Cuba
Una
transición incierta
Por
Pablo Stefanoni, desde La Habana
Viento
Sur, febrero 2007
Enviado
por Correspondencia de Prensa, 22/02/07
Las
calles de La Habana vieja se transforman cada día en un hormiguero.
Grupos de ancianos venden el diario Granma; mucha gente mira
las vidrieras con precios en CUC –el peso convertible que reemplazó
al dólar en el turismo, los artículos importados y cada vez más
productos nacionales– y músicos cantan canciones románticas ante
turistas rubios en las mesitas de restaurantes y cafés. La foto de
Fidel Castro abre muchas veces la edición del “órgano oficial del
Partido Comunista de Cuba” pero eso no se traduce en ninguna noticia
sobre su delicado estado de salud, que lo obligó a alejarse
“temporalmente” del poder el pasado 31 de julio y es considerado
“un secreto de Estado”. Los cubanos deben conformarse con los
“partes médicos” del presidente venezolano Hugo Chávez, algún
breve video o versiones procedentes del exterior. El hermetismo
oficial sólo es roto por esporádicas declaraciones de la extensión
de un telegrama, como la pronunciada recientemente por Raúl Castro
luego de inaugurar la feria del libro el 8 de febrero: “Fidel está
al tanto de todo y mejora día a día”. Entre tanto, los cubanos
se dividen entre la resignación de perder a quien los gobernó
durante 47 años y la esperanza de ver nuevamente en su despacho del
Palacio de la Revolución al caudillo socialista de 80 años.
“Todo
dependerá de la suerte”,
dice el conductor de un “cocotaxi” –motoneta que lleva dos
pasajeros, de propiedad estatal– que cada día recorre el Malecón.
Nadie se anima a arriesgar escenarios. Pero en la capital cubana reina
la calma y el dinamismo contrasta con los días negros del “período
especial en tiempos de paz” que siguió a la desaparición de la Unión
Soviética y provocó un derrumbe del PBI del 35% en cuatro años. Eso
se nota en las calles: ya casi no se ven bicicletas, no hay apagones y
la “revolución energética” impulsó el cambio, organizado casa
por casa, de electrodomésticos rusos por chinos de menor consumo.
Cuba se autoabastece hoy del 50% de su consumo de petróleo, extraído
en asociación con empresas transnacionales, frente a la importación
de casi el 100% en los primeros años 90. Uno de los grandes déficits
es el transporte urbano: quienes no tienen auto ni plata para un taxi
deben hacinarse en colectivos o “camellos” –una especie de
remolque con espacio para 300 personas– con escasa frecuencia para
una ciudad de más de dos millones de habitantes. Y esa crónica falta
de transporte –que ahora se intenta paliar con buses chinos– está
haciendo fracasar la campaña para aumentar la disciplina laboral que
se lleva adelante desde enero de este año.
Según
las mediciones oficiales –basadas en una metodología propia que
incorpora variables sociales– la economía cubana creció 12,5% en
2006; con la metodología internacional el guarismo es menor, pero
varios economistas coinciden en que se ubicaría en el orden del 7%.
El talón de Aquiles del modelo es que el crecimiento no incluye a la
industria –que en el quinquenio dorado ’75-’80 logró producir
hasta bienes de capital– ni a la agricultura. Hoy un tercio de la
tierra cultivable no está sembrada y Cuba importa el 50% de los
alimentos que consume. La fuerte flota pesquera cubana quedó en el
recuerdo y el pescado se volvió un bien de lujo, al igual que la
carne vacuna. El turismo encontró un techo y ya no arrastra a la
industria de la construcción: en el actual reanimamiento económico
resultó decisiva la alianza política y económica con Venezuela y
los nuevos vínculos comerciales con China, una de las principales
fuentes de tecnología.
Parte
del boom se explica por la exportación de servicios de salud, que
vuelve superavitaria la balanza comercial con Venezuela. Alrededor de
24.000 médicos cubanos trabajan en las misiones de Hugo Chávez ya no
con la finalidad “internacionalista” de extender la revolución
–como en los 70 y 80 – sino con objetivo de generar las divisas
que necesita la economía cubana además de mejorar los ingresos de
los médicos, que reciben una parte de su salario en el exterior en
divisas. “Es una economía desvertebrada, sin base productiva. El
principal enemigo de la Revolución es el elevado precio de los
alimentos”, dice el economista Pedro Monreal, a cargo del Centro
de Investigaciones de la Economía Internacional. En los medios, el
discurso dominante glorifica que “Cuba pasó a ser una economía
de servicios, que representan el 76% del PIB”.
La
existencia de dos monedas –en una confusa y tensa convivencia–
genera fuertes desigualdades entre quienes consiguen acceder al peso
fuerte provisto por el turismo, las empresas mixtas o las remesas del
exterior y quienes deben conformarse con lo que provee la “parte
socialista” de la economía: servicios de gas, luz y teléfono a
unos pocos centavos de dólar por mes, salud y educación gratuitas y
una cartilla de racionamiento con bienes básicos que duran entre una
y dos semanas. De ahí nació un dicho popular: “Hay que tener
f.e. en el socialismo”. Pero no se trata del espíritu sino del
bolsillo: “familiares en el exterior” para acceder a las ansiadas
divisas que el gobierno recibe y a cambio de las cuales entrega pesos
convertibles. Con ellos se puede comprar en “la shopping”, tiendas
en divisas de diversos rubros, desde quioscos hasta peluquerías o
restaurantes a precios casi europeos. Algunas estimaciones dicen que
“la libreta” aporta el 50% de los alimentos, el mercado libre en
moneda nacional el 25% y el mercado libre en CUC el 25% restante.
“El
CUC es una moneda fantasma, el Estado –que emplea al 80% de la
población– paga en pesos cubanos pero cada vez más productos se
venden en CUC”,
dice un habanero de unos 35 años que recién consiguió un puesto en
una línea aérea internacional pero utiliza su auto como taxi en el
tiempo libre. “Los cubanos inventan formas de conseguir CUC”,
continúa el “cocotaxista” que cobra el equivalente a 6 dólares
por un viaje de 10 minutos. Y entre los inventos está la corrupción
masiva que emerge por todos los poros de la “economía
planificada”. Antes de enfermarse, Fidel Castro organizó grupos de
“trabajadores sociales” muy jóvenes –muchos procedentes de los
sectores más pobres de la población sin acceso a la universidad– a
quienes puso a controlar las gasolineras, donde grandes cantidades de
combustible eran desviadas al mercado negro. Hoy se los ve por todas
partes, vestidos con camisetas rojas, reemplazando electrodomésticos
en el marco de la revolución energética u organizando la feria del
libro.
“Los
trabajadores sociales dependían directamente de Fidel, se enmarcan
dentro de lo que él llama la batalla de las ideas para dar un nuevo
impulso al proceso revolucionario”,
dice Celia Hart, hija del dirigente histórico Armando Hart y una de
las pocas lectoras y seguidoras de las ideas de León Trotsky en la
isla.
En
las puertas de tiendas de distintos rubros, como materiales de
construcción o repuestos para automóviles, otros grupos de jóvenes
ofrecen a los potenciales compradores el mismo producto, pero más
barato. Son literalmente los “mismos productos”, que fueron
desviados hacia el mercado negro. Allí también se consiguen los
decodificadores para ver la televisión por cable, y más que todo las
telenovelas que pasa el canal 23 de Miami, con más aceptación que la
propaganda contrarrevolucionaria. “Un vecino se conecta y le
vende el servicio al resto de la cuadra, que está obligada a ver el
canal que pone el dueño del cable, quien normalmente elige de acuerdo
a los gustos de la mayoría”, explica una joven que trabaja en
el Ministerio de Cultura y viajó a Venezuela y Bolivia en el marco de
la cooperación que se abrió con el ALBA (Alternativa Bolivariana
para las Américas). Dice que la conducta de los cubanos ante la
enfermedad de Fidel es “esperar”, y que muchos creen que “no
es momento de abrir debates para no dejar flancos abiertos al
enemigo”. Ese enemigo tiene acá nombre y apellido: Estados
Unidos, a escasos 160 km de las costas cubanas.
Basta
pasar por la Oficina de Intereses –que hace las veces de embajada–
en el Malecón habanero, para ver la expresión gráfica de esta
guerra fría que lleva ya medio siglo e incluye un embargo letal para
la economía nacional. Un bosque de banderas (138, por cada año de
lucha desde la independencia) fue construido el año pasado para tapar
los carteles luminosos que pusieron, provocadoramente, desde el quinto
piso de la legación diplomática con frases en defensa de la libertad
y noticias internacionales. “Patria o muerte, venceremos”,
dicen las letras que apuntan hacia el edificio fuertemente custodiado
por la policía cubana. A escasos 30 metros, otros carteles rezan: “Señores
imperialistas, no les tenemos absolutamente ningún miedo”,
comparan a Bush con Hitler o imitan la gráfica del cine: “próximamente,
El asesino”, dice uno de ellos, donde se ve a Bush junto a
Posada Carriles, denunciado por Cuba por el atentado contra un avión
de Cubana en 1976 y actualmente preso en EE UU que se niega a
extraditarlo.
Aquí
casi todos apuntan a la salud y a la educación como las
“principales conquistas de la revolución”, sin embargo, muchos
cubanos se quejan de que los medicamentos son caros o a menudo deben
comprarlos en el mercado negro y en CUC, de que una gran parte de los
médicos se fueron a misiones en el exterior y de que la educación
bajó de calidad y está saturada de propaganda. De ahí que mucha
gente pague maestros particulares para llenar los baches. “Yo
avisé boca a boca que daba clases y en pocos días me llamaron 20
aumnos”, añade la joven consultada, quien participó con varios
amigos artistas y académicos de la reciente “revolución de los
mails”, un movimiento nacido como reacción de varios referentes
culturales—como el premio Nacional de Literatura Desiderio
Navarro—contra la aparición en las pantallas de TV de Luis Pavón,
director del Consejo Nacional de Cultura entre 1971 y 1975. Esos años
son conocidos como el “quinquenio gris” y recuerdan el predominio
del realismo socialista en el arte y el silenciamiento de varios
intelectuales. El mencionado grupo de jóvenes coincide en la ausencia
de espacios para socializar los debates sobre la coyuntura que vive la
isla y hablan del fracaso del “socialismo de cuartel”. El propio
congreso del PCC es postergado desde 2002 y el debate de ideas está
ausente en los medios.
“Esta
es una sociedad acostumbrada a no reclamar por sus derechos, los
canales están oxidados. Ni siquiera funcionan los sindicatos, que son
apéndices de las direcciones de las empresas. Cualquier huelga es
inmediatamente considerada contrarrevolucionaria”,
dice otro de los jóvenes, que trabaja en un instituto de investigación.
La información es uno de los bienes escasos de la isla. El acceso a
internet se limita a hoteles –más de cuatro dólares los quince
minutos--, algunas empresas y centros académicos, según el gobierno
debido al bloqueo que impide el acceso a los canales internacionales
de fibra óptica que próximamente brindará Venezuela. La cadena
Telesur –de la que Cuba es copropietaria– no transmite en la isla
más de una hora diaria en un compendio convenientemente editado. Y
los medios locales, tanto la TV como los diarios Granma, Juventud
Rebelde o Trabajadores provocan chistes populares, como que “cada
día la nueva noticia del Granma es el cambio de la fecha”. Uno
de los escasos espacios de discusión son revistas como Criterio,
Temas o El Caimán barbudo, que abordan cuestiones otrora tabúes
como la homosexualidad o la discriminación racial contra los
afrocubanos.
“El
problema es que en los 90 se instaló en mucha gente la sensación de
que el capitalismo funciona mejor que el socialismo y la evidencia
eran pequeños emprendimientos privados como los paladares
(restaurantes de algunas pocas mesas) o actividades por cuenta propia,
como los plomeros. Lo mismo ocurrió entre los ejecutivos de los
sectores abiertos a la inversión extranjera. Para ellos el modelo
alternativo ya está inventado: es el capitalismo”,
explica Monreal. En 2003, el gobierno caminó sobre sus pasos, eliminó
varias de las medidas que liberalizaron las actividades de los
cuentapropistas y recentralizó la gestión empresarial.
En
la nomenclatura no son pocos quienes apuestan a la vía china:
partido único con capitalismo (obviamente sin la capacidad industrial
exportadora de esta última). Los elogios al gigante asiático y a
Vietnam no escasean en la cúpula oficial y muchos creen que ésa es
la apuesta de Raúl Castro, históricamente considerado el “ala
prosoviética” del gobierno. Mientras en Bolivia y Venezuela hay
quienes temen una “cubanización”, en Cuba algunos se entusiasman
con la “venezuelización” o “bolivianización” de la isla: “Los
procesos en esos países, con prácticas sociales participativas, podrían
mostrar un camino alternativo al modelo chino o a la restauración
lisa y llana del capitalismo. Podría mostrar que es posible un
socialismo diferente: nosotros, como los viejos, aportaremos nuestra
historia, pero Venezuela y Bolivia nos ayudarán con experiencias de
vida”, resume Hart.
Pero
el debate sobre la transición es un secreto de Estado aún más
fuerte que la salud de líder cubano.
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