Teoría

 

El 22 de febrero del 2004, fuimos conmovidos por una dolorosa noticia: había fallecido el compañero Jorge O. Dutra. Durante largos años militante del MAS de Argentina, el compañero había desarrollado tareas de elaboración en el campo de la teoría marxista. Fue así uno de los redactores de Problemas de la revolución y el socialismo, un texto de fundamental importancia en el rearme teórico y programático de nuestra corriente, rearme que se hizo imprescindible luego de la caída de la ex Unión Soviética. En homenaje y recuerdo del compañero Jorge, publicamos su ensayo Ideología e irracionalidad, donde analiza problemas epistemológicos planteados por Enrique Dussel y cuestionados por otros marxistas.

Ideología e irracionalidad

Por Jorge O. Dutra

El enlace entre Ética y Ciencia en el "programa de investigación de Marx" que presenta Enrique Dussel en su artículo El programa científico de investigación de Carlos Marx (Ciencia social funcional y crítica) resulta, según mi opinión, sumamente convincente y, sobre todo, estimulante.

Según puede leerse en otros artículos posteriores, esta opinión no es unánime ya que Ariel Petruccelli y Zoilo Achával, cada uno según su óptica, hacen una serie de severas críticas al artículo antes mencionado.

La intención de las siguientes notas es aportar algunas opiniones en esta polémica. Gran parte de la discusión anterior se centra en los llamados criterios de demarcación de las ciencias. Las hipótesis que sostendrá este artículo pueden sintetizarse así: a) el llamado primer criterio de demarcación es enteramente insuficiente para distinguir entre ciencia y no ciencia; b) con respecto al segundo criterio se intentará demostrar que no existe oposición absoluta entre ciencias naturales y sociales; c) el tercer criterio es de uso habitual en las ciencias sociales y, en todo caso, su utilidad no es menor que los otros criterios y sus dificultades no son mayores que los criterios primero y segundo; d) hay, en la visión de los contradictores de Dussel, una sobreestimación absoluta de la Ciencia. Esta sobreestimación ignora aportes y críticas de uso “standard” en epistemología.

Criterios de demarcación: Primer criterio

El primer criterio de demarcación es mencionado por todos los polemistas. Aunque todos los polemistas lo aceptan Dussel lo relativiza bastante. En cambio los contradictores de Dussel parecen admitirlo sin mayor discusión, como miembro de una familia llamada epistemología “standard”. La evidencia de las polémicas desatadas en torno a numerosas cuestiones parecen indicar que esta familia no es muy unida y que el criterio falsacionista no es unánimemente aceptado, ni muchísimo menos.

La cuestión de la demarcación entre ciencia y no ciencia era una preocupación central del movimiento llamado “neopositivismo” (o empirismo lógico) nacido en Viena (de allí el nombre de Círculo de Viena que algunas veces se le da a esta corriente) en 1925. Sus principales figuras fueron Ludwing Wittgenstein y Rudolf Carnap y resulta de una peculiar convergencia de la reformulación empirista (empirocriticismo) de Ernst March y del desarrollo de la lógica formal por parte de Bertrand Russell, entre otros. Suele admitirse que el resultado más importante de la crítica neopositivista es la distinción, hecha con enorme rigor, entre dos tipos de proposiciones lícitas pero irreducibles la una a la otra: las proposiciones lógicas y las proposiciones factuales. Sin embargo, en la cuestión de distinguir ciencia de no ciencia, el movimiento neopositivista exagera las características puramente convencionales, olvidando, o subestimando, cuestiones de gran importancia como la historicidad de las teorías científicas.

Si bien Popper nació en Viena y tuvo contactos con el Círculo, no entró a formar parte de él. Sin embargo, compartía con el movimiento neopositivista la convicción de que ninguna actividad filosófica que se separe de la ciencia puede conducir a resultados válidos y resaltaba, en consecuencia, la necesidad de demarcación entre ciencia y metafísica. Se oponía al inductivismo como método de la ciencia y al principio de verificación como criterio de demarcación entre ciencia y metafísica. Proponía, en cambio, que la ciencia estaría caracterizada por un método hipotético deductivo y la misma resulta distinguible de la metafísica mediante su propia falsabilidad. Para Popper una hipótesis “disparatada” se distingue de una hipótesis científica en que esta última puede ser controlada, confrontada con la experiencia y, por ende, falsada por ella.

El falsacionismo recibió críticas de diferente índole. La primera está referida a que, si bien las teorías pueden ser refutadas de manera concluyente a la luz de las observaciones, estas mismas observaciones están teñidas de hipótesis previas. En segundo término las críticas señalan que no se puede falsar de manera concluyente una teoría, porque no puede afirmarse, sin lugar a dudas, que la responsable de la predicción errónea sea la teoría. Como veremos más adelante existen otras posibilidades. Y, la crítica fundamental asegura que la historia de la ciencia revela que la teoría no siguió, en casos muy importantes, la metodología indicada por Popper; y que esta situación redundó en beneficio y no en prejuicio del progreso científico[1]. El criterio de Popper no resiste el análisis histórico.

Popper, que era reaccionario[2] pero no idiota, era conciente de estas dificultades y elaboró una teoría mucho más complicada que la simple falsación, pasando por ejemplo del principio monoteórico de 1935 (La lógica de la investigación científica) al multiteórico. En el modelo monoteórico la falsación de una teoría se realiza mediante la confrontación bipolar teoría-experiencia. En el modelo multiteórico, la falsación se realiza en una confrontación por lo menos tripolar entre dos teorías rivales y la experiencia.

Por otro lado, para Popper el criterio de falsabilidad es convencional, y si las teorías deben ser falsables es porque así lo han decidido los científicos. Popper busca desligarse de las neopositivistras acusándolos de tener una concepción naturalista del principio de verificación: “Por teoría naturalista de la falta de significación entiendo la doctrina según la cual toda expresión lingüística que pretenda ser un aserción está provista de significado o carece de él, no ya por convención o tomando como base unas reglas formuladas convencionalmente, sino como concreto dato de hecho, por la naturaleza misma de dicha expresión, del mismo modo que una planta es o no verde de hecho, por naturaleza, y no por aplicación de reglas convencionales”.

Su continuador, Lakatos, siguió esta línea y, en mi opinión, terminó modificándola profundamente. Las teorías rivales se convierten en “programas de investigación” rivales con un “núcleo duro” y un “cinturón protector”. Según su evolución serán “fértiles” o “degenerarán”. Numerosos analistas ubican su posición como intermedia entre Popper y Kuhn. El principal problema de la teoría de Lakatos es que el aspecto fértil o degenerativo de un programa de investigación es algo que no puede decidirse a priori sino a posteriori.

¿Qué caracteriza una teoría científica? Para Kuhn[3] una teoría científica presenta alguna(s) de las siguientes características:

1.       Una teoría científica debe ser precisa, debe posibilitar hacer distinciones dentro de su dominio. La precisión lógica de las consecuencias deducibles, requieren para ser científicas, estar de acuerdo con los resultados de la observación existente o experimental.

2.       Una teoría para ser científica debe ser coherente, no sólo de manera interna o consigo misma, sino con otras teorías aceptadas, o debe justificar su discrepancia.

3.       Una teoría científica debe ser amplia: las consecuencias de una teoría deben extenderse más allá de las observaciones, de modo que sus interpretaciones –sus principios– posibiliten interpretar un universo aún no observado.

4.       Una teoría científica debe explicar los fenómenos, datos o efectos, que sin ella, tomados uno por uno, resultarían aislados y en conjunto serían confusos.

5.       Una teoría científica debe ser fecunda, debe dar lugar a nuevos resultados de investigación, generar nuevas relaciones no observadas.

6.       Una teoría científica debe realizar predicciones relacionadas con acontecimientos futuros.

El criterio falsacionista, si bien importante, se muestra absolutamente insuficiente para responder qué es lo que falla. Esta es precisamente parte de la polémica epistemológica actual[4]: si una  teoría falla debería señalarse cuál o cuáles de las características mencionadas más arriba han fallado. Y luego responder ¿fallaron los supuestos más generales de la teoría (el “núcleo duro” para Lakatos), alguno de los supuestos auxiliares, los instrumentos de medición? Y aun así ¿si falla una teoría y se cuenta con una teoría alternativa, se la cambia?[5]

En todo caso los legítimos aportes que el neopositivismo o sus continuadores puedan darnos no consisten en una visión ingenua del falsacionismo popperiano. De hecho la evidencia histórica muestra que el marxismo tiene mayor vitalidad científica que el propio criterio con el que se pretende medirlo. El que tiene mayores dificultades en defender su propio estatuto científico es el criterio falsacionista de Popper, no el marxismo.

Segundo criterio: Ciencias naturales y ciencias sociales

El segundo criterio de demarcación no es enteramente aceptado por la epistemología “standard”. En primer lugar no es posible establecer exactamente la frontera que separa ciencias naturales de ciencias sociales[6]. En segundo lugar debe decirse que la cuestión relativa a la diferencia entre las ciencias naturales y las ciencias sociales es un problema que ha interesado a filósofos y epistemólogos, los cuales han debatido este problema durante largo tiempo[7]. El debate estaba centrado en ver si el método dialéctico, que se suponía propio de las ciencias sociales, se podía aplicar a las ciencias de la naturaleza y dividió aguas. Engels opinaba que sí, al igual que, en el siglo XX, Piaget[8]; por su lado, autores como Sartre afirmaban que el método dialéctico era exclusivo de las ciencias sociales.

Aunque en ninguno de estos problemas puedan darse conclusiones definitivas o siquiera provisorias, la más moderna epistemología parece darle la razón a Engels y Piaget en este punto. Estos epistemólogos sostienen que las ciencias naturales y las ciencias sociales comparten problemas comunes, tanto sea en cuestiones de índole cognoscitivo como metodológico. Así, por ejemplo, cuestiones vinculadas con la posibilidad de abstracción (en el sentido de precisar los rasgos de las entidades, individuos o situaciones que se describen), la capacidad generalizadora, la evidencia empírica, el neutralismo ético y la objetividad, constituyen temas de discusión, con dificultades muchas veces comunes en ambos tipos de ciencia.

Muchas veces se señala como patrimonio exclusivo de las ciencias sociales la complejidad o multiplicidad de su objeto de estudio. Debe señalarse, sin embargo, que esta situación también se presenta en el campo de las ciencias naturales. Schuster (1997) señala también que “tanto en las investigaciones sociales como en las naturales no nos solemos contentar con la descripción de las situaciones aisladas, nos interesa averiguar también qué rasgos de las situaciones se reproducen y para conseguirlo necesitamos recurrir a las afirmaciones de tipo general. Si tenemos postulados generales que puedan considerarse apoyados por evidencia empírica, éstos son aptos para realizar descubrimientos, explicaciones y aplicaciones prácticas. En el caso de las ciencias sociales se puede también ver, como ocurre en las ciencias naturales, que los postulados de tipo general sirven, además de ayudamos a descubrir y explicar los hechos sociales, para llevar a la práctica nuestros conocimientos sociales. Las investigaciones sociales no se suelen agotar en sí mismas, se pueden llevar a cabo para saber lo que hay que hacer en determinadas circunstancias. Para ello se necesita saber qué es lo que ocurrirá si se efectúan ciertas acciones en un momento y en un sitio dados en el futuro. A fin de poder elaborar dichos postulados condicionales, los científicos sociales pueden sostener que necesitan enunciados de tipo general referentes a las consecuencias que pueden tener diversas posibles clases de acciones en diversas posibles clases de circunstancias”.

Suele afirmarse también que la posibilidad de experimentación o utilización de evidencia empírica es patrimonio exclusivo de las ciencias naturales. Ante esto cabe señalar que no toda investigación en el campo de las ciencias naturales tiene la posibilidad de utilizar la experimentación. Por ejemplo, teorías utilizadas en astrofísica difícilmente puedan recurrir a la experimentación. “Con respecto a la posibilidad de lograr una utilización efectiva de la evidencia empírica en el campo de las investigaciones sociales, ha sido muchas veces cuestionada sobre la base del alcance limitado que en dicho campo tienen la experiencia y la medición exacta. Las observaciones que se requieren para fundamentar las teorías sociales son a menudo difíciles de realizar. Pero esta desventaja del investigador social es relativa. Lo mismo que en el caso de la multiplicidad y variedad de los rasgos la magnitud de la incapacidad no es más que una cuestión de grado. Hay casos en que la experimentación y la medición son posibles, pero aun cuando no se trate de un caso semejante siempre puede encontrarse evidencia, aunque sea de tipo incontrolado y cualitativo. De todos modos, la posición del investigador social es la misma que la de otros investigadores. No se puede, por ejemplo, observar ningún acontecimiento pasado pero se puede hacer referencia y formular hipótesis acerca de los mismos. Tampoco se pueden observar las ondas luminosas, los electrones, la gestación, pero ello no impide que los físicos y biólogos formulen y establezcan la evidencia necesaria para sus teorías acerca de estos asuntos. Se puede defender la autonomía de la investigación social fáctica sin que por ello se entienda que está desvinculada de los valores y de cuestiones éticas”. (Schuster, op. cit.)

La discusión sobre la objetividad en las ciencias presenta varias aristas. En las propias ciencias naturales la objetividad no puede reducirse a un laboratorio aislado. La objetividad debe tener en cuenta, además de los instrumentos utilizados, al propio sujeto investigador, al científico. La ciencia se desarrolla, además, dentro de una comunidad científica (poseedora, según Bourdieu y otros autores, de un cierto capital cultural)[9] en una sociedad y en una época determinadas. Desde este punto de vista el análisis adecuado de la objetividad de las ciencias naturales requiere del aporte de categorías de análisis propios de las ciencias sociales.

Un cuestionamiento común hacia las ciencias sociales proviene del hecho de que el propio científico social sea participante de la actividad política. Aunque este sea un hecho que no se puede ignorar, hay que hacer notar, sin embargo, que el biólogo, por ejemplo, es también un organismo que actúa junto con otros organismos, y algo similar ocurre con el físico que es un cuerpo con una masa dada, que interactúa junto con otros cuerpos. Pero de lo anterior no puede inferirse que las leyes y teorías que los biólogos y los físicos propongan se vean influidas desfavorablemente por su entorno biológico o físico a expensas de la evidencia. Por la misma razón no puede admitirse, a priori, que la interacción entre el científico social y su entorno tenga que obstruir la racionalidad de sus creencias. “Nadie es causalmente independiente del objeto de su investigación. Si se quiere alegar que existe alguna relación causal específica que tenga un efecto pernicioso sobre la investigación, hay que indicar en cada caso cuál es ese efecto. Quienes hablan de la falta de independencia del medio ambiente que padece el investigador social suelen fijar siempre su atención en la fuerza especial de los intereses y emociones que giran en tomo a sus relaciones con las demás personas. Pero olvidan que los intereses y las emociones, por muy fuertes que sean, no provocan necesariamente la parcialidad o el prejuicio. Los provocan únicamente cuando el investigador encuentra mayor satisfacción eludiendo las dificultades y no procura superarlas. Lo que importa aquí no es la fuerza de los intereses ni la intensidad de los sentimientos, sino más bien saber si esos intereses y sentimientos son capaces de producir un efecto deformador especial en las creencias sociales.” (Schuster, op. cit.)

En base a estas consideraciones, Schuster concluye: “podemos decir que las diferencias entre las ciencias naturales y las sociales son de grado, y que comparten un conjunto de problemas cuyas soluciones, naturalmente, se intentan desde las perspectivas propias. Al mismo tipo de conclusiones, creemos, puede llegarse a través de la discusión acerca del método de la ciencia, y de las relaciones entre el método y las teorías científicas. También los problemas vinculados con la producción y con la validación del conocimiento encuentran vertientes comunes en ambos tipos de ciencias. Así, la posibilidad de discutir una lógica, o una metodología, del descubrimiento científico (inductiva, abductiva, algorítmica, etc.), o preguntarse acerca de los enunciados de la ciencia y su modo de verificación, constituyen preocupaciones también compartidas. Por otro lado (...) existe la posibilidad de aplicar una variedad de métodos, algunos de ellos tanto en las ciencias naturales como en las sociales (inductivo, hipotético‑deductivo) y otros más propiamente en las ciencias sociales (dialéctico, progresivo‑regresivo, semióticos, fenomenológico, hermenéutico, de la comprensión). También se pueden elaborar modelos en las diferentes ciencias. El pluralismo metodológico constituye una característica importante de la ciencia que puede destacarse tanto en las naturales como en las sociales.” Y también que: “la ciencia no puede operar en un vacío intelectual, guiada únicamente por su lógica interna y su normativa universal. El mundo científico es parte integral del mundo en su totalidad y como tal está sujeto a fuerzas políticas y económicas.

Tercer criterio: Clasificación “standard” de las ciencias sociales

Las ciencias sociales, a diferencia de las ciencias naturales, tienen una gran variedad de “programas de investigación” o “paradigmas”[10]. Para trabajar en este campo los científicos sociales deben optar entre estos programas. Esta elección entre los “programas de investigación” vigentes en las ciencias sociales no se hacen tan racionalmente como sugieren los críticos de Dussel, como veremos más adelante. Los investigadores del campo de la educación, por ejemplo, suelen agruparse según sus raíces disciplinarias (y por sus preferencias dentro de la disciplina), sus ideologías políticas o educacionales, sus respectivos compromisos con el progreso técnico o la explicación "científica", etc. Resulta común en ciencias de la educación[11] agrupar estos programas de investigación o concepciones en: a) La concepción conductista o “behaviorista[12]; b) la concepción simbólica [13]; y c) la ciencia crítica.[14]

Esta clasificación respeta, aproximadamente, el orden histórico de aparición de las concepciones. La búsqueda de “cientificidad” llevó al surgimiento de nuevos “paradigmas”, “criterios de demarcación” o concepciones. La concepción conductista se mostró insuficiente para esta búsqueda y fueron necesarios nuevos parámetros para los criterios científicos, los cuales fueron aportados por la ciencia crítica.

Orígenes de la ciencia social crítica. La Escuela de Frankfurt

A principios de la década del 20, un grupo de científicos sociales que serían conocidos posteriormente como la "Escuela de Frankfurt” (Max Horkheimer, Theodor Adorno y Herbert Marcuse, y en el período posbélico, Jürgen Habermas y otros) comenzaron a trabajar en el análisis del impacto de la ciencia en el pensamiento del siglo XX. Su interés estaba centrado especialmente en el modo en que la ciencia de finales del siglo XIX y principios del XX había logrado establecerse firmemente como el único medio considerado lícito para conseguir un conocimiento cierto. Esta visión de la ciencia había llegado a ser tan poderosa y omnipresente que su imagen contemporánea comenzaba a poner límites al pensamiento para acceder al saber. De esta forma los teóricos sociales de la Escuela de Frankfurt empezaron a estudiar la ciencia como ideología (más que como el medio por el que podía disiparse la ideología, como pretendía la escuela positivista). Este estudio de los componentes ideológicos de la ciencia es un mérito de esta escuela, más allá de las numerosas críticas que se le puedan realizar a esta escuela de pensamiento[15].

La Escuela de Frankfurt examinó la postura de pensamiento de la ciencia de su momento y estudió los modos de conocimiento a las que esta forma de ciencia se había opuesto y había depuesto, y empezó a definir las limitaciones de lo que podía ser pensado desde el entramado de la ciencia contemporánea. “Sobre esta base, definieron un campo de conocimiento más amplio en el que tanto la ciencia de principios del siglo XX como aquello a lo que se había opuesto podían ser comprehendidos conjuntamente: comenzaron a definir los elementos de ideología comunes a la ciencia y a su oposición y empezaron a descubrir cómo era necesario redefinir la ciencia para poder superar sus contradicciones internas, en especial, para que los científicos de la época pudiesen reconocer que su ciencia continuaba el neto carácter ideológico[16] que ellos habían tratado de expurgar del saber, del discurso y de la práctica de la ciencia y la filosofía de mediados del siglo XIX”. (Kemmis, S. 1998: 89)

El análisis de la ideología ha sido proseguido en la obra más reciente de la Escuela de Frankfurt en relación con el estudio de la ciencia social y política y, a partir de estos estudios, Habermas desarrolló una teoría de los "intereses constitutivos del conocimiento”. Para Habermas, mientras la ciencia social técnica (empírico-analítica) pretende la regulación y el control de la acción social, y la ciencia social práctica (interpretativa o simbólica) intenta interpretar el mundo, la ciencia social emancipadora intenta revelar la forma en que los procesos sociales son distorsionados por el poder en las relaciones sociales de dominación y coerción, mediante la ideología. Su interés no se detiene en iluminar las relaciones sociales, como hace la ciencia social simbólica, sino que intenta crear las condiciones mediante las que las relaciones sociales distorsionadas existentes puedan ser transformadas en acción organizada, cooperativa, una lucha política en donde las personas traten de superar la irracionalidad y la injusticia que desvirtúa sus vidas, rompiendo de esta forma con la concepción inicial de la Escuela de Frankfurt señalada más arriba. Esta lucha compartida hacia la emancipación de la irracionalidad y la injusticia induce a Habermas a denominar su interés subyacente como "emancipador".

La forma de ciencia que persigue el interés emancipador es, según Habermas, la ciencia social crítica. Esta ciencia estaría caracterizada por tratar de construir críticas de la vida social que muestren cómo las ideas y acciones de la gente han sido constreñidas mediante desconocidas relaciones de poder, y su método característico es el ideológico-crítico. Para Habermas la crítica ideológica consiste en realizar investigaciones que tratan de "cartografiar" las circunstancias históricas y sociales actuales (tanto en el sentido del análisis general de la sociedad y de la cultura, como en el específico de nuestra propia situación social) y de usar el proceso de cartografiado no sólo para identificar los hitos y símbolos clave del territorio social "de afuera" (de nuestro mundo en torno), sino también para identificar los correspondientes a nuestro modo de entender el mundo (por ejemplo, nuestro lenguaje, nuestros valores, los significados que otorgamos a las cosas y las formas de producción y de relación social mediante las que interactuamos con el mundo).

Por supuesto, esta concepción o criterio es tan criticado como los criterios primero y segundo. Pero su utilidad, especialmente en las ciencias sociales, no puede ser simplemente rechazada.

¿Ciencia neutral? Ciencia social y lucha simbólica

Un argumento utilizado para rechazar el tercer criterio de demarcación consiste en presentar la actividad científica como una actividad “neutral”. Inclusive se recurre para ello a argumentos de Mario Bunge[17]. Si los argumentos anteriores no han sido suficientes agregaremos algunos más, desde otro ángulo.

El célebre sociólogo francés contemporáneo Pierre Bourdieu señala, en relación a las ciencias sociales, lo siguiente:

Pero los objetos del mundo social, como lo indiqué, pueden ser percibidos y expresados de diversas maneras, porque siempre comportan una parte de indeterminación y de imprecisión y, al mismo tiempo, un cierto grado de elasticidad semántica: en efecto, aún las combinaciones de propiedades más constantes están siempre fundadas sobre conexiones estadísticas entre rasgos intercambiables; y además, están sometidas a variaciones en el tiempo de suerte que su sentido, en la medida en que depende del futuro, está también a la espera y relativamente indeterminado. Este elemento objetivo de incertidumbre -que es a menudo reforzado por el efecto de categorización, pudiendo la misma palabra cubrir prácticas diferentes- provee una base a la pluralidad de visiones del mundo, ella misma ligada a la pluralidad de puntos de vista; y al mismo tiempo, una base para las luchas simbólicas por el poder de producir y de imponer la visión del mundo legítima (...)

Las luchas simbólicas a propósito de la percepción del mundo social pueden tomar dos formas diferentes. En el lado objetivo se puede actuar por acciones de representaciones, individuales o colectivas, destinadas a ser ver y hacer valer ciertas realidades (....) Por el lado subjetivo se puede actuar tratando de cambiar las categorías de percepción y de apreciación del mundo social, las estructuras cognitivas y evaluativas: Las categorías de percepción, los sistemas de clasificación es decir, en lo esencial, las palabras, los nombres que construyen la realidad social, tanto como la expresan, son la apuesta por excelencia de la lucha política, lucha por la imposición del principio de visión y división legítimo, es decir por el ejercicio legítimo del efecto de teoría. (Bourdieu, P. 1993).

La ciencia en general no es “neutral. Y la ciencia social, en particular, lo es muchísimo menos. La ciencia social es, entre otras cosas, un campo de lucha política para imponer el “efecto de teoría” señalado por Bourdieu.

En otro artículo, Bourdieu desarrolla un esbozo de historia de las ciencias sociales señalando que:

Es por eso que hay que pedirle a la historia social de las ciencias sociales que ponga al día todas las adherencias inconscientes al mundo social que las ciencias sociales deben a la historia de la que son el resultado, problemáticas, teorías, métodos, conceptos, etc. Se descubre así, principalmente, que la ciencia social, en el sentido moderno del término (en oposición a la filosofía política de los consejeros del príncipe) está ligada a las luchas sociales y al socialismo, pero menos como una expresión directa de esos movimientos y de sus prolongaciones teóricas, que como una respuesta a los problemas que enuncian y a los que hacen surgir por su existencia: encuentra a sus primeros defensores entre los filántropos y reformadores, suerte de vanguardia esclarecida de los dominantes que espera de la “economía social”, (ciencia auxiliar de la ciencia política), la solución de los “problemas sociales” y, en particular de los que plantean los individuos y grupos “con problemas”.

Una mirada comparativa sobre el desarrollo de las ciencias sociales permite plantear que un modelo encaminado a dar cuenta de las variaciones del estado de esas disciplinas según las naciones y según las épocas debería tener en cuenta dos factores fundamentales: por una parte, la forma que reviste la demanda social de conocimiento del mundo social en función principalmente de la filosofía dominante en las burocracias de Estado (liberalismo o keynesianismo, principalmente), una fuerte demanda estatal que pueda asegurar las condiciones favorables para el desarrollo de una ciencia social relativamente independiente de las fuerzas económicas (y de las demandas directas de los dominantes), pero fuertemente dependiente del Estado; por otra parte, la extensión de la autonomía del sistema de enseñanza y del campo científico en relación con las fuerzas económicas y políticas dominantes, autonomía que supone sin duda a la vez un fuerte desarrollo de los movimientos sociales y de la crítica social de los poderes y una fuerte independencia de los especialistas en relación con esos movimientos.

La historia atestigua que las ciencias sociales no pueden acrecentar su independencia con relación a las presiones de la demanda social, que es la condición prioritaria de su progreso hacia la cientificidad más que apoyándose en el Estado: al hacerlo, corren el riesgo de perder su independencia con relación a él, a menos que estén preparadas para usar contra el Estado la libertad (relativa) que les asegura el Estado. (Bourdieu, P. 1996)

No solamente la ciencia social no es neutral. No solamente es un campo de lucha político. No solamente debe su existencia a la ayuda del Estado, sino que, además, su independencia y objetividad se mantienen a condición de que utilicen la libertad relativa que les garantiza el Estado contra el propio Estado. La lucha contra el Estado es entonces, en la visión de Bourdieu, condición de cientificidad de las ciencias sociales. ¿Cómo puede sostenerse que la ciencia es una actividad neutral e inocente? Y por consiguiente ¿Cómo puede relegarse el criterio crítico de la ciencia social?

Existen, en el campo de las ciencias sociales (en este caso específico, las “ciencias del hombre”) visiones más escépticas acerca de su cientificidad, remarcando una visión muy alejada de una supuesta neutralidad; el conocimiento es un poder:

Se tiene, sin duda, razón al plantear el problema aristotélico: ¿es posible, y legítima, una ciencia del individuo? A gran problema, grandes soluciones quizá. Pero hay el pequeño problema histórico de la emergencia, a fines del siglo XVIII, de lo que se podría colocar bajo la sigla de ciencias «clínicas»; problema de la entrada del individuo (y no ya de la especie) en el campo del saber; problema de la entrada de la descripción singular, del interrogatorio, de la anamnesia, del «expediente» en el funcionamiento general del discurso científico. A esta simple cuestión de hecho corresponde sin duda una respuesta sin grandeza: hay que mirar del lado de esos procedimientos de escritura y de registro, hay que mirar del lado de los mecanismos de examen, del lado de la formación de los dispositivos de disciplina, y de la formación de un nuevo tipo de poder sobre los cuerpos. ¿El nacimiento de las ciencias del hombre? Hay verosímilmente que buscarlo en esos archivos de poca gloria donde se elaboró el juego moderno de las coerciones sobre cuerpos, gestos, comportamientos... El examen, rodeado de todas sus técnicas documentales, hace de cada individuo un «caso»: un caso que a la vez constituye un objeto para un conocimiento y una presa para un poder. El caso no es ya, como en la casuística o la jurisprudencia, un conjunto de circunstancias que califican un acto y que pueden modificar la aplicación de una regla; es el individuo tal como se le puede describir, juzgar, medir, comparar a otros y esto en su individualidad misma; y es también el individuo cuya conducta hay que encauzar o corregir, a quien hay que clasificar, normalizar, excluir, etc. (Foucault, M. 1998: 195 – 196)[18]

Una visión estrecha, acrítica, ahistórica y metafísica de la ciencia

Una de las cosas más llamativas del artículo de Zoilo Achával es su fe acrítica y fuera de toda proporción en la ciencia. Por ejemplo cuando afirma que “no vamos a defender a la Ciencia, que no lo necesita porque se defiende sola, como lo demuestra su curso creciente en tres milenios o más. Podemos, en cambio, recordar que es el único instrumento de conocimiento objetivo y verdadero que tenemos, mal que le pese al postmodernismo”. En primer lugar resulta sumamente discutible que la ciencia tenga 3000 años de desarrollo (salvo, tal vez, la matemática, que en todo caso tendría una antigüedad de 2500 años). Pensar que la ciencia lleva tres milenios de curso creciente no resiste el menor análisis histórico. La ciencia actual es una ciencia burguesa[19] en su génesis y desarrollo y no tiene casi relación con la actividad llamada ciencia desarrollada bajo el feudalismo. La ciencia moderna nace de una profunda revolución, que provocó una ruptura epistemológica[20].

Al respecto Gastón Bachelard sostiene que los neopositivistas y sus continuadores buscan un principio metodológico capaz de diferenciar con claridad la ciencia de la no ciencia (que creen encontrar en el principio de verificación o en el de falsación). En este sentido Bachelard rechaza todo criterio a priori que pretenda captar la esencia de la cientificidad. Comentando esto, Geymonat concluye: “no es la razón la que amaestra la ciencia, imponiendo a las teorías el respeto de tal o cual modelo de cientificidad, sino la ciencia la que amaestra a la razón y la instruye” [21]. Parafraseando a Kuhn podría decirse: la ciencia es lo que los científicos hacen.

También es bastante audaz la afirmación que asegura que la ciencia es el único instrumento de conocimiento objetivo y verdadero[22]. No es difícil poner en duda que sea único. Es también bastante discutible que sea puramente objetivo (ya que como señala Piaget este conocimiento proviene de la actividad del sujeto). Y finalmente es bastante indiscutible que la categoría de “verdadero” atribuida al conocimiento científico tiene profundas reminiscencias metafísicas. Todo esto sin conceder un ápice a la concepción posmoderna (que puede llegar al extremo de igualar actividad científica a la concepción de horóscopos, como señalé en otra ocasión; probablemente debido a que las concepciones posmodernas se parezcan mucho al pensamiento mágico e irracional de los astrólogos).

Por otro lado, de ninguna manera puede asimilarse el pensamiento de Dussel con el pensamiento de los posmodernos, como hace Zoilo Achával. Es ésta una fea y vieja manera de discutir: mi posición representa la verdadera ciencia (que está bien definida por la epistemología “standard”), mi posición representa el verdadero marxismo[23] (y para ello no es necesario citar ni siquiera una sola vez a Marx); en cambio, Dussel es un repugnante posmoderno (aunque el trabajo de demostrarlo no haya sido realizado).

De todas formas, Zoilo Achával tiene razón en un punto: la ciencia se defiende sola. Y es necesario aclarar dos cosas: en primer lugar, que el artículo de Dussel no ataca la ciencia, sino más bien al contrario; en segundo lugar, que en la defensa que la ciencia realiza contra los verdaderos ataques que recibe no utiliza la metodología de Zoilo Achával. La ciencia rechaza los absolutos, las cosas “sagradas” o “intocables”. Todo puede y debe transformarse por obra del hombre. Los científicos que realizan un experimento no tienen una actitud neutral, intervienen en el desarrollo de los fenómenos para corregirlos a su favor. Se opera sobre los propios métodos de actuar sobre los fenómenos para lograr una acción más eficaz. En otras palabras la labor científica sigue la célebre tesis 11 de Marx a Feuerbach: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo” (Marx y Engels 1985: 668).

Conclusiones: ciencia y ética

Si de lo que se trata es de transformar al mundo una ética es necesaria. Petruccelli señala, correctamente, que la obra de Marx trasciende la cuestión específicamente científica, tiene, además, una concepción general del mundo y una práctica revolucionaria. Pero, para todo ello, es necesario contar con una ética[24].

No resulta extraño, entonces, que los contradictores de Dussel aúnen crítica al “tercer criterio”, con crítica a su visión “ética” en articulación con la ciencia, ya que ambas concepciones se implican mutuamente.

La visión que sobre la ciencia sostienen los contradictores de Dussel es la visión dominante  sobre ciencia (aunque un poco caricaturizada). Esta visión resalta los éxitos de la ciencia pero niega sus consecuencias negativas sobre la naturaleza y el hombre, incluyendo sus relaciones sociales; o sea: supone una concepción de progreso sin contradicciones. Esta visión acrítica y ahistórica niega a la ciencia como construcción social y busca sustraerla de todo control social y ético, argumentando que será ella misma la que corregirá sus errores. Esta visión niega también que la ciencia, a pesar de sus extraordinarios logros, sea, además, un medio más del poder de las clases dominantes y su Estado. Un poder nada desdeñable ya que esuno de los poderes mayores del Estado, el de producir y de imponer (principalmente por medio de la escuela) las categorías de pensamiento que aplicamos espontáneamente a cualquier cosa del mundo...” (Bourdieu, P. 1996). Resulta insólito que esta posición se lleve adelante en nombre del marxismo.

La ciencia no agota toda la racionalidad humana. De no ser así se cae rápidamente en una posición profundamente reaccionaria e inaceptable. En efecto, si toda la racionalidad se agota con la ciencia cualquier decisión, opinión o criterio tomado fuera de esta ámbito sería irracional. Dicho de otro modo: todo lo no científico es irracional. Los valores, normas, objetivos y luchas de la raza humana, que la ciencia, legítimamente, busca dejar de lado, caerían así en la categoría de irracionales (o pre – racionales).

La posición de Dussel, en cambio, intenta enlazar estas dimensiones científicas y éticas de un modo no reduccionista y resulta, como dijimos al principio, convincente y estimulante.

Bibliografía:

- Bourdieu, P. “Espíritus de Estado”, en Revista Sociedad Nº 8, UBA, Facultad de Ciencias Sociales, Bs. As. 1996.

- Bourdieu, P. Cosas Dichas. Barcelona, Gedisa, 1993.

- Bourdieu, P. Las estrategias de reconversión. En Enguita Mariano F. (editor). Sociología de la Educación. Barcelona, Ariel. 1999.

- Chalmers, Alan. ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Buenos Aires, Siglo XXI, 1987.

- Ferreiro, E. “Piaget”. En Los hombres de la historia. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984.

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Notas:

[1] La teoría de Copérnico requería que el planeta Venus presentase fases análogas a las de la luna y un cambio aparente de tamaño. Ni las fases ni el cambio aparente de tamaño se pudieron ver durante 150 años, hasta la invención del telescopio por parte de Galileo. Por otra parte Kepler creía ver a Marte de forma cuadrada, etc. De haber existido la teoría de Popper en esa época se habría dicho que la teoría copernicana había sido falsada con semejantes evidencias en contra. Sin embargo no fue así, los científicos copernicanos (Kepler incluido) no dudaron de la veracidad de su teoría. Kepler le dio forma matemática (por un camino donde el misticismo no estaba ausente): el sol era el centro del sistema solar, las órbitas no eran circulares sino elípticas, etc. Venus mostró sus fases y su cambio aparente de tamaño y Marte, finalmente, se mostró esférico.

[2] Ariel Petrucceli se refiere a Popper como “un cruzado de la guerra fría”. Teniendo en cuenta que el año de edición de la obra donde expone sus prejuicios antimarxistas, La sociedad abierta y sus enemigos, es de 1945, creo que una correcta caracterización de Popper es como “adelantado de la guerra fría”.

[3] Tomado, en parte, de “Objetividad, juicios de valor y elección de teoría”, en La tensión esencial, FCE, México, 1982, p. 345. Las características de una teoría científica es un tema muy debatido. Se toman las mencionadas por Kuhn sólo para poder desarrollar algunas ideas.

[4] En este sintético y esquemático desarrollo hemos omitido a autores como Feyerabend, que sostienen que el método científico simplemente no existe. Feyerabend también niega toda posibilidad de demarcar el límite entre lo científico y lo no científico.

[5] El físico alemán Max Planck, iniciador de la mecánica cuántica, daba una respuesta negativa a esta pregunta: “Una nueva teoría no se impone porque los científicos se convenzan de ella, sino porque los que siguen abrazando las ideas antiguas van muriendo poco a poco y son sustituidos por una nueva generación que asimila las nuevas desde el principio.”

[6] ¿Puede afirmarse que la Biología, por ejemplo, es enteramente una ciencia natural? ¿O que la Psicología es puramente social? Por otro lado, esta clasificación de las ciencias deja afuera a la Matemática que es una ciencia que no es natural ni social.

[7] El filósofo e historiador de la ciencia Ludovico Geymonat señala, en relación al intento de Hegel de desarrollar una filosofía de la naturaleza lo siguiente: “La más grave ilusión en que incurrió Hegel en su, pese a ello, admirable construcción fue la de estimar que la racionalidad de la naturaleza podía ser probada con sólo deducir a priori su desarrollo partiendo de principios generales, y no – como propugnaban los físicos – recurriendo a la experimentación, reveladora de los procesos concretos en que se articula dicha racionalidad. Desde ese punto de vista, la oposición entre método hegeliano y método experimental no podía ser más neta de lo que fue; esta oposición dio lugar a una lucha sin cuartel que no cesaría hasta la definitiva derrota de la filosofía de la naturaleza hegeliana (...) Aún con sus errores, el hegelianismo tuvo, también en este campo, un mérito no desdeñable: el de haber defendido siempre, incluso cuando polemizaba con las ciencias específicas, la perfecta racionalidad y cognoscibilidad de la naturaleza contra todas las formas de misticismo. Defensa que tuvo su eficacia, puesto que fortaleció la fe del hombre en sí mismo y sirvió para animar a los propios científicos antihegelianos a emprender con ímpetu y tenaz coherencia sus investigaciones particulares, movidos por la certidumbre de poder captar todos los secretos de la naturaleza” (Geymonat, L. 1998: 486 – 487)

[8] Piaget, cuya principal preocupación científica era de índole epistemológica, sostenía que la epistemología era por naturaleza interdisciplinaria. Para Piaget la epistemología debe tratar el problema de cómo se pasa de un estado de menor conocimiento a uno de mayor conocimiento. Un proceso de este tipo plantea a la vez cuestiones de hecho y de validez. Si sólo fuese validez la epistemología se confundiría con la lógica; “pero su problema no es solamente formal puesto que se trata de determinar de qué manera el sujeto alcanza lo real, es decir, cuáles son las relaciones entre el sujeto y el objeto; si se tratara sólo de hechos la epistemología debería reducirse a una psicología de las cuestiones cognoscitivas y ésta no es competente para resolver las cuestiones de validez (Piaget, J. 1983: 13).

[9] Y de que hay una lucha por la posesión de dicho capital cultural.

[10] Esta carencia de “paradigma” único lleva a afirmar a veces que las ciencias sociales se encontrarían en un estado “pre-científico”. Cuando se establezca un paradigma único las ciencias sociales entrarían en un estado de cientificidad plena. No compartimos este criterio.

[11] Por ejemplo: Popkewitz, T. Critical studies in teacher education. The Falmer Press, Londres, 1987. Popkewitz, T. Recent developments in curriculum studies. NFER – Nelson, Windsor, 1986. Reid (citado en: Gimeno Sacristán, J. El currículum: una orientación sobre la práctica. Morata, Madrid, 1998) distingue cinco orientaciones. En este punto seguimos la clasificación de Popkewitz. Hay varios autores, libros y manuales que siguen esta clasificación.

[12] Esta concepción presenta una idea del mundo social como un sistema de variables empíricas posibles de diferenciar. Como es sabido, el significado más general de “empírico” está relacionado con una atención cuidadosa a los fenómenos; restringidos para designar sólo lo cuantificable. Esta forma de razonamiento científico suele ir acompañada por una reducción de los problemas metodológicos a las técnicas de investigación. Para esta concepción lo más importante radica en el rigor estadístico y metodológico. El paradigma que lo guía consiste en la búsqueda de regularidades legaliformes. Presenta la ciencia social de una manera semejante a la de las ciencias físicas o biológicas. Esta escuela sostiene que el conocimiento debe ser analítico en lugar de sintético y dividen el comportamiento humano en sus pretendidos elementos constitutivos. Esta concepción, plenamente positivista, descansa sobre cinco supuestos interrelacionados: 1º) la teoría ha de ser universal, no vinculada al contexto específico; 2º) la ciencia es una actividad desinteresada y existe una distinción clara entre teoría científica y teoría moral; 3º) el mundo social existe como un sistema de variables distintas y analíticamente separables, su explicación es causal; 4º) en esta concepción existe la creencia en el conocimiento formalizado, analizando y precisando las variables antes de iniciar la investigación; operacionalizando los conceptos y otorgándoles una definición invariante para poder verificar y comparar los datos. Se distingue netamente la teoría de la práctica (como los valores de los hechos). 5º) las teorías tienen pretensiones descriptivas y predictivas. Esta concepción de las ciencias sociales es muy común en EE.UU. y los países anglosajones.

[13] Su paradigma está centrado en averiguar cómo la interacción humana da origen a la creación de normas y conductas gobernadas por ésta. La noción de “norma” hace que la atención del científico se dirija al ámbito de la acción, la intencionalidad y la comunicación entre los seres humanos. Esta concepción distingue entre la vida social y el mundo físico. En este sentido, afirma que la cualidad diferenciadora del ser humano la constituyen los símbolos que desarrolla para comunicar significados e interpretaciones de la vida cotidiana. En lugar de entender los comportamientos como los “hechos” de la ciencia, el paradigma simbólico atiende a la interacción y a las negociaciones que tienen lugar en las situaciones sociales, y por cuyo medio los individuos se definen mutuamente sus expectativas sobre qué comportamientos son adecuados. En el paradigma simbólico la teoría deja de ser una búsqueda de regularidades sobre la naturaleza del comportamiento social para convertirse en la identificación de las normas que subyacen a los hechos sociales y los gobiernan. Aspectos fundamentales del trabajo teórico que se desarrolla son los conceptos de intersubjetividad, motivo y razón. La objetividad no es una ley que guíe a los individuos sino el resultado de un consenso intersubjetivo logrado a través de la interacción social. Esta concepción admite dos tipos de causalidad: a) la del “por qué” (en ella se centran las ciencias empírico - analíticas); b) la del ”a fin de” (un individuo realiza una acción concreta a fin de que acontezca algo en el futuro).

                Existen evidentes semejanzas entre la concepción empírico - analítica y la simbólica. En primer lugar en relación a la finalidad de la teoría. Se trata de una teoría descriptiva “neutral” (no se consideran como un catalizador para la transformación social). Por otro lado los científicos del paradigma simbólico no rechazan necesariamente las exigencias formales de las ciencias empírico - analíticas (aunque la finalidad de la teoría no es tecnológica). Además, aunque los intereses cognitivos de ambos enfoques son diferentes, se da en ambos una separación entre la teoría y la práctica. Y por último la lógica formal es importante para sacar a la luz las inconsistencias y falacias argumentativas, aunque la base matemática no resulta imprescindible para el desarrollo del conocimiento.

[14] Para Popkewitz la ciencia crítica se ocupa del desarrollo histórico de las relaciones sociales y del modo en que la historia oculta el interés y el papel activo del ser humano. En esta concepción se pueden distinguir dos corrientes: la residual y la emergente. La corriente residual, a pesar de hacerle críticas incorpora a su enfoque aspectos importantes de la cultura del pasado. Su finalidad es hacer menos alienante y más significativo el orden político. La corriente emergente dirige sus críticas contra la cultura y las instituciones dominantes. La ciencia social crítica es, radicalmente, sustantiva y normativa además de formal. Aspira a cambiar el mundo, no a describirlo. Las relaciones entre teoría y práctica, entre hechos y valores, no son directas. En esta concepción la teoría no es prescriptiva. Con su interés por el discurso práctico, la ciencia crítica se asemeja al análisis histórico de los procesos sociales. Investiga la dinámica del cambio social, pasado y presente, para poner al descubierto las restricciones y contradicciones estructurales de una sociedad. La idea de causalidad se encuentra en la confluencia de la historia, la estructura social y la biografía individual.

[15] Por ejemplo Umberto Eco (¡nada menos!) critica a la escuela de Frankfurt en estos términos: “Buena parte de las formulaciones pseudomarxistas de la escuela de Frankfurt, por ejemplo, delatan su parentesco con la ideología de la «sagrada familia» baueriana y de los movimientos colaterales. Incluida la persuasión de que el pensador (el «crítico») no podrá ni deberá proponer remedios, sino, como mucho, dar testimonio de su propio disentimiento: «La crítica no constituye ningún partido, no quiere poseer ningún partido para sí, sino hallarse sola, sola cuando se sumerge en su objeto, sola cuando se contrapone a él. Se distancia de todo... Cualquier nexo es para ella una cadena». Siguiendo esta tónica, el cuaderno VI de la Allgemeine Literaturzeitung coincide con lo manifestado por Koeppen en la Norddeutsche Blaetterne del 11 de agosto de 1844, respecto del problema de la censura: «La crítica está por encima de los afectos y los sentimientos, no conoce amor ni odio por cosa alguna. Por este motivo, no se sitúa contra la censura para luchar con ella... La crítica no se extravía en los hechos y no puede extraviarse en los hechos: es por tanto un contrasentido pretender de ella que aniquile a la censura, y que procure a la prensa la libertad que le pertenece». Ante tales muestras, es lícito traer a colación las afirmaciones de Horkheimer, formuladas un siglo más tarde, en polémica con una cultura pragmatística, acusada de desviar y consumir las energías, necesarias a la reflexión, en la formulación de los programas activistas, a los que él opone un «método de la negación». No en vano un estudioso de Adorno tan afectuoso y consciente como Renato Solmi, vio en este autor una tentación especulativa, una «crítica de la praxis» con la que el razonamiento filosófico evita detenerse en las condiciones y modos concretos de aquel «traspaso», que el pensamiento debería individualizar en una situación en el preciso momento en que la somete a una crítica radical. El propio Adorno, por su parte, concluía su Minima Moralia definiendo la filosofía como la tentativa de considerar todas las cosas desde el punto de vista de la redención, revelando el mundo en sus interioridades, como aparecerá un día a la luz mesiánica: pero en esta actividad el pensamiento incurre en una serie de contradicciones, tales que, debiéndolas soportar lúcidamente todas, «la exigencia que así se le formula, la cuestión de la realidad o irrealidad de la redención, se vuelve casi indiferente».

Puede objetarse, claro está, que la respuesta que Marx dio a Bruno Bauer era: las masas, en cuanto adquieran conciencia de clase, pueden tomar sobre si la dirección de la historia y colocarse como única y real alternativa a vuestro «Espíritu» («es preciso haber conocido el estudio, la avidez de saber, la energía moral, el impulso incansable de progreso de los ouvriers franceses e ingleses, para poder formarse una idea de la humana nobleza de este movimiento»), mientras que la respuesta que la industria de la cultura de masas da implícitamente a sus acusadores es: la masa, superadas las diferencias de clase, es ya la protagonista de la historia y por tanto su cultura, la cultura producida por ella y por ella consumida, es un hecho positivo. Y. es precisamente en estos términos que la función de los apocalípticos tiene validez propia, al denunciar que la ideología optimista de los integrados es de mala fe y virtualmente falsa. Pero lo es (lo comentaremos en alguno de los ensayos) precisamente porque el integrado, al igual que el apocalíptico, asume con máxima desenvoltura (cambiando sólo el signo algebraico) el concepto fetiche de «masa». Produce para la masa, proyecta una educación de masa y colabora así a la reducción de los auténticos temas de masa.” (Umberto Ecco. Apocalípticos e integrados. Introducción). Como veremos, la concepción crítica de Dussel es opuesta por el vértice a la idea complaciente de la crítica con la que polemiza Eco.

[16] Desde otros puntos de vista varios autores señalan el hecho de que la pretensión positivista de “limpiar” la ciencia de toda metafísica terminó, finalmente, por establecer una nueva metafísica.

[17] Bunge es citado por Petruccelli y por Achával. Si bien es posible concebir, con mucha imaginación, situaciones donde el pensamiento de Bunge sea pertinente, no lo es en el caso de las citas antes mencionadas.

Petrucelli cita doce “ideas centrales” de Bunge (Herramienta 12, pp. 176-177), en las cuales no ve inconvenientes (salvo aclaraciones o agregados) para ser aceptadas por un marxista. Por mi parte, debo señalarle a Petruccelli que existe al menos un marxista que no acepta ninguna de las doce ideas centrales de Bunge. Para señalar sintéticamente sólo dos: la idea 2) es lógicamente inconsistente y la 11) es políticamente reaccionaria.

La cita de Bunge que refuerza las ideas de Zoilo Achával es sencillamente lamentable. Esta cita no solamente contiene chicanitas de bajo nivel contra la “izquierda”, sino que afirma que la Escuela de Frankfurt no se da cuenta de que la ciencia básica ¡es neutral e inocente!

[18] En libros anteriores, Foucault se mostraba aún más escéptico: “Las ciencias humanas no son solamente “falsas ciencias”; no son ciencias en modo alguno; la configuración que define su positividad y las enraiza en la episteme moderna las pone, al mismo tiempo, fuera del estado de ser de las ciencias; y si se pregunta entonces por qué han tomado ese título, bastará con recordar que pertenecen a la definición arqueológica de su enraizamiento, que llaman y acogen la transferencia de modelos tomados de las ciencias” (Foucault, 1989: 355-356).

[19] Petruccelli y Achával critican ferozmente a Dussel por un pie de página relativo a la cuestión de “ciencia burguesa” y “ciencia proletaria”. Petruccelli llega a afirmar inclusive que “la verdad no tiene dueño” (Herramienta 12, pág. 184). Lamento discrepar con Petruccelli, pero yo sí creo que la verdad tiene dueño. Del hecho de que, históricamente, no sea posible concebir una “cultura proletaria”, no puede deducirse que no existe una “ciencia burguesa”. Al respecto Trotsky decía que: “Es indiscutible que toda ciencia refleja en mayor o menor grado las tendencias de la clase dominante. Cuando más estrechamente se vincule una ciencia a los problemas prácticos de la conquista de la naturaleza (física, química, ciencias naturales en general), mayor será su valor humano, no clasista. Cuanto más profundamente se relacione con el mecanismo social de explotación (economía política) o generalice abstractamente la experiencia humana (como la sociología, no en su sentido experimental y fisiológico, sino en su sentido llamado sentido “filosófico”), más se subordinará al egoísmo de clase de la burguesía y menor será su contribución al acervo general de los conocimientos humanos” (Trotsky, 1989: 138).

[20] La teoría de Kuhn tiene como uno de sus ejes fundamentales la cuestión de las revoluciones científicas. La ciencia moderna comienza con una gran revolución por la obra de científicos de la talla de Copérnico, Galileo y Newton. Kuhn señala también que posteriormente ha habido otras revoluciones que han cambiado el paradigma de la física como la Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica.

[21] Bachelard también sostiene que el progreso de la ciencia no se ha realizado en línea continua sino mediante auténticas rupturas (coupures) epistemológicas, que siempre han implicado la negación, por parte de la ciencia específica a la cual daba lugar, de alguna categoría fundamental, de algún factor relativo al mismo acto de conocer, sobre los que se asentaban las investigaciones de la fase anterior. (Ver Geymonat, op. cit.)

[22] Si la ciencia es el único instrumento de conocimiento objetivo y verdadero, entonces todo conocimiento objetivo y verdadero es científico. Se concluye entonces que los perros, que “conocen” a sus dueños y los distinguen de otras personas, resultan ser unos excelentes científicos.

[23] Sin embargo creo notar en Achával una posición un tanto displicente en relación a la dialéctica. ¿Es ésta una impresión mía?  Si mis sospechas son ciertas, ¿este desdén abarca todas las expresiones de la dialéctica: platónica, hegeliana, marxista?

[24] No puedo pronunciarme acerca de si esta ética está implícita o explícita en Marx. De todas formas, resulta curioso que se pretenda demostrar lo contrario de una afirmación recurriendo a una misma cita.

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