El
Argentinazo y los cambios en la situación política
“Los
hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre
arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo
aquellas circunstancias con que se encuentran directamente que existen
y transmite el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas
oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”
(Marx, El 18 Brumario).
Por
Francisco Torres y Marcelo Yunes,
Socialismo o Barbarie, revista Nº 16, abril 2004
Los
que se debían ir se las arreglaron para empezar a quedarse. En unas
elecciones amañadas, anticipadas, parciales, termina imponiéndose un
presidente con el 22% de los votos. Más elecciones locales y un
gobierno que rápidamente alcanza más del 80 % de aceptación
popular. Los límites
insalvables del “que se vayan todos” se desarrollan, toman cuerpo
y se transmutan en su contrario: “nos quedamos todos y encima les va
gustar”, diría irónico un burgués imaginario.
La
fuerza de la acción independiente de las masas del 19 y 20 fue más
allá de lo esperado, pero los fantasmas de su conciencia y la
ausencia de algunos protagonistas no la dejaron llegar donde debía.
De
todos modos, la película recién empieza... Son los primeros actos de
un proceso vivo; vaya pues una reflexión pausada pero interesada,
como aporte para determinar este momento actual y ayudar a cruzar el
actual Rubicón.
De
la crisis global a la relativa relegitimación del régimen
La
irrupción independiente de las masas en 2001 abrió un tembladeral
político-institucional y reveló la profundidad de la catástrofe
económico social en que se sumió el país. Ante los hechos, todos
los sectores sociales y políticos fueron reubicándose y respondiendo
a las nuevas circunstancias, con una buena dosis de ensayo y error, de
idas y venidas. En el plano político, luego del fracaso del intento
represivo del Puente Pueyrredón, con el saldo de dos piqueteros
muertos y un decisivo acotamiento del poder del presidente provisional
Duhalde, se definió la salida electoral anticipada y parcial. En su
transcurso, la opción de relegitimar y en parte cambiar el
personal político más desprestigiado se fue imponiendo entre la
patronal y el imperialismo, que tras dudas e indecisiones
definieron esta orientación como la más plausible para salir de la
crisis. El gobierno de Duhalde fue la transición hacia esta política.
Kirchner es su realización.[1]
Esta
estrategia de relegitimación institucional no pudo ser combatida por
una alternativa política unitaria de la vanguardia y la izquierda que
llamara a la abstención, el voto en blanco o cualquier otra variante
de rechazo al engaño de esa elección tan peculiar. En este sentido,
las direcciones políticas de la izquierda, con su presentación,
contribuyeron, más allá de su voluntad, a la relegitimación
institucional.
Una
nueva situación de relativa estabilidad burguesa[2]
Las
imágenes de miles de manifestantes al grito de “que se vayan
todos” recorrían el mundo. Otra secuencia: amas de casa, cacerolas
en mano, hostigan a sus representantes al grito de “chorros,
ladrones corruptos”. Más: jubilados martillan las puertas de los
bancos; se ven las calles cortadas con fogatas. Un fantasma nació en
las calles porteñas y recorrió las noticias del mundo: el
cuestionamiento a las instituciones de la democracia burguesa, la
aguda crisis del régimen político en su conjunto.
La
burguesía y en especial Kirchner hicieron una lectura correcta del
problema, y después de las elecciones el nuevo presidente se planteó
la política de detener y revertir los rasgos más degenerativos de
las instituciones democráticas para así comenzar su relegitimación.
Esto adoptó la forma de toda una serie de hechos con mucho valor
simbólico: embestida contra los símbolos más ostensibles de la
corrupción (la “mayoría automática” menemista de la Corte
Suprema, los directivos del PAMI), pase a retiro de militares
cuestionados por su participación en la dictadura, anulación de las
leyes de obediencia debida y punto final, arrepentimiento del jefe de
la Armada por la violación de los derechos humanos, revisión de los
contratos de algunas privatizaciones sospechados de corrupción o de
incumplimiento, tiras y aflojes en la negociación de la deuda –en
contraposición a las “relaciones carnales” y el alineamiento
automático de la década anterior–, la derogación de la ley
Banelco[3]
de reforma laboral, etc. Estas acciones han logrado devolver cierta
credibilidad a las instituciones y sobre todo a la institución
presidencial –lo cual es a su vez un límite–; el resultado
de conjunto es una vuelta a la “normalidad” del régimen democrático
burgués. Lo cual no significa que no haya luchas e inclusive
crisis políticas, pero lo más probable es que por uno o dos años
no veamos cuestionamientos globales a las instituciones por la
acción independiente de los trabajadores.
Asimismo,
la relativa estabilización del régimen habla de una serie de
elementos de crisis ideológica de las masas que expresan la
enorme dificultad para lograr un progreso político hacia la
izquierda. En particular, se mantiene toda una ideología policlasista
que se materializa, sobre todo, en el peronismo y la burocracia
sindical de todo pelaje.
La
fase más aguda de la crisis se ha cerrado hace largos meses.
Con ella, los elementos de desorientación, desmoralización y división
de la clase dominante se han detenido. Los sectores más concentrados
del país, en líneas generales, acuerdan con la orientación general
del gobierno tanto en lo económico como en lo político. Y no sólo
ellos, sino también todo un amplio espectro de pequeños y medianos
empresarios. Si bien persiste una discusión más estratégica sobre
el proyecto de país[4],
es notorio que existe una mayor unidad burguesa. Por último,
la nueva situación encuentra fundamento en el detenimiento de los
elementos más brutales de la catástrofe social y en una mejoría en
la situación económica (luego nos detendremos en este aspecto).
Las
contradicciones y límites de la estabilidad
Dicho
esto, la estabilización del régimen tiene aspectos contradictorios
que hasta cierto punto limitan o relativizan la relegitimación
alcanzada. En primer lugar lo que salta a la vista es que la institución
que más consenso ha recuperado es la presidencial, lo cual en un régimen
altamente presidencialista como el argentino no es un dato menor.
Pero, al mismo tiempo, esto representa un problema: la ausencia de
otras mediaciones prestigiadas.
Tampoco
hay recambio a la vista. El gobierno ha ocupado gran parte del arco
político, ampliando el espacio de centro a derecha e
izquierda. La bancarrota de la Unión Cívica Radical ha dejado sin
una pata al clásico régimen bipartidista. No hay oposición burguesa
estructurada. Los lamentos sobre el hegemonismo del gobierno son la
forma velada en que se manifiesta esta precariedad del régimen. Ante
la eventualidad de una crisis del gobierno, casi automáticamente se
plantearía nuevamente la crisis del régimen de conjunto, porque a
nadie se le escapa que en los niveles locales y en las otras
instituciones siguen casi los mismos personajes con los mismos
mecanismos y costumbres.
Un
problema no resuelto para la burguesía es que para gobernar el país
necesita del aparato del PJ y en particular del de la provincia de
Buenos Aires, que no es incondicionalmente kirchnerista y es, en
algunos casos, fuente de contradicciones flagrantes con el discurso
oficial de transparencia, moralidad y buenas costumbres. El gobierno
tiene dos opciones a la vista, o una combinación de ambas: se apoya
en los aparatos provinciales y municipales existentes o crea propios
que básicamente serán iguales a los actuales: un ejército de
personajes desclasados y despolitizados, una masa de matones que
responden indirectamente a la burguesía y sus intereses, comandados
por caciques locales nacidos y criados a la sombra del aparato
estatal.
Por
último, queremos señalar dos elementos que hacen potencialmente a la
inestabilidad del régimen: por un lado, a caballo de la reactivación
vienen y vendrán pujas distributivas entre todos los sectores, tanto
dentro de la burguesía como entre ésta y los trabajadores. Segundo,
la permanencia y continuidad de la vanguardia muestra que, más allá
de todas las dificultades se ha instalado definitivamente como actor
político.
Una
recomposición fragmentada del movimiento de masas
La
“vuelta a la normalidad” tiene una correlación con la mecánica
de clases del proceso: las capas medias de la sociedad no pueden,
obviamente, darle una dinámica clasista al proceso, y su radicalización
se detuvo en el reclamo democrático general. La reabsorción indolora
del “que se vayan todos”[5]
confirma este límite orgánico de los sectores medios y la
necesidad absoluta del ingreso de la clase obrera ocupada al proceso
como condición indispensable para la maduración del Argentinazo.
Este no ingreso habla, por un lado, del peso del flagelo de la
desocupación, verdadera espada de Damocles sobre la cabeza de la
clase con trabajo, y por otro, de la supervivencia y control
parasitario de la burocracia sindical.
A
la fragmentación de la clase trabajadora, dividida casi en partes
iguales entre desocupados y ocupados y al retraso de es último sector
para incorporarse plenamente al proceso, se le suma el hecho que el
movimiento de trabajadores desocupados tampoco le ha impuesto a su
lucha una dinámica clasista. Las razones hay que buscarlas no sólo
en su situación “objetiva” de alejamiento de la producción, sino
también en la orientación “piqueterista” o corporativa de
la mayoría de las corrientes que actúan en el movimiento,
que lo ha llevado a un creciente aislamiento político y
social.
Es
esta fragmentación social y política, el control de la burocracia
sindical y la perspectiva errónea del piqueterismo lo que hay que
intentar superar, trabajando con
una estrategia de unidad de clase .[6]
Pasando
revista a lo que dimos en llamar las tres caras de la recomposición,
ya está dicho que el reclamo del “que se vayan todos” ha sido
reabsorbido y con él las asambleas populares; las que perduran son en
todo caso muy pequeñas y no expresan hoy por hoy ninguna tendencia
dinámica.
En
el caso del movimiento de trabajadores desocupados, éste ha mostrado
tanto su vitalidad como sus límites: por un lado, es en las franjas más
empobrecidas donde el proceso de recomposición ha llegado más lejos
y ha logrado ubicarse en el centro del escenario político, pero al
mismo tiempo se hace evidente la crisis
de su orientación.
En
cuanto a las experiencias de las fábricas recuperadas y administradas
por sus trabajadores, al cerrarse los elementos más agudos de la
crisis, la patronal ya no abandona sus propiedades, y por ende no hay
nuevos ejemplos. La mayor parte de estas experiencias, bajo la presión
de las necesidades, se ha volcado al camino cooperativista sin ninguna
perspectiva política independiente.
En
relación con los trabajadores ocupados, debemos constatar que, si
bien hay y hubo experiencias clasistas muy importantes, éstas han
tenido un desarrollo muy desigual: algunas avanzaron, otras
retrocedieron, pero queda claro que no han logrado extenderse de
conjunto.
A
la fragmentación que significa la desocupación hay que agregar la
fragmentación al interior de las empresas: división entre
trabajadores efectivos, contratados, terciarizados, por agencia,
pasantes, etc. Por último, también hay una fractura entre distintas
generaciones: los compañeros con mayor experiencia y tradición son
menos dinámicos, y las nuevas generaciones jóvenes no tienen puntos
de referencia ni tradición laboral en muchos casos, lo que da como
resultado mundos distintos y distantes entre las diferencias
salariales, las de condiciones de trabajo y de edad.
Sin
embargo, el hecho de que hay cierta reactivación productiva está
favoreciendo el perder el miedo y comenzar a luchar por recuperar
parte del salario y revertir las condiciones de esclavitud laboral.
Todo indica que hay un malestar creciente. En muchas fábricas
empieza a haber esbozos de conflicto y algunos conflictos abiertos. Es
al calor de estas luchas que hay que pelear por que los trabajadores
entren de lleno al proceso de recomposición.
El
gran obstáculo a vencer para el desarrollo de estos procesos y su
posible politización es la burocracia sindical. Justamente, para
curarse en salud, el gobierno ha salido a ratificar y a fortalecer ese
control, en una movida para que la burocracia recupere espacio tanto
en las estructuras de trabajadores como en el plano político más
general. Las quejas del ministro de Trabajo Tomada en el sentido de
que “los piqueteros le ganaron la calle” a los sindicatos fueron
el prólogo a la “mano” a la burocracia que es la “nueva” ley
laboral. Junto a esta política general, el gobierno estaría
promoviendo en este terreno también cierto recambio del personal
sindical más desprestigiado, para conseguir cierta relegitimación de
la burocracia sindical de conjunto.
Recuperación
sin “desarrollo sustentable”
En
los últimos meses se ha discutido la situación de la economía y más
en general del capitalismo argentino, tanto entre los economistas
burgueses como entre los analistas marxistas. Una de las disyuntivas
que se han planteado es si corresponde hablar de crecimiento o de
simple “rebote” de la actividad económica después de la debacle
de 2001-2002, disyuntiva nos parece falsa.
Durante
2003 el PBI creció un 8% y hubo un cierto repunte de la actividad
industrial y económica en general. La catástrofe económico-social,
que venía desde la recesión 1998-2001 y se acentuó tras la
megadevaluación de Duhalde (con una caída del PBI que llegó al
15%), tocó fondo y se detuvo, primero, luego comenzó la recuperación
y continuó en el actual “crecimiento” económico. Pero el
límite de este “crecimiento” consiste en que se basa en el empleo
de la capacidad instalada antes ociosa y en las ventajas competitivas
que ofrece la devaluación para la actividad exportadora y de
sustitución de importaciones, pero no en un aumento
significativo del flujo de nuevas inversiones, que por el momento
no se vislumbra[7].
Por efecto de arrastre estadístico, el 2004 ya tiene un piso de
crecimiento del PBI del 3%, con lo que los números macroeconómicos
“darían bien”. Claro que dos eventuales años de
“crecimiento” sólo alcanzarían a compensar la caída de
2001-2002.
De
este modo, el horizonte claramente instalado para los próximos años
es que las variables económico-sociales decisivas, como el nivel de
empleo, de salarios y de pobreza, no van a sufrir alteraciones
cualitativas, salvo por la acción directa de los trabajadores.
Estamos hablando del hecho de que cerca de la mitad de la población
es pobre, o que la población económicamente activa con problemas de
empleo (desocupación + subocupación) es de más de un tercio, y que
el salario (que tuvo una caída dramática del poder de compra tras la
devaluación) no se recuperará sustancialmente. A esto se agrega que,
como lo demuestra la nueva ley laboral, las condiciones de explotación,
sumisión y precarización se mantendrán en lo esencial.
Dicho
lo anterior, hay que recalcar que el marco general de todas las
perspectivas económicas para los próximos años está dado por la
relación con el imperialismo, en la que la renegociación de la
deuda externa y el plan de pago para salir del default juegan un rol
crucial. En este plano, el gobierno de Kirchner se plantea una sinuosa
línea de negociación (no de sumisión incondicional ni mucho menos
de patear el tablero) que lenta pero sostenidamente va llevando las
decisiones centrales de política económica hacia una dirección más
cercana a la que exigen los centros de poder imperialista (EE.UU.,
G-7, FMI).
Ni
el crecimiento actual ni la negociación real con el FMI y los
acreedores implican que se pone en marcha un “nuevo modelo” a
partir del cual comenzará una fase de exuberancia económica,
acumulación capitalista y desarrollo “sostenible”. La debilidad
congénita de la burguesía argentina para poner en pie un proyecto de
país sigue vigente, así como el carácter semicolonial y dependiente
del país.
El
debate sobre la vigencia del Argentinazo
Entre
la izquierda argentina existe un debate real sobre si el Argentinazo
sigue abierto o se ha terminado. Hay dos visiones opuestas que nos
parecen unilaterales y por tanto equivocadas. Sintéticamente, están
los que dicen que el Argentinazo sigue vivo y actuante por la
permanencia y el acrecentamiento del rol político y social de la
vanguardia. Este punto de vista toma un elemento real, la
continuidad del movimiento de trabajadores desocupados y su ubicación,
y lo absolutiza[8].
En la vereda de enfrente están los que plantean que el proceso se
cerró, como producto de la expropiación de las jornadas de diciembre
y el triunfo de la salida electoral. Es decir, el centro del análisis
está puesto en el fin de la crisis institucional[9].
A nuestro entender, ambas posiciones pierden de vista la totalidad,
lo que nosotros definimos como una crisis global[10].
Y en particular, no ven la dialéctica actual entre lo general y lo
particular (entre la etapa y la nueva situación abierta).
Lo
general está determinando una etapa o, como definimos en su momento,
un proceso revolucionario, que es real y actuante. El Argentinazo cerró
una correlación de fuerzas claramente desfavorable a los trabajadores
que dominó en la década del 90, e instauró una nueva relación
de fuerzas más favorable a los trabajadores, que impone límites políticos
y sociales a la burguesía y al imperialismo. El propio Kirchner
lo dice con todas las letras: “No estamos en un país normal.
Lagos [presidente de Chile] ordena meter dos chorros de agua cuando
los manifestantes violan la ley. Y no pasa nada. Acá es diferente”
(Clarín, 22-2-04). Esa “anormalidad” es la que impuso el
Argentinazo, y sus efectos políticos prácticos son evidentes y
mensurables.
El
segundo elemento de continuidad de la etapa es la emergencia de una
amplia vanguardia, más social que política, que vino para
quedarse como actor relevante en la realidad argentina. El
contexto de relativa estabilidad del régimen mediatiza estos
elementos generales, pero no los anula.
Esto
hace inteligible al gobierno de Kirchner: es hijo de una relación
de fuerzas que lo sobredetermina y le señala límites
permanentemente. Esto lo obliga a hacer rodeos para
enfrentarse con el movimiento de masas y tomar el camino de menor
resistencia: relegitimar el régimen. El gobierno se apoya en los límites
del proceso: la no entrada en escena de los trabajadores ocupados y la
crisis ideológica de los trabajadores.[11]
Kirchner,
el imperialismo y el movimiento de masas
Durante
los 90 se fue creando la imagen que los gobiernos estilo Menem eran la
“normalidad histórica”. Sin embargo, la década del 90 estuvo
marcada por la contraofensiva liberal, la caída del muro de Berlín y
la desaparición de la URSS. El capitalismo en su versión neoliberal
aparecía como horizonte único para el resto de la historia. Esta
tendencia ha cambiado: si bien permanece la crisis de alternativa
socialista, la globalización está cuestionada y deslegitimada. Los
forcejeos y roces entre los distintos sectores burgueses, entre los
sectores patronales nacionales y el imperialismo y entre los
diferentes países imperialistas reaparecen a la luz del día.
Kirchner
se para en esas contradicciones para negociar y hacer política
hacia el frente interno; éste será un aspecto que va a ser marca
registrada del gobierno. Dejemos que lo diga el analista burgués
Joaquín Morales Solá: “Es el Kirchner clásico: su arte de
negociador consiste en llevar la tensión al extremo para luego
comenzar la negociación y dar paso, por lo tanto, a la elasticidad.
Peronista al fin y al cabo, tiene el don común de su estirpe de
contar con sensores precisos para establecer los riesgos del poder. Al
poder se lo usa pero no se lo pierde” (La Nación, 15-2-04).
Pero
esta ubicación también tiene un margen acotado: el gobierno no puede
permanentemente estirar la cuerda al límite en todas y cada una de
las negociaciones y presentarse como el “defensor de la dignidad
nacional”.
A principios de marzo se dio un nuevo capítulo de la saga “Kirchner
versus FMI”. El resultado fue una capitulación completa.
Luego de propagandizar el supuesto “Plan B” que seguiría a la
entrada en default con el FMI, el gobierno pagó los 3100 millones de
dólares que se vencían y se comprometió a negociar rápidamente la
deuda en default con los acreedores privados, que supera los 80.000
millones de dólares.
Además,
el gobierno se está quedando, como tituló un analista burgués,
“sin más margen para firmar sobre la hora” (La Nación,
10-03-04), lo que significa que, más allá de la forma tramposa y
dosificada en que se implemente, este año el gobierno avanzará, cada
vez con menos reticencia, en
las tareas pendientes que exige el FMI. La lista de exigencias no es
corta: a la ya mencionada negociación con los acreedores privados y
tenedores de bonos se suman la redefinición de las pautas fiscales y
el superávit proyectado para 2005 y 2006, el reajuste de las tarifas
de servicios públicos que ya empezó, el aumento del combustible y
avanzar en las “reformas estructurales“ pendientes: la nueva
coparticipación federal de impuestos –es deicr, el ajuste fiscal en
las provincias–, la municipalización de la educación, la
reestructuración del sistema financiero, etc.
El
gobierno ha definido su curso claramente y se muestra como lo que es: un
gobierno que representa, cuida y defiende los intereses de la gran
patronal y el imperialismo. Es en este sentido que durante este
año el gobierno irá tomando definiciones más de fondo.
Esto
puede verse acicateado por la permanencia de tensiones sociales
agudas, carestía de la vida, expresadas en las luchas salariales y un
incipiente malestar social. Hubo toda una serie de conflictos (subterráneos,
Firestone, ferroviarios, frigorífico Paty y otros) que están
preanunciando un año de reanimamiento de las luchas entre los
trabajadores ocupados y la profundización de estas tendencias.
En
síntesis, se están acumulando tensiones y elementos que comenzarían
a permitir que el movimiento de masas empiece a hacer una
experiencia política con el gobierno de Kirchner.
Dar
algo para quedarse con todo
Otro
rasgo característico del gobierno Kirchner es cambiar algo para que
nada cambie, lo que podríamos denominar como un mecanismo de
conquista-concesión-trampa. Por ejemplo, el Argentinazo le impuso
a la burguesía subsidiar a millones de trabajadores que el sistema
dejaba en la calle. Esto, que fue claramente una conquista subproducto
de aquella acción independiente, hoy es presentado por el gobierno
como una concesión y como parte de su “sensibilidad social”. Este
mecanismo se repite continuamente y es una trampa mortal, un obstáculo
para desarrollar una política de independencia de clase, porque en la
medida en que el gobierno “da algo” obliga a responder políticamente
desde el punto de vista de una salida de conjunto.
La
actual crisis del movimiento de desocupados se debe a este problema:
al no responder políticamente sino corporativamente, persistiendo en
la orientación estrictamente limitada a sus propias reivindicaciones,
se aísla del resto de los trabajadores. Por más que produzca
“hechos políticos” de cierta resonancia, éstos quedan sin
proyección y no dan una respuesta política explícita que responda a
las necesidades del conjunto de los trabajadores y la población.
La
otra respuesta a este mecanismo de conquista-concesión-trampa del
gobierno es “reconocer que da algo”, o el apoyo a sus “medidas
progresivas”, lo que lleva indefectiblemente a la capitulación a
Kirchner. De esta manera justifican el apoyo al gobierno, por ejemplo,
Hebe de Bonafini (Madres de Plaza de Mayo), la Corriente Clasista y
Combativa (CCC), Barrios de Pie o las burocracias sindicales. Lógicamente,
desde perspectivas distintas, pero el mecanismo es el mismo.
La
nueva ubicación de la vanguardia: sus desafíos y sus peligros
Desde
el punto de vista estrictamente político, el hecho de que el gobierno
ocupa un espacio a derecha, centro e “izquierda” sumamente
abarcativo deja, como hemos dicho, poco margen de acción para el
resto de las fuerzas políticas tradicionales. Esas fuerzas o bien se
pasan al oficialismo (CTA, sectores del ARI, del PJ ex menemistas o
duhaldistas y todo lo que ha dado en llamarse la “transversalidad”)
o bien vegetan en la impotencia y la debilidad orgánica (ARI-Carrió,
UCR, López Murphy).
En
definitiva, el espacio político de oposición al gobierno ha
quedado copado por la vanguardia, que es hoy el único
interlocutor del debate político con el gobierno. La acción del 19
de febrero mostró nuevamente el poder de convocatoria y la ubicación
ya definida de la amplia vanguardia en relación con el gobierno. Esto
es un hecho político de primer orden que resulta, a la vez, un
dato contradictorio, porque la vanguardia está relativamente
aislada como producto de la política “piqueterista”, pero al
mismo tiempo ocupa el centro político de la escena.
Esto es, el accionar político de los movimientos y de sus dirigentes
ya no tiene un auditorio acotado o incluso subterráneo: está bajo
la lupa del conjunto del movimiento de masas. Esto abre inmensas
posibilidades de proyección política para los movimientos y para la
izquierda revolucionaria que tiene fuerte inserción en ellos, pero al
mismo tiempo plantea tremendos desafíos y peligros.
La
jornada del 19 de febrero evidenció una profunda crisis política
y de orientación en los movimientos, que cruzará todo el año
político: la estrategia general de centrarse en la lucha por
planes de trabajo y bolsas de comida con el método de cortes de ruta
hace agua por todos lados. Se ha abierto de hecho una discusión
de políticas, tácticas y estrategias a seguir, donde empieza
a tallar la cuestión del movimiento obrero ocupado. Y también
está planteada una discusión en las organizaciones políticas y
sociales de la vanguardia sobre qué tipo de expresión política
va a tener (por ejemplo, Castells, del Movimiento Independiente de
Jubilados y Desocupados, tiene muy presente el plano electoral).
Esta
pelea política al interior de los movimientos va mucho más allá de
“la interna de la vanguardia”. Los debates políticos del
movimiento han saltado de los órganos partidarios a las páginas de
la prensa burguesa. Insistimos: la vanguardia tiene un auditorio de
masas. Pero eso significa que sus jueces también son de masas.
Nuestra
ubicación frente al gobierno de Kirchner
“Nuestro
punto de partida es la necesidad de plantear clara, pública y
abiertamente el carácter de clase del nuevo gobierno, es
decir, su esencia capitalista y enemiga de los trabajadores,
por lo que llamamos a la población a no depositar ninguna
confianza en el gobierno de Kirchner. Precisamente por esto, en el
momento actual, la principal pelea política y por la dirección
en el seno del movimiento de masas y la vanguardia es contra las
direcciones como las CGTs, la CTA, D’ Elía, etc., que impulsan hoy
una orientación de ilusiones, capitulación y pactos entre los
movimientos de trabajadores y el nuevo gobierno de Kirchner (...) Por
otra parte, y teniendo en cuenta las actuales expectativas que
hay entre las grandes masas respecto del gobierno de Kirchner, así
como la necesidad de dar pasos en la unificación desde el punto de
vista de clase de los trabajadores ocupados y desocupados,
buscamos combatir estas ilusiones partiendo de las necesidades de los
trabajadores y de las perspectivas y tendencias más generales de la
lucha que abrió el Argentinazo.”[12].
Esta
ubicación que tuvimos desde el primer momento, y que consideramos
correcta, tiene su importancia en la medida en que empiece a
desarrollarse una experiencia del movimiento de masas con el
gobierno a caballo de un desgaste político que creemos probable. El
romance con la opinión pública estuvo supeditado a postergar las
“malas noticias”, y este año Kirchner tendrá menos margen para
evitar medidas impopulares. Ya hubo tarifazos “con sordina” y
se vienen otros. Por ejemplo, los “brillantes” resultados fiscales
servirán para mejorar la oferta a los acreedores y no para conceder
aumentos a los estatales o poner en marcha un verdadero plan de obras
públicas, por ejemplo.
Si
a esto sumamos lo ya dicho acerca de las tensiones salariales en la
actividad privada y la falta de avances reales en el desempleo, puede
estar planteada una ubicación política menos “defensiva” o
aislada (“somos los que no confiamos en Kirchner”) y más en la
perspectiva de ser un componente importante de la oposición activa
contra el gobierno.
Poner
en pie listas sindicales clasistas
Es
muy probable que continúe la actual reactivación y con ella la
posibilidad de conflictos salariales. Tarea de primer orden para toda
la izquierda y los movimientos de lucha independientes es volcarse
al apoyo incondicional de todo conflicto que pongan en pie los
trabajadores ocupados, los dirija quien dirija. En el caso del
MAS y el FTC, este ha venido siendo nuestra orientación permanente.
En los últimos meses, con el vuelvo a Firestone, al apoyo a los
municipales de Avellaneda, el conflicto en el frigorífico Paty, etc.
Pero
junto con esto hay algo muy importante. De una u otra manera el
proceso democrático general del Argentinazo va a tener
“coletazos” entre los trabajadores ocupados. Esto hace parte del
profundo desprestigio de la burocracia sindical en todas sus
variantes, más allá de matices). Y es lo que está abriendo el desafío
y la posibilidad de comenzar a cuestionar el monopolio burocrático
en los sindicatos que aún persiste y que fue un punto de apoyo
fundamental para la estabilización del dominio burgués en los
momentos más candentes de la crisis.
Como
consecuencia del proceso mas general, y aun cuando por ahora se limita
a lo sindical, este monopolio comienza a ser cuestionando o a
agrietarse. Incluso hay maniobras del kirchnerismo para “lavarle la
cara” a la burocracia, como parte de su política de relegitimación
de las instituciones. Ejemplos de ello son el retiro de Valle del
sindicato del Seguro y su reemplazo por una figura más joven ligada a
Kirchner, o los tanteos para que se vaya Daer de la CGT. En este mismo
sentido apuntó, como hemos señalado, la reciente reforma laboral de
Kirchner, hecha a la medida de la misma burocracia para recuperar el
monopolio absoluto de la negociación de los convenios.
Pero
por abajo empiezan abrirse brechas, en sindicatos como la Unión
Ferroviaria, docentes, la alimentación, la carne, neumáticos, etc.
En
todos estos casos, se impone trabajar en la perspectiva de poner en
pie listas clasistas y antiburocráticas
que se ubiquen desde una delimitación pública frente al
gobierno de Kirchner. Y que se construyan de manera independiente,
no subordinada a algún sector burocrático que busca un
reacomodamiento. Para precisar el contenido de estas listas
clasistas, se parte de la cuestión salarial y de las condiciones de
trabajo, junto con el problema de la fragmentación al interior de
cada fábrica o lugar de trabajo. Pero sería un grave error que se
limiten al sindicalismo: la lista debe incluir definiciones políticas,
y por eso se plantea lo de clasista: independientes
de la burocracia, la patronal y el estado, basada en la democracia de
los trabajadores y en la unidad de clase entre ocupados y desocupados.
La
pelea en la vanguardia
En
el marco de la ubicación de la vanguardia como oposición política,
la pelea estratégica en su seno se vuelve vital. En ese
sentido, hemos venido desarrollando públicamente un debate y una
lucha política alrededor de la necesidad de que la vanguardia de
desocupados gire 180 grados hacia una orientación de unidad
de clase con los ocupados.
A
esto cabe agregar la necesidad de ayudar tanto a los que están
luchando como a los que todavía no entraron, a hacer progresar una
experiencia con el gobierno de Kirchner y con las direcciones que
de una u otra manera lo sostienen. Esta pelea incluye tanto darle una
perspectiva política distinta al movimiento de desocupados como
lograr que las experiencias de ocupados empiecen a plantearse esa
proyección más politica.
El
MAS y el FTC se han ido ganando un lugar en la vanguardia con un
perfil diferenciado al de la ANT y el Bloque Piquetero. Pero se
trata de un problema planteado para todas las corrientes
independientes la manera de resolver la constitución de una
oposición de clase al gobierno y una representación política
clasista de los trabajadores. En este sentido, nos hemos
manifestando claramente en contra del proyecto populista y
electoralista que comienza a esbozar Raúl Castells, con el acompañamiento
de algunos grupos menores.
En
el terreno de la pelea por la construcción de una nueva dirección de
los trabajadores
(como parte de la política general de unidad de clase) está
pendiente la tarea de lograr pasos prácticos en el sentido de un
verdadero Congreso de Trabajadores Ocupados y Desocupados,
superando los límites “piqueteristas” y burocráticos de
la experiencia de la ANT. En esta perspectiva, a pesar del fracaso de
la experiencia del Encuentro Nacional de Trabajadores que llevamos
adelante el año pasado, la necesidad estratégica de poner en pie una
verdadera Tendencia Clasista es ahora más y no menos imperiosa
que antes.
Notas:
Luego de la primera ronda electoral y antes del abandono de Menem
al ballotage, decíamos “Cuando se trata del problema del poder
en el país (en la conciencia de la gente), no tuvimos arte ni
parte. La burguesía logró imponer su agenda: una asistencia
masiva a los comicios y el mecanismo del voto útil (...) a lo más
atrasado se lo intenta hacer valer sobre lo más adelantado. Es
esa legitimidad lo que la burguesía va a intentar hacer
valer en la lucha de clases de todos los días. (...) van a
intentar a enterrar el Argentinazo bajo una montaña de votos”
(Periódico SoB Nº 22, mayo 2003)
[2]
Durante el año pasado ya dábamos cuenta de que había una
nueva situación, si bien no la definíamos. Marcábamos
algunos elementos: 1) Triunfo
político e intento y comienzo de relegitimar las instituciones.
2) Aislamiento de la vanguardia. No hay radicalización política.
3) Freno de los aspectos más terribles de la crisis económica.
[3]
Se llamó así a la reforma laboral sancionada en el 2000, bajo el
gobierno de De la Rúa, por la firme sospecha de haber sido
aprobada mediante suculentas coimas.
[4]
En su reciente discurso inaugurando las sesiones ordinarias del
Parlamento, Kirchner dedicó buena parte de su discurso a este
tema, hablando de la necesidad de poner en pie un “capitalismo
serio”.
[5]
“Con las elecciones en la Capital, el gobierno ha logrado un segundo
triunfo político en su orientación de reabsorber o
institucionalizar el proceso de la lucha abierto con el
Argentinazo (...) Todo esto expresa una cierta reversión
de algunas de las tendencias más profundas del Argentinazo: sobre
todo, en lo que hace a la aguda crisis del régimen político y de
sus instituciones, cuestionamiento –sobre todo, en este terreno,
manifestado por las capas medias– que se expresó en las calles
en la voz “que se vayan todos” ( Periódico SoB 28, agosto
2003).
“Sin el ingreso a la pelea de los trabajadores que aún tienen
trabajo es imposible una maduración del Argentinazo hacia un
escalón superior. De esto es muy consciente la burocracia de las
CGT y la CTA que, si bien viene debilitada, ni por un minuto se
puede perder de vista que –aun en medio del proceso en curso y
de los elementos de crisis que todas sus expresiones tienen–
sigue controlando el núcleo central de los trabajadores ocupados.
Ese control es el que hay que liquidar” (Socialismo o
Barbarie Nº 11, abril 2002: “Un inmenso laboratorio de la
lucha de clases”).
[7]
Varios
análisis económicos desde el marxismo (como los de C. Katz y R.
Astarita), más allá de sus consideraciones políticas, coinciden
en señalar que continúan operando serios límites de tipo
estructural a la hora de iniciar un nuevo ciclo de acumulación
capitalista. La tasa de ganancia de la burguesía en su
conjunto se recompone a partir de la destrucción de valor y de
una redistribución de la plusvalía dentro de los distintos
sectores burgueses. En particular, ciertos sectores industriales y
agroexportadores se ven más beneficiados, mientras que aquellos
que más habían ganado durante los 90 (sector financiero y de
compañías privatizadas) resignan parte de la renta
extraordinaria que les permitía la convertibilidad, y otros
directamente desaparecieron o se fueron del país. Ver R. Astarita,
Argentina, “Coyuntura y ciclo económico”, diciembre 2003. También
C. Katz, “El modelo sigue en pie”, septiembre 2003.
[8]
“Que el movimiento piquetero, en las vísperas del segundo
aniversario de la rebelión popular de diciembre de 2001, se
encuentre en el centro del escenario y del debate nacional es, por
sí mismo, un testimonio irrefutable de la vigencia y actualidad
del Argentinazo”, Prensa Obrera, 11-12-03.
[9]
Estrategia Internacional Nº 20, “Entre las ilusiones
populares y los limites del nuevo gobierno”.
[10]
Ver Socialismo o Barbarie N° 9, septiembre 2001: “Se
abre una brecha”.
[11]
En junio de 2003, planteábamos
dos escenarios posibles: “El
hecho de que la etapa del Argentinazo continúa abierta y de que
asume un nuevo gobierno que no expresa aún un proyecto burgués
orgánico plantea en perspectiva dos posibles escenarios
alternativos: a) que de alguna manera el gobierno logre que
los avances cuantitativos de los últimos meses, que han abierto
una nueva coyuntura en el Argentinazo, se transformen en
cualitativos, es decir, que se logre aislar más y derrotar a la
vanguardia y se logre una recuperación y estabilización económica
más de conjunto, o b) lo que creemos más probable, y que es
en gran medida la dinámica de la lucha de clases internacional y
de parte importante de la región como Bolivia y Perú: que más
tarde o más temprano el gobierno se vea sometido a una situación
de “tupacamarización” y que asistamos a nuevas agudas crisis
y polarización en la lucha de clases. Para este escenario en
particular, la vanguardia, los luchadores y nuestro partido como
parte de ellos deben prepararse. Es decir, consideramos que
estamos en un momento preparatorio de nuevos eventos o
acontecimientos de tipo revolucionario”, Periódico SoB
24, junio 2003.
Creemos
que se tendió a dar el primer escenario, pero con la salvedad de
que no ha habido derrota de la vanguardia y que se abre una gran
interrogante sobre la situación económica a largo plazo, que en
definitiva dependerá del desarrollo de la lucha de clases.
[12]
Declaración de Junio, cit.
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