El
“nuevo” imperialismo:
Sobre reajustes espacio-temporales y acumulación
mediante desposesión
Por
David Harvey
Revista Viento Sur (Estado español)
Traducción
de Enrique Rodríguez
Correspondencia de Prensa Nº 447,
16/04/04
“Puede
que nos encontremos en un momento lleno de volatilidad e incertidumbre
pero eso también implica que estamos en un momento lleno de inesperado
potencial revolucionario”. David Harvey, autor de “Espacios de
esperanza” (Ediciones Akal, 2003), uno de los libros políticos más
interesantes de los últimos tiempos, concluye así el artículo que
publicamos en el que analiza el “nuevo imperialismo” desde su
metodología espacio-temporal.
La
dilatada supervivencia del capitalismo, a pesar de las múltiples crisis y
reorganizaciones, acompañadas siempre de agoreras predicciones, por parte
tanto de la izquierda como de la derecha, de su inminente extinción, es
un misterio que requiere ser estudiado. Lefebre, por su parte, creyó
haber encontrado la clave cuando pronunció su celebre frase de que el
capitalismo sobrevive mediante la creación de espacio, aunque no acertó
a explicar de qué forma se llevaría esto a cabo. Tanto Lenin como
Luxemburgo, por motivos bastante distintos y utilizando argumentos también
distintos, consideraron que el imperialismo –una determinada forma de
producción de espacio- era el quid de la cuestión, aunque ambos
argumentaron que dicha solución sería finita, dadas sus propias
contradicciones.
En
los años setenta intenté enfocar este problema a la luz de los
“reajustes espaciales” y su papel en las contradicciones internas de
la acumulación de capital (1). Argumentaba yo que un cuidadoso estudio de
las formas por las que el capital produce espacio nos ayudaría a
construir una teoría del desarrollo desigual más sofisticada y a
integrar mejor los fenómenos de la expansión geográfica y el desarrollo
en las reformulaciones y revisiones de la teoría de acumulación de
capital de Marx, que por aquel entonces venían apareciendo y por tanto
poder integrar esas teorías con las de imperialismo y dependencia que
también eran objeto de un serio debate en aquel momento. Ahora que de
nuevo se está produciendo una redefinición del discurso, tanto en la
margen izquierda como en la derecha del espectro político, en lo
referente a lo que algunos llaman “el nuevo imperialismo” (2) parece
útil reexaminar estas ideas generales a la luz de los acontecimientos
actuales.
La
tesis de los reajustes espaciales solo tiene sentido si atribuimos al
capitalismo una tendencia expansiva, entendida teóricamente mediante
alguna versión de la teoría de Marx, según la cual la tasa descendente
de beneficio produce crisis de sobreacumulación (3). Dichas crisis se
manifiestan en unos excedente simultaneo de capital y mano de obra sin que
aparentemente exista ninguna manera de coordinar a estos para realizar
ninguna tarea socialmente productiva. Por tanto, si se quieren evitar
devaluaciones (e incluso una destrucción) de capital que afecten a todo
el sistema, se deberán encontrar formas de absorber estos excedentes. La
expansión geográfica y la reorganización espacial son dos opciones
posibles. Pero esto tampoco puede dsiciarse de los reajustes temporales,
puesto que la expansión geográfica solía ir acompañada de inversiones
en infraestructuras físicas y sociales a largo plazo (en redes de
transporte y comunicaciones y educación e investigación, p.ej) que
tardarían muchos años en reintegrar a la circulación su valor a través
de la actividad productiva a la que apoyaban.
Puesto
para continuar esta argumentación será útil referirse a ejemplos
reales, propongo aceptar la tesis de Brenner según la cual el capitalismo
ha padecido un problema crónico de sobreacumulación desde los años
setenta (4). Interpreto la volatilidad del capitalismo internacional
durante estos años como una serie de ajustes espacio-temporales que
fracasaron, incluso a medio plazo, en tratar los problemas de la
sobreacumulación. Era sin embargo, y como argumenta Gowan, a través de
la orquestación de dicha volatilidad que los Estados Unidos pretendían
mantener su posición hegemónica dentro del capitalismo mundial (5). Por
tanto, lo que parece un reciente viraje hacia un abierto imperialismo
respaldado por la fuerza militar por parte de los EEUU puede interpretarse
como una señal del debilitamiento de dicha hegemonía ante la seria
amenaza de recesión y una amplia devaluación en su propia casa,
diferenciada de los diversos ataques de devaluación anteriormente
inflingidos a otras zonas (América Latina en los ochenta y principios de
los noventa y aun más seriamente la crisis que consumió el este y
sureste asiáticos en 1997 antes de arrastrar a Rusia y buena parte de
Sudamérica). Pero también pretendo argumentar que la imposibilidad de
acumular mediante la expansión continuada de la reproducción ha sido
compensada con un alza de los intentos de acumular mediante la desposesión.
Estas son, en definitiva, las que considero las características
principales de las nuevas formas de imperialismo. Puesto que el debate
sobre este tema quedaría grande a un artículo como este, voy a continuar
la exposición de manera simplificada y esquemática. Dejando el análisis
en detalle para una posterior publicación (6).
El
reajuste espacio-temporal y sus contradicciones
La
idea principal en que se basa el reajuste espacio-temporal es bastante
sencilla. La sobreacumulación en un territorio dado implica un excedente
de mano de obra (paro creciente) y excedentes de capital (que se
manifiesta en un mercado inundado de bienes de consumo, a las que no se
puede dar salida sin perdidas, en una alta improductividad, y/o en
excedentes de capital líquido carente de posibilidades de inversión
productiva). Dichos excedentes pueden ser absorbidos mediante (a) una
reorientación temporal hacia proyectos de inversión de capital a largo
plazo o gasto social (como la educación o la investigación) que aplazan
la vuelta a la circulación del exceso de capital hasta un futuro
distante, (b) reorientaciones espaciales mediante la apertura de nuevos
mercados, nuevas capacidades de producción y nuevos posibilidades de
recursos y mano de obra en otro lugar, o bien (c) una combinación de (a)
y (b).
La
combinación de (a) y (b) es especialmente importante cuando hablamos de
un capital fijo, de naturaleza independiente, construido en un entorno
dado. Este provee de las infraestructuras físicas necesarias para que la
producción y el consumo se mantengan en el tiempo (todo desde parques
industriales, puertos y aeropuertos, sistemas de comunicación y
transporte, de aguas y desagüe, de almacenamiento, vivienda, hospitales y
escuelas). Sencillamente, no se trata de un sector económico menor, sino
que es capaz de absorber ingentes cantidades de capital y mano de obra,
especialmente bajo condiciones de rápida expansión e intensificación
geográficas.
La
reubicación de los excedentes de capital y mano de obra hacia tales
inversiones necesitan de la mediación y apoyo de instituciones
financieras o estatales, que tienen la capacidad de generar y otorgar créditos.
Se crea, por tanto, una cantidad de valor ficticio equivalente al capital
excedente que resulta de, por ejemplo, la producción de camisas y
zapatos. Este capital ficticio puede ser apartado de la corriente de
consumo y reubicado en proyectos a largo plazo como por ejemplo, la
construcción de carreteras o la educación, vigorizando así la economía
(por ejemplo mediante una creciente demanda de camisas y zapatos por parte
de profesores y obreros de la construcción) (7). Si los gastos en
infraestructuras o mejoras sociales se revelan como productivos (facilitan
la posterior acumulación de capital) entonces los valores ficticios son
reembolsados (bien directamente mediante la amortización de la deuda, o
indirectamente en la forma de, digamos, mayores devoluciones fiscales para
pagar la deuda estatal). Si no es así, la sobreacumulación de valor en
infraestructura o educación puede manifestarse en una devaluación de
estos activos (vivienda, oficinas, parques industriales, aeropuertos,
etc.) o en dificultades para pagar la deuda estatal sobre infraestructuras
físicas y sociales (una crisis fiscal del estado).
El
papel que han jugado tales inversiones ha sido importante en la
estabilización y desestabilización del capitalismo. Señalaré, por
ejemplo, que el origen de la crisis de 1973 fue un colapso mundial de los
mercados inmobiliarios (empezando con el Hersatt Bank de Alemania que
arrastró el Franklin National en los EEUU) seguido por la práctica
bancarrota de la ciudad de Nueva York en 1975. A su vez, la década de
estancamiento Japonés de los noventa comenzó con el estallido de la
burbuja financiera existente en activos como el valor del suelo y otros
bienes, que puso en peligro todo el sistema bancario. También señalaré
que el colapso asiático de 1997 tuvo su origen en las burbujas de
propiedad en Tailandia, Indonesia, y que el principal soporte a las economías
estadounidense y británica , tras el inicio de recesión general en todos
los demás sectores desde mediados del 2001 en adelante, ha sido el
continuado vigor especulativo en los mercados inmobiliarios. Desde 1998
China ha continuado creciendo económicamente y ha buscado absorber sus
inmensos excedentes de mano de obra (esquivando la amenaza de descontento
social) mediante la financiación endeudada de inversiones en
mega-proyectos que dejan pequeña la ya inmensa Presa de las Tres
Gargantas (8500 millas de nuevos ferrocarriles, autopistas y proyectos
urbanísticos, trabajos de ingeniería masivos para desviar agua del río
Yangtzé al Amarillo, nuevos aeropuertos, etc.).
Me
sorprende soberanamente que casi todos los análisis sobre la acumulación
de capital (incluyendo el de Brenner), o bien ignoran totalmente estos
asuntos o los tratan como epifenomenológicos.
El
término “reajuste” tiene, en cualquier caso, un doble sentido. Cierta
cantidad del capital queda literalmente fijado en alguna forma física por
un periodo de tiempo relativamente largo (dependiendo en su tiempo de vida
físico y económico). En cierto sentido el gasto social también se
territorializa y rinde, permaneciendo geográficamente inmóvil, a través
de compromisos estatales. (En todo caso, en lo que sigue dejaré de
prestar una atención explicita a las infraestructuras sociales, pues el
tema es complejo y llevaría demasiado exponerlo). Cierto tipo de capital
fijo es geográficamente móvil (como la maquinaria que puede ser fácilmente
desplazada de un lugar a otro) pero el resto está tan fijado al suelo que
no es susceptible de ser movido sin ser destruido. Los aviones son móviles
pero los aeropuertos a los que vuelan no lo son).
El
reajuste espacio-temporal por otra parte, es una metáfora de las
soluciones a las crisis capitalistas mediante aplazamientos temporales y
expansiones geográficas. La creación de espacio, la organización de
divisiones territoriales del trabajo totalmente nuevas, la apertura de
nuevas y más baratas fuentes de recursos, de nuevos espacios dinámicos
para la acumulación de capital, y la penetración de estructuras sociales
preexistentes por parte de las relaciones sociales capitalistas y acuerdos
institucionales (tales como reglamentos de contratación y acuerdos de
propiedad privada) son formas de absorber excedentes de capital y mano de
obra. Tales expansiones geográficas, reorganizaciones y reconstrucciones
muchas veces amenazan, de hecho, los valores fijados pero aun no
explotados. Grandes cantidades de capital fijado actúan como un lastre a
la hora de buscar reajustes espaciales en otro lugar. El valor de los
activos de la ciudad de Nueva York no era ni es una cantidad trivial y la
amenaza de una devaluación masiva en 1975 (y ahora de nuevo en 2003) era
(y es) visto por muchos como una amenaza de importancia al futuro del
capitalismo. Si el capital finalmente huye, lo hace dejando atrás un
rastro de devastación (la desindustrialización experimentada en el corazón
mismo del capitalismo (como Pittsburg y Sheffield) así como un muchas
otras partes del mundo (como Bombay) en los sesenta y setenta son ejemplos
de esto). Por otra parte si el capital sobreacumulado no puede
desplazarse, o sencillamente no lo hace, entonces está abocado a
devaluarse directamente. La conclusión de este proceso suelo expresarla
de la siguiente forma: El capital, por naturaleza, crea unos ambientes físicos
a su imagen y semejanza únicamente para destruirlos más adelante, cuando
busque expansiones geográficas y desubicaciones temporales, en un intento
de solucionar las crisis de sobreacumulación que lo afectan cíclicamente.
Esta es la historia de la destrucción creadora (con toda suerte de
negativas consecuencias sociales y económicas) inscrita en la evolución
del entorno social y físico del capitalismo.
Hay
otra serie de contradicciones que generalmente surgen en el seno de las
dinámicas de transformación espacio-temporal. Si los excedentes de
capital y mano de obra existentes en un territorio dado (como una nación
o estado) no pueden ser absorbidos internamente (mediante ajustes geográficos
o gastos sociales) y no han de verse devaluados. Esto puede suceder de
diversas maneras, entonces deben ser transferidos a otro lugar, a
encontrar terreno fresco para desarrollar su productividad. Pero los
espacios a los que son transferidos deben contar con medios de pago tales
como oro, reservas monetarias (ej:dólar) o bienes intercambiables. Los
bienes de consumo excedentes son enviados fuera y se reciben otros bienes
o dinero liquido. El problema de la sobreacumulación se alivia así de
forma tan solo temporal (pues meramente se cambia el excedente de bienes a
forma monetaria o por otros bienes, aunque, de darse el último caso y
materializarse en productos brutos más baratos, pueden aliviar la presión
a la baja en la tasa de beneficios). Si el territorio no cuenta con
reservas o mercancías para intercambiar, deberá buscarlas (tal como los
británicos obligaron a hacer a la India en el siglo XIX, forzándola a
abrir su comercio de opio hacia China y así extrayendo el oro chino por
medio del comercio Indio) o bien aceptar crédito o asistencia. En este
caso, se presta o dona dinero a un territorio para que este pueda pagar el
excedente de bienes de consumo fabricadas domésticamente. Así lo
hicieron los británicos con Argentina durante el siglo XIX y el excedente
comercial japonés de la década de los noventa fue en buena medida
absorbido mediante préstamos a EEUU para así mantener el consumismo
adquisidor de productos japoneses. Sencillamente, las transacciones
comerciales y crediticias de este tipo pueden aliviar problemas de
sobreacumulación a corto plazo. Funcionan muy bien en las condiciones de
un desigual desarrollo geográfico en el que los excedentes de un
territorio están compensados por carencia de los mismos en otra parte.
Pero recurrir al sistema de créditos hace a los territorios vulnerables
ante los flujos de capital especulativo y ficticio, que pueden tanto
estimular como minar el desarrollo capitalista e incluso, como ha sucedido
recientemente, ser usados para imponer devaluaciones salvajes en
territorios vulnerables.
La exportación de capital, particularmente cuando viene acompañado de la
exportación de fuerza de trabajo, funciona de forma algo distinta y suele
tener efectos a más largo plazo. En este caso, los excedentes de
(normalmente dinero) capital y trabajo son enviados a algún nuevo lugar
donde recomenzar la acumulación de capital. Los excedentes generados en
la Gran Bretaña del siglo XIX se enviaron a los Estados Unidos, a las
colonias de pobladores como Sudáfrica, Australia y Canadá, creando así
nuevos y dinámicos centros de acumulación en estos territorios que
demandaban bienes de Inglaterra. Puesto que pueden pasar muchos años
hasta que el capitalismo madure en estos territorios (si es que alguna vez
lo hace) hasta el punto que, ello también, empiecen a producir sobre
acumulaciones de capital, el país de origen puede esperar beneficiarse de
este proceso por un periodo muy considerable de tiempo. Este es
especialmente el caso cuando los bienes demandados en otra parte son del
tipo inmobiliario. Las inversiones de porfolio pueden mantener la
construcción del capital fijo (ferrocarril y presas) requeridos como base
para una sólida acumulación en el futuro. Pero la tasa de devolución de
estas inversiones a largo plazo depende de la evolución de una fuerte dinámica
de acumulación en el país receptor. Gran Bretaña fue de esta forma,
prestamista de Argentina en la última parte del siglo XIX. Los Estados
Unidos, por medio del plan Marshall para Europa (Alemania en particular) y
Japón, vieron claramente que su propia seguridad económica (dejando
aparte el aspecto militar derivado de la Guerra Fría) dependía de la
revitalización de la actividad capitalista en dichas zonas.
Las
contradicciones surgen cuando los nuevos espacios de acumulación
capitalista acaban generando excedentes que deben ser absorbidos mediante
expansiones geográficas. Japón y Alemania se convirtieron en
competidores del capital estadounidense desde finales de los sesenta en
adelante, de manera parecida a como los EEUU sobrepasaron el capital británico
(y colaboraron al ocaso del Imperio Británico) en el transcurso del siglo
XX. Siempre resulta interesante delimitar el momento en que el sólido
desarrollo interno se desborda en necesidad de un ajuste espacio-temporal.
Japón lo llevó a cabo en los sesenta, primero a través del comercio, más
tarde con la exportación de capital en la forma de inversiones directas,
primero en Europa y EEUU, más recientemente en la forma de inversiones
masivas (inmobiliarias y directas) en el este y sureste asiáticos, y por
último mediante emprésitos (especialmente a los EEUU). Corea del Sur de
repente se volcó al exterior en los ochenta seguida de cerca por Taiwán
en los noventa. En ambos casos exportando no solo capital financiero sino
también algunas de las prácticas laborales más infames que se puedan
imaginar como subcontratas del capital multinacional por todo el mundo (en
Centroamérica, en África, así como en el resto del sur y este de Asia).
Por tanto, incluso adhesiones recientes al desarrollo capitalista se han
encontrado rápidamente en la necesidad de ajustes espacio-temporales para
sus excedentes de capital. La rapidez con la que ciertos territorios, como
Corea del Sur, Singapur, Taiwán, y ahora incluso China, han pasado de ser
territorios importadores a ser exportadores, ha sido sorprendente, en
comparación con los ritmos más lentos característicos de periodos
precedentes. Pero por esa misma razón, estos territorios exitosos tienen
que enfrentarse a las contrapartidas de sus propios ajustes
espacio-temporales. China, mediante la absorción de capitales excedentes
de Japón, Corea y Taiwán, en la forma de inversiones directas, está rápidamente
suplantando a dichos países en muchos sectores de producción y exportación
(particularmente en aquellos con poco valor añadido y trabajo intensivo,
pero está también moviéndose rápidamente hacia los bienes de consumo
de gran valor añadido). La sobrecapacidad generalizada que Brenner
identifica puede de esta forma ser fácilmente descomponerse en una
cascada de ajustes espacio-temporales, primero en el sur y este de Asia
pero con elementos adicionales en América-Latina (México, Brasil y Chile
principalmente) a los ahora se sumaría Europa del Este. Y en un giro de
180º, los EEUU, con su inmenso endeudamiento de los últimos años, han
absorbido capitales excedentes principalmente del Este y sureste asiáticos.
En
cualquier caso, el resultado final es una competencia internacional cada
vez más intensa, dada la emergencia de múltiples y dinámicos centros de
acumulación de capital, que compiten en la escena mundial en perspectiva
de importantes corrientes de sobreacumulación. Puesto que, a largo plazo,
no todos pueden ganar, o bien sucumbirán los más débiles, cayendo en
serias crisis de devaluación, o bien las confrontaciones geopolíticas
estallan en la forma de guerras comerciales, guerras monetarias o incluso
confrontaciones militares (del mismo tipo que nos dieron dos guerras
mundiales entre potencias capitalistas en el siglo XX). En este caso, lo
que se exporta es la devaluación y la destrucción (del tipo que las
instituciones financieras americanas indujeron en el este y sureste asiáticos
en 1997-8) y los ajustes espacio-temporales toman, por tanto, formas mucho
más siniestras. Existen, de todos modos, algunos puntos más que señalar
para poder comprender este proceso.
Contradicciones
Internas
En
su “Filosofía del Derecho”, Hegel muestra como la dialéctica interna
de la sociedad burguesa, mediante la producción de una sobreacumulación
de riqueza en un extremo y una chusma de pobres en la otra, conduce a la búsqueda
de soluciones en el comercio exterior y las prácticas
colonial-imperialistas. Hegel rechaza la posibilidad de que puedan existir
formas de resolver los problemas de desigualdad social e inestabilidad
mediante mecanismos internos de redistribución de la riqueza (8). Lenin
cita a Cecil Rhodes al decir que el colonialismo y el imperialismo eran la
única manera de evitar la Guerra Civil (9). Las relaciones y luchas de
clase en una formación social ligada a un territorio causan impulsos de
buscar ajustes espacio-temporales en algún otro lugar.
Un
ejemplo de fines del siglo XIX nos resultará ilustrativo al respecto.
Joseph Chamberlain (“Joe el radical”, como también se le conocía)
estaba vinculado a los intereses liberal-manufactureros de Birmingham y se
oponía, en principio, al imperialismo (durante las guerras afganas de la
década de 1850, por ejemplo). Se consagró a la reforma educativa y a las
mejoras físicas y sociales en la infraestructura de producción y consumo
de su ciudad natal de Birmingham. Esto constituía , creía, una salida
productiva para los excedentes, que devolverían su valor a largo plazo.
Como figura importante del liberalismo conservador, fue testigo de primera
mano del resurgir de la lucha de clases en Gran Bretaña y en 1885 llevó
a cabo un discurso en el que instaba a las clases propietarias a asumir
sus responsabilidades hacia la sociedad (mejorando las condiciones de vida
de los más pobres e invirtiendo en infraestructuras sociales y físicas
en beneficio de la nación), en lugar de preocuparse exclusivamente de sus
derechos como propietarios. El alboroto que esto originó entre las clases
propietarias le obligó a retractarse y desde entonces se convirtió en el
más ardiente defensor del imperialismo (en última instancia como
Secretario Colonial, conduciendo a Gran Bretaña al desastre de la Guerra
Boer). Esta trayectoria profesional es bastante común al periodo. Jules
Ferry, un ardiente defensor de las reformas en Francia (especialmente la
educación) de la década de 1860, tomó parte por la expansión colonial
tras la Comuna de 1871 (conduciendo a Francia a su aventura asiática, que
culminó en su derrota en Dien-Bien-Phu en 1954). Crispi buscaba resolver
el problema de la tierra en el sur de Italia mediante la expansión
imperialista en África. E incluso Theodore Roosvelt en los EEUU prefirió
apoyar las prácticas coloniales en lugar de las reformas internas (10),
incluso después de que Frederick Jackson Turner declarara (erróneamente,
al menos en lo que a oportunidades de inversión se refiere) que la
Frontera Americana estaba cerrada.
En
todos estos casos, el giro hacia una forma liberal de imperialismo (uno
que incluyera una ideología de progreso y una misión civilizadora) fue
el resultado, no de imperativos económicos absolutos, sino de la falta de
voluntad política, por parte de la burguesía, de renunciar a ninguno de
sus privilegios de clase, bloqueando así cualquier posibilidad de
absorber la sobreacumulación mediante reformas sociales domésticas. La
fiera oposición que actualmente existe en EEUU hacia cualquier política
de redistribución o mejoras sociales, no les deja otra opción que mirar
al exterior en busca de soluciones a sus dificultades económicas. Las políticas
internas de clase de este tipo obligaron a muchos poderes europeos a mirar
al exterior para resolver sus problemas desde 1884 hasta 1945, y esto dio
una tonalidad especial a las formas que adoptó el imperialismo europeo.
Muchas figuras del liberalismo e incluso del radicalismo se convirtieron
en orgullosos imperialistas durante esta época, y buena parte del
movimiento obrero fue persuadido para apoyar el proyecto imperial como un
factor esencial de su propio bienestar. Esto requería, en cualquier caso,
que los intereses de la burguesía se colocaran al frente del estado, el
aparato ideológico y el poder militar. Arendt, por tanto, interpreta
correctamente este imperialismo euro-céntrico como “la primera etapa
del dominio de la burguesía y no la última fase del capitalismo” como
fue descrita por Lenin (11). Volveré sobre esta idea en la conclusión.
Medidas
institucionales de mediación para la proyección de poder sobre espacio.
En
un artículo reciente, Henderson reconoce la importancia de los ajustes
espacio-temporales como soluciones a la sobreacumulación, pero señala
que la diferencia entre Taiwán y Singapur (que salieron relativamente
ilesos de la crisis con excepción de una devaluación monetaria) en
1997-8 y Tailandia e Indonesia (que estuvieron al borde del colapso económico
y político) estribó en políticas estatales y financieras (12). Los
primeros tenían sus mercados de propiedades protegidos de los flujos
especulativos mediante fuertes controles estatales y mercados financieros
protegidos, mientras que los últimos no. Este tipo de diferencias son
importantes. Las formas que toman las instituciones mediadoras son
productos de, a la vez que generadoras de las dinámicas de acumulación
de capital.
Claramente,
el conjunto de turbulencias en las relaciones entre estado, supraestado y
poderes financieros por una parte y por otra las dinámicas generales de
acumulación de capital (a través de la producción y devaluaciones
selectivas) han sido una de las más característicos y más complejos
elementos en la dinámica del desarrollo geográfico desigual y de las políticas
imperialistas desde 1973 (13). Creo que Gowan está en lo correcto al
analizar la reestructuración radical del capitalismo internacional post
1973, como una serie de apuestas desesperadas por parte de EEUU para
intentar mantener su posición hegemónica en la escena internacional
frente a Europa, Japón y finalmente el este y sureste asiáticos (14).
Todo ello comenzó en 1973 con la doble estrategia de Nixon consistente en
desregulación financiera y un elevado precio del crudo. Entonces se dio a
los bancos estadounidenses la exclusiva del reciclaje la ingente cantidad
de petrodólares que eran acumulados en la región del golfo. Esta actuación
volvió a centrar la actividad financiera global en los EEUU y de paso
recató a Nueva York de su propia crisis económica local. Se creó un
poderoso régimen financiero Wall Street/ Reserva Federal (15), con
poderes sobre instituciones financieras globales (como el FMI) y capaz de
hacer y deshacer en numerosas economías más débiles, mediante prácticas
de manipulación del crédito y gestión de la deuda. Según Gowan, este régimen
monetario y financiero fue usado por sucesivas administraciones
estadounidenses “como una formidable herramienta de estado para impulsar
tanto el proceso de globalización como las transformaciones neoliberales
domésticas asociadas a él”. El sistema se desarrolló a través de las
crisis. “El FMI cubre los riesgos y asegura que los bancos americanos no
pierden (los países pagan a través de ajustes estructurales, etc.) y la
huida de capitales de una crisis localizada acaba reforzando el poder de
Wall Street…”(16). La consecuencia fue la proyección exterior del
capital estadounidense (en alianza conjunta con otros, cuando esto era
posible) para forzar la apertura de mercados, especialmente a los flujos
de capital y financieros (un requisito ahora imprescindible para adherirse
al FMI), e imponer otra políticas neoliberales (culminando en la OMC) en
una gran parte del mundo.
Hay
dos puntos a destacar sobre este sistema. En primer lugar, muchas veces se
presenta el mercado libre de bienes de consumo como una apertura hacia la
libre competencia. Pero este argumento falla, tal y como hace tiempo señalara
Lenin, ante los poderes monopolistas y oligopolistas (bien en la producción
bien en el consumo). Los EEUU, por ejemplo, han usado repetidamente el
arma de denegar el acceso al inmenso mercado americano para forzar a otros
países a aceptar sus deseos. El ejemplo más reciente (y craso) de esta línea
de actuación nos viene dado por el Representante de Comercio de EEUU,
Robert Zoellick al anunciar que si Lula, el recién elegido Presidente de
Brasil al frente del Partido de los Trabajadores, no sigue los planes de
EEUU de liberalización en las Américas, se encontrará en la situación
de “tener que exportar a la Antártida”. Taiwán y Singapur fueron
forzados a sumarse a la OMC, abriendo así sus mercados financieros al
capital especulativo, ante la perspectiva de que EEUU les denegara acceso
al mercado estadounidense. Corea del Sur tuvo, a instancia de la Reserva
Federal, que hacer lo mismo como condición para que el FMI le fiara en
1998. EEUU planea ahora incluir una cláusula de libre acceso a los
mercados, según el modelo estadounidense, en las “ayudas de desafío”
que ofrece como ayuda a los países pobres. En cuanto a la producción,
los oligopolios, establecidos principalmente en las regiones capitalistas
del centro, controlan efectivamente la producción de semillas,
fertilizantes, electrónica, software informático, productos farmacéuticos,
productos petrolíferos y mucho más.
Bajo
estas condiciones la apertura de los mercados no conlleva una apertura a
la competencia sino que simplemente ofrece nuevas oportunidades de expansión
a los poderes monopolistas con toda suerte de consecuencias sociales, ecológicas,
económicas y políticas. El hecho de que aproximadamente dos tercios del
comercio exterior se realice entre las corporaciones transnacionales más
importantes es indicativo de la situación actual. Incluso algo tan
aparentemente benigno como la Revolución Verde ha, según coinciden la
mayoría de los observadores, conllevado, junto al incremento de la
productividad agrícola, una mayor concentración de riqueza en este
sector y un mayor nivel de dependencia de los monopolios a través de todo
el sur y este de Asia. La penetración en el mercado chino por parte de
las tabaqueras compensa sus pérdidas en el mercado estadounidense y de
seguro creará una crisis de salud pública durante las décadas
venideras. En todos estos aspectos, los acostumbrados argumentos que
presentan al neoliberalismo como garante de la competencia y no ávido de
monopolio, se revelan fraudulentos, camuflado como de costumbre, por el
fetichismo de la libertad de los mercados. Un mercado libre no es un
mercado justo.
Existe
también, como reconocen incluso los defensores del mercado libre, una
inmensa diferencia entre el librecambio de bienes de consumo y la libertad
de movimiento del capital financiero (17). Esto nos lleva a plantearnos de
qué tipo de libremercado se está hablando. Algunos, como Baghwati, son
ardientes defensores del librecambio de bienes, al tiempo que se resisten
a aceptar que esto mismo sea positivo para los flujos financieros. En este
sentido la dificultad es la siguiente. Por un lado los flujos de capital
son vitales para las inversiones productivas y las recolocaciones de
capital de una línea de producción o localización a otra. También
juegan un papal importante en equilibrar las necesidades de consumo (de
vivienda por ejemplo) con las actividades productivas, en un mundo
espacialmente desintegrado, con excedentes en un área y déficits en
otra. En todos estos aspectos, el sistema financiero (con o sin
participación del estado) es vital para coordinar las dinámicas de
acumulación de capital en un contexto de desarrollo geográfico desigual.
Pero el capital financiero también engloba una gran cantidad de actividad
improductiva, en la que el dinero sólo se usa para hacer más dinero, a
través de la especulación con bienes futuros, valores monetarios, deuda
y cosas por el estilo. Cuando se destinan enormes cantidades de capital
para tales fines, sucede que los mercados de capital abiertos se
convierten en vehículos para la actividad especulativa que, tal y como
vimos durante los noventa con las “punto.com” y las burbujas de la
bolsa, pueden convertirse en profecías autorrealizadas, como cuando los
“hedge funds”, reforzados con billones de dólares de dinero
apalancado, podrían llevar a Indonesia y Corea a la bancarrota,
independientemente de la fortaleza real de sus economías. Una gran parte
de lo que ocurre en Wall Street no tiene nada que ver con facilitar la
inversión en actividades productivas. Es pura especulación (de aquí los
calificativos como “de casino” “depredador” o incluso “de rapiña”
que se aplican al capitalismo, con la debacle de la Gestión de Capital a
Largo Plazo necesitando de una balón de oxígeno de 2.3 millardos de dólares,
para recordar a los EEUU que la especulación puede, de hecho, torcerse.
Esta actividad tiene, en cualquier caso, un profundo impacto sobre le
conjunto de las dinámicas de acumulación de capital. Sobre todo, ayudó
a re-centrar el poder político-económico, principalmente en EEUU, pero
también en los mercados financieros de otros países del centro (Londres,
Frankfurt y Tokio).
La
forma en la que esto se lleve a cabo depende del sistema de alianzas de
clase dominante existente en los países del centro, el balance de poder
entre ellos a la hora de negociar acuerdos internacionales (como la nueva
arquitectura financiera internacional aplicada a partir de 1997-8 para
sustituir el Consenso de Washington de mediados de los noventa) y de las
estrategias político-económicas puestas en marcha por los agentes
dominantes con respecto al excedente de capital. La aparición en los EEUU
de un complejo “Wall Street-Reserva-FMI”, capaz de controlar las
instituciones globales y de orquestar un vasto poder financiero a lo largo
y ancho del mundo a través de otras instituciones estatales y
financieras, ha venido jugado un importante y problemático papel en las
dinámicas del capitalismo global durante los últimos años. Pero este
centro de poder solo puede operar de dicha manera mientras el resto del
mundo esté interconectado y enganchado a un marco estructural de
instituciones financieras y gubernamentales (incluyendo las supra-nacionales).
He aquí la importancia de la colaboración entre, por ejemplo, los bancos
centrales de los países del G7 y los varios acuerdos internacionales (de
forma temporal en el caso de las estrategias monetarias y de forma más
permanente con respecto a la OMC) diseñados para lidiar con dificultades
específicas (18). Y si el poder de los mercados no se basta por si solo
para cumplir objetivos determinados y poner firmes a los elementos
recalcitrantes o a los “estados gamberros”, entonces el inigualable
poder militar de EEUU (abierto o encubierto) está preparado para
intervenir y resolver la situación.
Este
complejo de acuerdos institucionales debería, en el mejor de los
capitalismos posibles, ser usado para mantener y apoyar la expansión
reproductiva (crecimiento). Pero, de la misma manera en que la guerra es
la continuación de la diplomacia por otros medios, la intervención del
capital financiero respaldado por los poderes estatales equivale a la
acumulación por otros medios. Una alianza contra-natura entre los poderes
estatales y los aspectos depredadores del capital financiero forman la
punta de lanza del “capitalismo de rapiña” tan dedicado a apropiarse
activos de otros lugares como de lograr un desarrollo global armonioso.
Bajo las condiciones de sobreacumulación, estos “otros medios” pueden
ser dirigidos a devaluaciones forzadas y prácticas caníbales,
preferentemente practicadas en áreas ajenas y sobre aquellos que tienen
menos capacidad de reacción. ¿Pero cómo hemos de interpretar estos
“otros medios” de acumulación o devaluación?
Acumulación
mediante desposesión
En
“La acumulación de capital”, Luxemburgo centra su atención en los
aspectos duales de la acumulación capitalista:
“Uno está relacionado con el mercado de bienes y el lugar donde se
produce la plusvalía- la fábrica, la mina, el terreno agrícola.
Entendida así la acumulación es simplemente un proceso económico,
siendo su fase más importante la transacción entre el capitalista y el
trabajador asalariado... Este caso la paz, la propiedad y la igualdad
prevalecen y se requiere de la aguda dialéctica del análisis científico
para desvelar cómo el derecho de propiedad pasa a ser, en el curso de la
acumulación, una apropiación de la propiedad ajena, cómo el intercambio
de bienes deviene en explotación y la igualdad se revela como dominio de
clase. El otro aspecto de la acumulación es el de la relación entre el
capitalismo y formas no capitalistas de producción que empiezan a hacer
su aparición en la escena internacional. Sus métodos predominantes son
la política colonial, un sistema de préstamo internacional –una política
de esferas de interés- y la guerra. La fuerza, el fraude, la opresión y
el saqueo se despliegan abiertamente sin ningún intento de ocultarlo, y
se requiere un esfuerzo para descubrir, de entre esa maraña de violencia
política y demostraciones de fuerza, las inalterables leyes del proceso
económico”.
Estos
dos aspectos de la acumulación, según Luxemburgo, están “vinculados
orgánicamente” y “ la evolución histórica del capitalismo solo
puede ser comprendida si los estudiamos conjuntamente” (19).
La
teoría general de la acumulación de capital de Marx está construida a
partir de ciertas premisas iniciales, que en gran medida son las de la política
económica clásica y que excluyen el proceso de acumulación primitivo.
Estas premisas son: mercados de libre competencia con garantías
institucionales de propiedad privada, individualismo jurídico, libertad
de contratación y estructuras apropiadas de ley y gobierno, por parte de
un estado “providencia” que a su vez asegura la integridad de l a
moneda como medio de circulación y reserva de valor. El papel del
capitalista como productor e intercambiador de bienes está ya bien
establecido y la fuerza del trabajo se ha convertido en un bien
intercambiable, generalmente, por su valor.
La
acumulación “primitiva” u “original” ya ha tenido lugar y la
acumulación ocurre ahora existe bajo la forma de una reproducción
expandida (aunque a través de la explotación del trabajo vivo en la
producción) dentro de una economía cerrada y bajo condiciones de “paz,
propiedad e igualdad”. Estas premisas nos permiten ver lo que ocurrirá
si el proyecto liberal de los economistas políticos clásicos, o en
nuestros tiempos el neoliberalismo de los economistas, termina por
llevarse a cabo.
La
brillantez del método dialéctico de Marx está en cómo nos enseña que
la liberalización de los mercados –el credo de los liberales y
neoliberales- no llevará a un estado armonioso en el que a todo el mundo
le vaya mejor. Si no que en vez de eso producirá niveles cada vez mayores
de desigualdad social (como de hecho a sido la tendencia mundial en los últimos
treinta años de neoliberalismo, especialmente en aquellos países, como
EEUU o Gran Bretaña, que más se han ceñido a dicha línea política).
Esto también conducirá, predice Marx, a crecientes inestabilidades que
culminaran en crisis crónicas de sobreacumulación (del tipo que estamos
viviendo actualmente).
La
desventaja de estas premisas es que relegan la acumulación basada en la
predación, el fraude y la violencia, a un “estado original”
considerado como ya no vigente, o, según Luxemburgo, como algo
“exterior” al sistema capitalista. Una reevaluación general del papel
continuo y persistente de las practicas depredadoras de la acumulación
“primitiva” u “original” a lo largo de la geografía histórica
del capitalismo, está por tanto, más que justificada, como varios
comentaristas han señalado últimamente (20). Puesto que parece
desacertado referirse a un proceso vigente como “primitivo” u
“original”, en lo que sigue sustituirá estos términos por el
concepto de “acumulación mediante desposesión”.
Una
lectura más minuciosa de la descripción de la acumulación primitiva de
Marx revela una amplia gama de procesos. Estos incluyen la mercantilización
y privatización de la tierra y la expulsión por la fuerza de las
poblaciones campesinas; la conversión de varias formas de derechos de la
propiedad (común, colectivo, estatal) en propiedad privada
exclusivamente; la supresión del derecho a usar los bienes comunes; la
mercantilización de la fuerza de trabajo y la eliminación de formas
alternativas (indígenas) de producción y consumo; Formas coloniales,
neo-coloniales e imperialistas de apropiación de activos (incluyendo
recursos naturales); la monetarización de los intercambios y de la
fiscalización (especialmente de la tierra); comercio esclavista; Y usura,
la deuda nacional y por último el sistema crediticio como formas
radicales de acumulación primitiva. El estado, con su monopolio sobre la
violencia y las definiciones de legalidad, juega un papel crucial al
apoyar y promover este proceso y existen evidencias considerables (como
sugiere Marx y confirma Braudel) de que la transición al capitalismo está
ampliamente supeditada al apoyo del estado- que lo apoyó decididamente en
Inglaterra, débilmente en Francia y negativamente, hasta hace poco
tiempo, en China (21). Este último giro del caso Chino indica que se
trata de un proceso continuo y existen evidencias de que, especialmente en
el sur y este de Asia, las políticas estatales (consideremos el caso de
Singapur) han jugado un importante papel a la hora de definir tanto las vías
como la intensidad de las nuevas formas de acumulación de capital. El
papel del “estado desarrollista” en las fases recientes de la
acumulación de capital ha estado, por tanto, sujeto a un intensivo
escrutinio (22). Uno sólo tiene que volver la vista sobre la Alemania de
Bismarck o el Japón de los Meiji para comprobar que esto ha venido siendo
el caso desde hace tiempo.
Todas
las características mencionadas por Marx se han mantenido ampliamente
presentes en la geografía histórica del capitalismo. Y, como ya
ocurriera antes, estos procesos de desposesión estas provocando vastas
oleadas de resistencia, que en buena medida constituyen el corazón de lo
que es el movimiento anti-globalización (23). Algunos de estos procesos
han sido adaptados para jugar un papel aún más importante en el día de
hoy que en el pasado. El sistema crediticio y el capital financiero han
sido, como ya señalaron Lenin, Hilferding y Luxemburgo, importantes
herramientas de depredación, fraude y robo. Las promociones bursátiles,
los “esquemas Ponzi”, la destrucción premeditada de bienes mediante
la inflación, el vaciamiento de activos mediante fusiones y
adquisiciones, la promoción de unos niveles de endeudamiento que reducen
poblaciones enteras, incluso en los países capitalistas avanzados, a un
peonaje por endeudamiento, sin mencionar el fraude corporativo, la
desposesión de bienes (el pillaje de los fondos de pensiones y el
diezmado de los mismos por los colapsos corporativos) por la manipulación
de créditos y acciones, los cuales constituyen pilare fundamentales del
capitalismo contemporáneo. El colapso de Enron privó (desposeyó) a
muchos de su medio de vida y de sus pensiones. Pero sobre todo hemos de
tomar pillaje especulativo llevado a cabo por los “hedge funds” y
otras instituciones principales del capital especulativo como la punta de
lanza de la acumulación mediante desposesión en los últimos tiempos.
También
han aparecido mecanismos totalmente nuevos de acumulación mediante
desposesión. El énfasis puesto en las negociaciones de la OMC sobre los
derechos de la propiedad intelectual (el llamado acuerdo TRIPS) apunta a vías
por las que, mediante la patente y registro, el material genético, plasma
de semillas y toda suerte de productos, pueden ahora ser usados contra
conjuntos enteros de poblaciones cuyas prácticas han jugado un papel
crucial en el desarrollo de dichos materiales. La biopiratería está
rampante y el stock mundial de recursos genéticos está en vía de
beneficiar únicamente a un puñado de multinacionales. El acusado
agotamiento de los recursos naturales comunes (tierra, agua, aire) y la
creciente degradación del hábitat que excluyen cualquier cosa excepto
formas intensivas de producción agrícola, son consecuencias de la
mercantilización de la naturaleza en todas sus formas. La mercantilización
de las formaciones culturales, las historias y la creatividad intelectual
conlleva desposesiones al por mayor (la industria de la música es un
claro ejemplo de explotación de la cultura y creatividad popular). La
corporativización y privatización de activos, hasta ahora públicos
(como universidades) sin mencionar la ola privatizadora (del agua y
servicios públicos de todo tipo) que ha barrido el mundo, son indicativos
de esta nueva ola de “cercamiento de los espacios comunes”. Como ya
sucediera en el pasado, el poder del estado se ha usado para forzar este
proceso incluso contra la voluntad popular. Y esto nos trae de vuelta al
tema de la lucha de clases. La reprivatización de derechos comunes
ganados en luchas pasadas (el derecho a una pensión publica, a la
sanidad, al bienestar) ha sido uno de las más flagrantes políticas de
desposesión aplicadas en nombre de la ortodoxia neoliberal. No debe
sorprendernos que la reclamación los bienes comunes y la denuncia de la
acción conjunta del estado y el capital en su apropiación, hayan venido
siendo vectores principales de los movimientos anti-globalización.
El
capitalismo conlleva practicas caníbales así como depredadoras y
fraudulentas. Pero es, como Luxemburgo señaló acertadamente, “difícil
descubrir, de entre esa maraña de violencia política y demostraciones de
fuerza, las inalterables leyes del proceso económico”. La acumulación
mediante desposesión puede darse en una variedad de formas y hay mucho
que es tanto contingente como fortuito en su modus operandi. Aún así es
omnipresente en todas las etapas históricas y se agudiza en contextos de
crisis de sobreacumulación y expansión de la producción, cuando parece
que no hay salidas posibles excepto la devaluación. Arendt sugiere, por
ejemplo, que las depresiones de los sesenta y setenta del siglo XIX en
Gran Bretaña, iniciaron el impulso hacia una nueva forma de imperialismo
al darse cuenta por primera vez la burguesía “de que el pecado original
del simple robo, que siglos antes había hecho posible la acumulación
original de capital” (Marx) y que había posibilitado toda acumulación
posterior, tenía que repetirse una y otra vez, so pena de que el motor de
la acumulación se detuviera (24). Esto nos trae de vuelta a las
relaciones entre la búsqueda de ajustes espacio-temporales, los poderes
estatales, la acumulación mediante desposesión y las formas de
imperialismo contemporáneo.
El
“nuevo imperialismo”
Las
formaciones sociales capitalistas, normalmente constituidas sobre una
configuración territorial o regional y dominadas por un centro hegemónico,
se han involucrado en practicas quasi-imperialistas en busca de ajustes
espacio-temporales que solucionen sus problemas de sobreacumulación. De
todas formas es posible periodizar la geografía histórica de estos
procesos si tomamos seriamente a Arednt cuando afirma que el imperialismo
de base europea del periodo 1884-1945 fue el primer asalto al poder político
global por parte de la burguesía. Los estados-nación individuales
desarrollaron sus propios proyectos imperiales para resolver los problemas
de sobreacumulación y conflictos de clase originados en su área de
influencia. Estabilizado en primer lugar alrededor de la hegemonía
inglesa y construido en torno al libre flujo de bienes y capital en el
mercado mundial, este sistema inicial se vino abajo con el cambio de
siglo, dando lugar a conflictos geopolíticos entre las grandes potencias
que buscaban la autarquía dentro de nos sistemas cada vez más cerrados.
Estallando dos guerras mundiales que se ajustaron bastante bien a la
predicción de Lenin. Los recursos de una gran parte del resto del mundo
fue sometido a pillaje durante esta época (no hay mas que mirar lo que
Japón hizo con Taiwán o Inglaterra hizo con el Rand sudafricano) en la
esperanza de que la acumulación mediante desposesión compensara la
incapacidad crónica, que se manifestaría en los años treinta, de
mantener el capitalismo mediante la expansión de la reproducción.
Este
sistema fue sustituido en 1945 por un sistema, dirigido por EEUU, que
buscaba establecer una alianza entre los principales poderes capitalistas
para impedir guerras intestinas y encontrar una forma racional de manejar,
conjuntamente, la sobreacumulación que había asolado los años treinta.
Para que esto fuera realizable tendrían que compartir los beneficios de
una intensificación del capitalismo integrado en las regiones del centro
(de aquí el apoyo de EEUU a los pasos en dirección a una Unión
Europea), e implicarse en una sistemática expansión geográfica del
sistema (de aquí la insistencia de EEUU en la descolonización y el
desarrollismo como meta generalizada para el resto del mundo). Esta
segunda fase del dominio global de la burguesía estuvo en buena medida
posibilitada por la contingencia de la Guerra Fría. Esto conllevaba el
liderazgo militar y económico de los EEUU como única superpotencia
capitalista (el efecto fue la creación de una hegemonía
“supraimperialista” estadounidense”). Pero los EEUU podían también
absorber excedentes mediante ajustes espacio-temporales internos(como la
red de autopistas interestatales, la suburbanización y el desarrollo de
sus zonas Sur y Este). Los EEUU no eran dependientes de las exportaciones
ni de las importaciones. Podía incluso permitirse el abrir sus mercados a
otro y así absorber por un tiempo los excedentes que empezaban a
generarse en Japón y Alemania durante los sesenta. Se dio así un sólido
crecimiento, mediante la expansión de la reproducción, a lo ancho de
todo el mundo capitalista y la acumulación mediante desposesión quedó
relativamente silenciada (25). Se mantuvieron fuertes controles sobre el
movimiento de capitales (no así sobre el de mercancías) y las luchas de
clases dentro de estados-nación individuales sobre la expansión de la
reproducción (cómo tendría lugar y a quién beneficiaría) era la tónica
dominante. Las principales luchas geopolíticas que surgieron fueron las
de la Guerra Fría (con aquel otro imperio construido por los soviéticos)
o luchas residuales (frecuentemente relacionadas con la Guerra Fría, lo
que llevó a EEUU a apoyar a numerosos regímenes poscoloniales
reaccionarios) que resultaron de la poca disposición por parte de los
poderes europeos a deshacerse de sus posesiones coloniales (la invasión
de Suez por los británicos y franceses en 1956, con nulo apoyo de EEUU es
un caso emblemático). El creciente resentimiento por verse atrapados en
una situación espacio-temporal de subsidiaridad perpetua con respecto al
centro terminó por originar movimientos de liberación nacional e
independentistas (respaldados en buena medida por los análisis de la
izquierda en cuanto a desarrollo y dependencia se refiere).
Este
sistema se vino abajo alrededor de 1970 cuando la hegemonía económica de
EEUU se hizo insostenible. Se hizo difícil mantener los controle sobre el
capital al inundarse los mercados con los dólares americanos excedentes.
Los EEUU buscaron entonces crear un nuevo sistema, que descansaría sobre
una combinación de nuevos acuerdos institucionales y financieros que
hiciesen frente a la amenaza económica de Alemania y Japón y que
recentraría el poder económico en la forma de un capital financiero que
operaría desde Wall Street. La alianza entre la administración Nixon y
los Saudíes para poner el precio del crudo por las nubes en 1973, dañó
mucho más a las economías europea y japonesa que a la de EEUU (que por
aquel entonces no era demasiado dependiente de los suministros de Medio
Oriente). Los bancos estadounidenses obtuvieron el privilegio de reciclar
los petrodólares y reinyectarlos a la economía mundial (26). Amenazados
en el terreno de la producción, los EEUU contraatacaron asentando su
hegemonía sobre las finanzas. Pero para que este sistema funcionara
correctamente, los mercados y especialmente los mercados financieros tenían
que ser abiertos al comercio mundial (un lento proceso que requirió una
fiera presión por parte de EEUU respaldado por herramientas
internacionales como el FMI y una igualmente fiera adopción del
neoliberalismo como nueva ortodoxia económica). También implicaba el
reajuste de poder dentro de la burguesía, del sector productivo a las
instituciones financieras. Esto podía ser usado para combatir el poder de
las organizaciones de la clase trabajadora, dentro de la reproducción
expandida, bien directamente (ejerciendo una vigilancia disciplinaria
sobre la producción) o indirectamente, facilitando una mayor movilidad
geográfica) o indirectamente, facilitando una mayor movilidad geográfica
para todas las formas de capital. El capital financiero jugaba por tanto
un papel central en esta tercera etapa de dominio burgués sobre la economía
mundial.
Este
sistema era mucho más volátil y depredador y conoció varios impulsos de
acumulación mediante desposesión (normalmente en la forma de ajustes
estructurales recetados por el FMI) como antídoto a la incapacidad de
mantener la expansión de la reproducción sin caer en las crisis de
sobreacumulación. En algunos casos, como en América Latina en los
ochenta, se saquearon economías enteras y sus activos fueron recuperados
por el capital financiero estadounidense. En otros fue mas bien un caso de
exportación de la devaluación.
El
ataque de los “hedge funds” sobre las monedas tailandesa e indonesia,
respaldado por las salvajes políticas devaluadoras exigidas por el FMI,
condujo a la bancarrota incluso a sectores viables y revirtió los
notables adelantos económicos y sociales que se habían producido en el
este y sureste asiáticos. El resultado fue el paro y la pauperización
para millones de personas. La crisis también realzó el dólar,
confirmando el dominio de Wall Street y generando un asombroso boom en el
valor de los activos para los estadounidenses acaudalados. Se empezaron a
vertebrar luchas entorno a temas como los ajustes estructurales impuestos
por el FMI, las actividades depredadoras del capital financiero y la
perdida de derechos ante las privatizaciones.
Las
crisis de la deuda podrían usarse en cada país para reorganizar las
relaciones sociales de producción, caso a caso, de forma que se
favoreciera la penetración de capitales externos. Así, los regímenes
financieros domésticos, los mercados domésticos de bienes y las
incipientes firmas domésticas, quedaron desprotegidas para su posterior
conquista por parte de compañías americanas, japonesas y americanas. Los
bajas tasas de beneficio en las regiones del centro podían por tanto ser
compensadas por las mayores tasas obtenidas en el extranjero. La acumulación
mediante desposesión se convirtió adquirió un papel cada vez más
importante en el capitalismo global (con la privatización como uno de sus
mantras principales). La resistencia en esta área, más que en el de la
reproducción expandida, pasó a ser un elemento central del movimiento
anticapitalista y antiimperialista (27). Pero el sistema, aunque centrado
en el complejo Wall Street-Reserva Federal, presentaba muchos aspectos
multilaterales con sus centros de Tokio, Londres-Frankfurt y otros muchos
lugares que tomaban parte en la acción. Estaba asociado con la emergencia
de corporaciones capitalistas transnacionales que, aunque puedan tener una
base en tal o cual estado-nación, se extienden a lo largo y ancho del
globo de maneras que serían impensables en las primeras etapas del
imperialismo (los trusts y cárteles que describiera Lenin estaban todos
firmemente ligados a estados-nación determinados). Esto era el mundo que
el gobierno de Clinton, con su todopoderoso Secretario del Tesoro, Robert
Rubin, proveniente del sector especulador de Wall Street, pretendía
dirigir mediante un multilateralismo centralizado (con su epítome en el
llamado “Consenso de Washington” a mediados de los noventa). Pareció
por un momento que Lenin podía estar equivocado y Kautsky en lo cierto y
sería posible un ultraimperialismo basado en una colaboración “pacífica”
entre los principales poderes capitalistas (que ahora se plasmaría en el
G7 y la llamada “nueva arquitectura económica”), bajo la égida del
dominio estadounidense) (28).
Pero
este sistema ha terminado desembocando en serias dificultades. La total
volatilidad y la caótica fragmentación de los conflictos de poder hacen
que sea difícil, tal como decía Luxemburgo, discernir, entre el humo y
los espejos (especialmente aquellos del sector financiero), cómo
funcionan las leyes económicas.
Pero,
en la medida en la que la crisis de 1997-98 ha desvelado que el principal
centro productor de plusvalía está localizado en el este y sureste asiáticos,
la rápida recuperación capitalista en esta zona ha vuelto a colocar el
problema de la sobreacumulación en la escena internacional (29). Esto
plantea la cuestión de cómo podría organizarse una nueva forma de
ajuste espacio-temporal (¿en China?) O quién llevará la peor parte de
una ronda devaluadora. La anunciada recesión en EEUU, tras una década o
más de espectacular (incluso irracional) exhuberancia indica que EEUU
bien podría no ser inmune. Existe una línea de inestabilidad bajo el rápido
deterioro de la balanza de pagos estadounidense. Según Brener “la misma
explosión de las importaciones que impulsaron la economía
internacional” durante la década de 1990 “llevó a los EEUU a un déficit
comercial record con las consiguientes e imprecedentes responsabilidades
para con los propietarios de ultramar” y “la vulnerabilidad sin
precedentes de la economía americana, ante una huida de capitales y un
colapso del dólar” (30). Pero esta vulnerabilidad afecta a ambas
partes, Si el mercado estadounidense colapsa, entonces las economías que
lo tienen como destino de sus excedentes se vendrán abajo con él. La
facilidad con la que los bancos centrales de países como Japón y Taiwán
otorgan prestamos para cubrir el déficit estadounidense, es en buena
medida una medida autoprotectora.
De
esta forma financian el consumismo americano que constituye el mercado
para sus productos. Puede que ahora incluso financien el esfuerzo de
guerra estadounidense.
Pero
el dominio y la hegemonía de los EEUU están, una vez más, en peligro, y
esta vez la amenaza parece ser más acentuada. Si, por ejemplo, Braudel y
con el Arrighi, está en lo cierto, y una poderosa oleada financiación es
el preludio a la transferencia de poderes dominantes de un hegemón a otro
(como históricamente ha sido el caso), entonces el giro de los EEUU en
1970 hacia la financiación aparecería como una jugada especialmente
autodestructiva (31). Los déficits (tanto internos como externos) no
pueden continuar indefinidamente en una espiral descontrolada y la
habilidad y disposición de otros (especialmente en Asia) a la hora de
financiarles (al ritmo de 2.3 millardos según la cifra actual) no es
inagotable. Cualquier otro país del mundo que presentara un cuadro
macroeconómico semejante al de EEUU, ya habría sido sometido a un
despiadado plan de austeridad y ajuste estructural por parte del FMI.
Pero, como señala Gowan: “La capacidad de Washington para manipular el
valor del dólar y de explotar el dominio internacional de Wall Street ha
permitido a las autoridades de EEUU evitar lo que otros estados han tenido
que llevar a cabo; vigilar la balanza de pagos; Ajustar la economía doméstica
para asegurar altos niveles ahorro e inversión domésticos; vigilar el
endeudamiento público y privado; Asegurar un sistema efectivo de
intermediación financiero doméstico que garantice el desarrollo del
sector productivo doméstico”. La economía de EEUU ha tenido “una vía
de escape de todas estas tareas” y “bajo cualquier baremo capitalista
de contabilidad nacional” y, como resultado, ha llegado a un estado
“profundamente distorsionado e inestable” (32). Y lo que es más, las
sucesivas oleadas de acumulación mediante desposesión, emblema del nuevo
imperialismo estadounidense, están dando lugar a distintas formas de
resistencia y resentimiento dondequiera que se efectúen, lo que ha
generado no sólo el movimiento anti-globalización mundial (fenómeno
distinto a las luchas de clases que se dan en un contexto de reproducción
extendida) sino también resistencias activas frente a la hegemonía de
EEUU, por parte de antiguos poderes subordinados, especialmente en Asia
(Corea del Sur sería un ejemplo de esto).
Los
EEUU cuentan con opciones limitadas. Podrían dar marcha atrás a su
trayectoria imperialista implicándose en una redistribución masiva de la
riqueza dentro de sus propias fronteras, buscando así solución a la
sobreacumulación mediante ajustes temporales internos (unas considerable
serie de mejoras en la educación publica sería un buen comienzo). También
sería de utilidad una estrategia industrial de revitalización de su, por
nada del mundo extinto, sector manufacturero. Pero esto implicaría bien
una financiación aún más deficitaria, bien unos mayores impuestos,
acompañados de un mayor control estatal y esto es precisamente lo que la
burguesía se niega siquiera a considerar (al igual que en tiempos de
Chamberlain); cualquier político que propusiera un paquete de medidas
semejantes sería sin duda aplastado por la prensa capitalista y sus ideólogos
y de la misma manera perdería cualquier elección ante el abrumador poder
del dinero. Y la ironía está en que, aún así, un contraataque masivo
en el interior de EEUU y de otros países del centro capitalista
(especialmente Europa) contra las políticas neoliberales y el recorte del
gasto estatal podría ser una de las únicas maneras de proteger
internamente al capitalismo de sus propias tendencias autodestructivas.
Una
acción aún más suicida sería la de intentar imponer en los EEUU el
tipo de autodisciplina que el FMI suele aplicar a los demás. Cualquier
intento por parte de un poder exterior (mediante una huida de capitales y
un desplome del dólar, por ejemplo) desencadenaría sin duda una salvaje
respuesta política, económica e incluso militar por parte de EEUU. Es
difícil de imaginar a los EEUU aceptando tranquilamente, tal y como
afirma Arrighi que deberían hacer, el hacho de que nos encontramos en una
gran reubicación hacia Asia como nuevo centro de poder global (33). No es
muy realista pensar que los EEUU pasarán a un segundo plano en paz y
tranquilidad. Conllevaría, en todo caso, una reorientación radical –de
la que tenemos ya algunas señales- por parte del capitalismo de extremo
oriente, de una dependencia del mercado estadounidense al cultivo de un
mercado interno asiático. Es aquí donde el gigantesco programa de
modernización Chino –una versión interna de ajuste espacio-temporal
que equivaldría al que se llevó a cabo en EEUU en las décadas de los
cincuenta y sesenta- puede jugar un papel crítico, gradualmente
absorbiendo los excedentes de Japón, Taiwán y Corea, disminuyendo así
el flujo dirigido a EEUU. La consiguiente hambruna de fondos tendría
consecuencias calamitosas para EEUU.
Y
es en este contexto que nos encontramos con elementos del establishment
político estadounidense abogando por una puesta en marcha de la
maquinaria militar, único poder absoluto que les queda, hablando
abiertamente de imperio como opción política (posiblemente para extraer
tributo del resto del mudo) y buscando controlar los suministros de petróleo
como medio para contrarrestar los vuelcos de poder que acechan en la
economía global. Cobran así sentido los actuales intentos por parte de
EEUU de asegurarse un mejor control de los suministros petrolíferos de
Irak y Venezuela (alegando la restauración de la democracia en el primer
caso y derrocándola en la segunda). Buscan una repetición de lo
acontecido en 1973, puesto que Europa y Japón, así como el este y
sureste asiáticos (ahora incluyendo destacadamente a China) son aún más
dependientes del crudo del Golfo de lo que lo son los EEUU. Si los EEUU se
las ingenian finalmente para derrocar a Sadam y Chávez, si consiguen
estabilizar o reformar un régimen saudita armado hasta los dientes, que
se encuentra actualmente en las arenas movedizas de un régimen
autoritario (y en peligro de caer en manos del Islam radicalizado- lo que
constituía, al fin y al cabo, el objetivo principal de Osama bin Laden),
si pueden pasar (y paree que si podrán) de Irak a Irán y consolidar sus
posiciones en Turquía y Uzbekistán como presencia estratégica con
relación a las reservas petrolíferas de la cuenca del Caspio, entonces
los EEUU, con el control de la espita petrolífera mundial, pueden
albergar esperanzas de mantener su control sobre la economía global y
asegurar su propia posición hegemónica para los próximos cincuenta años
(34).
Dicha
estrategia plantea inmensos peligros. Habrá inmensas resistencias por
parte de Europa y Asia, con Rusia siguiéndoles de cerca. La resistencia
por parte de Francia y Rusia, que ya tienen vínculos con el petróleo
Iraquí, a sancionar la invasión estadounidense de Irak es un ejemplo
ilustrativo. Y los europeos se encontrarían mucho más cómodos en un
modelo Kautskyano de ultraimperialismo en el que los principales poderes
capitalistas colaborarían en igualdad de condiciones. La perspectiva de
una hegemonía estadounidense (súper-imperialismo) basada en una
militarización y aventurerismo permanentes, del tipo que podría amenazar
seriamente la paz global, no es nada atractiva. Esto no implica que el
modelo europeo sea mucho más progresista. Si se ha de creer a Robert
Cooper, un consejero de Blair, éste resucita las distinciones decimonónicas
entre estados civilizados, bárbaros y salvajes transmutados en estados
postmodernos, modernos y pre-modernos, con los postmodernos en la obligación
de inculcar, por medios directos o indirectos, la obediencia a normas
universales (léase “de la burguesía occidental”) y las prácticas
humanistas (léase “capitalistas”) a lo largo y ancho del globo (35).
Este es exactamente el modo en el que los liberales decimonónicos como
John Stuart Mill, justificaban mantener el tutelaje sobre la India y la
exacción de tributos del extranjero, al tiempo que abogaban por
principios de gobierno representativo en la metrópolis. En ausencia de
cualquier revitalización, fuerte y sostenida, de la acumulación por
expansión de la reproducción, seremos testigos de la profundización en
políticas de acumulación mediante desposesión para que el motor de la
acumulación no se pare del todo.
Esta
forma alternativa de imperialismo será difícilmente soportable para
amplias capas de la población mundial que han soportado y en algunos
casos combatido las formas de acumulación mediante desposesión y las
formas de capitalismo depredador que se han dado en las últimas décadas.
El ardid liberal que proponen personajes como Cooper le resulta demasiado
familiar a los autores postcoloniales como para ejercer ningún atractivo
(36). Y el flagrante militarismo que vienen proponiendo los EEUU, con la
excusa de que es la única forma de combatir el terrorismo no sólo está
cargado de peligros (incluyendo peligrosos precedentes de “ataques
preventivos”); Si no que se le va desenmascarando como un intento de
mantener una amenazada, si es que no pasada, hegemonía sobre el sistema
global.
Pero
es posible que la cuestión más interesante se encuentre en la repercusión
dentro de los propios EEUU. Sobre esto, Hannah Arendt hace una
reveladora afirmación: el imperialismo en el exterior no puede sostenerse
sin la represión, e incluso la tiranía, en el interior (37). El daño
infringido a las instituciones democráticas domésticas puede (como
aprendieron los franceses durante la guerra de Argelia) puede ser
considerable. La tradición popular en los EEUU es anticolonial y
antiimperialista y ha costado muchos trucos (cuando no decepciones) el
enmascarar, o por lo menos recubrir de tinte humanitario, el papel
imperial de los EEUU en los asuntos mundiales durante las últimas décadas.
No está claro que la población estadounidense vaya a apoyar un giro
hacia algún tipo de Imperio militarizado permanentemente (no más de lo
que apoyo la guerra de Vietnam). Ni es probable que acepte pagar por mucho
el precio (en libertades civiles y derechos), ya considerable, de las cláusulas
represivas incluidas en las actas Patriótica y de Seguridad Interna. Si
el Imperio conlleva rasgar La Carta de Derechos, entonces no está claro
que este trato vaya a ser aceptado fácilmente. Pero por otra parte, la
dificultad estiba en que, en ausencia de algún tipo de dinámica
revitalización de la acumulación mediante expansión de la reproducción
y con posibilidades limitadas de acumular por desposesión, es factible
que la economía de EEUU se hunda en una depresión deflacionista que haría
palidecer la de la última década japonesa. Y si se produce una seria
huida del dólar, entonces la austeridad tendrá que ser intensa, a no ser
que emerjan políticas de redistribución de la riqueza y los activos
(perspectiva que sería contemplada con extremo horror por la burguesía)
que se centraría en la completa reorganización de las infraestructuras
sociales y físicas de la nación, absorbiendo el capital y trabajo
excedentes en una forma socialmente útil, opuesta a las funciones
puramente especulativas.
Por
tanto, la forma que pueda tomar cualquier tipo de nuevo imperialismo está
aún en el aire. La única certeza de la que disponemos es que nos
encontramos en el momento crucial de una gran transición del
funcionamiento del sistema global y que existe una variedad de fuerzas en
movimiento, capaces de inclinar la balanza de un lado o del otro. El
equilibrio entre acumulación mediante desposesión y acumulación por
expansión de la reproducción ya se ha roto a favor de la primera y es
improbable que esta tendencia haga sino acentuarse, constituyéndose en
emblema del nuevo imperialismo. También sabemos que la trayectoria económica
que adopte Asia es fundamental, pero el dominio militar todavía reside en
los EEUU. Esto, como señala Arrighi, representa una configuración inédita
y puede que Irak sea testigo de cómo funcionaría, a escala global, en un
contexto de recesión generalizada. La hegemonía que los EEUU mantenían
en los sectores militar financiero y productivo en el periodo de posguerra
se vino abajo en el sector productivo tras 1970 y bien podría volver a
hacerlo ahora en el financiero, dejándole únicamente el poderío
militar. Lo que ocurra en el interior de EEUU es por tanto de una
importancia vital para determinar en que forma puede articularse el nuevo
imperialismo. Y existe, para empezar, una acumulación opositora a la
profundización de la acumulación mediante desposesión. Pero las formas
de lucha de clases que de aquí se desprenden son de una naturaleza muy
distinta a las clásicas luchas proletarias de la reproducción expandida
(las cuales continúan aunque con sordina) sobre las que teóricamente
descansaba el futuro del socialismo. Es importante impulsar los emergentes
vectores de unificación de las luchas, pues en ellos podemos distinguir
las líneas generales de una forma de globalización, no imperialista,
totalmente distinta, centrada en objetivos humanitarios y de bienestar
social, además de en formas creativas de desarrollo geográfico desigual,
en vez de en la simple glorificación del poder del dinero, las acciones y
la incesante acumulación, por cualquier medio, de capital sobre el vasto
escenario de la economía global, pero acabando siempre con la concentración
de inmensas riquezas en espacios reducidos. Puede que nos encontremos en
un momento lleno de volatilidad e incertidumbre pero eso también implica
que estamos en un momento lleno de inesperado potencial revolucionario.
NOTAS:
(1)
La mayoría de estos ensayos datan de los sesenta y setenta y han vuelto a
ser publicados en Harvey, D. Spaces of capital: towards a critical
geography (Routledge, Nueva York, 2001. Los argumentos principales pueden
encontrarse también en Harvey, D. The Limits to Capital, Basil Blackwell,
Oxford, (versión reimpresa, Verso Press, London, 1999).
(2)
El tema del “Nuevo imperialismo ha sido tratado en la izquierda por
Panitch, L. "The new imperial state," New Left Review, 11, 1
(2000), 5-20; ver también Gowan, P., Panitch, L. y Shaw, M., "The
state, globalization and the new imperialism: a round table discussion."
Historical Materialism, 9, (2001), 3-38. Otros comentarios de interés
son Petras, J. y Veltmeyer, Globalization unmasked: imperialism in the
21st century, Zed Books, Londres, 2001; Went, R. "Globalization in
the perspective of imperialism," Science and Society, 66, No.4
(2002-3), pp.473-97; Amin, S. "Imperialism and globalization,"
Monthly Review, Junio 2001, 1-10; los puntos de vista liberal y
conservador se exponen en Ignatieff, M., "The burden," New York
Times Magazine, Enero 5th, 2003 y Cooper, R. "The new liberal
imperialism," The Observer, April 7, 2002.
(3)
Mi propia versión de este argumento puede encontrarse en Harvey, D.
Limits....op.cit.
(4) Brenner, R. The boom and the bubble: the U.S. in the world economy,
Verso, Londres, 2002.
(5) Gowan, P. The global gamble: Washington's bid for world dominance,
Verso, London, 1999.
(6) Harvey, D. The new imperialism, Oxford, Oxford University Press, próximamente.
(7)
Los conceptos de Marx de “capital fijo de tipo independiente” y
“capital ficticio” se encuentran desarrollados en Harvey, D., Limits...,
op.cit. capítulos 8 y 10 respectivamente y su importancia geopolítica es
considerada en Harvey, D., Spaces.... op.cit, chapter 15, "The geopolitics of
capitalism."
(8) Hegel, G.W. The philosophy of right, Oxford University Press, New
York, edición de 1967.
(9) Lenin, V.I. “Imperialism: the highest stage of capitalism,” en
Selected Works, volumen 1, Progress Publishers, Moscú.
(10)
Toda esta historia de cambios radicales, de las soluciones internas hacia
las externas para los problemas socio-políticos derivados de la lucha de
clases en muchos paises capitalistas están explicados en una poco
conocida pero fascinante colección de Julien, C-A., Bruhat, J., Bourgin,
C. Crouzet, M. y Renouvin P. Les politiques d'expansion imperialiste,
Presses Universitaires de France, París, 1949, en los que se tratan en
detalle y por comparación los casos de Ferry, Chamberlain, Roosevelt,
Crispi y otros.
(11)
Arendt, H., Imperialism, Harcourt Brace, Nueva York, 1968, p.18. Hay
muchos inquietantes paralelismos entre el análisis de Arendt del siglo
XIX y nuestra situación actual. Consideremos, por ejemplo, el siguiente
extracto “La expansión imperialista ha sido impulsada por un curioso
tipo de crisis económica, la sobreproducción de capital y la creación
de dinero “superfluo”, producto del sobreahorro que no podía volcarse
en inversiones productivas dentro de las propias fronteras. Por primera
vez, la inversión del poder no allanaba el camino a la inversión del
dinero, sino que la exportación del poder se limitaba a seguir, tímidamente,
a la exportación del dinero, puesto que las inversiones incontroladas en
países lejanos amenazaban con convertir a amplias capas de la sociedad en
jugadores de ruleta, con cambiar el conjunto del sistema capitalista de
ser un sistema de producción a uno de especulación financiera e
intercambiar el beneficio de la producción por los beneficios de las
comisiones. La década inmediatamente anterior a la era imperialista, los
setenta del siglo XIX fue testigo de una escalada sin precedentes de los
escándalos financieros y la especulación bursátil” (p.15).
(12) Henderson, J. "Uneven crises: institutional foundations of East
Asian economic turmoil, Economy and Society, 28, 3 (1999), 327-68.
(13)
Brenner, op.cit. intenta sintetizar loa sucesos generales de esta
turbulencia. Se pueden encontrar detalles de la debacle en el este
de Asia en Wade, R. y Veneroso, F. "The Asian crisis: the high debt
model versus the Wall Street-Treasury-IMF complex," New Left Review,
228, 1998, pp.3-23; Henderson, op.cit.; Johnson, C. Blowback: the costs
and consequences of American empire, Henry Holt, Nueva York, 2000 capítulo
9, el número especial de Historical Materialism, No. 8 (2001) "Focus
on East Asia after the Crisis," (especialmente Burkett, P. y Hart-Landsberg,
"Crisis and recovery in East Asia: the limits of capitalist
development, pp.3-48).
(14) Gowan, op.cit.
(15)
Se han propuesto varias terminologías para esto. Gowan prefiere El Régimen
dolarístico de Wall Street pero yo me inclino por el complejo Wall Street-Reserva
Federal-FMI que sugieren Wade y Veneroso.
(16) Gowan, op.cit., pp.23;35.
(17)
Bahgwati, J. “The capital myth: the difference between trade in
widgets and dollars,” Foreign Affairs, 77.3. 1998.
pp7-
12.
(18)
Gowan, op.cit. y Brenner, op.cit. ofrecen un paralelo interesante sin, en
cualqier caso, citarse mutuamente .
(19) Luxemburg, R. The Accumulation of Capital, Monthly Review Press,
1968, 452-3, trad A Schwarzschild , pp. 452-3.
(20)
Perelman, M. The invention of capitalism:classical political economy
and the secret history of primitive accumulation, Duke University Press,
Durham, 2000. También hay un extenso debate en The Commoner (www.thecommoner.org)
sobre los nuevos cercados y sobre si la acumulación primitiva debe
entenderse como un un caso puramente histórico o como un proceso
continuo. DeAngelis (http://homepages.uel.ac.uk/M.DeAngelis/ PRIMACCA.htm)
ofrece un buen sumario.
(21) Marx, K Capital volumen 1, International
Publishers, Nueva York, 1967, Part 8; Braudel, F. Afterthoughts on
material civilization and capitalism, Johns Hopkins University Press,
Baltimore, 1977
(22)
Wade y Veneroso, op.cit. p.7 proponen la siguiente definición : "un
alto nivel de ahorro familiar añadido a una equilibrada deuda empresarial
y a una colaboración bancos-estado-empresas sumado a una estrategia de
industrialización nacional, a los incentivos a la inversión depediendo
de la competitividad internacional nos da el estado desarrollista.” El
estudio clásico es el Johnson, C. MITI and the Japanese miracle: the
growth of industrial policy, 1925-75, Stanford University Press, Stanford,
1982; mientras que el impacto empírico de las políticas estatales sobre
los niveles relativos de crecimiento económico ha sido bien documentado
por Webber, M y Rigby D. The golden age illusion; rethinking post-war
capitalism, Guilford Press, Nueva York, 1996
(23)
El grado de resistencia ha sido analizado en, B (ed.) Globalization and the politics of resistance, Palgrave, Nueva York, 2000;
ver también Breecher, J. y Costello, T. Global village or global pillage?
economic reconstruction from the bottom up, South End Press, Boston, 1994.
Una
interesante y reciente guía de la resistencia nos viene dada por Bello,
W. en Deglobalization: ideas for a new world economy, Zed Books, Londres,
2002. La idea de una globalización desde abajo aparece en Falk, R.
Predatory globalization: a critique, Polity Press, Cambridge, 2000.
(24) Arendt, op.cit. p.28.
(25) La major descripción, con diferencia, es la de Armstrong, P., Glyn,
A. and Harrison, Capitalism since World War II: the making and break up of
the great boom, Basil Blackwell, Oxford,
(26)
Gowan op.cit. pp.21-2cita las evidencias de una alianza entre Nixon y los
sauditas.
(27)
La izquierda, atascada como estaba (y en Buena medida sigue estando) en
las políticas de expansión de la producción tardó en reconocer el
significado de las algaradas anti-FMI y de los otros movimientos contra la
desposesión. En retrospectiva, destaca el estudio pionero de Walton sobre
el patrón de las algaradas anti-FMI. Ver Walton, J. Reluctant rebels: comparative
studies on revolution and underdevelopment, Columbia University Press,
Nueva York, 1984. Pero también sería acertado que hiciéramos un análisis
más sofisticado para determinar cuáles, de entre la miríada de
movimientos son regresivos y anti-modernizadores, en un sentido
socialista, y cuáles pueden ser progresistas, o ser atraidos hacia
posiciones progresistas mediante la construcción de alianzas. Hoy como
nunca, la forma en la que Gramsci analizó la Cuestión del Sur nos
aparece como un estudio pionero en este terreno. Petras ha hecho hincapié
recientemente sobre esto en su crítica de Hardt y Negri: ver Petras, J.
“A rose by any other name? the fragrance of imperialism,” The Journal
of Peasant Studies,
29.
2, pp.135-60. Los campesinos acaudalados luchando contra la reforma
agraria no son lo mismo que los campesinos sin tierra luchando por la
supervivencia.
(28)Anderson,
P. “Internationalism: a breviary,” New Left Review, 14, Marzo 2002,
p.20, señala como “algo parecido a la vision de Kautsky” llegó a
ocurrir y que los teóricos liberals, como Robert Keohane, también
advirtieron la relación. Sobre la nueva arquitectura financiera, ver Soederberg,
S. “The new international financial architecture: imposed leadership and
‘emerging markets’.” Socialist Register, 2002, pp.175-92.
(29) Ver Burkett and Hart-Landsberg, op.cit.
(30) Brenner, op.cit. p.3.
(31) Arrighi, G. y Silver, B. Chaos and governance in the modern world
system, University of Minnesota Press, Minneapolois, 1999. pp. 31-33.
(32) Gowan, op.cit. p.123
(33)
Arrighi no prevé ningún desafío exterior importante pero él y sus
colegas si admiten que los EEUU “tienen más capacidad incluso que la
Gran Bretaña de hace un siglo, para convertir su hegemonía declinante en
una dominación explotadora. Si el sistema termina por venirse abajo, será
principalmente por la resistencia de EEUU a aceptar y acomodarse a la
situación. Y es precisamente, una adaptación Americana al creciente
poder del este asiático, la condición para una transición no catastrófica
al nuevo orden mundial.." Ver Arrighi, G. y Silver, B. Chaos and governance in
the modern world system, University of Minnesota Press, Minneapolis, 1999,
pp.288-9.
(34) Klare, M. Resource wars: the new landscape of global conflict, Henry
Holt, Nueva York, 2002.
(35) Cooper, op.cit.
(36)
La crítica construida por Mehta, U., Liberalism and empire, Chicago
University Press, Chicago, 1999, es sencillamente devastadora cuando se
compara con las formulaciones de Cooper.
(37)
Arendt, op.cit. pp. 6-9; Esto ha venido siendo, curiosamente, una fuente
de preocupación interna contra las avenuras imperials por parte de EEUU
como señala William Applemen en su Empire as a way of life, Oxford, New
York, 1980.
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