El
22 de febrero del 2004, fuimos conmovidos por una dolorosa noticia: había
fallecido el compañero Jorge O. Dutra. Durante largos años militante del
MAS de Argentina, el compañero había desarrollado tareas de elaboración
en el campo de la teoría marxista. Fue así uno de los redactores de Problemas
de la revolución y el socialismo, un texto de fundamental importancia
en el rearme teórico y programático de nuestra corriente, rearme que se
hizo imprescindible luego de la caída de la ex Unión Soviética. En
homenaje y recuerdo del compañero Jorge, publicamos su ensayo Ideología
e irracionalidad,
donde analiza problemas epistemológicos planteados por Enrique Dussel y
cuestionados por otros marxistas.
Ideología e irracionalidad
Por Jorge O. Dutra
El enlace entre Ética y Ciencia en
el "programa de investigación de Marx" que presenta Enrique
Dussel en su artículo El programa científico de investigación de
Carlos Marx (Ciencia social funcional y crítica) resulta, según mi
opinión, sumamente convincente y, sobre todo, estimulante.
Según puede leerse en otros artículos posteriores, esta
opinión no es unánime ya que Ariel Petruccelli y Zoilo Achával, cada
uno según su óptica, hacen una serie de severas críticas al artículo
antes mencionado.
La intención de las siguientes notas es aportar algunas
opiniones en esta polémica. Gran parte de la discusión anterior se
centra en los llamados criterios de demarcación de las ciencias.
Las hipótesis que sostendrá este artículo pueden sintetizarse así: a) el
llamado primer criterio de demarcación es enteramente insuficiente para
distinguir entre ciencia y no ciencia; b) con respecto al segundo
criterio se intentará demostrar que no existe oposición absoluta
entre ciencias naturales y sociales; c) el tercer criterio es de
uso habitual en las ciencias sociales y, en todo caso, su utilidad
no es menor que los otros criterios y sus dificultades no son
mayores que los criterios primero y segundo; d) hay, en la visión de
los contradictores de Dussel, una sobreestimación absoluta de la
Ciencia. Esta sobreestimación ignora aportes y críticas de uso
“standard” en epistemología.
Criterios
de demarcación:
Primer criterio
El primer criterio de demarcación
es mencionado por todos los polemistas. Aunque todos los polemistas lo
aceptan Dussel lo relativiza bastante. En cambio los contradictores
de Dussel parecen admitirlo sin mayor discusión, como miembro de una
familia llamada epistemología “standard”. La evidencia de las polémicas
desatadas en torno a numerosas cuestiones parecen indicar que esta familia
no es muy unida y que el criterio falsacionista no es unánimemente
aceptado, ni muchísimo menos.
La cuestión de la demarcación
entre ciencia y no ciencia era una preocupación central del movimiento
llamado “neopositivismo” (o empirismo lógico) nacido en Viena (de allí
el nombre de Círculo de Viena que algunas veces se le da a esta
corriente) en 1925. Sus principales figuras fueron Ludwing Wittgenstein y
Rudolf Carnap y resulta de una peculiar convergencia de la reformulación
empirista (empirocriticismo) de Ernst March y del desarrollo de la lógica
formal por parte de Bertrand Russell, entre otros. Suele admitirse que el
resultado más importante de la crítica neopositivista es la distinción,
hecha con enorme rigor, entre dos tipos de proposiciones lícitas pero
irreducibles la una a la otra: las proposiciones lógicas y las
proposiciones factuales. Sin embargo, en la cuestión de distinguir
ciencia de no ciencia, el movimiento neopositivista exagera las características
puramente convencionales, olvidando, o subestimando, cuestiones de
gran importancia como la historicidad de las teorías científicas.
Si bien Popper nació en Viena y
tuvo contactos con el Círculo, no entró a formar parte de él. Sin
embargo, compartía con el movimiento neopositivista la convicción de que
ninguna actividad filosófica que se separe de la ciencia puede conducir a
resultados válidos y resaltaba, en consecuencia, la necesidad de
demarcación entre ciencia y metafísica. Se oponía al inductivismo como
método de la ciencia y al principio de verificación como criterio de
demarcación entre ciencia y metafísica. Proponía, en cambio, que la
ciencia estaría caracterizada por un método hipotético deductivo
y la misma resulta distinguible de la metafísica mediante su propia falsabilidad.
Para Popper una hipótesis “disparatada” se distingue de una hipótesis
científica en que esta última puede ser controlada, confrontada con la
experiencia y, por ende, falsada por ella.
El falsacionismo recibió críticas
de diferente índole. La primera está referida a que, si bien las teorías
pueden ser refutadas de manera concluyente a la luz de las observaciones,
estas mismas observaciones están teñidas de hipótesis previas. En
segundo término las críticas señalan que no se puede falsar de manera
concluyente una teoría, porque no puede afirmarse, sin lugar a dudas, que
la responsable de la predicción errónea sea la teoría. Como veremos más
adelante existen otras posibilidades. Y, la crítica fundamental asegura
que la historia de la ciencia revela que la teoría no siguió, en
casos muy importantes, la metodología indicada por Popper; y que esta
situación redundó en beneficio y no en prejuicio del progreso científico.
El criterio de Popper no resiste el análisis histórico.
Popper, que era reaccionario
pero no idiota, era conciente de estas dificultades y elaboró una teoría
mucho más complicada que la simple falsación, pasando por ejemplo del
principio monoteórico de 1935 (La lógica de la investigación
científica) al multiteórico. En el modelo monoteórico
la falsación de una teoría se realiza mediante la confrontación bipolar
teoría-experiencia. En el modelo multiteórico, la falsación se
realiza en una confrontación por lo menos tripolar entre dos teorías
rivales y la experiencia.
Por otro lado, para Popper el
criterio de falsabilidad es convencional, y si las teorías deben
ser falsables es porque así lo han decidido los científicos.
Popper busca desligarse de las neopositivistras acusándolos de tener una
concepción naturalista del principio de verificación: “Por teoría
naturalista de la falta de significación entiendo la doctrina según la
cual toda expresión lingüística que pretenda ser un aserción está
provista de significado o carece de él, no ya por convención o tomando
como base unas reglas formuladas convencionalmente, sino como concreto
dato de hecho, por la naturaleza misma de dicha expresión, del mismo modo
que una planta es o no verde de hecho, por naturaleza, y no por aplicación
de reglas convencionales”.
Su continuador, Lakatos, siguió
esta línea y, en mi opinión, terminó modificándola profundamente. Las
teorías rivales se convierten en “programas de investigación”
rivales con un “núcleo duro” y un “cinturón protector”. Según
su evolución serán “fértiles” o “degenerarán”. Numerosos
analistas ubican su posición como intermedia entre Popper y Kuhn. El
principal problema de la teoría de Lakatos es que el aspecto fértil o
degenerativo de un programa de investigación es algo que no puede
decidirse a priori sino a posteriori.
¿Qué caracteriza una teoría
científica? Para Kuhn
una teoría científica presenta
alguna(s) de las siguientes características:
1.
Una teoría científica debe
ser precisa, debe posibilitar hacer distinciones dentro de su
dominio. La precisión lógica de las consecuencias deducibles, requieren
para ser científicas, estar de acuerdo con los resultados de la observación
existente o experimental.
2.
Una teoría para ser científica
debe ser coherente, no sólo de manera interna o consigo misma,
sino con otras teorías aceptadas, o debe justificar su discrepancia.
3.
Una teoría científica debe
ser amplia: las consecuencias de una teoría deben extenderse más
allá de las observaciones, de modo que sus interpretaciones –sus
principios– posibiliten interpretar un universo aún no observado.
4.
Una teoría científica debe
explicar los fenómenos, datos o efectos, que sin ella, tomados uno
por uno, resultarían aislados y en conjunto serían confusos.
5.
Una teoría científica debe
ser fecunda, debe dar lugar a nuevos resultados de investigación,
generar nuevas relaciones no observadas.
6.
Una teoría científica debe
realizar predicciones relacionadas con acontecimientos futuros.
El criterio falsacionista, si bien importante, se muestra absolutamente
insuficiente para responder qué es lo que falla. Esta es
precisamente parte de la polémica epistemológica actual:
si una teoría falla debería
señalarse cuál o cuáles de las características mencionadas más arriba
han fallado. Y luego responder ¿fallaron los supuestos más generales de
la teoría (el “núcleo duro” para Lakatos), alguno de los supuestos
auxiliares, los instrumentos de medición? Y aun así ¿si falla una teoría
y se cuenta con una teoría alternativa, se la cambia?[5]
En
todo caso los legítimos aportes que el neopositivismo o sus continuadores
puedan darnos no consisten en una visión ingenua del falsacionismo
popperiano. De hecho la evidencia histórica muestra que el marxismo tiene
mayor vitalidad científica que el propio criterio con el que se
pretende medirlo. El que tiene mayores dificultades en defender su propio
estatuto científico es el criterio falsacionista de Popper, no el
marxismo.
Segundo
criterio: Ciencias naturales y
ciencias sociales
El
segundo criterio de demarcación no es enteramente aceptado por la
epistemología “standard”. En primer lugar no es posible establecer exactamente
la frontera que separa ciencias naturales de ciencias sociales.
En segundo lugar debe decirse que la cuestión relativa a la diferencia
entre las ciencias naturales y las ciencias sociales es un problema que ha
interesado a filósofos y epistemólogos, los cuales han debatido este
problema durante largo tiempo. El debate estaba centrado
en ver si el método dialéctico, que se suponía propio de las ciencias
sociales, se podía aplicar a las ciencias de la naturaleza y dividió
aguas. Engels opinaba que sí, al igual que, en el siglo XX, Piaget;
por su lado, autores como Sartre afirmaban que el método dialéctico era
exclusivo de las ciencias sociales.
Aunque en ninguno de estos problemas puedan darse conclusiones
definitivas o siquiera provisorias, la más moderna epistemología parece
darle la razón a Engels y Piaget en este punto. Estos epistemólogos
sostienen que las ciencias naturales y las ciencias sociales comparten
problemas comunes, tanto sea en cuestiones de índole cognoscitivo como
metodológico. Así, por ejemplo, cuestiones vinculadas con la
posibilidad de abstracción (en el sentido de precisar los rasgos de las
entidades, individuos o situaciones que se describen), la capacidad
generalizadora, la evidencia empírica, el neutralismo ético y la
objetividad, constituyen temas de discusión, con dificultades muchas
veces comunes en ambos tipos de ciencia.
Muchas veces se señala como patrimonio
exclusivo de las ciencias sociales la complejidad o multiplicidad de su
objeto de estudio. Debe señalarse, sin embargo, que esta situación también
se presenta en el campo de las ciencias naturales. Schuster (1997) señala
también que “tanto en las investigaciones sociales como en las
naturales no nos solemos contentar con la descripción de las situaciones
aisladas, nos interesa averiguar también qué rasgos de las situaciones
se reproducen y para conseguirlo necesitamos recurrir a las afirmaciones
de tipo general. Si tenemos postulados generales que puedan considerarse
apoyados por evidencia empírica, éstos son aptos para realizar
descubrimientos, explicaciones y aplicaciones prácticas. En el caso de
las ciencias sociales se puede también ver, como ocurre en las ciencias
naturales, que los postulados de tipo general sirven, además de ayudamos
a descubrir y explicar los hechos sociales, para llevar a la práctica
nuestros conocimientos sociales. Las investigaciones sociales no se suelen
agotar en sí mismas, se pueden llevar a cabo para saber lo que hay que
hacer en determinadas circunstancias. Para ello se necesita saber qué es
lo que ocurrirá si se efectúan ciertas acciones en un momento y en un
sitio dados en el futuro. A fin de poder elaborar dichos postulados
condicionales, los científicos sociales pueden sostener que necesitan
enunciados de tipo general referentes a las consecuencias que pueden tener
diversas posibles clases de acciones en diversas posibles clases de
circunstancias”.
Suele afirmarse también que la posibilidad de experimentación o
utilización de evidencia empírica es patrimonio exclusivo de las
ciencias naturales. Ante esto cabe señalar que no toda investigación en
el campo de las ciencias naturales tiene la posibilidad de utilizar la
experimentación. Por ejemplo, teorías utilizadas en astrofísica difícilmente
puedan recurrir a la experimentación. “Con respecto a la posibilidad
de lograr una utilización efectiva de la evidencia empírica en el campo
de las investigaciones sociales, ha sido muchas veces cuestionada sobre la
base del alcance limitado que en dicho campo tienen la experiencia y la
medición exacta. Las observaciones que se requieren para fundamentar las
teorías sociales son a menudo difíciles de realizar. Pero esta
desventaja del investigador social es relativa. Lo mismo que en el caso de
la multiplicidad y variedad de los rasgos la magnitud de la incapacidad no
es más que una cuestión de grado. Hay casos en que la experimentación y
la medición son posibles, pero aun cuando no se trate de un caso
semejante siempre puede encontrarse evidencia, aunque sea de tipo
incontrolado y cualitativo. De todos modos, la posición del investigador
social es la misma que la de otros investigadores. No se puede, por
ejemplo, observar ningún acontecimiento pasado pero se puede hacer
referencia y formular hipótesis acerca de los mismos. Tampoco se pueden
observar las ondas luminosas, los electrones, la gestación, pero ello no
impide que los físicos y biólogos formulen y establezcan la evidencia
necesaria para sus teorías acerca de estos asuntos. Se puede defender la
autonomía de la investigación social fáctica sin que por ello se
entienda que está desvinculada de los valores y de cuestiones éticas”.
(Schuster, op. cit.)
La discusión sobre la objetividad en las ciencias presenta varias
aristas. En las propias ciencias naturales la objetividad no puede
reducirse a un laboratorio aislado. La objetividad debe tener en cuenta,
además de los instrumentos utilizados, al propio sujeto investigador,
al científico. La ciencia se desarrolla, además, dentro de una comunidad
científica (poseedora, según Bourdieu y otros autores, de un cierto capital
cultural)
en una sociedad y en una época determinadas. Desde este punto de vista el
análisis adecuado de la objetividad de las ciencias naturales requiere
del aporte de categorías de análisis propios de las ciencias sociales.
Un cuestionamiento común hacia las ciencias sociales proviene del
hecho de que el propio científico social sea participante de la actividad
política. Aunque este sea un hecho que no se puede ignorar, hay que hacer
notar, sin embargo, que el biólogo, por ejemplo, es también un organismo
que actúa junto con otros organismos, y algo similar ocurre con el físico
que es un cuerpo con una masa dada, que interactúa junto con otros
cuerpos. Pero de lo anterior no puede inferirse que las leyes y teorías
que los biólogos y los físicos propongan se vean influidas
desfavorablemente por su entorno biológico o físico a expensas de la
evidencia. Por la misma razón no puede admitirse, a
priori, que la interacción entre el científico social y su
entorno tenga que obstruir la racionalidad de sus creencias. “Nadie
es causalmente independiente del objeto de su investigación. Si se quiere
alegar que existe alguna relación causal específica que tenga un efecto
pernicioso sobre la investigación, hay que indicar en cada caso cuál es
ese efecto. Quienes hablan de la falta de independencia del medio ambiente
que padece el investigador social suelen fijar siempre su atención en la
fuerza especial de los intereses y
emociones que giran en tomo a sus relaciones con las demás personas. Pero
olvidan que los intereses y las emociones, por muy fuertes que sean, no
provocan necesariamente la parcialidad o el prejuicio. Los provocan únicamente
cuando el investigador encuentra mayor satisfacción eludiendo las
dificultades y no procura superarlas. Lo que importa aquí no es la fuerza
de los intereses ni la intensidad de los sentimientos, sino más bien
saber si esos intereses y sentimientos son capaces de producir un efecto
deformador especial en las creencias sociales.” (Schuster, op. cit.)
En base a estas consideraciones, Schuster concluye: “podemos decir
que las diferencias entre las ciencias naturales y las sociales son
de grado, y que comparten un conjunto de problemas cuyas soluciones,
naturalmente, se intentan desde las perspectivas propias. Al mismo tipo de
conclusiones, creemos, puede llegarse a través de la discusión acerca del método de
la ciencia, y de las relaciones entre el método y las teorías científicas.
También los problemas vinculados con la producción y con la validación
del conocimiento encuentran vertientes comunes en ambos tipos de ciencias.
Así, la posibilidad de discutir una lógica, o una metodología, del
descubrimiento científico (inductiva, abductiva, algorítmica, etc.), o
preguntarse acerca de los enunciados de la ciencia y su modo de verificación,
constituyen preocupaciones también compartidas. Por otro lado (...)
existe la posibilidad de aplicar una variedad de métodos, algunos de
ellos tanto en las ciencias naturales como en las sociales (inductivo,
hipotético‑deductivo) y otros más propiamente en las ciencias
sociales (dialéctico, progresivo‑regresivo, semióticos, fenomenológico,
hermenéutico, de la comprensión). También se pueden elaborar modelos en
las diferentes ciencias. El pluralismo metodológico constituye una
característica importante de la ciencia que puede destacarse tanto en las
naturales como en las sociales.” Y también que: “la ciencia no puede operar en un vacío
intelectual, guiada únicamente por su lógica interna y su normativa
universal. El mundo científico es parte integral del mundo en su
totalidad y como tal está sujeto a fuerzas políticas y económicas.”
Tercer criterio:
Clasificación
“standard” de las ciencias sociales
Las ciencias sociales, a diferencia
de las ciencias naturales, tienen una gran variedad de “programas de
investigación” o “paradigmas”.
Para trabajar en este campo los científicos sociales deben optar entre
estos programas. Esta elección entre
los “programas de investigación” vigentes en las ciencias sociales no
se hacen tan racionalmente como sugieren los críticos de Dussel, como
veremos más adelante. Los investigadores del campo de la educación, por
ejemplo, suelen agruparse según sus raíces disciplinarias (y por sus
preferencias dentro de la disciplina), sus ideologías políticas o
educacionales, sus respectivos compromisos con el progreso técnico o la
explicación "científica", etc. Resulta común en
ciencias de la educación
agrupar estos programas de investigación o concepciones en: a) La concepción conductista o “behaviorista”;
b) la concepción simbólica ;
y c) la ciencia crítica.[14]
Esta
clasificación respeta, aproximadamente, el orden histórico de aparición
de las concepciones. La búsqueda de “cientificidad” llevó al
surgimiento de nuevos “paradigmas”, “criterios de demarcación” o
concepciones. La concepción conductista se mostró insuficiente para esta
búsqueda y fueron necesarios nuevos parámetros para los criterios
científicos, los cuales fueron aportados por la ciencia crítica.
Orígenes de la ciencia social crítica. La Escuela de
Frankfurt
A principios de la década del 20,
un grupo de científicos sociales que serían conocidos posteriormente
como la "Escuela de Frankfurt” (Max Horkheimer, Theodor Adorno y
Herbert Marcuse, y en el período posbélico, Jürgen Habermas y otros)
comenzaron a trabajar en el análisis del impacto de la ciencia en el
pensamiento del siglo XX. Su interés estaba centrado especialmente en el
modo en que la ciencia de finales del siglo XIX y principios del XX había
logrado establecerse firmemente como el único medio considerado lícito
para conseguir un conocimiento cierto. Esta visión de la ciencia había
llegado a ser tan poderosa y omnipresente que su imagen contemporánea
comenzaba a poner límites al pensamiento para acceder al saber. De
esta forma los teóricos sociales de la Escuela de Frankfurt empezaron a
estudiar la ciencia como ideología (más que como el medio por el
que podía disiparse la ideología, como pretendía la escuela
positivista). Este estudio de los componentes ideológicos de la ciencia
es un mérito de esta escuela, más allá de las numerosas críticas que
se le puedan realizar a esta escuela de pensamiento.
La Escuela de Frankfurt examinó la
postura de pensamiento de la ciencia de su momento y estudió los modos de
conocimiento a las que esta forma de ciencia se había opuesto y había
depuesto, y empezó a definir las limitaciones de lo que podía ser
pensado desde el entramado de la ciencia contemporánea. “Sobre esta
base, definieron un campo de conocimiento más amplio en el que tanto la
ciencia de principios del siglo XX como aquello a lo que se había opuesto
podían ser comprehendidos conjuntamente: comenzaron a definir los
elementos de ideología comunes a la ciencia y a su oposición y empezaron
a descubrir cómo era necesario redefinir la ciencia para poder superar
sus contradicciones internas, en especial, para que los científicos de la
época pudiesen reconocer que su ciencia continuaba el neto carácter
ideológico
que ellos habían tratado de expurgar del saber, del discurso y de la
práctica de la ciencia y la filosofía de mediados del siglo XIX”.
(Kemmis, S. 1998: 89)
El análisis de la ideología ha sido proseguido en la obra más
reciente de la Escuela de Frankfurt en relación con el estudio de la
ciencia social y política y, a partir de estos estudios, Habermas
desarrolló una teoría de los "intereses constitutivos del
conocimiento”. Para Habermas, mientras la ciencia social técnica (empírico-analítica)
pretende la regulación y el control de la acción social, y la ciencia
social práctica (interpretativa o simbólica) intenta interpretar el
mundo, la ciencia social emancipadora intenta revelar la forma en que los
procesos sociales son distorsionados por el poder en las relaciones
sociales de dominación y coerción, mediante la ideología. Su interés
no se detiene en iluminar las relaciones sociales, como hace la ciencia
social simbólica, sino que intenta crear las condiciones mediante las que
las relaciones sociales distorsionadas existentes puedan ser transformadas
en acción organizada, cooperativa, una lucha política en donde las
personas traten de superar la irracionalidad y la injusticia que desvirtúa
sus vidas, rompiendo de esta forma con la concepción inicial de la
Escuela de Frankfurt señalada más arriba. Esta lucha compartida hacia la
emancipación de la irracionalidad y la injusticia induce a Habermas a
denominar su interés subyacente como "emancipador".
La forma de ciencia que persigue el interés emancipador es, según
Habermas, la ciencia social crítica. Esta ciencia estaría
caracterizada por tratar de construir críticas de la vida social que
muestren cómo las ideas y acciones de la gente han sido constreñidas
mediante desconocidas relaciones de poder, y su método característico es
el ideológico-crítico. Para Habermas la crítica ideológica
consiste en realizar investigaciones que tratan de
"cartografiar" las circunstancias históricas y sociales
actuales (tanto en el sentido del análisis general de la sociedad y de la
cultura, como en el específico de nuestra propia situación social) y de
usar el proceso de cartografiado no sólo para identificar los hitos y símbolos
clave del territorio social "de afuera" (de nuestro mundo en
torno), sino también para identificar los correspondientes a nuestro modo
de entender el mundo (por ejemplo, nuestro lenguaje, nuestros valores, los
significados que otorgamos a las cosas y las formas de producción y de
relación social mediante las que interactuamos con el mundo).
Por supuesto, esta concepción o criterio es tan criticado como los
criterios primero y segundo. Pero su utilidad, especialmente en las
ciencias sociales, no puede ser simplemente rechazada.
¿Ciencia neutral? Ciencia social y
lucha simbólica
Un argumento utilizado para rechazar el tercer criterio de demarcación
consiste en presentar la actividad científica como una actividad
“neutral”. Inclusive se recurre para ello a argumentos de Mario Bunge.
Si los argumentos anteriores no han sido suficientes agregaremos algunos más,
desde otro ángulo.
El célebre sociólogo francés contemporáneo Pierre Bourdieu señala,
en relación a las ciencias sociales, lo siguiente:
Pero los objetos del mundo social, como lo indiqué, pueden ser
percibidos y expresados de diversas maneras, porque siempre comportan una
parte de indeterminación y de imprecisión y, al mismo tiempo, un cierto
grado de elasticidad semántica: en efecto, aún las combinaciones de
propiedades más constantes están siempre fundadas sobre conexiones estadísticas
entre rasgos intercambiables; y además, están sometidas a variaciones en
el tiempo de suerte que su sentido, en la medida en que depende del
futuro, está también a la espera y relativamente indeterminado. Este
elemento objetivo de incertidumbre -que es a menudo reforzado por el
efecto de categorización, pudiendo la misma palabra cubrir prácticas
diferentes- provee una base a la pluralidad de visiones del mundo, ella
misma ligada a la pluralidad de puntos de vista; y al mismo tiempo, una
base para las luchas simbólicas por el poder de producir y de imponer la
visión del mundo legítima (...)
Las
luchas simbólicas a propósito de la percepción del mundo social pueden
tomar dos formas diferentes. En el lado objetivo se puede actuar por
acciones de representaciones, individuales o colectivas, destinadas a ser
ver y hacer valer ciertas realidades (....) Por el lado subjetivo se puede
actuar tratando de cambiar las categorías de percepción y de apreciación
del mundo social, las estructuras cognitivas y evaluativas: Las categorías
de percepción, los sistemas de clasificación es decir, en lo esencial,
las palabras, los nombres que construyen la realidad social, tanto como la
expresan, son la apuesta por excelencia de la lucha política, lucha por
la imposición del principio de visión y división legítimo, es decir
por el ejercicio legítimo del efecto de teoría. (Bourdieu, P. 1993).
La ciencia en general no es “neutral. Y la ciencia
social, en particular, lo es muchísimo menos. La ciencia social
es, entre otras cosas, un campo de lucha política para imponer el
“efecto de teoría” señalado por Bourdieu.
En otro artículo, Bourdieu desarrolla un esbozo de
historia de las ciencias sociales señalando que:
Es
por eso que hay que pedirle a la historia social de las ciencias sociales
que ponga al día todas las adherencias inconscientes al mundo social que
las ciencias sociales deben a la historia de la que son el resultado,
problemáticas, teorías, métodos, conceptos, etc. Se descubre así,
principalmente, que la ciencia social, en el sentido moderno del término
(en oposición a la filosofía política de los consejeros del príncipe)
está ligada a las luchas sociales y al socialismo, pero menos como una
expresión directa de esos movimientos y de sus prolongaciones teóricas,
que como una respuesta a los problemas que enuncian y a los que hacen
surgir por su existencia: encuentra a sus primeros defensores entre los
filántropos y reformadores, suerte de vanguardia esclarecida de los
dominantes que espera de la “economía social”, (ciencia auxiliar de
la ciencia política), la solución de los “problemas sociales” y, en
particular de los que plantean los individuos y grupos “con
problemas”.
Una mirada comparativa sobre el desarrollo de las ciencias
sociales permite plantear que un modelo encaminado a dar cuenta de las
variaciones del estado de esas disciplinas según las naciones y según
las épocas debería tener en cuenta dos factores fundamentales: por una
parte, la forma que reviste la demanda social de conocimiento del mundo
social en función principalmente de la filosofía dominante en las
burocracias de Estado (liberalismo o keynesianismo, principalmente), una
fuerte demanda estatal que pueda asegurar las condiciones favorables para
el desarrollo de una ciencia social relativamente independiente de las
fuerzas económicas (y de las demandas directas de los dominantes), pero
fuertemente dependiente del Estado; por otra parte, la extensión de la
autonomía del sistema de enseñanza y del campo científico en relación
con las fuerzas económicas y políticas dominantes, autonomía que supone
sin duda a la vez un fuerte desarrollo de los movimientos sociales y de la
crítica social de los poderes y una fuerte independencia de los
especialistas en relación con esos movimientos.
La
historia atestigua que las ciencias sociales no pueden acrecentar su
independencia con relación a las presiones de la demanda social, que es
la condición prioritaria de su progreso hacia la cientificidad más que
apoyándose en el Estado: al hacerlo, corren el riesgo de perder su
independencia con relación a él, a menos que estén preparadas para usar
contra el Estado la libertad (relativa) que les asegura el Estado. (Bourdieu,
P. 1996)
No solamente la ciencia social no es neutral. No solamente es un campo
de lucha político. No solamente debe su existencia a la ayuda del Estado,
sino que, además, su independencia y objetividad se mantienen a
condición de que utilicen la libertad relativa que les garantiza el
Estado contra el propio Estado. La lucha contra el Estado es
entonces, en la visión de Bourdieu, condición de cientificidad de
las ciencias sociales. ¿Cómo puede sostenerse que la ciencia es una
actividad neutral e inocente? Y por consiguiente ¿Cómo puede relegarse
el criterio crítico de la ciencia social?
Existen, en el campo de las ciencias sociales (en este caso
específico, las “ciencias del hombre”) visiones más escépticas
acerca de su cientificidad, remarcando una visión muy alejada de una
supuesta neutralidad; el conocimiento es un poder:
Se tiene,
sin duda, razón al plantear el problema aristotélico: ¿es posible, y
legítima, una ciencia del individuo? A gran problema, grandes soluciones
quizá. Pero hay el pequeño problema histórico de la emergencia, a fines
del siglo XVIII, de lo que se podría colocar bajo la sigla de ciencias «clínicas»;
problema de la entrada del individuo (y no ya de la especie) en el campo
del saber; problema de la entrada de la descripción singular, del
interrogatorio, de la anamnesia, del «expediente» en el funcionamiento
general del discurso científico. A esta simple cuestión de hecho
corresponde sin duda una respuesta sin grandeza: hay que mirar del lado de
esos procedimientos de escritura y de registro, hay que mirar del lado de
los mecanismos de examen, del lado de la formación de los dispositivos de
disciplina, y de la formación de un nuevo tipo de poder sobre los
cuerpos. ¿El nacimiento de las ciencias del hombre? Hay verosímilmente
que buscarlo en esos archivos de poca gloria donde se elaboró el juego
moderno de las coerciones sobre cuerpos, gestos, comportamientos... El
examen, rodeado de todas sus técnicas documentales, hace de cada
individuo un «caso»: un caso que a la vez constituye un objeto para un
conocimiento y una presa para un poder. El caso no es ya, como en la casuística
o la jurisprudencia, un conjunto de circunstancias que califican un acto y
que pueden modificar la aplicación de una regla; es el individuo tal como
se le puede describir, juzgar, medir, comparar a otros y esto en su
individualidad misma; y es también el individuo cuya conducta hay que
encauzar o corregir, a quien hay que clasificar, normalizar, excluir, etc.
(Foucault, M. 1998: 195 – 196)[18]
Una visión estrecha, acrítica, ahistórica y metafísica
de la ciencia
Una de las cosas más llamativas
del artículo de Zoilo Achával es su fe acrítica y fuera de toda
proporción en la ciencia. Por ejemplo cuando afirma que “no vamos a defender a la Ciencia, que no lo necesita porque se defiende
sola, como lo demuestra su curso creciente en tres milenios o más.
Podemos, en cambio, recordar que es el único instrumento de conocimiento
objetivo y verdadero que tenemos, mal que le pese al postmodernismo”.
En primer lugar resulta sumamente discutible que la ciencia tenga 3000 años
de desarrollo (salvo, tal vez, la matemática, que en todo caso tendría
una antigüedad de 2500 años). Pensar que la ciencia lleva tres milenios
de curso creciente no resiste el menor análisis histórico. La ciencia
actual es una ciencia burguesa
en su génesis y desarrollo y no tiene casi relación con la actividad
llamada ciencia desarrollada bajo el feudalismo. La ciencia moderna nace
de una profunda revolución, que provocó una ruptura epistemológica.
Al respecto
Gastón Bachelard sostiene que los neopositivistas y sus continuadores
buscan un principio metodológico capaz de diferenciar con claridad la
ciencia de la no ciencia (que creen encontrar en el principio de
verificación o en el de falsación). En este sentido Bachelard rechaza
todo criterio a priori que pretenda captar la esencia de la
cientificidad. Comentando esto, Geymonat concluye: “no es la razón la
que amaestra la ciencia, imponiendo a las teorías el respeto de tal o
cual modelo de cientificidad, sino la ciencia la que amaestra a la razón
y la instruye” [21].
Parafraseando a Kuhn podría decirse: la ciencia es lo que los científicos
hacen.
También es
bastante audaz la afirmación que asegura que la ciencia es el único
instrumento de conocimiento objetivo y verdadero.
No es difícil poner en duda que sea único. Es también bastante
discutible que sea puramente objetivo (ya que como señala Piaget
este conocimiento proviene de la actividad del sujeto). Y
finalmente es bastante indiscutible que la categoría de “verdadero”
atribuida al conocimiento científico tiene profundas reminiscencias metafísicas.
Todo esto sin conceder un ápice a la concepción posmoderna (que puede
llegar al extremo de igualar actividad científica a la concepción de horóscopos,
como señalé en otra ocasión; probablemente debido a que las
concepciones posmodernas se parezcan mucho al pensamiento mágico e
irracional de los astrólogos).
Por otro
lado, de ninguna manera puede asimilarse el pensamiento de Dussel con el
pensamiento de los posmodernos, como hace Zoilo Achával. Es ésta una fea
y vieja manera de discutir: mi posición representa la verdadera ciencia
(que está bien definida por la epistemología “standard”), mi posición
representa el verdadero marxismo
(y para ello no es necesario citar ni siquiera una sola vez a Marx);
en cambio, Dussel es un repugnante posmoderno (aunque el trabajo de
demostrarlo no haya sido realizado).
De todas
formas, Zoilo Achával tiene razón en un punto: la ciencia se defiende
sola. Y es necesario aclarar dos cosas: en primer lugar, que el artículo
de Dussel no ataca la ciencia, sino más bien al contrario; en segundo
lugar, que en la defensa que la ciencia realiza contra los verdaderos
ataques que recibe no utiliza la metodología de Zoilo Achával. La
ciencia rechaza los absolutos, las cosas “sagradas” o
“intocables”. Todo puede y debe transformarse por obra del hombre. Los
científicos que realizan un experimento no tienen una actitud neutral,
intervienen en el desarrollo de los fenómenos para corregirlos a
su favor. Se opera sobre los propios métodos de actuar sobre los fenómenos
para lograr una acción más eficaz. En otras palabras la labor científica
sigue la célebre tesis 11 de Marx a Feuerbach: “Los filósofos se han
limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se
trata es de transformarlo” (Marx y Engels 1985: 668).
Conclusiones:
ciencia y ética
Si de lo que se
trata es de transformar al mundo una ética es necesaria. Petruccelli señala,
correctamente, que la obra de Marx trasciende la cuestión específicamente
científica, tiene, además, una concepción general del mundo y una práctica
revolucionaria. Pero, para todo ello, es necesario contar con una ética.
No
resulta extraño, entonces, que los contradictores de Dussel aúnen crítica
al “tercer criterio”, con crítica a su visión “ética” en
articulación con la ciencia, ya que ambas concepciones se implican
mutuamente.
La visión que sobre la ciencia sostienen los contradictores de Dussel
es la visión dominante sobre
ciencia (aunque un poco caricaturizada). Esta visión resalta los éxitos
de la ciencia pero niega sus consecuencias negativas sobre la naturaleza y
el hombre, incluyendo sus relaciones sociales; o sea: supone una concepción
de progreso sin contradicciones. Esta visión acrítica y ahistórica
niega a la ciencia como construcción social y busca sustraerla de todo
control social y ético, argumentando que será ella misma la que corregirá
sus errores. Esta visión niega también que la ciencia, a pesar de sus
extraordinarios logros, sea, además, un medio más del poder de las
clases dominantes y su Estado. Un poder nada desdeñable ya que es “uno de los poderes mayores del Estado, el de producir y de imponer
(principalmente por medio de la escuela) las categorías de pensamiento
que aplicamos espontáneamente a cualquier cosa del mundo...” (Bourdieu, P. 1996). Resulta insólito que esta posición se lleve
adelante en nombre del marxismo.
La ciencia no agota toda la racionalidad humana. De no ser así se cae
rápidamente en una posición profundamente reaccionaria e inaceptable. En
efecto, si toda la racionalidad se agota con la ciencia cualquier decisión,
opinión o criterio tomado fuera de esta ámbito sería irracional. Dicho
de otro modo: todo lo no científico es irracional. Los valores, normas,
objetivos y luchas de la raza humana, que la ciencia, legítimamente,
busca dejar de lado, caerían así en la categoría de irracionales (o pre
– racionales).
La posición de Dussel, en cambio, intenta enlazar estas dimensiones
científicas y éticas de un modo no reduccionista y resulta, como dijimos
al principio, convincente y estimulante.
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Notas:
[1]
La teoría de Copérnico requería que el planeta Venus presentase
fases análogas a las de la luna y un cambio aparente de tamaño. Ni
las fases ni el cambio aparente de tamaño se pudieron ver durante 150
años, hasta la invención del telescopio por parte de Galileo. Por
otra parte Kepler creía ver a Marte de forma cuadrada, etc. De haber
existido la teoría de Popper en esa época se habría dicho que la
teoría copernicana había sido falsada con semejantes evidencias en
contra. Sin embargo no fue así, los científicos copernicanos (Kepler
incluido) no dudaron de la veracidad de su teoría. Kepler le dio
forma matemática (por un camino donde el misticismo no estaba
ausente): el sol era el centro del sistema solar, las órbitas no eran
circulares sino elípticas, etc. Venus mostró sus fases y su cambio
aparente de tamaño y Marte, finalmente, se mostró esférico.
[2]
Ariel Petrucceli se refiere a Popper como “un cruzado de la guerra
fría”. Teniendo en cuenta que el año de edición de la obra donde
expone sus prejuicios antimarxistas, La sociedad abierta y sus
enemigos, es de 1945, creo que una correcta caracterización de
Popper es como “adelantado de la guerra fría”.
[3]
Tomado, en parte, de “Objetividad, juicios de valor y elección de
teoría”, en La tensión esencial, FCE, México, 1982, p.
345. Las características de una teoría científica es un tema muy
debatido. Se toman las mencionadas por Kuhn sólo para poder
desarrollar algunas ideas.
[4]
En este sintético y esquemático desarrollo hemos omitido a autores
como Feyerabend, que sostienen que el método científico simplemente
no existe. Feyerabend también niega toda posibilidad de demarcar el límite
entre lo científico y lo no científico.
[5]
El físico alemán Max Planck, iniciador de la mecánica cuántica,
daba una respuesta negativa a esta pregunta: “Una nueva teoría no se
impone porque los científicos se convenzan de ella, sino porque los
que siguen abrazando las ideas antiguas van muriendo poco a poco y son
sustituidos por una nueva generación que asimila las nuevas desde el
principio.”
[6]
¿Puede afirmarse que la Biología, por ejemplo, es enteramente una
ciencia natural? ¿O que la Psicología es puramente social? Por otro
lado, esta clasificación de las ciencias deja afuera a la Matemática
que es una ciencia que no es natural ni social.
[7]
El filósofo e historiador de la ciencia Ludovico Geymonat señala, en
relación al intento de Hegel de desarrollar una filosofía de la
naturaleza lo siguiente: “La más grave ilusión en que incurrió
Hegel en su, pese a ello, admirable construcción fue la de estimar
que la racionalidad de la naturaleza podía ser probada con sólo
deducir a priori su desarrollo partiendo de principios generales, y no
– como propugnaban los físicos – recurriendo a la experimentación,
reveladora de los procesos concretos en que se articula dicha
racionalidad. Desde ese punto de vista, la oposición entre método
hegeliano y método experimental no podía ser más neta de lo que
fue; esta oposición dio lugar a una lucha sin cuartel que no cesaría
hasta la definitiva derrota de la filosofía de la naturaleza
hegeliana (...) Aún con sus errores, el hegelianismo tuvo, también
en este campo, un mérito no desdeñable: el de haber defendido
siempre, incluso cuando polemizaba con las ciencias específicas, la
perfecta racionalidad y cognoscibilidad de la naturaleza contra todas
las formas de misticismo. Defensa que tuvo su eficacia, puesto que
fortaleció la fe del hombre en sí mismo y sirvió para animar a los
propios científicos antihegelianos a emprender con ímpetu y tenaz
coherencia sus investigaciones particulares, movidos por la
certidumbre de poder captar todos los secretos de la naturaleza”
(Geymonat, L. 1998: 486 – 487)
[8]
Piaget, cuya principal preocupación científica era de índole
epistemológica, sostenía que la epistemología era por naturaleza interdisciplinaria.
Para Piaget la epistemología debe tratar el problema de cómo se pasa
de un estado de menor conocimiento a uno de mayor conocimiento. Un
proceso de este tipo plantea a la vez cuestiones de hecho y de
validez. Si sólo fuese validez la epistemología se confundiría con
la lógica; “pero su problema no es solamente formal
puesto que se trata de determinar de qué manera el sujeto alcanza lo
real, es decir, cuáles son las relaciones entre el sujeto y el
objeto; si se tratara sólo de hechos la epistemología debería
reducirse a una psicología de las cuestiones cognoscitivas y ésta no
es competente para resolver las cuestiones de validez” (Piaget,
J. 1983: 13).
[9]
Y de que hay una lucha por la posesión de dicho capital
cultural.
[10]
Esta carencia de “paradigma” único lleva a afirmar a veces que
las ciencias sociales se encontrarían en un estado “pre-científico”.
Cuando se establezca un paradigma único las ciencias sociales entrarían
en un estado de cientificidad plena. No compartimos este criterio.
[11]
Por ejemplo: Popkewitz, T. Critical studies in teacher education.
The Falmer Press, Londres, 1987. Popkewitz, T. Recent developments
in curriculum studies. NFER – Nelson, Windsor, 1986. Reid (citado en: Gimeno Sacristán, J. El currículum:
una orientación sobre la práctica. Morata, Madrid, 1998)
distingue cinco orientaciones. En este punto seguimos la clasificación
de Popkewitz. Hay varios autores, libros y manuales que siguen esta
clasificación.
[12]
Esta concepción presenta una idea del mundo social como un sistema de
variables empíricas posibles de diferenciar. Como es sabido,
el significado más general de “empírico” está relacionado con
una atención cuidadosa a los fenómenos; restringidos para designar sólo
lo cuantificable. Esta forma de razonamiento científico suele ir
acompañada por una reducción de los problemas metodológicos a
las técnicas de investigación. Para esta concepción lo más
importante radica en el rigor estadístico y metodológico. El
paradigma que lo guía consiste en la búsqueda de regularidades
legaliformes. Presenta la ciencia social de una manera semejante a
la de las ciencias físicas o biológicas. Esta escuela sostiene que
el conocimiento debe ser analítico en lugar de sintético y dividen
el comportamiento humano en sus pretendidos elementos constitutivos.
Esta concepción, plenamente positivista, descansa sobre cinco
supuestos interrelacionados: 1º) la teoría ha de ser universal,
no vinculada al contexto específico; 2º) la ciencia es una actividad
desinteresada y existe una distinción clara entre teoría
científica y teoría moral; 3º) el mundo social existe como un
sistema de variables distintas y analíticamente separables, su
explicación es causal; 4º) en esta concepción existe la
creencia en el conocimiento formalizado, analizando y precisando las
variables antes de iniciar la investigación; operacionalizando los
conceptos y otorgándoles una definición invariante para poder
verificar y comparar los datos. Se distingue netamente la teoría de
la práctica (como los valores de los hechos). 5º) las teorías
tienen pretensiones descriptivas y predictivas. Esta concepción de
las ciencias sociales es muy común en EE.UU. y los países
anglosajones.
[13]
Su paradigma está centrado en averiguar cómo la interacción humana
da origen a la creación de normas y conductas gobernadas por
ésta. La noción de “norma” hace que la atención del científico
se dirija al ámbito de la acción, la intencionalidad y la
comunicación entre los seres humanos. Esta concepción distingue
entre la vida social y el mundo físico. En este sentido, afirma que
la cualidad diferenciadora del ser humano la constituyen los símbolos
que desarrolla para comunicar significados e interpretaciones de la
vida cotidiana. En lugar de entender los comportamientos como los
“hechos” de la ciencia, el paradigma simbólico atiende a la
interacción y a las negociaciones que tienen lugar en las situaciones
sociales, y por cuyo medio los individuos se definen mutuamente sus
expectativas sobre qué comportamientos son adecuados. En el paradigma
simbólico la teoría deja de ser una búsqueda de regularidades sobre
la naturaleza del comportamiento social para convertirse en la
identificación de las normas que subyacen a los hechos
sociales y los gobiernan. Aspectos fundamentales del trabajo teórico
que se desarrolla son los conceptos de intersubjetividad, motivo y
razón. La objetividad no es una ley que guíe a los individuos
sino el resultado de un consenso intersubjetivo logrado a través de
la interacción social. Esta concepción admite dos tipos de
causalidad: a) la del “por qué” (en ella se centran las ciencias
empírico - analíticas); b) la del ”a fin de” (un individuo
realiza una acción concreta a fin de que acontezca algo en el
futuro).
Existen evidentes semejanzas entre la concepción empírico
- analítica y la simbólica. En primer lugar en relación a la
finalidad de la teoría. Se trata de una teoría descriptiva
“neutral” (no se consideran como un catalizador para la
transformación social). Por otro lado los científicos del paradigma
simbólico no rechazan necesariamente las exigencias formales de las
ciencias empírico - analíticas (aunque la finalidad de la teoría no
es tecnológica). Además, aunque los intereses cognitivos de ambos
enfoques son diferentes, se da en ambos una separación entre la teoría
y la práctica. Y por último la lógica formal es importante para
sacar a la luz las inconsistencias y falacias argumentativas, aunque
la base matemática no resulta imprescindible para el desarrollo del
conocimiento.
[14]
Para Popkewitz la ciencia crítica se ocupa del desarrollo histórico
de las relaciones sociales y del modo en que la historia oculta el
interés y el papel activo del ser humano. En esta concepción se
pueden distinguir dos corrientes: la residual y la emergente. La
corriente residual, a pesar de hacerle críticas incorpora a su
enfoque aspectos importantes de la cultura del pasado. Su finalidad es
hacer menos alienante y más significativo el orden político. La
corriente emergente dirige sus críticas contra la cultura y las
instituciones dominantes. La ciencia social crítica es, radicalmente,
sustantiva y normativa además de formal. Aspira a cambiar el mundo,
no a describirlo. Las relaciones entre teoría y práctica, entre
hechos y valores, no son directas. En esta concepción la teoría no
es prescriptiva. Con su interés por el discurso práctico, la ciencia
crítica se asemeja al análisis histórico de los procesos sociales.
Investiga la dinámica del cambio social, pasado y presente, para
poner al descubierto las restricciones y contradicciones estructurales
de una sociedad. La idea de causalidad se encuentra en la confluencia
de la historia, la estructura social y la biografía individual.
[15]
Por ejemplo Umberto Eco (¡nada menos!) critica a la escuela de
Frankfurt en estos términos: “Buena parte de las formulaciones
pseudomarxistas de la escuela de Frankfurt, por ejemplo, delatan su
parentesco con la ideología de la «sagrada familia» baueriana y de
los movimientos colaterales. Incluida la persuasión de que el
pensador (el «crítico») no podrá ni deberá proponer remedios,
sino, como mucho, dar testimonio de su propio disentimiento: «La crítica
no constituye ningún partido, no quiere poseer ningún partido para sí,
sino hallarse sola, sola cuando se sumerge en su objeto, sola cuando
se contrapone a él. Se distancia de todo... Cualquier nexo es para
ella una cadena». Siguiendo esta tónica, el cuaderno VI de la Allgemeine
Literaturzeitung coincide con lo manifestado por Koeppen en la Norddeutsche
Blaetterne del 11 de agosto de 1844, respecto del problema de la
censura: «La crítica está por encima de los afectos y los
sentimientos, no conoce amor ni odio por cosa alguna. Por este motivo,
no se sitúa contra la censura para luchar con ella... La crítica no
se extravía en los hechos y no puede extraviarse en los hechos: es
por tanto un contrasentido pretender de ella que aniquile a la
censura, y que procure a la prensa la libertad que le pertenece».
Ante tales muestras, es lícito traer a colación las afirmaciones de
Horkheimer, formuladas un siglo más tarde, en polémica con una
cultura pragmatística, acusada de desviar y consumir las energías,
necesarias a la reflexión, en la formulación de los programas
activistas, a los que él opone un «método de la negación». No en
vano un estudioso de Adorno tan afectuoso y consciente como Renato
Solmi, vio en este autor una tentación especulativa, una «crítica
de la praxis» con la que el razonamiento filosófico evita detenerse
en las condiciones y modos concretos de aquel «traspaso», que el
pensamiento debería individualizar en una situación en el preciso
momento en que la somete a una crítica radical. El propio Adorno, por
su parte, concluía su Minima Moralia definiendo la filosofía
como la tentativa de considerar todas las cosas desde el punto de
vista de la redención, revelando el mundo en sus interioridades, como
aparecerá un día a la luz mesiánica: pero en esta actividad el
pensamiento incurre en una serie de contradicciones, tales que, debiéndolas
soportar lúcidamente todas, «la exigencia que así se le formula, la
cuestión de la realidad o irrealidad de la redención, se vuelve casi
indiferente».
Puede objetarse, claro está, que la respuesta que Marx dio a
Bruno Bauer era: las masas, en cuanto adquieran conciencia de clase,
pueden tomar sobre si la dirección de la historia y colocarse como única
y real alternativa a vuestro «Espíritu» («es preciso haber
conocido el estudio, la avidez de saber, la energía moral, el impulso
incansable de progreso de los ouvriers franceses e ingleses, para
poder formarse una idea de la humana nobleza de este movimiento»),
mientras que la respuesta que la industria de la cultura de masas da
implícitamente a sus acusadores es: la masa, superadas las
diferencias de clase, es ya la protagonista de la historia y por tanto
su cultura, la cultura producida por ella y por ella consumida, es un
hecho positivo. Y. es precisamente en estos términos que la función
de los apocalípticos tiene validez propia, al denunciar que la
ideología optimista de los integrados es de mala fe y virtualmente
falsa. Pero lo es (lo comentaremos en alguno de los ensayos)
precisamente porque el integrado, al igual que el apocalíptico, asume
con máxima desenvoltura (cambiando sólo el signo algebraico) el
concepto fetiche de «masa». Produce para la masa, proyecta una
educación de masa y colabora así a la reducción de los auténticos
temas de masa.” (Umberto Ecco. Apocalípticos
e integrados. Introducción). Como veremos, la
concepción crítica de Dussel es opuesta por el vértice a la idea
complaciente de la crítica con la que polemiza Eco.
[16]
Desde otros puntos de vista varios autores señalan el hecho de que la
pretensión positivista de “limpiar” la ciencia de toda metafísica
terminó, finalmente, por establecer una nueva metafísica.
[17]
Bunge es citado por Petruccelli y por Achával. Si bien es posible
concebir, con mucha imaginación, situaciones donde el pensamiento de
Bunge sea pertinente, no lo es en el caso de las citas antes
mencionadas.
Petrucelli
cita doce “ideas centrales” de Bunge (Herramienta 12, pp.
176-177), en las cuales no ve inconvenientes (salvo aclaraciones o
agregados) para ser aceptadas por un marxista. Por mi parte, debo señalarle
a Petruccelli que existe al menos un marxista que no acepta ninguna
de las doce ideas centrales de Bunge. Para señalar sintéticamente sólo
dos: la idea 2) es lógicamente inconsistente y la 11) es políticamente
reaccionaria.
La
cita de Bunge que refuerza las ideas de Zoilo Achával es
sencillamente lamentable. Esta cita no solamente contiene chicanitas
de bajo nivel contra la “izquierda”, sino que afirma que la
Escuela de Frankfurt no se da cuenta de que la ciencia básica ¡es
neutral e inocente!
[18]
En libros anteriores, Foucault se mostraba aún más escéptico: “Las
ciencias humanas no son solamente “falsas ciencias”; no son
ciencias en modo alguno; la configuración que define su positividad y
las enraiza en la episteme moderna las pone, al mismo tiempo, fuera
del estado de ser de las ciencias; y si se pregunta entonces por qué
han tomado ese título, bastará con recordar que pertenecen a la
definición arqueológica de su enraizamiento, que llaman y acogen la
transferencia de modelos tomados de las ciencias” (Foucault, 1989:
355-356).
[19]
Petruccelli y Achával critican ferozmente a Dussel por un pie de página
relativo a la cuestión de “ciencia burguesa” y “ciencia
proletaria”. Petruccelli llega a afirmar inclusive que “la verdad
no tiene dueño” (Herramienta 12, pág. 184). Lamento
discrepar con Petruccelli, pero yo sí creo que la verdad tiene dueño.
Del hecho de que, históricamente, no sea posible concebir una
“cultura proletaria”, no puede deducirse que no existe una
“ciencia burguesa”. Al respecto Trotsky decía que: “Es
indiscutible que toda ciencia refleja en mayor o menor grado las
tendencias de la clase dominante. Cuando más estrechamente se vincule
una ciencia a los problemas prácticos de la conquista de la
naturaleza (física, química, ciencias naturales en general), mayor
será su valor humano, no clasista. Cuanto más profundamente se
relacione con el mecanismo social de explotación (economía política)
o generalice abstractamente la experiencia humana (como la sociología,
no en su sentido experimental y fisiológico, sino en su sentido
llamado sentido “filosófico”), más se subordinará al egoísmo
de clase de la burguesía y menor será su contribución al acervo
general de los conocimientos humanos” (Trotsky, 1989: 138).
[20]
La teoría de Kuhn tiene como uno de sus ejes fundamentales la cuestión de las
revoluciones científicas. La ciencia moderna comienza con una gran
revolución por la obra de científicos de la talla de Copérnico,
Galileo y Newton. Kuhn señala también que posteriormente ha habido
otras revoluciones que han cambiado el paradigma de la física como la
Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica.
[21]
Bachelard también sostiene que el progreso de la ciencia no se ha
realizado en línea continua sino mediante auténticas rupturas (coupures)
epistemológicas, que siempre han implicado la negación, por parte de
la ciencia específica a la cual daba lugar, de alguna categoría
fundamental, de algún factor relativo al mismo acto de conocer, sobre
los que se asentaban las investigaciones de la fase anterior. (Ver
Geymonat, op. cit.)
[22]
Si la ciencia es el único instrumento de conocimiento objetivo
y verdadero, entonces todo conocimiento objetivo y verdadero es
científico. Se concluye entonces que los perros, que “conocen” a
sus dueños y los distinguen de otras personas, resultan ser unos
excelentes científicos.
[23]
Sin embargo creo notar en Achával una posición un tanto displicente
en relación a la dialéctica. ¿Es ésta una impresión mía?
Si mis sospechas son ciertas, ¿este desdén abarca todas las
expresiones de la dialéctica: platónica, hegeliana, marxista?
[24]
No puedo pronunciarme acerca de si esta ética está implícita o explícita
en Marx. De todas formas, resulta curioso que se pretenda demostrar lo
contrario de una afirmación recurriendo a una misma cita.
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