Notas
sobre la teoría de la revolución en el siglo XXI – parte III
China
1949: una revolución campesina anticapitalista
Por
Roberto
Sáenz
Parte
2
III.
La revolución de 1949
El
establecimiento de la Republica Popular China fue proclamado en Pekín
el 1° de octubre de 1949. Li Fu-yen (seudónimo de Frank Glass,
militante trotskista de origen griego que pasó largos años en
China), ha dejado valiosos testimonios sobre el curso de la revolución.
De él proviene una definición sobre 1949
que parece convincente: se habría tratado de una “revolución fría”.
Por supuesto, no en el sentido de que faltaran enfrentamientos del
tipo de guerra civil, sino en el sentido de la ausencia de una auténtica
acción consciente, directa y autoorganizada de las masas rurales
explotadas que viniera desde abajo.
Esto
es, basada en métodos de lucha de masas, característica que sí
distinguió a otros procesos revolucionarios campesinos, incluso a
algunos cercanos a nuestra tradición de origen, como es el caso de
Hugo Blanco en Lares y Convención, Cusco, Perú.[32] A esta característica
se le suma lo ya conocido, es decir, que no se trató de una revolución
socialmente obrera ni políticamente socialista.
Reforma
agraria pequeñoburguesa
Li
Fu-yen destacaba el cambio de frente en las vicisitudes de la guerra
civil tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Esto
efectivamente obligó a Mao a implementar en el norte de China la
expropiación de los terratenientes y el reparto radical de las
tierras. Para que se entienda la circunstancia, la última ofensiva
militar del Chiang Kai-Shek había llegado tan lejos como para que en
1947 Yenan –la base del PCCh por más de una década luego de la
famosa Larga Marcha– cayera en manos de los “nacionalistas”.
“Cuando se señala
el carácter de acólitos del Kremlin de los estalinistas, se muestra
sólo una parte de su fisonomía política, y no la más importante.
Además de ser agentes de Stalin, Mao y su cohorte son los líderes
de un genuino movimiento de masas: la rebelión campesina que
constituye más del 80% de la nación china, un.movimiento que
se eleva desde el suelo social del país. Es esta gigantesca masa
rural laboriosa la base del impresionante poder que los estalinistas
tradujeron en una victoria militar masiva. (...)
“En octubre de
1947, el CC del PCCh promulgó su “Programa básico para la reforma
agraria China”, que dio un final formal
la política de colaboración de clases en el campo instituida
11 años antes. Es necesario dejar establecido el carácter de esta
ley, para clarificar las bases del apoyo de que gozó el maoísmo en
la China de 1949, sobre todo en el norte: a) el sistema agrario de
explotación “feudal” o “semi-feudal” es abolido y se
establece el criterio de “la tierra para el labrador”; b) los
derechos de propiedad de la tierra de los terratenientes quedan
abolidos; c) la propiedad territorial de todos los antiguos
santuarios, templos, monasterios, escuelas, instituciones y
organizaciones queda abolida; e) todas las deudas contraídas antes de
la reforma agraria quedan canceladas; f) salvo lo referido a bosques,
minas, lagos, toda la tierra en las villas en manos de los
terratenientes y todo el terreno público debe ser tomado por los
sindicatos de los campesinos de las aldeas, junto con todo otra tierra
de las aldeas, en acuerdo con el total de la población de la
localidad, sin tener en cuenta la edad y el sexo, debe ser unificada e
igualitariamente distribuida (...) así, todos los habitantes de la
aldea deberán compartir igualitariamente la tierra, y deberá ser la
propiedad individual de cada campesino; g) a los terratenientes y sus
familias se les debe dar tierra y propiedades equivalentes a los de
los campesinos. Lo mismo para todos aquellos ligados al Kuomintang que
viven en los campos; h) el gobierno publicará al pueblo edictos de
propiedad de la tierra, y, aún más, reconocerá sus derechos de
libre manejo, comercio y bajo determinadas circunstancias, alquilará
sus tierras” (Li Fu-Yen, “El Kuomintang en la hora de su catástrofe”,
febrero 1949, tomado de Marxist Internet Archive).
Es evidente el
carácter revolucionario de la reforma agraria. No porque hubiera
llegado al estadio de la socialización de las tierras –algo a lo
que nunca se llegó realmente– o de su colectivización y/o
cooperativización, sino porque se trató de una reforma agraria revolucionaria
pequeño-burguesa que le daba la tierra en pequeña propiedad a
los campesinos que la trabajasen. Obviamente, su poder seductor era
inmenso, más allá que se tratara de una reforma agraria de tipo
narodniki.
En
cuanto a sus alcances y límites, Frank Glass observa que: “El atractivo
de este programa apenas necesita ser enfatizado. Para la población
laboriosa del campo es una verdadera Carta Magna. Millones de
campesinos sin tierra y de granjeros arrendatarios tienen ahora una
perspectiva de afirmar sus pie en el terreno. Los campesinos
gravemente endeudados ven en ella la liberación de su opresiva
situación. Para toda esta vasta masa de humanidad parece levantar
la promesa de una vida mejor.
“En lo que
respecta al problema de la tierra, el programa estalinista es claramente
revolucionario. Representa una abrupta ruptura con el
pasado y producirá un profundo cambio en las relaciones de clase. La
transferencia de la tierra a aquellos que la trabajan es un
indispensable paso preliminar para la reorganización de la
agricultura en niveles más altos y la transformación revolucionaria
de la sociedad china. Pero vista en el contexto de la sociedad china
social y políticamente como un todo, es conservadora, oportunista,
unilateral e ilusoria. Más allá de la gran preponderancia del
campesinado en la
sociedad china y el gran peso de la agricultura en la economía, el
problema agrario no es un problema independiente que pueda ser
resuelto separadamente y aparte de los problemas económicos
del país como un todo.[34] Una pequeña parcela de tierra sigue
siendo una pequeña parcela, una unidad “antieconómica”,
incluso cuando esta firmemente en las manos del campesinado. La
expropiación de los terratenientes le dará tierra a los sin tierra,
pero las parcelas seguirán siendo pequeñas (...).
“Será
imposible levantar el nivel de la agricultura con la continuidad de la
pequeña escala de propiedad y los métodos agrarios primitivos.
Para la producción en gran escala hace falta la maquinaria que la
pueda hacer posible. Esto implica un gran desarrollo industrial. Más
aún, hay demasiada gente en la tierra. La población sobrante puede
ser llevada fuera de la tierra únicamente cuando hay medios
alternativos de vida. Pero esto sólo será posible mediante un
desarrollo multilateral del la economía: industria,
transporte, comunicaciones (...). Lo que los estalinistas aspiran es a
establecer su base social sobre el campesinado, liberado de la «explotación
feudal y semi-feudal»(...). Dirigen su ataque contra el «feudalismo»,
no el capitalismo, como si los remanentes feudales poseyeran un
significación social y política independiente” (Li Fu-Yen, cit.).
Más
tarde el estalinismo expropió y dio impulso a la industrialización,
en medio de zig-zags y fuertes crisis y desequilibrios que luego
veremos. Sin embargo, el conjunto del abordaje de Frank Glass conserva
actualidad, dado que el maoísmo como corriente nunca superó su
“agrarismo”. Llevó a cabo una reforma agraria
anticapitalista, pero pequeño-burguesa, no “socialista”,
desvinculada del proletariado, estrechamente nacionalista y que
repartió la tierra en propiedad individual, no logrando nunca
realmente éxito en sus proyectos de industrialización y
colectivización del agro.
Revolución
por
medios militares-burocráticos
Respecto
de los métodos con los que la revolución fue llevada
adelante, ya hemos señalado que Glass la define como una “revolución
fría” en el sentido de haber sido llevada adelante desde arriba
y desde fuera de la clase trabajadora, y buscando la pasividad del
movimiento de masas.
Este
panorama pinta de cuerpo entero el carácter no socialista de
la revolución agraria, en la medida en que no se convocaba a un acción
independiente del campesinado, sino que expresamente se desalentaba
toda posible acción autodeterminada. Ni hablar del proletariado de
las ciudades, convocado a esperar sentado la entrada del “Ejército
Rojo” y a priorizar la producción.
Citaremos una vez
más a Peng en su descripción del carácter “frío” de la
revolución: “Si el PCCh hubiera invitado a los trabajadores y las
masas en las grandes ciudades para levantarse en rebelión y para
derrocar el régimen, habría sido tan fácil como golpear debajo de
la madera putrefacta. Pero el partido de Mao dio simplemente órdenes
a la gente de esperar su liberación por el ejército del pueblo (Ejército
Popular de Liberación) (...) podemos dibujar una clara pintura del
proceso: el régimen de Chiang Kai-Shek colapsó completamente (...)
Comenzando por la contraofensiva en el otoño de 1948, en las
sucesivas batallas ocurridas en el noreste, y salvo la violenta
batalla en Chinchou, las otras grandes ciudades como Changchun, Mukden,
etc., fueron ocupadas sin pelea (...)
“Respecto de
las grandes ciudades y bases militares del norte del río Yangtsé,
salvo los encuentros en Chuchao y Paotow, las otras, como Tsinan,
Tientsin, Peiping, Kaifeng, Chengshou, Sian, etc., fueron tomadas producto
de la rebelión de los ejércitos estacionados allí, por rendición o
deserción. En el noroeste, en las provincias de Kansu y Sinkiang,
fue sólo por rendición. En la ciudad de Taiyuan hubo
comparativamente una larga lucha, pero esto no pesó en el conjunto de
la situación. Respecto de las grandes ciudades al sur del río, salvo
una simbólica resistencia en Shangai, las otras se entregaron por
anticipado (Nanking, Hangchow, Hangkow, Nanchang, Fuchow, Kweiling
y Cantón), o se rindieron cuando llegó el ejército
comunista, como en la provincias de Hunan, Szechuan y Yunan.
“Tras
cruzar el Yangtsé, el ejército de Mao marchó hacia Cantón como a
través de una «tierra de nadie» (...) De ahí la particular situación
por la cual el «ejército de liberación» no conquistó sino que más
bien se hizo cargo de las ciudades” (informe citado).
Es interesante comparar estas observaciones
de Glass y Peng con otros autores como Theda Skocpol, quien en su
estudio presenta una valoración algo distinta a la de Glass, pero que
no deja de subrayar el encuadramiento efectuado por el
PCCh:
“Lo que ocurrió en el norte de China entre
1946 y 1949 fue una síntesis única entre las necesidades militares
de los comunistas chinos y el potencial social revolucionario del
campesinado. Pues en el proceso de movilizar los refuerzos campesinos
para apoyar los gobiernos y ejércitos de la zona base, los comunistas
penetraron en las comunidades locales y las reorganizaron. Así, el
campesinado como clase fue provisto de una autonomía y
solidaridad de las que no había disfrutado dentro de la tradicional
estructura sociopolítica agraria. En cuanto los campesinos
adquirieron medios para convertirse (dentro de las aldeas) en una
clase propia, pudieron atacar a los terratenientes con tanto rigor
como las campesinos rusos en 1917. Salvo que, a diferencia de los
campesinos rusos, los campesinos chinos se rebelaron contra los
terratenientes sólo con la ayuda y el aliento de los cuadros
comunistas locales, y la revolución agraria china, en conjunto,
ocurrió bajo la «pantalla» militar y administrativa aportada por el
control de las zonas básicas por el partido (...). En suma, la búsqueda
de recursos rurales del PCCh (...), finalmente dio por resultado la
revolución social en los campos de China” (Skocpol, p. 408).
La conclusión que se impone es que
en 1949 ocurrió una grandiosa revolución social campesina
anticapitalista, pero encuadrada burocráticamente, sin
ascenso del proletariado urbano ni perspectiva revolucionaria
internacionalista, y por lo tanto bloqueada desde sus inicios en
tanto que auténtica revolución socialista.
Hemos
venido subrayando la total y absoluta ausencia en la revolución de
1949 del proletariado chino, que nunca se recuperó de la derrota de
1925-27, y que quedó siempre bajo el dominio del Kuomintang o de los
japoneses en Manchuria. Para colmo de males, con la ocupación de las
ciudades costeras por los japoneses quedó diezmado y sólo se rehizo
numéricamente precisamente en la provincia del noroeste sometida a la
ocupación militar.
Pero esto no
autoriza a perder de vista que León Trotsky había insistido en los
30 que se debía retroceder con el proletariado y permanecer en sus
filas. Y, sobre, todo que al maoísmo nunca le interesó en lo más
mínimo la suerte del proletariado chino. Por esto suenan tan
absurdos los análisis de la revolución de 1949 como
“proletaria”, algo que contraría los datos fácticos más
elementales.
En estas
condiciones, Frank Glass refleja bien la actitud del PCCh hacia la
clase obrera: “Es evidente que Stalin y sus acólitos chinos quieren
la revolución mantenida dentro de límites seguros. Esto se visualiza
una vez más en su evidente indiferencia hacia el proletariado.
El programa estalinista no ofrece nada a los trabajadores, salvo la
continuidad de su esclavitud asalariada. El proletariado chino es
pequeño (...) tres millones de obreros en un población de más de
450 millones. Sin embargo, las ciudades en las cuales estos
trabajadores viven y trabajan son los centros estratégicos del
dominio de Chiang Kai-Shek y los centros nerviosos de todo el
sistema de explotación capitalista. Si se armara al proletariado con
el programa correcto y se le diera su lugar en el actual desarrollo de
los acontecimientos como el líder de los explotados y oprimidos,
sacaría a la burguesía con cajas destempladas. Lo que queda del
Kuomintang sería rápidamente destruido y la guerra civil
inconmensurablemente reducida. Pero los estalinistas desconfían del
proletariado y por buenas razones (...) están determinados a
mantener la revolución fría, bien fría”.
En el mismo
sentido, Schwartz señala que luego de la revolución “el PCCh puede
una vez más decir que posee una base proletaria. Está nuevamente en
contacto con el proletariado industrial urbano. Sin embargo, las
mismas circunstancias bajo las cuales los comunistas finalmente
alcanzaron el poder aportan una luz reveladora sobre la falta de
relaciones entre el proletariado urbano y el PCCh. El proletariado
urbano chino –cualquiera fueren las simpatías que tuviera– esperó
inerte y pasivamente a que las tropas campesinas ocuparan las
ciudades. Ciertamente, jugó un rol mucho menos activo que los
estudiantes” (Schwartz, p. 197).
Más
tarde (1952) llegaría la expropiación de los medios de producción y
sectores importantes de la clase obrera obtendrían importantes
concesiones, aun en medio de una pasividad y encuadramiento totales.
Luego nos referiremos al carácter de estas medidas.
En síntesis,
tomando una valoración general de los procesos de la segunda
posguerra, pero que se puede aplicar perfectamente a los alcances y límites
de la revolución china de 1949, se puede ver cómo operó en ella la
clásica dialéctica de los triunfos seguidos de derrotas en
ausencia de centralidad del proletariado, autodeterminación campesina
y perspectiva internacionalista.
“Tras la
victoria sobre el nazismo, en Europa y en el mundo semicolonial hubo
revoluciones y transformaciones democráticas, agrarias, nacionales y
antiimperialistas, e incluso hubo expropiaciones y experiencias no
capitalistas. En muchos casos, directa o indirectamente, las masas
trabajadoras alcanzaron conquistas socioeconómicas importantes.
El fin del latifundismo y las arraigadas influencias terratenientes y
el clero en gran parte de Europa oriental, progresos en la
industrialización de las repúblicas más rezagadas de la región, el
pleno empleo y mejoras significativas en el terreno de la salud y
educación no pueden ser desconocidas en bloque (...)”.[36]
Sin embargo,
reconocer lo anterior “no está en contradicción con nuestra
afirmación de que en esos países no hubo desarrollo del poder
obrero, ni un genuino impulso hacia transformaciones socialistas. En
realidad, con ritmos distintos cada uno de estos triunfos o
progresos parciales se transformaron en lo contrario: derrotas y
desastres sociales. Esta dialéctica de triunfos que se
transforman en derrotas cuando la revolución se frena y se pudre es
una de las características de esta posguerra”. (Romero, p. 147).
Los desastres del
“Gran Salto Adelante” y la “Revolución Cultural” vendrían a
confirmar en pocos años esta dialéctica, como luego intentaremos
demostrar.
IV. El debate en el trotskismo
sobre la dinámica
de clases
Revisaremos ahora más en detalle los textos de Isaac Deutscher, Ernest Mandel y
Nahuel Moreno sobre la revolución china que hemos citado más arriba.
Si el texto de Mandel –escrito entre 1949 y 1950– todavía tenía
elementos tentativos en razón de estar desarrollándose los
acontecimientos, el de Moreno tiene la ventaja del tiempo y de cierta
distancia respecto de los elementos más oportunistas de la tradición
del SU, más allá de que, entre otros problemas teóricos y políticos,
había una valoración totalmente equivocada de la llamada “revolución
cultural” china de la década del 60.
Adelantamos que
en el caso de Deutscher se trata lisa y llanamente de la afirmación
de las tesis del “sustituismo” de la clase obrera en la revolución.
El caso de Mandel es algo más sutil: termina definiendo como
“socialista” la revolución en base al carácter supuestamente
proletario del PCCh. Por su parte, Moreno (que militó a la izquierda
del tronco principal del movimiento trotskista) expresamente le
atribuye el carácter “socialista” de la revolución no al PCCh,
sino a la dinámica “objetiva” de los acontecimientos.
Esto, a nuestro entender, era incorrecto, pero tenía sin embargo el
resguardo de mantener la necesidad de una organización independiente
de los socialistas revolucionarios.[37]
“Sustituismo
a escala gigantesca”
En el caso de Deutscher, lo que se enuncia es
la clásica tesis sustituista de la clase obrera en la revolución
china. Esta tesis estaba vinculada con su apreciación más general
del papel de la burocracia estalinista, a la que veía cumpliendo un
papel “progresivo” y “necesario” en el caso de la URSS. Respecto
del rol de la URSS en la revolución china, explica que “la hegemonía
revolucionaria de la Unión Soviética realizó (a pesar de la
obstrucción inicial de Stalin) lo que de otro modo solamente los
obreros chinos podrían haber conseguido: empujar a la revolución
china en una dirección anti-burguesa y socialista. Con el
proletariado chino casi disperso o ausente del plano político, la
fuerza de gravedad de la Unión Soviética convirtió a los ejércitos
campesinos de Mao en agentes del colectivismo” (Deutscher, p. 151).
Desde ya que el
peso de la URSS en las décadas posteriores a la Segunda Guerra
Mundial fue inmenso, pero esto no implica que haya podido sustituir
a la clase obrera en un sentido socialista. Es que en el ámbito
de la lucha de clases no hay “ley de gravedad” o de la física
newtoniana que valga a la hora de determinar el carácter
socialista de la revolución sin la clase obrera ni vínculo
alguno con ella. La experiencia que ha dejado la historia es que no de
otra manera funcionan las leyes no “deterministas” de la
“física política”: sin clase obrera no hay revolución
socialista.
En
otras ocasiones hemos dejado establecidos los elementos metodológicos
que operaban detrás de las tesis deutscherianas: una lógica
determinista histórica más emparentada con la tradición de la II
Internacional que con el marxismo revolucionario. Y las
tesis deterministas van aquí de la mano de las sustituistas: la clase
trabajadora aparece reemplazada por una burocracia estalinista que,
siguiendo una mecánica “objetiva” similar a la de la revolución
burguesa, viene a “conservar” (“con sus propios métodos”)
las adquisiciones de la revolución. Stalin deviene Napoleón
Bonaparte.
Pero si en el
caso de Napoleón, efectivamente, se termina de liquidar la fase
radicalizada y pequeño-burguesa de la revolución Francesa, sin poner
en cuestión las principales adquisiciones burguesas de la misma, en
el caso de Stalin, ocurrió lo opuesto: una sangrienta
contrarrevolución no sólo política sino también social, que
terminó liquidando al Estado obrero.[38] Es decir, lo opuesto
de “conservar” las adquisiciones de la revolución.
En el caso de la
revolución proletaria no puede haber sustituismo de clase que valga:
si no está la clase obrera (con sus organismos y partidos), el
proceso se invierte y las relaciones de producción transicionales
se revierten en relaciones de explotación no orgánicas.
Este punto de vista, que ha sido parte del
“sentido común” del trotskismo tradicional, fue llevado por
Deutscher hasta sus ultimas consecuencias: la de presentar al propio
Trotsky como un “idealista” no adecuado a la fase de la revolución
que sigue a su período “heroico”. Cabe recordar que el último libro de Deutscher (publicado en
el año de su muerte, 1967) se llamaba La revolución inconclusa,
lo que constituía implícitamente una respuesta de las tesis de La
revolución traicionada de Trotsky escritas más de treinta años
antes.
Pero démosle la
palabra al propio Deutscher:
“No hay duda de
que la historia del maoísmo obliga a una revisión de ciertos
presupuestos y razonamientos marxistas habituales. Hasta qué punto es
ello necesario queda ilustrado (...) por la apreciación que del maoísmo
hizo Trotsky en los años 30 (...). El fenómeno de una revolución
moderna, socialista (...) cuya principal fuerza impulsora no ha sido
la clase obrera constituye, en realidad, algo sin precedentes en la
historia ¿Qué es lo que empujó a la revolución china más allá de
la fase burguesa? El campesinado estaba interesado en la redistribución
de la tierra, en la abolición o reducción de rentas y deudas, en la
destrucción del poder de terratenientes y prestamistas. En una
palabra: en la revolución agraria «burguesa». No podía dar impulso
socialista a la revolución, y el maoísmo, mientras actuó sólo
entre el campesinado, no pudo ser más reticente acerca de las
perspectivas del socialismo en China. Esta situación cambió con la
conquista de las ciudades y la consolidación del control maoísta
sobre ellas. Pero las ciudades estaban casi muertas políticamente,
a pesar de que un galvanizado residuo del antiguo movimiento obrero se
agitaba aquí y allá (...)
“Nos
enfrentamos aquí, a escala gigantesca, con el fenómeno del «sustituismo»,
esto es, la acción de un partido o grupo de dirigentes que representa
a –o se coloca en el lugar de– una clase social ausente o
inactiva. El problema resulta familiar desde la historia de la
revolución rusa, pero en este caso se presenta de manera muy
diferente (...). El partido bolchevique se erigió a sí mismo en su locus
tenens como depositario y guardián de la revolución. Si el
partido bolchevique asumió este papel únicamente unos años después
de la revolución, el maoísmo lo asumió mucho antes y durante
ella” (Deutscher, pp. 147-148).
Pero estas tesis
eluden un inmenso problema: si se hubiera tratado efectivamente de un
“sustituismo” en esa escala, se plantearía
inevitablemente la obligación de revisar el concepto mismo
del rol histórico de la clase trabajadora (algo a lo que de hecho
llegó la corriente pablo-mandelista del trotskismo). Sin que haya,
por supuesto, certeza alguna de que el socialismo evitará la
barbarie, el balance de esta experiencia histórica que queda grabado
a “escala gigantesca” es la simple conclusión de que sin clase
obrera, no hay lucha por el socialismo.
En trabajos
anteriores (ver SoB 17/18) hemos intentado demostrar que en el caso de
la transición socialista no hay “automatismo” que valga.
Las leyes sociales funcionan de tal manera[39] que si no es la clase
obrera sino otra capa social ajena a ella la que se pone al frente de
las relaciones económicas y políticas, la que se termina
beneficiando del conjunto del proceso es esta capa social, no los
trabajadores. El balance a largo plazo es, justamente, que no hay
manera de que “la acción de un partido o grupo de dirigentes
represente o se coloque en el lugar de una clase obrera ausente o
inactiva”. Cuando esto ocurre, simplemente, no hay revolución ni
transición socialista, mal que les pese a los custodios del
“santo grial” dogmático.
Mao
como dirigente “proletario”
Los
argumentos de Mandel son algo más elaborados, y se debe ser algo
indulgente respecto de sus textos, que son serios en todo lo que hace
al análisis más general sobre los acontecimientos a finales de 1950.
La IV Internacional de la época todavía no había definido la
revolución de 1949 como “socialista” ni planteado el carácter
“obrero” del Estado pos-revolucionario chino. Esto se termina
resolviendo cuando se consuma la estatización de los medios de
producción, sobre cuyo carácter nos explayaremos más abajo.
Sin embargo, a
pesar de los elementos valiosos de análisis, los trabajos de Mandel
ya esbozaban una serie de graves problemas de apreciación y de
mitificación de rol del PCCh, cuya dirección se caracteriza como “proletaria”.[40]
Los problemas
arrancan con la evaluación del grado de acción independiente
de los campesinos. Si bien no hay unidad en los investigadores al
respecto, la descripción de Mandel aparece como muy discutible:
“Desde el punto de vista social, el régimen del Kuomintang,
basado en una alianza de terratenientes y burguesía intermediaria,
fue enfrentado por los levantamientos de los explotados campesinos
(...). Desde el punto de vista formal, fue la iniciativa
espontánea y un considerable grado de autogobierno la que permitió
a los ejércitos de Mao superar el putrefacto y universalmente
detestado despotismo del Kuomintang” (Mandel, p. 151).
Sutilmente,
aparece el problema de considerar la mecánica política de la
revolución como un elemento “formal”, lo que no puede dejar de
traer aparejado toda una serie de problemas. En todo caso, si
efectivamente el régimen del Chiang Kai-Shek era universalmente
detestado, lo que no parece claro es que haya habido un desarrollo de
elementos orgánicos de autodeterminación campesina. Mandel
argumenta que, al no tener suficientes cuadros, el PCCh debía dejar a
las villas liberadas bajo la gestión de la “democracia” y
“autonomía” campesina.
A este respecto,
señala Skocpol, hasta cierto punto en la misma veta de Mandel: “¿Por
qué ocurrió esta revolucionaria reforma agraria a finales de los años
cuarenta, precisamente cuando el PCCh estaba en su esfuerzo final y
militar para subir al poder a nivel nacional en China? (...). Por una
parte, los anteriores esfuerzos de los comunistas por la movilización
de masas habían creado una nueva élite intra-aldea de cuadros
campesinos jóvenes y pobres ya dedicados a conflictos cotidianos
(...). Además, las propiedades confiscadas a los terratenientes y
campesinos ricos podrían asignarse a los campesinos pobres y de
ingresos medios, que entonces estarían más motivados a apoyar a las
milicias locales y al «Ejército de liberación del pueblo» cuando
estas organizaciones militares lucharon por su derecho a conservar las
nuevas tierras. El razonamiento de Schurman sugiere, al mismo tiempo,
que los dirigentes del partido a nivel superior convinieron en la
radical reforma agraria y tal política condujo a la erupción de
una verdadera revolución desde abajo en muchas aldeas, puesto
que, una vez en marcha, la reforma agraria tuvo su propio ímpetu.
Las repetidas referencias de los dirigentes del partido a «excesos
izquierdistas» indican que no tenían pleno control sobre los
actos de los cuadros de la aldea.
“La
reforma agraria es recordada por muchas personas que salieron de China
a finales de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta como un
período de terror. Al intensificarse la lucha militar, también lo
hizo el radicalismo de la reforma agraria. Lo que había comenzado
como programa de redistribución de tierras terminó como Terror
Revolucionario en que fue destruida la tradicional élite rural de
China”.
Esto es sumamente
importante y común a otros procesos de la segunda posguerra: la
liquidación de la clase de los ricos de las aldeas, junto con la
emergencia de elementos inorgánicos de autodeterminación y
doble poder rural. Pero es evidente que no lograron afirmarse
dada la falta de tradición independiente (salvo
el caso de la experiencia de la década del 20), que ya hemos señalado
como rasgo característico del campesinado chino. Sobre esta falta de
tradiciones anteriores y sobre el carácter no orgánico de estos
elementos de acción desde abajo y doble poder se afirmó el poder
de encuadramiento del PCCH.
Va
de suyo que a lo largo y ancho de un país como China en el que está
en marcha una profunda revolución agraria, necesariamente debe haber
habido aquí y allá todo tipo de elementos de acción espontánea
debido al “efecto demostración” de las regiones donde esta
reforma ya había sido consumada. Pero no hay pruebas de que se haya
tratado de un proceso orgánico en el sentido de haber dejado
en pie verdaderos organismos democráticos y autónomos campesinos de
tipo soviético, aunque más no fuera a nivel local.
En
función de las fuentes históricas de que disponemos, lo afirmación
de Mandel parece ser más bien una expresión de deseos, una
argumentación de orden lógico más
que un hecho histórico
comprobado. En la misma época, Li Fu Yen caracteriza lo contrario al
hablar de “revolución fría”. Y recordemos que Peng insistía en
que el PCCh no sólo no movilizó a la clase obrera, sino que incluso
“se abstuvo de apelar a las masas campesinas a organizarse, a ir a
la acción, a involucrarse en una lucha revolucionaria” y que “el
PCCh se basó solamente en la acción militar del ejército campesino
en vez de la acción revolucionaria de las masas obreras y
campesinas”. En lo esencial, entonces, se trató no de una acción
independiente basada en la democracia campesina sino de una revolución
fría encuadrada burocráticamente por el PCCH.
Mandel reconocía
en su artículo que, en el ámbito nacional, los “organismos” de
la revolución habían sido establecidos desde arriba, pero insistía
en que a nivel de las localidades había elementos de democracia
campesina. En este contexto, intenta dar una definición del carácter
del régimen político emergente luego de la revolución.
“En el campo,
la transformación del poder fue radical (...). Sea cual sea la manera
[41] en que la reforma agraria fue llevada a cabo, el antiguo régimen
político desapareció junto con las viejas relaciones de propiedad.
Las «Asociaciones Campesinas», que abarcaban millones de miembros,
llevaron a cabo la reforma agraria y están en los hechos investidas
de todo el poder en escala local. Las «Cortes del Pueblo», órganos
revolucionarios genuinos del campesinado insurgente (...) se están
desarrollando en la China central y del sur, donde la reforma agraria
recién comienza a llevarse a cabo (...). Es sólo cuando pasamos
[del nivel local] al provincial que encontramos autoridades
exclusivamente elegidas desde arriba. Esto mismo ocurre con los
intendentes de las grandes ciudades, directamente subordinadas al
poder central. Desde el punto de vista de la forma, el Estado popular
chino aparece como una democracia agraria controlada desde
arriba por la dictadura política ejercida primariamente por el PCCH
(...)
“Lo haya
querido o no, el gobierno se encontró compelido a
institucionalizar un genuino doble poder en el sur de China. En los
niveles provinciales o distritales, la mayoría de los viejos cuadros
quedaron en su lugar, pero en el nivel local (...) los campesinos
pobres de las Asociaciones Campesinas se hicieron de todo el poder
para llevar adelante la reforma agraria”. (Mandel, Fourth
Internacional enero-febrero de 1951, pp. 15-19).
Es
seguro que, efectivamente, en el vasto campo chino (en sus niveles más
locales), debe haber habido elementos de espontaneidad. Algo casi
inevitable, así como el carácter violento y radical de la reforma
agraria cuando llegó al sur del país luego de la revolución. Sin
embargo, insistimos en nuestra hipótesis de que estas experiencias,
como producto del rol expreso del PCCH, no se pudieron transformar en
formas de un doble poder orgánico campesino desde abajo y, mucho
menos, en las bases de una “dictadura del proletariado”.
Posiblemente el principal error de apreciación
de Mandel –basado en un análisis que no es superficial pero que se
resiente de ser extremadamente “sociologista”– es la definición
del carácter en última instancia socialista de la revolución como
producto del supuesto carácter “proletario” del PCCH. Sin ir más
lejos, un texto escrito en la misma época, y no por un autor
marxista, es mucho más materialista y agudo: “al separarse a sí mismo de su base proletaria urbana y atarse
al campesinado, el PCCh dejó de ser un partido del proletariado,
porque un partido político no puede tener una vida autónoma
por sí mismo. En palabras de Isaacs, «el Partido Comunista trata de
sustituir el proletariado como clase. En este proceso, sin embargo, se
transformo en un partido campesino»” (Schwartz, p. 198).
Sin duda, el
problema del carácter social del Estado en formación como
subproducto de una revolución en la que el proletariado no había
tenido arte ni parte era un problema extremadamente complejo. Pero nada
autorizaba a resolverlo en clave sustitucionista. Por otra parte,
la afirmación que el PCCh configuraba una dirección “proletaria”
no resistía el menor análisis empírico concreto, y constituía
lisa y llanamente una mitificación completa.
Mandel
da a entender –sin decirlo abiertamente– que el PCCh era un
partido obrero: “fue basándose en el campesinado, que el PCCh fue
capaz de tomar el poder (...). Pero, ¿qué pasó cuando los ejércitos
campesinos entraron en las grandes ciudades industriales del este de
China? Para responder apropiadamente a esta pregunta, es necesario
comprender que estos ejércitos campesinos estaban dirigidos por un
partido que en su programa, así como en sus perspectivas políticas,
tradición, conciencia y temperamento de sus cuadros, no era
proveniente del campesinado, sino que desde hacía cerca de tres décadas
era el principal vocero del proletariado chino”.
De más está
decir que este embellecimiento escandaloso del maoísmo no se ajusta
en lo más mínimo a los hechos. Mao Tse-Tung jamás fue vocero de
la clase obrera china ni nada que se le parezca, ni antes ni mucho
menos después de la revolución. Está establecido por toda la
investigación histórica seria que cortó amarras totalmente con
el proletariado urbano y que al PCCh, luego de la defenestración de
Chen Du-Xiu a fines de los años 20, nunca le importaron sus
necesidades y reivindicaciones.
A Mandel no se le
podía escapar que en la década del 30 Trotsky había afirmado un
criterio opuesto por el vértice sobre el que es útil volver:
“¿En qué sentido puede el proletariado realizar la hegemonía
estatal sobre el campesinado cuando el poder estatal no está en sus
manos? Es absolutamente imposible comprender esto. El rol dirigente de
grupos comunistas aislados en la guerra campesina no decide la cuestión
del poder. Deciden las clases sociales, y no el partido”.
Esto es, el carácter proletario de la revolución no podía ser
resuelto por la vía del carácter supuestamente “obrero” del PCCH:
si no está la clase obrera, no es una revolución proletaria.
Punto. Sobre el carácter social de una revolución, son
las clases, no los partidos las que deciden. Esta es una exigencia del
propio método materialista.
Otra cosa es que el
partido es absolutamente imprescindible como dirección de una clase
viviente y actuante. Pero un partido socialmente “en el aire”
no puede decidir nada sobre la naturaleza de una revolución. Por esto
mismo, de ninguna manera se podía afirmar que lo que había en China
era “una dictadura del proletariado”, cuando el proletariado como
clase nunca jamás estuvo en el poder. Esta afirmación es no sólo teóricamente
errónea y políticamente capituladora, sino empíricamente falsa.
Digamos de paso que Peng polemiza explícitamente con Mandel en su
Informe: “algunos en nuestra internacional, consideran que el PCCh
se ha transformado en un partido proletario. El camarada Mandel, por
ejemplo, es de esta opinión. Cuando nos referimos a la caracterización
de Trotsky del PCCh como un partido pequeño-burgués campesino,
él responde: «ya sé, admito que esto era cierto antes. Pero desde
que el PCCh tomó el poder y entró a las ciudades, se transformó en
un partido obrero»”.
Contradictoriamente,
Mandel planteaba todo esto en un artículo donde a la vez señala que
la actitud del PCCh hacia la clase obrera al entrar en las ciudades
era la de evitar a toda costa su acción y organización
independiente: “en la práctica (...) establece el absoluto
monopolio del PCCh, desde que éste puede, con la
Confederación General del Trabajo china, disolver o forzar a la
ilegalidad a cualquier sindicato que desacuerde con tal o cual aspecto
de la política laboral” (Mandel, p. 21).
En este marco,
hacia el final de su trabajo Mandel se pregunta si puede haber un giro
a la izquierda en el curso de PCCh y responde afirmativamente porque
“más que cualquier otro Partido Comunista, el PCCh se ha visto
obligado a mantener una estructura menos burocrática y centralizada,
a mantener un constante metabolismo entre sus propias aspiraciones y
las de las masas. La situación objetiva lo presiona en ese camino
(...). Para estimar las chances de tal giro a la izquierda, no debemos
olvidar el hecho de que la dirección del PCCh, contrariamente a la
afirmación de ciertas personas, nunca dejó de considerarse a si
misma como una dirección proletaria. Es verdad, el partido está
compuesto por una abrumadora mayoría de elementos campesinos pequeño-burgueses
(...). Pero (...) no han cesado de insistir en el carácter proletario
del partido” (Mandel, p. 24).
Se
trata de una nueva afirmación gratuita de leso empirismo, porque
efectivamente hubo “un giro a la izquierda” en las condiciones
creadas por la intervención china en la guerra de Corea, que llevó,
finalmente, a la estatización casi total de los medios de producción.
Pero de allí no se deduce que el PCCh se transformara en una
“dirección proletaria”.
En sus brillantes
escritos de los años 30 sobre China, ya Trotsky había alertado también
que en política no se puede uno guiar por los títulos
autoproclamados o las etiquetas, sino que sólo cuentan los hechos
sociales: un partido campesino-burocrático no es proletario aunque se
proclame una y otra vez como tal. Esto es materialismo puro: no
importa lo que una persona –u organización– dice de sí misma que
es, sino lo que realmente es. Las organizaciones, como las
personas, no se juzgan por lo que dicen de si mismas, sino por sus actos
efectivos.
Decíamos al
principio que estos artículos de Mandel debían contextuarse en el
marco de ser escritos bajo la presión inmediata de los
acontecimientos. No es el caso de textos del Secretariado Unificado de
la IV Internacional treinta años después: “Todos aquellos que
sostienen la idea de una «revolución campesina» en China y que ven
en ella una contradicción de la teoría marxista simplemente no
comprenden la lógica objetiva de la revolución permanente
que, en China, Mao Tse-Tung aplicó enriqueciendo sus leyes. Más
allá de lo que puedan pensar autores mal informados, los teóricos
marxistas jamás han subestimado los movimientos campesinos
revolucionarios. Lo que podemos constatar, en el pasado como en el
presente, es que el campesinado no ha sido jamás capaz de darse una
dirección propia capaz de conducirla hasta la obtención de sus
objetivos revolucionarios. Si la base de la revolución china es
campesina, su dirección es proletaria. No por su composición,
es verdad, sino por los fundamentos marxistas de su pensamiento y por
la orientación de su acción. (...) Sus especificidades y sus
deformaciones tienen a la vez en sus orígenes sus determinaciones
nacionales objetivas” (Los Congresos de la IV Internacional,
París, La Breche, 1988, pp. 374-375).
Hay aquí casi más
mistificaciones que palabras. Por empezar, no creemos en una tal “lógica
objetiva” de la revolución permanente independizada totalmente
de los sujetos que llevan a cabo la revolución. El proceso
revolucionario es una combinación de factores objetivos y subjetivos,
y ningún sujeto social actúa en el vacío, sino siempre sometido a
condiciones determinadas de tiempo y lugar. Creer que esas mismas
condiciones, por sí solas, pueden “hacer la historia”, es un típico
razonamiento determinista y objetivista. Por el contrario, a nuestro
entender a lo más que llegó el juego de las “presiones” sociales
fue a la dinámica anticapitalista de la revolución. Pero la
connotación socialista –y la apertura de un verdadero
proceso de transición– es imposible sin una clase obrera viviente y
actuante como sujeto mismo del proceso.
A esta lógica
“objetivista” se le agrega la valoración errónea de la revolución
campesina en china. Es verdad que “los teóricos marxistas jamás
han subestimado los movimientos campesinos revolucionarios”. También
lo es que resulta prácticamente imposible que el campesinado
se dé objetivos independientes socialistas. Sin embargo, en la
revolución de 1949, el campesinado asumió tareas que fueron más allá
del capitalismo, como la expropiación de los terratenientes, lo que
desmentía en parte –pero sólo en parte– la experiencia anterior.
Con un “detalle” crucial: que esto se hizo no bajo una
dirección “proletaria”, sino mediante un encuadramiento burocrático
que impidió expresamente la confluencia con la clase obrera de las
ciudades y de una genuina autodeterminación campesina, precisamente
para evitar toda posible dinámica socialista de la revolución.
¿Revolución
campesina socialista?
Las revoluciones china e indochina,
de finales de la década del 60, es la principal referencia en la
corriente morenista sobre este proceso, y se trata de un texto muy
interesante, con varios aspectos valiosos más allá de sus
errores.[42] En ese texto se intenta trabajar una dinámica de clase
de la revolución de 1949 que no implicara una capitulación al maoísmo.
Pero hay valoraciones que entendemos no se ajustaban a la realidad,
como la definición de la revolución como “campesina
socialista”[43] por su sujeto inmediato y “proletaria” por su
dinámica de clases más de conjunto, tratando por esa vía de
rechazar la tesis sustitucionistas de Deutscher.
Digamos que el
intento de rechazar las tesis sustituistas era muy progresivo, como así
también el agudo planteo metodológico de Moreno contra los que
generalizaban “tendencias momentáneas de la realidad” o los que
pragmáticamente racionalizaban el típico apotegma oportunista de que
si se tiene éxito necesariamente se tiene la razón. Al respecto,
definía que “todo pronóstico es una posibilidad histórica, es una
batalla de clases por darse, y su corrección no se mide por el
triunfo o no de esta última. El problema es la posibilidad de esta
batalla, lo demás es historia, la hacen las clases con sus luchas. Un
pronóstico no es correcto o incorrecto por su éxito, sino por si
cumple ciertas condiciones para que sea científico y revolucionario”.
De hecho, el
principal capítulo del folleto de Moreno se titula precisamente “¿Sustituismo
o revolución socialista agraria?” La polémica con Deutscher era
totalmente legítima, pero fue llevada a cabo en términos equivocados
Correctamente, Moreno pretendía refutar la afirmación de
que “alguien había hecho la revolución socialista en lugar de la
clase obrera”, pero buscó sostener que la revolución había sido
“proletaria” por su dinámica de clases. Lo que a todas
luces era falso: la clase obrera estuvo totalmente ausente de la
revolución; ése es un hecho establecido y no admite discusión.
Al evaluar la mecánica
de clases de la revolución, Moreno hace la consideración de que en
última instancia el campesinado chino emergente era prácticamente
“un semi-proletariado por su dinámica económico-social”. Sin
embargo, ni siquiera hoy la mayoría de la población china vive en
las ciudades. Para colmo, a lo largo de todo su dominio, el PCCh
siempre trató de impedir y/o regular el acceso campesino a las
ciudades.
También había
una capa de campesinos medios e incluso hasta algunos terratenientes o
ex terratenientes. En estas condiciones, el resultado principal de la
revolución fue una reforma agraria radical, pero socialmente pequeño
burguesa, sin conexión con una genuina revolución proletaria
en las ciudades. La estatización de la mayoría de las industrias,
hecha por el PCCh en 1952 totalmente desde arriba, se dio en medio de
una pasividad total de la clase obrera.
En suma,
remitirse a los hechos significa desmitificar el supuesto carácter
“obrero” de la revolución china: no fue obrera, sino campesina
y pequeñoburguesa en su carácter de clase y bases sociales
fundamentales, y anticapitalista por el enemigo que enfrentó.
Pero
Moreno no es consecuente con su propio razonamiento, porque para
rebatir el argumento sustituista, interpreta incorrectamente al
campesinado que hizo la revolución como un “semi-proletariado”.
Si esto era así, entonces había estado presente la clase obrera
imprimiéndole su sello de clase a la revolución, y el problema
estaba resuelto sin necesidad de reconocer al PCCh un carácter
proletario que efectivamente no tenía, ni de caer en las tesis
sustituistas.
A
partir de aquí Moreno saca todo tipo de conclusiones equivocadas.
Dice: “La clave de toda la revolución china y de su ulterior curso
socialista para nosotros está en la revolución de los campesinos
pobres del norte y en la anterior del sur. Trotsky en sus cartas a
Preobrajensky había señalado que «la revolución china (la tercera)
deberá comenzar por atacar al kulak desde sus primeras etapas».
Y de este hecho, y de la lucha contra el imperialismo y sus agentes,
sacaba la conclusión de que la revolución china sería mucho menos
burguesa que la rusa. Es decir, más socialista desde el principio.
Subrayaba así la profunda diferencia con las revoluciones agrarias
occidentales en las que el campesinado en su conjunto iba contra los
terratenientes feudales en la primera etapa de la revolución agraria.
En China, como no había terratenientes feudales de magnitud y los
verdaderos explotadores de los campesinos eran los usureros y los
campesinos ricos íntimamente ligados a aquellos, la primera etapa de
la revolución agraria tendría un carácter anticapitalista y no
antifeudal” (Moreno, cit.).
Coincidimos
totalmente con lo que señala Moreno en el sentido que, efectivamente,
la revolución campesina china operó sobre la base de una
diferenciación social: es decir, enfrentó a los campesinos pobres
contra los ricos de las aldeas, íntimamente ligados al
imperialismo. Pero luego Moreno, como ha sido habitual en el
tronco principal del movimiento trotskista, iguala incorrectamente
la connotación anticapitalista, muy visible en la revolución de
1949, con la socialista, que no llegó a desencadenarse como tal,
cuando estaba clara la ausencia de todo vínculo con el proletariado
urbano. Por otro lado, en sí misma, la reforma agraria –al menos
inicialmente– fue pequeñoburguesa y no “socializadora”.
Al no establecer
esta diferenciación, y al sostener igual que Mandel, la tesis de la
“democracia agraria”, Moreno insiste en que “es nuestra hipótesis
(...) que en China hubo una gran revolución socialista agraria
en el sentido que Lenin le daba a esa definición: los campesinos
pobres con sus organizaciones tomaron de hecho el poder
en el agro chino a escala local para ir contra los campesinos
ricos. Esta lucha fue y es una lucha esencialmente socialista.
El PC no inició esta revolución. Por el contrario, hizo esfuerzos
por contenerla, por jugar un rol de árbitro entre todas las capas
campesinas y «democráticas»(...). El campesino pobre hace «a pesar»
del PC, que tiene roces con él, su revolución de octubre antes de
que el proletariado de las ciudades tome el poder. Este carácter
socialista de la revolución agraria estaba en germen en el
movimiento comunista agrario dirigido por Mao y Peng antes de 1935. El
gran desarrollo de los gobiernos comunistas agrarios, su influencia
creciente, se explican por este carácter de vanguardia de la lucha de
clases en el agro chino, de la lucha de los campesinos pobres contra
los ricos, que le saben imprimir los maoístas al movimiento campesino
del sur antes de que Mao fuera ganado por la ideología del frente
popular. El programa socialista soviético del maoísmo de aquella época,
era adecuado al carácter socialista de la revolución agraria
china” (Moreno, cit.).
Aquí
hay no sólo inexactitudes, sino problemas de apreciación teórico-políticos
de magnitud, que tienen como centro de gravedad la equivocada
evaluación de que habría habido elementos de organización
independiente de los campesinos, dándole así un supuesto carácter
“socialista agrario” a la revolución.[44]
Es
errónea la consideración que la revolución agraria se haya hecho
“a pesar del PCCh”. Otra cosa es que Mao tomara esa decisión bajo
la presión de las circunstancias, para ganarse el apoyo de la base
agraria frente a la ofensiva del Kuomintang en 1947. Pero el que comenzó
el movimiento que luego desató la revolución agraria fue el
PCCh con el giro en su política agraria en 1947. Fue sólo
entonces que se desató el proceso de expropiación de los
terratenientes en los territorios que controlaba (y que se había
negado a poner en marcha en los 11 años anteriores, producto de su
política de conciliación de clases). Sin duda, se trató de una
verdadera revolución agraria que seguramente contuvo elementos
“desde abajo”, dada la enorme vastedad del campo chino, y en la
que el PCCh no podría haber controlado todo. Pero en lo esencial
logró encuadrarla, controlarla, domesticarla. Decir que el
campesinado hizo “a pesar del PCCh” su revolución agraria es más
que una exageración: es un error.
En
estas condiciones, también era equivocado afirmar que el campesinado
habría hecho su “revolución de octubre”, en el sentido de que la
reforma agraria habría sido “socialista”. Es difícil establecer
en qué sentido consideraba Moreno una revolución que da la tierra en
propiedad individual como “socialista” (y, para colmo, sin
verdadera democracia agraria). Lamentablemente, esta historia termina
siendo completamente falsa, movida por el hecho cierto de que sí hubo
lucha de clases en el campo. Es verdad que la política agraria maoísta
en la primera mitad de la década del 30 había sido mucho más
radical, y que luego de la Segunda Guerra Mundial, al verse obligado a
romper con Chiang Kai-Shek, se retomó una política de expropiación
a los terratenientes. Pero ¿qué tiene de “socialista” una
reforma agraria que, lejos de colectivizar la tierra, la reparte en
pequeñas parcelas, y además sin autodeterminación campesina ni vínculos
reales con el proletariado urbano?
En
todo caso, lo que se podía decir, ante la ostensible ausencia del
proletariado, era que en la medida en que el PCCh, como agente de las
masas campesinas, había tomado el poder, y dado que el PCCh era
supuestamente un partido “proletario”, “la clase obrera había
tomado el poder”. En suma, el falso argumento de Mandel. Pero ya
sabemos que la posición de Moreno era distinta.
A
sabiendas de las carencias en su argumentación, Moreno
presenta la hipótesis central de su trabajo: “es verdad que tanto
Trotsky como Lenin siempre consideraron que esta revolución
socialista agraria sólo la podría dirigir el proletariado industrial
de las ciudades. Por otra parte, los esquemáticos se niegan a
considerar que esta lucha agraria anticapitalista sea definida como
socialista por el carácter del «sujeto histórico»: los campesinos
pobres y sin tierras debe ser considerados, sociológicamente, como
pequeñoburgueses. Dejando de lado la tarea teórica de definir con
toda precisión «sociológica» al campesinado sin tierras o muerto
de hambre (...) algunas indicaciones (...) se imponen. El capitalismo
surgió gracias a que pudo crear un gigantesco ejército industrial de
reserva con los campesinos desalojados de sus tierras, o tan miserable
en su pequeño lote que tenían que vender su fuerza de trabajo
para poder subsistir. El marxismo definió a ese fenómeno social
y a esa nueva clase que surgía de acuerdo a su dinámica y no
de acuerdo a su pasado. Para el marxismo es fuerza de trabajo libre y
no pequeñoburguesía pauperizada, ejército industrial de reserva
y no campesino errante por los caminos o que habita las afueras de
las ciudades. La contradicción de China y de muchos países atrasados
es que el capitalismo, con su penetración, crea un gigantesco ejército
de reserva con los parias campesinos y que, por la crisis del
capitalismo mundial y nacional, luego no puede utilizar por falta de
desarrollo industrial. Llevado por las circunstancias históricas,
este campesino miserable, explotado por los capitalistas rurales, se
transforma entonces en reserva, en agente de la revolución
anticapitalista en su aldea, en soldado del ejército revolucionario,
en militante del PC o en futuro obrero de la acumulación primitiva
socialista” (Moreno, cit.).
Esto ya es
definitivamente traído de los pelos. No sólo queda establecido que no
había mayor asalarización de la mano de obra en el campo, sino
que la principal relación de dependencia de los campesinos pobres (o
sin tierra) respecto de los terratenientes era, junto a los préstamos
usurarios, el alquiler de tierras para la producción individual.
El objetivo
primario de la participación campesina en la revolución fue la
obtención de tierras a partir de la reforma agraria a título de
propietarios privados, no la búsqueda de su asalarización
urbana. Luego veremos las particularidades de la colectivización
agraria en China, así como el proceso de acumulación.
Moreno afirma
luego que el carácter del campesinado “pega (...) un salto histórico.
En lugar de pasar por las fases de sus hermanos de Occidente, de
campesino sin tierra, a obrero «en sí» de la manufactura y la fábrica
y a obrero «para sí» del sindicato y el partido obrero, salta la
etapa del obrero «en sí» de la fábrica para transformarse en un
revolucionario anticapitalista a escala local o nacional”
(Moreno, cit.).
Pero este
“revolucionario anticapitalista a escala local o nacional”, ¿qué
raíz social posee? Para nosotros –siguiendo la
caracterización de Peng– se trató de revolucionarios
anticapitalistas pobres o sin tierras pequeñoburgueses del campo y
la intelligentsia de la ciudad. Sin embargo, por obra de una prestidigitación
social y política, se transforma el campesino pequeño
propietario en obrero, confundiendo toda la dinámica social real
de la revolución china.
Más adelante, y
en contradicción con lo anterior, se lee que: “la amplia mayoría
del campesinado es miserable o sin tierras. Es decir, la revolución
china es esencialmente una revolución de los campesinos pobres
contra la burguesía rural china, es una revolución socialista
agraria, que impuso el poder a escala de las aldeas o pequeñas
zonas. El pasado campesino, pequeño burgués de estos
revolucionarios, se manifestará también en el carácter de su
revolución, que será primitiva, bárbara y principalmente sin órganos
de poder centralizados. Los órganos de poder de esta revolución,
las Asociaciones de Campesinos Pobres, no tendrán órgano central
democrático, sólo serán locales” (Moreno, cit.).
¿Cuál es,
entonces, la verdadera definición? ¿Se trató de una revolución
anticapitalista de los campesinos pobres contra la burguesía rural o
de una revolución socialista campesina-proletaria?
Lamentablemente,
las afirmaciones totalmente gratuitas se van sucediendo sin solución
de continuidad, en un preanuncio de los análisis de Moreno de
comienzos de los 80, en los que se amontonaban más y más cualidades
“revolucionarias” en los procesos, sin el menor esfuerzo por
comprobar y medir su correspondencia con la realidad. Se llega al
despropósito de afirmar que el PCCh se terminó “rindiendo” ante
la dinámica socialista de la revolución: “esta revolución se
combina para obtener el triunfo (...) de las mujeres contra las
supervivencias del pasado en China[45], el paternalismo, la lucha en
la zona de Chiang contra los terratenientes y contra el capitalismo
burocrático (...). Y, por último, con la guerra civil contra el régimen
dictatorial de Chiang, agente de la colonización yanqui. Pero de esta
combinación, el hecho decisivo será la revolución de los
campesinos pobres contra la burguesía rural. El PCCh intentará
jugar un rol de árbitro de todo este proceso combinado, pero tendrá
que rendirse a la dinámica socialista-anticapitalista que le
han impreso los campesinos pobres a la tercera revolución china”
(Moreno, cit.).
En tanto que
revolución anticapitalista, hubo efectivamente una combinación de
tareas donde el centro fue le revolución agraria, sumada a cuestiones
como la unificación nacional china y la independencia del país del
imperialismo. Al respecto, acordamos completamente con la dinámica
prevista por Trotsky (y señalada por Moreno), necesariamente
anticapitalista y no antifeudal de la revolución china. Claro que
disentimos con la asimilación u homologación que hace Moreno de la
revolución anticapitalista como socialista, que se ha revelado históricamente
incorrecta.
Pero también es equivocado decir que el
PCCh tuvo que “rendirse” ante la dinámica “socialista” de la
revolución. Los maoístas no se “rindieron” ante ninguna “dinámica
socialista”: actuaron, hasta cierto punto, bajo la presión de las
circunstancias, pero se esmeraron desde el comienzo por bloquear y
contener toda dinámica real transicional socialista. Es decir, la dinámica
de auténtica revolución permanente. Y se puede decir que
tuvieron bastante éxito.
>>>Parte 3 >>>
Notas
39
Respecto del funcionamiento de las leyes sociales ya no en la transición,
sino en el comunismo mismo, tenemos esta genial observación del
marxista húngaro István Meszáros: “El término de «ley» es
empleado de maneras muy diferentes (...) Cuando es impuesta gracias a
un mecanismo que se hace valer ciegamente, Marx lo analiza como
análogo a la ley natural mediante la cual se quiere
caracterizar al sistema capitalista. Pero existe otro sentido
de «ley». Representa un marco o procedimiento de regulación
ideado por una agencia humana en fomento de sus objetivos
elegidos. Es este último sentido –«la ley que nos damos»–
el que resulta pertinente en el contexto del empleo económico del
tiempo bajo las condiciones del sistema comunal. De acuerdo con ello,
Marx insiste en que esa clase de regulación del tiempo
disponible de la sociedad es «esencialmente diferente
de una medición de valores de los cambio (trabajo o productos)
mediante el tiempo de trabajo»” (Más allá del capital, p.
879).
42
El desbarranque en la
concepción de las revoluciones obreras y socialistas “objetivas”
requirió un paso más, que se dio en los 80 en la vieja LIT (ni
hablar de la actual LIT o la UIT). Ver al respecto “Las revoluciones
de posguerra y el movimiento trotskista” en SoB 17/18.
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