¿Del
Mercosur al Mercoetanol o Mercosoja?
Por
Víctor Ego Ducrot
Ecoportal.net, 13/07/07
Los agrocombustibles
NO son limpios NI protegen al medio ambiente: “cada tonelada de
aceite de palma que fundamentalmente se produce en Indonesia y
Malasia, emite tanto o más gas carbónico que el petróleo. El etanol
producido a partir de la caña de azúcar cultivada en selvas
tropicales desmontadas emite un 50 por ciento más gases con efecto
invernadero que la producción y la utilización de la cantidad
equivalente de nafta”.
La decisión brasileña
de avanzar en el programa alentado por EE.UU. y las corporaciones
petroleras y agroalimentarias es una amenaza de más neoliberalismo y
menos cambios.
Parece que la mesa
está servida, pero sólo para Estados Unidos, Europa y el complejo
corporativo que forman las agroalimentarias y las petroleras. La
semana pasada, Petrobrás y la portuguesa Galp firmaron un acuerdo
para la producción de 600.000 toneladas anuales de aceites vegetales
en Brasil y la comercialización y distribución de biodiesel en el
mercado portugués y en el resto del Viejo Mundo.
El proyecto,
anunciado en Lisboa durante la primera reunión empresarial Unión
Europea–Brasil, en el marco de una cumbre con las máximas
autoridades oficiales de ambas partes, implica la producción de
300.000 toneladas de aceites vegetales para ser procesadas en las
refinerías de Galp Energia. Las restantes 300.000 toneladas serán
destinadas a la producción de biodiesel para exportación a Portugal
y al resto de Europa, informaron varios medios de prensa
internacionales.
Petrobrás calificó
a la asociación con Galp de "promisoria", ya que las
previsiones de producción de biodiesel de Brasil en 2008 "genera
disponibilidades de exportación casi inmediatas". Brasil es líder
mundial en producción e investigación de biocombustibles, sobre todo
en el etanol fabricado a partir de la caña de azúcar.
"Con este
acuerdo, Galp Energía da un paso decisivo en la concreción de su
estrategia de biocombustibles y contribuye al posicionamiento de
Portugal en el liderazgo de la producción de segunda generación",
indicó la corporación lusitana en un comunicado oficial.
La Unión Europea
(UE) debe cumplir con un marco regulatorio que determina la utilización
de un 10 por ciento de biocombustibles antes de 2010. Por su parte, el
presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula Da Silva, sostuvo que el
acuerdo de su país con la UE es “estratégico”.
Claro, que los líderes
políticos y corporativos se abstuvieron de reconocer que si ese
proyecto, impulsado por el gobierno estadounidense de George W. Bush y
las transnacionales se impone, una vez más los países en desarrollo
financiarán la abundancia de las potencias centrales, con efectos
letales para las sociedades del Sur.
Europa aspira a que
los agrocombustibles satisfagan algo menos del 6 por ciento de la
energía que necesitarán los transportes terrestres en 2010, y un 20
por ciento en 2020. Por su parte, Estados Unidos se propone una
producción de 35.000 millones de barriles por año.
Para alcanzar esas
metas, Europa debería comprometer el 70 por ciento de su superficie
cultivable y, en Estados Unidos, la totalidad de las cosechas de maíz
y soja tendrían que ser utilizadas para la elaboración de biodiésel
o etanol, lo que provocaría una hecatombe alimentaria en el opulento
mundo del Norte.
“Es por eso que los
países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico
(OCDE) miran al hemisferio Sur para cubrir sus necesidades”,
sentenció Eric Holtz–Giménez, director general de “Food First,
Institute for Food and Development Policy” (Estados Unidos), en un
notable artículo publicado por la revista Le Monde Diplomatique, el
mes pasado.
Lula acaba de
considerar a los agrocombustibles como "la revolución del siglo
XXI" por su "indiscutible” cualidad de ser más limpios y
ayudar a reducir la contaminación. Sin embargo, el mismo Le Monde
Diplomatique recordó exactamente lo contrario.
Los agrocombustibles
NO son limpios NI protegen al medio ambiente: “cada tonelada de
aceite de palma que fundamentalmente se produce en Indonesia y
Malasia, emite tanto o más gas carbónico que el petróleo. El etanol
producido a partir de la caña de azúcar cultivada en selvas
tropicales desmontadas emite un 50 por ciento más gases con efecto
invernadero que la producción y la utilización de la cantidad
equivalente de nafta. Los cultivos industriales destinados a los
combustibles necesitan enormes esparcimientos de abonos producidos a
partir de petróleo”.
Algunas
interpretaciones provenientes de los medios de prensa vinculados al
poder económico corporativo, como el diario Clarín, de Buenos Aires,
concluyen que Lula aspira a que sus acuerdos con la UE flexibilicen
las posiciones de Estados Unidos, que aunque proclamado socio estratégico
de Brasil, no disminuye las trabas aduaneras a los agrocombustibles
del país sudamericano.
“Esa disposición
(la que surge de los acuerdos Brasil–UE) marca una diferencia con
los resultados que obtuvo el presidente Lula en sus dos últimos
encuentros con Bush. Con éste no logró superar la discusión de las
barreras que Estados Unidos impone al alcohol de origen brasileño que
se usa en las naftas. En las citas de marzo, Bush se mostró categórico:
la venta de etanol brasileño recién puede aspirar a ver liberadas
las trabas en 2009, esto es, después que él mismo deje el
gobierno”, sostuvo Clarín la semana pasada.
Ni Lula, ni Bush, ni
la UE, ni los medios de comunicación hegemónicos quieren recordar
que, por ejemplo, la Organización de Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO) reconoce lo siguiente: “como
consecuencia de la pobreza, 824 millones de personas en el mundo
sufren hambre, pese a que en el planeta se producen alimentos
suficientes como para que cada uno de sus habitantes cuente con una
ración diaria de 2.200 calorías”.
En tanto, el
“Internacional Food Policy Research Institute”, de Washington,
estimó que, si se pone en ejecución la estrategia agrocombustibles,
el precio de los alimentos básicos aumentará entre un 20 y un 33 por
ciento en 2010 y entre un 26 y un 135 por ciento en 2020.
“Con cada aumento
del 1 por ciento en el precio de los alimentos, 16 millones de
personas caen en inseguridad alimentaria. Si la tendencia actual
continúa, 1.200 millones de habitantes podrían sufrir hambre de
manera crónica para 2025”, afirmó Holtz–Giménez.
Al calor de proyecto
agrocombustibles vienen registrándose operaciones de concentración
creciente en el sector soja, uno de los más “dinámicos” en los
países del Mercado Común del Sur (MERCOSUR).
En ese sentido
resulta curioso que, habiendo obtenido una cosecha sojera récord
(47,5 millones de toneladas), Argentina haya incrementado en forma
geométrica durante el primer semestre del año las importaciones de
poroto de soja desde Paraguay, convirtiéndose en el principal cliente
del país guaraní.
La Bolsa de Rosario
(ciudad argentina donde se concentra buena parte de la industria
transnacionalizada del sector) estimó que 1,5 millones de toneladas
paraguayas se sumarán a lo producido en Argentina, informó el pasado
lunes el diario Clarín.
Soja y
agrocombustibles son partes complementarias de un modelo que tiende a
derivar la producción agrícola hacia el mercado de los
“commodities”, alejándola de las necesidades de soberanía y
seguridad alimentaria de las sociedades del MERCOSUR.
Es en esa estrategia
donde las corporaciones petroleras, de la alimentación y financieras
han decidido asociarse, y por supuesto que Petrobrás y la portuguesa
Galp no están solas.
“La rapidez con que
se opera la movilización de capitales y la concentración de poder en
la industria de los agrocombustibles es asombrosa. En los últimos
tres años, se multiplicaron por ocho las inversiones de capital de
riesgo en el sector. Los financiamientos privados inundan las
instituciones públicas de investigación, como lo comprueban los 500
millones de dólares en subvenciones otorgadas por British Petroleum
(BP) a la Universidad de California. Los grandes grupos petroleros,
cerealeros, automotores y de ingeniería genética firman poderosos
acuerdos societarios: Archer Daniela Midland Company (ADM) y Monsanto;
Chevron y Volkswagen; BP, Dupont y Toyota”, afirmó el ya citado artículo
de Holtz–Giménez en el mensuario Le Monde Diplomatique.
Es por lo expuesto
hasta aquí, que ni remotamente alcanza para agotar el tema, que queda
abierta la pregunta que le da título a esta nota: ¿Del Mercosur al
Mercoetanol o Mercosoja?
El
mito agroecológico de los biocombustibles
Una
nueva forma de imperialismo
Por
María Eva García Simone (*)
APM, 19/07/07
Los agrocumbustibles
son promocionados como la panacea a la contaminación mundial. Estados
Unidos es el más interesado en la creación de un “Foro
Internacional de biocombustibles”.
La creación de un
“Foro Internacional de biocombustibles” es uno de los proyectos
que actualmente se encuentran es discusión entre dos de los mayores
productores mundiales de agrocombustibles: Estados Unidos y Brasil.
Estos dos países se hallan dispuestos a hacer partícipes a los
principales consumidores, entre ellos China, India, Sudáfrica y
algunos países europeos.
Este es uno de los
factores decisivos en cuanto al impulso que en los últimos tiempos se
le está dando a los agrocombustibles como reemplazantes de los
combustibles usuales tales como el petróleo, el gas y el carbón. La
iniciativa tiene como objetivo promulgar la importación y exportación
de este tipo de combustible como una manera de apaciguar y
contrarrestar las perjudiciales consecuencias del efecto invernadero.
En realidad, se trata
de un fin encubierto en la medida en que el biodiesel y el bioetanol
no son la solución a la contaminación que caracteriza al mundo, sino
que por lo contrario son un mito que ponen en riesgo la soberanía de
los suelos de la región. Uno de los principales interesados en que se
concrete la producción a gran escala de los agrocombustibles es
Washington, potencia que pretende convertir a Latinoamérica
nuevamente en su “patio trasero”, ejerciendo su influencia en este
nuevo aspecto del imperialismo reinante.
El país
norteamericano, si bien produce agrocombustibles, sus extensiones de
tierras resultan reducidas en la medida en que su aspiración es
sustituir por completo la gran importación–dependencia de petróleo
que realiza anualmente.
Por este motivo,
busca no sólo el incentivo interno, sino también la promulgación de
los programas referidos a agrocombustibles en regiones ricas en suelos
propicios para la producción de soja, caña de azúcar y maíz,
principalmente. En este punto, sus primordiales destinos son los países
sudamericanos y caribeños.
Como es usual en este
mundo regido por la lógica de lo que resulta más conveniente para
los países desarrollados, se dispuso revertir el compromiso asumido
en 1996 de reducir a la mitad el hambre del mundo para el 2015. Este
había sido firmado por los principales países del mundo, como por
ejemplo Estados Unidos, en una cumbre de alimentos en Roma, en la que
se creó el Fondo de Naciones Unidas para la Agricultura y la
Alimentación (FAO).
Concretar el proyecto
de exportación de agrocombustibles por parte de los países de la
región es un factor decisivo en el rumbo rural de Latinoamérica.
Los estados
latinoamericanos se hallan, como dice el dicho “entre la espada o la
pared”, deben decidir entre la opción de exportar materias primas
tales como la soja, el maíz y la caña de azúcar para generar
biodiesel o bioetanol poniendo en riesgo grandes extensiones de sus
suelos, o utilizar esos mismos suelos para la producción de alimentos
destinados a cubrir básicamente el hambre que caracteriza y azota a
la zona.
Si bien los
comoditties mencionados actualmente permiten a los países
latinoamericanos aumentar constantemente las ganancias derivadas de
las exportaciones debido a que sus precios se acrecientan
continuamente, este beneficio debe ser puesto en comparación con los
aspectos negativos que generan los monocultivos.
Además, estas subas
generan amplias cantidades de ingresos para los grandes agricultores
pero perjudican a los sectores más pobres, a los consumidores, debido
a que los precios también aumentan en el mercado interno. Así por
ejemplo, en México, tuvieron lugar multitudinarias protestas debido a
las subas en el precio de la harina de maíz, un producto utilizado en
la mayor parte de las comidas.
Aquellos defensores
de los combustibles de origen biológico como reemplazantes de los
combustibles fósiles –como el petróleo, el carbón y el gas
natural– justifican su postura en que los primeros, a diferencia de
los segundos, tienen poco impacto ambiental. Sin embargo, estos dejan
de lado de que para obtener materias primas que puedan generar
agrocombustible se utilizan semillas transgénicas y agroquímicos que
perjudican en gran medida a la tierra, generando la degradación
severa de las mismas, acentuada por las plantaciones reiteradas de los
mismos cultivos y, a su vez, resulta perjudicial para la salud humana
.
Otras de las medidas
desfavorables de los agrocombustibles en cuanto al medio ambiente es
que los países y las grandes empresas, que en ellos actúan para
poseer mayores extensiones de suelos disponibles optan por el desmonte
de bosques y selvas, generando el consecuente exterminio de la flora y
la fauna autóctona.
Este proceso es
denominado como “ampliación de la frontera agrícola” y se
inicia, principalmente, con la quema de miles de millones de hectáreas
de bosques, lo cual libera cantidades de dióxido de carbono mucho más
amplias de las que, según sus propulsores, los biocombustibles pueden
ahorrar. Tal como lo publicó APM en ediciones anteriores, la soja ya
causó la destrucción de más de 91 millones de acres en bosques y
pastos en Brasil, Argentina, Paraguay y Bolivia.
El doctor Miguel
Angel Altieri, de nacionalidad chilena y uno de los principales
referentes de la agroecología mundial, define a los biocombustibles
como “un modo de imperialismo biológico". Altieri, como los
científicos David Pimentel y Tad Patzek, sostiene que para fabricar
una kilocaloría de bioetanol se necesita 1,3 kilocalorías de petróleo.
Es decir, el biocombustible aparte de ser nocivo ambientalmente no
genera un ahorro energético.
Además, en muchos
casos, las extensiones de tierras utilizadas para la obtención
alimenticia son ocupadas por plantaciones con fines combustibles. Se
genera una pelea entre la producción de alimentos y la producción de
agrocombustibles. Es una competencia controversial teniendo en cuenta
que en ella actúan de intermediarios diversos y múltiples intereses
que ponen en evidencia las diferencias de poderío entre las grandes
potencias mundiales y los países pobres como los latinoamericanos.
El hecho de que en el
planeta existan unos 800 millones de personas que tienen hambruna no
es un factor que deba dejarse de lado en este paradójico
enfrentamiento.
En el caso de
Argentina, el presidente Néstor Kirchner promulgó la “ley de
biocombustibles”, haciéndose eco de las repercusiones que hoy en día
tienen los agrocombustibles como nueva fuente de energía. Asimismo,
desde el gobierno argentino concuerdan en afirmar que “gracias al
etanol y al biodiesel, la pampa húmeda vale el doble que hace tres años”.
No obstante, no analizan que esas mismas tierras que hoy valen más.
En un futuro no serán más que suelo infértiles, desgastados por el
monocultivo y los agroquímicos, y que no sólo no generarán materias
primas que puedan convertirse en combustible sino que tampoco producirán
alimentos.
(*) La autora de esta
nota es alumna del Seminario “Periodismo en Escenarios Políticos
Latinoamericanos” que actualmente dicta la Agencia Periodística del
Mercosur (APM) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de
la UNLP, extensión Moreno.
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