Nov - 1 - 2007

Un homenaje crítico a un gran revolucionario

“Decidirá la política, no el destino” (Rakovsky, La crisis del Plan Quinquenal, parte I).

Christian Georgievitch Rakovsky (Rako), fue el más importante dirigente de la Oposición de Izquierda rusa luego de la expulsión de Trotsky de la ex URSS a comienzos de 1929. Deportado por Stalin a la región polar de Astrakán a principios de 1928, soportó estoicamente condiciones tremendas para una persona mayor y que sufría del corazón, confinado a lugares (Astrakan, Bernaul) donde la temperatura oscilaba entre los 20 y 50 grados bajo cero.

Sin embargo, y sobreponiéndose a todas las adversidades, el mismo Trotsky había señalado que jamás Rakovsky había sido “tan activo y tan fecundo” como durante este período entre finales de la década del ’20 y comienzos de los 30. En sus “Notas sobre Rakovsky” señalaba que “posiblemente nunca llevó a cabo una vida tan activa como durante sus años de deportación, y su vida posiblemente no había sido nunca tan fructífera como durante este período”. El mismo Rakovsky, que le recomendaba a Trotsky que “no gaste todas sus energías y talentos en los problemas políticos inmediatos”, le señalaba que era “extremadamente importante que usted tome también un tema más de fondo, algo como mi «Saint Simon», que lo obligue a tomar una nueva mirada sobre varios temas y releer muchas cosas desde un ángulo diferente” (Gus Fagan, “Introducción biográfica a Cristian Rakovsky”, en www.marxism.org).

El recientemente desaparecido Pierre Broué, fundador del Instituto León Trotsky de Francia y uno de los mayores historiadores del movimiento trotskista, en dos “cahiers” dedicados a Rakovsky en 1984, hizo una semblanza muy equilibrada de este gran socialista revolucionario de origen rumano. En ellos subrayó la brillantez de su pionera elaboración teórica acerca del fenómeno de la burocratización de la Revolución Rusa, que,en nuestra visión, es en gran medida convergente, si bien desde ángulos distintos, con la que llevó adelante León Trotsky.

Dando continuidad al esfuerzo de Corriente Internacional SoB por un desarrollo de la elaboración acerca de las experiencias “socialistas” del siglo pasado, presentamos extractos glosados de las “Cartas desde Astrakan” de Christian Rakovsky. Consideramos la difusión de su pensamiento en el marco de nuestro interés por recoger el conjunto de la tradición del socialismo revolucionario del siglo XX, marcado por grandes espadas como Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo, pero también por dirigentes y militantes injustamente olvidados y de notable talla marxista. Y ése es el caso de Christian Rakovsky, que se destaca entre los dirigentes y militantes cuyo rescate resulta imprescindible a la hora de crear las condiciones para el relanzamiento de la lucha por la revolución auténticamente socialista en el siglo que comienza.

Rakovsky a finales de los años 20

En el movimiento trotskista latinoamericano nunca se la ha dado al rol y a la obra de Rakovsky el lugar que se merece como un representante de gran importancia del marxismo revolucionario del siglo XX. Quizá contra esto haya obrado que en las condiciones de un extremo aislamiento –y a todos los efectos prácticos, derrota– de la Oposición de Izquierda en la ex URSS entrada la década del 30, Rakovsky haya capitulado a Stalin, amparándose en el “peligro del fascismo emergente”.

En un telegrama enviado al diario Izvestia el 23 de febrero de 1934, señalaba que “los viejos desacuerdos con el partido han perdido su justificación frente a la emergencia de la reacción internacional dirigida, en último análisis, contra la revolución de Octubre. Considero una obligación de todo bolchevique comunista someterse completamente y sin menor duda a la línea general del partido”. Con este descargo y luego de fracasar en un previo intento de evasión al exterior (a fines de 1932), terminaba lastimosamente abjurando de sus posiciones. Inmediatamente fue trasladado a Moscú y, período de recuperación de su salud mediante, fue ubicado en un alto puesto estatal, como vicecomisario del pueblo de Salud Pública.

Gus Fagan recuerda que Trotsky señaló que “podemos decir que Stalin cazó a Rakovsky con la ayuda de Hitler”. Y Broué cita la valoración política del hijo de Trotsky, León Sedov, acerca de la capitulación: “No conocía nuestra política, nuestras apreciaciones, nuestras críticas, nuestras perspectivas, perdió definitivamente la fe en las posibilidades de la Internacional Comunista; en ausencia de ninguna otra perspectiva, Rakovsky, en un sentimiento de desesperación, envió su telegrama” (Cahiers Leon Trotsky 18, p. 19). Por su parte, Ruth Fisher (que junto a Maslow dirigiera el PC alemán a comienzos de los años 20 durante sul período ultraizquierdista y zinovievista), que llegó a conocerlo bastante bien, señaló lo mismo luego de una visita realizada a Rakovsky en 1935: “Hitler devolvió a Rakovsky junto a Stalin”.

Broué agrega que en todo caso, y sin que sea un elemento de justificación, la de Rakovsky fue una capitulación algo más “digna”, en la medida en que su tardía sumisión no significó arrastrar a otros sectores a la desmoralización, como sí lo había hecho la capitulación de Preobrajensky, Radek y Smilga en julio de 1929 (cuando la Oposición de Izquierda era una realidad viva y ostensible). Rakovsky se quebró en el mayor de los aislamientos y cuando entre las filas de la Oposición rusa quedaba prácticamente él solo y no muchos más (junto con él, capituló el conocido periodista Sosnovsky). Lógicamente, nada de esto impidió que Trotsky rompiera toda relacion política o personal con Rakovsky.

Sin embargo, de poco le valió su capitulación. No sólo porque así se transformó, como señalara agudamente Broué, en “un muerto vivo”, sino porque, a la postre, fue nuevamente detenido, condenado en el tercer Juicio de Moscú de 1938 a trabajos forzados –era ya un hombre de 67 años y aun así Stalin tenía miedo a atropellar una figura de su prestigio– y fusilado en el momento mismo en que las tropas hitlerianas entraban en Rusia, el 22 de junio de 1941.

Sin que su capitulación pueda ser justificada, y sin olvidar el impacto que sí tuvo en el exterior sobre el propio Trotsky –que no podía dar crédito a la información– y en las filas de la Oposición de Izquierda internacional, no puede sin embargo desmerecer toda su trayectoria anterior ni restar valor a su elaboración teórica sobre el proceso de la burocratización de la ex URSS, una de las más profundas y sugerentes. Se trata de un trabajo con el plus de haber sido llevada a cabo mayormente sobre el terreno, posibilidad que Trotsky mismo no tuvo..

Sin embargo, la triste realidad es que la parte principal de su obra producida en condición de deportado fue suprimida por la GPU en febrero de 1930 y nada ha sido, literalmente, hallada de ella hasta el presente, a pesar de la apertura de los archivos del estalinismo luego de la caída del Muro. Libros terminados, como La vida de Saint Simon o su Historia de la guerra civil en Ucrania fueron presumiblemente destruidos. Por otra parte, una inconclusa pero seguramente muy interesante obra de Trotsky sobre Rakovsky espera –hasta donde conocemos– su traducción del ruso (está disponible en ese idioma en la biblioteca electrónica Wikipedia).

En todo caso, la brillantez de sus reflexiones nos ha llegado vía textos fragmentarios, como las cartas escritas desde sus lugares de deportación. La “Carta a Valentinov” (más conocida como “Los peligros profesionales del poder”), es de una agudeza tremenda acerca del emergente fenómeno de la burocratización en condiciones de desmoralización de las masas antes revolucionarias.

Menos conocidas son sus “Cartas desde Astrakan” a León Trotsky. En consecuencia, dedicaremos esta reseña a transcribir, con comentarios, algunos pasajes significativos.

Broué señalaba en 1984 que “sus cartas –particularmente sus cartas a Trotsky– son documentos excepcionales, de los cuales conocíamos hasta el presente sólo su «Carta a Valentinov», escrita entre el 2 y el 6 de agosto de 1928”. Destaca asimismo que durante mucho tiempo se intentó oponer la elaboración de Rakovsky a la de Trotsky, cuando en realidad lo que ocurrió es que el primero puso el énfasis sobre aspectos diferentes, en los que se subraya como un factor más “autónomo” y de mayor peso en la degeneración del partido bolchevique la descomposición de su régimen interno, la liquidación de la democracia en su seno y la dictadura del aparato. Broué insiste en que sobre este punto Trotsky no veía contradicción alguna con sus propios puntos de vista, señalando que “Rakovsky avanzó la idea de que una línea política justa es inconcebible sin métodos justos para elaborarla y aplicarla”.

A la vez, lo que se desprende de los textos de Rakovsky es una definición más concreta respecto del carácter de la ex URSS a partir de la industrialización acelerada y la colectivización forzosa.

A nuestro entender, aquí tenía su peso específico el hecho de que Roakovsky miraba “desde dentro” a la entonces URSS, donde el giro de Stalin de finales de los años 20 es concebido, más que como una “revolución complementaria” –definición que Trotsky empleeó en alguna oportunidad, pero no siempre–, como medidas esencialmente burocráticas, antiobreras y antipopulares, que señalizaban el pasaje del “Estado obrero con deformaciones burocráticas” al “Estado burocrático con restos proletarios comunistas”.

¿Un trotskismo “preobrajenskiano”?

Las “Cartas de Astrakán” se escriben entonces en el contexto del giro del estalinismo a la colectivización forzosa y la industrialización acelerada. Ese giro supuestamente a “izquierda” abrió una discusión en el seno de la Oposición rusa, que terminó dividiéndose, y esa ruptura tuvo consecuencias en las filas de la Oposición de Izquierda no solo rusa sino internacional.

En esta lucha política, dirigentes como Preobrajensky, Radek y Smilga expresaron la posición de que, dado que Stalin estaba tomando las medidas preconizadas hacía años por la Oposición de izquierda, la existencia de ésta ya no se justificaba.

La Oposición, con Trotsky a la cabeza, respondió con un agudo señalamiento –que hemos recogido en diversas oportunidades–: que no importaba sólo qué medidas se estaban tomando, sino de qué manera y quién las estaba llevando adelante, so pena de desvirtuarse completamente.

Sabido es que esto no convenció a “los tres”, que terminaron capitulando –con argumentos economicistas y objetivistas– en julio de 1929 (“hemos roto ideológica y organizativamente con Trotsky”). Es precisamente en ese contexto que se producen estas cartas, de un gran valor teórico-metodológico.

Fagan señala a este respecto que “Rakovsky no creía, como Preobrajensky, que el centro estalinista, instituyendo el giro a la izquierda, estaba siguiendo las «ineluctables leyes de la historia»”. Sentencia que tiene renovado valor hoy, cuando en nuestra región, desde diversas expresiones del movimiento trotskista, sigue sin registrarse la importancia estratégica de este debate e incluso se da la razón –contra Trotsky y la Oposición– a dirigentes como Preobrajensky en terrenos donde nunca la tuvieron.

Sin duda que cabe dejar sentado que, como hemos señalado en diversas ocasiones, la obra principal de Preobrajensky, La nueva economía, es de gran valor teórico y un aporte a la compresión de los procesos económicos en juego a la hora de la transición socialista en países atrasados, no del centro capitalista. Pero esto implica perder de vista las unilateralidades objetivistas que esta obra contenía y que deben ser sometidas a crítica; entre ellas, el escaso papel concedido a la democracia obrera como regulador en la transición económica socialista, en combinación con la planificación y la ley del valor. En ausencia de esta apropiación crítica, porciones del movimiento trotskista de la posguerra han sido más preobrajenskianas que propiamente trotskistas.

Esta equivocada posición se puede observar en las filas del PSTU del Brasil. En un texto reciente de un economista de esta organización, se llega a planteos como el siguiente: “Desde el punto de vista de Nahuel Moreno, Preobrajensky contribuyó con la teoría de la revolución permanente al criticar la versión de Trotsky (…). Preobrajensky, como recuerda Moreno, polemiza con el subjetivismo de los análisis de Trotsky, y postula que las condiciones objetivas podrían obligar a una dirección pequeño burguesa burocrática a promover la socialización de la economía en la tentativa de preservarse; con eso, la revolución, que tenía un carácter pequeño-burgués democrático y/o colonial, pasaría a un Estado obrero” (“Preobrajensky y la «nueva economía» de la Revolución de Octubre”, Almir Cesar Batista hijo, en www.pstu.org.br).

Este autor no parece recordar que precisamente este género de argumentación –aplicado inicialmente a China y luego a Rusia– fue el empleado por “los tres” para romper con la Oposición y abrir un curso de capitulación a Stalin y su giro “izquierdista”. En textos por otra parte poco desarrollados, más de 20 años atrás Nahuel Moreno cometía un error simétrico. Pero en vez de corregir definiciones que se revelaron equivocadas a la luz de los hechos históricos, lo que se hace es repetir lo más erróneo de la elaboración de Moreno, en cuya obra de ese período no faltan, además, indicaciones en un sentido distinto.

Se insiste en que “Moreno, al rescatar el debate entre Trotsky y Preobrajensky, sin despreciar a este último como hicieran tantos trotskistas, apunta que la teoría de la permanente tuvo y tiene validez histórica (…) pero tuvo un equívoco lógico (…). El error reside en un «subjetivismo», en una sobrevaloración de los sujetos históricos” (A. C. Batista, cit.). En nuestra visión, no hay aquí ningún “equívoco lógico”: ¿cómo podría funcionar la teoría de la revolución permanente sin la clase social llamada a darle vida?

Y no se trata sólo del PSTU. Un importante intelectual marxista argentino, Claudio Katz, parece defender también en sus escritos más recientes esta versión de un “trotskismo preobrajenskyano”. Ocurre lo propio en algunos textos (no todos) en que su elaboración parece deslizarse hacia una pérdida de la necesaria e imprescindible articulación dialéctica entre las tareas, el o los sujetos y sus métodos a la hora de la revolución propiamente socialista. Lamentablemente, nos parece que no le ha prestado la debida atención a este debate en la Oposición, con tantas consecuencias teóricas y metodológicas.[1]

Afirma que: “El dogmático (…) se equivoca al definir a la revolución por los sujetos y no por los contenidos anticapitalistas (…). La clase obrera industrial no tuvo un papel conductor frente a los campesinos en China o Vietnam (…). Pero si esta mutación fue posible, el rol dirigente del proletariado ya no es tan insustituible[2] (…). Pero el dogmático está inmerso en una larga siesta que le impide caracterizar adecuadamente la naturaleza de la revolución socialista. No registra la gravitación primordial del contenido social de este proceso, en comparación con los sujetos que la realizan. El carácter socialista común de 1917 (Rusia), 1949 (China) y 1960 (Cuba), estuvo dado por ese carácter anticapitalista y no por el rol determinante o secundario que jugaron en cada caso los obreros” (C.Katz, “Los efectos del dogmatismo”).

En el mismo sentido agrega que: “Como lo esencial son las tareas, Lenin hablaba de «revolución proletaria» para referirse a la fuerza dirigente, y de «revolución socialista» para aludir al sentido de este proceso. Mientras que Trotsky jerarquizó alternativamente uno u otro aspecto, Preobrajensky defendió la primacía del segundo rasgo. Este criterio tuvo mayor corroboración histórica” (ídem).

Hicimos esta digresión sólo para mostrar la actualidad metodológica del debate ocurrido en la Oposición de Izquierda a finales de los años 20, y el valor de los agudos señalamientos dejados por Rakovsky en su oportunidad.

Lamentablemente, criterios como los esbozados por los compañeros del PSTU o por Katz pasan por alto peligrosamente que las fundamentaciones objetivistas y economicistas de Preobrajensky configuraron un todo orgánico con su curso político capitulador.

En esas condiciones, pretendemos defender que la filiación teórica que necesitamos para el relanzamiento de la lucha por la revolución socialista auténtica en el siglo XXI debe ser más socialista revolucionaria (de Marx a Trotsky) y “rakovskiana” que “preobrajenskiana”, como erróneamente se postuló en el pasado y como parece –amnesia histórica mediante– reeditarse hoy.

Las “Cartas de Astrakán”

En lo que sigue, entonces, reproduciremos algunos de los pasajes que consideramos más importantes de las cartas que Cristian Rakovsky enviara a León Trotsky desde su lugar de deportación en Astrakán. Consideramos que tienen el valor de presentar criterios opuestos a los que acabamos de citar a la hora de caracterizar el desarrollo de un proceso como socialista. Tras cada pasaje glosaremos algunos comentarios sobre las cuestiones más sugerentes que se desprenden de estos extractos.

Astrakán, 18 de mayo de 1928

“Querido amigo:

“(…) Sin la posibilidad de pasar en limpio, resumo lo más brevemente posible mis ideas esenciales:

“1. Preobrajensky ha exagerado enormemente la importancia de las nuevas medidas políticas tomadas en relación del campo y los kulaks. Ha dejado de lado una serie de procesos escandalososque son síntomas de una gran importancia de la desagregación que se ha enseñoreado en el partido, los sindicatos y el país mismo”.

Rakovsky se refiere, claro está, a las medidas de Stalin de colectivización forzosa del campo y de industrialización acelerada mediante la implementación de los planes quinquenales. Cabe tomar nota del énfasis que pone ya desde el comienzo en las condiciones de la deteriorada situación del partido y demás organismos llamados a llevarlas adelante.

“2. No podemos tener una apreciación justa más que si se encara la situación, muy compleja en el partido y más allá, desde el punto de vista de la política. Toda otra aproximación, tiene el riesgo de dejar de lado las 9/10 partes de los hechos auténticos. La única manera justa de abordar el problema es desde el punto de vista político: no se trata de hacer de una filosofía de la historia. Se trata de poner en números y de corregir los errores que han conducido a la situación actual. Lenin ya había señalado que para hacer una apreciación global, era necesario tener una actitud política, porque la política no es otra cosa que la economía y el Estado concentrados”.

Aquí Rakovsky exige un ángulo de apreciación global y no puramente “económico” para el análisis del giro “izquierdista” de Stalin. Es sintomática la apreciación contra la concepción de que por un mecanismo puramente “objetivo” o “automático” –es decir, por el recurso a una filosofía de la historia que se impondría desde afuera de los sujetos sociales y políticos mismos–, el estalinismo podría llevar a cabo el proceso de la transición socialista. Esta observación es muy aguda, porque la experiencia histórica ha demostrado que no existe “filosofía de la historia” que excuse a la vanguardia obrera y a los socialistas revolucionarios de pelear consciente y sistemáticamente por el progreso de la auténtica transición socialista.

Asimismo, hay una referencia velada aquí a las leyes de “inversión de la causalidad” en la transición, en la que lo que decide es el carácter social efectivo del Estado. Lo que manda es la política “como economía y Estado concentrados”: esto es, que la clase obrera esté efectivamente al frente del semi-estado proletario. Porque la dictadura del proletariado es el período político del pasaje del capitalismo al socialismo, al que corresponden determinadas formas económicas, y no lo inverso, como se cree habitualmente.

En un texto posterior, Rakovsky hace una observación en el mismo sentido: “Todo lo que había que decir en general acerca de estos temas ya fue dicho. Hace tiempo que se ha hecho necesario moverse más allá de los argumentos generales, de la general repetición que el centrismo ha conducido al Termidor y los debates acerca que el Termidor sería «inevitable», para analizar concretamente por qué medios las circunstancias políticas están haciendo posible que el Termidor triunfe” (“La crisis del plan quinquenal”).

“3. En cuanto a la cuestión de los métodos de dirección de los dirigentes a la cabeza del partido, del partido como tal, de los sindicatos y del aparato de Estado, se vuelve de importancia primordial. Sin los métodos de dirección correctos, es decir, sin los métodos comunistas y proletarios, es imposible encontrar una línea justa de conducir las diferentes ramas de la actividad política y pública (industrial, agrícola, política comercial, Internacional comunista, política exterior). (…) Incluso nuestra línea, la línea de la Oposición, habría podido tener importancia como una línea relativamente correcta. Pero si, por azar (en busca de apoyo sobre el conocimiento de los hechos y sobre las tesis marxistas leninistas irrefutables), puede tenerse una línea correcta, esta línea, en presencia de métodos incorrectos, será falsa (…) y dará lugar a resultados diametralmente opuestos (seudo-cooperativas en lugar de cooperativas y «koljoses» en lugar de verdaderos koljoses; esto es de la Pravda). En Ucrania, tenemos más de 1500 pseudo-cooperativas de kulaks que tienen 1000 tractores.

Nuevamente aparece como criterio rector la necesaria combinación entre el qué, el cómo y el quién. Cabe prestar particular atención a lo de las “seudo-cooperativas”; es decir, una forma social aparentemente homóloga a una auténtica forma cooperativa, pero que en las condiciones de una conducción estalinista, sin clase obrera y sin democracia proletaria, se transforma en su contrario. En una auténtica cooperativa, los cooperantes se autoexplotan en función de su inevitable competencia en el mercado capitalista, pero ningún miembro de ella puede vivir del trabajo ajeno, parasitando y/o explotando a los demás (se trata de una “explotación multilateral”). Por el contrario, en una seudo-cooperativa, ya la autoexplotación se transforma en explotación unilateral lisa y llana, algo que ha explicado con detalle y rigor teórico el gran marxista Pierre Naville. En este marco, no hay determinismo economicista que valga.

“4. La causa de todo esto es el olvido, por parte de nosotros, dirigentes de las cumbres, de las enseñanzas de Lenin sobre el Estado en general y sobre la dictadura del proletariado en particular, aunque estas enseñanzas están en el corazón del bolchevismo y representan el aspecto del marxismo que Lenin mismo consideraba como la contribución más importante de Marx, y que él también desarrolla.

“5. El rol de la dictadura del proletariado consiste en romper el aparato de Estado burgués zarista y burocrático. Esto significa que no se trata solamente de reemplazar la burocracia por el centralismo de los soviets; los viejos funcionarios zaristas provenientes de la nobleza, del clero y del campesinado acomodado por los obreros y los campesinos (las clases pobres y medias), sino que se trata de extirpar los viejos hábitos: el centralismo del aparato, el formalismo, la burocracia, la falta de atención por los intereses de las masas, la falta de respeto hacia los trabajadores, el abuso de poder, la violencia, las groserías, la corrupción (…). La dictadura del proletariado no tiene ninguna nostalgia por las prácticas de la democracia burguesa parlamentaria, en la cual el abuso, las violencias y la corrupción se presentan bajo la cobertura de la «democracia electoral» y de la «libertad de palabra», en la que la fuerza brutal del gendarme zarista toma la forma de procedimientos «parlamentarios». Estos procedimientos transforman los hechos en intrigas, tramas electorales (…) la desposesión de los trabajadores de sus derechos, y la utilización de todo aquello que da a la burguesía la posesión del capital, del aparato de Estado, de la prensa, de la escuela, etc.

“6. En la destrucción del aparato y las prácticas del viejo Estado, tanto democrático como absolutista, en lo que concierne a Rusia, la dictadura del proletariado no debe permitir que las instituciones electivas se acompañen de prácticas seudo-democráticas. La dictadura del proletariado busca educar y desarrollar los hábitos dignos de una democracia obrera conciente para fundir el aparato mismo con las masas trabajadoras. Esta forma nueva y superior de gobierno de un Estado aparece a ella también como provisoria, porque el Estado mismo, junto con la desaparición de la lucha de clases, desaparecerá a través de la extinción gradual de sus funciones”.

En Rakovsky, una clave interpretativa absolutamente central del proceso de la transición socialista se relaciona con darle todo su peso a adjetivos como “consciente” o “efectivo” que hacen a la connotación de una auténtica dictadura del proletariado y que le conceden un lugar históricamente específico mayor, en los procesos histórico-sociales, a la dirección consciente de los asuntos. En este mismo sentido, en un texto posterior de 1930 remitido al Comité Central y firmado también por V.Kossior, N. Muralov y V. Kasparova, señalaba que “«Todo la sabiduría política de la dirección centrista y centroderechista ha consistido en suprimir en las masas el sentimiento de independencia política, de dignidad humana y de orgullo y alentar y organizar el aparato autocrático». Y subraya, como criterio educativo hacia las futuras generaciones, la fundamental y marcada necesidad de la construcción de una «democracia obrera genuina» agregando que «sin una democracia obrera y partidaria, todas las correcciones inevitablemente se transformaran en nuevas distorsiones. Sólo el control revolucionario de las masas es capaz de mantener el aparato bajo su autoridad»” (citado en G. Fagan, cit.).

Al respecto, en lo que hace específicamente a la transición socialista, Agnes Heller señalaba: “Antes de comenzar el análisis de las antinomias de la producción de mercancías, quiero proponer que considerar la negación, esto es, la realización de la sociedad de los productores asociados como una ley natural, contradice lógicamente tal concepción. El funcionamiento de la economía a la manera de una ley natural pertenece a la producción de mercancías y sólo a ella, como expresión del fetichismo de la mercancía. La superación positiva de la propiedad privada no puede, por consiguiente, proceder de ningún modo en forma de «necesidad natural» (…). Aun teniendo aspectos económicos, la transición no puede ser un proceso puramente económico, sino que debe consistir en una revolución social total, y sólo es concebible de esta forma” (Teoría de las necesidades en Marx, Barcelona, Península, 1998, p. 96).

En un sentido convergente, observaba agudamente Karl Korsch en su crítica a Kautsky: “Exactamente del mismo modo en que los economistas clásicos hipostasiaron las leyes tomadas de la observación de los fenómenos de la producción mercantil burguesa, convirtiéndolas en leyes económicas naturales de carácter universal y eterno (…) Marx en su crítica materialista de la economía política concibió y expuso todas las leyes de esa economía burguesa como «leyes sociales naturales» que sólo poseen validez para un determinado período histórico, así también el carácter distintivo del nuevo concepto materialista y revolucionario de desarrollo de Marx y Engels consiste precisamente en que han concebido la ley de desarrollo social, formulada por la filosofía idealista burguesa como una ley natural universal, como una ley histórica, que son las únicas que encuentran su expresión en ellas. En esto reside precisamente el significado profundo del «salto al reino de la libertad» de Engels, concebido por Kautsky como una mera recaída en representaciones idealistas y que expresa en forma poética la transitoriedad histórica a la que también está sometida esta ley del desarrollo formulada por la filosofía y la ciencia social burguesa” (Karl Korsch, La concepción materialista de la historia, Barcelona, Ariel, 1980, pp. 61-62).

“7. En la medida en que, durante un período indeterminado (situación difícil al interior por el hecho de la existencia de una economía capitalista privada, de la NEP y del ambiente capitalista en el exterior), la dictadura del proletariado se realiza a través del partido, corresponde a este ultimo asumir todos los problemas citados anteriormente y que conciernen tanto al viejo Estado como al nuevo Estado soviético.

“8. Lenin ya había llamado la atención sobre las condiciones elementales que el partido debe tener en cuenta al dirigir a las masas obreras y los trabajadores en general, para ayudar a que ellas sean efectivamente la dirección de la vanguardia revolucionaria; el partido debe estar próximo a las masas, debe incluso fusionarse con ellas, debe tener en cuenta qué es lo que pasa en los procesos económicos objetivos, qué es lo que piensan los obreros, y verificar su línea sobre un movimiento revolucionario real y también sobre el movimiento real de las masas. En las condiciones de la dictadura del partido, un poder gigantesco se encuentra concentrado entre las manos de la dirección, un poder que ninguna organización política ha conocido jamás en la historia. Por esto se debe más que nunca preservar los métodos de dirección comunistas y proletarios, porque toda desviación, toda hipocresía repercute sobre el conjunto de la clase obrera y de la república”.

La palabra “efectivamente” tiene un peso mucho mayor de lo que parece, porque durante demasiado tiempo se ha manejado el equivocado concepto que “la propiedad y el poder son de los trabajadores, sólo que están en manos de la burocracia”. El balance de la experiencia histórica real del siglo XX es que cuando la propiedad y el poder no están efectivamente en las manos de la clase obrera, ambas instancias dejan de servir al progreso de la transición y dan lugar a inesperadas relaciones de opresión y explotación de los trabajadores. Es evidente que Rakovsky estaba poniendo en guardia al partido y a la clase, en tiempo real, sobre esta circunstancia. De ahí lo pionero y brillante de sus señalamientos. Es innecesario señalar que este énfasis en preservar los “métodos de dirección correctos” es absolutamente convergente con una advertencia de Trotsky en idéntico sentido y en rechazo del automatismo en la transición, en la medida en que el Estado aparece como economista y organizador. Es decir, ambos revolucionarios de la Oposición de izquierda estaban preocupados por los efectos de la inmensa concentración de poder en manos del aparato de Estado.

“9. Nosotros, es decir, los miembros dirigentes, estamos obligados a extender progresivamente (…) las garantías elementales de la democracia consciente sobre las cuales el partido está basado y por medio de las cuales debe dirigir la clase obrera y el Estado mismo (…) bajo el régimen de la dictadura del proletariado (…) un poder sin precedentes está concentrado entre las manos de los dirigentes de la cúpula, y violar esta democracia es un gran mal y un grosero error”.

Una vez más, aparece la preocupación por subrayar la necesaria connotación consciente de la dictadura proletaria, en rechazo total a la idea de que las cosas podrían progresar “objetivamente” o “de hecho”… independientemente del dominio efectivo de la clase obrera y su vanguardia en el seno del Estado obrero.

“10. Lenin nos puso en guardia contra la contaminación de nuestro Estado obrero por las «deformaciones burocráticas». El temor de ver al partido mismo contaminado por estos elementos lo inquietaba precisamente en los últimos momentos de su vida. Más de una vez repitió cuáles deben ser las relaciones entre la dirección y el partido; entre el partido, los sindicatos y las masas laboriosas (…). Sabemos todos de sus vivas protestas contra los actos de brutalidad (coacción física, etc.), las faltas de parte de ciertos dirigentes, a primera vista anodinos y que explicarían mal la indignación de Lenin si no tenemos en cuenta precisamente su deseo de mantener en el partido otros métodos de dirección. Sabemos de su llamado apasionado a favor de la cultura (lucha contra los métodos «asiáticos») y finalmente de lo que proyecta al momento en que crea la comisión central de control.

“11. En vida de Lenin, el aparato del partido no tenia ni la décima parte del poder del que dispone hoy (su crecimiento ha sido enorme) y es por esto que lo dicho por Lenin ha devenido diez veces más peligroso.

“12. El aparato del partido está contaminado por las deformaciones burocráticas del aparato del Estado y por todas las deformaciones engendradas por la falsa democracia parlamentaria burguesa. Esto ha resultado en una dirección que, en lugar de la democracia conciente de partido, da una falsificación de la teoría leninista (…) para consolidar la burocracia del partido; un abuso de poder que, de cara a los comunistas y lo obreros, bajo las condiciones de la dictadura del proletariado, no puede más que adquirir proporciones monstruosas; la falsificación de toda la mecánica electoral; el empleo en la discusión de métodos de los que quizá puede vanagloriarse el poder burgués y capitalista, pero no un partido proletario (silbidos, arrojar objetos diversos desde la tribuna, etc.); la ausencia de un espíritu de equipo, de buena camaradería en las relaciones, etc.

“13. Resultados: aislamiento de la dirección en el partido, aislamiento del partido, caida en un verdadero aletargamiento en el seno de la clase obrera; ruptura de esta última con la vanguardia revolucionaria del partido; influencia ejercida por ciertos especialistas (…) originados en la capa pequeño-burguesa del partido, sólo posible a causa del aislamiento y el silencio de la cúpula; corrupción de miembros del partido (el «affaire» de las minas es testimonio de eso). Debemos tener en cuenta todos estos hechos, si pretendemos comprender algo de la situación actual (…)”

Astrakán, 27 de mayo 1928

Querido amigo:

“Si has recibido mi carta en la cual resumía mi respuesta (quizá no muy claramente) a Evgeni Aleksandrovich [Preobrajensky], la razón de la reserva que formulé en mi telegrama en relación a un acuerdo de principios debe estar muy clara para ti ahora.

“En primer lugar, planteo los métodos de dirección en el partido, la clase y el Estado.

“Cuanto más observo nuestro curso en el partido y en el Estado y más estudio a Lenin, más llego a esta conclusión: el régimen del partido (…) debe de hecho ocupar el primer lugar. Es sólo así que se puede encarar el conjunto del problema; los del exterior como los del interior, los de la Internacional Comunista, del partido, del sector privado, del Estado, de la agricultura, de la industria. Es evidente que (…) el «régimen de partido» es asimismo un producto derivado de tales y tales mutaciones en el seno de las clases sociales. Pero el problema de los métodos de dirección adquiere una significación particular del hecho de que se trata de un terreno en el cual nuestra acción creativa puede, hasta cierto punto, ponerse en práctica más fácilmente. Allí, todo depende de nosotros, o al menos depende más de nosotros –el partido– que en todos los otros terrenos (…) como ya lo he explicado en mi carta a Preobrajensky, estos métodos son la condición previa para poder elaborar y aplicar una política justa sobre toda una serie de cuestiones”.

Este destaque de la decisiva importancia de los “métodos de dirección” sería asimismo retomado por Trotsky y por el conjunto de la Oposición de izquierda en relación con la discusión sobre la colectivización. Como hemos señalado, frente a la capitulación de Prebrajensky, Radek y Smilga, tanto Trotsky como Rakovsky plantearon que para caracterizar el giro “izquierdista” de Stalin no alcanzaba con la evaluación de las medidas que se estaban tomando, sino que era necesario considerar también la manera (los “métodos de dirección”) y quién los llevaba adelante (la burocracia, considerada todavía “centrista”).

Astrakán, 2 de junio de 1928

“Querido amigo:

“Estaba muy apurado en escribirte mi última carta y he omitido un punto capital (…). Me limitaré a lo esencial. Ante todo, aunque la idea queda absolutamente clara en el contexto, me parece que hay que subrayar y desarrollar particularmente la idea de que sin el concurso activo del proletariado, es decir, sin una línea justa en el problema obrero, la puesta en práctica de la línea comunista en el campo es imposible.

Rakovsky reitera aquí una de las condiciones sine qua non de una revolución agraria de tipo auténticamente socialista: su íntima conexión con una clase obrera realmente autodeterminada.

“Vuelvo a tu carta. Te entiendo y comparto completamente tu punto de vista de que ninguna política interior logrará nada «sin una orientación justa e intransigente de revolución proletaria internacional», «sin una orientación internacional apropiada» (…). Repito: considero que es un hecho histórico indiscutible, pero ello no explica del todo los errores, la política falsa, la subestimación de ciertos hechos, la sobrestimación de otros.

“Porque se trata del modo de dirección de los partidos y la Internacional Comunista (…). Preobrajensky me ha respondido con una larga carta, en la cual afirma que tengo razón, que «la situación en nuestro aparato de Estado y en nuestro aparato de partido exige una reflexión relativa a todas estas cuestiones, basadas en las enseñanzas del marxismo-leninismo sobre el Estado». Él está trabajando en un folleto, «Los éxitos y fracasos en la edificación del socialismo en la URSS durante los años de la dictadura», que tendrá un capítulo llamado «La burocracia socialista». Considera de todos modos que mi punto de vista es «subjetivista». He aquí su planteo: «el conflicto con el kulak es un hecho objetivo, que continuará desarrollándose e influenciando al partido mismo». Pero el desarrollo de este conflicto en un sentido u otro depende de su relación con el partido, porque se trata de una capitulación completa ante él y, lo que es peor, un regreso a la situación anterior (…) la lucha hasta la victoria final dependerá del partido. Es imposible evitar el «subjetivismo»”.

Entendemos que aquí Rakovsky subraya el peso de los factores conscientes en la transición, y polemiza con Preobrajensky alrededor del problema de que la transición socialista no podrá evolucionar en un sentido positivo de manera independiente del rol del partido con relación a ella.

Los peligros profesionales del poder

Los pasajes que hemos reproducido evidencian brillantes anticipaciones sobre el proceso de degeneración burocrática de la revolución y muestran un análisis realmente preclaro contra toda posible apreciación mecánica y objetivista de la transición socialista. Desde este punto de vista, repetimos, los análisis de Rakovsky no sólo resultan extremadamente sugerentes sino que han tenido una categórica confirmación histórica.

En contraste con toda concepción que remitiera a una remozada filosofía de la historia, sólo que “marxista-estalinista”, Rakovsky insiste una y otra vez, de mil maneras, que no es “el destino el que decide, sino la política”.

Que hubo entre los bolcheviques mismos un recurso a una “filosofía de la historia”, y de un peso tremendo, se puede ver en la desgraciada carta de súplica por su vida de Bujarin a Stalin: “Por Dios, no creas que te estoy reprochando nada, ni siquiera en lo más profundo de mi conciencia. No nací ayer. Soy perfectamente consciente de que los grandes planes, las grandes ideas y los grandes intereses deben anteponerse a todo lo demás y sé que seria mezquino de mi parte situar la cuestión de mi propia persona a la par de las tareas universales e históricas que reposan, ante todo, sobre tus hombros. Pero es ahí donde reside mi sufrimiento más profundo y me encuentro frente a mi paradoja más grave y angustiosa” (carta personal de Bujarin a Stalin a días de su fusilamiento, 10 de diciembre de 1937).

Al respecto, sostiene Fagan: “Rakovsky consideraba a la burocracia como el más grave peligro que se cernía sobre el poder soviético (…): «La caída en la actividad de la clase obrera soviética y la elevación de la burocracia del partido y el estado deben ser consideradas científicamente, sometiéndolas a un profundo análisis (…). La plataforma de la Oposición de izquierda es inadecuada, en el sentido de que los remedios que propone tienen un carácter empírico, y no logran alcanzar las raíces del problema» (…). El problema fundamental era el que concernía a la clase que había tomado el poder. Escribía que «nadie puede ignorar hoy las terribles consecuencias de la indiferencia política de la clase obrera. El problema es más difícil aún porque es un problema nuevo. Nunca antes los marxistas debieron enfrentar el hecho de la retirada y la declinación de la clase obrera luego de la conquista del poder». Y aquí Rakovsky difería con Trotsky (…). Para el primero, el peligro de la burocratización era inherente a la situación de la clase obrera como tal en la situación de nueva clase dirigente (…). Los peligros eran los que Rakovsky llamara «los peligros profesionales del poder»” (G. Fagan, cit.).

Para Fagan, “el fenómeno de diferenciación sociológica dentro de una nueva clase dirigente también se manifestó en las revoluciones francesa e inglesa. Ninguna clase ha nacido nunca en posesión de las artes del gobierno. Históricamente, siempre ha habido una falta de armonía entre las capacidades políticas de cada clase, su habilidad administrativa y las formas jurídicas constitucionales que son establecidas para su propio uso una vez tomado el poder”.

Y en lo concerniente al mecanismo por el cual la diferenciación funcional de tareas se transforma en fuente de diferenciación social: “Cuando una clase toma el poder, una de sus partes deviene el agente de ese poder. En esas circunstancias, emerge la burocracia. En un estado socialista donde la acumulación capitalista está prohibida para los miembros del partido dirigente, esta diferenciación comienza como una funcional; pero más tarde se vuelve social”. Agrega Fagan que “Trotsky utilizó el concepto de Termidor en relación con el ala derecha del partido, los defensores de la propiedad privada. Rakovsky también miró hacia la revolución francesa, pero vio en ella lecciones diferentes. El concepto de Termidor era engañoso: «la reacción política que comenzó incluso antes del Termidor consistió en esto: el poder comenzó a pasar, formal y efectivamente, a manos de un número de ciudadanos cada vez más restringido». En este proceso de reacción, la gradual eliminación del principio electivo y su reemplazo por el principio de nominación cumplió un rol central. La diferenciación inicialmente funcional devino social y «modificó el órgano mismo». La burocracia, la capa dirigente en la economía, en el partido y el estado «cesó de ser parte de la clase obrera (…) transformándose en una nueva categoría social»”.

Evidentemente, Rakovsky estaba abriendo otra vía en la interpretación del proceso de burocratización de la ex URSS. Como ya hemos señalado, Rakovsky adelanta ya a finales de la década del 20 que Rusia se estaba transformando en un Estado burocrático con restos proletarios comunistas. Para el revolucionario rumano, lo decisivo para definir el carácter del Estado en la transición no son tanto sus (supuestas) bases económico-sociales, sino la clase que efectivamente está al frente de él. Por esto es que insiste tanto en la palabra “efectivamente” y en la connotación de “consciente” a la hora de la dirección de la clase obrera de los asuntos de la transición.

Trotsky, Rakovsky y los alcances sociales del Termidor soviético

Es sabido que en el cambio de década Trotsky adoptó una definición distinta. Planteó que en la medida que la base económico-social seguía siendo “obrera” (las relaciones de propiedad), el Estado seguiría siéndolo también, independientemente de que, sin duda, no se trataría de un estado obrero revolucionario sino de uno degenerado burocráticamente. Pero nada de esto no niega la inmensa riqueza de la obra consagrada a esta cuestión, La Revolución Traicionada, que, si se estudia con detenimiento, revela que dejaba abierta la puerta a evoluciones ulteriores del estado obrero.

Con la ventaja de la mirada retrospectiva, aun cuando la elaboración de Rakovsky era más inicial terminó configurando, a la postre, un punto de vista más corroborado históricamente acerca de la evolución social de la ex URSS. Sin embargo, en el movimiento trotskista en general este punto de vista ha sido desestimado en beneficio de la idea equivocada de que, como el estalinismo era una burocracia y no una nueva clase explotadora –premisa correcta, por otra parte–, no se podía hablar de otra cosa que de estado obrero.

Creemos que en esto hay un error de valoración en la utilización de las categorías del análisis materialista histórico que pierde de vista que precisamente las fases de transición histórica –más aún cuando se trata del proceso histórico de la transición al socialismo– difícilmente den lugar a tipos histórico sociales acabados u homogéneos, y que no se puede descartar el desarrollo –como creemos que efectivamente ocurrió a lo largo de siglo pasado– de “híbridos” históricos, como terminó siendo el estado burocrático no capitalista de la ex URSS a partir de la década del 30 y hasta la restauración capitalista en los 90.

Nada de esto significa que el propio Trotsky no tenga una elaboración mucho más rica y sugerente que la lectura unilateral y mecánica que se ha hecho de ella en lo que hace a la degeneración de la ex URSS, y que en un sinnúmero de artículos y textos –e incluso la riqueza, ya mencionada, de La revolución traicionada–hizo hincapié en una serie de aspectos con fuertes puntos de contacto con el análisis de la degeneración de la ex URSS que estableciera Rakosvsky.

Esto es particularmente así en el capítulo inconcluso dedicado al Termidor soviético en su biografía de Stalin, en general tachada de “subjetivista”, pero que no por eso dejaba de plantear análisis muy sugerentes en el sentido de interrogarse si la contrarrevolución estalinista no había ido más allá de un fenómeno meramente “político”, afectando el carácter social mismo del Estado obrero soviético.

“Una porfía descarnada por el poder y la renta”

Mencionábamos textos de Trotsky que abrían otra vía para la interpretación del curso de la ex URSS, que tendían a desarrollar una comprensión de la imposición de la burocracia como yendo más allá de una mera contrarrevolución sólo “política” y que, de alguna manera, hacían referencia a los mecanismos del “Estado burocrático con restos proletarios comunistas”, tal como lo había definido Rakovsky.

El capitulo “La reacción termidoriana” (Stalin, tomo II), en particular, contiene agudos señalamientos respecto del tema que estamos tratando y expresan una amplia convergenciacon los puntos de vista de Rakovsky, casi rozando el cuestionamiento a la definición misma de Estado obrero burocratizado.

Allí se pone en juego la ley de las relaciones recíprocas entre la economía y la política, las relaciones de influencia y mutua determinación por las cuales la “legalidad” de una determinada esfera del todo social termina teniendo influjo y produciendo transformaciones sobre otra esfera. En otras palabras, la política termina imponiendo transformaciones en la estructura económica misma. Esta ley llega a una de sus máximas expresiones justamente en el análisis de cómo la burocracia logra socavar las bases obreras del Estado heredero de la revolución, sin alcanzar por esto a transformarse abiertamente en un proceso de restauración capitalista; esto es, cómo el proceso de burocratización “fuerza” las bases económico-sociales del Estado obrero no sólo deformándolo, sino también cambiando su naturaleza misma.

Lo que Trotsky describe aquí es el proceso ya señalado por Rakovsky en “Los peligros profesionales del poder”, acerca de cómo la inevitable diferenciación funcional a la salida de la revolución se transformó en una evitable diferenciación social, que terminó minando las bases mismas del Estado obrero. Transcribiremos in extenso:

“En 1923 comenzó a estabilizarse la situación. La guerra civil (…) era ya cosa del pasado (…). Los comunistas empezaron a cubrir puestos permanentes, empleos que consideraban suyos y conducían a otros más destacados a dominar en forma planificada las regiones o distritos de actividad económica y política, confiados a su discreción administrativa. Rápidamente iban convirtiéndose en funcionarios, en burócratas, conforme la colocación de miembros y activistas del partido adquiría un carácter más sistemático y regular. Ya no se consideraban las misiones como algo transitorio y casi fortuito. La cuestión de los destinos tuvo cada vez más relación con la del modo y condiciones de vida de la familia del nombrado y con su carrera.

“Entonces fue cuando Stalin comenzó a sobresalir con creciente prominencia como organizador, dispensador de credenciales, tareas, empleos, preparador y monitor de la burocracia. Elegía a sus hombres de acuerdo con la hostilidad o indiferencia de éstos hacia sus adversarios y, particularmente, hacia quien en su concepto era el principal de todos ellos (…). Stalin generalizó y clasificó su propia experiencia administrativa, en primer término la experiencia de intrigarde continuo tras bambalinas, y la puso al alcance de los más íntimos asociados a él.

“A medida que fue aumentando la vida burocrática, ésta engendró una creciente necesidad de bienestar. Stalin cabalgaba a la cabeza de este espontáneo movimiento hacia la comodidad humana, guiándolo y enderezándolo a sus propios designios.

“Secretamente al principio, y luego con más descaro, la igualdad fue tildada de prejuicio pequeño burgués, en defensa de los privilegios especiales para los burócratas de alta categoría”.

Luego Trotsky presenta a Stalin como un empírico que “permanece sordo y ciego ante la formación de toda una capa privilegiada soldada por los lazos de honor de los ladrones, por su común interés (como explotadores privilegiados de toda la política de cuerpo) y por su incesante alejamiento del pueblo. Sin sospecharlo, Stalin está organizando no sólo una nueva máquina, sino una nueva casta”.

Y agrega: “Si Stalin hubiera podido prever hasta dónde conduciría su lucha contra el trotskismo, indudablemente se habría contenido, a pesar de la perspectiva de victoria contra sus antagonistas. Pero no previó absolutamente nada. Los vaticinios de sus adversarios de que se convertiría en adalid del Termidor, en enterrador del partido de la revolución, le parecían vanas fantasías y expresiones huecas. Creía en la suficiencia de la máquina del partido, en su capacidad para realizar todas las tareas. No tenía la menor idea del papel histórico que estaba representando. La falta de imaginación creadora, su incapacidad de generalizar y prever, mató al Stalin revolucionario tan pronto empuñó por su cuenta el timón” (León Trotsky, Stalin (II), Buenos Aires, Yunque, 1974, p. 270).

Asistimos a una notable descripción del proceso por el cual la función y el cargo al frente de tareas necesarias e inevitables –en ese estadio del proceso– en manos del nuevo Estado se transforman en otras tantas fuentes de una diferenciación y acomodamiento social de una capa que cada vez se aleja más y tiene una existencia más separada de las masas obreras, campesinas y populares.

Sin embargo, a fines de la década del 20, luego de haber sido barrida la Oposición de Izquierda y con el giro hacia el control total por parte del Estado de todas las palancas económicas, lo que se verifica es una lucha por la apropiación del excedente social.

Haciendo una lectura desde hoy y observando el desarrollo del conjunto de la experiencia histórica, lo que se concluye es que se pusieron en marcha nuevamente mecanismos de explotación del trabajo. Si hay pelea por el excedente entre capas no obreras y si hay explotación del trabajo liso y llano, lo que no puede haber entonces es Estado obrero por más “burocratizado” y “degenerado” que se lo califique.

Continúa Trotsky: “El kulak, juntamente con el industrial modesto, trabajaba por la completa restauración del capitalismo. Así se inició la irreconciliable brega alrededor del producto sobrante del trabajo nacional. ¿Quién dispondrá de él en próximo futuro: la nueva burguesía o la burocracia soviética? Esta fue la inmediata cuestión planteada. Quien disponga del producto sobrante cuenta con el poder del Estado. Así comenzó la lucha entre la pequeño burguesía, que había ayudado a la burocracia a quebrar la resistencia de las masas obreras y de sus portavoces de la oposición izquierdista, y la misma burocracia termidoriana, que había ayudado a la pequeño burguesía a dominar a las masas agrarias. Era una porfía descarada por el poder y la renta” (ídem, p. 275).

Este es el verdadero contenido de la colectivización forzosa: no el de una “revolución complementaria”, sino una “porfía descarnada por el poder y la renta”.

El carácter de la colectivización estalinista

Trotsky agrega: “Evidentemente, la burocracia no derrotó a la vanguardia proletaria, se libró de las complicaciones de la revolución internacional y legitimó una filosofía de la desigualdad para rendirse luego a la burguesía, convertirse en criado suyo y ser acaso desplazada a su vez de la olla del Estado. La burocracia se asustó mortalmente de las consecuencias de su política de seis años. En consecuencia, se volvió airada contra el kulak y el nepista. Al mismo tiempo, emprendió el llamado “tercer período” y la lucha contra los derechistas. A los ojos de los papanatas [Preobrajensky y cía. LP], la teoría y política del tercer período pareció una vuelta a los principios básicos del bolchevismo. Pero no había nada de eso. Se trataba sólo de un medio para un fin” (ídem, p. 276). Es decir, esa serie de medidas estuvieron al servicio no de un paso ulterior en la transición sino en su desvío hacia otro lado: la transformación social del estado en Estado burocrático con restos proletarios comunistas, cuando las masas laboriosas, que son las llamadas a constituirse en “órgano ejecutivo” del nuevo Estado, se retiran de la escena política. Argumento, por otra parte, idéntico a la reflexión que adelantara sobre el tema Rakovsky en su “Carta a Valentinov”.

Precisamente, Trotsky continúa su reflexión en esa dirección: “La revolución machaca y destruye la maquinaria del viejo Estado. Ahí reside su esencia. La liza está repleta de contendientes. Ellos deciden, actúan, legislan a su modo, exento de precedentes, juzgan y dan órdenes. La esencia de la revolución está en que la misma masa se constituye en propio órgano ejecutivo. Pero cuando la masa se retira al palenque, vuelve a sus diversas residencias, a sus viviendas particulares, perpleja, desilusionada, cansada, el teatro de los acontecimientos queda desolado. Y su frialdad se intensifica cuando lo ocupa la nueva máquina burocrática” (ídem, p. 283).

Y en el mismo sentido agrega: “Rousseau ha explicado que la democracia política era incompatible con la excesiva desigualdad (…) la legislación soviética (…) desterró la desigualdad incluso en el ejército. Bajo el régimen de Stalin, todo esto cambió, y hoy no sólo existe desigualdad social, sino también económica. La ha fomentado la burocracia (…) en su agitación por la escala diferencial de salarios (…). Con desenfrenado cinismo, la igualdad se denunció como prejuicio pequeñoburgués (…) Reclinados en automóviles técnicamente propiedad del proletariado, a los cuales sólo un puñado de elegidos tenía entrada, los burócratas risoteaban: «¿Para qué hemos estado luchando?» Esta irónica frase era a la sazón muy popular. La burocracia respetaba a Lenin, pero siempre le había parecido un poco fastidioso su puritanismo” (ídem, p. 287).

Aquí se manifiesta, como al pasar, algo extremamente importante: cuando Trotsky se refiere a la propiedad “técnicamente del proletariado”, parece dar cuenta de que, en realidad, esta propiedad era sólo formalmente de la clase obrera, o, lo que es lo mismo, que no lo es de manera efectiva.

Lo que Trotsky parece sugerir es, precisamente, que el Termidor terminó siendo esencialmente distinto del francés: se trató de un proceso social que terminó afectando las bases sociales mismas creadas por la revolución de octubre. De ahí que se hable de propiedad “técnica” y no real. Análogamente, puede decirse que el estado era “técnicamente” obrero, pero ya no realmente.

Otro cambio sutil, pero muy profundo, se observa en la definición de la naturaleza de la colectivización agraria estalinista: “A los ojos de los simplones, la teoría y práctica del «tercer período» parecían refutar la teoría del período termidoriano de la revolución rusa. En realidad, no hicieron más que confirmarla. Lo esencial del Termidor fue, y no puede menos que ser, social en cuanto su carácter. Su finalidad era cristalizar una nueva capa privilegiada, crear un sustrato nuevo para la clase económicamente superior. Había dos pretendientes a este papel: la pequeño burguesía y la burocracia. Ambas combatieron unidas en la batalla para vencer la resistencia de la vanguardia del proletariado. Una vez conseguido esto, chocaron una contra otra en feroz acometida. La burocracia llegó a asustarse de su aislamiento, de su divorcio del proletariado. Sola, no podía aplastar al kulak ni a la pequeño burguesía (…); tenía que contar con la ayuda del proletariado. De ahí su esfuerzo concertado por presentar su lucha (…) por los productos sobrantes y por el poder como la lucha del proletariado contra las tentativas de restauración capitalista” (ídem, p. 288).

Pero esta lucha que era “presentada como” una lucha del proletariado, para Trotsky, evidentemente, no lo era: era una lucha de una burocracia que, rompiendo amarras con la clase obrera pretendía resolver su propia cuestión social. Como sabemos, razonando en términos históricos, no lo logró.

Continuemos con Trotsky:

Aquí cesa la analogía con el Termidor francés. La nueva base social de la Unión Soviética se hizo intangible. Defender la nacionalización de los medios de producción y de la tierra es ley de vida o muerte para la burocracia, pues tal es el origen social de su posición dominante. Esa era la razón de su lucha contra el kulak. La burocracia podía sostener esta contienda, y resistir hasta el fin, sólo con ayuda del proletariado. La mejor prueba del hecho de que había hecho recluta de este apoyo fue el alud de capitulaciones por parte de representantes de la nueva oposición. La lucha contra el kulak, la pugna contra el ala derecha, contra el oportunismo (consignas oficiales de ese período), pareció a muchos trabajadores y a muchos representantes de la oposición izquierdista como un renacimiento de la dictadura del proletariado y de la revolución socialista. Les advertimos entonces: no se trata sólo de lo que se hace, sino también de quién lo hace. En condiciones de democracia soviética, esto es, de autonomía obrera, la lucha contra el kulak podría no haber asumido una forma tan convulsiva, tan pusilánime y bestial, y haber conducido a un alza general del nivel económico de las masas, a base de la industrialización. Pero la lucha de la burocracia contra el kulak era una singular contienda librada sobre las espaldas de los trabajadores, y como ninguno de los gladiadores confiaba en las masas, como ambos temían a las masas, la pelea revistió un carácter convulsivo y sanguinario. Gracias al apoyo del proletariado, terminó en victoria para la burocracia. Pero no añadió nada al peso específico del proletariado dentro de la vida política del país” (ídem, p. 288). Más allá de que debe tomarse con pinzas lo de la “base social intangible”, resulta evidente que si la colectivización forzosa “no añadió nada”, queda muy cuestionada la idea de que se habría tratado de una “revolución complementaria” en el sentido socialista del término.

Rakovsky fue un águila

Pero como es sabido, Rakovsky fue más categórico acerca de este carácter burocrático, no obrero ni “socialista”[3] del giro “izquierdista” de Stalin. Para él, “detrás de la ficción del propietario-koljosiano (…) el problema es que los trabajadores koljosianos no trabajan para sí mismos. ¿Qué es lo que va a florecer, profundizarse y desarrollarse sin trabas en los koljoses? La nueva burocracia koljosiana (…), que reúne bajo un mismo techo todas las capas del campesinado, con excepción de los kulaks recalcitrantes, que quedarán (…) en los círculos de hierro del aparato burocrático. Los koljoses confrontan una penuria general, pero ello será largamente compensado en funcionarios y agentes (…). Esto confirma, una vez más, que el socialismo burocrático sólo va a producir burócratas y que la sociedad «socialista» a la que ya hemos arribado, como lo aseguran los grandes decretos oficiales, será el reino de los burócratas”.[4]

Este “reino de burócratas” de ninguna manera podría llegar a tener una vitalidad orgánica ni auténticamente histórica, como se demostró en pocas décadas. Y mucho menos podía decirse que el estalinismo sería capaz de llevar a cabo las tareas históricas que estaba llamada a realizar la clase obrera.

En esta consideración, de inmensa importancia estratégica, el pensamiento de Rakovsky se demostró inmensamente agudo; un verdadero “águila” como dijo en su momento Lenin de Rosa Luxemburgo por su anticipatoria caracterización de la socialdemocracia alemana. Porque Rakovsky supo ver más lejos sobre del carácter del fenómeno que estaba en desarrollo ante los ojos de su generación: la pudrición estalinista de la revolución social más grande de la historia de la humanidad hasta nuestros días. Y lo pagó con su vida. Vaya entonces hacia él nuestro homenaje.

Notas:

[1] Katz tiene un importante trabajo de elaboración sobre el balance de las experiencias socialistas del siglo XX, El porvenir del socialismo, trabajo que, más allá de desigualdades y tesis que consideramos unilaterales –como postular que los enfoques de Trotsky, Preobrajensky y Bujarin, en lo que hace a la transición económica, podrían ser “complementarios”–, contiene aportes y consideraciones muy valiosas. Sin embargo, en ese texto no se desarrolla la cuestión que nos ocupa aquí.

[2] En múltiples ocasiones defendimos la tesis contraria a la de Katz sobre este tema: que toda la experiencia del siglo XX ha demostrado que a la hora de la revolución propiamente socialista, la clase obrera es imprescindible; si no hay clase obrera, no es revolución socialista.

[3] Tampoco hay que perder de vista que, aunque se conozca menos, León Trotsky llegó a hablar en determinados textos (“La degeneración de la teoría, teoría de la degeneración”, 1932) de “medidas supra-sociales” y de “economía de tipo casi puramente burocrático” para indicar el carácter no obrero ni socialista de la colectivización forzosa y la industrialización acelerada.

[4] Fragmento de un texto inédito de Christian Rakovsky (texto suprimido por la burocracia) citado en un artículo de Molotov en la revista teórica del régimen estalinista, Bolchevique Nº 7, 1930. En Cahiers Leon Trotsky 18, Francia, 1984.

Por Luis Paredes, Revista SoB 21, noviembre 2007

Categoría: Historia y Teoría, Revista Socialismo o Barbarie Etiquetas: , ,