«Syriana»:
una película mal intencionada
¿Información,
diversión o propaganda?
Por
Mireille Beaulieu (*)
Red Voltaire, 01/03/06
Las películas destinadas
al llamado gran público ofrecen una imagen de la política internacional
que puede influir en las concepciones de millones de espectadores a través
del mundo. La Red Voltaire inicia hoy la publicación de una serie de artículos
que revelan ese aspecto de la producción cinematográfica. Mireille
Beaulieu analiza el discurso subyacente del thriller político Syriana, de
Stephen Gaghan, producido por George Clooney, obra que no está
desprovista de ambigüedad, a pesar de su envoltura contestataria. La
denuncia de la dependencia estadounidense del petróleo viene acompañada,
en efecto, de una validación implícita de los principios de la «guerra
contra el terrorismo».
Antes de la entrada misma
de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, el presidente Woodrow
Wilson encargó a su consejero George Creel la creación de un sistema
nacional de propaganda, el Committee on Public Information (CPI),
instituido según el modelo británico de Wellington House. Fue esta la
primera agencia estatal del mundo que recurrió al cine para manipular a
las masas, ejemplo que más tarde seguirían Joseph Goebbels en Alemania y
Serguei Chakotin en la URSS. En 1915, se creó un Comité de Cooperación
de Guerra (War Cooperation Comitee) para establecer un vínculo con el
sindicato patronal de la industria cinematográfica (Motion Picture
Industry of America). A partir de entonces, los lazos entre Hollywood y el
Estado federal estadounidense se hicieron, a veces, menos estrechos, pero
no se rompieron jamás.
Después de los atentados
del 11 de septiembre de 2001, el Comité de Cooperación de Guerra fue
reinstaurado mediante un acuerdo entre la Casa Blanca y Jack Valenti,
actual presidente de la Motion Picture Association of America, acuerdo que
se extendió más tarde a la Paramount, así como a CBS televisión,
Viacom, Showtime, Dreamwork, HBO y MGM.
Los más recientes
productos de Hollywood sobre temas políticos deben ser por tanto
interpretados a través de ese acuerdo. Si bien no se les exige apoyar a
la administración Bush y pueden criticar ampliamente su acción, tienen
que integrarse al esfuerzo de «guerra contra el terrorismo». En términos
de propaganda, esas películas resultan aún más eficaces en la medida en
que, al poner en tela de juicio las soluciones que el poder pone en práctica,
no hacen sino dar como válidas las problemáticas planteadas.
En el marco de sus
esfuerzos por desenmascarar la manipulación de la opinión pública, la
Red Voltaire publicará una serie de estudios sobre las grandes películas
actuales que abordan temas políticos. No es nuestro objetivo ofrecer aquí
una valoración artística de esas obras sino revelar las ambigüedades de
una cinematografía que, con la justificación de criticar lo
indefendible, tiende en realidad a hacer que el espectador admita sin
darse cuenta una visión falsificada del mundo para empujarlo al choque de
civilizaciones.
George
Clooney contra las guerras del petróleo
El 22 de febrero comienza a proyectarse
en Francia el largo metraje de Stephen Gaghan Syriana, producido por
George Clooney. Este thriller agitado y cínico ha suscitado ya ardientes
debates del otro lado del Atlántico donde ha sido presentado como
altamente polémico. Tema: la encarnizada lucha de Estados Unidos por el
control de los últimos recursos petrolíferos. Pocas obras
estadounidenses de ficción han abordado el tema tan directamente. Para la
realización del proyecto, George Clooney se asoció con Participant
Productions, empresa creada por Jeff Skoll (el fundador de eBay) que
organiza, mediante el cine, grandes campañas de acción social. Cada película
coproducida por Participant busca popularizar un tema en particular. En el
caso de Syriana, la campaña, que cuenta con el apoyo de las principales
asociaciones ecologistas como el National Resources Defense Council y el
Sierra Club, tiene como eje la adopción de una nueva política energética.
El objetivo de esas asociaciones no es la denuncia de las guerras por los
recursos sino la protección del medio ambiente y la reducción de la
dependencia estadounidense del petróleo, lo cual evitaría tener que
emprender guerras en el Medio Oriente y el peligro que representa la
amenaza terrorista. El tema es tan aceptado en Estados Unidos que el
propio presidente Bush lo retomó en su discurso sobre el estado de la Unión
del 31 de enero de 2006. Así que no tiene nada de sorprendente que esta
película seudocrítica haya sido nominada para los premios Oscar.
La historia comienza en
un emirato no identificado del Golfo Pérsico, que recuerda a Arabia
Saudita. El príncipe Nasir, hijo mayor del emir y ministro de Relaciones
Exteriores, anula el contrato que concedía los derechos de explotación
de un yacimiento de gas natural a la empresa Connex, gigante
estadounidense de la energía. El príncipe otorga esos derechos a China,
dispuesta a pagar más. Se trata de un grave revés para los intereses
estadounidenses en la región. La Connex despide brutalmente un gran número
de trabajadores inmigrantes, en su mayoría pakistaníes que, lejos de la
opulencia de la familia real, ya vivían en la mayor pobreza.
Mientras tanto, Killen,
una empresa tejana más modesta, obtiene los derechos de explotación de
un codiciado yacimiento de petróleo en Kazajstán. Cuando Connex decide
fusionarse con Killen, el Departamento de Justicia de Estados Unidos
encarga al gabinete del abogado Sloan Whiting verificar que la maniobra es
legal. El director del gabinete, Dean Whiting, pone la investigación en
manos de un ambicioso abogado, recomendándole abstenerse de descubrir la
menor ilegalidad.
Paralelamente a esas
intrigas, Bob Barnes, agente de la CIA en el Medio Oriente (interpretado
por George Clooney), realiza sus misiones –generalmente asesinatos políticos–
sin el menor problema de conciencia. Barnes está convencido de que sirve
fielmente a su país. Pero, su percepción del mundo está a punto de
sufrir un cambio radical…
La mayor parte de los
yacimientos de hidrocarburos aún productivos va a concentrarse
progresivamente en el Medio Oriente. Syriana subraya el inevitable y ya
avanzado agotamiento de las reservas mundiales aún susceptibles de ser
explotadas, fenómeno que pone en peligro el modelo de desarrollo de los
países industrializados –sobre todo en Estados Unidos, totalmente
dependiente de esa fuente de energía– y que debe modificar la correlación
de fuerzas internacional. La película critica la implacable voluntad
estadounidense de controlar los yacimientos más importantes, a cualquier
precio. Por otro lado, también le cierra el pico a quienes se oponen a la
guerra contra Irak, pero quieren poder seguir llenando el tanque de su
todoterreno sin mayores preguntas existenciales.
Una
película de izquierda inspirada por Robert Baer
George Clonney quiso
llevar a la pantalla el libro de recuerdos del ex agente secreto Robert
Baer, See No Evil: The True Story of a Ground Soldier in the CIA’s War
on Terrorism. En definitiva, el guión tiene también mucho del segundo
libro de Baer, Sleeping with the Devil, How Washington Sold Our Soul for
Saudi Crude.
Aunque resulta difícil
clasificar a Robert Baer en la arena política estadounidense, es fácil
identificar al grupo en cuyo vocero se ha convertido. Baer, que trabajó
en el Medio Oriente y en París, salió oficialmente de la CIA en 1997
denunciando la falta de voluntad en la lucha contra el islamismo. Después
de que los atentados del 11 de septiembre de 2001 fueran atribuidos a
Al-Qaeda, Baer apareció rápidamente como un visionario al que hubiese
sido necesario prestar atención. Sus obras son un largo alegato en pro
del fortalecimiento del trabajo de «acción», que él mismo realizaba en
el seno de la CIA; o sea, se pronuncia por el desarrollo de la intervención
secreta y las maniobras sucias. La descripción que hace del peligro
islamista cae en el plano de la fabricación de un enemigo imaginario,
indispensable cuando se trata de justificar la guerra contra el
terrorismo. Con su segundo libro Baer flota por sobre la ola de oposición
a la invasión de Irak para conducir al lector nada más y nada menos que
a la aprobación del próximo objetivo, Arabia Saudita, siguiendo un
razonamiento ya visto en Fahrenheit 9/11, de Michael Moore, y que proviene
directamente del Consejo de Defensa del Pentágono.
En el guión de Syriana
se imbrican varias historias en las que aparecen numerosos personajes, en
Oriente y Occidente, ligados todos por un mismo interés. Su construcción,
compleja y fragmentada, desorienta al espectador y lo sumerge en una tensión
palpable. Esto es obra del realizador Stephen Gaghan, ganador de un Oscar
con el guión de Traffic.
Liberal célebre, en el
sentido anglosajón de la palabra (se pronunció firmemente contra la
agresión de Estados Unidos contra Irak), George Clooney hace desde hace años
una triple carrera como actor, realizador y productor. Hace cinco años
fundó con el cineasta Steven Soderbergh una compañía productora cuyo
nombre, Section Eight, es por sí solo todo un símbolo (en Estados Unidos
«Section Eight» es un término militar que designa el licenciamiento por
inaptitud física o mental). Clooney y Soderbergh financian proyectos
originales y ambiciosos, como Far from Heaven (Lejos del Paraíso )
(2003), centelleante homenaje de Todd Haynes a los melodramas sociales de
Douglas Sirk. El año 2005 constituye una etapa más para Section Eight,
que acaba de presentar en Estados Unidos dos películas de carácter
abiertamente político: Good Night, and Good Luck, un retrato, realizado
por el propio Clooney, del periodista Edward R. Murrow, quien contribuyó
a desenmascarar a McCarthy, y Syriana.
La decisión de adaptar a
Robert Baer, halcón particularmente extremista que acredita en sus libros
la famosa tesis del debilitamiento de una CIA supuestamente sacrificada
durante años por el gobierno y por tanto incapaz de prever y
contrarrestar los ataques terroristas, puede resultar sorprendente en el
caso de Syriana. El hilo conductor de las diferentes intrigas del film es
efectivamente Bob Barnes, agente de la CIA inspirado en Baer. Sin embargo,
See no Evil sirve solamente de punto de partida al guión de Stephen
Gaghan, aunque el verdadero Robert Baer aparece brevemente en la película
–como oficial de la CIA… De hecho, la imagen de la agencia es poco
halagüeña: se trata de una organización criminal, secreta y tentacular,
que manipula y asesina a gran escala. Además, la película alude
claramente a la guerra contra Irak, la demasiado real guerra del petróleo.
En las oficinas de la CIA en Washington, Bob Barnes asiste a una reunión
del «Committee to Liberate Iran», organización que reagrupa
responsables políticos, hombres de negocio y agentes de inteligencia.
Referencia directa al Committee for the Liberation of Iraq (CLI) y a la
Coalition for Democracy in Iran, fundada por varios neoconservadores del
CLI y que aún sigue activa. Todo parece indicar, por tanto, que se trata
de una toma de posición contra una de las próximas guerras
estadounidenses: el anunciado ataque contra Irán.
Una parte de la historia
de Syriana parece entonces una verdadera acusación contra la CIA y los métodos
de Washington. Una de las últimas imágenes del film muestra el «golpe
quirúrgico» que desencadena la CIA para deshacerse del «antiestadounidense»
Nasir. Abandonado por la agencia, Bob Barnes se da cuenta de que lo han
estado manipulando durante toda su vida y trata de prevenir al príncipe,
y desaparece con él, pulverizado por un misil.
Sin embargo, George
Clooney niega la sinceridad de este mensaje cuando afirma en las notas de
producción: «Uno de los aspectos de la historia de Bob [Barnes] es el
desmantelamiento sistemático de la CIA y sus consecuencias. El resultado
es que en el Medio Oriente quedan pocos agentes que hablen árabe, lo cual
es peligroso. El concepto era el siguiente: como la Guerra Fría se acabó,
no necesitamos ya redes de vigilancia ni agentes en el terreno. Así que
Bob se encuentra atrapado en una verdadera operación de reducción de
personal.».
Primera paradoja
inquietante en una película que da una imagen extremadamente sombría de
la sociedad estadounidense.
Las gigantescas ganancias
de las compañías petroleras dan lugar, lógicamente, a la corrupción y
a intrigas de poder. Pero es el sistema económico y político en su
conjunto el que está corrompido, mientras que el control del oro negro
justifica sutiles relaciones incestuosas entre el Estado, los servicios
secretos, el sector jurídico y las multinacionales. En una escena
memorable, un hombre de negocios del mundo del petróleo declama un cínico
elogio de la corrupción. En cuanto a los rejuegos financieros de la
industria petrolera estadounidense, es posible ilustrarlos mediante los
resultados del número uno mundial Exxon-Mobil correspondientes al año
2005: más de 36 000 millones de dólares de ganancias, o sea un monto
superior al PIB de 125 de los 184 países clasificados por el Banco
Mundial.
George Clooney insiste en
una entrevista reciente: «No es un ataque contra la administración Bush,
es un ataque contra el sistema establecido desde hace 60 ó 70 años, en
cuyo centro siempre ha estado el petróleo». Análisis que contradice sus
declaraciones anteriores sobre la CIA, organismo que según él ¡habría
que fortalecer! Leyendo entre líneas, se le podría atribuir un simple
deseo de alternancia. ¿Quizás el regreso al poder de los demócratas
como garantía de la higiene del sistema?
Syriana trata a pesar de
todo de llevar a la pantalla personajes y países generalmente
inexistentes en los productos que salen de Hollywood, menos en los casos
en que resultan útiles a la propaganda barata. Clooney y el realizador
Stephen Gaghan afirman querer mostrar al público estadounidense problemáticas
que generalmente ignora. Hay que señalar el respeto por los diferentes
idiomas, cosa rara en Hollywood; en Líbano se habla árabe, en Teherán
se habla farsi; en el emirato, los inmigrantes pakistaníes hablan urdu. A
la vez, las imágenes han sido rodadas en la medida de lo posible en los
lugares en que se desarrolla la trama. Las escenas del Golfo Pérsico
fueron filmadas en la ultramoderna metrópoli de Dubai y sus alrededores.
Es la primera vez que una producción estadounidense se rueda oficialmente
en ese emirato. Los escenarios que representan lugares de Beirut y Teherán
fueron reconstituidos en Casablanca, oficialmente por razones de
seguridad.
La representación de los
árabes y de la gente del Medio Oriente trata, a veces sin lograrlo, de
evitar la caricatura. Por ejemplo, el príncipe Nasir, uno de los pocos
personajes positivos de la película, encarna la razón y el progreso.
Quiere romper con Estados Unidos, anticipa el agotamiento de los
yacimientos petrolíferos y desea democratizar las instituciones. «¡Es
el nuevo Mossadeg!», exclama con admiración un joven asesor
estadounidense que se entusiasma con sus puntos de vista. La referencia es
deliciosa, y anticipa el desenlace del film…
La película presta
particular atención a la descripción de las condiciones de vida de los
obreros inmigrantes que trabajan en las instalaciones petroleras del
emirato. Albergados en sórdidas barracas, trabajan sin descanso por un
salario miserable, sin que se les reconozca el menor derecho. La historia
sigue a un grupo de pakistaníes. Cuando la Connex realiza los despidos
masivos, el joven Wasim y su padre se quedan simultáneamente sin trabajo
y sin permiso de residencia. La vida cotidiana del joven, entre las
barracas extremadamente calurosas y el deambular por el desierto, toma un
cariz casi documental. Se trata de una realidad de la guerra del petróleo.
Estamos ante un proletariado arrancado a sus raíces y sometido a una
forma moderna de esclavitud. El personaje de Wasim está finamente
dibujado; es un adolescente sensible y dulce, muy conmovedor.
Pero…
es musulmán
Comienzan ahí los límites
del respeto y de la representación supuestamente objetiva. Al perder,
debido al despido, todo derecho de residencia en el emirato, brutalmente
maltratado por la policía, Wasim no tiene ya perspectiva alguna. El
hambre y la desesperación lo llevan a frecuentar con un amigo una escuela
coránica, en la que puede comer gratis. Al principio, la enseñanza
parece moderada. Pero de pronto aparece un religioso más joven y menos
simpático. Inmediatamente se le identifica como un elemento dañino ya
que anteriormente lo hemos visto robarse un misil Stinger. Su aspecto es
impresionante. Se trata de un árabe de ojos azules y mirada solapada. Su
único objetivo es adoctrinar jóvenes reclutas para que cometan atentados
suicidas. La historia de Wasim se convierte entonces en una retahíla de
clichés increíbles. En tiempo record, el adolescente distraído y poco
interesado en la religión se convierte en un fanático que lanzará una
embarcación cargada de explosivos contra el costado de un petrolero
estadounidense. El espectador reconocerá en esta parte una alusión al
atentado contra el navío de guerra USS Cole. Clooney y Gaghan han
afirmado repetidamente que tenían otras intenciones: explicar los actos
terroristas mediante la miseria, la humillación y el ansia de rebelarse y
mostrar a los seres simplemente humanos sacrificados en esos ataques.
Pero, la espectacular transformación de Wasin es simplemente inverosímil.
La pirueta del guionista es tan evidente que hace trizas el objetivo
anunciado. Se trata más bien de confirmar la fantasía de la opinión pública
a la que se le ha inculcado la ecuación terrorista = musulmán, lo que no
impide que tanto el director como su productor estén siendo vilipendiados
en Estados Unidos por haber dado un aspecto simpático a un miserable
terrorista.
Asimismo, el emirato
ficticio es una transposición apenas disimulada de Arabia Saudita. Son
abundantes las similitudes: el viejo emir enfermo recuerda al rey Fahd en
sus últimos días, su grandiosa residencia en Marbella es una réplica de
la que posee la familia Saud, precisamente en Marbella, etc. Así aparece
de nuevo el tema del «pacto con el diablo», de los fatales lazos que
Estados Unidos, con el único objetivo de tener acceso a la explotación
de los yacimientos de petróleo, ha establecido con un reino que apoya el
terrorismo. A este inagotable tema dedicó Robert Baer su segundo libro,
Sleeping With the Devil: How Washington Sold Our Soul for Saudi Crude, del
que la película toma muchos más elementos que de See no Evil. Hay que
preguntarse además cómo es que el conflicto israelo-palestino ni
siquiera se menciona en un film que analiza la situación geopolítica del
Medio Oriente.
Pero,
hay algo peor aún: la parte que se desarrolla en Líbano.
En ella vemos a Bob
Barnes-Clooney, cuya misión es «neutralizar» al príncipe Nasir,
solicitar la protección del Hezbolla. A su llegada a Beirut, lo meten con
los ojos vendados en un auto que debe llevarlo al cuartel general secreto
de Hezbollah. La cámara sigue el vehículo por la calles de un barrio
pobre. Se ve un gran número de hombres armados de guardia sobre los
techos de las casas. Un subtítulo indica: «Barrio de las afueras de
Beirut bajo control del Hezbollah». En un edificio neutral, Barnes es
recibido por un anciano religioso de aspecto respetable que le concede
protección. Después, se pone en contacto con un personaje de dudosa
reputación llamado Mussawi, al que quiere encomendar el asesinato de
Nasir. Pero Mussawi es un traidor –un agente iraní– y somete a Barnes
a torturas. Cuando está a punto de matarlo, el anciano religioso de
Hezbollah entra en la habitación y le ordena que se detenga. Barnes se
desmaya. Al volver en sí, encuentra a su lado una foto del viejo imán
con la inscripción: «Recuerde hacer una donación antes de abandonar
Beirut.» ¿Qué significa todo este fragmento, casi nunca mencionado en
los recuentos del film? ¿ La identificación del Hezbollah con una
organización terrorista sanguinaria? El torturador no es presentado
claramente como miembro de Hezbollah, pero se llama Mussawi, como el
responsable –en la vida real– de Relaciones Internacionales de ese
partido, Nawaf El Mussawi. Uno de los guías religiosos de Hezbollah
interviene con toda calma en pleno «interrogatorio»; al parecer se
encontraba en la pieza contigua. Hay aquí una ambigüedad en la narración,
y por lo tanto en las intenciones del autor; la escena puede ser
interpretada de diferentes formas. Philippe Garnier escribe en la edición
del 22 de febrero del diario Libération: «El único que nos importa es
este escapado de la novela de espionaje de antaño, que viene del frío y
aquí se hace calentar por el Hezbollah, el agente representado por
Clooney (…)». Y la interminable escena de tortura, durante la cual
Mussawi le arranca las uñas a Barnes con una tenaza, es especialmente
atroz, casi insoportable para el espectador. Para más complicación,
Stephen Gagham explicó detalladamente a la prensa su actitud como
guionista y realizador de Syriana. Gagham se presenta como un
estadounidense medio, pero que sigue con pasión la política
internacional. Afirma que cuando Stephen Soderbergh y George Clooney le
confiaron la misión de adaptar See no Evil, se documentó exhaustivamente
sobre el tema. Dice haber hallado el término «Syriana» en el
vocabulario de ciertos think-tanks de Washington como apelativo de la
reestructuración que estos quieren imponer en el Medio Oriente. Cosa
totalmente falsa. Esa palabra no aparece en ningún documento publicado
por los grupos de reflexión cercanos al poder. Max Boot, periodista
furiosamente neoconservador, confirma esto último en un artículo contra
la película (¡que él encuentra favorable al terrorismo!) que escribió
para el diario Los Angeles Times: «Yo trabajo en un think-tank que tiene
una gran oficina en Washington y no he oído nunca ese término.». «Syriana»
es en realidad el nombre histórico del proyecto para la construcción de
la Gran Siria, que reúne alrededor de ese país al Líbano, Palestina y
Transjordania.
También con el objetivo
de documentarse, Gaghan viajó durante meses por Europa y el Medio Oriente
junto a Robert Baer. Supuestamente, Baer lo puso en contacto con cierto número
de personas y organizaciones que formaban parte de su red de contactos de
trabajo para la CIA. El cineasta insiste en la gran variedad de puntos de
vista que recogió. Interrogado sobre Hezbollah, se declara bastante
impresionado por su experiencia, sin decir si está de acuerdo o no con la
doctrina del partido libanés. El relato de su entrevista con un dirigente
oficial tiene un carácter fantástico. Afirma que, desde el momento mismo
de su llegada a Beirut, recibió una llamada a su teléfono celular. Un
contacto de Robert Baer le da cita para unos minutos más tarde. Al llegar
al lugar fijado, lo meten en un auto, le vendan los ojos mientras le
hablan en árabe, idioma que él no entiende. Muerto de miedo, comienza a
preguntarse si va a ser víctima de una ejecución sumaria. Al cabo de un
viaje secreto, lo introducen en un viejo edificio donde es recibido por un
anciano de 80 años. Se trata de Mohamed Hussein Fadlallah, guía
espiritual del Hezbollah. Cortés y carismático, Fadlallah le habla de
las acciones sociales de su partido, específicamente de la creación de
orfelinatos. El cineasta no explica nunca claramente la secuencia libanesa
de Syriana ni el fondo de su significado. Pero cuenta varias veces la
historia de su «secuestro», aventura reproducida de manera prácticamente
idéntica en el film.
Nosotros interrogamos a
varios responsables del Hezbollah sobre las circunstancias del encuentro
entre el realizador Stephen Gaghan y un miembro de esa organización.
Resulta que los hechos fueron totalmente diferentes. El viaje secreto con
los ojos vendados no es más que un invento. Hezbollah es un partido político
libanés con carácter oficial, representado en el parlamento desde hace
varios años, que no necesita todo un montaje teatral para recibir
visitantes extranjeros. Además, Gaghan, que estaba acompañado por otras
dos personas, nunca se entrevistó con Mohamed Hussein Fadlallah sino únicamente
con un secretario del Buró Político y con un cuadro encargado de las
Relaciones Exteriores del Hezbollah. También fue recibido en las oficinas
de Al-Manar, la televisión creada por el partido. lo cual implica que la
secuencia del «Barrio de las afueras de Beirut bajo control de Hezbollah»
–con calles y casas atestadas de hombres armados– es una mentira
total. Las calles de los barrios de Beirut tienen hoy un aspecto
perfectamente común, sin despliegue de fuerzas. ¿Qué ideología
transmiten esas imágenes?
¿Qué
quedará en las mentes de los espectadores?
Syriana es una película
ambigua, hecha de contradicciones. La denuncia del sistema político
estadounidense y de sus guerras por el petróleo es ciertamente positiva
para un público estadounidense desinformado y atiborrado de consignas
sobre el «modo de vida no negociable» de Estados Unidos. George Clooney
se refiere por su nombre al período contestatario de los años 70, en que
Hollywood produjo importantes filmes de acusación como All the
President’s Men (1976) (Todos los hombres del presidente), brillante
reconstrucción del escándalo del Watergate, y The Parallax View (1974)
(El último testigo , que describe un alucinante complot político,
dirigidos ambos por Alan Pakula, o Three Days of the Condor de Sydney
Pollack (1975) (Los tres días del cóndor , célebre denuncia de los crímenes
de la CIA…
Hay que recordar, sin
embargo, que después del 11 de septiembre se produjo un profundo silencio
en la esfera mediática y cultural estadounidense, con muy raras
excepciones. Cuando la enorme envergadura del desastre en Irak y los
efectos de las leyes totalitarias de la administración Bush comenzaron a
romper poco a poco el condicionamiento de la ciudadanía, la necesidad de
desahogarse ante la pesadilla se hizo vital. Actualmente, la mayoría del
pueblo estadounidense se pronuncia contra la continuación de la guerra en
Irak y Bush está desacreditado. Se hace por ello más fácil el rodaje de
películas que contengan algo de crítica. Además, el inesperado éxito
de Farenheit 9/11 de Michael Moore, en 2004, dio que pensar a los grandes
estudios. Si las películas de crítica sobre la política del país
pueden reportar mucho dinero, ¿por qué privarse de ellas? Section Eight,
la compañía de Clooney y Soderbergh, tiene un contrato con Warner Bros.
La Warner esperaba hacer un buen negocio con Syriana, que a pesar de todo
es un excelente thriller en el que aparecen numerosas estrellas, como
George Clooney, Matt Damon, William Hurt, Jeffrey Wright y Christopher
Plummer. Las cifras de la taquilla (más de 45 millones de dólares
durante los dos primeros meses de explotación solamente en Estados
Unidos, frente a un costo de producción de 50 millones) son además más
que apreciables para un film clasificado como «suspenso geopolítico».
Pero, ¿qué van a ver
los espectadores? ¿Un suspense exótico o una película política? ¿Qué
van a retener de la historia? Algunos serán incapaces de ver las
sutilezas. ¿La caracterización de los musulmanes como terroristas en
potencia no es acaso mucho más inquietante para un público condicionado
por el miedo hacia el extranjero que la denuncia de los crímenes
estadounidenses en el mundo? En cuanto a la corrupción del sistema político
en Estados Unidos, esta es ya notoria y considerada a menudo como una
fatalidad. Finalmente, ¿qué debe pensarse de la ambigua presentación
del Hezbollah, movimiento de resistencia surgido durante la guerra del Líbano
y en la actualidad un partido político integrado al sistema político
libanés? En el mejor de los casos, puede vérsele en la película como
una milicia que domina sectores completos de Beirut mediante las armas; en
el peor, como una organización de torturadores enemigos de «América».
El mensaje cinematográfico
de Stephen Gaghan y George Clooney es mal intencionado. No nos dejemos
engañar.
(*) Mireille Beaulieu,
posee un Diploma de Estudios Avanzados en geopolítica y es investigadora
en historia del cine. Programadora de cine, periodista.
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