Notas
sobre la teoría de la revolución en el siglo XXI – parte III
China
1949: una revolución campesina anticapitalista
Por
Roberto
Sáenz
Parte
1
“La
Historia no hace nada, no posee ninguna inmensa riqueza, no libra
ninguna clase de luchas. El que hace todo esto, el que posee y lucha,
es más bien el hombre, el hombre real, viviente; no es, digamos ‘la
Historia’ la que utiliza al hombre como medio para labrar sus fines
–como si se tratara de una persona aparente-, pues la Historia no es
sino la
actividad del hombre que persigue sus objetivos.” Marx y
Engels, La sagrada familia.[1]
Dando continuidad a nuestra elaboración
sobre el balance de las revoluciones del siglo XX, en este trabajo
haremos un repaso crítico de la más importante del siglo pasado
luego de la rusa. Intentaremos tratar problemas antiguos bajo una luz
nueva, partiendo de la consideración que el siglo XX fue un
impresionante laboratorio de revoluciones sociales que ha
dejando inmensas enseñanzas para el siglo XXI. Una riquísima
experiencia acumulada sobre la que, en general, las corrientes
revolucionarias no se han tomado la molestia de volver; una cantera
repleta de lecciones estratégicas hacia el siglo XXI.
La revolución china de 1949 fue, en
realidad, el cierre de una secuencia de tres revoluciones: la
revolución burguesa antimonárquica de 1911 (que consagra la República),
la revolución (abortada) propiamente obrera y socialista de 1925-27
y, finalmente, la revolución campesina anticapitalista de
1949.
Está claro que nuestra apreciación se
diferenciará respecto de las definiciones usuales en la
izquierda en general (incluyendo aquí a la corriente maoísta[2]) y
en el movimiento trotskista en particular, que ha tendido a verla como
una revolución “obrera y socialista” o
“campesina-socialista”. Asimismo disentimos globalmente de las
corrientes que la han ubicado como una “revolución burguesa sui
generis”, generadora de un tipo de “capitalismo de Estado”[3]
y/o una sociedad “colectivista burocrática”.
No acordamos con las definiciones
anteriores[4]: a nuestro modo de ver, es un hecho incontestable que se
trató de una inmensa revolución campesina anticapitalista. Pero
que, al mismo tiempo, no llegó a constituirse como revolución
socialista, como resultado de los límites y la naturaleza
distorsionada de las tareas llevadas a cabo que significó la
total ausencia de la clase obrera en la misma y el encuadramiento
burocrático. En este sentido, fue una revolución con rasgos
comunes a otras de la segunda posguerra, más allá de que la revolución
china fue sin duda la más trascendental de ese período.
De
hecho, que la revolución anticapitalista china de 1949 configuró un “modelo”
opuesto en casi todas sus condiciones y características a la rusa
de 1917: por su localización agraria y no centralmente urbana; por la
centralidad de un campesinado pequeño propietario o sin tierras y no
del proletariado; por tener a su frente un partido ejército campesino
y militar, no un partido basado sobre el proletariado urbano y la acción
política de masas; por su perspectiva estrechamente nacional y no
internacionalista como fue el caso de los bolcheviques.[5] Como señalara
Theda Skocpol, “lo que la revolución rusa fue para la primera mitad
del siglo XX, lo ha sido la revolución China para la segunda (...).
El «modelo de Yenan» y «el campo contra la ciudad» han ofrecido
nuevos ideales y modelos renovados para las esperanzas nacionalistas
revolucionarias a mediados del siglo XX”.[6]
El contraste entre ambas
revoluciones no puede ser mayor, y así lo
señala el trotskista chino Peng Tu-Siu –en su Informe al 4º
Congreso de la IV Internacional de noviembre de 1951– al dar cuenta
del carácter extremadamente original y contradictorio del fenómeno:
“El concepto tradicional de Trotsky, y que era la estrategia del
trotskismo chino mantenida en los últimos 20 años, era la opuesta a
la estrategia estalinista de conquistar las ciudades a través de las
fuerzas armadas campesinas solamente (...). No era posible derrocar el
régimen burgués confiando exclusivamente en el ejército campesino
porque, bajo las actuales condiciones de la sociedad, el campo se
subordina a la ciudad, y los campesinos deben desempeñar un papel
decisivo solamente bajo dirección de la clase obrera. Pero el
hecho que ahora enfrentamos es exactamente el contrario”.
Sin embargo, a comienzos
del siglo XXI se están acumulando condiciones para el retorno a
procesos revolucionarios más “clásicos”: es decir, que
tengan en su centro a la nueva clase trabajadora en proceso de
refundación-recomposición-reorganización. A eso apostamos y al
servicio de esa perspectiva estratégica es que pretendemos poner la
elaboración que venimos haciendo desde la corriente Socialismo o
Barbarie Internacional.
Al respecto, lo notable ha
sido que, a nivel de las otras corrientes del marxismo revolucionario,
se ha vuelto a reflexionar realmente muy poco[7] sobre las
consecuencias de estos procesos, que aportan elementos para entender
el curso mismo de la revolución, la fase no capitalista de China e,
incluso, la actual dinámica restauracionista del capitalismo.
En
lo que sigue, intentaremos realizar un amplio repaso teórico de las
condiciones y características de la revolución china, comenzando por
algunos señalamientos de carácter histórico.
I.
China a comienzos del
siglo XX
A
principios del siglo pasado China era una sociedad básicamente
agraria, pero donde estaba en curso un proceso de incipiente
industrialización. Del imperio manchú, última dinastía
imperial “precapitalista”, sólo iba quedando la sombra, que se
terminó de desplomar con la revolución burguesa de 1911. Entre ese año
y 1949 se asistió a un interregno “nacionalista” y burgués,
comandado por el Kuomintang. En el ínterin, aumentó cualitativamente
la subordinación del país al capitalismo imperialista mundial y
continuó el deterioro de una nación crecientemente ocupada por
distintas potencias, en particular, a partir de 1931-7 y hasta 1945,
por el imperialismo japonés.
Con la unidad nacional cuestionada desde el
mismo año de una revolución burguesa en el fondo fallida, el
tremendo sometimiento
al imperialismo,
simbolizado en el período 1842-1949, llamado el “siglo del
tratado” –esto es, de expoliación imperialista y ocupación
directa de ciudades y territorios– y una creciente crisis agraria,
quedaban establecidas las tareas que la usuraria y parasitaria burguesía
china de los “compradores” no fue capaz de resolver. Y que hasta
cierto punto, fueron “resueltas” con la revolución campesina
anticapitalista de 1949. Cabe entonces empezar por comprender el
terreno sobre el cual se forjó la tercera revolución china,
que explican en parte tanto sus alcances anticapitalistas como sus
límites respecto de una dinámica auténticamente obrera y
socialista.
China
del norte, del sur, interior y costera
Para
un somero repaso de las características generales e historia del país
a comienzos del siglo XX nos apoyaremos en el trabajo de uno de los
mayores especialistas contemporáneos en el país J. K. Fairbank China,
una nueva historia (Barcelona, Andrés Bello, 1996). Es importante
partir de fuentes confiables, porque la distancia geográfica,
cultural e idiomática entre China y Occidente hace que incluso hoy el
estudioso del Lejano Oriente deba aproximarse a esa realidad con la
mediación de lo que se solía llamar “sinólogos”.
Fairbank
da cuenta de la existencia de cuatro “macro-regiones” con
agudos contrastes entre sí, características específicas y
determinaciones particulares. Se trata de las regiones de la China del
norte y del sur, marcadas por un campesinado en condiciones diversas
en lo que hace al acceso a la tierra; la China costera, marcada por el
comercio internacional y el emergente proletariado, y la China
interior, marcada históricamente por poblaciones nómades. Citaremos in
extenso:
“Nuestra idea acerca de la diversidad de
China es primeramente visual. El viajero (...) suele identificar dos
paisajes típicos: uno de China del Norte y otro de China del Sur.
Sobre la seca llanura de China del Norte, al sur de Pekín, donde
floreció por primera vez la civilización china, se puede apreciar
durante el verano una infinita extensión de prados, interrumpidas por
zonas de un verde aún más oscuro (...). El paisaje es muy similar al
del Medio Oeste norteamericano de hace algunas décadas, en que las
granjas con sus arboledas se encontraban separadas unas de otras
aproximadamente por 800 metros. Sin embargo, donde la zona maicera
norteamericana tiene una sola granja, en la llanura de China del Norte
existe una aldea completa. Mientras la familia de un granjero
norteamericano dispone sus barracas y graneros dispersos entre sus
campos de Iowa o Illinois (a una distancia de 800 metros de sus
vecinos), en China, una comunidad entera compuesta por varios
cientos de personas vive en su aldea salpicada de árboles, a 800
metros de la aldeas vecinas. A pesar de su experiencia granjera,
el pueblo norteamericano es incapaz de apreciar como la densidad de
población sutilmente condiciona cada acto y pensamiento de un
agricultor chino.
“En China del Sur, el cuadro es
completamente distinto. Allí, durante la mayor parte del año, los
arrozales están inundados; desde el aire sólo se distingue una gran
superficie de agua. El terreno verde es escarpado, y las planas
terrazas arroceras (en forma de media luna) se elevan hasta la cima de
cada colina, descendiendo del mismo modo por el otro costado, terraza
tras terraza en una sucesión infinita (...). Nadie puede volar sobre
las verdes colinas escarpadas del sur sin preguntarse dónde viven los
mil y tantos millones de personas de China, y qué comen: las vastas
extensiones de montañas y valles no parecen muy cultivables ni estar
más que escasamente pobladas. Esta impresión de un gigantesco
paisaje vacío se ve reflejada estadísticamente en el cálculo de
que seis séptimos de la población deben vivir en el único tercio
de la tierra que es cultivable. La zona poblada de China
corresponde aproximadamente a la mitad de la parte poblada de Estados
Unidos, aunque posee cinco veces más habitantes (...). El área seca,
de trigo y mijo de China del Norte y las húmedas zonas arroceras del
sur se hallan divididas por una línea casi a medio camino entre el río
Amarillo (Huang) y el Yangtsé, en el paralelo 33. La lluvia, el
suelo, la temperatura y las diversas costumbres crean contrastes
impresionantes entre estas dos regiones económicas.
“Los crudos inviernos continentales de
China del Norte, parecidos a los del Medio Oeste norteamericano,
restringen la temporada de cultivo a cerca de la mitad del año. En el
extremo sur, en cambio, se cultiva todo el año y el arroz se recoge
dos e incluso tres veces. Esto explica por qué la mayoría de los
chinos vive en la región arrocera del sur, más fecunda (...).[8]
Tanto en el norte como en el sur, los recursos naturales se
complementan con el incansable esfuerzo humano, del cual la
industria del abono de letrina es sólo una de sus formas más
espectaculares: sin devolver los excrementos humanos –o
fertilizantes químicos equivalentes– a la tierra, ninguna región
de China podría producir suficientes cosechas para alimentar a su
actual población” (Fairbank, pp. 26-27 y 33).
Aquí
quedan planteados algunos elementos imprescindibles de ubicación
respecto de las condiciones “naturales” y el terreno material
sobre el que se desarrolló la revolución. Al mismo tiempo, nada más
lejos de nuestra intención que adscribir al determinismo del
tipo de los mencheviques rusos, según quienes, dado el atraso
de un país, éste debía pasar, necesariamente, por una “fase de
desarrollo burgués” antes de poder encarar la perspectiva de la
revolución socialista. En nuestro concepto, el núcleo de la
explicación de la revolución de 1949 no pasa por las condiciones
económico-sociales generales, sino por sus características específicas
socio-políticas. No obstante, el hecho de que la revolución haya
provenido de lo más atrasado y no de lo más avanzado de la
sociedad china de la época no dejaría de tener consecuencias
negativas, que se exacerbarían ante el carácter
nacionalista estrecho y no proletario-internacionalista de la
corriente maoísta.[9]
Una
sociedad agraria de incipiente industrialización
Hasta hoy, a comienzos del siglo XXI, la
mayoría de la población china sigue viviendo en el campo. Sin
duda, en la actualidad China es un país con un desigual pero alto
grado de desarrollo industrial manufacturero, un “taller” de la
economía capitalista mundializada (algo que retomaremos al final
de este trabajo).
Pero a comienzos del siglo XX era un país predominantemente
agrario en sus nueve décimas partes, que, no obstante, estaba
comenzando un incipiente proceso de industrialización, que se aceleró
como producto de las necesidades creadas por la I Guerra Mundial, tal
como ocurrió en otras zonas coloniales del mundo.
En su mayoría, este incipiente desarrollo
se concentró en las ciudades de la costa del sur de China, tales como
Cantón, Shangai, Hong Kong y Hangking, sede del pequeño pero dinámico
proletariado emergente en la década del 20. Junto con esto, en
virtud de su subordinación creciente al mercado mundial –a pesar de
la permanencia de características de “autosuficiencia” económica
[10]–, de manera extremadamente desigual y combinada, China ya
era una sociedad dominantemente capitalista, incluso en el campo. Sin
embargo, desde el punto de vista poblacional en su conjunto, la
sociedad china seguía siendo de radicación abrumadoramente
agraria.
“La intensa aplicación de mano de obra y
fertilizantes en pequeñas porciones de tierra ha tenido (...) sus
repercusiones sociales, puesto que establece una dependencia recíproca
entre la densa población y el uso intensivo del suelo,
donde lo uno hace posible lo otro (...). Una vez establecida, esta
economía siguió funcionando por inercia: el agotador trabajo de
muchas manos se convirtió en la norma, y los esfuerzos inventivos
par ahorrar mano de obra fueron la excepción (...) el pueblo
campesino, que hoy continúa siendo la base de la sociedad china,
todavía se compone de unidades familiares que permanecen de generación
en generación y dependen del uso de ciertas posesiones de tierra.
Cada morada familiar es una unidad social y económica. Sus
miembros se ganan el sustento trabajando en sus tierras, y su nivel
social lo adquieren por pertenecer a dicho hogar. El ciclo vital
del individuo en un pueblo agricultor se halla estrechamente vinculado
al ciclo estacional de una agricultura intensiva. La vida y la
muerte de los campesinos sigue un ritmo que se compenetra con el
crecimiento y el cultivo de las cosechas” (Fairbank, pp. 38 y 45).
Sin
duda, en la China de hoy, la mayor parte del PBI se genera en las
ciudades y las industrias. Pero, al mismo tiempo, es un hecho que,
incluso en la actualidad, la mayor parte de la población vive en
el campo. Con mucho mayor motivo, entonces, cuando la revolución
de 1949. Allí asistimos a un sujeto social campesino que vivía
mayoritariamente en las condiciones aquí descriptas: una clase
campesina pequeña propietaria o que había sido despojada de sus
tierras.[11]
Las
ciudades del “Tratado”
En la costa sur del país (ciudades como
Shanghai, Hong Kong y otras), estaban radicadas tradicionalmente las
sedes del comercio exterior chino. Estas ciudades, desde finales de
los años 40 del siglo XIX (luego de la derrota de China en la
“guerra del opio”) habían quedado bajo control de las potencias
imperialistas: se las llamaba ciudades bajo Tratado. Pero junto con su
evidente sometimiento y expoliación, fueron los centros de una
incipiente industrialización y un relativamente pequeño pero muy
dinámico proletariado.
Este es el proletariado que protagonizó la
revolución frustrada de 1925-27 y que dio lugar a la conocida
controversia acerca del carácter de la revolución china. No sólo
entre el trotskismo y el estalinismo, sino incluso en el seno de la
Oposición de izquierda. Contra Evgeni Preobrajensky (eminente
economista, miembro de la Oposición hasta su capitulación), León
Trotsky defendió que la revolución china tendría una connotación
“más directamente socialista” desde su mismo comienzo que la
rusa, en la medida en que el país se encontraba más sometido que
la Rusia de los últimos zares al control directo de la economía
mundial capitalista-imperialista.
China era a comienzos del siglo XX,
entonces, una sociedad agraria de incipiente industrialización,
enormemente desigual pero crecientemente integrada y subordinada al
giro del capitalismo-imperialista mundial. Una economía proto-capitalista
colonial emergente, claramente dividida, económicamente hablando, en
dos regiones: la de las ciudades costeras, orientadas hacia el
exterior –a la que se debe sumar, bajo la ocupación japonesa, el
importante desarrollo industrial en la región norteña de Manchuria–,
y un campo mercantilizado pero volcado sobre sí mismo.
El dirigente trotskista Ernest Mandel realizó
un sobrio análisis de las condiciones más generales de la
revolución de 1949 (aunque con otros problemas de análisis que
veremos más abajo). Marcaba los contrastes del desarrollo
extremadamente desigual de la China de mediados del siglo XX:
“Con 500 millones de habitantes en un continente vasto como Europa;
población nómada viviendo al lado de un proletariado moderno; la lámpara
de kerosén y los hidrocarburos de Rockefeller penetrando las más
pequeñas ciudades del sur, mientras la moneda permanece desconocida
en vastas regiones; esta es la China de hoy, un clásico ejemplo
del desarrollo histórico combinado (...). La penetración del
capital internacional industrializó una insignificante franja
costera y una miríada de provincias del norte; en el resto del país,
fue limitada a la destrucción de una producción artesanal de siglos
y a la opresión de los campesinos bajo la carga de la usura. Entre el
capital internacional y la masa de la población china emergió una clase
de intermediarios, los «compradores», que viven de la ganancia
comercial garantizada a ellos por los inversores extranjeros y su
conversión en capital usurario”.[12]
Esta industrialización de una franja
“insignificante” del país, sumada al carácter parasitario de la
clase de los compradores, hace a los retardos en el desarrollo de
una clase burguesa específicamente capitalista. Fairbank
documenta esto de manera convincente, señalando que, incluso en medio
de un muy importante desarrollo del comercio, el peso rural de la
economía y el hecho de la complementación de las labores agrícolas
campesinas con el desarrollo de una artesanía familiar fueron
elementos inhibidores de un desarrollo capitalista sobre la
base de una mano de obra asalariada libre.
A esto se le vino a sumar la estrecha relación
entre los ricos de las localidades (los terratenientes) con el
funcionariado del Estado y la sistemática opción por el
acaparamiento de tierras y la usura, algo que medió hasta prácticamente
comienzos del siglo XX la emergencia de una clase capitalista
independiente, que de todos modos permaneció siempre raquítica.
No es casual que por esto, bajo el mando del Kuomintang en las
primeras décadas del siglo XX, la clase burguesa se dividiera entre
la directamente vinculada al imperialismo y la capa
“capitalista-burocrática”, es decir, aquellas industrias bajo la
gestión directa del Estado nacionalista o del grupo de familias íntimamente
ligado a él.
En este sentido, “la industria estaba
«ruralizada» (...) o «familiarizada» (...); es decir, el trabajo
artesanal de las mujeres campesinas producía artículos en forma
más económica de lo que podían hacerlo las industrias de la ciudad
o las hilanderías de seda (...). No se trataba tanto de un síntoma
de capitalismo incipiente como del ingenio del agricultor chino para
complementar su insuficiente ganancia debida a parcelas de tierra
demasiado pequeñas (...) el capitalismo no pudo prosperar en China
porque el mercader nunca fue capaz de independizarse del
control de la nobleza terrateniente y de sus representantes en la
burocracia. En la Europa feudal (...) los burgueses medievales
lograron su independencia estableciendo comunidades urbanas separadas
de los feudos (...). En China estas condiciones no se dieron (...) la
clase de la nobleza –como un estrato de elite sobre la economía
campesina– encontró su seguridad en la tierra y en el cargo, no en
el comercio y la industria. Entre ellos, la nobleza y los funcionarios
se encargaron de mantener a los mercaderes bajo control y
contribuyendo a sus arcas, en lugar de establecer una economía
separada” (Fairbank, pp. 212 y 222).
Es en estas condiciones que se explica el
retraso del desarrollo capitalista y el hecho de que, en sus
comienzos, éste estuviera ligado a las ciudades costeras abiertas al
comercio internacional y sometidas a las potencias extranjeras. Pero retraso no significa inexistencia de este
incipiente desarrollo a partir de comienzos del siglo XX: “Un mayor
comercio hizo crecer los pueblos mercantiles dedicados al comercio y
la industria (...). Particularmente en el delta del Yangtsé, estos
pueblos recién establecidos fueron testigos de cómo los talleres
artesanales comenzaron a utilizar la mano de obra sobre una base
capitalista. La élite del pueblo estaba constituida por
mercaderes, mientras que una fuerza laboral libre para desplazarse,
comenzó a aparecer como un genuino proletariado, a
menudo organizado en cuadrillas laborales administradas por
contratistas jefes. Cada vez más campesinos abandonaban la actividad
agrícola por la artesanía, mientras otros se dedicaban al emergente
sector del transporte” (Fairbank, p. 218).
Según otro especialista en China, B. I.
Schwartz, “el aspecto teórico de la línea de Trotsky está marcado
por la insistencia de que los intereses de la burguesía en las áreas
atrasadas no están diametralmente opuestas a aquellos de la burguesía
imperialista. Por el contrario, sus intereses ya están
estrechamente ligados a aquellos del imperialismo mundial. El
imperialismo ya ha hecho de las «relaciones capitalistas» la
relación económica dominante en la sociedad china, incluso en
el campo” (El comunismo chino y el ascenso de Mao, p.
82).
Revolución
desde las cuevas
En
abierto contraste con las ciudades costeras y la China del sur del
valle del Yangtsé (la región más desarrollada del país a partir
del siglo XVII), la China del norte, sede del PCCh a lo largo de más
de una década, había sido la cuna histórica del Imperio, pero hacía
siglos que había caído en el atraso más extremo.
Fairbank describe así la región de Yenan:
“Desde el neolítico hasta el presente, el pueblo de China del Norte
ha construido viviendas en fosas o casas en cuevas sobre el
fino y volátil suelo amarillo de los loes, que cubre cerca de 260.000
kilómetros cuadrados de la China del noroeste, hasta una profundidad
de 45 metros o más. El loes tiende a resquebrajarse verticalmente, lo
que resulta muy útil para este propósito. Cientos de miles de
personas viven hasta hoy en cuevas construidas en los
costados de los farallones de los loes” (Fairbank, p. 36).
Es
en estas cuevas en las que se refugiaron y vivieron durante años
(1937-45) Mao y su Ejército Rojo campesino tras llegar a Yenan luego
de la “Larga marcha”.[13] Es necesario subrayar el enorme
contraste entre ambas zonas del país: se trataba de una región
apartada y de un inmenso atraso respecto de la región sur en
su conjunto, por no hablar de las ciudades costeras, señaladas como
sede del emergente proletariado y “naturalmente” orientadas hacia
el cosmopolitismo. Hasta en este aspecto la revolución china de 1949
fue el “modelo” opuesto a la revolución rusa de 1917 (o a
la propia revolución obrera frustrada de 1925-27).
Así lo destaca el conocido biógrafo de
Trotsky, Isaac Deutscher: “El maoísmo, desde el principio, fue
semejante al bolchevismo en dinamismo y vitalidad revolucionarias,
pero se diferenció de él por su relativa estrechez de horizontes
y por la falta de contacto directo con los desarrollos críticos del
marxismo contemporáneo. Uno vacila al decirlo, pero lo cierto es que
la revolución china, que por su ámbito, es la mayor revolución de
la historia, fue dirigida por el más provinciano e «insular»
de los partidos revolucionarios. Esta paradoja muestra en todo su
relieve el poder inherente de la propia revolución”.[14]
No
nos detendremos a discutir ahora el carácter “revolucionario” que
le atribuye Deutscher al PCCh ni los alcances del poder “inherente
de la revolución”; sí queremos subrayar los elementos que destaca.
Estrechez nacional, provincianismo e insularidad, agravados por
el abandono total del trabajo urbano y el desplazamiento a las zonas
campesinas y agrarias más atrasadas y aisladas del país: ésta
fue la forja de la corriente maoísta y su aspiración a una
estrategia “agrarista”.[15]
En
el mismo sentido, agrega Deutscher: “Como señaló Lenin, el
bolchevismo seguía las huellas de varias generaciones de
revolucionarios rusos que habían respirado el aire de la filosofía y
del socialismo europeos. El comunismo chino no tiene semejantes
antepasados. La arcaica estructura de la sociedad china y la
autosuficiencia, profundamente arraigada, de su tradición cultural,
eran impermeables a los fenómenos ideológicos europeos” (Deutscher,
p. 125).
¿Qué
consecuencias tuvieron estos factores a la hora de la revolución de
1949? ¿Qué problemas acarreó su desplazamiento desde las zonas
urbanas proletarias más avanzadas y cosmopolitas del país a las
zonas más atrasadas, aisladas y agrarias? ¿Qué implicancias tuvo la
orientación “romántico / agrarista” de la corriente Mao respecto
de la verdadera naturaleza social y política de la revolución de
1949? ¿Hasta qué punto la ausencia total del proletariado y de
elementos orgánicos de autodeterminación campesina afectó el carácter
de la revolución? Estas son algunas de las cuestiones que
intentaremos develar en este trabajo.
Comunidad de mercado
Hay
que partir de dejar establecido el carácter de pequeño
propietario y productor privado del campesino chino. “Para
comprender cabalmente esta situación en su particular forma china,
hemos de notar que la unidad básica de comunidad en la China
tradicional no era la aldea individual (es decir, un puñado de
residencias campesinas y/o parcelas individuales), sino la comunidad
de mercado, compuesta por un núcleo de aldeas. Como ha
escrito G. W. Skinner: «lo que puede llamarse plano básico de la
sociedad china era esencialmente celular. Aparte de ciertas
zonas remotas y escasamente colonizadas, el paisaje de la China rural
estaba ocupado por sistemas celulares de forma aproximadamente
hexagonal. El núcleo de cada célula era de aproximadamente 45.000
poblados de mercado (a mediados del siglo XIX), y su citoplasma puede
verse, en primera instancia, como la zona mercantil del mercado del
pueblo. El cuerpo de la célula –o sea, la zona inmediatamente
dependiente del poblado– típicamente incluía de quince a
veinticinco aldeas, habitual, pero no necesariamente nucleadas». Aun
cuando residieran y trabajaran en aldeas aisladas, la comunidad de
mercado era el mundo local de los campesinos. Allí vendían y
compraban regularmente en los mercados periódicos, obtenían
servicios de artesanos, préstamos, participaban en los ritos
religiosos y encontraban parejas para casarse.
“Los ricos de la localidad, no los
campesinos, aportaban directa o indirectamente la guía para las
actividades sociales organizadas dentro de la comunidad del mercado y
representaban a la localidad en sus interfases dentro de la sociedad
en general. Los clanes y muchos tipos de asociaciones que reclutaban
campesinos organizados por doquier con propósitos religiosos,
educativos, benéficos o económicos tendían todos a basarse en las
comunidades de mercado y eran administradas por los ricos.
Especialmente en las localidades más prósperas y estratificadas
internamente, los ricos organizaban y controlaban las milicias y otras
organizaciones que, en realidad, funcionaban como canales de
control popular y socorro a los pobres. Irónicamente, esto
significó que los ricos, en las zonas con más altas tasas de
tenencia, acaso eran los menos susceptibles a las revueltas campesinas
locales, basadas en los clanes, contra sus privilegios. Pero lo mismo
ocurrió por toda China: los ricos, al crear y encabezar las
organizaciones locales, se ganaban o cooptaban a los campesinos,
aumentando así su poder de negociación local en relación con los
funcionarios imperiales, desviando de sí mismos la potencial
hostilidad” (Skocpol, p. 242).
En estas condiciones, “donde los nexos de
asociación, clientelas y cuasi parentesco pasaban por encima de las
distinciones de clase entre los campesinos y los terratenientes de la
China tradicional, los campesinos de las aldeas estaban en gran
parte aislados y en competencia entre sí. Como lo ha dicho Fei
Hsiao-tung: «por lo que hace a los campesinos, la organización
social se detiene en el vecindario apenas organizado. En la estructura
tradicional, los campesinos viven en pequeñas células que son las
familias, sin poderosos nexos entre células». Salvo donde las
organizaciones dirigidas por los ricos desempeñaron una función
clave (por ejemplo, al construir y mantener obras de riego), la
producción agrícola era administrada por familias individuales, básicamente
nucleares. Estas familias habían de poseer o alquilar sus propias
tierras y poseer o comprar su propio equipo y (en caso de ser
necesario) trabajo suplementario. Las familias constantemente
estaban maniobrando para adquirir más de sus vecinos, en un sistema
en que los factores de producción podían comprarse y venderse, y
donde los muy pobres podían ser completamente derrotados. No había
tierras comunes para que los propios campesinos las administraran;
si los clanes o las organizaciones poseían tierras, eran
administradas a su vez por los ricos o sus asociados. Y los campesinos
rara vez cooperaban desempeñando labores agrícolas, salvo
sobre una base comercial-contractual. En suma, a menos que los
campesinos chinos se organizaran bajo la égida de los ricos, solían
permanecer en un aislamiento competitivo” (Skocpol, p. 243).
La comunidad de mercado, como centro
nervioso del campo chino, es un elemento de inmensa importancia
para comprender su estructura. Tradicionalmente, el campo chino había
estado enormemente mercantilizado, así en las formaciones
precapitalistas no se tratara de un campo ya capitalista. Sin embargo,
en el siglo XX, y como había establecido León Trotsky, en la medida
en que los ricos chinos iban formando cada vez más parte del giro del
capitalismo mundial, la revolución agraria contra los
terratenientes se trataba de una revolución
“anticapitalista”.
A
este respecto, Mandel retoma el análisis de Trotsky:
“La
usura era la consecuencia directa de la exorbitante tasa de renta que
impedía que los campesinos acumularan al menos un fondo de reserva.
Ella se expandió considerablemente con la comercialización de la
agricultura que ligaba el valor de las cosechas a las fluctuaciones
del mercado mundial (...) El histórico desarrollo desigual de China
encuentra su más fiel reflejo en el desigual desarrollo de la
agricultura en las diferentes regiones de China (...). En el norte de
China, los pequeños terratenientes predominan; en el sur, los
arrendatarios constituyen la mayoría del campesinado (...). En 1936,
el profesor Chen Han-seng estimaba que el 65% del campesinado chino o
no posee tierras o posee tan pocas que no puede vivir de ellas.
“La agricultura china está de todos modos
marcada por una fuerte diferenciación en la forma de pago de la renta
agraria (...). Los propios terratenientes son ellos mismos muy
diferentes. En el norte, viven en general en sus tierras; el capital
va de la ciudad al campo; los mercaderes tienden a transformarse en
terratenientes. Por el contrario, en el sur, el propietario
generalmente vive en las ciudades e invierte las rentas que recibe en
finanzas o industria. El capital va del campo a la ciudad. En ambos
casos, sin embargo, la capitalización de la renta agraria nunca se
realizó por la vía de la industrialización y mecanización de la
agricultura, el mejoramiento de la tierra o el crecimiento de la
productividad del trabajo. Se hizo bien sacándole tierras al
campesino arruinado y parcelándolo para otros campesinos que lo
trabajaban con los mismos arcaicos métodos, bien por intermedio de la
usura (...). Esto explica el considerable retraso en el desarrollo de
la agricultura en relación al crecimiento de la población” (La
tercera revolución china, pp. 154 ss.).
En
suma, el carácter mercantil y no comunal del trabajo de la
tierra, la adquisición de los bienes y la mercantilización tan
acentuada del campo chino hacían que lejos de encontrarse en
“comunidad”, los campesinos chinos compitieran entre sí. Y
allí donde había organizaciones comunes, a su frente, en los centros
de las localidades, estaban los ricos. No había entonces elementos
o tradición de comuna rural “colectivista”, ni, por tanto,
organizaciones propias independientes o semi-independientes de los
campesinos. Sobre esta realidad de atomización y competencia entre
sí de los campesinos se vino a montar el PCCh.
La
ausencia de tradición comunal
Cabe
comenzar por aclarar los términos. Por “tradición
comunal” nos referimos a casos como la “comuna rural rusa”
tratada por Marx en su famoso intercambio de cartas con Vera Zasulich
o, por ejemplo, a países del altiplano latinoamericano, donde se
llevaba a cabo la producción de una manera en gran medida colectiva.
Esto creaba (y crea) la base material de una serie de
tradiciones políticas y sociales de “democracia primitiva” entre
los campesinos, mayormente ausentes en China.
Establecer esto es
importante, porque autores como Deutscher afirman algo livianamente la
existencia de una tradición comunal en China: “Cuando Marx y Engels
hablaron de la clase obrera como el agente del socialismo, dieron por
supuesta, obviamente, la existencia de esta clase. Su idea no era
pertinente para una sociedad preindustrial en la cual aquélla no
existiera. Hay que señalar que ellos mismos subrayaron esta cuestión
más de una vez, y que incluso admitieron la posibilidad de una
revolución como la china; así, en su correspondencia con los narodnikis
rusos en los años 1870 y 1880. Sabemos que los narodnikis
consideraban que la fuerza revolucionaria rusa fundamental, la
constituían los campesinos, pues entonces no existía en el país una
clase obrera industrial. Esperaban que, al preservarse la obshchina,
la comunidad rural, la Rusia de los mujiks encontraría su
propia vía al socialismo y evitaría pasar por el desarrollo
capitalista. Marx y Engels no rechazaron esta esperanza como
infundada” (Deutscher, p. 152). Lo que evidentemente se le escapa
a Deutscher, es que en China no había, ni económica ni políticamente,
tradición de comuna rural, sino algo totalmente diferente, una
tradición de “comunidades de mercado”. Éste fue un factor
decisivo en el que se apoyó el PCCh para inhibir toda posible
dinámica de auténtica revolución socialista agraria.
Para
terminar de dar cuenta de las características de la comunidad de
mercado, es necesario incorporar más determinaciones. Dice J. K.
Fairbank: “En todo caso, normalmente la vida del campesino chino no
se veía confinada a un sólo pueblo, sino más bien a un grupo de
aldeas que formaban un área comercial. Esa figura puede observarse
desde el aire: una estructura celular de comunidades mercantiles,
cada una centrada en una aldea dedicada al comercio y rodeada por un
anillo de aldeas satélites. El campo prerrevolucionario chino era un
panal de estas áreas relativamente autosuficientes. Desde la
aldea comercial partían senderos (...) en dirección a un primer
anillo de alrededor de seis aldeas, continuando hasta un segundo
anillo compuesto por unas doce aldeas. Cada una de estas cerca de
dieciocho aldeas tenía quizá 75 casas, y en cada una de ellas vivía
una familia de cinco personas en promedio (...). Ninguna de las aldeas
se encontraba a más de 4 kilómetros de la aldea comercial (...).
Formaban (...) una comunidad de aproximadamente 1.500 hogares o 7.500
personas. La aldea funcionaba con días fijos de mercado (...)
en esta pulso del ciclo mercantil, una persona de cada familia podía
dirigirse al mercado cada tres días (...). En diez años, un
agricultor habría ido unas mil veces al mercado. Así, aunque las
aldeas no eran autosuficientes, la gran comunidad del mercado
constituía una unidad económica y todo un universo social” (Fairbank,
pp.45-46).
Así,
un elemento distintivo señalado por todos los historiadores serios de
China es el carácter fuertemente mercantil del campo
prerrevolucionario chino. Este intenso desarrollo “mercantil
simple”[16] no necesariamente implicaba que el campo fuese
capitalista, pero fue adquiriendo cada vez más este carácter, a
partir del imbricamiento de los ricos de las localidades con el
capitalismo mundial.
En
el mismo sentido se orienta el análisis de Theda Skocpol: “La
revolución china es, de común consenso, la revolución social más
obviamente basada en los campesinos de las tres que hemos
presentado en este libro (la francesa, la rusa y la china). Así
pues, por sorprendente que pueda parecer, las estructuras políticas
agrarias de clase y locales de la China del antiguo régimen (...) se
parecían a las de Inglaterra y Prusia en ciertos aspectos clave.
Analizando las estructuras agrarias chinas en una perspectiva
comparada, nos pondremos en posición de comprender los diferentes ritmos
y pautas del interregno revolucionario de China entre 1911 y 1949. Una
revolución campesina contra los terratenientes a la postre ocurrió,
como en Francia y en Rusia, pero los campesinos chinos carecían
del tipo de solidaridad y autonomía que ya existía en sus
estructuras y que permitieron a las revoluciones agrarias de Francia y
Rusia surgir rápidamente y con relativa espontaneidad, en reacción
al desplome de los gobierno centrales de los antiguos regímenes. En
contraste, la revolución agraria china fue más prolongada; y para su
consumación requirió que la conquista militar estableciera «zonas
de base», dentro de las cuales pudieran ser creadas para los
campesinos organizaciones colectivas y libertad del control directo de
los terratenientes” (Skocpol, p. 240).
Se trata de un elemento de inmensa
importancia para el decurso de la revolución: la ausencia en China
de una tradición de acción y organización independiente de su
población campesina. Si, desde antiguo, las organizaciones de las
localidades eran copadas por las capas superiores de los ricos
de las villas, en el proceso revolucionario estas organizaciones
fueron copadas y/o cooptadas por el PCCh.
Esto mismo es lo que subraya una y otra vez
Peng Shu-Tse en su Informe: “Este movimiento bajo el liderazgo del
PCCh no sólo se negó a movilizar las masas trabajadoras, sino que
incluso se abstuvo de llamar a las masas campesinas a organizarse, a
pasar a la acción, a involucrarse en una lucha revolucionaria (echar
a los terratenientes, distribuir la tierra, etc). Como muestran los
hechos, el PCCh sólo se basó en la acción militar del ejército
campesino en vez de la acción revolucionaria de las masas obreras y
campesinas”.
Continuemos
con el análisis de Skocpol:
“Como en la Francia del siglo XVIII y en
la Rusia zarista después de la emancipación, la vida agraria en
China había sido considerablemente modelada por las relaciones
rentistas entre campesinos y terratenientes, aun cuando el grado
de desigualdad de tenencia de la tierra fuese menor en China. Cerca
del 40% de todas las tierras estaba alquilado, relativamente
mucho más en el sur y menos en el norte [lo que marca un mayor desarrollo relativo proto-capitalista
del campo en el sur que en el norte. RS].
Entre el 20 y el 30% de todas las familias campesinas alquilaban todas
las tierras que trabajaban, y muchas tenían las partes alquiladas
para suplementar sus propias pequeñas tenencias. Los terratenientes
que no trabajaban ni vivían en las aldeas (aunque a menudo vivieran
en los pueblos locales) poseían cerca de tres cuartas partes de las
tierras alquiladas. Esto significa que poseían alrededor del 30% de
las tierras en total, y tales tierras les producían rentas hasta del
50% de la cosecha. Por estos simples hechos acerca de la tenencia de
la tierra, podríamos concluir que los terratenientes chinos eran
considerablemente más débiles y los campesinos chinos
considerablemente más fuertes que sus homólogos respectivos en
Francia y en Rusia.
“Pero no ocurrió así, ni en lo económico
ni en lo sociopolítico. Es importante recordar que la clase
acomodada china asignaba sus excedentes no sólo mediante alquileres
de tierra. También obtenía ingresos mediante tasas de interés de
usura en los préstamos a los productores campesinos,
compartiendo los impuestos imperiales y las sobretasas locales, y
exigiendo ciertas cantidades para organizar y dividir las
organizaciones y los servicios locales (como clanes, sociedades
confucianas, obras de riego, escuelas y milicias). De manera
semejante, los impuestos imperiales eran una fuente de ingreso para
las clases dominantes francesa y rusa, pero la usura y los diversos
impuestos y cargos locales fueron formas de asignación de excedentes
mucho más distintivas de los ricos chinos. A su vez, éstos
reflejaron y dependieron del hecho de que, en agudo contraste
con los señores franceses y los terratenientes rusos, los ricos
chinos tenían una posición preponderantemente organizativa dentro de
las comunidades locales. Su posición fue un tanto análoga,
especialmente en sus consecuencias políticas sobre el campesinado, a
la hegemonía local de la clase terrateniente inglesa y a los junkers
prusianos” (Skocpol, p. 240-41).
Esto es, las organizaciones de los centros
de las localidades, estaban políticamente copadas por los señores
y no eran organizaciones propias de las comunidades campesinas,
cuestión claramente distintiva a la tradición comunal rusa.
“Los campesinos chinos no tuvieron sus
propias comunidades de aldea en oposición a los terratenientes. Y
aun cuando eran pequeños terratenientes (...), los campesinos chinos,
como sus desventurados homólogos ingleses y prusianos, carecían
de nexos entre sí que pudiesen apoyar la solidaridad de la clase
comunal contra los ricos. En cambio, los ricos nobles chinos
dominaban las comunidades rurales locales de tales maneras que
simplemente, favorecían la posición económica (por simple tenencia
de la tierra) y mantenían a un campesinado fragmentado
internamente bajo un firme control sociopolítico” (Skocpol, p.
241).
Es decir, la propia formación no comunal
del campesinado chino (básicamente propietario y
trabajador privado) hizo a la tradicional falta de
elementos de agregación y organización comunes, elemento en que se
montó el dominio de los ricos de las villas y, posteriormente, el
propio encuadramiento del PCCh en el campo.
A una conclusión análoga llega el
especialista chino en estudios agrarios Qin Hui, que compara las
tradiciones rurales rusa y china: “La apuesta fuerte de Stolipin [a
la privatización de las tierras] fracasó porque subestimó la cohesión
moral de las comunidades aldeanas rusas, que se resistían a que las
familias aisladas se «apartaran» de las prácticas de propiedad
colectiva de la tierra (...) las comunidades aldeanas (...) tenían
una tradición igualitaria muy fuerte, pero también autónoma que unía
a todos los campesinos en una economía moral común. La colectivización
soviética se demostró un desastre. En China, por otra parte, el
partido tenía un fuerte arraigo en el campo, por lo que disfrutaba
del respeto de los campesinos después de la liberación, mientras que
las aldeas carecían del tipo de organización autónoma y colectiva
que distinguía al mir [comuna] ruso (...). Más o menos
coincido con esta descripción de las colectivizaciones rusa y china,
aunque creo que en China la falta de instituciones autónomas aldeanas
fue mucho más importante que la implantación del partido en el campo
(...) precisamente porque los campesinos chinos carecían de lazos
comunes, eran bastante incapaces de oponer una resistencia colectiva a
la voluntad del Estado del tipo que enarboló la tradición del mir
en Rusia. Para un estado autoritario fuerte, resulta mucho más fácil
controlar un campo atomizado que uno comunizado” (en New Left
Review, pp. 149-150). Ya volveremos
sobre esto al analizar las afirmaciones sobre la supuesta existencia
de formas orgánicas de democracia agraria en la revolución de 1949.
En todo caso, a nuestro modo de ver están
claras las graves consecuencias que tuvo la ausencia de auténticas
tradiciones comunales en cuanto a la definición
del carácter de la revolución china de 1949. Esta
realidad histórica se entronca con los clásicos análisis de Marx
sobre las dificultades de la agregación campesina y la facilidad del
dominio bonapartista “popular” sobre esta base social, incluso en
condiciones revolucionarias.
A esto cabe agregar un elemento idiosincrático
chino: la “distinta relación de los seres humanos con la
naturaleza constituye uno de los contrastes más sobresalientes
entre la civilización oriental y la occidental: en ésta el hombre ha
sido siempre protagonista (...). Para apreciar la magnitud de esta
brecha sólo tenemos que comparar el cristianismo con la
relativa impersonalidad del budismo. O comparar un paisaje Song
– con sus diminutas figuras humanas empequeñecidas por peñascos
y ríos– y un primitivo italiano, donde la naturaleza no es lo
que interesa en primer término (...)
uno de los lugares comunes del saber popular chino es la absorción
del individuo tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la
colectividad social” (Fairbank, pp. 38 y 40).
Pautas
de la rebeldía campesina
Esto
no quiere decir, claro está, que no hubiera en China tradición de
rebeliones campesinas. Por el contrario: a lo largo de siglos, China
había estado marcada por rebeliones que llegaron a ser inmensas y
abarcar a millones de campesinos, desarrollándose por años, como fue
el caso de la rebelión de los Taiping a mediados del siglo XIX, que
ocupó un período de 15 años.
“Dadas las características de las
comunidades locales, no resulta sorprendente que, en la última época
imperial, la inquietud agraria pocas veces tomara la forma de ataques
concertados de los campesinos contra los terratenientes dentro
de sus comunidades (...) las formas más prevalecientes y mejor
organizadas de rebelión agraria incluían ataques a los agentes
oficiales del Estado imperial (...) especialmente, contra las «malas
prácticas», como corrupción oficial, acaparamiento de granos y
precios y rentas consideradas exorbitantes. Asimismo, las sociedades
secretas no confucianas que trataban de reclutar a campesinos pobres
frecuentemente elaboraron ideologías milenaristas, que presentaban
sueños utópicos de justicia política e igualdad de acceso a la
tierra.[17] Sin embargo, en materia de organización, todas las formas
más sostenidas de revueltas basadas en los campesinos, más tarde o más
temprano fueron dirigidas o infiltradas por no campesinos (...)
frecuentemente fueron encabezadas por mercaderes o por presuntos
letrados que no habían pasado los exámenes imperiales; es decir, por
individuos en las márgenes de la riqueza (...). Los motines contra
los impuestos o los funcionarios fueron dirigidos muy a menudo por
los propios ricos de las localidades” (Skocpol, p. 245).
Nuevamente, constatamos la ausencia de
un patrón de acción autónoma campesina. Es significativo que
“sólo los ricos tenían las conexiones y los intereses que salvaban
las brechas entre los poblados administrativos y los extensos campos
poblados. En la cumbre de su poder, a mediados del siglo XIX, la
rebelión Taiping estaba mostrando tendencias similares, aún cuando
no lograra ganarse el apoyo de los ricos campesinos, fracaso que puede
ayudar a explicar su derrota final. A lo largo de toda la historia de
la China imperial, las quejas de los campesinos fueron combustibles de
revueltas, especialmente de las rebeliones triunfantes, que
simplemente revitalizaron el sistema existente, pues los campesinos carecían
de la autonomía local, basada en la comunidad, para hacer que su
resistencia fuera siquiera potencialmente revolucionaria (...).
“Mientras los terratenientes ingleses del
siglo XVII y los prusianos del siglo XIX eran los amos de sectores
agrarios que –aunque de diferentes maneras– estaban pasando con éxito
a la producción capitalista, los ricos chinos formaban la clase
dominante de una economía agraria significativamente comercializada,
pero estancada en su desarrollo. Además, los ricos chinos no
se hallaban sobre campesinos de clase media ni sobre labradores, sino
sobre una masa de pequeños terratenientes, que en su mayoría
tendrían mucho que ganar si las tierras de los ricos eran
redistribuidas y quedaban abolidas las asignaciones de su excedentes
(...)
“En contraste con los junkers
prusianos, los ricos chinos (especialmente a partir de mediados del
siglo XIX) se encontraban cada vez más en pugna con la monarquía y
sus agentes burocráticos (...). Los ricos asentados en las
localidades y las provincias desempeñaron un papel activo,
haciendo caer la dinastía y desmantelando el Estado imperial en 1911
[esto es, en la revolución burguesa. RS] e inmediatamente después”
(Skocpol, pp. 245-246).
Por otra parte, se hacen patentes las
contradicciones que limitan su papel “revolucionario”
procapitalista y le impiden ser consecuentes con sus tareas históricas
planteadas: “A diferencia de la clase alta de los hacendados
ingleses[18], los ricos chinos, históricamente, dependían de un
Estado imperial centralizado y considerablemente burocrático. No
había un Parlamento nacional que uniera a los representantes de la
clase dominante de todas las diversas comunidades de mercado. Históricamente
no se había desarrollado la sencilla conjunción del poder local y
el nacional en un país tan vasto como China, con sus diversos
niveles de administración que intervenían entre Pekín y cada
localidad. En cambio, los ricos chinos, con raíces locales, se
hallaban unidos en bases regionales sólo por su participación y
cooperación con la burocracia imperial confuciana. De manera similar,
sólo el unificado poder administrativo y coactivo del Estado imperial
podía aportar cierto apoyo, a largo plazo, a la posición de clase
dominante de los ricos” (Skocpol, p. 246).
La clase rica terrateniente proto-burguesa
del campo chino, entonces, no
podía ser consecuente siquiera en el terreno de la revolución
burguesa, en la medida en que estaba atada por mil hilos de
dependencia con el pasado imperial chino y con el propio imperialismo
europeo: “La ironía es que aun cuando los ricos chinos, durante el
período que desembocó en 1911, habían tenido la capacidad y el
interés de socavar el Estado imperial, una vez que ello ocurrió, se
encontraron vulnerables, como clase, a toda fuerza política
organizada extra-localmente que se revolviera a atacar su posición en
el orden agrario” (Skocpol, p. 247). Es en este marco donde se
coloca el rol que cumplió el PCCh en el campo.
El
bandolerismo social
Sin embargo, había una tradición en el
campo chino con ciertos elementos independientes: la tradición del
“Haiducry” o bandidismo social. Luego veremos cómo Mao se
sirve de y se apoya en esta tradición para poner en pie su “Ejército
Rojo” de milicias campesinas.
“Tal
fuerza antiterrateniente tampoco sería capaz de reclutar partidarios
campesinos para una lucha contra los ricos terratenientes. Es cierto
que los campesinos asentados, y con trabajo, serían difíciles de
alcanzar al principio. Pero había un componente, del ciclo, a largo
plazo, del declinar dinástico: la rebelión; y una renovación que
requería una mayor autonomía insurreccionaría campesina, en lugar
de procesos en las comunidades asentadas, o que envolvieran a estas.
Durante los períodos de debilidad de la administración central y de
deflación y catástrofe en la historia china –fenómenos que solían
ocurrir juntos–, invariablemente floreció el «bandidismo social»”
(Skocpol, p. 247).[19]
Se trata, claro está, de un fenómeno de
los oprimidos, pero nada tenía que ver –como sujeto– con la clase
obrera urbana: se trataba de un sector social distinto, proveniente y
emergente de otra estructura social y otras tradiciones. Sobre
esta base social se apoyó la emergencia del “maoísmo” como
corriente particular dentro del PCCh, y que luego se haría hegemónica.
“Precisamente porque las relaciones
agrarias chinas estaban considerablemente comercializadas, los
campesinos no fueron a menudo protegidos por sus nexos comunales en la
aldea contra las dislocaciones económicas. Durante los períodos del
declinar económico, los campesinos más pobres, especialmente en las
comunidades que no contaban con una élite local acomoda que les diera
empleo, perdían su propiedad, su medio de vida y aun su familia, y se
veían obligados a emigrar para evitar morir de inanición. Los
emigrantes empobrecidos a menudo se reunieron como bandidos o
contrabandistas que operaban en las «zonas limítrofes», en
los bordes del imperio, o en las intersecciones de las fronteras
provinciales, lugares donde estaban fuera del alcance de los ricos
locales y del Estado imperial cuando no se encontraba en la plenitud
de su vigor” (Skocpol, p. 247).
Eran, entonces, campesinos que, al ir quedándose
sin el medio elemental de vida campesina, la tierra, se veían incluso
obligados a vender a sus esposas e hijos como esclavos. Estos
elementos, tal como luego fue el caso de la guerrilla de Mao, se
ubicaban en los “intersticios” de la sociedad, en las zonas limítrofes
donde no podía llegar el poder del Estado, fuera imperial o
“nacionalista” en la primera mitad del siglo XX.
“Para sobrevivir o prosperar, los bandidos
atacaban a las comunidades asentadas y, siempre que les fuera posible,
especialmente a sus miembros más ricos; porque atacar a los ricos,
llevaba al máximo los ingresos de los bandidos y también aumentaba
las oportunidades de liberarse de ser capturados por las autoridades.
Por tanto, en tal bandidismo social se expresó la lucha de clases,
aún cuando fuera indirectamente y, a través de la historia, siempre
efímeramente” (Skocpol, p. 248). Esto fue así, precisamente, hasta
Mao. Luego veremos, con Schwarz, la especificidad de la
corriente Mao y su opción estratégica por el campesinado.
Pero sigamos con Skocpol:
“El siglo XIX y la primera mitad del XX
constituyeron un período de decadencia dinástica e interregno político
en China. Dificultades económicas, empobrecimiento de los campesinos,
difusión del bandidismo social y violentos conflictos entre milicias
locales; grupos de bandidos y señores de la guerra y/o ejércitos «ideológicos»
caracterizaron todo el período (...). Como hemos visto, este período
de decadencia del gobierno central se vio complicado de maneras nuevas
por las intrusiones imperialistas occidentales y japonesa. Sin
embargo, aunque el imperialismo dislocó y revolucionó la política
nacional y de la clase dominante, no alteró básicamente la
situación económica y política de la vasta mayoría de los
campesinos y las comunidades rurales. Salvo en las cercanías de
los «puertos del tratado», las principales vías navegables y la
escasa red ferroviaria (construida después de 1880), las redes de
mercado, agentes y pautas de cambio tradicionales no fueron
desplazados por el moderno desarrollo económico. Los campesinos
siguieron trabajando con técnicas tradicionales, cultivando básicamente
cosechas de subsistencias y a vender para pagar su alquileres y sus
impuestos” (Skocpol, p. 248).
Esta es la situación que se da en el campo
entre los años 1911 y 1949. La revolución burguesa de 1911 no
cambia nada esencial de la vida campesina. Al respecto, “el
Partido Comunista, operando en el marco de la fragmentación político-militar,
a la postre consideró necesario tratar de fundir sus esfuerzos con
las fuerzas del bandidismo social de base campesina para
formar un «ejército rojo» capaz de tomar y conservar regiones que
después administraría. Entonces, bajo la protección aportada por
los militares comunistas y sus controles administrativos, la política
local fue finalmente reorganizada de tal manera que permitiría a los
campesinos la influencia colectiva contra los terratenientes de la
que históricamente habían carecido. Una vez que esto ocurrió
–como en el norte de China durante el decenio de 1940-9– los
campesinos se levantaron violentamente contra los restos de la clase
rica y destruyeron sus posiciones de clase y poder. Así, la
contribución campesina a la revolución china se pareció mucho más
a una respuesta movilizada a las iniciativas de la élite
revolucionaria que las contribuciones de Francia y Rusia” (Skocpol,
p. 250).
Quedan
así establecidos los elementos de “encuadramiento” campesino por
parte del PCCh, contra los análisis fantasiosos de la revolución
china que se refieren a la “autodeterminación campesina”. Veremos
esto más adelante.
“Las
razones de este aspecto movilizador de masas tuvieron poco que ver con
la ideología revolucionaria y mucho con las «peculiaridades» (...)
de la estructura sociopolítica agraria china. Tal estructura no
permitía a los campesinos chinos establecidos la autonomía
institucional y la solidaridad contra los terratenientes. Pero, en
períodos de crisis político-económica, sí generó parias
marginados, campesinos pobres, cuyas actividades exacerbaron la crisis
y cuya existencia aportó un apoyo potencial a las rebeliones
encabezadas por una élite, incluyendo, en el marco del siglo XX, un
movimiento revolucionario. Así, las actividades de los comunistas
chinos después de 1927 y su triunfo final en 1949 dependieron
directamente de los potenciales insurreccionales y de los bloqueos a
las revueltas campesinas autónomas que ya existían en el orden
agrario chino” (Skocpol, p. 250).
Este “bloqueo” de los elementos de
autodeterminación agraria y la fusión con las tradiciones de
bandolerismo social dan elementos para explicar el rol del PCCh en
la revolución de 1949 en conjunto con la inmensa importancia de su
gravitación social hacia el “modelo” de la URSS estalinizada.
II. De la
revolución de 1911 a la revolución de 1949
Como
producto de la limitada revolución burguesa de 1911, la élite
confuciana –letrados y funcionarios– se desintegró en
tanto que cuerpo estructurado, administrativo nacional y cultural. En
consecuencia, una vez caída la fachada de la autoridad imperial, el
poder del Estado en China se fragmentó y atomizó en aquellos
centros regionales, provinciales y locales en que había estado acumulándose
durante decenios. Esto tuvo su especificidad a causa del papel de sus organizaciones
militares de base regional, lo que dio lugar a un interregno hasta
la revolución de 1949 caracterizado por el dominio de la política
china por los “señores de la guerra”, provenientes de los
estratos ricos de la clase dominante local.
Dado que los campesinos chinos en principio
no se hallaban en una posición de levantarse colectiva y autónomamente
contra los terratenientes, la disolución del sistema imperial en
1911 no creó directamente circunstancias favorables para la revuelta
campesina. La base socioeconómica local de los ricos, sus tierras
y su liderazgo en las organizaciones comunitarias no fueron socavadas.
Esto muestra los límites de la revolución burguesa china de
1911, a la que Trotsky caracterizó como antimonárquica pero no
antiimperialista, en la medida en que Sun Yat-Sen –a quien las masas
chinas consideran el padre de la república burguesa– se apoyaba en
el imperialismo japonés y contaba con el visto bueno del resto de las
potencias imperialistas.
En
el país se impuso el dominio de tales señores bajo la forma de
agrupamientos político-militares independientes, cada uno de los
cuales controlaba el territorio y explotaba las riquezas locales. Cada
uno, como sistema, era similar a los demás; se diferenciaban, básicamente,
en la escala. Como estos regímenes se encontraban en continua
competencia entre sí, sus principales actividades eran la exacción
de riquezas, el reclutamiento militar, las negociaciones con aliados
potenciales y partidarios extranjeros y, desde luego, una violenta
guerra civil larvada o abierta.
El escenario fue de fragmentación política
y territorial, a la que contribuían no sólo los señores de la
guerra, sino las principales ciudades costeras sometidas a las
potencias imperialistas por tratados. Y también la ocupación
japonesa, que planteó la pérdida de unidad nacional del país,
algo que el dominio de Chiang Kai-Shek nunca logró resolver. Esto
mismo es lo que explica la emergencia y la posibilidad de las regiones
“liberadas” en el inmenso campo chino, en las cuales se asentó el
PCCh y el ejército rojo maoísta.
Para la sociedad china en su conjunto, la época
de los señores de la guerra fue un círculo vicioso, por decir lo
menos: una tremenda calamidad, un estado de guerra civil permanente.
Dentro de un equilibrio general de debilidad, la reintegración política
nacional se hizo imposible. De allí el fuerte sentimiento nacional
que animara a Mao y la consigna que recorre toda la vida del maoísmo
de “salvar la nación”.
Sin embargo, hubo una fuerza basada en las
ciudades: el Kuomintang.
“Estos «modernos» nacionalistas, se
concentraban ante todo en las grandes ciudades costeras, muchas
de las cuales eran puertos occidentalizados del «Tratado». Estas
mismas ciudades fueron las primeras sedes de los movimientos
antiimperialistas de masas, secuela de la Iº Guerra Mundial,
cuyas disposiciones enfurecieron a los chinos, ya que abiertamente
desdeñaban las aspiraciones de integridad nacional. Contra este
fondo, no es de sorprender que los primeros dirigentes y las bases
populares organizadas, tanto del Kuomintang como del PCCH, procedieran
de estos centros urbanos «modernizados» de la China de comienzos del
siglo XX. (...)
“El triunfo final de los comunistas dependió
de su capacidad de penetrar en las comunidades rurales, desplazar los
restos de la clase acomodada y movilizar la participación campesina
hasta un grado sin precedentes en la historia china. Pero la
supervivencia y la victoria final también dependió de la incapacidad
del Kuomintang para consolidar el poder del Estado sobre una base
urbana (...). Hay que tratar de comprender porqué este movimiento
de bases urbanas no pudo triunfar en China, en contraste con los
bolcheviques y los jacobinos, que sí pudieron consolidar el poder del
Estado sobre bases urbanas en sociedades predominantemente agrarias y
campesinas” (Skocpol, pp. 379 y 378).
Es decir, hay que dar cuenta de las razones
del triunfo de una estrategia “campesinista” en detrimento de una
fundada en los polos más avanzados del país y –desde el punto de
vista marxista– en la emergente clase trabajadora:
“ningún régimen basado principalmente en el sector urbano
moderno, centrado en los puertos del Tratado, podía esperar con
realismo consolidar el poder del Estado centralizado en la China
posterior a 1911 (...) estas modernas ciudades chinas se hallaban
orientadas hacia fuera, situadas en los bordes del ámbito
continental” (Skocpol, 385).
Para Skocpol, entonces, esta estrategia de
unificación nacional no podía imponerse debido a que la clase
dominante local, los ricos de las villas, permaneció arraigada en el
fondo de la antigua jerarquía administrativa, sobre el nexo del nivel
básico entre la ciudad y el campo. Pero aun así, la razón del
fracaso de la revolución urbana y proletaria, está en otro lugar, íntimamente
relacionado con la orientación y el significado del maoísmo.
Chen
Du-Xiu
“La Primera Guerra Mundial tuvo un
importante consecuencia para China en la emergencia de un
proletariado moderno. La preocupación de los aliados por la
guerra en Europa y la tremenda demanda mundial de bienes de todas las
clases estimularon el crecimiento de una industria china de gran
escala, y por tanto creó una clase obrera industrial”[20].
Es en estas condiciones que fue fundado en
1921 el Partido Comunista. En los primeros años, el PC tuvo un
crecimiento sorprendente. Muy rápidamente arraigó en el emergente y
dinámico movimiento obrero chino, sobre todo, inicialmente, entre los
trabajadores ferroviarios y marineros. Se caracterizó entonces por su
penetración en la clase obrera,
aunque recién en 1925 el PCCh
logra ganarle la dirección sindical nacional al anarquismo, de fuerte
presencia en China en las primeras décadas del siglo XX. En ese período,
“el partido trató de organizar a todo el proletariado en una red de
sindicatos industriales (...) vinculados en federaciones (...) y todas
ellas unidas en un Sindicato General del Trabajo, controlado por el
propio partido. En unos pocos años de intensos esfuerzos, un puñado
de jóvenes intelectuales (...) logró (...) crear o penetrar y adueñarse
de centenares de sindicatos, varias grandes federaciones y una
organización nacional que a mediados de 1927, afirmo contar con cerca
de tres millones de miembros” (Skocpol, p. 381).
Partimos de Chen Du-Xiu no sólo por ser el
verdadero fundador del comunismo chino [21], sino porque además,
configura una escuela opuesta por el vértice a lo que vendría
a expresar luego la corriente Mao: “esta filosofía implicaba un
total rechazo de la cultura tradicional china en todas sus
manifestaciones: budismo, taoísmo y confucionismo. Budismo y taoísmo,
porque su sesgo de alejamiento del mundo había paralizado la energía
de China por siglos. El confucionismo (...) había sofocado el
individuo en una red de obligaciones sociales y familiares. El
resultado final, había sido la pasividad, el estancamiento, la
impotencia” (Schwartz, pp. 8-9).
Chen ingresa a la vida cultural y política
buscando elementos para quebrar esta tradición secular, y encarnó
este período fundacional como primer secretario general del partido.
Tenía una aspiración que era universalista
y cosmopolita en la búsqueda de sacar el país del atraso, y al
mismo tiempo antiimperialista, pero no nacionalista en el sentido
estrecho del término, como sí lo fue la tradición que encarnó
Mao en el período posterior.
La abnegada veta proletaria y socialista de
Chen se puede identificar en su apreciación de los ejércitos
nacionalistas del Chiang Kai-Shek. Sobre la famosa “expedición al
norte del país para enfrentar a los “señores de la guerra”, Chen
decía en junio de 1926 que estaba “concebida como una acción
militar con el objetivo de extender las fuerzas revolucionarias del
sur al norte y de derribar los militaristas de Peiyang.
Consecuentemente, está concebida como parte de la revolución
nacional. No obstante, el verdadero objetivo de la revolución
nacional es acabar con el imperialismo y el militarismo por las masas
de todas las clases y la liberación de todo nuestro pueblo,
particularmente los obreros y campesinos. Sin embargo, si la expedición
del norte es llevada adelante por una turba variopinta de
aventureros militares y políticos interesados en alcanzar sus
objetivos privados, incluso si la victoria es alcanzada, sólo será
la victoria para los aventureros militares y no para la revolución”
(citado por Schwartz, p. 57).
También
le es característico su ángulo internacionalista, a pesar de que,
aparentemente, Chen nunca había salido de China: “Chen se negaba a
establecer distinciones entre los explotadores extranjeros y una
burguesía nacional progresiva. «Si el capitalismo fuera bueno», decía,
«debería ser bienvenido, sea nacional o extranjero. Si es el diablo,
debe ser enfrentado, sea en el interior o en el exterior... sólo
nuestros trabajadores pueden obtener el objetivo de la independencia
de China. Los llamados capitalistas nacionales, son todos directa o
indirectamente compradores del capital internacional. Ellos
simplemente ayudan a los capitales extranjeros a explotar China»” (Schwartz,
p. 29).
En estas condiciones, Chen tuvo el drama de
ceder a la autoridad de la Internacional Comunista –ya bajo el yugo
de Stalin–, que obligó a la aplicación de una orientación
totalmente oportunista que terminó en los desastres de las masacres
de Shanghai (abril) y Cantón (diciembre) en 1927. Sin embargo, sus
inclinaciones políticas “naturales” –más allá de su débil
formación teórica marxista–, ameritarían definirlo como un proto-trotskista
ya en los años 20 (caracterización que también recoge Nahuel
Moreno). Así lo señala Schwartz: “debemos concluir en que la
actitud de Chen Du-Xiu durante el breve período antes de someterse a
la disciplina de la Komintern puede ser definida como «proto-trotskista».
El es, como si dijéramos, un trotskista por instinto antes de que el
trotskismo emergiera como fenómeno distintivo, y sin la capacidad de
Trotsky para la racionalización teórica” (Schwartz, p. 29).
Esto es válido no sólo para el período
previo al curso oportunista. Cuando comenzó la pelea abierta dentro
del PCCh en 1927, Chen aparece afirmando la necesidad de ser
independientes respecto del Kuomintang y de que la revolución agraria
se lleve a cabo bajo la hegemonía del proletariado urbano. Al
respecto, Schwartz observa que era criticado de “trotskista” por
los agentes de Stalin y Bujarin en el partido, aunque Chen
no conocía por entonces las posiciones de Trotsky sobre China,
acalladas por la burocracia de la III Internacional. Aparentemente,
recién tuvo la oportunidad de leer más ampliamente textos de Trotsky
durante su estadía en la cárcel, en la primera mitad de la década
del 30.
Decía Chen: “El nivel cultural de los
campesinos es bajo (...) sus fuerzas están dispersas y están
inclinados al conservadurismo... Al ser productores independientes, no
son fácilmente proclives a la socialización (...). El campesinado
constituye la inmensa mayoría del pueblo chino y es, obviamente, una
gran fuerza en la revolución nacional. Si la revolución china no
alista a los campesinos, le será más difícil triunfar como una gran
revolución nacional” (citado por Schwartz, p. 65). Por esto, agrega
que lejos de “dejarle el campesinado a la burguesía, el PCCh hizo
grandes esfuerzos (...) para ganar el control del movimiento
campesino”. Es decir, Chen buscaba ganar a los campesinos sobre la
base de afirmar la hegemonía del proletariado. De Chen a Mao hay un quiebre
de tradiciones, y ambos representaron tipos acabados de
tendencias opuestas.
La revolución de
1925-27
“Los
años 1925-27 contemplaron la erupción de todas las contradicciones
nacionales e internacionales que desgarraban a China (...). Pero la
característica más sobresaliente de los acontecimientos –una
característica que no se halla en la siguiente revolución china y
que, por tanto, se olvida o ignora fácilmente– fue la revelación
del extraordinario dinamismo político de la pequeña clase obrera
china (...). Nunca se subrayara lo suficiente que en 1925-27 la
clase obrera china desplegó casi tanta energía, iniciativa política
y capacidad de dirección como los obreros rusos en la revolución de
1905” (Deutscher, p. 128).
Se trató en realidad de un proceso
comenzado en 1919, con el ya citado Movimiento del 4 de mayo de
estudiantes y docentes. El período de la década del 20 vio nacer al
Partido Comunista fundado por Chen Du-Xiu y un impulso vital de enorme
pujanza en la organización de la joven clase obrera china, que dio
lugar a esta revolución traicionada y derrotada producto de la política
de Stalin.
Con el desarrollo industrial originado por
la guerra, el proletariado pasa de uno a dos millones de personas en
pocos años, a cuya vanguardia están los 200.000 obreros chinos que
habían ido a trabajar a Francia. Recién en 1918 se funda el primer
sindicato de trabajadores, pero rápidamente se produce una fusión
entre el movimiento estudiantil y el naciente movimiento obrero. Esta
emergente organización obrera gira en torno a los marineros de Hong
Kong y de los ferroviarios del centro y norte del país. Durante todo
1925 hay grandes luchas obreras, ascenso que tiene su punto culminante
en una larga huelga general en Hong Kong que dura meses y que deja de
hecho el poder en manos de los piquetes obreros en Cantón. Pero el
Kuomintang contraataca y el 29 de julio de 1926 se declara la ley
marcial en Cantón y más de 50 trabajadores son asesinados. Sin
embargo el ascenso obrero no cede, a la vez que comienza un importante
ascenso campesino, expresado en un proceso de organización por
distritos que llega a agrupar a 2 millones de miembros en sindicatos
campesinos.
Cabe aclarar que en este periodo inicial de
la organización campesina vinculada a la revolución obrera en curso
en las ciudades, sí hubo elementos de autodeterminación agraria.
Harold Isaacs se refiere a esta experiencia, desarrollada en contra de
la línea de Stalin: “Stoler, Browder y Doriot descubrieron que en
Hunan los campesinos estaban tratando, a su propia manera, de crear precisamente
el tipo de órganos locales de poder de los que Trotsky había hablado”
(La tragedia de la revolución china, Los Angeles, Stanford
University Press, 1951, p 228).
Nahuel Moreno, en su texto ya citado,
describe así el proceso: “El PC había organizado en Shangai a
600.000 obreros (...). El 21 de marzo de 1927, los comunistas
desencadenaron una huelga que provocó el cierre de todas las fábricas
y condujo, por primera vez en sus vidas... a los obreros a las
barricadas. Tomaron primero el comisariato de policía, después el
arsenal, luego el cuartel y obtuvieron la victoria. Fueron armados
5.000 obreros, se formaron 6 batallones de tropas revolucionarias y se
proclamó el «poder de los ciudadanos». Fue el golpe de estado más
notable de la historia moderna de China. Un día después, el PCCh
saluda la entrada de Chiang como la de un héroe. Es así como este
puede preparar el golpe de estado contra los obreros con toda
tranquilidad [que] se produce el 12 de abril y es una matanza parecida
a la que sufrió el PC de Indonesia en 1963. Con este golpe, se
decapita definitivamente a la clase obrera china”.
Faltaría todavía un acto en este drama: la
comuna de Cantón. Se trató de un levantamiento por el cual los
trabajadores controlaron la ciudad por un puñado de días en
diciembre de 1927; luego de su derrota (un baño de sangre, con el
fusilamiento de miles de obreros y comunistas) la clase obrera quedó
efectivamente decapitada. Y aunque hubo períodos en los que se esbozó
una tendencia de recuperación, ésta finalmente nunca se concretó.
La
corriente de Mao
Refiriéndose
a la revolución del 1925-27, Deutscher la comparaba con la de 1905 en
Rusia: “estos años fueron para China lo que 1905-1906 habían sido
para Rusia: un ensayo general de revolución. Con la diferencia, sin
embargo, de que en China el partido de la revolución obtuvo del
ensayo conclusiones muy diferentes de las rusas. Este hecho, en
combinación con otros factores objetivos (...) habrían de reflejarse
en las diferencias entre los alineamientos socio-políticos de China
de 1949 y de Rusia en 1917” (Deutscher, p. 129).
Es
en estas condiciones que emerge la corriente maoísta, a finales de la
década del 20. Mao, promediando la década, ya tendía a expresar una
orientación estratégica totalmente diferente no sólo de la de Chen
Du-Xiu,
sino de la mayoría generalidad de las corrientes proMoscú que
se sucedieron luego de la defenestración del fundador del PC.
“El «Informe sobre una investigación del
movimiento agrario de Hunan», escrito por el propio Mao (...) es un
documento de un contenido único, que justifica tratar al autor como representativo
de una corriente única en el movimiento comunista chino (...) Sería
un error asumir que el penetrante juicio de Mao Tse-Tung sobre las
potencialidades de los campesinos es simplemente el fruto de su
conocimiento del campesino (...). El propio Mao admite no haberse dado
cuenta del grado de lucha de clases entre los campesinos hasta el
desencadenamiento del incidente del 13 de mayo de 1926” (Fairbank,
p. 74). Al parecer, ese año fue de un éxito espectacular en lo que
hace a la organización campesina, lo que llevó a Mao a decidirse
cada vez más por el trabajo agrario.
Es bajo el influjo de su inmersión en el
medio campesino que Mao señala: “La fuerza del campesinado (...) es
como la de los vientos enfurecidos y la lluvia. Incrementa rápidamente
su violencia. Ninguna fuerza puede interponerse en su camino. El
campesinado destruirá todas las redes que lo constriñen y avanzará
por el camino de la liberación (...). Las amplias masas del
campesinado se han levantado para llevar a cabo su destino histórico.
Las fuerzas democráticas de las villas se han levantado para tirar
abajo las fuerzas feudales de las aldeas. Acabar con las
fuerzas feudales es, después de todo, el objetivo de la revolución
nacional” (citado por Schwartz, pp. 74-75). Y este autor agrega: “El
elemento que resalta de esta apasionada defensa, es el hecho que se señala
al campesinado como tal para llevar a cabo las tareas de «enterrar
al imperialismo y al militarismo»; que mira hacia las aldeas como
el centro estratégico de la acción revolucionaria; que juzga el
valor de todo partido revolucionario por su voluntad de ponerse a
la cabeza del campesinado. Y el más notable señalamiento en todo
el «Informe» es que Mao compara la importancia relativa de la ciudad
y el campo en el proceso revolucionario: ‘Si tenemos que calcular el
peso relativo de los varios elementos que componen la revolución
democrática sobre la base de porcentajes, los pobladores urbanos y
militares no alcanzarían más del 30%, mientras que el 70% restante
debería asignarse a los logros de los campesinos en las
zonas rurales’” (Schwartz, p. 75).
Aquí hay un salto cualitativo respecto de
la tradición socialista anterior: el sujeto central de la
transformación social ha pasado a ser el campesinado, y el lugar
estratégico de la pelea, el campo, no la ciudad. Esto tendría
consecuencias estratégicas –no siempre problematizadas del todo–
de enorme importancia en lo que hace al propio carácter de la
revolución china y de la corriente Mao.
En este sentido, dice Peng en su Informe al
4º Congreso de la IV Internacional: “Sobre la naturaleza del PCCh,
virtualmente todos los camaradas chinos han declarado que es un
partido pequeño burgués basado en el campesinado (...).
Comenzando en 1930, Trotsky de manera repetida puntualizó de que el
PCCh gradualmente había degenerado de partido obrero a partido
campesino (...) incluso afirmó que había seguido el mismo patrón
que los SR (socialistas revolucionarios) en Rusia (...). Luego de la
derrota de la segunda revolución, el PCCh abandonó el movimiento
obrero urbano, abandonó el proletariado y giró enteramente hacia
el campo. Volcó toda su fuerza a la lucha de guerrillas en las
aldeas y absorbió en el partido un enorme numero de campesinos (...).
Durante este prolongado período de vida en el campo, incluso asimiló
la cosmovisión campesina en su ideología”.
Un
narodniki chino [24]
Es en este marco que Mao va a recoger una
tradición ancestral de lucha campesina: la de los rebeldes
primitivos o bandidos que se levantaban y vivían en los
intersticios de la sociedad, de las provincias y que conformaban una
tradición histórica de rebeldía. Es decir, la tradición del
bandolerismo social que ya hemos mencionado.
Para
Mao, “sólo los campesinos pobres pueden actuar como la
vanguardia revolucionaria de las aldeas. Mao repudia vigorosamente las
objeciones levantadas en ciertos círculos a la presencia de «vagabundos
y bandidos» en las asociaciones campesinas. «No son vagabundos y
bandidos» insiste, «por el contrario, se trata de líderes agresivos
de las asociaciones campesinas (...). Incluso si algunos de ellos han
sido vagabundos, la mayoría han cambiado para mejor desde que se
asumieron como líderes»” (Schwartz, p. 75).
Mao se apoyó en esta tradición de rebeldía
y bandidaje social campesinos como forma de expresión de un sector
que no soportaba más las condiciones de explotación y opresión en
el campo y que se iba a las fronteras. Una tradición real, pero que
no tenía nada que ver con las tradiciones de lucha de la clase
obrera en las ciudades. Se trataba de algo mucho más emparentado
con las tradiciones de las cuales se nutrieron los narodniki (populistas)
en Rusia a finales del siglo XIX.
“Todo este curso es extremadamente radical
y lleno de espíritu revolucionario. En su conjunto, sin embargo, podría
haber sido escrito por un narodniki ruso (...). Hay una
constante implicación de que el campesinado por sí mismo será
la fuerza principal de la revolución china (...) Sería interesante,
sin embargo (...) dejar sentada una de las numerosas reflexiones de
Lenin sobre las relaciones entre ciudad y campo: «La ciudad (...)
inevitablemente lidera a la aldea. La aldea inevitablemente siguen la
ciudad. La única cuestión es a cuál de las clases urbana seguirá
el campo»” (Schwartz, p. 76).
En el mismo sentido, Nahuel Moreno sostiene
que “con el maoísmo se repite un poco el caso de los narodniki
(...). Podemos considerarlo también desde el punto de vista de su método
de pensamiento y características más evidentes. Aparecía así como
provinciano, atrasado, empírico, pragmático, a medias reformistas y
revolucionario, con una ideología jacobina, estalinista y marxista,
al mismo tiempo que practica la lucha armada (y) un culto repugnante
de características semi-bárbaras a la personalidad de Mao, unido a
una actitud paternalista. Nada de esto es marxismo” (Las
revoluciones china e indochina).
Y también Deutscher: “Mao se hizo
gradualmente conciente de las implicaciones de su movimiento, y al
justificar la «retirada de las ciudades» reconoció, cada vez más
explícitamente, al campesino como la única fuerza activa de
la revolución, hasta que, para todos su propósitos e intenciones, volvió
finalmente la espalda a la clase obrera urbana”.
(Deutscher,
p. 138). Respecto de la corriente narodniki, pero pensando en
el maoísmo, agrega que “la revolución hallaría su amplia base
solamente en el campesinado. Sus dirigentes tendrían que ser hombres
como los narodniki, miembros de la intelligentsia, que
hubieran aprendido algo en la escuela del pensamiento marxista, que
hubieran hecho suyo el ideal socialista y que se consideraran los
representantes de todas las clases oprimidas de la sociedad rusa. Los narodniki
fueron, naturalmente, los zamestiteli clásicos, los
archisustituistas, que actuaban como locum tenentes de una
clase obrera inexistente y de un campesinado pasivo (los mujiks
ni siquiera los apoyaron) y que defendían lo que consideraban que era
el interés progresivo de la sociedad en su conjunto” (Deutscher, p.
153). Los paralelos agudos con las características del maoísmo son
aquí evidentes.
Al girar su atención y centro estratégico
de actividad hacia el campo y el campesinado, es decir, hacia lo más
atrasado respecto de lo más avanzado, Mao se convirtió en un
populista (como lo eran los propios narodniki) en el sentido
profundo del término. Fue un populista, agrarista y campesinista, y
siguió siéndolo a lo largo de toda su vida, incluso en la lógica
operante detrás de los enfrentamientos internos luego de la revolución
con el sector burocrático pro Moscú de Chou En-Lai, Lui Shao-Qi y
Deng Xiao-Ping.
Un
ejército rojo de base campesina
Entre
fines de 1929 y principios de 1930 se puso en evidencia un fenómeno
que sería de importancia decisiva para el futuro del PCCh y el
desarrollo de la tercera revolución china: el Ejército Rojo
campesino.
Su
crecimiento fue multitudinario y vertiginoso. En 1928 contaba con
menos de 10.000 soldados. A fines de 1929, había por lo menos 12
grupos comunistas armados en siete provincias de China central y del
sur, con un total de 20.000 soldados. En abril de 1930 habían subido
a 60.000 o 70.000. El PCCh contaba para ese entonces con cinco bases
soviéticas en las provincias de Kiangsi y Hupeh. Dos años después,
en las ciudades quedaban un puñado de 4.000 a 5.000 militantes
(sobrevivientes del “terror blanco” del Kuomintang), mientras que
en el campo, en lo que Stalin y sus seguidores llamaron “áreas soviéticas”
y bajo protección del Ejército Rojo, había 100.000
militantes campesinos.
León
Trotsky dejó señalamientos magistrales acerca del carácter
social de los “ejércitos” y guerrillas campesinas chinas,
impropiamente llamados “Ejército rojo” en emulación del ejército
originado en la revolución bolchevique. Desmentía que fueran fuerzas
proletarias, argumentando que el carácter de clase de las
organizaciones proviene de la base social real en que se
asientan, y no en un partido que se autotitula “comunista” y
supuesta encarnación del “proletariado”. También señalaba
que los cuadros dirigentes de este ejército se reclutaban entre
sectores que, al quedar al frente de estas formaciones, se desclasaban,
por lo que de ninguna manera se los podía considerar cuadros auténticamente
comunistas.
“Entre
los dirigentes comunistas de los destacamentos rojos indudablemente
hay muchos intelectuales y semi-intelectuales desclasados que no han
pasado por la escuela de la lucha proletaria. Por dos o tres años
vivieron vidas de comandantes y comisarios partisanos; lucharon en
batallas, tomaron territorios, etc. Absorbieron el espíritu del
medio. Mientras tanto, la mayoría de la base de los destacamentos
rojos consisten en campesinos que asumen el nombre de comunistas con
toda honestidad y sinceridad, pero que en la realidad siguen siendo
revolucionarios pobres o pequeño-propietarios pobres. En política,
el que juzga por denominaciones y etiquetas y no por los hechos
sociales está perdido”.[25]
Tanto Skocpol como Schwartz señalan que aun
cuando desde Moscú se apremiaba al PCCh –luego de los desastres de
Shangai y Cantón– a “tomar las ciudades”, varios grupos
comunistas comenzaron a gravitar hacia la nueva estrategia de guerra
de guerrillas de base campesina.
“El PCCh después de 1927 se vio obligado
a entrar en acuerdo con el campesinado de manera muy distinta a como
había ocurrido en Francia y Rusia. Los campesinos podían ser
enrolados por la fuerza en ejércitos permanentes dirigidos por
profesionales y abastecidos por los centros urbanos. En cambio [en el
caso chino] había que persuadirlos de aportar voluntariamente
mano de obra y abastos para los Ejércitos Rojos. Los campesinos no
darían tal apoyo de manera voluntaria y confiable a menos que los
comunistas parecieran estar luchando a favor de sus propios intereses
y en un estilo que se conformara a sus orientaciones localistas. La
guerra de guerrillas es un modo descentralizado de lucha, y por tanto
era potencialmente adecuado a las tendencias campesinas” (Skocpol,
p. 394).
En combinación con la forma anterior se dio
hasta cierto punto también la de “partido-movimiento”, forma híbrida
que combina en su seno reivindicaciones y una organización respecto
de la vida cotidiana de su base social, con un programa político más
de conjunto, pero cuyo método de acción inmediato es movimientista.
Esto es, de “politización” de las
reivindicaciones inmediatas y de asunción de tareas de administración
de la producción y reproducción de la vida inmediata, pero no
inmediatamente de tareas específicamente políticas.
Así, “el Ejército chino fue preparado
para «unirse» con el campesinado civil (...) esto significó tratar
las vidas, propiedades y costumbres de los campesinos con escrupuloso
respeto (...) Siempre que unidades del ejército rojo se apoderaban de
zonas ocupadas, trataban de mezclarse con la vida diaria de los
campesinos (...) dedicándose a actividades de producción (...)
promoviendo la educación política. En suma, para convertirse en
«un pez nadando en el mar del pueblo», el ejército rojo hubo de
emprender actividades económicas y políticas, así como de
combate” (Skocpol, p. 395). Es decir, hasta cierto punto, fusionarse
con las masas rurales.
Más allá del discutible grado de
“persuasión” y “respeto” respecto del campesinado, estas
formas tienen la “ventaja” de crear las condiciones de posibilidad
para movilizar masas inmensas, pero al mismo tiempo muy fácilmente derivan
en gestiones clientelares y bonapartistas.[26] Formas bastante
usuales, como ha escrito Marx, en los movimientos de base
campesina.
El informe de Peng es aún más directo al
respecto: “desde que el PCCh salió de las ciudades hacia el campo
en 1928 estableció un sólido aparato y ejército (campesino).
Durante veinte años usó este ejército y este poder para dominar
a las masas campesinas –como sabemos, los campesinos atrasados y
dispersos son más fáciles de controlar– y de allí cobró forma
una burocracia persistente y autónoma, especialmente en la manera de
tratar a las masas. Incluso hacia los trabajadores y los estudiantes
en las áreas del Kuomintang, el partido empleó métodos ultimatistas
y engañosos en vez de la persuasión”.
Es en conexión con el giro “agrarista”
que se produce el descubrimiento del factor militar: “durante
este período se toma conciencia de la importancia del factor de la
organización militar (...). Sus acciones se desprendían de la asunción
de que levantamientos aislados fomentados aquí y allá proveerían
las chispas para un incendio que abarcaría el conjunto del
campesinado chino. La llama, sin embargo, no se extendió. La naturaleza fragmentaria
del campo de China no permitía que se extendiera el contagio político
más allá del área inmediatamente afectada. Mao tuvo que darse
cuenta en fecha temprana de que, frente al dogma marxista, el
campesinado podía aportar de manera independiente una base de masas
para la revolución. Durante 1927, tuvo que tomar conciencia de que en
un país donde el poder tendía a gravitar en manos de los militares,
el poder de masas debía ser conquistado con poder militar” (Schwartz,
p. 101). Ya volveremos sobre las consecuencias de esta estrategia y su influencia en el
carácter “frío” de la revolución de 1949.
En
cuanto a las bases de reclutamiento de tal ejército, “los reclutas
iniciales para la guerra de guerrillas podían salir de las filas de
los campesinos que habían sido desplazados a emprender actividades
ilegales centradas en remotas «zonas fronterizas»; es decir, zonas
en las montañas y entre diversas provincias”, esto es, entre los
“bandoleros sociales”.
“Dada la dinámica del agro chino y las
condiciones críticas del período, los potenciales reclutas de
campesinos desplazados abundaban donde los comunistas más los
necesitaban (...) En las zonas de mayor reclutamiento a finales de la
década del 20 (Shensi-Kansu-Ningsia y en las montañas de China
central llamadas Ching Kang-shan) las «fuerzas revolucionarias»(...)
consistían en elementos declassés [desclasados] como
bandidos, ex soldados y contrabandistas. Eran guiadas por una
combinación de sus propios líderes originarios, además de cuadros
del PCCh, habitualmente intelectuales sin ninguna experiencia militar
(...) Como los bandidos, estos primeros «ejércitos rojos» tuvieron
que solicitar – y frecuentemente, confiscar– recursos de fuera de
sus baluartes para poder vivir (...). Además, siempre que era
posible, los rojos trataban de atraerse a los campesinos más pobres,
confiscando y redistribuyendo las tierras de los campesinos ricos” (Skocpol,
pp. 395-396).
Sin embargo, el “bandidismo social rojo”
no fue más que una fase transitoria: “las tempranas tácticas
de bandidismo social rojo se aplicaron en medios rurales donde las
fuerzas militares enemigas eran débiles o estaban divididas (...).
Estas tácticas pronto empezaron a dar dividendos en la creación de
mayores bases y ejércitos del interior. En 1931, los comunistas
lograron establecer el gobierno soviético de Kiangsi, que gobernaba
una población establecida que variaba entre 9 y 30 millones” (Skocpol,
pp. 397-398).
Es decir que el PCCh evolucionó a lograr la
administración de “zonas liberadas” en el campo habitadas
por millones de campesinos, a las que ahora nos referiremos.
Agregaremos aquí que “durante la breve vida del Soviet (...) poco o
nada lograron en su intento de transformar permanentemente la
estructuras políticas y de clase de la aldea (...) pues la
administración del soviet siguió siendo rudimentaria y sin llegar
nunca directamente a las localidades para desplazar a las elites
locales” (Skocpol, p. 398).
Esta experiencia se extendió hasta 1935,
cuando el PCCh fue obligado por Chiang a abandonar completamente las
regiones centrales más ricas de China y emprender la “Larga
Marcha”[27] hasta llegar a la zona donde pudieron reagruparse y
sobrevivir: la pobre y desolada región rural de Shensi-Kansu-Ningsia,
en el noroeste de China.
Estado
plebeyo en Yenan
Entre
1937 y 1945 el PCCh y Mao montaron un Estado dentro del Estado
nacionalista: el “gobierno soviético de Yenan” en la zona
noroccidental del país. Luego de la Larga Marcha, los acontecimientos
de la invasión de Japón a China determinaron que los comunistas
tuvieran tiempo de atrincherarse sólidamente en el noroeste y de que
disfrutaran circunstancias favorables para extender su movimiento y
tener bases territoriales en una gran zona de China del Norte.
Es en estas condiciones que se terminó
estableciendo en 1937 el “frente unido antijaponés” (de tipo
“unión nacional”), que marcó un crudo giro a la derecha del
PCCh, en consonancia con el período de los Frentes Populares en
Europa.
A cambio, la base de Yenan y otras se
favorecieron con el habitual tipo de subsidios pagados por el
gobierno nacionalista a los regímenes regionales aliados. Así,
durante un tiempo, se beneficiaron de la ausencia relativa de oposición
militar de las tropas del Kuomintang.
Durante este período de “frente único”,
el PCCh actuó de manera esencialmente conservadora, negándose
redondamente a llevar a cabo la reforma agraria en las zonas que
controlaba. Esto recién cambió en 1947, luego de inmensas
vacilaciones y ante el peligro del asedio del Kuomintang, que rompió
los acuerdos de “Unidad nacional” firmados “honestamente” por
Mao en 1946.
Estos “Estados plebeyos”[28] en las
“zonas liberadas” sirven como demostración de que puede haber
formaciones híbridas no orgánicas, tal como señala Moreno en Las
revoluciones china e indochina, si bien está claro que en los
casos de Hunan (década del 20), Kiangsi (primera mitad de los 30) y
Yenan se trataba de experiencias que no se habían desarrollado a
escala nacional sino regional, favorecidas por la propia desintegración
de la unidad nacional del país y con nula industrialización.
Moreno sostiene muy agudamente que “el maoísmo
actual es el resultado de la lucha y triunfo de las zonas liberadas
del ocupante japonés. Surge en esas zonas un Estado plebeyo
popular, cerrado sobre sí mismo, con una economía primitiva con
influencia de los terratenientes y campesinos ricos, totalmente
independiente del imperialismo pero ligada al estalinismo mundial
(...). La inexistencia de influencia imperialista y de una burguesía
regional sólida le da un carácter sumamente independiente a
su gobierno y el partido. Junto a ello, un carácter primitivo, bárbaro,
campesino, como así también jacobino-popular. Su centralización y
bonapartismo no le viene sólo de su carácter de árbitro entre el
estalinismo, las masas y las distintas clases agrarias, sino también
de la atomización campesina”.
Aquí aparece el rasgo común y específico
de las burocracias estalinistas: su alto grado de independencia
relativa, su carácter de “algo más que una mera burocracia”, al
no tener a su lado una burguesía nacional.
Entre estos “Estados” –los ya señalados
de Hunan y los soviets agrarios de 1931-35– existen diferencias
específicas. La experiencia de los 20 terminó en un desastre; la de
1931-35, se apoyó en una reforma agraria radical; la de 1937-45 fue
conservadora, sin tocar las tierras de los terratenientes.
En este marco, la experiencia de Yenan fue
la que alcanzó mayor escala:
“Hacia 1942, los comunistas chinos
comprendieron la necesidad de alcanzar un nivel superior de movilización
de masas en apoyo del esfuerzo de guerra contra Japón y la guerra
civil contra los nacionalistas. Sus agudas necesidades les llevaron a
crear métodos concretos para vincular el esfuerzo militar y los
problemas sociales rurales y económicos en un sólo programa de
movilización de guerra, que penetrara en cada aldea y en cada familia
abarcando a cada individuo. Este programa, al principio, no requirió
una total lucha de clases contra los terratenientes y campesinos
ricos; antes bien, se vio a los cuadros del partido trabajar
directamente con los aldeanos para mejorar la producción económica.
En realidad, la mayor productividad agrícola se hallaba en la base de
si las zonas bloqueadas podrían sobrevivir. Y esta producción
incrementada, se hizo sobre la vieja base de propiedad, sin introducir
reformas sustanciales, es decir, de manera conservadora.
“Tanto Mark Selden como Franz Schurman
insisten en que el Movimiento Cooperativo lanzado por el PCCh en 1943
fue significativo no sólo como recurso para aumentar la productividad
agrícola, sino también como medio por el cual se desarrollaron
nuevas pautas de organización y liderazgo dentro de las aldeas del
norte de China. Este movimiento cooperativo fue la primera verdadera
ocasión en que el partido participó activamente a nivel de aldea en
las actividades productivas que eran la esencia misma de la
existencia campesina”.
“En realidad [recién] en 1946-47 (...)
los comunistas instituyeron una política de radical reforma de la
tierra en las zonas liberadas. Todas las tierras de los
terratenientes, institucionales y de campesinos ricos serían
confiscadas y redistribuidas entre los campesinos pobres y de ingresos
medios, tan cerca como fuera posible de una base de absoluta equidad
individual de propiedad de la tierra, sin consideración de sexo y
edad. Tal política estaba calculada para promover la estabilidad
interna durante un período en que las zonas liberadas estaban pasando
por una movilización total para la guerra civil. Y, como lo indica
Schurman, durante los períodos anteriores y posteriores a 1949, en
que la alta productividad económica y/o máximo control
administrativo habían sido sus objetivos principales, los comunistas
chinos han evitado las políticas radicales de «lucha de clases»”
(Skocpol, pp. 406-407).
La
naturaleza política del campesinado
Discutiremos aquí el rol del campesinado en
la revolución proletaria (no las pautas de rebeldía campesina en
general), porque hace a las características de su acción
colectiva en la circunstancia histórica en la que queda atrapado
entre la burguesía propietaria y el proletariado desposeído de toda
propiedad – contradicción
que se produce porque el campesinado también es propietario o aspira
a serlo–, y en la que no se dan las condiciones para el desarrollo
de una revolución socialista agraria.
Estasis, quietismo, zombis, mentalidad
provinciana... idiotas. Son las duras palabras de Marx con las que
califica la media de la mentalidad campesina originada en sus condiciones
mismas de existencia, de aislamiento, de apartamiento en la vasta
extensión rural. Suena fuerte, pero así es como definen Marx y
Engels la mentalidad y las características políticas del campesino
promedio y, como dice Draper, “no se trata de insultos sino de regularidades
sociales del campesinado”. De ahí las facilidades que
encuentran quienes quieren montarse sobre gestiones burocrático-paternalistas,
como el caso del PCCh.
Sobre
esta base se asientan las consecuencias políticas de la realidad
material y moral del campesinado, en un comentario de la famosa cita
de Marx sobre el campesinado francés de su época:
“En el 18 Brumario Marx enfatiza
otro aspecto que no puede resumirse en la dispersión; es la atomización
(...) Los pequeños propietarios campesinos forma una vasta masa (...)
Cada familia individual es prácticamente autosuficiente (...).
En esta medida, la gran masa de la nación francesa está formada por
la simple adición de magnitudes homólogas, así como las papas en
una bolsa forman una bolsa de papas (...)
“Una bolsa de papas no va a ninguna
parte salvo que alguien la lleve. La atomización del
campesinado como clase tiene consecuencias políticas para la dinámica
de la revolución. Una de las características políticas básicas
del campesinado, es su relativa carencia de iniciativa social,
y su necesaria dependencia de la iniciativa y liderazgo de una de las
clases urbanas en cualquier movimiento revolucionario” (Draper, II,
p. 348). Este es el análisis clásico de Marx sobre las clases
campesinas.
Sin embargo, esto no niega que se tratara en
China de un campesinado encuadrado burocráticamente,
dadas sus características estructurales y sociopolíticas. Y que, por
tanto, hayan brillado por su ausencia los elementos de verdadera
autodeterminación, lo que no necesariamente ha sido un
rasgo de todo movimiento campesino contemporáneo.
Los patrones clásicos, de una manera
original, estuvieron sin embargo muy presentes en la revolución china
de 1949: hubo un grado mayor de independencia, pero no de orden
“histórico”, por lo que no dio lugar a un Estado obrero y
terminó reabsorbida en pocas décadas. Más allá de que, sobre
esta base social y apoyándose en el peso inmenso del aparato
estalinista promediando el siglo XX, se llegó a la expropiación de
la burguesía.
Respecto de la carencia de autodeterminación
campesina, Marx afirma en el 18 Brumario que “los campesinos
son incapaces de llevar adelante sus intereses de clase en su
propio nombre (...). No se pueden representar a sí mismos,
necesitan ser representados”. Algo de esto creemos que es la
clave de la relación entre los campesinos chinos y el PCCH ante
la total ausencia del proletariado.[29]
Esto
deriva en la discusión acerca de las posibilidades de acción
campesina independiente, que en general la tradición del
marxismo revolucionario ha negado. Creemos que en términos históricos
esto ha sido comprobado. Sin embargo, en condiciones específicas
y limitadas, la “independencia” relativa de un campesinado
encuadrado burocráticamente y yendo más allá del capitalismo
fue un hecho.
Pero no queremos marcar si los alcances de
este hecho necesariamente debían introducir una modificación a la
teoría de la revolución [30], sino precisamente sus límites. Que
son, al mismo tiempo, la confirmación de los límites de los
alcances históricos de esta acción.
“Los pequeños campesinos, escribió
Engels en 1847, pueden ser valorados en su gran coraje (...) pero son incapaces
de toda iniciativa histórica. Incluso su emancipación de las
cadenas de la servidumbre se realizo sólo bajo la protección de la
burguesía (...). Los pequeños campesinos son la clase que en
nuestros tiempos es la menos capaz de tomar una iniciativa
revolucionaria. Por 600 años, todos los movimientos progresivos
han venido de las ciudades (...). El proletariado industrial de
las ciudades se convirtió en la piedra angular de toda la democracia
moderna; el pequeño burgués, y aún más el campesino, son
completamente dependientes de su iniciativa” (Draper, II, p. 350).
La experiencia de China fue, entonces, hasta
cierto punto distinta y excediendo el patrón histórico. Sin embargo,
estas características que venimos señalando no dejaron de tener
graves consecuencias a la hora del encuadramiento burocrático de la
revolución, de la ausencia de vínculos con al proletariado y de la
dificultad para pasar de una revolución anticapitalista a una auténticamente
socialista. [31]
Cabalgando
sobre las masas rurales
“El
culto campesino de Bakunin era calculado. Lo que glorificaba en el
campesinado era precisamente su «barbarismo» (...) Todas las
características por las cuales para Marx el campesinado era
impresentable como clase revolucionaria de vanguardia, para Bakunin
eran precisamente las razones para elegirlo como su instrumento de
destrucción (junto con el lumpen-proletariado) (...) La contrapartida
bakuninista del socialismo bonapartista no era un zarismo socialista
(...) sino un socialismo campesino. Para Marx, esto pertenecía
a la misma categoría del «socialismo reaccionario» y el «socialismo
pequeño-burgués», analizado en el Manifiesto Comunista. Tuvo
ocasión de enfatizar esto en sus notas marginales al libro de Bakunin
Estado y Anarquía (...). En alguno de estos pasajes, Marx
sugiere por qué la concepción de una revolución social progresiva
basada en el campesinado era una ilusión” (Draper, II, pp. 356-57).
El
marxista estadounidense cita luego textualmente a Marx: “Una
revolución social radical está atada a ciertas condiciones históricas
de desarrollo económico; éstas últimas son su prerrequisitos. Es,
por tanto, sólo posible donde al lado de la producción capitalista,
el proletariado industrial ocupa como mínimo una posición importante
respecto de la masa de la población... Pero Bakunin no comprende
absolutamente nada acerca de la revolución social, sólo sus frases
políticas; sus condiciones económicas no existen para él.
Desde que las condiciones económicas, desarrolladas o
subdesarrolladas, implican la sujeción de los trabajadores (sea en la
forma de trabajadores asalariados, campesinos, etc.), cree que en
todas ellas es igualmente posible una revolución social. Pero hay más.
Quiere que la revolución social europea, que está basada en los
fundamentos económicas del capitalismo, sea llevada adelante en el
nivel de los pueblos agricultores y pastores de Rusia y los eslavos, y
que no vaya más allá de este nivel.
“La
voluntad, no las condiciones económicas, es el fundamento de su
revolución social. En el caso de la teoría de la revolución
campesina, la voluntad tiene que ser impuesta no sólo en la historia,
sino también sobre el campesinado. El concepto bakuninista de la
revolución anarquista es una variante moderna del viejo patrón de cabalgar
sobre el campesinado hacia el poder político” (Draper, II, p.
357).
En
conclusión, autodeterminación campesina no es lo mismo que
“domar el potro” del campesinado para llevarlo hacia el poder.
Y éste último fue precisamente el rol del PCCh en la revolución
china: una cabalgata sobre una revolución agraria auténtica,
posiblemente la mayor de la historia, pero que fue bloqueada
respecto de una verdadera dinámica socialista. En estas
condiciones, la revolución china fue realmente una inmensa revolución
democrática, agraria, nacional, antiimperialista y anticapitalista.
Pero no fue obrera ni mucho menos socialista.
>>>Parte 2 >>>
Notas
1
En el mismo sentido, tenemos el agudo señalamiento metodológico de
Benjamin I. Schwartz, importante estudioso de la revolución China:
“Para aquellos que habitan en el presumible Olimpo de la abstracción
sociológica, económica, geopolítica e histórica, todo lo
ocurrido en China parece haber fluido inexorablemente de la ‘situación
objetiva’ (...). Sería, obviamente, estúpido desconocer la
importancia trascendente de las condiciones objetivas. Toda acción
política debe ser llevada adelante con referencia a tareas impuestas
por las condiciones objetivas. Sin embargo, rechazo enfáticamente el
tipo de animismo que sostiene que las ‘situaciones’ automáticamente
crean sus propios resultados. La manera en la cual las tareas
son alcanzadas o no está determinada en gran medida por las ideas,
intenciones y ambiciones de aquellos que finalmente asumen la
responsabilidad de llevarlas a cabo” (El comunismo chino y el
ascenso de Mao. Harvard
University Press, Cambridge Massachusetts, 1952, p. 1).
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