Hambre
y biocombustibles
¿Cuál
es la prioridad del estado mexicano
sobre el maíz?
Por
Alejandro Villamar
ALAI,
América Latina en Movimiento, 16/02/07
¿Llenar
millones de autos con etanol, o llenar millones de estómagos,
incluyendo de desnutridos, y conservar economías y culturas que no se
compran en ninguna gasolinera, ni planta industrial del mundo?
A
raíz de un aumento del precio del maíz amarillo en los Estados
Unidos, debido, se dice, al aumento de la demanda para derivarlo a las
plantas productoras de etanol, algunos funcionarios mexicanos, sin
reparar en la responsabilidad que tienen para definir una política de
Estado que beneficie a la mayoría de nuestro país, responden automáticamente
a la propuesta de algunos poderosos sectores agrícolas que sueñan
con sacar jugosas ganancias de esa nueva situación del mercado de
EE.UU.[1]
Sin
embargo, la pregunta obligada es si acaso en México vivimos situación
similar a la de EE.UU. para responder con parecida política, o la política
del Estado mexicano debe responder a las particularidades propias para
que verdaderamente alcancemos resultados exitosos, de los que están
ayunos la mayoría de los productores rurales, de campesinos e indígenas.
La
situación productiva, social y mercantil del maíz y otros granos en
Estados Unidos es diametralmente opuesta a la de México. En EE.UU. la
administración ha adoptado una nueva estrategia multinanual de
producción masiva de biocombustibles, sobre todo de etanol, a partir
de maíz en su primera etapa, como parte de una política de objetivos
múltiples. Los objetivos más publicitados han sido encaminarse a
disminuir su dependencia de abasto externo de combustibles y sustituir
unos combustibles por otros más sustentables, supuestamente menos
contaminantes y más saludables.
Sin
embargo, este país principal productor mundial de granos apoyados por
enormes subsidios gubernamentales, también se enfrenta al reto de
colocar sus grandes excedentes subsidiados en el mercado mundial,
provocando un comercio desleal que viola reglas internacionales,
destrucción de productores en otros países y obstáculos a la creación
de un marco internacional de comercio multilateral.
Canalizar
o re–dirigir sus excedentes al mercado interno resulta una distensión
de una parte del conflicto internacional y una oportunidad de darle
alternativa a sus sectores beneficiados por el gran agro–negocio
industrial, e incluso levantar esperanzas de satisfacer demandas de
otros productores familiares o pequeños y regiones que exigen atención.
No
obstante, el desarrollo de esa estrategia estadounidense, como de
otras naciones como Brasil o la Unión Europea, requiere superar múltiples
obstáculos y objeciones tanto políticas, como ambientales y sobre
todo de naturaleza socio–económica, que también México debe tener
en cuenta.
Existe
un sobre dimensionamiento o exageración sobre la contribución que el
etanol hace en materia de independencia energética y ambiental y
reducción de costos. Los cálculos académicos estadounidenses
indican que aún dedicando toda la producción de granos, tan sólo se
cubriría el 12 % de la demanda energética total; mientras no cambie
la política y el modelo de derroche energético (matriz energética
de producción–consumo) seguirá la dependencia y fuente principal
de la producción de gases de invernadero, principal responsable del
cambio climático y los daños globales.
La
producción de etanol y su uso está lejos de caracterizarse como
proceso no–contaminante. Recientemente, el 7 de febrero, el Premio
Nobel Mario Molina afirmó en la Cámara de Diputados que la producción
de etanol es contaminante, contribuye con más CO2, y es
insignificante lo que se gana en energía neta. Además su producción
requiere un gran consumo de agua (en proporción, para cada unidad de
etanol se requieren 6 de agua); actualmente la producción de etanol
no es realmente rentable y por ello se canalizarán enormes subsidios
gubernamentales, objetivo evidente de las grandes monopolios de
producción, comercialización y biotecnología. Finalmente, cada día
crece el cuestionamiento social sobre la naturaleza irracional de usar
granos alimenticios para alimentar motores, y se apunta a la necesidad
de intensificar la investigación para usar celulosa de hierbas o
desechos para obtención de biocombustibles.
A
diferencia de Estados Unidos, México tiene una frágil suficiencia en
maíz blanco y un creciente déficit en granos forrajeros y
oleaginosos. Y si en EE.UU. el uso industrial de maíz y otros granos
es una forma de manejo de la gran oferta y sus excedentes, el reto en
México es lo contrario: incrementar la oferta nacional para
satisfacer la demanda doméstica alimentaria, forrajera y
agroalimentaria manufacturera.
A
México le urge tener una oferta alimentaria estable y accesible para
disminuir los altos grados de desnutrición, sobre todo infantil, de
muy numerosas y socialmente sensibles comunidades indígenas y no indígenas,
creación de empleos dignos y mejoramiento del bienestar comunitario
en el espacio rural y también retomar una estrategia de política
estatal para disminuir el grado de dependencia alimentaria que ha
alcanzado niveles políticos y de presión internacional muy sensibles
y peligrosos.
El
círculo vicioso que se integra entre la pobreza y la desnutrición,
como entre desempleo y exclusión social, es muy clara en amplias
regiones del país y no sólo es un problema de justicia social y
gobernabilidad, también es parte de las debilidades estructurales
para fortalecer un mercado interno, mejoramiento de salud y protección
de cultura y biodiversidad, y compromisos internacionales asumidos
oficialmente.
En
términos económicos, actualmente en México una política de
subsidios a la producción de etanol significaría actualmente desviar
los escasos recursos gubernamentales a proyectos no prioritarios ni
estratégicos.
Además,
la estrategia de producción de etanol de algunos grupos
empresariales, no únicamente se orienta a recibir recursos
gubernamentales, ni a exportarlo, sino, por una parte y bajo el muy
dudoso y muy cuestionado argumento de aumento de la productividad
mediante el uso de semillas transgénicas, se busca consolidar el
control monopólico y tecnológico de los insumos básicos; se calcula
que, después que el gobierno de V. Fox terminó de destrozar la
empresa estatal (PRONASE) comercializadora de semilla nacional, ahora
cerca del 90 % de las semillas mejoradas de maíz son controladas por
la trasnacional Cargill y sus similares; y por la otra parte, ante el
deseo de que se legisle conforme sus intereses privados y se vuelva
obligatorio el uso de un determinado porcentaje de etanol en el
transporte, esos productores en alianza estratégica con capital foráneo,
aspiran también al control monopólico de producción e importación
de biocombustibles y sentar las bases para desplazar a PEMEX.
Pero
si en términos económicos no existen similitudes entre México y
EE.UU. mucho menos los hay en términos de cultura, historia,
identidad y comunidad alrededor de la creación, recreación y
sobre–vivencia en torno al maíz. Ya sabemos que esos valores,
mientras no se les vea con "ojos de dólares" no valen nada
para el libre mercado y los mercaderes y especuladores de siempre. Sin
embargo, esos son los valores centrales a partir de los cuales hemos
sido país y hemos construido una identidad y singularidad como país
y como comunidad. Siete mil años de historia de maíz son raíces muy
profundas que ninguna moda mercantilista, vestida con falsa tecnología
y adornada con retórica ambientalista puede ignorar y mucho menos
borrar.
En
síntesis, la copia dogmática de este modelo de biocombustibles para
México es una equivocación política por su carácter disruptivo,
inequitativo e insustentable.
La
mayoría de sus propósitos son objetivos de política privada y de
lucro que se desea presentar como objetivos de política pública,
pero no desean asumir los costos sociales, ambientales y políticos
que conlleva.
Por
todas esas razones, llegó la hora de exigir una verdadera discusión
pública y democrática sobre una verdadera y conveniente política de
Estado sobre maíz y biocombustibles.
Nosotros,
lo mismo que la mayoría de las organizaciones campesinas e indígenas
de este país, exigimos que la política de Estado responda al legítimo
interés de la Nación, no de intereses facciosos, antisociales y
anticulturales.
Reafirmamos
nuestro respaldo y solidaridad al grito popular de que sin maíz no
hay país.
Nos
pronunciamos por un país con maíz porque el uso prioritario del maíz
siga siendo alimentario, creado, recreado y apropiado por nuestr@s
campesin@s.
Nota:
(*)
Dr. Alejandro Villamar, de la Red Mexicana de Acción frente al Libre
Comercio.
[1]
Esta pendiente de dictamen final en la Comisión de Agricultura de la
Cámara de Diputados, una iniciativa de Ley de Promoción de los
Biocombustibles, promovida por un abanico de actores privados y
legisladores y crecientemente cuestionada por otras organizaciones
campesinas y sociales.
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