Abr - 1 - 2004

“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente que existen y transmite el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos” (Marx, El 18 Brumario).

Los que se debían ir se las arreglaron para empezar a quedarse. En unas elecciones amañadas, anticipadas, parciales, termina imponiéndose un presidente con el 22% de los votos. Más elecciones locales y un gobierno que rápidamente alcanza más del 80 % de aceptación popular. Los límites insalvables del “que se vayan todos” se desarrollan, toman cuerpo y se transmutan en su contrario: “nos quedamos todos y encima les va gustar”, diría irónico un burgués imaginario.

La fuerza de la acción independiente de las masas del 19 y 20 fue más allá de lo esperado, pero los fantasmas de su conciencia y la ausencia de algunos protagonistas no la dejaron llegar donde debía.

De todos modos, la película recién empieza… Son los primeros actos de un proceso vivo; vaya pues una reflexión pausada pero interesada, como aporte para determinar este momento actual y ayudar a cruzar el actual Rubicón.

De la crisis global a la relativa relegitimación del régimen

La irrupción independiente de las masas en 2001 abrió un tembladeral político-institucional y reveló la profundidad de la catástrofe económico social en que se sumió el país. Ante los hechos, todos los sectores sociales y políticos fueron reubicándose y respondiendo a las nuevas circunstancias, con una buena dosis de ensayo y error, de idas y venidas. En el plano político, luego del fracaso del intento represivo del Puente Pueyrredón, con el saldo de dos piqueteros muertos y un decisivo acotamiento del poder del presidente provisional Duhalde, se definió la salida electoral anticipada y parcial. En su transcurso, la opción de relegitimar y en parte cambiar el personal político más desprestigiado se fue imponiendo entre la patronal y el imperialismo, que tras dudas e indecisiones definieron esta orientación como la más plausible para salir de la crisis. El gobierno de Duhalde fue la transición hacia esta política. Kirchner es su realización.[1]

Esta estrategia de relegitimación institucional no pudo ser combatida por una alternativa política unitaria de la vanguardia y la izquierda que llamara a la abstención, el voto en blanco o cualquier otra variante de rechazo al engaño de esa elección tan peculiar. En este sentido, las direcciones políticas de la izquierda, con su presentación, contribuyeron, más allá de su voluntad, a la relegitimación institucional.

Una nueva situación de relativa estabilidad burguesa[2]

Las imágenes de miles de manifestantes al grito de “que se vayan todos” recorrían el mundo. Otra secuencia: amas de casa, cacerolas en mano, hostigan a sus representantes al grito de “chorros, ladrones corruptos”. Más: jubilados martillan las puertas de los bancos; se ven las calles cortadas con fogatas. Un fantasma nació en las calles porteñas y recorrió las noticias del mundo: el cuestionamiento a las instituciones de la democracia burguesa, la aguda crisis del régimen político en su conjunto.

La burguesía y en especial Kirchner hicieron una lectura correcta del problema, y después de las elecciones el nuevo presidente se planteó la política de detener y revertir los rasgos más degenerativos de las instituciones democráticas para así comenzar su relegitimación. Esto adoptó la forma de toda una serie de hechos con mucho valor simbólico: embestida contra los símbolos más ostensibles de la corrupción (la “mayoría automática” menemista de la Corte Suprema, los directivos del PAMI), pase a retiro de militares cuestionados por su participación en la dictadura, anulación de las leyes de obediencia debida y punto final, arrepentimiento del jefe de la Armada por la violación de los derechos humanos, revisión de los contratos de algunas privatizaciones sospechados de corrupción o de incumplimiento, tiras y aflojes en la negociación de la deuda –en contraposición a las “relaciones carnales” y el alineamiento automático de la década anterior–, la derogación de la ley Banelco[3] de reforma laboral, etc. Estas acciones han logrado devolver cierta credibilidad a las instituciones y sobre todo a la institución presidencial –lo cual es a su vez un límite–; el resultado de conjunto es una vuelta a la “normalidad” del régimen democrático burgués. Lo cual no significa que no haya luchas e inclusive crisis políticas, pero lo más probable es que por uno o dos años no veamos cuestionamientos globales a las instituciones por la acción independiente de los trabajadores.

Asimismo, la relativa estabilización del régimen habla de una serie de elementos de crisis ideológica de las masas que expresan la enorme dificultad para lograr un progreso político hacia la izquierda. En particular, se mantiene toda una ideología policlasista que se materializa, sobre todo, en el peronismo y la burocracia sindical de todo pelaje.

La fase más aguda de la crisis se ha cerrado hace largos meses. Con ella, los elementos de desorientación, desmoralización y división de la clase dominante se han detenido. Los sectores más concentrados del país, en líneas generales, acuerdan con la orientación general del gobierno tanto en lo económico como en lo político. Y no sólo ellos, sino también todo un amplio espectro de pequeños y medianos empresarios. Si bien persiste una discusión más estratégica sobre el proyecto de país[4], es notorio que existe una mayor unidad burguesa. Por último, la nueva situación encuentra fundamento en el detenimiento de los elementos más brutales de la catástrofe social y en una mejoría en la situación económica (luego nos detendremos en este aspecto).

Las contradicciones y límites de la estabilidad

Dicho esto, la estabilización del régimen tiene aspectos contradictorios que hasta cierto punto limitan o relativizan la relegitimación alcanzada. En primer lugar lo que salta a la vista es que la institución que más consenso ha recuperado es la presidencial, lo cual en un régimen altamente presidencialista como el argentino no es un dato menor. Pero, al mismo tiempo, esto representa un problema: la ausencia de otras mediaciones prestigiadas.

Tampoco hay recambio a la vista. El gobierno ha ocupado gran parte del arco político, ampliando el espacio de centro a derecha e izquierda. La bancarrota de la Unión Cívica Radical ha dejado sin una pata al clásico régimen bipartidista. No hay oposición burguesa estructurada. Los lamentos sobre el hegemonismo del gobierno son la forma velada en que se manifiesta esta precariedad del régimen. Ante la eventualidad de una crisis del gobierno, casi automáticamente se plantearía nuevamente la crisis del régimen de conjunto, porque a nadie se le escapa que en los niveles locales y en las otras instituciones siguen casi los mismos personajes con los mismos mecanismos y costumbres.

Un problema no resuelto para la burguesía es que para gobernar el país necesita del aparato del PJ y en particular del de la provincia de Buenos Aires, que no es incondicionalmente kirchnerista y es, en algunos casos, fuente de contradicciones flagrantes con el discurso oficial de transparencia, moralidad y buenas costumbres. El gobierno tiene dos opciones a la vista, o una combinación de ambas: se apoya en los aparatos provinciales y municipales existentes o crea propios que básicamente serán iguales a los actuales: un ejército de personajes desclasados y despolitizados, una masa de matones que responden indirectamente a la burguesía y sus intereses, comandados por caciques locales nacidos y criados a la sombra del aparato estatal.

Por último, queremos señalar dos elementos que hacen potencialmente a la inestabilidad del régimen: por un lado, a caballo de la reactivación vienen y vendrán pujas distributivas entre todos los sectores, tanto dentro de la burguesía como entre ésta y los trabajadores. Segundo, la permanencia y continuidad de la vanguardia muestra que, más allá de todas las dificultades se ha instalado definitivamente como actor político.

Una recomposición fragmentada del movimiento de masas

La “vuelta a la normalidad” tiene una correlación con la mecánica de clases del proceso: las capas medias de la sociedad no pueden, obviamente, darle una dinámica clasista al proceso, y su radicalización se detuvo en el reclamo democrático general. La reabsorción indolora del “que se vayan todos”[5] confirma este límite orgánico de los sectores medios y la necesidad absoluta del ingreso de la clase obrera ocupada al proceso como condición indispensable para la maduración del Argentinazo. Este no ingreso habla, por un lado, del peso del flagelo de la desocupación, verdadera espada de Damocles sobre la cabeza de la clase con trabajo, y por otro, de la supervivencia y control parasitario de la burocracia sindical.

A la fragmentación de la clase trabajadora, dividida casi en partes iguales entre desocupados y ocupados y al retraso de es último sector para incorporarse plenamente al proceso, se le suma el hecho que el movimiento de trabajadores desocupados tampoco le ha impuesto a su lucha una dinámica clasista. Las razones hay que buscarlas no sólo en su situación “objetiva” de alejamiento de la producción, sino también en la orientación “piqueterista” o corporativa de la mayoría de las corrientes que actúan en el movimiento,           que lo ha llevado a un creciente aislamiento político y social.

Es esta fragmentación social y política, el control de la burocracia sindical y la perspectiva errónea del piqueterismo lo que hay que intentar superar, trabajando con           una estrategia de unidad de clase .[6]

Pasando revista a lo que dimos en llamar las tres caras de la recomposición, ya está dicho que el reclamo del “que se vayan todos” ha sido reabsorbido y con él las asambleas populares; las que perduran son en todo caso muy pequeñas y no expresan hoy por hoy ninguna tendencia dinámica.

En el caso del movimiento de trabajadores desocupados, éste ha mostrado tanto su vitalidad como sus límites: por un lado, es en las franjas más empobrecidas donde el proceso de recomposición ha llegado más lejos y ha logrado ubicarse en el centro del escenario político, pero al mismo tiempo se hace evidente la crisis de su orientación.

En cuanto a las experiencias de las fábricas recuperadas y administradas por sus trabajadores, al cerrarse los elementos más agudos de la crisis, la patronal ya no abandona sus propiedades, y por ende no hay nuevos ejemplos. La mayor parte de estas experiencias, bajo la presión de las necesidades, se ha volcado al camino cooperativista sin ninguna perspectiva política independiente.

En relación con los trabajadores ocupados, debemos constatar que, si bien hay y hubo experiencias clasistas muy importantes, éstas han tenido un desarrollo muy desigual: algunas avanzaron, otras retrocedieron, pero queda claro que no han logrado extenderse de conjunto.

A la fragmentación que significa la desocupación hay que agregar la fragmentación al interior de las empresas: división entre trabajadores efectivos, contratados, terciarizados, por agencia, pasantes, etc. Por último, también hay una fractura entre distintas generaciones: los compañeros con mayor experiencia y tradición son menos dinámicos, y las nuevas generaciones jóvenes no tienen puntos de referencia ni tradición laboral en muchos casos, lo que da como resultado mundos distintos y distantes entre las diferencias salariales, las de condiciones de trabajo y de edad.

Sin embargo, el hecho de que hay cierta reactivación productiva está favoreciendo el perder el miedo y comenzar a luchar por recuperar parte del salario y revertir las condiciones de esclavitud laboral. Todo indica que hay un malestar creciente. En muchas fábricas empieza a haber esbozos de conflicto y algunos conflictos abiertos. Es al calor de estas luchas que hay que pelear por que los trabajadores entren de lleno al proceso de recomposición.

El gran obstáculo a vencer para el desarrollo de estos procesos y su posible politización es la burocracia sindical. Justamente, para curarse en salud, el gobierno ha salido a ratificar y a fortalecer ese control, en una movida para que la burocracia recupere espacio tanto en las estructuras de trabajadores como en el plano político más general. Las quejas del ministro de Trabajo Tomada en el sentido de que “los piqueteros le ganaron la calle” a los sindicatos fueron el prólogo a la “mano” a la burocracia que es la “nueva” ley laboral. Junto a esta política general, el gobierno estaría promoviendo en este terreno también cierto recambio del personal sindical más desprestigiado, para conseguir cierta relegitimación de la burocracia sindical de conjunto.

Recuperación sin “desarrollo sustentable”

En los últimos meses se ha discutido la situación de la economía y más en general del capitalismo argentino, tanto entre los economistas burgueses como entre los analistas marxistas. Una de las disyuntivas que se han planteado es si corresponde hablar de crecimiento o de simple “rebote” de la actividad económica después de la debacle de 2001-2002, disyuntiva nos parece falsa.

Durante 2003 el PBI creció un 8% y hubo un cierto repunte de la actividad industrial y económica en general. La catástrofe económico-social, que venía desde la recesión 1998-2001 y se acentuó tras la megadevaluación de Duhalde (con una caída del PBI que llegó al 15%), tocó fondo y se detuvo, primero, luego comenzó la recuperación y continuó en el actual “crecimiento” económico. Pero el límite de este “crecimiento” consiste en que se basa en el empleo de la capacidad instalada antes ociosa y en las ventajas competitivas que ofrece la devaluación para la actividad exportadora y de sustitución de importaciones, pero no en un aumento significativo del flujo de nuevas inversiones, que por el momento no se vislumbra[7]. Por efecto de arrastre estadístico, el 2004 ya tiene un piso de crecimiento del PBI del 3%, con lo que los números macroeconómicos “darían bien”. Claro que dos eventuales años de “crecimiento” sólo alcanzarían a compensar la caída de 2001-2002.

De este modo, el horizonte claramente instalado para los próximos años es que las variables económico-sociales decisivas, como el nivel de empleo, de salarios y de pobreza, no van a sufrir alteraciones cualitativas, salvo por la acción directa de los trabajadores. Estamos hablando del hecho de que cerca de la mitad de la población es pobre, o que la población económicamente activa con problemas de empleo (desocupación + subocupación) es de más de un tercio, y que el salario (que tuvo una caída dramática del poder de compra tras la devaluación) no se recuperará sustancialmente. A esto se agrega que, como lo demuestra la nueva ley laboral, las condiciones de explotación, sumisión y precarización se mantendrán en lo esencial.

Dicho lo anterior, hay que recalcar que el marco general de todas las perspectivas económicas para los próximos años está dado por la relación con el imperialismo, en la que la renegociación de la deuda externa y el plan de pago para salir del default juegan un rol crucial. En este plano, el gobierno de Kirchner se plantea una sinuosa línea de negociación (no de sumisión incondicional ni mucho menos de patear el tablero) que lenta pero sostenidamente va llevando las decisiones centrales de política económica hacia una dirección más cercana a la que exigen los centros de poder imperialista (EE.UU., G-7, FMI).

Ni el crecimiento actual ni la negociación real con el FMI y los acreedores implican que se pone en marcha un “nuevo modelo” a partir del cual comenzará una fase de exuberancia económica, acumulación capitalista y desarrollo “sostenible”. La debilidad congénita de la burguesía argentina para poner en pie un proyecto de país sigue vigente, así como el carácter semicolonial y dependiente del país.

El debate sobre la vigencia del Argentinazo

Entre la izquierda argentina existe un debate real sobre si el Argentinazo sigue abierto o se ha terminado. Hay dos visiones opuestas que nos parecen unilaterales y por tanto equivocadas. Sintéticamente, están los que dicen que el Argentinazo sigue vivo y actuante por la permanencia y el acrecentamiento del rol político y social de la vanguardia. Este punto de vista toma un elemento real, la continuidad del movimiento de trabajadores desocupados y su ubicación, y lo absolutiza[8]. En la vereda de enfrente están los que plantean que el proceso se cerró, como producto de la expropiación de las jornadas de diciembre y el triunfo de la salida electoral. Es decir, el centro del análisis está puesto en el fin de la crisis institucional[9]. A nuestro entender, ambas posiciones pierden de vista la totalidad, lo que nosotros definimos como una crisis global[10]. Y en particular, no ven la dialéctica actual entre lo general y lo particular (entre la etapa y la nueva situación abierta).

Lo general está determinando una etapa o, como definimos en su momento, un proceso revolucionario, que es real y actuante. El Argentinazo cerró una correlación de fuerzas claramente desfavorable a los trabajadores que dominó en la década del 90, e instauró una nueva relación de fuerzas más favorable a los trabajadores, que impone límites políticos y sociales a la burguesía y al imperialismo. El propio Kirchner lo dice con todas las letras: “No estamos en un país normal. Lagos [presidente de Chile] ordena meter dos chorros de agua cuando los manifestantes violan la ley. Y no pasa nada. Acá es diferente” (Clarín, 22-2-04). Esa “anormalidad” es la que impuso el Argentinazo, y sus efectos políticos prácticos son evidentes y mensurables.

El segundo elemento de continuidad de la etapa es la emergencia de una amplia vanguardia, más social que política, que vino para quedarse como actor relevante en la realidad argentina. El contexto de relativa estabilidad del régimen mediatiza estos elementos generales, pero no los anula.

Esto hace inteligible al gobierno de Kirchner: es hijo de una relación de fuerzas que lo sobredetermina y le señala límites permanentemente. Esto lo obliga a hacer rodeos para enfrentarse con el movimiento de masas y tomar el camino de menor resistencia: relegitimar el régimen. El gobierno se apoya en los límites del proceso: la no entrada en escena de los trabajadores ocupados y la crisis ideológica de los trabajadores.[11]

Kirchner, el imperialismo y el movimiento de masas

Durante los 90 se fue creando la imagen que los gobiernos estilo Menem eran la “normalidad histórica”. Sin embargo, la década del 90 estuvo marcada por la contraofensiva liberal, la caída del muro de Berlín y la desaparición de la URSS. El capitalismo en su versión neoliberal aparecía como horizonte único para el resto de la historia. Esta tendencia ha cambiado: si bien permanece la crisis de alternativa socialista, la globalización está cuestionada y deslegitimada. Los forcejeos y roces entre los distintos sectores burgueses, entre los sectores patronales nacionales y el imperialismo y entre los diferentes países imperialistas reaparecen a la luz del día.

Kirchner se para en esas contradicciones para negociar y hacer política hacia el frente interno; éste será un aspecto que va a ser marca registrada del gobierno. Dejemos que lo diga el analista burgués Joaquín Morales Solá: “Es el Kirchner clásico: su arte de negociador consiste en llevar la tensión al extremo para luego comenzar la negociación y dar paso, por lo tanto, a la elasticidad. Peronista al fin y al cabo, tiene el don común de su estirpe de contar con sensores precisos para establecer los riesgos del poder. Al poder se lo usa pero no se lo pierde” (La Nación, 15-2-04).

Pero esta ubicación también tiene un margen acotado: el gobierno no puede permanentemente estirar la cuerda al límite en todas y cada una de las negociaciones y presentarse como el “defensor de la dignidad nacional”. A principios de marzo se dio un nuevo capítulo de la saga “Kirchner versus FMI”. El resultado fue una capitulación completa. Luego de propagandizar el supuesto “Plan B” que seguiría a la entrada en default con el FMI, el gobierno pagó los 3100 millones de dólares que se vencían y se comprometió a negociar rápidamente la deuda en default con los acreedores privados, que supera los 80.000           millones de dólares.

Además, el gobierno se está quedando, como tituló un analista burgués, “sin más margen para firmar sobre la hora” (La Nación, 10-03-04), lo que significa que, más allá de la forma tramposa y dosificada en que se implemente, este año el gobierno avanzará, cada vez con menos reticencia, en las tareas pendientes que exige el FMI. La lista de exigencias no es corta: a la ya mencionada negociación con los acreedores privados y tenedores de bonos se suman la redefinición de las pautas fiscales y el superávit proyectado para 2005 y 2006, el reajuste de las tarifas de servicios públicos que ya empezó, el aumento del combustible y avanzar en las “reformas estructurales“ pendientes: la nueva coparticipación federal de impuestos –es deicr, el ajuste fiscal en las provincias–, la municipalización de la educación, la reestructuración del sistema financiero, etc.

El gobierno ha definido su curso claramente y se muestra como lo que es: un gobierno que representa, cuida y defiende los intereses de la gran patronal y el imperialismo. Es en este sentido que durante este año el gobierno irá tomando definiciones más de fondo.

Esto puede verse acicateado por la permanencia de tensiones sociales agudas, carestía de la vida, expresadas en las luchas salariales y un incipiente malestar social. Hubo toda una serie de conflictos (subterráneos, Firestone, ferroviarios, frigorífico Paty y otros) que están preanunciando un año de reanimamiento de las luchas entre los trabajadores ocupados y la profundización de estas tendencias.

En síntesis, se están acumulando tensiones y elementos que comenzarían a permitir que el movimiento de masas empiece a hacer una experiencia política con el gobierno de Kirchner.

Dar algo para quedarse con todo

Otro rasgo característico del gobierno Kirchner es cambiar algo para que nada cambie, lo que podríamos denominar como un mecanismo de conquista-concesión-trampa. Por ejemplo, el Argentinazo le impuso a la burguesía subsidiar a millones de trabajadores que el sistema dejaba en la calle. Esto, que fue claramente una conquista subproducto de aquella acción independiente, hoy es presentado por el gobierno como una concesión y como parte de su “sensibilidad social”. Este mecanismo se repite continuamente y es una trampa mortal, un obstáculo para desarrollar una política de independencia de clase, porque en la medida en que el gobierno “da algo” obliga a responder políticamente desde el punto de vista de una salida de conjunto.

La actual crisis del movimiento de desocupados se debe a este problema: al no responder políticamente sino corporativamente, persistiendo en la orientación estrictamente limitada a sus propias reivindicaciones, se aísla del resto de los trabajadores. Por más que produzca “hechos políticos” de cierta resonancia, éstos quedan sin proyección y no dan una respuesta política explícita que responda a las necesidades del conjunto de los trabajadores y la población.

La otra respuesta a este mecanismo de conquista-concesión-trampa del gobierno es “reconocer que da algo”, o el apoyo a sus “medidas progresivas”, lo que lleva indefectiblemente a la capitulación a Kirchner. De esta manera justifican el apoyo al gobierno, por ejemplo, Hebe de Bonafini (Madres de Plaza de Mayo), la Corriente Clasista y Combativa (CCC), Barrios de Pie o las burocracias sindicales. Lógicamente, desde perspectivas distintas, pero el mecanismo es el mismo.

La nueva ubicación de la vanguardia: sus desafíos y sus peligros

Desde el punto de vista estrictamente político, el hecho de que el gobierno ocupa un espacio a derecha, centro e “izquierda” sumamente abarcativo deja, como hemos dicho, poco margen de acción para el resto de las fuerzas políticas tradicionales. Esas fuerzas o bien se pasan al oficialismo (CTA, sectores del ARI, del PJ ex menemistas o duhaldistas y todo lo que ha dado en llamarse la “transversalidad”) o bien vegetan en la impotencia y la debilidad orgánica (ARI-Carrió, UCR, López Murphy).

En definitiva, el espacio político de oposición al gobierno ha quedado copado por la vanguardia, que es hoy el único interlocutor del debate político con el gobierno. La acción del 19 de febrero mostró nuevamente el poder de convocatoria y la ubicación ya definida de la amplia vanguardia en relación con el gobierno. Esto es un hecho político de primer orden que resulta, a la vez, un dato contradictorio, porque la vanguardia está relativamente aislada como producto de la política “piqueterista”, pero al mismo tiempo ocupa el centro político de la escena. Esto es, el accionar político de los movimientos y de sus dirigentes ya no tiene un auditorio acotado o incluso subterráneo: está bajo la lupa del conjunto del movimiento de masas. Esto abre inmensas posibilidades de proyección política para los movimientos y para la izquierda revolucionaria que tiene fuerte inserción en ellos, pero al mismo tiempo plantea tremendos desafíos y peligros.

La jornada del 19 de febrero evidenció una profunda crisis política y de orientación en los movimientos, que cruzará todo el año político: la estrategia general de centrarse en la lucha por planes de trabajo y bolsas de comida con el método de cortes de ruta hace agua por todos lados. Se ha abierto de hecho una discusión de políticas, tácticas y estrategias a seguir, donde empieza a tallar la cuestión del movimiento obrero ocupado. Y también está planteada una discusión en las organizaciones políticas y sociales de la vanguardia sobre qué tipo de expresión política va a tener (por ejemplo, Castells, del Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados, tiene muy presente el plano electoral).

Esta pelea política al interior de los movimientos va mucho más allá de “la interna de la vanguardia”. Los debates políticos del movimiento han saltado de los órganos partidarios a las páginas de la prensa burguesa. Insistimos: la vanguardia tiene un auditorio de masas. Pero eso significa que sus jueces también son de masas.

Nuestra ubicación frente al gobierno de Kirchner

“Nuestro punto de partida es la necesidad de plantear clara, pública y abiertamente el carácter de clase del nuevo gobierno, es decir, su esencia capitalista y enemiga de los trabajadores, por lo que llamamos a la población a no depositar ninguna confianza en el gobierno de Kirchner. Precisamente por esto, en el momento actual, la principal pelea política y por la dirección en el seno del movimiento de masas y la vanguardia es contra las direcciones como las CGTs, la CTA, D’ Elía, etc., que impulsan hoy una orientación de ilusiones, capitulación y pactos entre los movimientos de trabajadores y el nuevo gobierno de Kirchner (…) Por otra parte, y teniendo en cuenta las actuales expectativas que hay entre las grandes masas respecto del gobierno de Kirchner, así como la necesidad de dar pasos en la unificación desde el punto de vista de clase de los trabajadores ocupados y desocupados, buscamos combatir estas ilusiones partiendo de las necesidades de los trabajadores y de las perspectivas y tendencias más generales de la lucha que abrió el Argentinazo.[12].

Esta ubicación que tuvimos desde el primer momento, y que consideramos correcta, tiene su importancia en la medida en que empiece a desarrollarse una experiencia del movimiento de masas con el gobierno a caballo de un desgaste político que creemos probable. El romance con la opinión pública estuvo supeditado a postergar las “malas noticias”, y este año Kirchner tendrá menos margen para evitar medidas impopulares. Ya hubo tarifazos “con sordina” y se vienen otros. Por ejemplo, los “brillantes” resultados fiscales servirán para mejorar la oferta a los acreedores y no para conceder aumentos a los estatales o poner en marcha un verdadero plan de obras públicas, por ejemplo.

Si a esto sumamos lo ya dicho acerca de las tensiones salariales en la actividad privada y la falta de avances reales en el desempleo, puede estar planteada una ubicación política menos “defensiva” o aislada (“somos los que no confiamos en Kirchner”) y más en la perspectiva de ser un componente importante de la oposición activa contra el gobierno.

Poner en pie listas sindicales clasistas

Es muy probable que continúe la actual reactivación y con ella la posibilidad de conflictos salariales. Tarea de primer orden para toda la izquierda y los movimientos de lucha independientes es volcarse al apoyo incondicional de todo conflicto que pongan en pie los trabajadores ocupados, los dirija quien dirija. En el caso del MAS y el FTC, este ha venido siendo nuestra orientación permanente. En los últimos meses, con el vuelvo a Firestone, al apoyo a los municipales de Avellaneda, el conflicto en el frigorífico Paty, etc.

Pero junto con esto hay algo muy importante. De una u otra manera el proceso democrático general del Argentinazo va a tener “coletazos” entre los trabajadores ocupados. Esto hace parte del profundo desprestigio de la burocracia sindical en todas sus variantes, más allá de matices). Y es lo que está abriendo el desafío y la posibilidad de comenzar a cuestionar el monopolio burocrático en los sindicatos que aún persiste y que fue un punto de apoyo fundamental para la estabilización del dominio burgués en los momentos más candentes de la crisis.

Como consecuencia del proceso mas general, y aun cuando por ahora se limita a lo sindical, este monopolio comienza a ser cuestionando o a agrietarse. Incluso hay maniobras del kirchnerismo para “lavarle la cara” a la burocracia, como parte de su política de relegitimación de las instituciones. Ejemplos de ello son el retiro de Valle del sindicato del Seguro y su reemplazo por una figura más joven ligada a Kirchner, o los tanteos para que se vaya Daer de la CGT. En este mismo sentido apuntó, como hemos señalado, la reciente reforma laboral de Kirchner, hecha a la medida de la misma burocracia para recuperar el monopolio absoluto de la negociación de los convenios.

Pero por abajo empiezan abrirse brechas, en sindicatos como la Unión Ferroviaria, docentes, la alimentación, la carne, neumáticos, etc.

En todos estos casos, se impone trabajar en la perspectiva de poner en pie listas clasistas y antiburocráticas           que se ubiquen desde una delimitación pública frente al gobierno de Kirchner. Y que se construyan de manera independiente, no subordinada a algún sector burocrático que busca un reacomodamiento. Para precisar el contenido de estas listas clasistas, se parte de la cuestión salarial y de las condiciones de trabajo, junto con el problema de la fragmentación al interior de cada fábrica o lugar de trabajo. Pero sería un grave error que se limiten al sindicalismo: la lista debe incluir definiciones políticas, y por eso se plantea lo de clasista: independientes de la burocracia, la patronal y el estado, basada en la democracia de los trabajadores y en la unidad de clase entre ocupados y desocupados.

La pelea en la vanguardia

En el marco de la ubicación de la vanguardia como oposición política, la pelea estratégica en su seno se vuelve vital. En ese sentido, hemos venido desarrollando públicamente un debate y una lucha política alrededor de la necesidad de que la vanguardia de desocupados gire 180 grados hacia una orientación de unidad de clase con los ocupados.

A esto cabe agregar la necesidad de ayudar tanto a los que están luchando como a los que todavía no entraron, a hacer progresar una experiencia con el gobierno de Kirchner y con las direcciones que de una u otra manera lo sostienen. Esta pelea incluye tanto darle una perspectiva política distinta al movimiento de desocupados como lograr que las experiencias de ocupados empiecen a plantearse esa proyección más politica.

El MAS y el FTC se han ido ganando un lugar en la vanguardia con un perfil diferenciado al de la ANT y el Bloque Piquetero. Pero se trata de un problema planteado para todas las corrientes independientes la manera de resolver la constitución de una oposición de clase al gobierno y una representación política clasista de los trabajadores. En este sentido, nos hemos manifestando claramente en contra del proyecto populista y electoralista que comienza a esbozar Raúl Castells, con el acompañamiento de algunos grupos menores.

En el terreno de la pelea por la construcción de una nueva dirección de los trabajadores (como parte de la política general de unidad de clase) está pendiente la tarea de lograr pasos prácticos en el sentido de un verdadero Congreso de Trabajadores Ocupados y Desocupados, superando los límites “piqueteristas” y burocráticos de la experiencia de la ANT. En esta perspectiva, a pesar del fracaso de la experiencia del Encuentro Nacional de Trabajadores que llevamos adelante el año pasado, la necesidad estratégica de poner en pie una verdadera Tendencia Clasista es ahora más y no menos imperiosa que antes.

Notas:

[1] Luego de la primera ronda electoral y antes del abandono de Menem al ballotage, decíamos “Cuando se trata del problema del poder en el país (en la conciencia de la gente), no tuvimos arte ni parte. La burguesía logró imponer su agenda: una asistencia masiva a los comicios y el mecanismo del voto útil (…) a lo más atrasado se lo intenta hacer valer sobre lo más adelantado. Es esa legitimidad lo que la burguesía va a intentar hacer valer en la lucha de clases de todos los días. (…) van a intentar a enterrar el Argentinazo bajo una montaña de votos” (Periódico SoB Nº 22, mayo 2003)

[2] Durante el año pasado ya dábamos cuenta de que había una nueva situación, si bien no la definíamos. Marcábamos algunos elementos: 1) Triunfo político e intento y comienzo de relegitimar las instituciones. 2) Aislamiento de la vanguardia. No hay radicalización política. 3) Freno de los aspectos más terribles de la crisis económica.

[3] Se llamó así a la reforma laboral sancionada en el 2000, bajo el gobierno de De la Rúa, por la firme sospecha de haber sido aprobada mediante suculentas coimas.

[4] En su reciente discurso inaugurando las sesiones ordinarias del Parlamento, Kirchner dedicó buena parte de su discurso a este tema, hablando de la necesidad de poner en pie un “capitalismo serio”.

[5] “Con las elecciones en la Capital, el gobierno ha logrado un segundo triunfo político en su orientación de reabsorber o institucionalizar el proceso de la lucha abierto con el Argentinazo (…) Todo esto expresa una cierta reversión de algunas de las tendencias más profundas del Argentinazo: sobre todo, en lo que hace a la aguda crisis del régimen político y de sus instituciones, cuestionamiento –sobre todo, en este terreno, manifestado por las capas medias– que se expresó en las calles en la voz “que se vayan todos” ( Periódico SoB 28, agosto 2003).

[6] “Sin el ingreso a la pelea de los trabajadores que aún tienen trabajo es imposible una maduración del Argentinazo hacia un escalón superior. De esto es muy consciente la burocracia de las CGT y la CTA que, si bien viene debilitada, ni por un minuto se puede perder de vista que –aun en medio del proceso en curso y de los elementos de crisis que todas sus expresiones tienen– sigue controlando el núcleo central de los trabajadores ocupados. Ese control es el que hay que liquidar” (Socialismo o Barbarie Nº 11, abril 2002: “Un inmenso laboratorio de la lucha de clases”).

[7] Varios análisis económicos desde el marxismo (como los de C. Katz y R. Astarita), más allá de sus consideraciones políticas, coinciden en señalar que continúan operando serios límites de tipo estructural a la hora de iniciar un nuevo ciclo de acumulación capitalista. La tasa de ganancia de la burguesía en su conjunto se recompone a partir de la destrucción de valor y de una redistribución de la plusvalía dentro de los distintos sectores burgueses. En particular, ciertos sectores industriales y agroexportadores se ven más beneficiados, mientras que aquellos que más habían ganado durante los 90 (sector financiero y de compañías privatizadas) resignan parte de la renta extraordinaria que les permitía la convertibilidad, y otros directamente desaparecieron o se fueron del país. Ver R. Astarita, Argentina, “Coyuntura y ciclo económico”, diciembre 2003. También C. Katz, “El modelo sigue en pie”, septiembre 2003.

[8] “Que el movimiento piquetero, en las vísperas del segundo aniversario de la rebelión popular de diciembre de 2001, se encuentre en el centro del escenario y del debate nacional es, por sí mismo, un testimonio irrefutable de la vigencia y actualidad del Argentinazo”, Prensa Obrera, 11-12-03.

[9] Estrategia Internacional Nº 20, “Entre las ilusiones populares y los limites del nuevo gobierno”.

[10] Ver Socialismo o Barbarie N° 9, septiembre 2001: “Se abre una brecha”.

[11] En junio de 2003, planteábamos dos escenarios posibles: “El hecho de que la etapa del Argentinazo continúa abierta y de que asume un nuevo gobierno que no expresa aún un proyecto burgués orgánico plantea en perspectiva dos posibles escenarios alternativos: a) que de alguna manera el gobierno logre que los avances cuantitativos de los últimos meses, que han abierto una nueva coyuntura en el Argentinazo, se transformen en cualitativos, es decir, que se logre aislar más y derrotar a la vanguardia y se logre una recuperación y estabilización económica más de conjunto, o b) lo que creemos más probable, y que es en gran medida la dinámica de la lucha de clases internacional y de parte importante de la región como Bolivia y Perú: que más tarde o más temprano el gobierno se vea sometido a una situación de “tupacamarización” y que asistamos a nuevas agudas crisis y polarización en la lucha de clases. Para este escenario en particular, la vanguardia, los luchadores y nuestro partido como parte de ellos deben prepararse. Es decir, consideramos que estamos en un momento preparatorio de nuevos eventos o acontecimientos de tipo revolucionario”, Periódico SoB 24, junio 2003.

Creemos que se tendió a dar el primer escenario, pero con la salvedad de que no ha habido derrota de la vanguardia y que se abre una gran interrogante sobre la situación económica a largo plazo, que en definitiva dependerá del desarrollo de la lucha de clases.

[12] Declaración de Junio, cit.

Por Francisco Torres y Marcelo Yunes, Socialismo o Barbarie, revista Nº 16, abril 2004

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