Socialismo o Barbarie
N° 19

Notas sobre la teoría de la revolución en el siglo XXI – parte III

China 1949: una revolución campesina anticapitalista

Por Roberto Sáenz

Parte 2

III. La revolución de 1949

El establecimiento de la Republica Popular China fue proclamado en Pekín el 1° de octubre de 1949. Li Fu-yen (seudónimo de Frank Glass, militante trotskista de origen griego que pasó largos años en China), ha dejado valiosos testimonios sobre el curso de la revolución.

De él proviene una definición sobre 1949 que parece convincente: se habría tratado de una “revolución fría”. Por supuesto, no en el sentido de que faltaran enfrentamientos del tipo de guerra civil, sino en el sentido de la ausencia de una auténtica acción consciente, directa y autoorganizada de las masas rurales explotadas que viniera desde abajo. Esto es, basada en métodos de lucha de masas, característica que sí distinguió a otros procesos revolucionarios campesinos, incluso a algunos cercanos a nuestra tradición de origen, como es el caso de Hugo Blanco en Lares y Convención, Cusco, Perú.[32] A esta característica se le suma lo ya conocido, es decir, que no se trató de una revolución socialmente obrera ni políticamente socialista.

Reforma agraria pequeñoburguesa

El carácter de la revolución, en nuestra interpretación y como hemos insistido, está muy claro: se trató de una auténtica revolución campesina anticapitalista. El PCCh fue la organización que estuvo a su frente, como portaestandarte de un programa de reforma agraria radical.[33] Pero su rol no se agotó allí: también estuvo a cargo del encuadramiento de la acción campesina, el de impedir todo vínculo real con el proletariado urbano, lo que implicaba bloquear toda eventual dinámica socialista o transicional.

Aquí hay una dialéctica de alcances y límites de la acción de una dirección política. La dinámica más “objetiva” del proceso impuso un curso anticapitalista, pero fue justamente la acción de la dirección la que cortó de cuajo todo posible transcrecimiento socialista. Hablar de “carácter objetivamente socialista” de la revolución pierde de vista totalmente esta dialéctica real de factores objetivos y subjetivos. Dialéctica que no casualmente señalaba el propio Peng en su informe, al rechazar la tesis de que todo se explicaba por la “presión” de las masas sobre el PCCh.

Li Fu-yen destacaba el cambio de frente en las vicisitudes de la guerra civil tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Esto efectivamente obligó a Mao a implementar en el norte de China la expropiación de los terratenientes y el reparto radical de las tierras. Para que se entienda la circunstancia, la última ofensiva militar del Chiang Kai-Shek había llegado tan lejos como para que en 1947 Yenan –la base del PCCh por más de una década luego de la famosa Larga Marcha– cayera en manos de los “nacionalistas”.

“Cuando se señala el carácter de acólitos del Kremlin de los estalinistas, se muestra sólo una parte de su fisonomía política, y no la más importante. Además de ser agentes de Stalin, Mao y su cohorte son los líderes de un genuino movimiento de masas: la rebelión campesina que constituye más del 80% de la nación china, un.movimiento que se eleva desde el suelo social del país. Es esta gigantesca masa rural laboriosa la base del impresionante poder que los estalinistas tradujeron en una victoria militar masiva. (...)

“En octubre de 1947, el CC del PCCh promulgó su “Programa básico para la reforma agraria China”, que dio un final formal  la política de colaboración de clases en el campo instituida 11 años antes. Es necesario dejar establecido el carácter de esta ley, para clarificar las bases del apoyo de que gozó el maoísmo en la China de 1949, sobre todo en el norte: a) el sistema agrario de explotación “feudal” o “semi-feudal” es abolido y se establece el criterio de “la tierra para el labrador”; b) los derechos de propiedad de la tierra de los terratenientes quedan abolidos; c) la propiedad territorial de todos los antiguos santuarios, templos, monasterios, escuelas, instituciones y organizaciones queda abolida; e) todas las deudas contraídas antes de la reforma agraria quedan canceladas; f) salvo lo referido a bosques, minas, lagos, toda la tierra en las villas en manos de los terratenientes y todo el terreno público debe ser tomado por los sindicatos de los campesinos de las aldeas, junto con todo otra tierra de las aldeas, en acuerdo con el total de la población de la localidad, sin tener en cuenta la edad y el sexo, debe ser unificada e igualitariamente distribuida (...) así, todos los habitantes de la aldea deberán compartir igualitariamente la tierra, y deberá ser la propiedad individual de cada campesino; g) a los terratenientes y sus familias se les debe dar tierra y propiedades equivalentes a los de los campesinos. Lo mismo para todos aquellos ligados al Kuomintang que viven en los campos; h) el gobierno publicará al pueblo edictos de propiedad de la tierra, y, aún más, reconocerá sus derechos de libre manejo, comercio y bajo determinadas circunstancias, alquilará sus tierras” (Li Fu-Yen, “El Kuomintang en la hora de su catástrofe”, febrero 1949, tomado de Marxist Internet Archive).

Es evidente el carácter revolucionario de la reforma agraria. No porque hubiera llegado al estadio de la socialización de las tierras –algo a lo que nunca se llegó realmente– o de su colectivización y/o cooperativización, sino porque se trató de una reforma agraria revolucionaria pequeño-burguesa que le daba la tierra en pequeña propiedad a los campesinos que la trabajasen. Obviamente, su poder seductor era inmenso, más allá que se tratara de una reforma agraria de tipo narodniki.

En cuanto a sus alcances y límites, Frank Glass observa que: “El atractivo de este programa apenas necesita ser enfatizado. Para la población laboriosa del campo es una verdadera Carta Magna. Millones de campesinos sin tierra y de granjeros arrendatarios tienen ahora una perspectiva de afirmar sus pie en el terreno. Los campesinos gravemente endeudados ven en ella la liberación de su opresiva situación. Para toda esta vasta masa de humanidad parece levantar la promesa de una vida mejor.

“En lo que respecta al problema de la tierra, el programa estalinista es claramente revolucionario. Representa una abrupta ruptura con el pasado y producirá un profundo cambio en las relaciones de clase. La transferencia de la tierra a aquellos que la trabajan es un indispensable paso preliminar para la reorganización de la agricultura en niveles más altos y la transformación revolucionaria de la sociedad china. Pero vista en el contexto de la sociedad china social y políticamente como un todo, es conservadora, oportunista, unilateral e ilusoria. Más allá de la gran preponderancia del campesinado en  la sociedad china y el gran peso de la agricultura en la economía, el problema agrario no es un problema independiente que pueda ser resuelto separadamente y aparte de los problemas económicos del país como un todo.[34] Una pequeña parcela de tierra sigue siendo una pequeña parcela, una unidad “antieconómica”, incluso cuando esta firmemente en las manos del campesinado. La expropiación de los terratenientes le dará tierra a los sin tierra, pero las parcelas seguirán siendo pequeñas (...).

“Será imposible levantar el nivel de la agricultura con la continuidad de la pequeña escala de propiedad y los métodos agrarios primitivos. Para la producción en gran escala hace falta la maquinaria que la pueda hacer posible. Esto implica un gran desarrollo industrial. Más aún, hay demasiada gente en la tierra. La población sobrante puede ser llevada fuera de la tierra únicamente cuando hay medios alternativos de vida. Pero esto sólo será posible mediante un desarrollo multilateral del la economía: industria, transporte, comunicaciones (...). Lo que los estalinistas aspiran es a establecer su base social sobre el campesinado, liberado de la «explotación feudal y semi-feudal»(...). Dirigen su ataque contra el «feudalismo», no el capitalismo, como si los remanentes feudales poseyeran un significación social y política independiente” (Li Fu-Yen, cit.).

Más tarde el estalinismo expropió y dio impulso a la industrialización, en medio de zig-zags y fuertes crisis y desequilibrios que luego veremos. Sin embargo, el conjunto del abordaje de Frank Glass conserva actualidad, dado que el maoísmo como corriente nunca superó su “agrarismo”. Llevó a cabo una reforma agraria anticapitalista, pero pequeño-burguesa, no “socialista”, desvinculada del proletariado, estrechamente nacionalista y que repartió la tierra en propiedad individual, no logrando nunca realmente éxito en sus proyectos de industrialización y colectivización del agro.

Revolución por medios militares-burocráticos

Respecto de los métodos con los que la revolución fue llevada adelante, ya hemos señalado que Glass la define como una “revolución fría” en el sentido de haber sido llevada adelante desde arriba y desde fuera de la clase trabajadora, y buscando la pasividad del movimiento de masas.

“Lo que era revolucionario en Francia 160 años atrás es en esencia reformista en China hoy. Esta definición política del programa agrario del estalinismo no está invalidada por la amplia escala de la reforma agraria, el área y el número de personas involucradas. Los métodos de los estalinistas están naturalmente vinculados con el carácter de sus objetivos programáticos. Están llevando a cabo la reforma agraria por medios militares-burocráticos. Si es permisible usar el término “revolución” para describir la marcha de los eventos de China, deberemos designarla como una “revolución fría”, en la cual las amplias masas jugaron el rol pasivo y menor asignado a ellas de antemano por sus líderes. Los estalinistas, sin ninguna duda, disfrutan el apoyo de las amplias masas del campesinado. Sin embargo, no sólo no alientan, sino activamente desalientan a los campesinos a tomar cualquier iniciativa independiente. No hay inflamados llamados a los campesinos a levantarse contra los terratenientes. Por el contrario, los estalinistas convocan a los campesinos a esperar el arribo del ejército “rojo” (Li Fu-Yen, cit.).

Peng en su informe subraya el mismo concepto: “El PCCh no movilizó las masas trabajadoras. No empujó la revolución más allá mediante la apelación a la clase obrera liderando las masas campesinas (...) porque sustituyó mediante los métodos militares-burocráticos del estalinismo los métodos bolcheviques revolucionarios de movilización de las masas; esta revolución ha sido así gravemente distorsionada y golpeada, y sus logros están deformados a tal punto que son apenas reconocibles”.

Este panorama pinta de cuerpo entero el carácter no socialista de la revolución agraria, en la medida en que no se convocaba a un acción independiente del campesinado, sino que expresamente se desalentaba toda posible acción autodeterminada. Ni hablar del proletariado de las ciudades, convocado a esperar sentado la entrada del “Ejército Rojo” y a priorizar la producción.

Citaremos una vez más a Peng en su descripción del carácter “frío” de la revolución: “Si el PCCh hubiera invitado a los trabajadores y las masas en las grandes ciudades para levantarse en rebelión y para derrocar el régimen, habría sido tan fácil como golpear debajo de la madera putrefacta. Pero el partido de Mao dio simplemente órdenes a la gente de esperar su liberación por el ejército del pueblo (Ejército Popular de Liberación) (...) podemos dibujar una clara pintura del proceso: el régimen de Chiang Kai-Shek colapsó completamente (...) Comenzando por la contraofensiva en el otoño de 1948, en las sucesivas batallas ocurridas en el noreste, y salvo la violenta batalla en Chinchou, las otras grandes ciudades como Changchun, Mukden, etc., fueron ocupadas sin pelea (...)

“Respecto de las grandes ciudades y bases militares del norte del río Yangtsé, salvo los encuentros en Chuchao y Paotow, las otras, como Tsinan, Tientsin, Peiping, Kaifeng, Chengshou, Sian, etc., fueron tomadas producto de la rebelión de los ejércitos estacionados allí, por rendición o deserción. En el noroeste, en las provincias de Kansu y Sinkiang, fue sólo por rendición. En la ciudad de Taiyuan hubo comparativamente una larga lucha, pero esto no pesó en el conjunto de la situación. Respecto de las grandes ciudades al sur del río, salvo una simbólica resistencia en Shangai, las otras se entregaron por anticipado (Nanking, Hangchow, Hangkow, Nanchang, Fuchow, Kweiling y Cantón), o se rindieron cuando llegó el ejército comunista, como en la provincias de Hunan, Szechuan y Yunan.

“Tras cruzar el Yangtsé, el ejército de Mao marchó hacia Cantón como a través de una «tierra de nadie» (...) De ahí la particular situación por la cual el «ejército de liberación» no conquistó sino que más bien se hizo cargo de las ciudades” (informe citado).

Es interesante comparar estas observaciones de Glass y Peng con otros autores como Theda Skocpol, quien en su estudio presenta una valoración algo distinta a la de Glass, pero que no deja de subrayar el encuadramiento efectuado por el PCCh:

“Lo que ocurrió en el norte de China entre 1946 y 1949 fue una síntesis única entre las necesidades militares de los comunistas chinos y el potencial social revolucionario del campesinado. Pues en el proceso de movilizar los refuerzos campesinos para apoyar los gobiernos y ejércitos de la zona base, los comunistas penetraron en las comunidades locales y las reorganizaron. Así, el campesinado como clase fue provisto de una autonomía y solidaridad de las que no había disfrutado dentro de la tradicional estructura sociopolítica agraria. En cuanto los campesinos adquirieron medios para convertirse (dentro de las aldeas) en una clase propia, pudieron atacar a los terratenientes con tanto rigor como las campesinos rusos en 1917. Salvo que, a diferencia de los campesinos rusos, los campesinos chinos se rebelaron contra los terratenientes sólo con la ayuda y el aliento de los cuadros comunistas locales, y la revolución agraria china, en conjunto, ocurrió bajo la «pantalla» militar y administrativa aportada por el control de las zonas básicas por el partido (...). En suma, la búsqueda de recursos rurales del PCCh (...), finalmente dio por resultado la revolución social en los campos de China” (Skocpol, p. 408).

La conclusión que se impone es que en 1949 ocurrió una grandiosa revolución social campesina anticapitalista, pero encuadrada burocráticamente, sin ascenso del proletariado urbano ni perspectiva revolucionaria internacionalista, y por lo tanto bloqueada desde sus inicios en tanto que auténtica revolución socialista.

El proletariado, ausente

“En todos los años de su separación física y política del proletariado urbano, el PCCh continuó considerándose «el partido del proletariado». Esta ficción persistió todo a lo largo de los años del experimento de Kiangsi y más tarde en el noroeste (...). Con la toma del poder, el partido dijo ejemplificar en sí mismo la «hegemonía del proletariado» en el nuevo orden de cosas. Como tantas otras cosas en la laberíntica semántica del «marxismo-leninismo» estalinista, esto reflejaba no ninguna realidad social o política, sino una racionalización (...) Los primeros representantes partidarios que fueron a tomar el gobierno de las empresas nacionalizadas (...) encontraron que la masa de los trabajadores industriales no se había percatado de que la revolución había hecho de ellos los verdaderos dueños de las empresas estatizadas. No estaban preparados para asumir sus nuevas y grandiosas responsabilidades” (Isaacs, p. 310).[35]

Hemos venido subrayando la total y absoluta ausencia en la revolución de 1949 del proletariado chino, que nunca se recuperó de la derrota de 1925-27, y que quedó siempre bajo el dominio del Kuomintang o de los japoneses en Manchuria. Para colmo de males, con la ocupación de las ciudades costeras por los japoneses quedó diezmado y sólo se rehizo numéricamente precisamente en la provincia del noroeste sometida a la ocupación militar.

Pero esto no autoriza a perder de vista que León Trotsky había insistido en los 30 que se debía retroceder con el proletariado y permanecer en sus filas. Y, sobre, todo que al maoísmo nunca le interesó en lo más mínimo la suerte del proletariado chino. Por esto suenan tan absurdos los análisis de la revolución de 1949 como “proletaria”, algo que contraría los datos fácticos más elementales.

“Está establecido que en los últimos meses de 1927 (...) comienza una larga serie de intentos de parte del partido por derribar la cortina de hierro de la indiferencia del proletariado, que finalmente terminó en un completo fracaso (...). Después de julio, los gobierno de Wuhan y Nanking tornaron su furia sobre los comunistas y tuvieron éxito en quebrar su control de los sindicatos obreros. Lo que es incluso más importante, en las ciudades, el proletariado industrial como tal le dio la espalda irrevocablemente a la dirección comunista. En ese momento posiblemente no estaba claro cuán profundo era el abismo que se había creado. Hoy sabemos que este abismo no se cruzó hasta que las tropas de los comunistas chinos entraron a las ciudades como conquistadores en el final de los 40” (Schwarz, p. 97). Se trata de un análisis tan lúcido como poco citado de la valoración del proletariado sobre los “comunistas” luego de la tremenda traición de Stalin a finales de la década del ’20. El favor de los obreros hacia el PCCh no se recuperó ni se recuperaría jamás. Lo realmente impresionante es que esto sea cierto hasta hoy, a comienzos del siglo XXI.

Inclusive, el PCCh no sólo nunca rehizo su relación con el proletariado, sino que siempre desconfió de el, esmerándose por dividirlo y atomizarlo, más allá de las concesiones económico-sociales que efectivamente le otorgara luego de la revolución. Un ejemplo de esto es el VII Congreso del PCCh: con respecto al carácter de clase del partido, se puso énfasis en su naturaleza rural; apenas se mencionaba la necesidad de una dirección proletaria, y se definía como sector eje de captación “a los trabajadores culíes, mano de obra rural, campesinos pobres, pobres urbanos y soldados revolucionarios”.

En estas condiciones, Frank Glass refleja bien la actitud del PCCh hacia la clase obrera: “Es evidente que Stalin y sus acólitos chinos quieren la revolución mantenida dentro de límites seguros. Esto se visualiza una vez más en su evidente indiferencia hacia el proletariado. El programa estalinista no ofrece nada a los trabajadores, salvo la continuidad de su esclavitud asalariada. El proletariado chino es pequeño (...) tres millones de obreros en un población de más de 450 millones. Sin embargo, las ciudades en las cuales estos trabajadores viven y trabajan son los centros estratégicos del dominio de Chiang Kai-Shek y los centros nerviosos de todo el sistema de explotación capitalista. Si se armara al proletariado con el programa correcto y se le diera su lugar en el actual desarrollo de los acontecimientos como el líder de los explotados y oprimidos, sacaría a la burguesía con cajas destempladas. Lo que queda del Kuomintang sería rápidamente destruido y la guerra civil inconmensurablemente reducida. Pero los estalinistas desconfían del proletariado y por buenas razones (...) están determinados a mantener la revolución fría, bien fría”.

En el mismo sentido, Schwartz señala que luego de la revolución “el PCCh puede una vez más decir que posee una base proletaria. Está nuevamente en contacto con el proletariado industrial urbano. Sin embargo, las mismas circunstancias bajo las cuales los comunistas finalmente alcanzaron el poder aportan una luz reveladora sobre la falta de relaciones entre el proletariado urbano y el PCCh. El proletariado urbano chino –cualquiera fueren las simpatías que tuviera– esperó inerte y pasivamente a que las tropas campesinas ocuparan las ciudades. Ciertamente, jugó un rol mucho menos activo que los estudiantes” (Schwartz, p. 197).

Más tarde (1952) llegaría la expropiación de los medios de producción y sectores importantes de la clase obrera obtendrían importantes concesiones, aun en medio de una pasividad y encuadramiento totales. Luego nos referiremos al carácter de estas medidas.

En síntesis, tomando una valoración general de los procesos de la segunda posguerra, pero que se puede aplicar perfectamente a los alcances y límites de la revolución china de 1949, se puede ver cómo operó en ella la clásica dialéctica de los triunfos seguidos de derrotas en ausencia de centralidad del proletariado, autodeterminación campesina y perspectiva internacionalista.

“Tras la victoria sobre el nazismo, en Europa y en el mundo semicolonial hubo revoluciones y transformaciones democráticas, agrarias, nacionales y antiimperialistas, e incluso hubo expropiaciones y experiencias no capitalistas. En muchos casos, directa o indirectamente, las masas trabajadoras alcanzaron conquistas socioeconómicas importantes. El fin del latifundismo y las arraigadas influencias terratenientes y el clero en gran parte de Europa oriental, progresos en la industrialización de las repúblicas más rezagadas de la región, el pleno empleo y mejoras significativas en el terreno de la salud y educación no pueden ser desconocidas en bloque (...)”.[36]

Sin embargo, reconocer lo anterior “no está en contradicción con nuestra afirmación de que en esos países no hubo desarrollo del poder obrero, ni un genuino impulso hacia transformaciones socialistas. En realidad, con ritmos distintos cada uno de estos triunfos o progresos parciales se transformaron en lo contrario: derrotas y desastres sociales. Esta dialéctica de triunfos que se transforman en derrotas cuando la revolución se frena y se pudre es una de las características de esta posguerra”. (Romero, p. 147).

Los desastres del “Gran Salto Adelante” y la “Revolución Cultural” vendrían a confirmar en pocos años esta dialéctica, como luego intentaremos demostrar.

 

IV. El debate en el trotskismo sobre la dinámica de clases

 

Revisaremos ahora más en detalle los textos de Isaac Deutscher, Ernest Mandel y Nahuel Moreno sobre la revolución china que hemos citado más arriba. Si el texto de Mandel –escrito entre 1949 y 1950– todavía tenía elementos tentativos en razón de estar desarrollándose los acontecimientos, el de Moreno tiene la ventaja del tiempo y de cierta distancia respecto de los elementos más oportunistas de la tradición del SU, más allá de que, entre otros problemas teóricos y políticos, había una valoración totalmente equivocada de la llamada “revolución cultural” china de la década del 60.

Adelantamos que en el caso de Deutscher se trata lisa y llanamente de la afirmación de las tesis del “sustituismo” de la clase obrera en la revolución. El caso de Mandel es algo más sutil: termina definiendo como “socialista” la revolución en base al carácter supuestamente proletario del PCCh. Por su parte, Moreno (que militó a la izquierda del tronco principal del movimiento trotskista) expresamente le atribuye el carácter “socialista” de la revolución no al PCCh, sino a la dinámica “objetiva” de los acontecimientos. Esto, a nuestro entender, era incorrecto, pero tenía sin embargo el resguardo de mantener la necesidad de una organización independiente de los socialistas revolucionarios.[37]

“Sustituismo a escala gigantesca”

En el caso de Deutscher, lo que se enuncia es la clásica tesis sustituista de la clase obrera en la revolución china. Esta tesis estaba vinculada con su apreciación más general del papel de la burocracia estalinista, a la que veía cumpliendo un papel “progresivo” y “necesario” en el caso de la URSS. Respecto del rol de la URSS en la revolución china, explica que “la hegemonía revolucionaria de la Unión Soviética realizó (a pesar de la obstrucción inicial de Stalin) lo que de otro modo solamente los obreros chinos podrían haber conseguido: empujar a la revolución china en una dirección anti-burguesa y socialista. Con el proletariado chino casi disperso o ausente del plano político, la fuerza de gravedad de la Unión Soviética convirtió a los ejércitos campesinos de Mao en agentes del colectivismo” (Deutscher, p. 151).

Desde ya que el peso de la URSS en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial fue inmenso, pero esto no implica que haya podido sustituir a la clase obrera en un sentido socialista. Es que en el ámbito de la lucha de clases no hay “ley de gravedad” o de la física newtoniana que valga a la hora de determinar el carácter socialista de la revolución sin la clase obrera ni vínculo alguno con ella. La experiencia que ha dejado la historia es que no de otra manera funcionan las leyes no “deterministas” de la “física política”: sin clase obrera no hay revolución socialista.

En otras ocasiones hemos dejado establecidos los elementos metodológicos que operaban detrás de las tesis deutscherianas: una lógica determinista histórica más emparentada con la tradición de la II Internacional que con el marxismo revolucionario. Y  las tesis deterministas van aquí de la mano de las sustituistas: la clase trabajadora aparece reemplazada por una burocracia estalinista que, siguiendo una mecánica “objetiva” similar a la de la revolución burguesa, viene a “conservar” (“con sus propios métodos”) las adquisiciones de la revolución. Stalin deviene Napoleón Bonaparte.

Pero si en el caso de Napoleón, efectivamente, se termina de liquidar la fase radicalizada y pequeño-burguesa de la revolución Francesa, sin poner en cuestión las principales adquisiciones burguesas de la misma, en el caso de Stalin, ocurrió lo opuesto: una sangrienta contrarrevolución no sólo política sino también social, que terminó liquidando al Estado obrero.[38] Es decir, lo opuesto de “conservar” las adquisiciones de la revolución.

En el caso de la revolución proletaria no puede haber sustituismo de clase que valga: si no está la clase obrera (con sus organismos y partidos), el proceso se invierte y las relaciones de producción transicionales se revierten en relaciones de explotación no orgánicas.

No hay manera de que un sector social ajeno a la clase trabajadora trabaje “en nombre de” la propia clase o, lo que es lo mismo, que una burocracia considerada “obrera” lleve “a su manera” a cabo tareas proletarias. El problema teórico-metodológico que subyace a esta concepción es, como señalamos anteriormente, que pierde de vista la necesaria relación dialéctica que hay entre las tareas, el sujeto y el método, y no ve al estalinismo no, al decir de Trotsky, como “más que una mera burocracia”, sino como una burocracia común y corriente, que por otra parte no era socialmente “obrera”, sino una capa o casta pequeño burguesa.

Este punto de vista, que ha sido parte del “sentido común” del trotskismo tradicional, fue llevado por Deutscher hasta sus ultimas consecuencias: la de presentar al propio Trotsky como un “idealista” no adecuado a la fase de la revolución que sigue a su período “heroico”. Cabe recordar que el último libro de Deutscher (publicado en el año de su muerte, 1967) se llamaba La revolución inconclusa, lo que constituía implícitamente una respuesta de las tesis de La revolución traicionada de Trotsky escritas más de treinta años antes.

Pero démosle la palabra al propio Deutscher:

“No hay duda de que la historia del maoísmo obliga a una revisión de ciertos presupuestos y razonamientos marxistas habituales. Hasta qué punto es ello necesario queda ilustrado (...) por la apreciación que del maoísmo hizo Trotsky en los años 30 (...). El fenómeno de una revolución moderna, socialista (...) cuya principal fuerza impulsora no ha sido la clase obrera constituye, en realidad, algo sin precedentes en la historia ¿Qué es lo que empujó a la revolución china más allá de la fase burguesa? El campesinado estaba interesado en la redistribución de la tierra, en la abolición o reducción de rentas y deudas, en la destrucción del poder de terratenientes y prestamistas. En una palabra: en la revolución agraria «burguesa». No podía dar impulso socialista a la revolución, y el maoísmo, mientras actuó sólo entre el campesinado, no pudo ser más reticente acerca de las perspectivas del socialismo en China. Esta situación cambió con la conquista de las ciudades y la consolidación del control maoísta sobre ellas. Pero las ciudades estaban casi muertas políticamente, a pesar de que un galvanizado residuo del antiguo movimiento obrero se agitaba aquí y allá (...)

 “Nos enfrentamos aquí, a escala gigantesca, con el fenómeno del «sustituismo», esto es, la acción de un partido o grupo de dirigentes que representa a –o se coloca en el lugar de– una clase social ausente o inactiva. El problema resulta familiar desde la historia de la revolución rusa, pero en este caso se presenta de manera muy diferente (...). El partido bolchevique se erigió a sí mismo en su locus tenens como depositario y guardián de la revolución. Si el partido bolchevique asumió este papel únicamente unos años después de la revolución, el maoísmo lo asumió mucho antes y durante ella” (Deutscher, pp. 147-148).

Pero estas tesis eluden un inmenso problema: si se hubiera tratado efectivamente de un “sustituismo” en esa escala, se plantearía  inevitablemente la obligación de revisar el concepto mismo del rol histórico de la clase trabajadora (algo a lo que de hecho llegó la corriente pablo-mandelista del trotskismo). Sin que haya, por supuesto, certeza alguna de que el socialismo evitará la barbarie, el balance de esta experiencia histórica que queda grabado a “escala gigantesca” es la simple conclusión de que sin clase obrera, no hay lucha por el socialismo.

En trabajos anteriores (ver SoB 17/18) hemos intentado demostrar que en el caso de la transición socialista no hay “automatismo” que valga. Las leyes sociales funcionan de tal manera[39] que si no es la clase obrera sino otra capa social ajena a ella la que se pone al frente de las relaciones económicas y políticas, la que se termina beneficiando del conjunto del proceso es esta capa social, no los trabajadores. El balance a largo plazo es, justamente, que no hay manera de que “la acción de un partido o grupo de dirigentes represente o se coloque en el lugar de una clase obrera ausente o inactiva”. Cuando esto ocurre, simplemente, no hay revolución ni transición socialista, mal que les pese a los custodios del “santo grial” dogmático.

Mao como dirigente “proletario”

Los argumentos de Mandel son algo más elaborados, y se debe ser algo indulgente respecto de sus textos, que son serios en todo lo que hace al análisis más general sobre los acontecimientos a finales de 1950. La IV Internacional de la época todavía no había definido la revolución de 1949 como “socialista” ni planteado el carácter “obrero” del Estado pos-revolucionario chino. Esto se termina resolviendo cuando se consuma la estatización de los medios de producción, sobre cuyo carácter nos explayaremos más abajo.

Sin embargo, a pesar de los elementos valiosos de análisis, los trabajos de Mandel ya esbozaban una serie de graves problemas de apreciación y de mitificación de rol del PCCh, cuya dirección se caracteriza como “proletaria”.[40]

Los problemas arrancan con la evaluación del grado de acción independiente de los campesinos. Si bien no hay unidad en los investigadores al respecto, la descripción de Mandel aparece como muy discutible: “Desde el punto de vista social, el régimen del Kuomintang, basado en una alianza de terratenientes y burguesía intermediaria, fue enfrentado por los levantamientos de los explotados campesinos (...). Desde el punto de vista formal, fue la iniciativa espontánea y un considerable grado de autogobierno la que permitió a los ejércitos de Mao superar el putrefacto y universalmente detestado despotismo del Kuomintang” (Mandel, p. 151).

Sutilmente, aparece el problema de considerar la mecánica política de la revolución como un elemento “formal”, lo que no puede dejar de traer aparejado toda una serie de problemas. En todo caso, si efectivamente el régimen del Chiang Kai-Shek era universalmente detestado, lo que no parece claro es que haya habido un desarrollo de elementos orgánicos de autodeterminación campesina. Mandel argumenta que, al no tener suficientes cuadros, el PCCh debía dejar a las villas liberadas bajo la gestión de la “democracia” y “autonomía” campesina.

A este respecto, señala Skocpol, hasta cierto punto en la misma veta de Mandel: “¿Por qué ocurrió esta revolucionaria reforma agraria a finales de los años cuarenta, precisamente cuando el PCCh estaba en su esfuerzo final y militar para subir al poder a nivel nacional en China? (...). Por una parte, los anteriores esfuerzos de los comunistas por la movilización de masas habían creado una nueva élite intra-aldea de cuadros campesinos jóvenes y pobres ya dedicados a conflictos cotidianos (...). Además, las propiedades confiscadas a los terratenientes y campesinos ricos podrían asignarse a los campesinos pobres y de ingresos medios, que entonces estarían más motivados a apoyar a las milicias locales y al «Ejército de liberación del pueblo» cuando estas organizaciones militares lucharon por su derecho a conservar las nuevas tierras. El razonamiento de Schurman sugiere, al mismo tiempo, que los dirigentes del partido a nivel superior convinieron en la radical reforma agraria y tal política condujo a la erupción de una verdadera revolución desde abajo en muchas aldeas, puesto que, una vez en marcha, la reforma agraria tuvo su propio ímpetu. Las repetidas referencias de los dirigentes del partido a «excesos izquierdistas» indican que no tenían pleno control sobre los actos de los cuadros de la aldea.

“La reforma agraria es recordada por muchas personas que salieron de China a finales de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta como un período de terror. Al intensificarse la lucha militar, también lo hizo el radicalismo de la reforma agraria. Lo que había comenzado como programa de redistribución de tierras terminó como Terror Revolucionario en que fue destruida la tradicional élite rural de China”.

Esto es sumamente importante y común a otros procesos de la segunda posguerra: la liquidación de la clase de los ricos de las aldeas, junto con la emergencia de elementos inorgánicos de autodeterminación y doble poder rural. Pero es evidente que no lograron afirmarse dada la falta de tradición independiente (salvo el caso de la experiencia de la década del 20), que ya hemos señalado como rasgo característico del campesinado chino. Sobre esta falta de tradiciones anteriores y sobre el carácter no orgánico de estos elementos de acción desde abajo y doble poder se afirmó el poder de encuadramiento del PCCH.

Va de suyo que a lo largo y ancho de un país como China en el que está en marcha una profunda revolución agraria, necesariamente debe haber habido aquí y allá todo tipo de elementos de acción espontánea debido al “efecto demostración” de las regiones donde esta reforma ya había sido consumada. Pero no hay pruebas de que se haya tratado de un proceso orgánico en el sentido de haber dejado en pie verdaderos organismos democráticos y autónomos campesinos de tipo soviético, aunque más no fuera a nivel local.

En función de las fuentes históricas de que disponemos, lo afirmación de Mandel parece ser más bien una expresión de deseos, una argumentación de orden lógico más que un hecho histórico comprobado. En la misma época, Li Fu Yen caracteriza lo contrario al hablar de “revolución fría”. Y recordemos que Peng insistía en que el PCCh no sólo no movilizó a la clase obrera, sino que incluso “se abstuvo de apelar a las masas campesinas a organizarse, a ir a la acción, a involucrarse en una lucha revolucionaria” y que “el PCCh se basó solamente en la acción militar del ejército campesino en vez de la acción revolucionaria de las masas obreras y campesinas”. En lo esencial, entonces, se trató no de una acción independiente basada en la democracia campesina sino de una revolución fría encuadrada burocráticamente por el PCCH.

Mandel reconocía en su artículo que, en el ámbito nacional, los “organismos” de la revolución habían sido establecidos desde arriba, pero insistía en que a nivel de las localidades había elementos de democracia campesina. En este contexto, intenta dar una definición del carácter del régimen político emergente luego de la revolución.

“En el campo, la transformación del poder fue radical (...). Sea cual sea la manera [41] en que la reforma agraria fue llevada a cabo, el antiguo régimen político desapareció junto con las viejas relaciones de propiedad. Las «Asociaciones Campesinas», que abarcaban millones de miembros, llevaron a cabo la reforma agraria y están en los hechos investidas de todo el poder en escala local. Las «Cortes del Pueblo», órganos revolucionarios genuinos del campesinado insurgente (...) se están desarrollando en la China central y del sur, donde la reforma agraria recién comienza a llevarse a cabo (...). Es sólo cuando pasamos [del nivel local] al provincial que encontramos autoridades exclusivamente elegidas desde arriba. Esto mismo ocurre con los intendentes de las grandes ciudades, directamente subordinadas al poder central. Desde el punto de vista de la forma, el Estado popular chino aparece como una democracia agraria controlada desde arriba por la dictadura política ejercida primariamente por el PCCH (...)

Lo haya querido o no, el gobierno se encontró compelido a institucionalizar un genuino doble poder en el sur de China. En los niveles provinciales o distritales, la mayoría de los viejos cuadros quedaron en su lugar, pero en el nivel local (...) los campesinos pobres de las Asociaciones Campesinas se hicieron de todo el poder para llevar adelante la reforma agraria”. (Mandel, Fourth Internacional enero-febrero de 1951, pp. 15-19).

Es seguro que, efectivamente, en el vasto campo chino (en sus niveles más locales), debe haber habido elementos de espontaneidad. Algo casi inevitable, así como el carácter violento y radical de la reforma agraria cuando llegó al sur del país luego de la revolución. Sin embargo, insistimos en nuestra hipótesis de que estas experiencias, como producto del rol expreso del PCCH, no se pudieron transformar en formas de un doble poder orgánico campesino desde abajo y, mucho menos, en las bases de una “dictadura del proletariado”.

En todo caso, Mandel tiene el mérito de haber realizado un intento de caracterización. Sin embargo, si desde el punto de vista social en ningún momento hubo en China algo que propiamente se pueda llamar “dictadura del proletariado”, desde el punto de vista de las formas políticas no hay cómo demostrar que se haya tratado de un régimen de “democracia agraria campesina”, porque no hubo verdaderos organismos de autodeterminación campesinos, y mucho menos a escala nacional, como reconoce el propio Mandel. Trataremos más adelante la caracterización de qué fue el Estado chino posrevolucionario, pero cabe tener presente la definición de Peng al momento de su Informe (anterior a la estatización generalizada de los medios de producción): “En los documentos sobre China, la Internacional aun no ha específicamente clarificado la naturaleza de clase de la Dictadura Democrática del Pueblo (...). La opinión general es que este régimen descansa sobre bases sociales pequeño-burguesas, con el campesinado como su elemento principal”.

Posiblemente el principal error de apreciación de Mandel –basado en un análisis que no es superficial pero que se resiente de ser extremadamente “sociologista”– es la definición del carácter en última instancia socialista de la revolución como producto del supuesto carácter “proletario” del PCCH. Sin ir más lejos, un texto escrito en la misma época, y no por un autor marxista, es mucho más materialista y agudo: “al separarse a sí mismo de su base proletaria urbana y atarse al campesinado, el PCCh dejó de ser un partido del proletariado, porque un partido político no puede tener una vida autónoma por sí mismo. En palabras de Isaacs, «el Partido Comunista trata de sustituir el proletariado como clase. En este proceso, sin embargo, se transformo en un partido campesino»” (Schwartz, p. 198).

Sin duda, el problema del carácter social del Estado en formación como subproducto de una revolución en la que el proletariado no había tenido arte ni parte era un problema extremadamente complejo. Pero nada autorizaba a resolverlo en clave sustitucionista. Por otra parte, la afirmación que el PCCh configuraba una dirección “proletaria” no resistía el menor análisis empírico concreto, y constituía lisa y llanamente una mitificación completa.

Mandel da a entender –sin decirlo abiertamente– que el PCCh era un partido obrero: “fue basándose en el campesinado, que el PCCh fue capaz de tomar el poder (...). Pero, ¿qué pasó cuando los ejércitos campesinos entraron en las grandes ciudades industriales del este de China? Para responder apropiadamente a esta pregunta, es necesario comprender que estos ejércitos campesinos estaban dirigidos por un partido que en su programa, así como en sus perspectivas políticas, tradición, conciencia y temperamento de sus cuadros, no era proveniente del campesinado, sino que desde hacía cerca de tres décadas era el principal vocero del proletariado chino”.

De más está decir que este embellecimiento escandaloso del maoísmo no se ajusta en lo más mínimo a los hechos. Mao Tse-Tung jamás fue vocero de la clase obrera china ni nada que se le parezca, ni antes ni mucho menos después de la revolución. Está establecido por toda la investigación histórica seria que cortó amarras totalmente con el proletariado urbano y que al PCCh, luego de la defenestración de Chen Du-Xiu a fines de los años 20, nunca le importaron sus necesidades y reivindicaciones.

A Mandel no se le podía escapar que en la década del 30 Trotsky había afirmado un criterio opuesto por el vértice sobre el que es útil volver: “¿En qué sentido puede el proletariado realizar la hegemonía estatal sobre el campesinado cuando el poder estatal no está en sus manos? Es absolutamente imposible comprender esto. El rol dirigente de grupos comunistas aislados en la guerra campesina no decide la cuestión del poder. Deciden las clases sociales, y no el partido”. Esto es, el carácter proletario de la revolución no podía ser resuelto por la vía del carácter supuestamente “obrero” del PCCH: si no está la clase obrera, no es una revolución proletaria. Punto. Sobre el carácter social de una revolución, son las clases, no los partidos las que deciden. Esta es una exigencia del propio método materialista.

Otra cosa es que el partido es absolutamente imprescindible como dirección de una clase viviente y actuante. Pero un partido socialmente “en el aire” no puede decidir nada sobre la naturaleza de una revolución. Por esto mismo, de ninguna manera se podía afirmar que lo que había en China era “una dictadura del proletariado”, cuando el proletariado como clase nunca jamás estuvo en el poder. Esta afirmación es no sólo teóricamente errónea y políticamente capituladora, sino empíricamente falsa. Digamos de paso que Peng polemiza explícitamente con Mandel en su Informe: “algunos en nuestra internacional, consideran que el PCCh se ha transformado en un partido proletario. El camarada Mandel, por ejemplo, es de esta opinión. Cuando nos referimos a la caracterización de Trotsky del PCCh como un partido pequeño-burgués campesino, él responde: «ya sé, admito que esto era cierto antes. Pero desde que el PCCh tomó el poder y entró a las ciudades, se transformó en un partido obrero»”.

Contradictoriamente, Mandel planteaba todo esto en un artículo donde a la vez señala que la actitud del PCCh hacia la clase obrera al entrar en las ciudades era la de evitar a toda costa su acción y organización independiente: “en la práctica (...) establece el absoluto monopolio del PCCh, desde que éste puede, con la Confederación General del Trabajo china, disolver o forzar a la ilegalidad a cualquier sindicato que desacuerde con tal o cual aspecto de la política laboral” (Mandel, p. 21).

En este marco, hacia el final de su trabajo Mandel se pregunta si puede haber un giro a la izquierda en el curso de PCCh y responde afirmativamente porque “más que cualquier otro Partido Comunista, el PCCh se ha visto obligado a mantener una estructura menos burocrática y centralizada, a mantener un constante metabolismo entre sus propias aspiraciones y las de las masas. La situación objetiva lo presiona en ese camino (...). Para estimar las chances de tal giro a la izquierda, no debemos olvidar el hecho de que la dirección del PCCh, contrariamente a la afirmación de ciertas personas, nunca dejó de considerarse a si misma como una dirección proletaria. Es verdad, el partido está compuesto por una abrumadora mayoría de elementos campesinos pequeño-burgueses (...). Pero (...) no han cesado de insistir en el carácter proletario del partido” (Mandel, p. 24).

Se trata de una nueva afirmación gratuita de leso empirismo, porque efectivamente hubo “un giro a la izquierda” en las condiciones creadas por la intervención china en la guerra de Corea, que llevó, finalmente, a la estatización casi total de los medios de producción. Pero de allí no se deduce que el PCCh se transformara en una “dirección proletaria”.

En sus brillantes escritos de los años 30 sobre China, ya Trotsky había alertado también que en política no se puede uno guiar por los títulos autoproclamados o las etiquetas, sino que sólo cuentan los hechos sociales: un partido campesino-burocrático no es proletario aunque se proclame una y otra vez como tal. Esto es materialismo puro: no importa lo que una persona –u organización– dice de sí misma que es, sino lo que realmente es. Las organizaciones, como las personas, no se juzgan por lo que dicen de si mismas, sino por sus actos efectivos.

Decíamos al principio que estos artículos de Mandel debían contextuarse en el marco de ser escritos bajo la presión inmediata de los acontecimientos. No es el caso de textos del Secretariado Unificado de la IV Internacional treinta años después: “Todos aquellos que sostienen la idea de una «revolución campesina» en China y que ven en ella una contradicción de la teoría marxista simplemente no comprenden la lógica objetiva de la revolución permanente que, en China, Mao Tse-Tung aplicó enriqueciendo sus leyes. Más allá de lo que puedan pensar autores mal informados, los teóricos marxistas jamás han subestimado los movimientos campesinos revolucionarios. Lo que podemos constatar, en el pasado como en el presente, es que el campesinado no ha sido jamás capaz de darse una dirección propia capaz de conducirla hasta la obtención de sus objetivos revolucionarios. Si la base de la revolución china es campesina, su dirección es proletaria. No por su composición, es verdad, sino por los fundamentos marxistas de su pensamiento y por la orientación de su acción. (...) Sus especificidades y sus deformaciones tienen a la vez en sus orígenes sus determinaciones nacionales objetivas” (Los Congresos de la IV Internacional, París, La Breche, 1988, pp. 374-375).

Hay aquí casi más mistificaciones que palabras. Por empezar, no creemos en una tal “lógica objetiva” de la revolución permanente independizada totalmente de los sujetos que llevan a cabo la revolución. El proceso revolucionario es una combinación de factores objetivos y subjetivos, y ningún sujeto social actúa en el vacío, sino siempre sometido a condiciones determinadas de tiempo y lugar. Creer que esas mismas condiciones, por sí solas, pueden “hacer la historia”, es un típico razonamiento determinista y objetivista. Por el contrario, a nuestro entender a lo más que llegó el juego de las “presiones” sociales fue a la dinámica anticapitalista de la revolución. Pero la connotación socialista –y la apertura de un verdadero proceso de transición– es imposible sin una clase obrera viviente y actuante como sujeto mismo del proceso.

A esta lógica “objetivista” se le agrega la valoración errónea de la revolución campesina en china. Es verdad que “los teóricos marxistas jamás han subestimado los movimientos campesinos revolucionarios”. También lo es que resulta prácticamente imposible que el campesinado se dé objetivos independientes socialistas. Sin embargo, en la revolución de 1949, el campesinado asumió tareas que fueron más allá del capitalismo, como la expropiación de los terratenientes, lo que desmentía en parte –pero sólo en parte– la experiencia anterior. Con un “detalle” crucial: que esto se hizo no bajo una dirección “proletaria”, sino mediante un encuadramiento burocrático que impidió expresamente la confluencia con la clase obrera de las ciudades y de una genuina autodeterminación campesina, precisamente para evitar toda posible dinámica socialista de la revolución.

¿Revolución campesina socialista?

Moreno, por su parte, presenta una interpretación algo distinta de la mecánica de la revolución china. Aunque atribuyéndole también un carácter “socialista” como todo el tronco principal del movimiento trotskista, sin embargo, expresamente fundamenta esto en la dinámica de clases “objetiva” que habría tenido la revolución, y no en un supuesto carácter proletario del PCCh, que nunca le reconoció al partido de Mao. De hecho, Moreno habla de la combinación de “una revolución campesina tradicional, encabezada por un partido formalmente estalinista, de herencia marxista y con características plebeyas, que organiza un ejército moderno”. Pero precisamente lo que no hubo fue tal combinación en sentido socialista.

Las revoluciones china e indochina, de finales de la década del 60, es la principal referencia en la corriente morenista sobre este proceso, y se trata de un texto muy interesante, con varios aspectos valiosos más allá de sus errores.[42] En ese texto se intenta trabajar una dinámica de clase de la revolución de 1949 que no implicara una capitulación al maoísmo. Pero hay valoraciones que entendemos no se ajustaban a la realidad, como la definición de la revolución como “campesina socialista”[43] por su sujeto inmediato y “proletaria” por su dinámica de clases más de conjunto, tratando por esa vía de rechazar la tesis sustitucionistas de Deutscher.

Digamos que el intento de rechazar las tesis sustituistas era muy progresivo, como así también el agudo planteo metodológico de Moreno contra los que generalizaban “tendencias momentáneas de la realidad” o los que pragmáticamente racionalizaban el típico apotegma oportunista de que si se tiene éxito necesariamente se tiene la razón. Al respecto, definía que “todo pronóstico es una posibilidad histórica, es una batalla de clases por darse, y su corrección no se mide por el triunfo o no de esta última. El problema es la posibilidad de esta batalla, lo demás es historia, la hacen las clases con sus luchas. Un pronóstico no es correcto o incorrecto por su éxito, sino por si cumple ciertas condiciones para que sea científico y revolucionario”.

De hecho, el principal capítulo del folleto de Moreno se titula precisamente “¿Sustituismo o revolución socialista agraria?” La polémica con Deutscher era totalmente legítima, pero fue llevada a cabo en términos equivocados Correctamente, Moreno pretendía refutar la afirmación de que “alguien había hecho la revolución socialista en lugar de la clase obrera”, pero buscó sostener que la revolución había sido “proletaria” por su dinámica de clases. Lo que a todas luces era falso: la clase obrera estuvo totalmente ausente de la revolución; ése es un hecho establecido y no admite discusión.

Al evaluar la mecánica de clases de la revolución, Moreno hace la consideración de que en última instancia el campesinado chino emergente era prácticamente “un semi-proletariado por su dinámica económico-social”. Sin embargo, ni siquiera hoy la mayoría de la población china vive en las ciudades. Para colmo, a lo largo de todo su dominio, el PCCh siempre trató de impedir y/o regular el acceso campesino a las ciudades.

La realidad es que la base social del PCCh era claramente de pequeños propietarios y campesinos sin tierras; básicamente campesinado pobre, que es la caracterización que Peng repite una y otra vez en su informe. Curiosamente, Moreno tenía en gran estima a Peng, pero no utilizó sus caracterizaciones, o acaso no coincidía con ellas.

También había una capa de campesinos medios e incluso hasta algunos terratenientes o ex terratenientes. En estas condiciones, el resultado principal de la revolución fue una reforma agraria radical, pero socialmente pequeño burguesa, sin conexión con una genuina revolución proletaria en las ciudades. La estatización de la mayoría de las industrias, hecha por el PCCh en 1952 totalmente desde arriba, se dio en medio de una pasividad total de la clase obrera.

En suma, remitirse a los hechos significa desmitificar el supuesto carácter “obrero” de la revolución china: no fue obrera, sino campesina y pequeñoburguesa en su carácter de clase y bases sociales fundamentales, y anticapitalista por el enemigo que enfrentó.

Lo que sí es correcto del argumento de Moreno es que nadie hizo la revolución socialista por la clase obrera, sencillamente porque la revolución de ninguna manera fue socialista. La total y absoluta ausencia del proletariado y de verdaderos elementos de autodeterminación de las masas explotadas y oprimidas explican que haya sido anticapitalista sin lograr abrir paso a una dictadura del proletariado, ni mucho menos un genuino proceso transicional socialista. Entendemos que ésta era la correcta respuesta a las elucubraciones oportunistas y sustitucionistas de Deutscher, no la invención de una “dinámica de clase” de la revolución que realmente no existió en 1949. En ese sentido, la pretensión de Valerio Arcary de aggiornar los análisis de Moreno haciendo suyos los de Deutscher –ante la evidencia de una revolución no obrera– tampoco apunta en la dirección correcta. En suma, era equivocado plantear, como lo hizo Moreno, que en un “curso permanente” la revolución se “transformó verdaderamente en revolución socialista”.

Recapitulemos el razonamiento completo de Moreno: “¿Cómo debemos definir la dinámica de clase que llevó al triunfo a la revolución china y le dio su curso permanente hasta transformarse en Estado Obrero? Deutscher cree que se dio un típico caso de sustituismo. El PC, aunque sin intervención de la clase obrera, reflejaba sus intereses, era un partido obrero. Al acaudillar la revolución campesina le daba un sentido obrero, de revolución permanente inconsciente. Trotsky, muchos años antes, ya había discutido esta concepción de los estalinistas. «¿En qué sentido puede el proletariado realizar la hegemonía estatal sobre el campesinado cuando el poder estatal no esta en sus manos? Es absolutamente imposible comprender esto. El rol dirigente de grupos comunistas aislados en la guerra campesina no decide la cuestión del poder. Deciden las clases, y no el partido»” (Moreno, cit.). Hasta aquí su planteo es impecable, e incluso acude muy oportunamente al pasaje de Trotsky que ya hemos citado dos veces en este trabajo.

Pero Moreno no es consecuente con su propio razonamiento, porque para rebatir el argumento sustituista, interpreta incorrectamente al campesinado que hizo la revolución como un “semi-proletariado”. Si esto era así, entonces había estado presente la clase obrera imprimiéndole su sello de clase a la revolución, y el problema estaba resuelto sin necesidad de reconocer al PCCh un carácter proletario que efectivamente no tenía, ni de caer en las tesis sustituistas.

En realidad, como dice Schwartz parafraseando agudamente a Lenin, “el «proletariado rural» aislado del proletariado urbano es esencialmente un «pequeñoburgués» en mentalidad, furiosos contra los que tienen tierra, pero consumidos por el deseo de lograr para ellos mismos poder aferrarse a su propiedad de la tierra”(Schwartz, p. 194).

El problema es que el análisis de clase que hace Moreno no resiste la prueba de los hechos. A partir de ahí, se produce un desbarranque en el resto de las conclusiones que va sacando. Por ejemplo, cuando se afirma que “es interesante notar que todas las interpretaciones serias de la revolución china aceptan que su curso fue ininterrumpido o permanente. sólo se discute su dinámica de clase” (Moreno, cit.). Moreno se refiere al hecho de que la revolución llegó a la expropiación del capital. Pero ya hemos dicho que la estatización por sí sola no agota el carácter “obrero y socialista” de la revolución si se la desvincula del curso ulterior de la transición.

A partir de aquí Moreno saca todo tipo de conclusiones equivocadas. Dice: “La clave de toda la revolución china y de su ulterior curso socialista para nosotros está en la revolución de los campesinos pobres del norte y en la anterior del sur. Trotsky en sus cartas a Preobrajensky había señalado que «la revolución china (la tercera) deberá comenzar por atacar al kulak desde sus primeras etapas». Y de este hecho, y de la lucha contra el imperialismo y sus agentes, sacaba la conclusión de que la revolución china sería mucho menos burguesa que la rusa. Es decir, más socialista desde el principio. Subrayaba así la profunda diferencia con las revoluciones agrarias occidentales en las que el campesinado en su conjunto iba contra los terratenientes feudales en la primera etapa de la revolución agraria. En China, como no había terratenientes feudales de magnitud y los verdaderos explotadores de los campesinos eran los usureros y los campesinos ricos íntimamente ligados a aquellos, la primera etapa de la revolución agraria tendría un carácter anticapitalista y no antifeudal” (Moreno, cit.).

Coincidimos totalmente con lo que señala Moreno en el sentido que, efectivamente, la revolución campesina china operó sobre la base de una diferenciación social: es decir, enfrentó a los campesinos pobres contra los ricos de las aldeas, íntimamente ligados al imperialismo. Pero luego Moreno, como ha sido habitual en el tronco principal del movimiento trotskista, iguala incorrectamente la connotación anticapitalista, muy visible en la revolución de 1949, con la socialista, que no llegó a desencadenarse como tal, cuando estaba clara la ausencia de todo vínculo con el proletariado urbano. Por otro lado, en sí misma, la reforma agraria –al menos inicialmente– fue pequeñoburguesa y no “socializadora”.

Al no establecer esta diferenciación, y al sostener igual que Mandel, la tesis de la “democracia agraria”, Moreno insiste en que “es nuestra hipótesis (...) que en China hubo una gran revolución socialista agraria en el sentido que Lenin le daba a esa definición: los campesinos pobres con sus organizaciones tomaron de hecho el poder en el agro chino a escala local para ir contra los campesinos ricos. Esta lucha fue y es una lucha esencialmente socialista. El PC no inició esta revolución. Por el contrario, hizo esfuerzos por contenerla, por jugar un rol de árbitro entre todas las capas campesinas y «democráticas»(...). El campesino pobre hace «a pesar» del PC, que tiene roces con él, su revolución de octubre antes de que el proletariado de las ciudades tome el poder. Este carácter socialista de la revolución agraria estaba en germen en el movimiento comunista agrario dirigido por Mao y Peng antes de 1935. El gran desarrollo de los gobiernos comunistas agrarios, su influencia creciente, se explican por este carácter de vanguardia de la lucha de clases en el agro chino, de la lucha de los campesinos pobres contra los ricos, que le saben imprimir los maoístas al movimiento campesino del sur antes de que Mao fuera ganado por la ideología del frente popular. El programa socialista soviético del maoísmo de aquella época, era adecuado al carácter socialista de la revolución agraria china” (Moreno, cit.).

Aquí hay no sólo inexactitudes, sino problemas de apreciación teórico-políticos de magnitud, que tienen como centro de gravedad la equivocada evaluación de que habría habido elementos de organización independiente de los campesinos, dándole así un supuesto carácter “socialista agrario” a la revolución .[44]

Es errónea la consideración que la revolución agraria se haya hecho “a pesar del PCCh”. Otra cosa es que Mao tomara esa decisión bajo la presión de las circunstancias, para ganarse el apoyo de la base agraria frente a la ofensiva del Kuomintang en 1947. Pero el que comenzó el movimiento que luego desató la revolución agraria fue el PCCh con el giro en su política agraria en 1947. Fue sólo entonces que se desató el proceso de expropiación de los terratenientes en los territorios que controlaba (y que se había negado a poner en marcha en los 11 años anteriores, producto de su política de conciliación de clases). Sin duda, se trató de una verdadera revolución agraria que seguramente contuvo elementos “desde abajo”, dada la enorme vastedad del campo chino, y en la que el PCCh no podría haber controlado todo. Pero en lo esencial logró encuadrarla, controlarla, domesticarla. Decir que el campesinado hizo “a pesar del PCCh” su revolución agraria es más que una exageración: es un error.

En estas condiciones, también era equivocado afirmar que el campesinado habría hecho su “revolución de octubre”, en el sentido de que la reforma agraria habría sido “socialista”. Es difícil establecer en qué sentido consideraba Moreno una revolución que da la tierra en propiedad individual como “socialista” (y, para colmo, sin verdadera democracia agraria). Lamentablemente, esta historia termina siendo completamente falsa, movida por el hecho cierto de que sí hubo lucha de clases en el campo. Es verdad que la política agraria maoísta en la primera mitad de la década del 30 había sido mucho más radical, y que luego de la Segunda Guerra Mundial, al verse obligado a romper con Chiang Kai-Shek, se retomó una política de expropiación a los terratenientes. Pero ¿qué tiene de “socialista” una reforma agraria que, lejos de colectivizar la tierra, la reparte en pequeñas parcelas, y además sin autodeterminación campesina ni vínculos reales con el proletariado urbano?

A esto se le agrega la gratuita afirmación de que el proletariado habría “tomado el poder”. Es un hecho de que el proletariado urbano no tomó ningún poder como clase.

En esto las afirmaciones de Peng habían sido inequívocas, y Moreno sin duda las conocía, por más que la posterior estatización masiva de los medios de producción modificara un poco las posiciones del trotskista chino: “A pesar de que un puñado de individuos provenientes de medios obreros han sido nombrados para participar en el gobierno (muy pocos en puestos importantes) la clase trabajadora como un todo permanece en una posición subordinada. La clase obrera está privada del derecho fundamental de elegir sus propios representantes –como a los soviets y otros comités similares de representantes obreros– para participar y supervisar el régimen. Los derechos políticos generales –libertad de palabra, asamblea y asociación, publicación, creencias, etc.– están considerablemente limitados e incluso prohibidos, como las huelgas. Consecuente, como los trabajadores están silenciados por este régimen, en realidad sólo tienen el derecho de peticionar dentro de los «marcos de la ley» por un mejoramiento de sus condiciones de vida”. ¡Vaya forma de ejercer la “dictadura del proletariado”!

En todo caso, lo que se podía decir, ante la ostensible ausencia del proletariado, era que en la medida en que el PCCh, como agente de las masas campesinas, había tomado el poder, y dado que el PCCh era supuestamente un partido “proletario”, “la clase obrera había tomado el poder”. En suma, el falso argumento de Mandel. Pero ya sabemos que la posición de Moreno era distinta.

A sabiendas de las carencias en su argumentación, Moreno presenta la hipótesis central de su trabajo: “es verdad que tanto Trotsky como Lenin siempre consideraron que esta revolución socialista agraria sólo la podría dirigir el proletariado industrial de las ciudades. Por otra parte, los esquemáticos se niegan a considerar que esta lucha agraria anticapitalista sea definida como socialista por el carácter del «sujeto histórico»: los campesinos pobres y sin tierras debe ser considerados, sociológicamente, como pequeñoburgueses. Dejando de lado la tarea teórica de definir con toda precisión «sociológica» al campesinado sin tierras o muerto de hambre (...) algunas indicaciones (...) se imponen. El capitalismo surgió gracias a que pudo crear un gigantesco ejército industrial de reserva con los campesinos desalojados de sus tierras, o tan miserable en su pequeño lote que tenían que vender su fuerza de trabajo para poder subsistir. El marxismo definió a ese fenómeno social y a esa nueva clase que surgía de acuerdo a su dinámica y no de acuerdo a su pasado. Para el marxismo es fuerza de trabajo libre y no pequeñoburguesía pauperizada, ejército industrial de reserva y no campesino errante por los caminos o que habita las afueras de las ciudades. La contradicción de China y de muchos países atrasados es que el capitalismo, con su penetración, crea un gigantesco ejército de reserva con los parias campesinos y que, por la crisis del capitalismo mundial y nacional, luego no puede utilizar por falta de desarrollo industrial. Llevado por las circunstancias históricas, este campesino miserable, explotado por los capitalistas rurales, se transforma entonces en reserva, en agente de la revolución anticapitalista en su aldea, en soldado del ejército revolucionario, en militante del PC o en futuro obrero de la acumulación primitiva socialista” (Moreno, cit.).

Esto ya es definitivamente traído de los pelos. No sólo queda establecido que no había mayor asalarización de la mano de obra en el campo, sino que la principal relación de dependencia de los campesinos pobres (o sin tierra) respecto de los terratenientes era, junto a los préstamos usurarios, el alquiler de tierras para la producción individual.

El objetivo primario de la participación campesina en la revolución fue la obtención de tierras a partir de la reforma agraria a título de propietarios privados, no la búsqueda de su asalarización urbana. Luego veremos las particularidades de la colectivización agraria en China, así como el proceso de acumulación.

Moreno afirma luego que el carácter del campesinado “pega (...) un salto histórico. En lugar de pasar por las fases de sus hermanos de Occidente, de campesino sin tierra, a obrero «en sí» de la manufactura y la fábrica y a obrero «para sí» del sindicato y el partido obrero, salta la etapa del obrero «en sí» de la fábrica para transformarse en un revolucionario anticapitalista a escala local o nacional” (Moreno, cit.).

Pero este “revolucionario anticapitalista a escala local o nacional”, ¿qué raíz social posee? Para nosotros –siguiendo la caracterización de Peng– se trató de revolucionarios anticapitalistas pobres o sin tierras pequeñoburgueses del campo y la intelligentsia de la ciudad. Sin embargo, por obra de una prestidigitación social y política, se transforma el campesino pequeño propietario en obrero, confundiendo toda la dinámica social real de la revolución china.

Más adelante, y en contradicción con lo anterior, se lee que: “la amplia mayoría del campesinado es miserable o sin tierras. Es decir, la revolución china es esencialmente una revolución de los campesinos pobres contra la burguesía rural china, es una revolución socialista agraria, que impuso el poder a escala de las aldeas o pequeñas zonas. El pasado campesino, pequeño burgués de estos revolucionarios, se manifestará también en el carácter de su revolución, que será primitiva, bárbara y principalmente sin órganos de poder centralizados. Los órganos de poder de esta revolución, las Asociaciones de Campesinos Pobres, no tendrán órgano central democrático, sólo serán locales” (Moreno, cit.).

¿Cuál es, entonces, la verdadera definición? ¿Se trató de una revolución anticapitalista de los campesinos pobres contra la burguesía rural o de una revolución socialista campesina-proletaria?

Lamentablemente, las afirmaciones totalmente gratuitas se van sucediendo sin solución de continuidad, en un preanuncio de los análisis de Moreno de comienzos de los 80, en los que se amontonaban más y más cualidades “revolucionarias” en los procesos, sin el menor esfuerzo por comprobar y medir su correspondencia con la realidad. Se llega al despropósito de afirmar que el PCCh se terminó “rindiendo” ante la dinámica socialista de la revolución: “esta revolución se combina para obtener el triunfo (...) de las mujeres contra las supervivencias del pasado en China[45], el paternalismo, la lucha en la zona de Chiang contra los terratenientes y contra el capitalismo burocrático (...). Y, por último, con la guerra civil contra el régimen dictatorial de Chiang, agente de la colonización yanqui. Pero de esta combinación, el hecho decisivo será la revolución de los campesinos pobres contra la burguesía rural. El PCCh intentará jugar un rol de árbitro de todo este proceso combinado, pero tendrá que rendirse a la dinámica socialista-anticapitalista que le han impreso los campesinos pobres a la tercera revolución china” (Moreno, cit.).

En tanto que revolución anticapitalista, hubo efectivamente una combinación de tareas donde el centro fue le revolución agraria, sumada a cuestiones como la unificación nacional china y la independencia del país del imperialismo. Al respecto, acordamos completamente con la dinámica prevista por Trotsky (y señalada por Moreno), necesariamente anticapitalista y no antifeudal de la revolución china. Claro que disentimos con la asimilación u homologación que hace Moreno de la revolución anticapitalista como socialista, que se ha revelado históricamente incorrecta.

Pero también es equivocado decir que el PCCh tuvo que “rendirse” ante la dinámica “socialista” de la revolución. Los maoístas no se “rindieron” ante ninguna “dinámica socialista”: actuaron, hasta cierto punto, bajo la presión de las circunstancias, pero se esmeraron desde el comienzo por bloquear y contener toda dinámica real transicional socialista. Es decir, la dinámica de auténtica revolución permanente. Y se puede decir que tuvieron bastante éxito.

 >>>Parte 3 >>>

Notas

32 Ver R. Sáenz:  “Tupac Amarú, Mariátegui y Hugo Blanco: jalones Revolucionarios”, en periódico SoB N° 61.

33 En los tres años siguientes a 1946, unos 178 millones de campesinos en áreas comunistas obtuvieron la tierra, mientras que la proporción de campesinos medianos subió del 20% de la población campesina antes de la reforma agraria a más del 50%.

34 Esta observación, realizada sobre el terreno con criterios auténticamente marxistas revolucionarios, era muy aguda. Las décadas posteriores de idas y vueltas del PCCh sin lograr nunca una real estabilización de la situación económica en buena medida confirman estas apreciaciones.

35 El trabajo de Harold Isaacs sobre la segunda revolución china es un clásico muy valioso del marxismo. Lamentablemente, luego se pasó a posiciones democrático-burguesas, desconociendo el carácter anticapitalista de la revolución de 1949.

36 Andrés Romero, Después del estalinismo, Buenos Aires, Antídoto, 1995, p. 85.

37 Por su carácter inmediato, Moreno la define (correctamente) como “guerra nacional plebeya que se transforma en revolución agraria”. El problema viene cuando le atribuye una dinámica “socialista y de clase” que a nuestro entender no tuvo.

38 Independientemente de que, a nuestro juicio, no produjo en lo inmediato el retorno al capitalismo, sino la emergencia de un “híbrido” histórico: el Estado burocrático sobre la base de una formación social no capitalista de explotación mutual.

39 Respecto del funcionamiento de las leyes sociales ya no en la transición, sino en el comunismo mismo, tenemos esta genial observación del marxista húngaro István Meszáros: “El término de «ley» es empleado de maneras muy diferentes (...) Cuando es impuesta gracias a un mecanismo que se hace valer ciegamente, Marx lo analiza como análogo a la ley natural mediante la cual se quiere caracterizar al sistema capitalista. Pero existe otro sentido de «ley». Representa un marco o procedimiento de regulación ideado por una agencia humana en fomento de sus objetivos elegidos. Es este último sentido –«la ley que nos damos»– el que resulta pertinente en el contexto del empleo económico del tiempo bajo las condiciones del sistema comunal. De acuerdo con ello, Marx insiste en que esa clase de regulación del tiempo disponible de la sociedad es «esencialmente diferente de una medición de valores de los cambio (trabajo o productos) mediante el tiempo de trabajo»” (Más allá del capital, p. 879).

40 Históricamente hubo muchas y largas discusiones sobre cómo caracterizar al maoísmo. Por nuestra parte, lo consideramos categóricamente como parte del estalinismo, más allá de que es un hecho cierto que tuvo fuertes rasgos particulares. Podríamos decir que es una rama o manifestación específica del aparato estalinista mundial.

41 Hacemos notar que, para Mandel, la “manera” en que son llevadas adelantes las tareas no introduce nunca cuestionamientos sobre la naturaleza socialista de las tareas mismas.

42 El desbarranque en la concepción de las revoluciones obreras y socialistas “objetivas” requirió un paso más, que se dio en los 80 en la vieja LIT (ni hablar de la actual LIT o la UIT). Ver al respecto “Las revoluciones de posguerra y el movimiento trotskista” en SoB 17/18.        

43 Definición retomada por el ya mencionado trabajo de Valerio Arcary, del PSTU brasileño, que defiende expresamente las tesis sustituistas y deterministas de cuño deutscheriano y plejanoviano.

44 Moreno toma este análisis de un texto muy citado sobre China del periodista Jack Belden, China Shakes the World, un libro anterior al triunfo de la revolución de 1949.

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