profunda que la burguesía en sus diversos roles ejerce sobre la población, impedirá avances sólidos de las bases, si sus relaciones sociales son abiertamente capitalistas, antagónicas y hostiles.

¡Expropiar o no expropiar: he ahí un dilema de quienes de socialismo nada saben!

Sólo arrebatándoles el capital, que es nuestro, que fue producido por la clase trabajadora y expropiado por los patrones, se podrá re–organizar el trabajo, para evitar la miseria, la desocupación, la infelicidad y esa sensación de desasosiego que generan la explotación y las diferencias de clase que con las reformas, generalmente se acentúan. El entusiasmo de las bases populares por el socialismo no es eterno, se extingue si no hay medidas socialistas que revolucionen el des–orden anárquico burgués. La gente se cansa de esperar y es imposible comprar con asistencias, dádivas y clientelismo a toda la clase obrera. O se hace la revolución, o el papel que se ejerce es el de cerrar las vías hacia ellas, el de contener el descontento, la rabia y canalizarlo por la vía institucional burguesa, fortaleciendo a la clase que disfruta y sobrevive gracias a la indigencia. Sin expropiación no habrá revolución, y sin ella, lo que queda es la barbarie.


(*) Coordinador de Formación de la Asociación Latinoamericana de Economía Política Marxista (ALEM).