La
dolarización:
El debate prohibido para la Constituyente
Por
Pablo Dávalos (*)
ALAI (América Latina en Movimiento), 04/05/07
Una espada de
Damocles amenaza a la democracia ecuatoriana y al multitudinario apoyo
del pueblo ecuatoriano para la realización de la Asamblea
Constituyente. Una amenaza que, paradójicamente, es vista como
oportunidad e incluso como una garantía de estabilidad. Se trata de
la dolarización.
Desde el año 2000 en
el que se impuso la dolarización, su tarea ha sido la de ir minando
al país: ha destruido la pequeña producción campesina poniendo en
riesgo la soberanía alimentaria. Ha destruido la pequeña y mediana
producción industrial, generando desempleo y pérdidas de ingreso a
miles de familias. Ha desquiciado al sistema de precios con
distorsiones que han multiplicado por diez a la canasta familiar en
menos de una década y ha destrozado la capacidad adquisitiva del
salario que apenas cubre menos de un tercio de esta canasta básica.
Ha provocado un
profundo intercambio desigual entre el sector rural y el sector
urbano. Ha incentivado una deriva consumista que se refleja en el
mayor déficit comercial en toda la historia del país, un déficit
oculto por los altos precios del petróleo. Ha provocado una enorme
migración de ecuatorianos en búsqueda de trabajo en el extranjero.
Ha polarizado la
concentración del ingreso, al extremo que el 20% más rico de la
población dispone de más del 50% de la renta nacional, mientras que
el 20% más pobre no llega a participar ni del 4% de la renta
nacional. Ha incentivado los comportamientos rentistas de sectores
medios de la población, y la demanda de asistencialismo en los
sectores más pobres. Ha transformado el mercado financiero doméstico
que ahora cobra tasas de interés desmesuradas en dólares, e
incentiva la fuga de divisas y el endeudamiento externo agresivo por
parte del sector privado, que recuerda a aquel proceso de los años
setenta que condujo a la crisis de la deuda externa.
En el altar de la
estabilidad el país sacrificó sus opciones y para salvar la moneda
se sacrificó a la sociedad. Empero, y de manera paradójica, el
debate sobre la dolarización es una cuestión casi prohibida. Se
convierte en tema tabú. Se discute sobre la Asamblea Constituyente
con una pasión democrática que es correlativa y proporcional al
silencio que se impone a la discusión sobre la dolarización.
Es como si la
dolarización no existiese. Como si al ser tocada por la discusión
sobre la Asamblea Constituyente, la magia de la estabilidad económica
pudiese desaparecer de forma instantánea.
Pero los hechos son
tenaces, decía alguien cuyo nombre en estos tiempos de socialismo del
siglo XXI es preferible obviar. Y esos hechos nos muestran una economía
en descalabro y una sociedad fracturada, y un esquema monetario que
empieza a hacer aguas y cuyo colapso, a más de inminente, parece más
próximo de lo que quisiéramos.
Es de preguntarse
entonces: ¿por qué tanto silencio sobre un tema tan importante? ¿Por
qué tanto miedo por algo que nos compromete de manera tan radical? ¿Por
qué el debate sobre la Constituyente excluye un tema tan crucial para
el país como la dolarización?
Si la dolarización
está destruyendo la economía y la sociedad ecuatoriana ¿por qué no
aprovechar el momento político creado por la Constituyente para una
salida ordenada de la dolarización? ¿Por qué aquellos que antes
denostaban la dolarización, y con justa razón además, ahora por el
hecho de estar en el gobierno aparecen como sus más tenaces
defensores? ¿Es la dolarización solamente un tipo de cambio fijo
basado en la sustitución monetaria, o es algo más? ¿Si cambiar la
moneda de un país fuese buen negocio, porqué ningún país de América
del Sur lo ha intentado?
Esta negación a
debatir sobre una salida ordenada de la dolarización acota los términos
de la reforma política que se pretende realizar al tenor de la próxima
Asamblea Constituyente. Porque no sería justo para el enorme
movimiento ciudadano que lo respalda y por todas las expectativas que
se han provocado, que la Asamblea solamente trate temas de forma, como
la despolitización de los órganos de control, de justicia o de
elecciones; y deje de lado los temas de fondo como la dolarización y
el modelo económico.
Porque la dolarización
no es solamente un esquema monetario que otorga certezas para
decisiones económicas en el corto y mediano plazo, sino que es el
centro de gravedad del modelo neoliberal. Y el modelo neoliberal no se
reduce a un conjunto de recomendaciones en política fiscal, sino a la
readecuación de las relaciones de poder en beneficio del capital
financiero. Porque si no se sale de la dolarización en forma
ordenada, no se ha cambiado el modelo económico neoliberal y las
relaciones de poder que le son inherentes.
Quizá esto pueda
parecer retórica, y quizá no pueda visualizarse la complejidad de lo
que significa el modelo económico neoliberal, hasta que la dolarización
finalmente colapse. Solo en esa circunstancia quizá pueda entenderse
lo que significa realmente el modelo neoliberal, cuando los sectores
medios de la población sean los más golpeados por la salida de la
dolarización, y hayan descubierto que la Asamblea Constituyente, en
la que tanto empeño y energías pusieron, finalmente no les servirá
para defenderlos en esa crisis.
El colapso de la
dolarización, si la Asamblea Constituyente no toma al respecto los
correctivos necesarios, implicaría, al menos, tres fenómenos de alto
costo para los mismos ciudadanos que ahora se movilizan por la
Constituyente: el primero es el enorme costo de seguir asumiendo y
pagando deudas en moneda dura, en la ocurrencia el dólar, con una
moneda débil, es decir, la moneda que reemplazaría al dólar. Para
cubrir esa diferencia, la única posibilidad es reducir el consumo
familiar e incrementar los ingresos, en un ambiente de recesión económica,
es decir, de pérdidas de empleos por falta de inversión.
El segundo fenómeno,
hace referencia a la presión por la devaluación que harán los
grupos de poder sustentados en la agroexportación; y, el tercero, es
la crisis del endeudamiento externo privado que transferiría los
costos de ese endeudamiento al Estado, un proceso que el país ya lo
vivió a inicios de la década de los ochenta con la sucretización de
la deuda externa privada. Hay que indicar, además, que los bancos no
van a perdonar sus créditos en dólares y que serán los primeros en
trasladar los costos de la devaluación a la tasa de interés,
provocando más recesión y encareciendo más los créditos.
Para solventar los
costos de esa crisis el gobierno tendría que adoptar un paquete de
ajuste estructural, de aquellos definidos precisamente por el FMI, si
no quiere que el costo de la salida de la dolarización implique una
hiperinflación. Y el riesgo de la hiperinflación es real porque
aquello que da sustento a la producción interna y que puede
garantizar la estabilidad de la moneda nacional, ha sido destruido
precisamente por la dolarización.
Las clases medias
ecuatorianas intuyen el descalabro que significaría el fin de la
dolarización. Estas clases medias, que son el soporte del movimiento
ciudadano que presiona por la Asamblea Constituyente, quieren que la
reforma política les garantice algo imposible: la estabilidad económica
de la mano de la dolarización.
Por ello han puesto
entre paréntesis a la dolarización. Porque saben que la estabilidad
a la que apelan tiene su fundamento en el esquema monetario de la
dolarización. Por ello también su insensibilidad con otros sectores
de la población que ven en la dolarización una amenaza, como los
campesinos, el subproletariado y los indígenas.
Estos sectores han
sido invisibilizados del debate sobre la reforma política, porque sus
intereses no coinciden con aquellos de las clases medias. Empero, las
clases medias confunden su deseo con la realidad. No porque hayan
cerrado toda discusión posible sobre la dolarización, ésta va a
mantenerse de manera indefinida. No porque la hayan puesto entre paréntesis,
la dolarización continuará dando piso al consumo y al rentismo de
las clases medias. Hay límites para ello, y las clases medias lo
intuyen. La historia conspira contra ellas. Los tipos de cambio fijo
no son eternos. La estabilidad tan cara para sus expectativas es
apenas una ilusión momentánea que se genera desde el poder.
En efecto, el sistema
mundo capitalista ya conoce las consecuencias de lo que significan los
tipos de cambios fijo, y la dolarización es uno de ellos. Estado
Unidos no pudo sostener su tipo de cambio fijo basado en el patrón
oro. Argentina tampoco pudo sostener la convertibilidad. No existe en
la historia moderna, una sola sociedad que haya podido sostener de
manera indefinida un tipo de cambio fijo. La experiencia empírica nos
dice que los tipos de cambio fijo se agotan en el tiempo, cuando han
cubierto todas las expectativas creadas y cuando se acaba el
sacrificio que la sociedad hizo para financiarlo.
¿Entenderán las
clases medias ecuatorianas las lecciones de la historia? Si la
dolarización colapsa en medio de su búsqueda desesperada de
estabilidad, ¿harán de la “izquierda” que ahora está en el
gobierno la víctima propiciatoria de sus propios errores? ¿buscarán
en la derecha más retrógrada el amparo para su estabilidad perdida y
harán tabula rasa del texto constitucional de aquella Asamblea
Constituyente que ellas mismas ayudaron a crear?
(*)
Pablo Dávalos es economista y profesor universitario ecuatoriano.
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