Revolución y socialismo
en el siglo XXI

 

Para luchar por la recomposición del marxismo revolucionario

Es necesaria una nueva corriente internacional

Socialismo o Barbarie (revista), Nº 17/18, noviembre 2004 

I

Con la caída del Muro de Berlín, las transformaciones del capitalismo conocidas bajo el nombre inexacto de «globalización» y las luchas políticas y sociales de comienzo del siglo XXI, se ha ido abriendo un nuevo ciclo histórico de la lucha de clases mundial, y que configura también un nuevo ciclo en la experiencia de la vanguardia y de las corrientes revolucionarias (en su gran mayoría provenientes del movimiento trotskista).

Así, en el presente ciclo se ha abierto un proceso de recomposición del movimiento obrero y los movimientos sociales, y por lo tanto, de los revolucionarios.

II

Hablamos de nuevo ciclo histórico porque las coordenadas de la lucha de clases mundial han cambiado en relación a la primera y la segunda mitad del siglo XX.

Creemos que en los últimos cien años podemos identificar tres ciclos históricos mundiales de la lucha de clases:

1) Desde la Primera Guerra Mundial de 1914-18 y la Revolución Rusa de 1917 hasta la Segunda Guerra Mundial de 1939-45.

2) Todo el período de la segunda posguerra hasta la caída del Muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética (1989-1991).

3) El ciclo actual, a partir de la caída del Muro de Berlín, el avance de la mundialización del capital y los procesos de lucha y resistencia en curso.

III

Este nuevo ciclo se ha venido configurando alrededor de coordenadas políticas, sociales y económicas distintas a las que caracterizaron la primera y la segunda mitad del siglo XX.

Generalmente, en la actualidad, la irrupción de movimientos de lucha se presenta combinada con fuertes elementos de democracia de base. Pero la generalidad de estos movimientos son aún híbridos desde el punto de vista de clase y están marcados por la continuidad de una crisis de subjetividad y de la alternativa socialista al capitalismo. Estos rasgos y problemas tienen que ver en gran medida con las consecuencias contradictorias heredadas de los procesos políticos, económicos y sociales del siglo XX, tras la caída del Muro de Berlín.

Por un lado, el derrumbe del fraudulento «socialismo» burocrático alimentó, entre las masas y en sectores importantes de la vanguardia, la falsa idea del «fracaso del socialismo» o, por lo menos, de la imposibilidad de ir más allá de los límites del capitalismo en el actual período histórico.

Esta crisis de la alternativa socialista al capitalismo sigue influyendo negativamente en varios sentidos. Ella explica la paradoja de que en una etapa en que el capitalismo no puede ni quiere otorgar concesiones importantes (especialmente en los países de la periferia), existen sin embargo fuertes corrientes reformistas, nuevas y viejas. Y, ante los desastres sociales, las diversas variantes de «antineoliberalismo» tienen éxito en vender la fábula de «otro capitalismo» mejor y más humano.

Esta crisis de la alternativa socialista ha influido poderosamente para contener y sectorializar las luchas en general y tratar de que no se profundicen en un sentido de clase y anticapitalista, y, especialmente, para impedir que las grandes rebeliones que han marcado los inicios del siglo XXI se transformen en auténticas revoluciones; es decir, que adquieran una dinámica conscientemente obrera y socialista, de combate por el poder.

IV

El correlato social de estos problemas políticos es el mencionado carácter socialmente «híbrido» y confuso de muchos de estos movimientos, luchas y rebeliones, porque no es aún la clase obrera (especialmente la que tiene trabajo) la que está en el centro de estos procesos.

El capitalismo globalizado ha extendido como nunca y a escala mundial el sistema del trabajo asalariado. Pero genera, simultáneamente, una clase trabajadora más heterogénea y fragmentada, junto a enormes sectores de desempleados y/o excluidos. Al mismo tiempo, estas transformaciones estructurales se han combinado con la crisis ideológica y política de los movimientos obreros heredados del siglo pasado, y con el paso total de sus burocracias al campo del capitalismo, que terminó de consumarse tras la caída del Muro.

Sin embargo, es un hecho que el capitalismo sigue estructuralmente asentado en la explotación de la clase trabajadora asalariada, que continúa siendo la única fuente de plusvalía. Y es un hecho también que, al mismo tiempo que destruye ramas completas de la economía (e incluso países enteros) y genera el fenómeno tremendo del desempleo de masas, el desarrollo contradictorio de la fuerzas productivas genera otros grandes batallones de la misma clase trabajadora (como es el caso de China, India, etc), así como crea nuevas ramas de la producción en otros tantos países. Estos batallones son el componente fundamental de la nueva clase trabajadora que irrumpe a comienzos del siglo XXI, que deberá tomar a su cargo la tarea de lograr la unidad de las filas obreras mediante una estrategia de unidad de clase que le permita, a la vez, disputar la hegemonía sobre el resto de los sectores explotados y oprimidos.

V

Este cambio histórico trajo también consecuencias ampliamente positivas, que con más retardo hoy comienzan a desplegarse. Las luchas y movimientos traen consigo fuertes impulsos a la democracia desde abajo y de rechazo a las tutelas burocráticas que encuadraron los procesos del siglo pasado.

La bancarrota del estalinismo como aparato mundial ha dejado el terreno cualitativamente más despejado al marxismo revolucionario. Hoy, aunque no constituya partidos con influencia de masas y su peso se dé esencialmente en la vanguardia, el marxismo revolucionario ha dejado de ser marginal, en el sentido en que lo era cuando los movimientos obreros y sociales estaban rodeados de murallas burocráticas casi impenetrables.

Todos estos cambios y factores, luchas sociales y experiencias políticas, sumados a la necesidad de hacer frente a un capitalismo que engendra situaciones cada vez más insoportables, genera en muchos países procesos de recomposición dentro de la clase trabajadora y las masas populares, de los movimientos obreros y sociales, que se manifiestan inicialmente sobre todo como procesos en la vanguardia.

VI

Este proceso de recomposición también ha relanzado el debate estratégico en el ámbito de la vanguardia. Ha puesto nuevamente sobre la mesa las siguientes cuestiones: el debate sobre reforma o revolución; el problema del poder de los trabajadores; el de la centralidad de la clase obrera en la transformación social y sus relaciones con otros sectores explotados y oprimidos; el de la construcción de partidos y/o movimientos y de sus relaciones mutuas; el problema de la hegemonía; el balance de las revoluciones del siglo XX, etc.

Esa problemática teórica y política y de estrategia revolucionaria vuelve a desarrollarse en el seno de la vanguardia ante la necesidad de dar respuestas en una situación en la que, por un lado, se vuelven a poner sobre la mesa muchas de las cuestiones clásicas de la estrategia revolucionaria, y, por el otro, esto se da en un contexto y condiciones que exigen una renovación y actualización del marxismo revolucionario de cara al siglo XXI.

VII

En las condiciones de este nuevo ciclo histórico, estamos en un momento preparatorio y/o transitorio de la lucha de clases internacional, uno de cuyos rasgos fundamentales es precisamente el inicio de esos procesos de recomposición, marcados por fenómenos «híbridos» en su carácter de clase, pero que constituyen progresos políticos sobre todo a nivel de la vanguardia. Esto asume formas muy diferentes y desiguales en los países y regiones, y se encuentra muy relacionado con las luchas y/o las experiencias políticas de las masas y la vanguardia.

Estos procesos de lucha y resistencia han tenido como principales puntos de referencia a los movimientos llamados «altermundistas» o «antiglobalización» (con centro de gravedad en Europa), luego a los movimientos contra la guerra en esas mismas regiones, y en América Latina, a rebeliones como las de Ecuador, Argentina y Bolivia y a diversos «movimientos sociales» y de trabajadores, que puede decirse que constituyen las «primeras revoluciones» del siglo XXI.

Aunque en forma muy desigual, se ha verificado una intervención militante y un peso de las corrientes marxistas revolucionarias en la vanguardia de esos procesos europeos y latinoamericanos.

En Europa, un ejemplo ha sido el rol jugado por el SWP del Reino Unido en la conformación del movimiento antiguerra. En América Latina, el principal ejemplo es quizá el peso del trostkismo en la vanguardia del Argentinazo, especialmente entre los movimientos de desocupados (piqueteros), así como en el movimiento de fabricas recuperadas. Y, últimamente, en los núcleos de oposición antiburocrática en sectores de trabajadores ocupados, cuya experiencia mas importante hoy es la que encarna el Cuerpo de Delegados del Subte (metro) y el impulso de la campaña por la jornada de 6 horas. Incluso en un país como Brasil, donde no se han producido aún rebeliones como las mencionadas ni tampoco un gran ascenso de las luchas obreras y populares, distintas corrientes del trotskismo tienen una importancia fundamental en los procesos de recomposición política y sindical que se han iniciado a la izquierda del PT y la CUT. En Venezuela, donde se desarrolla la experiencia peculiar de reeditar el nacionalismo burgués en las condiciones de globalización capitalista, la casi totalidad de los marxistas revolucionarios, como el resto de la izquierda, se ha subordinado políticamente a Chávez. En este marco, a nivel sindical, dirigentes obreros que se reivindican de la tradición del trotskismo han tenido un rol fundamental en la formación de una nueva central sindical.

La invasión de Iraq dio origen, por un lado, a un gran movimiento contra la guerra, principalmente en Europa y EEUU, y, por el otro, a una rebelión nacional contra la ocupación imperialista. Como dijimos, el trotskismo ha jugado también un gran papel en la vanguardia del movimiento antiguerra, aunque no en la resistencia iraquí. Por diversos motivos, que se remontan al siglo pasado, el marxismo revolucionario nunca pudo lograr una acumulación mínima en los países árabes de esa región.

Pero, más allá de esta importante desigualdad, el hecho es que las corrientes marxistas revolucionarias hoy tienen una ubicación que no es la de la marginalidad en que generalmente estuvieron durante la mayor parte del siglo XX.

Estamos, entonces, en un nuevo terreno más favorable. Pero al mismo tiempo, esto nos plantea crecientes responsabilidades políticas y mayores exigencias.

VIII

Los grandes cambios de este nuevo ciclo histórico y los procesos de recomposición que se presentan en los movimientos obreros y sociales han planteado también el comienzo y al mismo tiempo la necesidad de una recomposición del marxismo revolucionario.

Se trata de la apertura también de un nuevo ciclo en las corrientes revolucionarias. Esto es lo que explica los elementos de crisis y rupturas, de búsqueda y de reagrupamiento de las corrientes, que se han venido sucediendo.

En los dos textos que siguen a este artículo, hemos tratado de hacer un análisis y un balance de los problemas teóricos y políticos que plantearon al movimiento trotskista las revoluciones de la segunda mitad del siglo pasado, y que determinaron las diferentes corrientes en que se canalizó el marxismo revolucionario. El nuevo período histórico ha determinado un escenario profundamente distinto.

Por un lado, las diferencias que marcaron esas divisiones hoy pueden reexaminarse bajo una nueva luz. Por el otro, la lucha de clases en este nuevo ciclo genera también nuevos problemas teóricos, políticos y programáticos, que apuntan hacia delimitaciones distintas de las que se configuraron en la posguerra.

Este proceso de recomposición del marxismo revolucionario no es sin embargo rápido ni fácil. Presenta una variedad de dificultades y obstáculos.

Están, por ejemplo, los problemas en el terreno de los que ven como posible y necesaria una recomposición. Allí, las dificultades van desde una concepción de la recomposición como establecimiento de relaciones diplomáticas entre las corrientes hasta la existencia de sectores que, en una deriva oportunista, han borrado las fronteras políticas y de clase con el «antineoliberalismo» que sólo postula otro capitalismo más humano.

No menores son los problemas que se presentan entre las organizaciones sectarias con fuerzas en algún país y con pequeños grupos afines en otras latitudes, que se consideran los «únicos marxistas revolucionarios» del planeta y que caracterizan al resto como «centristas» más o menos degenerados o directamente contrarrevolucionarios. Pero es evidente que el problema de la recomposición del marxismo revolucionario no se puede reducir al simple expediente del crecimiento numérico de la propia «Internacional» y a la descalificación de las demás corrientes. Ese camino no puede conducir a ningún lado.

Sin embargo, pese a sus dificultades, el proceso está abierto y hay condiciones para llevarlo adelante, sobre todo si el desarrollo de la lucha de clases influencia positivamente. Pensamos que esto obliga (en cada caso) a hacer «el análisis concreto de la situación concreta», esto es, proceder metodológicamente mediante el análisis de cada corriente que se reivindica socialista revolucionaria, así como precisando el sentido general de su evolución. Porque grandes acontecimientos de la lucha de clases pueden influir sobre ellas (o parte de ellas) para modificarlas en un sentido progresivo (o regresivo).

Asimismo, creemos que un genuino proceso de recomposición no puede ser «eurocéntrico» (o más concretamente, anglo-francés), sino que, por el contrario, debe ser una confluencia desde las distintas regiones del mundo donde el marxismo revolucionario tiene un peso objetivo en la vanguardia, como es el caso, además de Europa, sobre todo del Cono Sur de América Latina.

IX

Por todas estas razones, para pelear e intervenir en este proceso de recomposición del marxismo revolucionario, creemos necesaria la constitución de una nueva corriente internacional.

En este sentido, la constitución de una corriente a partir de militantes de Argentina, Brasil y Bolivia tiene también el objetivo de aportar a la recomposición internacional nuestras experiencias en tres procesos de importancia para los revolucionarios del siglo XXI: el Argentinazo de diciembre del 2001, la rebelión de octubre de 2003 en Bolivia y los reagrupamientos políticos y sindicales de la vanguardia brasileña tras el fin de la «era PT».

Nos ubicamos en un punto de vista que combina dos determinaciones en el terreno teórico, político y de programa. Por un lado, la de recuperar los elementos clásicos de la tradición revolucionaria, principalmente del leninismo y el trotskismo. Por el otro, la de impulsar la necesaria renovación y reelaboración del marxismo revolucionario a partir de las experiencias de la lucha de clases del siglo XX y de las transformaciones de este nuevo período histórico.

Como puntos principales del perfil de esta nueva corriente internacional, proponemos los que desarrolamos a continuación.

X

Socialismo o barbarie capitalista.

El sistema capitalista mundial ha entrado en una fase histórica cada vez más degenerativa. En el actual sistema económico-social, el desarrollo de las fuerzas productivas tiende a convertirse en su contrario, en fuerzas destructivas que están poniendo cada vez más en peligro la supervivencia de la humanidad y hasta de la misma naturaleza, aunque al mismo tiempo tiende también a crear, en determinados países y ramas de la producción, la nueva clase trabajadora que pueda ser  la sepulturera de este sistema cada vez más bárbaro.

El socialismo es la única alternativa posible a la creciente barbarie capitalista, que amenaza destruirlo todo. Afirmamos que la única salida para la humanidad es el derrocamiento de todo el orden social existente, para iniciar la transición a un nuevo sistema mundial, un sistema socialista, sin explotadores ni explotados.

Pero aquí enfrentamos un serio problema. Como ya señalamos, la burocratización de las grandes revoluciones del siglo XX, en primer lugar de la revolución rusa, y finalmente el desastroso derrumbe de la ex URSS y la conversión de la burocracia de China al capitalismo fueron celebrados por la burguesía como el fracaso histórico del socialismo, pero también impactó en la conciencia de las masas. Millones de trabajadores y explotados tomaron la bancarrota del falso «socialismo» de los burócratas estalinistas como la imposibilidad de establecer otro sistema social distinto del capitalismo.

Este fenómeno, que hemos definido como de «crisis de la alternativa socialista al capitalismo», es el problema ideológico y político más grave que enfrentamos, y tiñe el conjunto de los procesos revolucionarios, los movimientos sociales y las grandes luchas del presente. Arrecian el descontento, las críticas y especialmente las luchas que enfrentan al capitalismo. Pero aún la mayoría no tiene claro un proyecto alternativo de con qué reemplazarlo. Le es difícil ver más allá del horizonte del capitalismo.

Sin embargo, contradictoriamente, el derrumbe de las falsas caricaturas burocráticas, por un lado, y las calamidades del capitalismo y las luchas contra ellas, por el otro, abrieron al fin la posibilidad de reconstruir una perspectiva socialista auténtica, de relanzar la lucha por el socialismo. Aprendiendo de las duras lecciones del siglo XX, hay cada vez mejores condiciones para luchar por la democracia directa, desde abajo, de los trabajadores y las masas, por su autodeterminación y autoorganización por intermedio de sus organismos, programas y partidos. Así, el relanzamiento del combate por el socialismo se plantea como lo opuesto a las repugnantes caricaturas burocráticas que frustraron las revoluciones del siglo XX. O sea, retomar la lucha por el socialismo como construcción libre, consciente y autodeterminada de los trabajadores y las masas populares.

XI

Revolución o reformismo sin reformas.

Rechazamos de plano la falsedad de que el presente capitalismo «salvaje» y «neoliberal» puede ser reformado, y que sería posible «otro capitalismo», más «humano» y «civilizado». Sobre esta base, pensamos que las corrientes marxistas revolucionarias debemos delimitarnos con absoluta claridad de todas las corrientes políticas y/o intelectuales que se dicen «antineoliberales», pero no anticapitalistas ni menos aún socialistas. Una cosa es la eventual unidad de acción por puntos específicos –deuda del Tercer Mundo, oposición a la guerra imperialista, etc.–; otra, la adaptación permanente a ellas y a su discurso de que «otro mundo es posible», dándose por sobreentendido que es posible otro capitalismo.

Como ya señalamos, el final del falso «socialismo» burocrático en la ex URSS fue usado por la burguesía mundial para convencer a millones de trabajadores que no es posible ir más allá del capitalismo. Esta crisis de la alternativa socialista al capitalismo ha sido aprovechada por las corrientes reformistas, que se dicen «antineoliberales» y que prometen un capitalismo «humanizado». Esta es la ideología y el programa de los dirigentes del Foro Social Mundial, que se presentan como «antiliberales» pero nunca como anticapitalistas.

El máximo ejemplo de este nuevo reformismo ha sido el PT de Lula. Pero, con Lula presidente, se acabó la verborrea «antiliberal». Brasil es un test de alcances mundiales, donde el reformismo «antineoliberal» ha demostrado ser un fraude. Bajo las órdenes del FMI y la burguesía brasileña, el PT administra fielmente el capitalismo neoliberal y salvaje. No ha efectuado ninguna reforma en beneficio de los trabajadores, que están cada vez peor, y por el contrario ha profundizado su curso antiobrero. Es el «reformismo sin reformas», porque hoy el capitalismo no está en condiciones de hacer concesiones importantes, más allá de algunas limosnas para atenuar el hambre... y las protestas de los hambrientos.

Una de las peores consecuencias de esta capitulación al (falso) reformismo «antineoliberal» es que una corriente del trotskismo –Democracia Socialista– participa con un ministro en el gobierno Lula. Esta traición incalificable pretende ser «barrida bajo la alfombra» por los dirigentes del SU de la IV Internacional y de la LCR francesa. Repudiar categóricamente el «ministerialismo» como una traición nos parece una condición imprescindible para que pueda avanzarse en la recomposición internacional del marxismo revolucionario.

XII

O la «democracia» de los ricos o el poder para los trabajadores.

Con el dogma de que no se puede ir más allá del capitalismo, se  ha infundido también en este nuevo ciclo histórico la idea de que no puede haber régimen político superior a la «democracia» (burguesa). Pero luego de más de dos décadas de esa falsa «democracia» en América Latina, las masas trabajadoras y los pobres estamos peor que nunca. Y hasta en los mismos países imperialistas de Europa, EEUU y Japón, la «democracia» de los ricos sólo ha servido para ir recortando conquistas históricas de la clase obrera. La conclusión es que las masas trabajadoras no pueden mejorar su situación, ni menos aún lograr un cambio social radical, si no toman y ejercen el poder por intermedio de sus organismos, partidos y programas.

Una larga experiencia –ratificada una vez más por la estafa de Lula en Brasil– pone en evidencia los tramposos mecanismos de la «democracia» de los ricos, que en los países latinoamericanos es además una «democracia» colonial donde los que mandan son en primer lugar el FMI, las multinacionales y la embajada de EEUU.

Sólo tomando y ejerciendo el poder, a través de sus organismos democráticos de masas y sus partidos, los trabajadores podrán imponer las medidas anticapitalistas imprescindibles para satisfacer sus necesidades. Por ese motivo, en todos los procesos de lucha y, en especial, en los revolucionarios, nuestra preocupación fundamental es que las masas desarrollen sus propios organismos de lucha, independientes del estado burgués, a partir de los cuales podrán erigir un poder propio.

Por los mismos motivos, también nos distinguimos tajantemente del llamado «autonomismo». Estas corrientes de moda en Europa y América Latina, aunque suelen presentarse como revolucionarias y a veces encabezan luchas importantes, sostienen que es posible «cambiar al mundo sin tomar el poder» (y sin construir partidos revolucionarios de la clase obrera). Como salida, proponen construir, en los márgenes de la sociedad capitalista y sus Estados, especies de «islas» o «microsociedades», donde supuestamente se superarían la explotación y la opresión, y que, en estas condiciones, terminan siendo nuevos ámbitos de administración de la miseria. El zapatismo mexicano es uno de los prototipos mundiales de esta corriente.

Rechazamos la utopía reaccionaria de que se pueda «cambiar al mundo», al mismo tiempo que se deja en manos del gran capital la propiedad de las principales fábricas y tierras, y el poder político del Estado. Con Lenin, afirmamos: «fuera del poder, todo es ilusión».

XIII

Estamos en la primera fila de las luchas contra el imperialismo y la recolonización de América Latina, pero planteamos la total independencia respecto a los movimientos nacionalistas como el de Chávez.

Parte fundamental del curso degenerativo y destructivo del capitalismo mundial es la catástrofe económico-social de la periferia, donde vive el 85% de la humanidad. América Latina comparte este desastre. Para mejor exportar su crisis, el imperialismo quiere profundizar el sometimiento semicolonial de los países latinoamericanos. Ya no le basta que el FMI, las multinacionales y las embajadas de los países imperialistas, en especial de EEUU, actúen como otros tantos superpoderes. Ahora, con el ALCA, EEUU pretende dar un salto cualitativo en la colonización.

En esa situación, el combate antiimperialista (como la defensa del gas por el heroico pueblo boliviano) asume una importancia fundamental. El no pago de las deudas externas, la ruptura con el FMI, el rechazo al ALCA, la expropiación de multinacionales y bancos, la oposición al Plan Colombia y a la presencia militar de EEUU son otros tantos puntos de lucha.

Al mismo tiempo, con la misma claridad, decimos que, para librar una lucha consecuente contra el imperialismo y que vaya hasta el final, no podemos depositar la menor confianza en los movimientos nacionalistas burgueses o pequeñoburgueses. La experiencia latinoamericana y mundial de un siglo de estos movimientos nos dice que tarde o temprano todos terminaron capitulando y volviéndose contra los trabajadores que los apoyaron.

La presión colonizadora del imperialismo, por un lado, y de la resistencia de las masas, por el otro, ha generado en Venezuela una reedición de los movimientos nacionalistas que en el siglo XX dominaron la escena de muchos países del Tercer Mundo. Pero Chávez y su «revolución bolivariana» son una pálida imitación de ellos, que no ha llegado a tomar medidas radicales como las de Cárdenas en México, Perón en Argentina, Nasser en Egipto o Velasco Alvarado en Perú. Sin embargo, tanto EEUU como la burguesía vendepatria de Venezuela desean sacárselo de encima. En esa situación estamos incondicionalmente junto a las masas obreras populares de Venezuela contra los intentos golpistas de la burguesía y el imperialismo, y por la unidad de acción para derrotarlos. Pero, a la vez, planteamos no depositar la menor confianza en Chávez y organizarse en forma totalmente independiente del «chavismo».

XIV

Defendemos incondicionalmente el derecho a la autodeterminación de los pueblos originarios del continente, pero no compartimos la ideología ni la política de las corrientes llamadas «indigenistas».

Las actuales atrocidades del capitalismo y la dominación imperialista en el continente se combinan con las atrocidades antiguas pero aún presentes, heredadas de la conquista y colonización de América. Son las consecuencias, que siguen vigentes, del mayor genocidio de la historia. La etapa de la Independencia no solucionó la situación de los pueblos originarios. Bolivia, Perú, Ecuador, Guatemala, etc., con numerosa población originaria, no sólo devinieron en estados burgueses y semicoloniales, sino que también se constituyeron en mayor o menor medida como estados de blancos, donde sobrevivieron en diverso grado las normas de discriminación y hasta de apartheid. El capitalismo aprovechó esto para explotar por encima de lo «normal» a los originarios, convertidos en obreros o campesinos. Al mismo tiempo, los estados ejercieron fuertes presiones para liquidar sus lenguas, culturas y memoria histórica, cuando no los masacraron directamente como en EEUU y Argentina.

Defendemos, entonces, incondicionalmente, el derecho a la autodeterminación de los pueblos originarios, lo que incluye, si así lo desean, el derecho a constituir su propio estado en las regiones y países donde son mayoría. Luchamos, asimismo, contra todas las formas de racismo, discriminación y apartheid en todo el continente.

Para estas luchas, planteamos la más amplia unidad de acción, incluyendo en primer lugar a las corrientes «indigenistas». Pero, al mismo tiempo, aclaramos que no compartimos ni su ideología ni su política general. Estas corrientes suelen basarse en la falsa contraposición de «clase o raza». Con esta simplificación, dejan de lado que en su inmensa mayoría los originarios son obreros o campesinos, explotados como sus hermanos de otras etnias. La reciente experiencia de la insurrección de El Alto, en Bolivia, demostró, por el contrario, que clase y etnia no se contrapusieron sino que se fusionaron en la misma lucha, y que la propia ciudad no es otra cosa que una enorme “comuna de trabajadores”.

Pero el nudo de la cuestión es que las justas reivindicaciones de los pueblos originarios son irrealizables bajo el actual sistema de capitalismo semicolonial. Sólo como parte de un proceso revolucionario que liquide este sistema y sus estados mediante una nueva alianza obrera, originaria, campesina y popular, se podrán satisfacer plenamente las reivindicaciones de los originarios. Las corrientes «indigenistas», al separar esas demandas de la lucha global anticapitalista, las llevan a un callejón sin salida.

XV

Estamos por la centralidad de la clase trabajadora como sujeto imprescindible para lograr un cambio revolucionario de la sociedad.

Junto con el padrenuestro del «fracaso del socialismo» y el credo en la «sagrada democracia» (de los ricos), la burguesía mundial se ha empeñado también en esfumar de las luchas sociales y políticas a la clase trabajadora en general y a sus sectores obreros en particular. Trata, incluso, de que la clase trabajadora se haga «invisible» como clase productiva fundamental, mediante la muletilla del «adiós al proletariado».

Tomándose de hechos ciertos y contradictorios –los cambios materiales en la misma clase trabajadora, la conversión en asalariados de amplios sectores sociales, el crecimiento inaudito del desempleo, las graves derrotas de los 80 y 90, con retrocesos en combatividad y conciencia de clase, la positiva irrupción en las luchas sociales de otros sectores y movimientos–, nos quieren embaucar con las fábulas sobre «el fin del trabajo», la era «post-industrial» y una «sociedad civil» que ya no se dividiría en clases antagónicas, sino en un arco iris de «identidades», «multitudes» y «nuevos sujetos sociales».

Pero el mundo sigue funcionando más que nunca en base a la explotación del trabajo por el capital para poder valorizarse; es decir, la extracción de plusvalía de los trabajadores por los capitalistas. Y el desarrollo contradictorio de las fuerzas productivas, así como destruye sectores enteros, al mismo tiempo ha creado nuevos batallones proletarios y nuevas ramas de la producción en los que emerge una nueva clase trabajadora.

Las legítimas reivindicaciones sectoriales –desde los distintos sectores de obreros y empleados, ocupados o desempleados, hasta los campesinos y los pueblos originarios– sólo podrán lograrse plenamente en una lucha de conjunto (y no sectorial) contra el capitalismo y la dominación imperialista donde se afirme una estrategia de unidad de clase de los trabajadores (con centro en los ocupados) arrastrando tras de sí y hegemonizando al resto de los sectores explotados y oprimidos. En esto la clase trabajadora –la clase productora por excelencia– reafirma su rol central e insustituible. Si ella no cumple ese papel, ninguna «multitud» ni «sociedad civil» lo hará.

XVI

Por la verdadera dictadura del proletariado

La clase trabajadora para llevar adelante la lucha por acabar con el capitalismo y abrir paso al socialismo, necesita de manera imprescindible tomar el poder. Al período de transición entre el capitalismo y el socialismo corresponde el período político del poder de la clase obrera: la dictadura del proletariado. Que no es más que, como decía Lenin, una democracia de nuevo tipo (para los proletarios y desposeídos en general), y una dictadura de nuevo tipo (contra la burguesía y el imperialismo).

Sin embargo, como toda la experiencia del siglo XX ha dejado palmariamente claro, la única dictadura del proletariado posible es la ejercida realmente por la clase obrera como tal, por intermedio de sus organismos de poder, programas y partidos, en el marco de la más amplia democracia de los trabajadores.

El curso de las grandes revoluciones del siglo XX y en general de las luchas obreras y sociales  obliga a una conclusión fundamental: la necesidad de alentar y defender la autodeterminación democrática de los trabajadores, condición sine qua non para la realización de la revolución socialista y de una auténtica transición.

Ya hemos señalado que el relanzamiento del combate por el socialismo será imposible si no se plantea como lo opuesto a las caricaturas burocráticas que frustraron los procesos revolucionarios del siglo XX. Es decir, el socialismo como construcción libre y consciente de los trabajadores.

Pero esto también es imprescindible para la lucha de todos los días y para las actuales organizaciones. Así, en todos los movimientos y organizaciones de masas, sean obreras o populares, llamamos a imponer la democracia de las bases y su libre autodeterminación. En los sindicatos obreros o campesinos, en los organismos estudiantiles, de vecinos y en toda organización de masas, luchamos por la más amplia democracia desde abajo y por la construcción de nuevos organismos (asambleas, comités de huelga, coordinadoras, etc.) al calor de la lucha, lo que incluye la revocabilidad de todas las instancias de dirección. Por los mismos motivos, combatimos a todos los aparatos burocráticos y sus métodos.

XVII

Reafirmamos la necesidad de la construcción del partido obrero revolucionario y la vigencia de las enseñanzas de Lenin en materia de organización

La burocratización de los procesos revolucionarios y del movimiento obrero en el siglo XX ha servido de pretexto no sólo para negar la necesidad imprescindible del partido, sino incluso para combatir los esfuerzos para solucionar este grave déficit. Interesadamente, las clases dominantes, a través de los medios de comunicación y desde los círculos intelectuales y universitarios, alimentan los prejuicios «antipolítica» y «antipartido». También en este terreno, el autonomismo juega el papel de «idiota útil» de la burguesía, para privar a las luchas obreras y populares de toda perspectiva estratégica, que exige para materializarse, de manera imprescindible, la organización política de la vanguardia de los trabajadores.

El surgimiento de nuevos e importantes movimientos sociales (sean movimientos piqueteros, de fábricas recuperadas, corrientes sindicales clasistas, de los sin tierra o de los pueblos originarios), pretende ser utilizado para crear el espejismo de que no hace falta el partido revolucionario. Pero el mismo desarrollo de estas progresivas experiencias ya está revelando sus limitaciones. Ninguna de ellas, por sí mismas, puede dar una salida global.

La organización de los revolucionarios en partido político es imprescindible para que las luchas de clases y sociales no se agoten en lo meramente reivindicativo y para pelear por instalar la perspectiva de combatir por el poder y lograr así cambiar a la sociedad en su conjunto.

Asimismo, ratificar la necesidad del partido revolucionario contra el autonomismo y el «apoliticismo» implica simultáneamente luchar por establecer relaciones sanas entre los partidos que se reivindican revolucionarios y los movimientos, sindicatos y organizaciones de masas. Rechazamos como falso el dilema de la construcción de movimientos o partidos, como si se excluyeran mutuamente. De lo que se trata es de la construcción de movimientos, sindicatos y partidos.

Todo lo anterior implica, entonces, la ratificación de las enseñanzas de Lenin en materia de organización, lecciones que a comienzos del siglo XXI, en condiciones de crisis de subjetividad y de alternativa socialista entre los trabajadores y sectores populares, tienen aún más vigencia, y no menos, que en la época histórica que le tocó vivir al gran revolucionario ruso.

XVIII

Estamos por la conformación de una Internacional marxista revolucionaria como meta del proceso de recomposición.

No podemos predecir hoy qué etapas, tiempos y formas transicionales va ir asumiendo el proceso de recomposición del marxismo revolucionario. Esto depende tanto de los acontecimientos de la lucha de clases como de los procesos que se vayan dando dentro de las principales corrientes y organizaciones, y en la vanguardia. Pero, desde ya, pensamos que debe marcarse la meta de que la recomposición del marxismo revolucionario se materialice finalmente en una Internacional revolucionaria.

Esto nos lleva al debate de refundación y/o reconstrucción de la IV Internacional o de una nueva Internacional revolucionaria.

Creemos que esto aún no es posible responderlo. La realidad política de la vanguardia mundial y de los mismos procesos de recomposición no han dado todavía elementos como para prever si la nueva y necesaria Internacional será la IV “refundada” o una nueva internacional revolucionaria. Esto dependerá de los procesos reales que se desarrollen a nivel de la vanguardia internacional.

Más allá de todos los problemas y dificultades, León Trotsky tuvo el inmenso mérito histórico de plantar la bandera de la continuidad de la tradición del socialismo revolucionario, encabezando una durísima lucha en pleno apogeo del estalinismo. Y las corrientes del trotskismo en la posguerra, con todos los errores que hoy podamos señalar, de alguna manera dieron continuidad organizada a esta tradición.

Pero este capital y esta tradición deben ponerse en correspondencia y diálogo con los procesos reales de decantación de sectores de vanguardia a nivel mundial que se vayan desarrollando hacia la izquierda socialista revolucionaria. Por lo tanto, creemos que hoy no hay forma de inclinarse a priori acerca de una «refundación de la IV» o de la perspectiva de una nueva Internacional. Esto dependerá de cómo evolucionen las condiciones de un reagrupamiento real, no de secta, pero tampoco oportunista, de corrientes y experiencias socialistas revolucionarias.

Por un lado, no se puede perder de vista que, desde 1938 hasta hoy, se han producido experiencias y cambios trascendentales en la lucha de clases mundial, que han planteado un sinnúmero de problemas nuevos que no es posible dejar dogmáticamente de lado.

Por el otro, es evidente que una Internacional no va a partir de cero, sino de la experiencia acumulada históricamente por el marxismo revolucionario. O sea, de las lecciones programáticas y estratégicas de las Primera, Segunda y Tercera Internacionales y de la síntesis esbozada por Trotsky a la hora de la fundación de la Cuarta.

Será entonces entre esos dos puntos de referencia que se deberá medir si se trata de la IV Internacional refundada o de una nueva Internacional revolucionaria. No obstante, lo más importante hoy es debatir qué pasos transitorios se puedan dar en la perspectiva de un reagrupamiento real de partidos y corrientes internacionales.

>>>> A Socialismo o Barbarie (revista) Nº 17/18

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