Francia

 

La cuestión del “velo”

La República imperialista contra los inmigrantes árabes y musulmanes

Por Isidoro Cruz Bernal
con la colaboración de Flor Beltrán, corresponsal en Francia
Socialismo o Barbarie (revista), Nº 17/18, noviembre 2004

En septiembre de 2004 ha entrado en vigencia una ley (aprobada en marzo de este mismo año) que prohíbe a las chicas musulmanas el uso del “foulard” o, más exactamente, “hijab”, una prenda con la cual se cubren la cabeza y, parcialmente, el rostro. En sentido estricto esta ley francesa también prohíbe las cruces cristianas calificadas de “conspicuas”, los kippá judíos, así como las barbas y las bandanas que denoten una afiliación religiosa musulmana. A esto se agregan las insignias políticas (partidarias o también las que impliquen la adhesión a algún movimiento social contestario).

Por fuera de que el contenido formal de esta ley tenga la implicancia concreta de coartar la libertad de expresión y de concebir la laicidad de la enseñanza como la de una “neutralización” forzada y obligatoria, un aplanamiento de toda particularidad que pudieran ostentar los alumnos; la mayoría de la prensa y de la opinión pública da por sentado que el objetivo al que apunta esta ley es a la prohibición del foulard o hijab. No por casualidad la ley resultante del trabajo de la Comisión Stasi ha sido llamada en los medios la “ley contra el velo”. Esta presunción no se basa en una mera desconfianza hacia el gobierno y el estado. La cuestión del “foulard” en Francia tiene, al menos, 15 años de existencia...y de conflictividad.

Un momento particularmente dramático de este asunto fue la exclusión de Alma y Lila Levy del Liceo Henri Wallon por el hecho de que ambas muchachas se negaron a concurrir a clase sin el “foulard”. El gobierno francés puso por encima la necesidad de afirmar la autoridad de sus leyes expulsivas y excluyentes al hecho de que dos jóvenes francesas de religión musulmana puedan terminar ese ciclo de su educación.

La expulsión de Alma y Lila del secundario y la ley contra el “foulard” fueron, durante 2003 y 2004, los ejes de un debate político público que dividió aguas en la sociedad francesa. Es importante analizar esta cuestión desde un ángulo marxista revolucionario, no tanto por una intención de “estar enterados” (cosa en sí misma legítima y útil) sino porqué a través de la “cuestión del foulard” se pueden ver una serie de aspectos programáticos de la lucha socialista.

Esto es posible debido a que el problema como tal involucra varios planos que, para analizarlos consistentemente, en primer lugar, deben ser evaluados sin sacrificar ni hacer a un lado ninguno de ellos, agitando unilateralmente un solo aspecto de esta cuestión. Y en segundo lugar, además de tomar el problema en la totalidad de sus aspectos, es absolutamente necesario comprender esa totalidad en sus articulaciones. Ver cuales son sus nudos, verificar si la cuestión que motoriza e impulsa este conflicto puede ser identificada con la que lo determina en última instancia, analizar qué aspecto es secundario y cual no, etc.

Contra lo que pudiera parecer a primera vista, esto último no es mero palabrerío sino algo a prestarle una atención decisiva. Sobre todo si vemos que los sectores y grupos sociales y políticos que han asumido una posición favorable a esta ley lo han hecho poniendo el acento en uno solo de los aspectos que presenta la cuestión del “foulard”. No han tenido en cuenta, por ejemplo, que se apoya una ley que agrava la “islamofobia” difundida actualmente en los países imperialistas. Y que, pese a lo que pueda creerse a primera vista, tiene su epicentro en Europa[1], donde la presencia de la inmigración árabe es un hecho imposible de dejar a un lado.

Además es muy importante tomar en cuenta que la parte más grande de las justificaciones ideológicas de esto vienen “por izquierda” o, cuando menos, acompañadas por un discurso progresista. No hay que marearse ni dejarse engatusar por este engañoso consenso que busca quedar parado a la “izquierda” de los inmigrantes árabes y musulmanes para, de esta forma, servir más eficazmente al imperialismo.

En la opinión de quién escribe, al analizar la cuestión del “foulard”, hay que considerar los siguientes planos:

La libertad religiosa, que incluye tanto la práctica pública[2] de cualquier creencia como la crítica a la religión como tal, desde puntos de vista agnósticos o ateos.

La libertad de las mujeres, en tanto que individuos y en tanto sexo respecto a las creencias de su familia, comunidad o de la sociedad en su conjunto.

La existencia de importantes minorías nacionales en varios países capitalistas europeos, provenientes de la periferia.

El hecho de que una parte, ampliamente mayoritaria, de esa inmigración vaya a engrosar las filas de la clase trabajadora (aunque manteniendo una serie de características propias a las que los socialistas deben atender si quieren, verdaderamente,  tener diálogo político con ella).

La política de “criminalización” de la fe musulmana promovida por el imperialismo.

Es conveniente también remarcar que la Comisión Stasi ha investido sus planteos con un aura pluralista y “multiculturalista”. Esta definió a la escuela pública como un “espacio cerrado” que enfatiza la igualdad entre los sexos y el respeto mutuo. También recomendó 26 medidas, varias de ellas para promover la diversidad cultural como el agregar las festividades religiosas árabes y judías o la enseñanza del bereber y el kurdo para dirigirse a esas minorías. Pero una cosa son las recomendaciones que se hacen para legislar y otra cosa, bastante más determinante, es lo que se legisla. Solamente lo que incumbía a la cuestión del “foulard” pasó a formar parte del cuerpo de la ley francesa.

El mapa del conflicto

Dijimos más arriba que la cuestión del “foulard” ha dividido a las fuerzas políticas y a los movimientos sociales en Francia.

A favor de la ley están la derecha que tiene como referente a Chiriac y el partido socialista al mismo tiempo que la extrema derecha del Frente Nacional de Le Pen. No dicen exactamente lo mismo pero es evidente su confluencia de fondo en estos temas. Le Pen siempre ha proclamado que los cinco millones de inmigrantes traen el crimen a las calles y que la solución a esto pasa por su asimilación a Francia o la expulsión.

En cambio tanto la derecha de Chiriac como los partidos socialista y comunista (la llamada izquierda plural) defienden la ley a partir de referirse a la “tradición secular de la República” o proclamando que “la secularidad no se negocia”[3]. A pesar de esto es bastante evidente que Chiriac y su partido buscan una base de acuerdo con el electorado de Le Pen. Es decir que su manera de neutralizar políticamente a Le Pen es asumir como propios algunos puntos de su programa. Este es un aspecto clave a tomar en cuenta para un balance acerca de la política de votar a Chiriac para cerrarle el camino a Le Pen. Chiriac recoge ese apoyo político y lleva adelante el mandato de las urnas “a su manera”[4]. La forma concreta en que Chiriac “combate” a Le Pen es competir con él en la carrera por ver cual de ellos encarna con mayor eficacia el consenso social reaccionario contra los inmigrantes. El economista y diputado europeo por los Verdes, Alain Lipietz, describe esto como una “nueva capitulación ante una vieja demanda del Frente nacional”[5].

A su vez las huestes de Le Pen, sin abandonar su fascismo esencial, condescienden a hablar en la “jerga republicana” común al centroderecha y a la izquierda plural. Podemos decir que el arco mayoritario de los partidos políticos franceses apoya la ley contra el “foulard”. Como frutilla del postre a esta confluencia se suma Lutte Ouvbriere, un partido de extrema izquierda (su catastrófica posición la comentaremos más adelante).

Al apoyo a la ley contra el “foulard” hay que agregar a organismos como S.O.S Racismo, una organización fundada por la esposa de Mitterrand cuyo fin declarado era la lucha contra la xenofobia (aunque con un perfil bastante “light”)[6]. También apoyaron la ley dirigentes feministas como Fadela Amara, perteneciente al colectivo “Ni putas ni sumisas”, una organización creada para defender de los derechos de las mujeres y muchachas de los suburbios que rodean Paris (y que son el blanco más frecuentes de los violadores). Otra muestra de apoyo a la ley se dio mediante una solicitada firmada por mujeres que gozan de cierta celebridad, encabezadas por las actrices Isabelle Adjani y Emanuelle Beart. El argumento dominante dentro de este espectro de los que apoyan la ley no es tanto “la República” como la defensa de los derechos de las mujeres.

Otras feministas se oponen a la ley argumentando, desde su punto de vista, que la única consecuencia concreta que va a tener su aplicación es el fortalecimiento del fundamentalismo islámico. Dentro de la comunidad islámica existen sectores que se oponen a la ley viéndola como un ataque al islam” mientras que otros plantean que los musulmanes que viven en países no-musulmanes tienen que acatar sus leyes, aclarando que eso incluye el aceptar la prohibición del “foulard” (en ese sentido se manifestó una importante autoridad islámica como Muhammad Sayyid Tantawi, rector de la Universidad de al-Azhar de El Cairo).

Una parecida forma de neutralidad asumió la otra organización importante de la extrema izquierda en Francia, la Liga Comunista Revolucionaria (LCR). Su posición se resume en “ni velo ni ley”.

Una minoría de la dirección de la LCR tomó una posición distinta y, a nuestro entender, correcta en líneas generales, de oposición activa a la ley y de defensa de los derechos de las muchachas a usar la vestimenta que crean conveniente (en función de sus creencias religiosas, de sus costumbres comunitarias voluntariamente aceptadas o de su propio criterio)  . Otras corrientes de extrema izquierda como la que anima la mayoría del Partido Socialista Escocés (SSP) y la corriente Socialisme International (ligada al SWP británico) y que actúan ambas al interior de la LCR, tienen, en términos generales, la posición de la minoría[7].

Además de las dos últimas corrientes mencionadas, en la oposición a la ley se encuentran el Partido Verde, la Liga por los Derechos del Hombre, sectores intelectuales ligados a Le Monde Diplomatique, el Movimiento contra el Racismo y por la Amistad entre los Pueblos (MRAP) y otros organismos y movimientos sociales. La mayoría de ellos actúa junto a sectores de comunidad musulmana en “Un Ecole pour tous”, una coalición de activistas y organizaciones que a partir de la cuestión “foulard” ha adquirido cierto dinamismo. Cabe aclarar que pensamos que, aunque la posición de estos sectores es correcta en general tiene la limitación de que contempla el problema desde una posición democrática a secas, que a lo sumo (y solamente en algunos de estos sectores) es acompañada por una crítica con rasgos antimperialistas. A nuestro criterio se hace necesaria una comprensión desde un punto de vista de clase sobre la cuestión “foulard” que, sin caer en reduccionismos, ubique el problema de fondo que le dio origen dentro de una estrategia global anticapitalista. Por supuesto que, en este caso concreto, existe la dificultad de que los marxistas revolucionarios, en su mayoría, han adoptado una actitud que dificulta notoriamente esta tarea.

La cuestión del “foulard” en su contexto

Hasta aquí nos limitamos a enunciar los términos del problema un poco “en abstracto”. Recién ahora, con lo que expondremos en este apartado, el lector podrá disponer de los hechos y del contexto en que estos se dan y fuera del cual serían incomprensibles o que se reducirían a un debate aséptico sobre el pluralismo cultural. Vamos a hablar,  como decía un personaje de Onetti, del “alma de los hechos”.

El asunto del “foulard” va más allá de su incidencia inmediata. Los prohombres de la república francesa que integraban la Comisión Stasi lo reconocían abiertamente: “Debemos ser lúcidos, hay en Francia algunas conductas que no pueden ser toleradas, hay sin duda muchas fuerzas en Francia que están buscando desestabilizar a la república. Y es hora que la república actúe”[8]. Mediante este tipo de afirmaciones los cuadros del estado burgués trazan un panorama en el que aparecen signos de múltiples implicancias que amenazan la idílica república de las luces. El enemigo que se busca perfilar no tiene rostro. Es uno y muchos, cosa que permite al estado francés ir eligiendo las batallas que quiere dar en el momento propicio. “Muchas fuerzas...” afirma la ínclita Comisión, aunque no las describe. Esa ambigüedad es la que permite remitirlas a enemigos tan brumosos como el “terrorismo”, entidad en la que caben tanto Al-Quaeda como la resistencia palestina o...una chica francesa de origen árabe que usa el “foulard” para ir a clase.

“Usar el velo, lo queramos o no, es una especie de agresión que no podemos aceptar” declaró Jacques Chiriac[9] volviendo más concreto el perfil del enemigo a combatir. Esta dialéctica entre formas abstractas con un contenido vago y una “bajada a tierra” que permite incluir a “enemigos concretos” en esa conjura es uno de los eje de esta maniobra ideológica.

Juppé, el ex-ministro de economía que quiso llevar adelante el ajuste que desencadenó la huelga de 1995, declaró que: “no es paranoico decir que estamos frente a un alza del fanatismo religioso y político”. O también “vestir insignias conspicuas no es aceptable. Debemos legislar para que el velo islámico no sea usado”. Otro gran “ajustador”, Raffarin, el actual ministro de economía que llevó adelante la ofensiva contra las jubilaciones, definió a Francia como “la vieja tierra de la cristiandad”. Estas dos declaraciones son aparentemente contradictorias. La de Juppé alude a la fantasmagoría de una población musulmana uniforme y fanatizada que busca acabar con Occidente. La de Raffarin convierte al cristianismo en el sustento natural del estado francés. El objetivo común de las dos es excluir a la comunidad musulmana, en su mayoría pobre, de la protección legítima de la república burguesa.

Pero, como el lector puede imaginar, por más que el aspecto ideológico sea muy importante en la cuestión “foulard”, todo esto no va a quedarse en palabras sino que implica acciones concretas. Jacques Peyrat, alcalde de Niza, ciudad que es un bastión de la extrema derecha, declaró: “No se concibe que existan mezquitas en un estado secular”[10].

Si el lector tiene esperanzas en que esta última cita sea simplemente el producto de la enajenación fascistoide y racista de la extrema derecha puede ir abandonando esas expectativas. También en nombre de la razón y de la izquierda se verifican expresiones similares. Desde los militantes socialistas, entusiastas partidarios de la ley anti-foulard para “defender las escuelas de la república” hasta casos como el del alcalde de Montreuil (elegido por el PCF, cuya dirección comparte los fundamentos de la campaña “islamofóbica”, y emigrado recientemente a los socialistas) que ha lanzado una campaña para impedir que las madres de origen árabe usen el foulard cuando van a buscar a sus hijos a la escuela primaria.

Todas estas expresiones y propuestas deben ser insertadas dentro de un contexto en el cual abundan profanaciones de tumbas de ciudadanos de origen árabe, cócteles molotov contra mezquitas (como en Chalons en la región del Marne o en Mericourt en Pas de Calais) o mediante cartas-bomba como contra la mezquita de Perpignan[11]. Cabe aclarar que, en este contexto, cuando este tipo de atentados salen a la luz el repudio es considerablemente menor que cuando los vestigios residuales del nazismo perpetran sus bárbaras incursiones en cementerios judíos. Cuando suceden este tipo de hechos todo el espectro político acude a actos oficiales donde concurre la izquierda y la derecha, ya que el estado francés proclama oficialmente la lucha contra el antisemitismo. El contexto de “islamofobia” dominante pone en sordina cuando las víctimas son árabes y se desgarra las vestiduras cuando hay alguna agresión contra la comunidad judía (naturalmente en tanto que marxistas revolucionarios el antisemitismo nos repugna visceralmente, pero ponemos el acento sobre la “islamofobia” actual en función de que es allí donde el imperialismo dirige sus golpes, militares y propagandísticos). En Francia es claro que hay dos racismos: uno que debemos repudiar casi por obligación (y que tiene sus manifestaciones cada tanto) y otro, que no se admite y que funciona a pleno porque es constante. Es el racismo antimaghrebí, que tiene especiales connotaciones con los inmigrantes argelinos, los cuales no solamente fueron colonizados por el imperialismo francés (como todo el Maghreb) sino que, para obtener su independencia, tuvieron que desarrollar una sangrienta y sacrificada lucha armada que dejó muy importantes secuelas en la sociedad francesa. Pero, más allá de que en el caso de los argelinos esto es más extremo, con todos los maghrebíes se entabla una relación compleja y crispada, de un odio latente que periódicamente estalla. El rechazo racista del colonialismo que tuvo que resignar sus blasones hacia contingentes de población que emigran al país que los colonizó. A esto debe agregarse que Francia manejó su imperio colonial con métodos de represión duros (como las célebres matanzas de Setif, Hanoi o Madagascar) y, actualmente, desarrolla cotidianamente políticas de intervención militar en varios países de África.

Hace falta introducir otro elemento más para tener un cuadro completo de la situación. La ley francesa contra el “foulard” ha inspirado legislaciones similares en Bélgica y Alemania. En este último país, en Waden Burtemberg, una de sus zonas más de derecha y conservadoras, se ha aprobado una disposición que obliga a los maestros de escuela de origen árabe a no usar ninguna clase de prenda que los identifique como musulmanes. En España se está empezando a discutir una iniciativa parecida a la francesa.

Y por último, en Estados Unidos, donde la cuestión de la inmigración musulmana está muy lejos de tener la importancia de Europa, se han empezado a verificar signos de islamofobia que ya no son meramente externos sino que apuntan a legislar sobre la vida interna de ese país. En Oklahoma, por ejemplo, una estudiante ha sido suspendida dos veces por usar el “foulard”. Lo más reciente (y ridículo) ha sido el proceso judicial que le impediría entrar o permanecer en Estados Unidos que atraviesa el cantante Cat Stevens por haber abrazado, hace ya largo tiempo, la fe musulmana. Hay que tener en cuenta que, hechos como este, revelan la puesta en práctica las “Patriotics acts”, aprobadas por republicanos y demócratas luego del atentado al World Trade Center.

Elementos estructurales e históricos

Una vez que se han enumerado todos los indicadores que forman parte contextualmente de la cuestión del “foulard” estamos en condiciones de abordar una comprensión más de conjunto del proceso histórico del que forma parte.

Para lo que viene haré una distinción analítica entre los elementos estructurales (y connaturales a las características del desarrollo capitalista) y los de tipo histórico (que refieren en concreto a la inmigración árabe en Europa).

En cualquier proceso de migraciones de masa, propios del capitalismo, podemos encontrar dos elementos.

Por un lado la tendencia a que los polos de desarrollo capitalista atraigan fuerza de trabajo que en su lugar de origen carece de posibilidades de encontrar ocupación debido a la estrechez del mercado interno. Este tipo de proceso puede verse claramente en la migración de fuerza de trabajo desde la periferia hacia el centro pero también puede darse entre áreas desigualmente desarrolladas de la periferia[12]. También hay que considerar el otro costado de la cuestión. En la mayoría de los países capitalistas centrales la tasa de natalidad cae. Por lo tanto Europa necesita fuerza de trabajo venida desde la periferia.

Por otro lado la recepción de esos inmigrantes va a estar acompañada por la creación de obstáculos a su ciudadanización. Por regla general puede verse que cuanto más desarrollo capitalista tiene el lugar de destino, más trabas encontrarán los inmigrantes para poder desarrollar su vida cotidiana y laboral. Esto vuelve cada vez más áspero el conflicto que tiene como razones de fondo:

La necesidad de sostener un consenso social reaccionario. Uno de los instrumentos usados con frecuencia es hacer de los inmigrantes un chivo expiatorio hacia el cual volcar las expresiones de odio social. Un conocido slogan de Le Pen es la afirmación de que los inmigrantes “roban el pan de los franceses”, además de acusarlos de ser el principal foco de criminalidad.

Un aspecto menos visible pero igualmente decisivo que resulta de esto es la división de la clase trabajadora en compartimentos estancos que raramente comparten un ámbito y una experiencia comunes y que son instrumentalizados por la clase dominante para que se perciban mutuamente como enemigos.

En los países imperialistas, especialmente los europeos, los inmigrantes son:

En su mayoría una parte de la clase trabajadora. Son el sector más oprimido y que es, en general, víctima propiciatoria de las políticas de precarización del trabajo (en Francia maghrebí suele ser sinónimo de desocupado). Forman parte de un sector de la clase trabajadora hacia el cual los marxistas revolucionarios no puedan dejar de tener política y que, a la vez, por las condiciones de marginación en que vive su peso social es inferior al que debería desprenderse por su número.

También constituyen una minoría nacional al interior de estas sociedades. Esto configura un nuevo tipo de cuestión nacional sumamente compleja. Por un lado cada comunidad no es una entidad homogénea sino que está formada por varios sectores sociales. Pero ello está relativizado por dos cuestiones decisivas. La primera es que al ser inmigrantes la mirada del conjunto de la sociedad en que viven los homogeiniza como grupo, los convierte en “los árabes”, “los maghrebíes” o “los musulmanes”.

En relación a los aspectos históricos de esto, se debe situar a la inmigración árabe en Europa dentro de las coordenadas estructurales que describimos arriba y dentro del proceso de reconstrucción capitalista de Europa posterior a la segunda guerra mundial. Durante los años 60, en sus inicios, fue un proceso de inmigración con una neta mayoría masculina, rasgo en el que se nota que el motor que lo impulsaba era la necesidad de fuerza de trabajo, demandada por el capital. Recién después de la guerra de Yom Kippur (1973) comienzan a llegar mujeres y niños y a darse un proceso de reagrupamiento familiar. Los tres países que recibieron mayor inmigración árabe o musulmana fueron Inglaterra, Alemania y Francia. Aún corriendo el riesgo de esquematizar se puede decir que en cada uno de esos países se asentó una comunidad diferente. En Alemania fueron los turcos, en Inglaterra los pakistaníes y los inmigrantes originarios de África occidental y en Francia los maghrebíes[13]. Un elemento, por demás revelador, que resalta Kepel es que la mayoría de estos flujos migratorios no tenían una impronta islámica fuerte, independientemente de que esa fuera su religión. Más bien sus características parecían estar marcadas por las aspiraciones a la integración social propias de la mayoría de los procesos de inmigración.. La imagen “homogeneamente islámica” que hoy tenemos de estas poblaciones es falsa y más bien parece condicionada por los términos en que hoy percibimos el problema (a lo que se agregan, como frutilla del postre y para complicar más las cosas, las deformaciones de la propaganda imperialista rabiosamente anti-islámica). Se puede decir que la relativa “reislamización” de la opoblación de origen árabe que viven en Europa parece mas bien algo adquirido posteriormente a su inmigración. Representa, en gran medida, un efecto directo de los fracasos de la integración a la sociedad y que está necesariamente determinado por los componentes estructurales que describimos más arriba.

Tenemos, por lo tanto, que referirnos al contexto propiamente político que se relaciona con ello y que es paralelo a este proceso de atracción de fuerza de trabajo, propio del desarrollo capitalista. Desde 1979 hasta la fecha se ha dado la aparición de un movimiento político islámico[14] que se ha ido haciendo una presencia protagónica en la escena internacional. El inicio de este proceso es común fecharlo a partir de la revolución iraní de 1976 en que el khomeinismo logró monopolizar la dirección política del amplio frente contra la dictadura del Sha, reprimiendo brutalmente a la extrema izquierda[15] y a los sectores obreros organizados en shoras (consejos obreros). A pesar de ello el khomeinismo sostuvo momentos de intenso enfrentamiento político con Estados Unidos y conformó además una ideología, a la vez radicalizada y a la vez reaccionaria, que adquirió una enorme difusión y atractivo para el mundo musulmán.

El khomeinismo chiíta fue un elemento revulsivo dentro del mundo musulmán. Lo que vendría a ser algo así como el establishment dentro del islamismo, los sectores dirigentes de Arabia Saudita, no se resignaron a dejarle el espacio libre a Irán. Su primera respuesta política fue apoyar, conjuntamente con los norteamericanos, a los milicianos afganos que combatían a la URSS. Afganistán constituyó el primer escenario de lo que el islamismo radicalizado planteó como “Jihad” o guerra santa. Tanto los norteamericanos como los saudíes supieron agitar la existencia de un enemigo “ateo y comunista” contra el cual era lícita la guerra santa. En Afganistán, debido a la naturaleza internacional que adquirió el conflicto y que reforzó el activo combatiente antisoviético, hicieron sus primeras armas unos cuantos terroristas de los que hoy son presentados como “fundamentalistas enemigos de Occidente y sus libertades”. Salvo que en esa época eran descriptos como “combatientes de la libertad”. De todas maneras el carácter pro-imperialista de la resistencia afgana no quita que el odio al invasor soviético no fuera un sentimiento muy amplio entre los oprimidos (desgraciadamente manipulado hacia una política al servicio de Estados Unidos. Pero en lo que concierne a las pujas al interior del mundo musulmán es innegable que la retirada de los rusos de Afganistán fue un triunfo para los saudís.

La otra jugada política exitosa de los sauditas fue el impulsar y financiar el Frente Islámico de Salvación en Argelia. Aprovechando la decadencia del régimen burocrático-militar argelino dirigido por el Frente de Liberación Nacional (FLN)[16] y las consecuencias de las políticas de ajuste implementadas por este para salir de su crisis, logró ganar amplios apoyos sociales entre los jóvenes sin trabajo marginados, estudiantes e intelectuales en proceso de “reislamización” (en general de clase media o alta) y sectores del gran y mediano comercio. El FIS se convirtió en el partido más popular de Argelia y solamente un golpe militar que repuso al FLN en el poder pudo evitar que gobernara el país[17].

Hasta donde hemos visto la lucha política entre iraníes y sauditas tenía como escenario excluyente a países de la periferia, y exclusivamente musulmanes. Aquí es donde se produce un giro en las luchas internas por este liderazgo. Khomeini pronuncia la fatwa (condena, en ausencia, pero con carácter jurídico y con consecuencias ejecutivas) contra el libro “Versos satánicos” de Salman Rushdie, facultando a cualquier musulmán a matar a este escritor en cualquier parte del mundo. Mientras que en el resto del mundo este último acto político importante de Khomeini[18] causaba una mezcla de asombro y rechazo, significó, para los musulmanes, una especie de “internacionalización” del conflicto, un llamado inclusivo hacia los musulmanes que viven en los países del centro. La fatwa contra Rushdie movilizó distintas estrategias de los sectores musulmanes en competencia. Por ejemplo en  Inglaterra, el clero musulmán ligado a los saudís intentó conseguir una prohibición del libro apelando a sus contactos en la elite británica. Contrariamente, los musulmanes chiítas y los pakistaníes recurrieron a la movilización en las calles de sus comunidades.

Pero, en términos generales, la movida política de Khomeini fue un factor importante tuvo en la activación cultural, social y política de las comunidades musulmanas insertas en los países centrales. Los otros factores fueron el incremento de las acciones saudís en la pelea hegemónica y, sobretodo la presión imperialista sobre los países árabes.

Los musulmanes en Francia y la cuestión del “foulard”

Para tener un panorama claro de las relaciones de la comunidad musulmana con la sociedad francesa, recurriremos a una comparación con Inglaterra y Alemania.

En este último país el componente principal de la inmigración de origen musulmán es turco. A ellos les es casi imposible acceder a la nacionalidad alemana. La política del estado alemán es estimular a los turcos a un comunitarismo exacerbado, a vivir en una especie de “sociedad paralela”. Es decir, a hablar casi exclusivamente en su idioma, a consumir revistas escritas en turco, a circular por las calles y parques en grupo y a promover el uso del “foulard” en las mujeres.

En Inglaterra, el acceso a la nacionalidad no es difícil como en el ejemplo anterior, especialmente para los inmigrantes de países que formen parte del Commonwealth[19]. De todas formas, el estado británico privilegia claramente la integración por la vía de la comunidad (y no por la vía individual). Esta adopta una forma diferente a la conformación de un gheto, propia de los alemanes. Tanto musulmanes, como hindúes o sikhs, negocian “parcelas de integración” a la sociedad inglesa por la vía de un “toma y daca” entre sus dirigentes religiosos y comunitarios con los distintos gobiernos ingleses. Una forma clásica de esto se da en las elecciones. Los imanes musulmanes recomiendan a sus fieles cual candidato es conveniente que la comunidad vote.

Francia no siguió con los inmigrantes un camino como el de Alemania de encerrarlos en un comunitarismo exacerbado ni un comunitarismo mas consensuado con la sociedad de inmigración como en el caso de Inglaterra[20]. En Francia juega un papel decisivo dos elementos:

La ideología republicana, las tradiciones laicas y de igualdad democrática no favorecen una vía de integración abiertamente comunitaria sino de tipo individual y, en el ámbito educativo, ejercen una presión contraria a las manifestaciones religiosas.

Francia es un país imperialista que, a diferencia de Estados Unidos, tuvo un importante imperio colonial y, a diferencia de Inglaterra, ya en esa época era una república. Las tradiciones democráticas pueden jugar de una forma más o menos “pura” en relación a los franceses, pero cuando refieren a otros contingentes nacionales, y especialmente a aquellos que fueron parte de su imperio colonial, como los maghrebíes, estas tradiciones republicanas se combinan, necesariamente, con ideologías racistas y justificadoras de la supremacía nacional. Esto puede plantearse de forma brutal y policial como en el caso de Le Pen o, de una forma sutil y justificadora, republicana o “izquierdista”, que atribuye a la república francesa la misión de combatir el “atraso musulmán” mediante vías de hecho administrativas.

De todas formas, para aproximarnos un poco más a la realidad concreta de este problema, en Francia siempre ha existido una tensión conflictiva entre la ideología republicano-imperialista de su estado y un comunitarismo de hecho, que no era admitido como legítimo por el ordenamiento político y social francés pero que “funcionaba”.

La comunidad musulmana, en sus diferentes organizaciones, pero principalmente la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia (UOIF), tenía como misión, dentro de este status quo, una labor de “contención social” tratando de sacar a los jóvenes desocupados que viven en los suburbios de las redes de la delincuencia o la droga. A cambio de eso los diferentes gobiernos iban tramitando los diversos “ritos de pasaje” que sancionaban la “igualdad republicana” de los musulmanes franceses. Quizás el hecho más destacado de este proceso haya sido la inauguración de la Gran Mezquita de París en 1982, al que concurrieron numerosas autoridades francesas. Sin embargo hacia fines de la década de los 80, en que aparece la primera generación de adolescentes y jóvenes musulmanes que vivieron toda su vida en Francia, el proyecto de integración empieza a mostrar sus primeros quiebres. No es por azar que sea entre esta franja generacional en donde hayan aflorado los conflictos. Estos jóvenes no eran árabes sino franceses de nacimiento, no tenían que hacer “buena letra” como sus padres, extranjeros al fin y al cabo. En cierta manera son ellos los “sujetos de experimentación” en quienes iba a comprobarse las bondades de la integración individual en tanto que “ciudadanos de la república”.

Son ellos, mucho más que sus padres, los que van a asumir elementos de identidad musulmana explícitos. Por supuesto que el contexto político internacional (en el que los musulmanes aparecen como “los malos de la película”), la agitación que esta estigmatización produce en la comunidad musulmana y en sus fuerzas políticas e intelectuales, y el hecho de que, por vía parental, es su comunidad de pertenencia ha influido de forma determinante para que muchos jóvenes hayan tomado esas señas de identidad y no otras (como hacerse punks o trotskistas). De todas formas, cuando se evalúa el caso de los inmigrantes maghrebíes en Francia no se puede dejar de considerar que su “reislamización” es fruto de su marginación social en Francia. Esos inmigrantes del Maghreb, aunque tuvieran creencias religiosas islámicas, venían de sociedades gobernadas por movimientos políticos laicos, en los que los imanes religiosos tenían una importante cuota de desprestigio por su frecuente papel de colaboradores del poder colonial.

Pero volviendo al asunto del “foulard” es importante señalar que este tiene sus primeros avatares hacia 1989. Es por esa fecha que es percibido, y metabolizado agresivamente, por amplios sectores de la sociedad francesa. Sin embargo, en ese momento la comunidad musulmana, que estaba en buenas relaciones con el estado francés, pudo manejar esto con relativa habilidad. Posteriormente, las tensiones fueron en aumento, teniendo como efecto colateral una mayor división en la comunidad musulmana (entre partidarios de un entendimiento con el estado francés, aunque hubiera que hacer concesiones, y los musulmanes que veían todo esto como un ataque al islam y a ellos como comunidad)[21].

El primer paso importante de la escalada estatal contra los musulmanes fue la llamada circular Bayrou (1994), antecedente de la actual ley. Tanto el antecedente como la comisión Stasi de hoy hacían gárgaras con la laicidad y la república, pero ambas disposiciones no decían ni hacían nada en relación a los amplios subsidios que el estado francés dispensa a la educación confesional de signo cristiano. Lo único que atenta contra la laicidad de la república es el islam.

Este proyecto, de dar una identidad francesa a los inmigrantes de origen maghrebí, fracasó. No por ser “demasiado idealista” precisamente (esta es la conclusión de los franceses racistas que piensan que como “hemos sido demasiado buenos con los musulmanes, ahora se debe acabar la leche de la clemencia”), sino porque su despliegue era contradictorio con la realidad efectiva de la vida de los inmigrantes. Porque, si bien es cierto que algunos sectores de esta comunidad ascendieron socialmente, la mayoría de los maghrebíes hace los trabajos peor pagados o está desocupada. Y, simultáneamente es víctima de sentimientos y tratos discriminatorios.

Esta es la base material sobre el que se asienta el fracaso de la integración. Por un lado los inmigrantes no han adoptado una identidad social que de prioridad a lo francés antes que a lo musulmán. Y por otro lado a partir de síntomas como la cuestión del “foulard” podemos ver como el estado francés y su ideología republicano-imperialista busca mantener la ficción de una integración de los musulmanes de tipo “laica, democrática y progresista”, aunque sea mediante métodos coactivos, como en el caso de la “ley contra el velo”. Aclaramos que calificamos de ficción a esta integración, no porque creamos en un “esencialismo” musulmán de estos pueblos (que por otra parte no se corresponde con la verdad histórica), sino porque todo verdadero proceso de integración entre comunidades de distintos orígenes étnicos y nacionales para tener un sustento real debe basarse en una igualdad sustantiva. Cosa que no se da en este caso, sino que se reproduce una relación de tipo colonial, con la diferencia que resulta de una nueva realidad en la que el mercado mundial hace ya varias décadas que liquidó los imperios coloniales pero pasó a rearmar relaciones similares al interior de las formaciones sociales de los países centrales.

Este tipo de relación colonial y racista delimita un “doble rechazo en una parte de la sociedad francesa, que es social y cultural. Esto pesa fuertemente en el sentido de la afirmación de una identidad islámica: “Tu dices que soy diferente? Bueno, lo soy, soy musulmán y es allí donde encuentro la fuerza para vivir y sobrevivir en esta sociedad”[22]. Este tipo de identidad, que se desarrolla al interior de una sociedad que tiene otra impronta cultural y donde los musulmanes son una minoría nacional sui generis, no es una identidad de tipo conservador o integrista, como quieren hacer pensar los medios de comunicación imperialistas (con la colaboración inestimable de una gran parte de la intelectualidad, en el caso de Francia). Un estudio realizado por sociólogos hace unos años afirma que, en la mayoría de los casos, el uso del “foulard” por las mujeres musulmanas no es experimentado como sumisión sino como autoafirmación. Y que incluso, las opiniones expresadas por importantes franjas de estos jóvenes (varones y mujeres en este caso) sobre aspectos de la cultura tradicional musulmana, como la poligamia son muy críticas. Hay que tener en cuenta que no es una tontería esta toma de distancia, ya que la poligamia significa en el islamismo tradicional la consagración de la desigualdad del hombre y la mujer. Este estudio afirma que el mismo patrón de crítica se repite en otras áreas en las que existe desigualdad de derechos[23].

Este tipo de datos que aparecen en la mayoría de las investigaciones sociales contradicen la verdad de pacotilla que recitan todos los días las agencias de noticias y que homogeiniza a todos los árabes como si fueran seguidores Al-Quaeda o de cualquier grupo de imanes fundamentalistas. Aunque es bastante obvio que existen sectores reaccionarios entre los árabes y musulmanes, el panorama que deja a la vista cualquier estudio serio de estos problemas puede ser descripto de muchas formas salvo la de un conjunto homogéneo y sin distinciones. Este panorama complejo no puede ser reducido a la especie de una interpretación que lo ve como un conflicto entre la modernidad y el atraso, en el que el primer papel estaría a cargo de la república francesa y el segundo de los inmigrantes del Maghreb. Sobre todo cuando es visible que la manera que tienen numerosos jóvenes franceses de religión musulmana de experimentar su religión se inscribe como un conflicto de formas modernas (no arcaizantes y de retorno a un pasado). Incluso podríamos decir, a título de hipótesis, que en el conflicto del “foulard” se expresan dos modernidades mutuamente contradictorias: una de tipo societal y con aspectos de autodeterminación y otra de tipo estatista represivo (la de los partidarios de la ley).

Este carácter de relación colonial que mencionamos es importante tener en cuenta que la lógica de la ley que resultó de la Comisión Stasi propone una forma de laicidad exterior (discutiremos esto más adelante) pero cuyo único resultado solo puede ser el fortalecimiento del comunitarismo. La exclusión de alumnos musulmanes de la escuela pública tendrá como resultado que se creen escuelas para la población musulmana, que tendrán una alta probabilidad de ser manejadas por sectores reaccionarios o integristas del clero. No porque creamos que los musulmanes sean intrínsecamente de derecha sino porque este tipo de escuelas comunitarias son financiadas, generalmente, por los sectores musulmanes ricos que, a causa de su posición de clase, se van a preocupar de proveer a los jóvenes de su comunidad una educación lo suficientemente conservadora como para que su situación social privilegiada se disimule o atempere en relación a los musulmanes pobres o desocupados. De esta forma se reafirmará un factor esencial de colaboración de clases. Los musulmanes actuarán en base exclusiva a la solidaridad nacional o religiosa. Los trabajadores musulmanes que forman parte del sector más oprimido de la clase trabajadora de Francia se encontrarán con mayores dificultades para orientarse en relación a sus intereses sociales.

Algunas precisiones sobre la islamofobia

El uso de la expresión “islamofobia” no significa que cualquier ataque al islam sea un ejemplo de ello. Una crítica al contenido religioso de la fe musulmana hecha desde un punto de vista cristiano o judío o, por el contrario desde el ateísmo o el agnosticismo, es completamente admisible, aunque pueda incomodar a musulmanes creyentes.

Pero lo que se da en Francia, y en Occidente en general, no es nada de eso. Es un proceso de estigmatización de una comunidad y de la organización de un consenso social en contra que no acepta argumentos en contra y convierte sus convicciones y percepciones en evidencia irrecusable.

La “islamofobia” reviste varias formas. Una de estas es la de Jean François Revel, viejo propagandista del Departamento de Estado en Francia, cuando habla, en su libro “La obsesión anti-americana”, del “odio por Occidente de la mayoría de los musulmanes que viven entre nosotros”. El periodista Alain Gresh (de Le Monde Diplomatique) comenta esta expresión de Revel de la siguiente manera: “Yo no sé si nuestro filósofo propone la deportación, pero su comentario define bien el discurso islamofóbico: bajo la cobertura de la crítica a la religión, se estigmatiza a toda una comunidad, reenviada a su “identidad” musulmana que sería “natural”, biológica”. Esta amalgama entre religión y comunidad es propiamente escandalosa y provoca hoy un problema importante ya que en la denominación “los musulmanes” incluye a los ateos y a quienes no dan mayor peso a la religión. Es esta nueva máscara del viejo racismo anti-árabe y anti-maghrebí en conjunción con la idea de una nueva “amenaza” internacional, lo que el término “islamofobia” expresa”[24].

Otra variante de “islamofobia” es la “culturalista”. Como dice Claude Imbert, director de Point: “La dificultad nueva no es en absoluto racial: es cultural, religiosa y atañe al islam”. Imbert afirma que el islamismo tiene “propensión a mezclar lo espiritual y lo temporal” y a desarrollar un “fanatismo abominable”. Gresh pregunta polémicamente porque el director de Point no hace intervenir en su análisis a “la desocupación y el racismo que golpea a los jóvenes de origen maghrebí” y concluye afirmando que “estas variaciones esencialistas sobre el islam han sido uno de los temas favoritos del director de Point...: el islam es incompatible con “nuestras” libertades, con “nuestra” sociedad, con la democracia”[25]. Es evidente porque este tipo de ideólogo no se pregunta por los problemas que señalaba Gresh: porque necesita mantenerse en un plano de las “ideas puras” y los “problemas en general” para poder justificar una línea de demarcación absoluta entre la sociedad francesa y los problemas de los inmigrantes maghrebís. Si diera cuenta de esos problemas en su “análisis” tendría que bucear en las cuestiones de fondo que hacen que la actual sociedad francesa[26] genere este tipo de problemas. Si considerara esa cuestión le sería imposible sostener una ficción ideológica en la que se describe esto como un problema que le viene “de afuera” a una “sociedad básicamente democrática y pluralista”.

Gresh afirma que las visiones “islamófobas” “no son solamente, ni principalmente, francesas”. Las sitúa, en nuestra opinión, en una relación tan directa con el gobierno de Bush que podrían parecer imposibles fuera de este contexto. Sin embargo su percepción es totalmente correcta cuando dice que esta ideología “permite inscribir cada hecho aislado en una visión apocalíptica: un musulmán que reza sus cinco plegarias y lleva barba es “un integrista”; tanto un atentado de Hamas como una joven que lleva el “foulard” forman parte de una estrategia planetaria”[27].

El último aspecto de la cuestión de la “islamofobia” atañe al papel que juegan los medios de comunicación. Para dar parámetros concretos sobre las actitudes “islamofóbicas” Gresh trae a colación el siguiente ejemplo: en un documental de la BBC se dio a publicidad que una serie de enviados del Vaticano habían realizado una campaña en África, donde el problema del sida está terriblemente extendido, en la que afirmaban que los preservativos no protegían de esta enfermedad. Este hecho causó una cierta polémica. Pero Gresh pregunta agudamente: imaginemos que hubiera pasado si esta campaña la hubiera llevado a cabo un alto dignatario musulmán. Evidentemente los medios de comunicación en Francia no hubieran realizado una ponderación objetiva y permitido la crítica (y el derecho de réplica) del mismo modo a ambas religiones. Probablemente, en el caso de que un representante islámico hubiera dicho tal enormidad, lo hubieran difundido como una noticia que ejemplificaba que atrasados y bárbaros son los musulmanes. En cambio a la Iglesia Católica la hubiera tratado con mucha más diplomacia y probablemente le daría bastante espacio para que esta argumentara esa posición reaccionaria. La “islamofobia” se expresa en los medios a través de determinadas condiciones de recepción, en las que todo lo que viene de la cultura musulmana es bárbaro y casi sinónimo de terrorista, y en unas condiciones de circulación de los enunciados en las que se puede decir casi cualquier cosa del islamismo sin correr riesgos de generar ninguna oposición por parte de la sociedad oficial[28].

Naturalmente, la cuestión de la “islamofobia” no debe hacernos pasar por alto que la base material en que se sustenta la cruzada anti-musulmana actual es que en esos pueblos se concentra más del 90% de las reservas petroleras mundiales. Quizás no esté de más recordar la defensa de la guerra del Golfo que hace algo más de diez años hizo Henry Kissinger en la televisión francesa: “No es un crimen defender el aprovisionamiento petrolero de Occidente”[29].

Una mirada al laicismo republicano

A lo largo de este artículo hemos señalado la existencia de una ideología republicana-imperialista que es, hoy día, un instrumento propagandístico usado como cobertura progresista o de “izquierda” para hacer avanzar planteos racistas  que enunciados como tales serían incapaces de ganar adhesión o consenso[30].

Un reportaje a Elizabeth Roudinesco[31], una intelectual francesa que se define “mas como republicana que como demócrata” nos permitirá ver las implicancias de ciertos argumentos.

Roudinesco afirma: “Yo era favorable a la ley que prohibía la exhibición de símbolos religiosos en las escuelas. Una ley que fue votada tanto por la derecha como por la izquierda. Estaba a favor de esa ley, consciente de que reafirmar la interdicción sobre los símbolos religiosos en la escuela tuvo como causa los símbolos islámicos. Es una buena ley, que originó dos comisiones de debate, que trabajó durante dos meses y dividió a la opinión pública”.

Más adelante Roudinesco intenta polemizar mordazmente con los críticos de la ley contra el “foulard” cuando dice: “...la extrema izquierda en Francia considera que el islamismo es una forma política de rebelión contra el capitalismo y eso genera simpatías: es como un nuevo marxismo. Yo no estoy para nada de acuerdo, y esto no es nada fácil, porque al mismo tiempo hay que condenar la política de Bush”. Es interesante puntualizar dos cosas a este respecto. En primer lugar la actitud de la extrema izquierda no ha sido precisamente de alinearse en contra de la ley. Sus dos formaciones políticas importantes no han tomado este combate. LO milita cotidianamente haciendo campaña en contra de las muchachas que llevan el “foulard” y alineándose, de hecho, con el estado burgués imperialista de Francia. La LCR no apoya la ley, pero se declara de hecho prescindente en un conflicto entre poderes ampliamente desiguales. Aunque probablemente el fallido sarcasmo de Roudinesco refleje cierto estado de ánimo crítico entre las bases y simpatizantes de la extrema izquierda. En segundo lugar resulta particularmente notable como juega aquí la amalgama intimidatoria en lo intelectual: si uno rechaza la ley se convierte de inmediato en un izquierdista tonto que busca sublimar la crisis del marxismo con una dosis fuerte de “antimperialismo” islámico, como si después de la caída de los países del Este buscáramos reemplazar la URSS por Al Quaeda. Este tipo de razonamiento deja a la vista uno de los mecanismos ideológicos del laicismo republicano: su pretensión de monopolizar los impulsos seculares y modernizantes. ¡La laicidad soy yo! parece decirle el estado imperialista francés a todos los inmigrantes (y a aquellos que simpatizan con las demandas de estos), reeditando una de las tradiciones francesas menos progresistas[32] . Por último la condena a Bush que emite Roudinesco no debe verse como una muestra de especial progresismo sino de que, por el contrario, se trata de uno de los tantos y muchos intelectuales que bosquejan justificaciones al servicio de las políticas del estado al que, en  última instancia (y muchas veces en primera) sirven.

Pero aquí llegamos a la parte más interesante de los argumentos de Roudinesco[33]. Empieza afirmando que “hay que combatir el islamismo porque eso va a permitir integrar a los musulmanes en Francia”. Es decir, asume la bandera de la “islamofobia” en nombre de una finalidad “buena”. Es para integrarlos, no es por racismo...¡que nadie piense mal!

Inmediatamente viene la justificación: “El nuestro es un estado laico y la laicidad significa en nuestro caso que dentro de la escuela los chicos ya no pertenecen a la familia. La escuela laica republicana extrae al chico de su familia y allí se convierten en sujetos que no tienen por qué exhibir signos religiosos que identifiquen a su familia. La religión es una cuestión de conciencia y no una cuestión corporal. Y yo creo que es una posición muy justa”.

Es muy sugestivo ver los presupuestos de una posición como esta. El individuo, su historia, sus inclinaciones y su juicio personal casi no cuentan. Dejando a un lado la grosera imagen de la “extracción”, para este tipo de republicanos el individuo es educado por su familia o por el estado, especialmente por este último si uno tiene la mala fortuna de provenir de una de esas familias musulmanas tan reacias a la “integración”. Es imposible dejar de ver a esto como una apología desembozada del “adoctrinamiento” (que tanto horror provoca en los “demócratas” cuando se trata de la Cuba castrista o del Irán khomeinista) y la negación de la autonomía personal como uno de los fines esenciales del proceso educativo[34].

Pero lo constituye el aspecto central del laicismo republicano es la operación de estatización ideológica que le es propia. Frecuentemente se olvida que, si por un lado, el laicismo expresó un combate progresista contra el clericalismo que pretendía tener el monopolio de las conciencias no fue este su único frente de lucha. El otro enemigo fueron las escuelas levantadas por los movimientos socialistas y sindicalistas revolucionarios que expresaban un serio intento del movimiento obrero por disputar una lucha en el plano ideológico. El laicismo se desarrolló entonces como una ideología justificadora de este proceso que, en parte, buscaba convertir a los obreros, la “clase peligrosa”, en ciudadanos de la república, iguales en lo jurídico y desiguales en lo real. No es por casualidad que el principal impulsor de este proceso, Jules Ferry, haya sido parte también del elenco político de los masacradores de la Comuna de Paris[35].

Cabe aclarar, para no pecar de unilateralidad que el laicismo no se reduce únicamente a este aspecto. Lo destacamos para que no caigamos en la trampa de comprar el “buzón” de la ideología republicana y para mostrar que actualmente la burguesía francesa solamente defiende lo que el laicismo tiene de reaccionario (¡el estatismo!). Porque si nos atuviéramos al contenido literal de lo que es el laicismo éste no se aplica sobre los alumnos sino sobre las instituciones. El laicismo significa que el estado no toma partido en las cuestiones referidas a las creencias o convicciones y que todos tienen derecho a una educación igual. No tendría que porqué meterse qué tipos de símbolos o insignias llevan las/os jóvenes. Naturalmente en el laicismo, como en toda ideología, siempre existe una cierta distancia entre sus planteos y los intereses a los que, en última instancia, expresa. No se le puede negar coherencia a la burguesía francesa cuando toma sólo el aspecto del laicismo que más le conviene, dejando que el elemento sobrante engrose los anacronismos históricos.

Como si esto fuera poco, el caso del “foulard”, deja a la vista que tras el velo laico de la “neutralidad” educativa de la república se cuela un buen número de sotanas. Muchos de los partidarios de la ley contra el “foulard” propician la extensión de la educación privada (ocupada mayoritariamente por colegios católicos)[36].

Por último es importante reflexionar de que la reivindicación del laicismo es especialmente pertinente como bandera de lucha contra una religión dominante. Suponiendo que el contexto de “islamofobia” que describimos no existiera, la religión musulmana en Francia es minoritaria y no se encuentra en posición de imponerle nada al conjunto de la sociedad. Por lo tanto, en lo que se refiere al asunto del “foulard”, la invocación del laicismo responde a una manipulación ideológica y no a un combate progresista.

Las mujeres y el “foulard”: ¿opresión o libertad?

Además del laicismo uno de los argumentos esgrimidos por los defensores de la ley contra el “foulard” es la defensa de los derechos de las mujeres.

Este es uno de los puntos que la ideología anti-musulmana manipula con más éxito, ya que la condición de la mujer en los países árabes es vista como más desventajosa, subordinada y con menos derechos que en el resto del mundo. Esto en parte es así o, por lo menos, esa subordinación aparece de una forma más directa, pero es necesario poder tomar una distancia crítica de esta imagen inmediata, ya que la existencia de movimientos feministas en el resto del mundo que levantan reivindicaciones precisas desmiente la presunción de que en Occidente hay igualdad entre el hombre y la mujer mientras que en los dominios del “bárbaro” islam sería lo exactamente opuesto. Cosa bastante discutible en un sinnúmero de aspectos. Pero para tomar solamente uno. ¿podemos criticar a los aspectos que minusvaloran a la mujer que hay en algunas prácticas religiosas del mundo musulmán y no decir nada del sexismo y el machismo caricaturesco de que está impregnada la cultura masiva en Occidente? Si los socialistas revolucionarios estamos obligados a defender los derechos de las mujeres no podemos mirar solamente una parte del panorama (que, para colmo, es la que es más cómoda de asumir ya que va en el sentido de la corriente dominante). Por otro lado es bastante difícil poder creer que en religiones como el cristianismo o el judaísmo haya otra postura respecto a los derechos de la mujer. Todas estas religiones, independientemente de la evolución que hayan podido sufrir en las últimas décadas, comparten idénticos fundamentos contrarios a la igualdad entre los sexos[37].

De todas formas se impone una precisión metodológica para abordar esta cuestión. Este combate no se da de la misma forma en todas partes. Los distintos escenarios condicionan la manera en que debemos encarar estas reivindicaciones. No es lo mismo un país en el que el islamismo es la religión de estado y que se impone de manera coactiva al conjunto de la sociedad que la situación de la inmigración de los países árabes en Europa.

En países como Arabia Saudita, Irán o Afganistán las mujeres que aceptan las costumbres y la ritualidad islámica, en la mayoría de los casos, no tienen verdaderamente posibilidades de elegir autónomamente. El peso de las relaciones sociales y de la coacción estatal vuelve muy difícil que las mujeres puedan emanciparse de la tutela de la prescripción religiosa.

Esta situación cambia en países en los que la religión musulmana, su ritualidad y sus costumbres son minoritarias. La presión sobre las mujeres pasa a ser trasmitida únicamente por su comunidad de origen. Al lado de esto hay que considerar que, en el caso de los inmigrantes maghrebíes, existe una carga de hostilidad del conjunto de la sociedad hacia ellos que, en los últimos años, se centró en su condición de musulmanes. Este panorama vuelve compleja la cuestión. Las mujeres musulmanas pueden recibir la presión de su comunidad para usar el “foulard”, pero también están presionadas, de forma más contundente, por la sociedad y el estado francés en un sentido contrario. Todo esto construye, seguramente, distintas situaciones. Puede darse el caso de que haya muchachas que acepten usar vestimenta musulmana debido a una combinación entre la presión familiar y la solidaridad voluntariamente asumida con su comunidad en contra de la clara hostilidad del “mundo exterior”. Seguramente habrá otros casos, como el de Alma y Lila Levy, en el que esto se da como una identidad voluntariamente asumida. Tampoco descartamos que haya casos en los que el uso del “foulard” está dado únicamente por la presión de la comunidad o la familia. En esos casos los socialistas debemos apoyar a las muchachas que se nieguen, a partir de su voluntad como individuos, a usar indumentaria musulmana. Subrayamos el elemento de la voluntad, de rechazo explícito de la tradición porque en los análisis dominantes en la extrema izquierda francesa (LO y LCR) predomina una tendencia a caracterizar de forma objetivista el uso del “foulard”, sin que entre en consideración la vivencia de la muchacha que acepta llevarlo. La LCR lo dice claramente: el uso del “foulard” es reaccionario “cualquiera sea la forma en que es vivido por las que lo llevan.  Analizaremos más adelante esta declaración pero nos parece que a partir de allí se genera un problema político por el cual, mediante un discurso emancipatorio, la extrema izquierda converge con la presión del estado.

Donde no se de esa situación y las jóvenes musulmanas usen el “foulard”, a partir de una decisión personal o como manera de solidarizarse con su comunidad de origen, los socialistas revolucionarios defendemos su derecho a expresarse y a manejar ese aspecto de su vida. Esta es la única posición que verdaderamente defiende su autonomía frente a las presiones heterónomas de una sociedad que les muestra su hostilidad[38].

Además, en el caso de que el problema fuera mucho más simple y se redujera a la opresión directa, lisa y llana, de las jóvenes musulmanas a manos de los imanes ¿sería el estado burgués imperialista de Francia el encargado de bregar por su emancipación? Se nos ocurren dos razones para fundamentar en contra.

La primera de ellas es que el estado francés actualmente no es un aliado de las mujeres inmigrantes. En el Código Civil francés y en los acuerdos bilaterales de Francia y los países del Maghreb las mujeres inmigrantes continúan bajo la jurisdicción de las leyes de sus países de origen y no están protegidas por las leyes francesas. Un ejemplo puede darle a esto su real significación: un hombre puede volver a Marruecos o Argelia, repudiar a su mujer y evitar pasarle la pensión alimentaria. Francia reconoce esto como legítimo, lo cual tiene como efecto que la mujer inmigrante en Francia tenga considerables dificultades para hacerse valer o que, a causa de la decisión de su marido, su situación en el país quede fuera de la legalidad[39]. Los estados capitalistas poderosos dejan a la vista, una vez más, que su tendencia dominante es a aliarse con los elementos socialmente  regresivos de sus semi-colonias y no a introducir el progreso precisamente.

La segunda razón que invocamos es la experiencia afgana. En Estados Unidos, un sector importante del feminismo, llamado Mayoría Feminista, apoyó la guerra de Bush contra Afganistán porque supuestamente liberaría a las mujeres de la opresión de los talibanes. Es más, esta organización, una vez terminada la guerra, hizo circular una declaración en la que agradecía a Bush la defensa de los derechos de las mujeres. Los medios de comunicación masiva dieron amplia propaganda a este aspecto.

¿Qué sucedió después de finalizada la guerra? Nada, la condición de la mujer afgana sigue igual. No solamente siguen usando la burka de la cabeza a los pies. También tienen muchas limitaciones para viajar o cantar en público, no hay educación mixta. La sociedad afgana sigue estructurada con la finalidad de que la única salida para la mujer sea el casamiento. Como dice Mariam Rawi, miembro de la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán (RAWA): “Estados Unidos reemplazó un régimen fundamentalista misógino por otro”[40].

La conclusión es contundente: la lucha por mejorar la condición femenina solamente puede ser asumida en serio por las fuerzas políticas y sociales de signo emancipatorio[41]. Nunca por los estados imperialistas.

La discusión en la extrema izquierda

Como habíamos adelantado las dos organizaciones significativas de la extrema izquierda han tomado una postura que va en contra de la importante tarea política de relacionarse con la clase trabajadora inmigrante de origen maghrebí. Lutte Ouvrière considera que la ley contra el “foulard” es un “punto de apoyo” para poder luchar por los derechos de las mujeres. La Liga Comunista Revolucionaria (LCR) no está a favor de la ley pero no defiende el derecho de las jóvenes musulmanas a llevar el “foulard” en los colegios y liceos. En lo que sigue analizaremos los planteos de ambas.

Lutte Ouvrière

Esta organización ha hecho del combate contra el uso del “foulard” una de sus causas más pertinaces. Ya en la época en que se discutía la circular Bayrou esta organización decía en una de sus publicaciones: “El hecho que una chica sea velada no es inocente ni anodino. No es un asunto de coquetería ni de pudor súbito. Es una violencia que se le hace, sin que importe si esta violencia se envuelve como lecciones de moral en la familia”[42]. O más actual y enfáticamente: “Para ellas el velo islámico es más que una coacción indumentaria, es la marca de una opresión y, a ese respecto, es una infamia”[43].

¿Qué significado más general le da Lutte Ouvrière a esto? Veamos: “Todo esto forma parte de las múltiples formas de una barbarie impuesta a las mujeres (matrimonio forzado, imposición del uso de velo, educación separada, intromisión de toda vida privada por el padre, los hermanos...agresiones sexuales, insultos) que denuncian las mujeres de origen inmigrante”[44]. Otra forma de decir lo mismo deja a la vista una variante “trotskista” de la “islamofobia” republicano-imperialista: “Actualmente, en los suburbios un islam integrista se desarrolla. En nombre de prejuicios bárbaros y reaccionarios, los hombres...ejercen una presión desmesurada sobre las muchachas y las mujeres para reducirlas al único rol de la reproducción, encerrándolas, escondiéndolas bajo el velo”[45].

Aquel que busque en los análisis de Lutte Ouvrière el papel que tiene el imperialismo en la ofensiva contra los pueblos árabes (que ya lleva más de una década) va a decepcionarse por completo. La única vez que el imperialismo aparece es cuando LO busca asombrarnos con la “extraordinaria” novedad de que... el islamismo radical no lleva a fondo la lucha contra el imperialismo[46].

Pero LO nos informa que este islamismo radical, flor del fango que crece en los suburbios y que ha llegado no se sabe cómo a la sociedad francesa, persigue otros objetivos aparte del mero placer de oprimir a las mujeres. En su periódico nos informan: “...los integristas han buscado, en muchas ocasiones, la prueba de fuerza contra la institución escolar”[47]. Por supuesto que LO es una defensora a-crítica de la laicidad. Es decir no percibe el costado ideológico estatista que entraña la laicidad republicana. Su punto de vista se reduce a criticar los bandazos pragmáticos que desarrolla la burguesía en ese cuestión, abandonando a veces, retomando otras esa bandera. LO habla, a causa de las maniobras burguesas, de una “laicidad imperfecta”, establecida por ley en 1905 pero a la que define como “uno de los fundamentos de la república burguesa”[48].

¿Qué ocasión encontró LO para salir a defender la laicidad de la institución escolar? Sí, adivinaron: la exclusión de Alma y Lila del Liceo Henri Wallon. Lutte Ouvrière publicó un artículo en su prensa cuyo título es harto elocuente: “El velo al asalto de las escuelas”[49] en el que apoya a los docentes que recomendaron la exclusión en caso de que las dos hermanas no aceptaran ir sin el “foulard”. Además, como es público y notorio, sus militantes docentes hicieron campaña por la exclusión de las muchachas[50], acto que, en nuestra opinión, tiene otro carácter que una posición política equivocada. Frente a ella solo cabe la discusión fraterna, aunque no por eso apasionada sin características diplomáticas. Pero el haber militado en pro de la exclusión es de una singular gravedad política. Es una canallada. LO se vanagloria de su actitud, atacando a los que se oponían a la exclusión, calificándolos de “bienpensantes”, mostrando que a veces una política de derecha suele vestirse de maneras sectarias sin perder nada de su contenido.

Una política como estas solo podía desembocar en un apoyo a la ley, ya que si uno describe al islamismo de los inmigrantes maghrebís como una manifestación de la reacción política extrema se puede llegar a apoyar a la república, burguesa pero laicista (“imperfecta”) al fin y al cabo. Define al informe de la Comisión Stasi como “un texto sobre el cual apoyarse para poder oponerse al uso del velo en la escuela. Será también, y sobre todo, un apoyo para todas las jóvenes que quieren resistir a las presiones sexistas que sufren y que esperan un amparo de la sociedad”[51].

Lutte Ouvrière en nombre de un combate que es justo, la defensa de los derechos de la mujer, clausura toda una parte de la realidad. No una provincia, podría decirse que un continente. Nada menos que la actual cruzada imperialista contra los pueblos árabes y el islam. Tampoco da cuenta de las relaciones de su propia nación imperialista con los inmigrantes de sus ex-colonias. A partir de un hecho puntual se hace visible su tendencia a capitular ante el imperialismo de su propia burguesía, actitud que prolonga una de las peores constantes de la izquierda francesa[52].

Como el conjunto de la posición de Lutte Ouvrière no va más allá de un terreno democrático-burgués, el truco al que utiliza es el recurso a su tan remanido obrerismo de siempre. ¡Nuestra “comunidad” es la clase obrera! proclaman desde su periódico[53]. Por más vueltas que le den se esconden detrás de esa idealización obrerista para no defender a los inmigrantes árabes respecto a su propio estado burgués. Detrás del palabrerío “izquierdista” se les nota su conservadorismo. Preguntamos: ¿desde cuando en la tradición marxista revolucionaria y trotskista el ubicarse en un terreno de clase (no otra cosa quiere decir “nuestra comunidad es la clase obrera”) dispensa a los socialistas de defender a un sector de los oprimidos? Dejamos de lado momentáneamente el hecho de que, en nuestra opinión los inmigrantes son un sector de la clase obrera. Hagamos de cuenta que no lo son. Hace ya muchos años (por lo menos desde que Lenin escribió el “Qué hacer”) que los marxistas tratamos de no caer en la defensa “estrecha” de los intereses obreros. Buscamos trascender esa perspectiva inmediatista para articular a esto con los intereses de todos los explotados y oprimidos por esta sociedad.

Nuestra comunidad también es la clase obrera. Pero somos conscientes de que esta presenta diferentes sectores y que una parte decisiva del arte político revolucionario que se necesita actualmente pasa por articular esas partes. La unidad de clase es uno de los vectores de mayor peso en el programa político que se desprende de la situación actual de la lucha de clases. Y la reflexión que debemos hacer los socialistas revolucionarios es que muchos de esos elementos no se reducen a los clásicos rasgos económico-corporativos, como diría Gramsci.

Además, en  un país imperialista, actualmente, los distintos sectores de la clase obrera no sólo son diferentes sino que también tienen, políticamente, obligaciones distintas. Aunque hoy por hoy no sea el programa más “popular” en los países centrales, hay que plantearle a la clase obrera nativa que tiene que apoyar las reivindicaciones no solo económicas sino también étnicas y como minoría nacional de la clase obrera inmigrante. Abstenerse de hacerlo es dejar un inmenso capital político en manos de la clase enemiga.

No deja de ser llamativo que una organización que, como LO, históricamente no le dió gran importancia a movimientos sociales como el feminismo, y que fue criticada muchas veces por rechazar a estos movimientos “en nombre de la clase obrera” haya terminado asumiendo una posición tan proclive a una suerte de “feminismo” corporativo y totalmente desligado de los elementos antimperialistas y de clase. Lenin alguna vez dijo que los errores ultraizquierdistas son una forma que encuentran los oportunistas de expiar sus pecados políticos de derecha. Claro que la posición de LO no sea precisamente de ultraizquierdista, por más esfuerzos de maquillaje que hacen los redactores de su periódico.

LCR

La LCR no alcanzó una posición única en su dirección. Públicamente se dieron a conocer dos posiciones. La de la mayoría, que en los hechos pasa a ser la posición oficial de esta organización y que fue expresada mediante un comunicado firmado por François Grond; y la de la minoría, a la que adhirieron León Crémieux, Alain Mathieu, Delphine Petit-Lafon, Catherine Samary, Emmanuel Sieglmann, Olfa Tlilli y Flavia Verri[54].

Ninguna de las dos posiciones al interior de la LCR nos convencen completamente. Pero hay una diferencia cualitativa entre ambas. Con la declaración de la minoría podemos tener diferencias y matices pero la evaluamos, en general, correcta[55].

En cambio la mayoritaria nos parece un desastre. La mayoría de la LCR busca hacer un equilibrio imposible ante el problema. Tanto así que su posición muchas veces ha sido resumida como “ni ley ni velo”. A continuación la analizaremos.

La declaración mayoritaria comienza describiendo el problema a tratar en tres frases y, ya el párrafo siguiente ataca en general el uso del “foulard”. Tenga en cuenta que el redactor del comunicado no dijo nada contra el gobierno ni contra la ley. La frase textual es: “El uso del velo islámico expresa la opresión y la inferioridad de las mujeres, cualquiera sea la forma en que es vivido por las que lo llevan”. Con semejante principio, el redactor del comunicado no tiene más remedio que plantear cuatro renglones más abajo de la frase anterior: “No hay pues ninguna duda, desde nuestro punto de vista, en combatir el uso del velo”.

Por fuera del hecho de que la primera definición del comunicado es contra el “foulard”, en la frase citada hay mucho del nudo de la polémica.

En primer lugar nos parece equivocado la posición objetivista del comunicado acerca del uso del “foulard”. Creemos que es un elemento muy importante la vivencia con que esta prenda es usada. No es el único elemento a tener en cuenta pero no se puede dejar de considerar. Este objetivismo esencialista del comunicado de la mayoría de la LCR contrasta con el análisis concreto y pegado al contexto que se debe hacer (y que es el que hace, por ejemplo, Lipietz en su declaración de rechazo a la ley).

En segundo lugar el uso del “foulard” en una sociedad donde el islamismo es una minoría contribuye a atemperar los elementos coactivos hacia las mujeres. No queremos decir que no existan y que nada de esto nos debe inhibir de defender a cualquier muchacha musulmana que, sintiéndose oprimida, se rebele contra su comunidad. Pero en un caso como el sucedido en Francia con el “foulard” la cuestión de la tolerancia se desplaza y tiene como eje mucho más a la sociedad en su conjunto que a las relaciones internas de la comunidad musulmana. ¿Qué otro significado puede tener el hecho de que para combatir al islam “bárbaro, totalitario y fundamentalista por esencia” la solución adecuada que encontraron los “demócratas y progresistas republicanos es excluir a dos muchachas de un liceo?

En tercer y último lugar, el hecho de plantear que el uso del “foulard” por parte de cualquier chica musulmana que viva en Francia es reaccionario de por sí, “cualquiera que sea la forma en que es vivido por las que lo llevan” tiene una implicancia concreta que es tratar como “subdesarrolladas” a esas chicas. Nada de lo que digan tiene valor porque sus enunciados estarían presos de una especie de “alienación islámica”.

El comunicado afirma más adelante: “...si rechazamos el uso del velo como signo opresivo y distintivo, nos pronunciamos a favor de intentarlo todo, mediante el diálogo, la discusión y la mediación externa para evitar exclusiones que son siempre fracasos pedagógicos”. Este es un diálogo que, como vemos, tiene sus límites ya que solamente puede terminar de una forma: con las chicas musulmanas despertando de su ensoñación fundamentalista y aceptando las bondades de la república laica e ilustrada. Si LO es la variante guerrera y militante de un frente único con Chiriac, Le Pen y la “izquierda plural” contra el “foulard”, la mayoría de la LCR es su vertiente vergonzante y “contenedora”.

Pero las buenas maneras tienen sus límites, parecen creer estos curiosos trotskistas, y en caso de que fracase su lobotomía con frases dulces ellos están preparados y tienen su solución. Allí nos advierten que “cuando nos encontramos ante una voluntad militante de hacer una demostración, de medir la relación de fuerzas, de incitar a otras jóvenes a llevarlo, rechazar algunas clases o contactos físicos, el problema se desplaza y hay un deber de protección de los demás alumnos”

¿Proteger de quién? ¿De sus compañeras de curso cuya religión es musulmana? Es increíble que se afirme semejante cosa. Por otro lado, el redactor del comunicado acepta a las muchachas musulmanas mientras ellas se “civilicen” y cambien sus creencias, pero cuando dejan a la vista “voluntad militante” o intenciones de “medir la relación de fuerza”, dejan de ser seres humanos oprimidos por una religión y se convierten en el foco de la discordia (del cual, naturalmente, hay que proteger a los demás estudiantes).

La declaración de la minoría critica correctamente a este comunicado: “...no se puede apoyar la exclusión de la escuela pública de unas jóvenes por el único motivo del uso del velo –cuando precisamente, los partidarios de la exclusión consideran a esas jóvenes como víctimas. ¿Desde cuando se castiga a las víctimas?” Desde ya sabemos que esta parte del comunicado de la minoría no está polemizando con los compañeros de su organización sino con los partidarios de la ley. Pero la posición “ni velo ni ley” de la mayoría de la LCR comparte una importante porción de los presupuestos de los partidarios de la exclusión (de Chiriac a LO). Ambos creen que las supuestas víctimas del fundamentalismo musulmán no lo son tanto, si no hacen lo que los próceres de la república quieren se convierten de hecho en “partisanas del foulard”. ¿Qué otra cosa está diciendo la mayoría de la LCR cuando se propone proteger a los “demás alumnos”? Su única diferencia con la posición a favor de las exclusiones es que juzga que no es necesaria una ley para obtener los mismos fines. La mayoría es una versión “soft” y pusilánime de los mismos fundamentos que LO expresa con su habitual y tosca frontalidad. Declaran oponerse a “la separación de la sociedad y del mundo del trabajo en fracciones comunitarias hoy distintas, mañana opuestas”, propósito que compartimos pero que creemos imposible de lograr si no se parte de que existe una parte marginada y oprimida y otra que, pese a que la mayoría de sus componentes pertenecen al campo de los explotados, por el solo hecho de no ser inmigrantes se encuentra por encima. La única reconciliación verdaderamente progresista entre los dominados es la lucha por la igualdad y contra las divisiones que el capitalismo busca profundizar y manipular para seguir explotando. Pero esto requiere reconocer como tal la existencia de una opresión adicional sobre los trabajadores inmigrantes, que los convierte en una mixtura entre clase obrera y nacionalidad oprimida.

Una mirada retrospectiva

El conflicto desatado a partir del uso del “foulard”, a pesar del triste papel jugado por las direcciones de la extrema izquierda francesa puede ser útil si sirve para ganar una nueva comprensión de algunos problemas de índole programática que se dan tanto en el centro como en la periferia.

A título de hipótesis creemos que se ha desarrollado en las últimas décadas una nueva forma de cuestión nacional. Los países imperialistas pueden exportar la miseria a la periferia, pero de igual forma la importan. Sus estados aparecen cada vez más como estados heterogéneos (reconociendo aquí una importante diferencia entre EEUU y Europa), obligados por la necesidad a reconocer e integrar minorías, a la vez endógenas y exógenas, pero a las que, paralelamente, deben mantener dominadas y exteriores.

En el marxismo revolucionario recién empieza a haber una conciencia de que estos nuevos problemas llegaron para quedarse. Una primera experiencia interesante es la de la coalición Respect, impulsada por el SWP inglés y que reúne al activismo contra la guerra de Irán, del cual los indopakistaníes que viven en Inglaterra son una parte esencial. Sabemos que el fracaso es una posibilidad que se encuentra implícita en toda empresa humana, pero si contrastamos esto con la manera en que se ha llevado el conflicto del “foulard” pensamos que los revolucionarios de los países imperialistas tienen que trabajar en una dirección parecida a la de la experiencia impulsada por el SWP y desprenderse de los prejuicios que han impregnado la conducta de la LCR y LO.

En los países periféricos tenemos también que actuar tratando de entender a la clase obrera tal como ésta es realmente y no de un modo normativista (en ese sentido el PTS argentino es el mejor ejemplo de los prejuicios que hay que abandonar). Esto no significa que le adjudiquemos carácter obrero a todos los oprimidos. Pero hay que entender que debido a la desindustrialización relativa a que fue sometida la periferia la desestructuración social progresó y redujo al “núcleo duro” de la clase obrera que produce las grandes porciones del plusvalor. De ahí que asistamos a la aparición de movimientos políticos que expresan de una forma más directamente social la lucha de fracciones de la clase obrera tal como esta es de hecho. Fenómenos como los movimientos de desocupados en la Argentina o las formas comunales (vecinales y de trabajadores) de lugares como la ciudad de El Alto son expresivas de esta realidad. Movimientos que además no expresan una realidad de marginación o explotación sino también una densa malla de problemas culturales, étnicos, nacionales o de otro tipo.

Estamos obligados a reflexionar sobre una realidad todavía no muy conocida. Y hacerlo mientras intervenimos políticamente.

>>>> A Socialismo o Barbarie (revista) Nº 17/18

Notas:

[1] Esto está lejos implicar que consideremos “neutral” o en una posición más pasiva a Estados Unidos. Por el contrario, además de la evidencia que constituyen las dos guerras que ha desatado (Afganistán e Irak), su gobierno y su estado constituyen una de las principales usinas mundiales de ideología y política “islamofóbica”. Lo que queríamos destacar simplemente es que, en lo que atañe a su situación interna, la cuestión de la inmigración árabe tiene una incumbencia menor como problema. Incluso podríamos agregar que, al ser para Estados Unidos una cuestión a usar en su política exterior imperialista, su versión de la “islamofobia” tiene pocos matices y variantes. Se reduce a una cuestión de “seguridad nacional”. En Europa, continente pródigo en ideas, la “islamofobia” es más variada y compleja, presentando versiones tanto de izquierda como de derecha, tanto feministas como simplemente xenófobas.

Además existen elementos históricos que intervienen para hacer más conflictivo un tema como este en Europa. Estados Unidos casi no tuvo colonias. Manejó su enorme influencia en el mundo mediante formatos de semicolonialidad o dependencia. Los países europeos, pero especialmente Inglaterra y Francia, tuvieron extensos imperios coloniales, con los cuales mantuvieron lazos con posterioridad a la descolonización.

[2] Remarcamos con énfasis esta palabra debido a que en este debate los defensores de la ley han argumentado que ella no impide a los musulmanes practicar en su ámbito privado los ritos de su creencia religiosa.

[3] Estas referencias, así como otras de este apartado, están tomadas (a menos que haya una cita explícita) del artículo de Sharon Smith “Woman and islam” en “International socialist review” de mayo-junio de 2004.

[4] Por supuesto que aquí hay que diferenciar a los sectores populares que creían honestamente que votar a Chiriac era el camino acertado para combatir a la extrema derecha, de las organizaciones revolucionarias, como la LCR, que se adaptaron a la temperatura ambiente declinando de su responsabilidad política de explicar a esos sectores, con la mayor apertura al diálogo y la mayor flexibilidad táctica, que el voto a Chiriac contra Le Pen era una vía muerta.

[5]Alain Lipietz “Ce que je pense actuellement du debat sur le foulard islamique” consultada en http:// lipietz. Net /

[6] Sharon Smith menciona que uno de sus fundadores rompió con la organización al hacer público esta su apoyo a la ley contra el “foulard”.

[7] Aunque en este tema el status de mayoría y minoría, creemos que, va a adquirir un carácter dinámico. En la última escuela de verano de la LCR, según la información que nos llega de Francia, cerca del 50% de la base de la Liga se oponía a la ley, mientras que en la dirección esa proporción se reducía al 30%.

[8] Citado por Sharon Smith en International Socialist Review mayo-junio, pag. 50.

[9] idem

[10] idem

[11] ver Le Monde Diplomatique (edición francesa) de noviembre del 2003.

[12] La ciudad de Buenos Aires es un buen ejemplo de esto, tanto en lo que se refiere a las migraciones provenientes del interior del país como a las que vienen de países vecinos.

[13] Para una visión de conjunto de ese proceso ver Gilles Kepel “Jihad” pags 286-312.

[14] Resulta importante mencionar que este islamismo político tiene sus antecedentes intelectuales hacia fines de los años 60. Sus representantes principales son el egipcio Qotb, el pakistaní Mawdoudi y, el más célebre de ellos, el iraní Khomeini.

[15] La izquierda iraní de la época estaba formada por varios agrupamientos. El Partido Tudeh (stalinista) que apoyó activamente a Khomeini mientras este fusilaba simultáneamente a militantes obreros y a prostitutas. El stalinismo iraní apoyó al khomeinismo con muchos propagandistas insertos en los medios de comunicación de esos tiempos hasta que dejó de ser útil y muchos de sus militantes fueron encarcelados (por ejemplo su secretario general murió torturado por la policía de Khomeini). El ala izquierda de los primeros tiempos de la revolución, los Modjaidines y los Fedayines (estos últimos muy influenciados por el maoísmo) y que contaban una base popular tan amplia como la de Khomeini) fueron víctimas de su ceguera estratégica. Se dejaron sorprender por la rápida ruptura política llevada a cabo por Khomeini y fueron vencidos casi sin combatir. Entre los grupos trotskistas, el PST (ligado al SU) cometió errores pero mantuvo una conducta medianamente correcta, mientras que el PRT (ligado a Healy y al PRT griego, hoy asociado al PO argentino) apoyó al khomeinismo y, al comienzo del régimen, se negó a defender a los presos de las organizaciones de izquierda que ya habían pasado a la oposición al régimen clerical (especialmente del PST).

[16] El movimiento político que dirigió la lucha por la independencia de Argelia.

[17] Aclaremos que el FIS es un movimiento completamente reaccionario, aunque haya expresado o, más bien canalizado el descontento y la furia de sectores oprimidos de la sociedad argelina. Su dirección no solo es burguesa sino que algunos de sus dirigentes públicos vienen de la delincuencia. Ha organizado ataques contra tendencias obreras y de izquierda.

[18] Kepel le da carácter de “testamento político”.

[19] Es la denominación en inglés de la Comunidad británica de naciones, una suerte de “entente cordial” que los ingleses llevaron a cabo después de la desmantelación de su imperio colonial en los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial.

[20] De ningún modo estamos haciendo la apología del modo inglés de proceder que, quizás comparado con el neto racismo de los alemanes, pueda parecer menos indigerible. No hay que pasar por alto que este modo de integración refuerza la autoridad de los dirigentes religiosos sobre la comunidad, lo cual pese a que encierre una serie de contradicciones, es de conjunto poco democrático.

[21] Alain Lipietz refiere el ascenso del integrismo islámico a una serie de situaciones que “terminaron por hacer aparecer la modernización y el “progresismo” como agresiones extranjeras”. Lipietz refiere esto al desarrollo de la taylorización primitiva o al fordismo periférico. Pero lo que hace que su observación sea fina y merecedora de interés es el hecho de que no culpabiliza a los pueblos árabes por desarrollar estos sentimientos o puntos de vista sino que lo integra dentro de un proceso histórico  que toma a la economía mundial como punto de partida. Es una visión aguda y verdaderamente progresista que se distingue de la mayoría de la intelectualidad francesa que, en nombre de los aspectos reaccionarios de las visiones no-universalistas, ha pasado a asumir que el único universalismo posible es el que representa la internacionalización del capital, y especialmente el imperialismo de su “madre-patria”.

[22] M. Wierworka, en la compilación “L’avenir de l’islam en France et en Europe” (Paris 2003).

[23] F. Gaspard y F. Khosrokhavar “Le foulard et la republique” (Ed. La Decouvert, 1995) citado por Antoine Boulangé en “International Socialism” 102 spring 2004.

[24] Alain Gresh “A propósito de la islamofobia” en “Le Monde Diplomatique” (1/3/04)

[25] idem.

[26] Y, en términos históricos más generales, el desarrollo capitalista actual.

[27] Alain Gresh, idem.

[28] La única excepción que conocemos a esto fue la del escritorzuelo Michel Houellebecq que definió al islam como “la religión más boluda” y después tuvo que pedir disculpas. Sin embargo no hay que darle a este acto de “humildad” un alcance más extenso del que tiene. En el caso de Houellebecq la agresión había sido tan gratuita que era difícil sostenerla con legitimidad. Además su “acto de contrición” prestaba un servicio a la ideología republicano-imperialista, permitiendo mostrarse tolerante, con esa particular manera autoindulgente y apologética con que le gusta adornarse a la Francia burguesa.

[29] Citado por Jean Robelin en “Las nuevas configuraciones actuales de la política” editado en “Actuel Marx-Ediciones SRL”.

[30] Esto no quiere decir que metidos en una lucha política concreta los socialistas revolucionarios tengamos vedado el recurrir coyunturalmente a los valores republicanos que, como tales y tomados aisladamente de su articulación burguesa, pueden ser utilizados de manera contra-hegemónica. Pero lo que debemos tener en cuenta es que cuando recurrimos a ellos estamos tomando armas del arsenal de nuestro enemigo de clase. Otra postura nos llevaría a tomar esos valores republicanos como algo propio, a pensar como “ciudadanos de la república”, cuando en verdad son una suerte de “presente griego” que lleva escondido el veneno de la colaboración de clases.

[31] Historiadora del psicoanálisis y redactora de múltiples columnas de opinión en medios de comunicación. Escribió una historia del psicoanálisis en Francia, “La batalla de cien años”, una biografía sobre Jacques Lacan y algunos trabajos sobre emancipación femenina y política. El reportaje citado fue hecho en Buenos Aires y publicado por el diario Página /12 el 16/5/04. Contiene una de las escasísmas menciones al problema del “foulard” en la prensa argentina, fascinada y dedicada full time a las vicisitudes de su aldea y tan reacia constitutivamente a referirse a lo que pasa en el resto del mundo, a excepción de lo que no tiene más remedio que enterarse (elecciones en EEUU, el FMI, los países más próximos, etc)

[32] Simone Weil, en su obra “Raíces del existir”, reflexionó agudamente, no sobre algo tan general como la tradición centralista francesa, sino sobre la continuidad en las prácticas expropiatorias de la autonomía popular que se dan, sin interrupción, entre el estado absolutista y el moderno estado burgués.

[33] A la cual, insistimos, la tomamos como ejemplo o, también, como síntoma que deja a la vista los mecanismos de la ideología republicano-imperialista.

[34] Decir esto no implica que los socialistas eximamos de responsabilidad al estado burgués respecto a proveer de educación a la población trabajadora (aunque no dejemos de alertar sobre las limitaciones intrínsecas de la determinación capitalista que tendrá, necesariamente, esa enseñanza).

[35] Sobre este aspecto poco conocido del laicismo nos han sido útiles el artículo “Qu’est-ce la laïcité” de Hassan Berber en el libro “Islamisme et revolution” (1995) publicado por Socialisme International (grupo francés ligado a la IST) así como el artículo “Marxismo y educación”, una elaboración colectiva publicada en el nº5 de Debate Marxista.

[36] Sobre esto ver el ya citado “Islamisme et revolution” pag. 85.

[37] Y también conviene recordar que todas han sido igualmente homofóbicas.

[38] Alain Lipietz en el texto, ya citado, donde fundamenta su oposición a la ley plantea que, en un contexto como en el que se desarrolla el asunto del “foulard”, el significado del uso de esa prenda puede revestir significados diferente. Para los imanes, padres, hermanos y futuros maridos puede significar la sumisión de la mujer, pero para algunas muchachas puede ser la manera de decir otros mensajes. Lipietz sugiere que el uso del “foulard” también podría querer decir: “árabe, musulmana y orgullosa de serlo” o “manos quietas” o, para las más politizadas “no logo”.

[39] “Femmes immigrees et issues de l’immigration” Fich nº5.

[40] Citado por Sharon Smith en el artículo antes citado en International Socialist Review mayo-junio de 2004.

[41] Dejamos abierta la muy opinable discusión sobre si la emancipación femenina solamente puede ser producto de la emancipación humana más general (la revolución socialista) o si puede obtenerse, totalmente o por lo menos en gran parte, sin ese cambio. Lo que nos resulta indiscutible es que las fuerzas de la reacción pueden verse obligadas a aceptar este tipo de cambios progresistas, pero de ningún modo es su política el impulsarlos.

[42] Où en est la cause des femmes. Exposición en el Círculo León Trotsky (10/11/95)

[43] Lutte Ouvrière nº 1833 (19/9/03)

[44] Lutte Ouvrière nº 1827 (8/8/03)

[45] Lutte Ouvrière nº 1846 (19/12/03)

[46] En relación a esto ver artículo en Lutte de Classe nº 70 (janvier-fevrier 2003)

[47] Lutte Ouvrière nº 1827 (8/8/03)

[48] idem.

[49] Lutte Ouvrière nº 1834 (26/9/03)

[50] Como aparece relatado en el artículo de Antoine Boulangé ya citado (International Socialism 102 spring 2004)

[51] Lutte Ouvrière nº 1846 (19/12/03)

[52] En 1922, durante la época heroica de la Tercera Internacional, un grupo de los miembros argelinos del PCF (la sección de Sidi-bel-Abbes) dirigió una carta a Frossard (en ese momento secretario general del partido) en la que se opone al llamamiento a la insurrección en el norte del África francesa. Su planteo consistía en que “la liberación del proletariado nativo de África del Norte solo será el fruto de la revolución metropolitana y que el mejor medio de ayudar...a todo movimiento liberador en nuestra colonia no consiste en “abandonar” a esta colonia, como se afirma en la octava condición de adhesión a la III Internacional, sino por el contrario, de permanecer en ella, siendo tarea del partido multiplicar la propaganda de adhesión al sindicalismo, al comunismo y al cooperativismo, a fin de crear en todo el país un estado de ánimo y una estructura social, que puedan, quizás, cuando el comunismo triunfe en Francia, facilitar su establecimiento en África del Norte”. Este curioso documento forma parte del dossier del libro “El marxismo y Asia” de Stuart Schram y Hélène Carrère D’Encausse (ed. Siglo XXI, 1974). A riesgo de aburrir al lector creemos pertinente citar un trozo previo a lo anterior, ya que deja a la vista las constantes de esta izquierda que le capitula a su propio imperialismo. En los considerandos de esta resolución se decía: 1. Que la población de nativos de África del Norte está compuesta en su mayor parte por árabes refractarios a la evolución económica, social, intelectual y moral indispensables a los individuos para formar un estado autónomo capaz de lograr la perfección comunista. 2. Que los musulmanes niegan la instrucción a las mujeres...”. Como se ve la actitud de LO tiene sus precursores. El islamismo como pretexto para capitular ante el propio imperialismo. No creemos que sea necesario referirse a la oposición de la izquierda francesa a la independencia de sus colonias ¡en nombre de la lucha contra los nazis! Es un problema que parece tener hondas raíces.

[53] Lutte Ouvrière nº 1847 (26/12/03)

[54] Ambas declaraciones fueron publicadas por la revista Viento Sur. Todas las citas de este apartado provienen de allí.

[55] Creemos que la declaración de la mayoría y de la minoría comparten un criterio esencialista respecto al uso del “foulard”

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