Reconsideración
del desarrollo de Latinoamérica y del Caribe para el siglo XXI
Por
James Petras
La
Haine, 04/09/09
Traducido
por Felisa Sastre
En
el último cuarto del siglo XX, Latinoamérica y el Caribe (LAC, en
sus siglas inglesas) han experimentado un profundo proceso de delegación
de poderes. LAC ha experimentado la restauración de las formas
pre-nacionales de propiedad, y la transformación de las relaciones
sociales de producción (capital- trabajo). (L.H.)
Introducción
Los métodos de la acumulación primitiva,
caracterizados por el expolio de tierras urbanas y rurales por la
fuerza y el masivo desplazamiento de poblaciones llevado a cabo por el
Estado y, en algunas ocasiones por elites paramilitares, se han vuelto
a implantar.
Los modernos sistemas de información, los
mercados mundiales en expansión, las fusiones y compras a gran escala
y a largo plazo que conducen a unos niveles sin precedentes de
centralización y concentración de capital se han combinado,
articulado y facilitado por la restauración de políticas y
estructuras pre-nacionales.
Las consecuencias socio-económicas y políticas
des este desarrollo combinado y desigual son la profundización de las
desigualdades de clase, la creciente masa de campesinos semi-urbanos y
obreros desarraigados, y la integración de la burguesía
latinoamericana super-rica en los circuitos imperiales estadounidenses
y de la Unión Europea. La emergencia en Latinoamérica de un
capitalismo pre-nacional y controlado desde el exterior ha ocasionado
un aumento de los enfrentamientos de clase y nacionales, con
situaciones socio-económicas diversas, que implican a un amplio
espectro de estratos sociales mediante la utilización de estrategias
heterodoxas.
Las luchas sociales reflejan los intentos de
contrarrestar los retrocesos socio-económicos y pre-nacionales, las
primitivas formas de explotación y las modernas basadas en la
explotación tecnológica. Las vagas advertencias provenientes de la
izquierda y de la derecha para oponerse o defender la ‘globalización’
o el ‘neoliberalismo’ pasan por alto la histórica amalgama de las
distintas formas de organizaciones capitalistas del pasado, el
presente y de las emergentes en la actualidad. ‘Reconsiderar el
desarrollo’ de Latinoamérica para el siglo XXI exige que
comprendamos el proceso y estructuras que configuran la región.
Restauración y vueltas atrás:
Los últimos 25 años han sido testigo del
desmantelamiento total de la estructura económica que había
caracterizado la construcción de la nación-estado latinoamericana y
la vuelta atrás a una economía pre-nacional. Desde finales del siglo
XIX, y especialmente durante el periodo entre 1930 y 1975, Latinoamérica
creó una economía y Estado nacionales: Inversiones a gran escala, en
su mayoría públicas, en las industrias nacionales, infraestructuras,
educación superior, alfabetización, sistema de salud pública,
mercados locales e instituciones financieras y de crédito,
establecieron las bases materiales para la nación-estado. El Estado,
en distintas épocas y lugares, nacionalizó los sectores estratégicos:
recursos naturales, petróleo, hierro, cobre, estaño, transporte
terrestre y marítimo y servicios públicos (telecomunicaciones, agua,
energía y electricidad). El capital extranjero estaba presente- pero
en la mayoría de los casos regulado para complementar no para
desplazar al capital nacional- de la misma manera que ocurría con el
modelo de desarrollo normal en EEU, Europa y Japón. Al capital
extranjero a gran escala se le prohibía la propiedad mayoritaria en
muchos sectores; las fábricas de montaje estaban obligadas a cumplir
con las leyes ‘nacionales’; la propiedad de la tierras en algunos
países les estaba vedad o restringida. Las transferencias de
beneficios estaban reguladas y también los préstamos de bancos
locales. Es decir, Latinoamérica se transformó de una situación
‘pre-nacional pretoriana’ dependiente de las exportaciones en
manos de empresas extranjeras en una nación-estado capaz de financiar
y desarrollar las infraestructuras sociales de una sociedad moderna.
Comenzando con una serie de fracasos políticos
históricos a mediados de los años 1970, que ha continuando hasta
nuestros días (2007), la totalidad del entramado económico-social de
la economía nacional moderna y del Estado fueron desmantelados para
restaurar la economía política pre-nacional.
Bajo los lemas de la privatización, el libre
mercado y las des-regularizaciones, los gobiernos restauracionistas
reconvirtieron sus economías hacia enclaves de propiedad extranjera
orientados a la exportación. El proceso de vuelta atrás, por lo
general, implicó dos etapas: las empresas estatales privatizadas se
vendían a las elites locales relacionadas con el Gobierno, quienes o
bien volvían a vender las infraestructuras productivas a inversores
extranjeros y grupos inversionistas o se convertían en socios
minoritarios ( en fusiones con empresas multinacionales)
Las privatizaciones iban acompañadas del
pillaje de los recursos naturales y la confiscación mediante la
violencia de las tierras rurales y urbanas- bien a través de las políticas
estatales, reclamaciones fraudulentas de tierras, utilizando los
“mecanismos del mercado” impuestas por el ejército o bien vía
contra-insurgencia y escuadrones de la muerte paramilitares que
expoliaron a millones de pequeños agricultores y campesinos
(Colombia). Los programas de contrainsurgencia, supuestamente
impulsados por exigencias políticas, sirvieron para volver a
concentra la propiedad de la tierra en manos de elites dedicadas a la
exportación bio-agraria y vinculadas al régimen y al modelo
pre-nacionales.
La reimplantación de las estructuras y políticas
pre-nacionales tuvo lugar en el contexto de una relativamente definida
estructura de clase urbano-industrial con programas sociales
financiados públicamente (a diferencia de lo ocurrido en el siglo
XIX). La reimplantación del modelo colonial produjo un inmenso daño
en todo el tejido social- al convertir a los obreros modernos en
trabajadores temporales, al obligar a los trabajadores cualificados a
abandonar el país hacia países modernos o estados imperiales en el
exterior. La emigración rural a la ciudad no se vio acompañada de la
industrialización sino del cierre de industrias. En otras palabras,
lo que se conoce como neoliberalismo’ es la restauración por la
fuerza de anteriores formas de explotación capitalista (eliminando
las redes económicas locales, socavando los mercados nacionales y la
formación de trabajadores cualificados y de profesionales).
La más evidente expresión de la naturaleza
restauradora de los regímenes contemporáneos es la expansión de la
enseñanza y de los servicios de salud privados para círculos
privilegiados que aseguran la reproducción de una estructura social rígida
característica de las primeras sociedades basadas en la exportación
agro-mineral.
Más aún, el asalto general a los empleados
del sector público, a sus salarios, empleos y pensiones constituye
una parte esencial de la sustitución de los servicios públicos
profesionales por la “beneficencia” privada y paternalista de la
situación pre-nacional.
La vuelta a los servicios privados dependientes
de la “buena voluntad” de los ricos benefactores en sustitución
de la obligación pública de atender a las necesidades básicas de
los ciudadanos va acompañada por la usurpación del espacio privado
por un nuevo sector devastador del capitalismo. El sector más
lucrativo, el más dinámico del capital, se encuentra entre los
capitalistas inmobiliarios, íntimamente relacionados con las
instituciones financieras, las empresas constructoras y el Estado. Las
inversiones inmobiliarias son el sector con mayores beneficios a
escala mundial, al disfrutar del apoyo del Estado a través de créditos
fáciles, bajos intereses, alta liquidez y leyes de uso del suelo
favorables. Un estudio sobre los nuevos multimillonarios de Latinoamérica,
Rusia, China e India demuestra que los beneficios inmobiliarios han
sido un elemento clave para convertir a millonarios en poseedores de
miles de millones.
El papel del Estado en la restauración de
la economía pre-nacional
De la misma manera que en la época del
capitalismo pre-nacional, el capitalismo inmobiliario se basa en la
propiedad, en el arrendamiento de tierras y en la especulación, y no
en los beneficios obtenidos por la producción de bienes y servicios.
El Estado desempeña un papel clave en la expansión del capital
inmobiliario al apropiarse de propiedades rurales y urbanas de gran
valor, pertenecientes a los pobres de las zonas rurales y urbanas para
transferirlas a las elites acaudaladas. Es decir, la fuerza política,
los métodos del capitalismo inicial (‘la acumulación primitiva’)
desplazan a las masas y permiten al capitalismo inmobiliario y a otras
formas capitalistas- como las empresas agrícolas- explotar la tierra.
El Estado rentista concede subvenciones y
rebajas fiscales a la exportación y realiza grandes inversiones en
infraestructuras que unen las nuevas empresas, el comercio y los
complejos de pisos a los mercados interior y exterior y al empleo.
El Estado terrateniente pre-nacional no
‘des-regula’, ni se ‘adelgaza’ ni ‘desaparece’ sino que
establece nuevas leyes que dan prioridad a los inversores extranjeros
y elimina las que promovían las empresas públicas nacionales y los
programas sociales.
El Estado extiende su aparato policial y
represivo y su intervención en la sociedad civil mientras que reduce
el número y la calidad de los servicios sociales. Interviene
activamente para absorber a las asociaciones civiles y las
organizaciones no gubernamentales (ONG) y al mismo tiempo elimina las
agencias de protección del medioambiente, salud y seguridad en el
empleo, de las poblaciones indígenas y de los niños.
Nueva estructura de clases: Los cuatro
estratos
La masiva vuelta del capital extranjero a los
sectores estratégicos de la economía nacional personifica la vuelta
a una economía pre-nacional o, más concretamente, a una organización
colonial- aunque con instituciones políticas y organizaciones muy
diferentes económica y socialmente. A diferencia del periodo colonial
anterior, basado exclusivamente en las exportaciones agro-mineras, la
recolonización contemporánea se introduce en todos los sectores, y
en particular en el secundario [industria] y en el
terciario[servicios]. Corporaciones multinacionales a gran escala se
basan en las avanzadas tecnologías de la información y en una nueva
variedad de instrumentos financieros para conseguir rentas,
beneficios, royalties, y beneficios especulativos inesperados y para
transferir riqueza a varios miles de multimillonarios en los centros
imperiales y en las capitales colonizadas del mundo.
El sistema imperial tiene cuatro niveles de
explotación interrelacionados. En el estrato más bajo, la nueva
arquitectura imperial descansa sobre los cimientos de la fuerza de
trabajo, sobre las reservas productivas explotadas y extraídas de
Latinoamérica, Asia y África. En el nivel siguiente, los
capitalistas de las industrias manufacturera y agro-minera sacan
beneficios de la explotación del trabajo y de las reservas naturales.
En el tercer nivel, los capitalistas del sector inmobiliario,
comercial, de la banca y de las tecnologías de la información
obtienen rentas, intereses y royalties. En la cima de la pirámide
imperial se encuentran los fondos de inversión, de pensiones, de
seguros y derivados, que se benefician de la compra y venta, de
fusionar y adquirir empresas multinacionales y de la especulación en
Bolsa. Esta jerarquización en cuatro niveles caracteriza la
arquitectura del desarrollo latinoamericano en el siglo XXI.
En cada uno de los niveles, el valor producido
en los estratos más bajos se transfiere al estrato superior, dando
lugar una pirámide invertida de la riqueza: el 0,1% de los más ricos
posee más activos que el 50% de los del nivel más bajo. Hablar de la
‘clase capitalista’ sin clarificar su posición en la arquitectura
imperial contribuye a desdibujar la nueva configuración del poder.
Los vínculos entre los diferentes niveles de la estructura de clases
son fuertes debido a las inversiones inter-sectoriales y a sus comunes
intereses en la explotación de la fuerza de trabajo y de los recursos
naturales. No existe una burguesía progresista a pesar de los
conflictos que se producen entre ella y los sectores capitalistas más
fuertes que tiene por encima.
Latinoamérica, en su actual regreso al estado
pre-nacional, descansa sobre las prácticas sumamente predadoras de
acumulación basadas en mecanismos políticos y económicos. La nueva
relación entre el Estado y la economía, se inició con la demolición
del Estado nacional y la restauración de estructuras coloniales,
incrustadas por encima de la mano de obra moderna, de las
instituciones nacionales y de la conciencia social. La construcción y
expansión de una nueva economía basada en los sectores financiero,
inmobiliario y extractivo depende en gran medida del control político.
Las nuevas economías no son autónomas exclusivamente a través de
los mecanismos del mercado y se enfrentan a numerosos y fuertes
enemigos de clase que se han visto profundamente
alienados.
Contradicciones y transformación del estado
pre-nacional
La vuelta atrás y la restauración del régimen
pre-nacional y de estructura económica han ocasionado una gran
variedad de enemigos y puntos vulnerables que pueden conducir a
transformaciones profundas.
Los cambios son recientes, brutales y veloces,
pero la ideología que los justifica no ha conseguido imponerse entre
la gran mayoría, incluso aunque muchos de los nuevos gobiernos
electos no han conseguido iniciar un nuevo proyecto político. En
segundo lugar, las desigualdades, cada vez mayores, la concentración
y centralización del capital que se manifiesta a través del
crecimiento masivo de fusiones y compras (M&A, en sus siglas
inglesas) y los ingresos multimillonarios de los super ricos han
creado unas sociedades fuertemente polarizadas. En tercer lugar, las
M&A han integrado las economías y han socializado la producción,
incluso con crecientes beneficios, agravando las contradicciones entre
la propiedad privada y la producción social. En cuarto lugar, la
concentración de riqueza en sectores especulativos como el
financiero, de seguros e inmobiliario hace que todo el edificio
imperial sea más vulnerable. El sector financiero e inmobiliario, que
acumulan rentas e interese sin producir valor, son los sectores más
parásitos, desligados de la producción directa de bienes y servicios
y expuestos a la máxima volatilidad y a un mayor riesgo de crisis
económica. En quinto lugar, el boom a largo plazo y gran escala de
las manufacturas en China, Asia Oriental y el Sudeste Asiático ha
dado lugar a unos precios internacionales que han batido records para
los metales básicos (cobre, plomo, estaño, níquel y cinc),
productos agrarios (soja, trigo y azúcar) y energéticos (gas, petróleo
y etanol), lo que ha supuesto ganancias enormes para las elites de la
exportación, y un gran incremento de los ingresos para los gobiernos
en Latinoamérica.
La "crisis" social en la Latinoamérica
de hoy no representa el ‘estancamiento’ del capitalismo, sino un
crecimiento basado en una mayor explotación de la mano de obra y en
la concentración de los ingresos en la clase gobernante y en su elite
política. Nunca en el pasado reciente se había acumulado tanta
riqueza en Latinoamérica, y la clase gobernante jamás había
destinado tanta riqueza al consumo desaforado, a las inversiones en
ultramar y a la especulación inmobiliaria. Nunca se había visto en
Latinoamérica la proliferación de tantos multimillonarios, ni la
transformación de millonarios en poseedores de miles de millones que
ha tenido lugar a lo largo de la década pasada, a pesar de la
"crisis" de finales de los 90.
La combinación de privatización, saqueo y
fusiones de los años 90, unida a los precios astronómicos en el
mercado de los últimos 7 años, han producido enormes superávit
presupuestarios y ingentes fortunas privadas.
Estos cambios en la estructura del capitalismo
han establecido las condiciones objetivas para una movilización
popular y a largo plazo para un conflicto de clases de gran
envergadura. Todos los ingredientes básicos para una transformación
estructural están presentes, como nunca antes había ocurrido. Varios
cambios estratégicos son necesarios y factibles. La clave está en la
re-nacionalización de los sectores de exportación agro-minera más
dinámicos y lucrativos, que permitirán financiar un sector
manufacturero diversificado, la producción de alimentos a gran
escala, en granjas muy mecanizadas, e importantes inversiones públicas
para restaurar los servicios sociales.
La segunda reforma necesaria y viable es el
control público del dinámico sector del comercio exterior, que
genera los beneficios más elevados y constituye la mayor fuente de
ingresos públicos para las inversiones a largo plazo. Obviamente, el
desarrollo orientado hacia la exportación es un motor de crecimiento
para el desarrollo social si lo dirigen las clases populares,
especialmente en un período de alza de los precios internacionales,
La pregunta decisiva es qué clases sociales dirigen el Estado y
controlan los beneficios, y cómo se invierten éstos en el mercado
local. Los ingresos de la exportación, distribuidos equitativamente
entre los productores locales, invertidos racionalmente entre los
sectores del mercado interior y la exportación, unidos al control del
capital, pueden convertirse en el vehículo que financie una
transformación social.
El re-desarrollo urbano y rural popular
requiere la devolución de la propiedad de la tierra, ahora en manos
de las elites de las empresas agrarias y de la industria inmobiliaria,
al sector público agrario, aliado con los campesinos, y a los
urbanistas cercanos a los habitantes urbanos de bajos ingresos. La
devolución de las tierras confiscadas ilegalmente exige cambios
fundamentales en el Estado, en la ley de propiedad y, especialmente,
en el sistema judicial. Las oficinas y apartamentos de lujo pueden
reconvertirse en instalaciones públicas para servicios sociales,
actividades culturales y viviendas de bajos alquileres. Las
plantaciones a gran escala, cuyo origen se debe al desplazamiento
violento, ilegal o arbitrario de granjeros y campesino, pueden
convertirse en empresas públicas de trabajadores, de jornaleros
rurales, que generen beneficios.
La paradoja moderna: la concentración
capitalista y la socialización popular
La paradoja del actual sistema económico
injusto es que ha establecido las condiciones necesarias para una
transformación social, bien entendida. Las fusiones y compras de
empresas han limitado las bases económicas de la clase gobernante. El
crecimiento del capital especulativo ha minado todas las formas
paternalistas y hegemónicas de explotación mediante la cual los
capitalistas han manipulado históricamente la conciencia de los
obreros y de los campesinos. La racionalización de la economía,
basada en la introducción de nuevas tecnologías, facilita el flujo
de información para la planificación pública. El crecimiento de una
multitud de nuevos mercados (como los asiáticos), con su demanda de
bienes estratégicos, debilita los boicots y bloqueos imperiales.
Desde una perspectiva histórica, los
estrategas del desarrollo actual se benefician de las lecciones
negativas de anteriores experiencias con el capitalismo neoliberal y
el colectivismo burocrático. La privatización concentra los
beneficios, financia la especulación inmobiliaria y la fuga de
capital al extranjero. Los rendimientos desiguales de las inversiones
dejan en paro a una enorme cantidad de fuerza laboral y hace que
millones de profesionales y trabajadores cualificados abandonen el país.
El colectivismo burocrático no consiguió
gestionar adecuadamente el equilibrio entre la producción de bienes
del capital y el consumo privado, entre la disciplina del trabajo
colectivo y la productividad. Unas estructuras políticas arbitrarias
fomentaron la pasividad y desalentaron la innovación.
Reconsideración del desarrollo en Latinoamérica
a la luz de la experiencia bolivariana
Las propuestas y las contradicciones de la
experiencia bolivariana venezolana brindan experiencias y lecciones
adicionales para reflexionar sobre el desarrollo en Latinoamérica y
el Caribe, a pesar de las diferencias de recursos disponibles y de las
idiosincrasias históricas y culturales.
Estas características específicas indican,
asimismo, que debemos ir con cautela porque, si bien se han producido
profundos cambios, éstos no se han consolidado aún del todo. Sin
embargo, podemos destacar varias características importantes que
contribuyen a que reconsideremos los dogmas recientes del
centro-izquierda.
Hagamos un resumen de la contribución del
proceso bolivariano (PB) al debate público sobre el desarrollo.
En primer lugar, el PB ha demostrado que la
propiedad privatizada se puede volver a nacionalizar con éxito. La
privatización no es "irreversible", no es la ‘única’ vía
para el desarrollo económico. En segundo lugar, la inserción a gran
escala en la economía internacional no es incompatible con la creación
de programas avanzados de asistencia social y de empresas públicas.
En otras palabras, la ‘globalización’ no ‘requiere’ toda la
parafernalia de una economía neoliberal. La inserción y la
participación en la economía internacional son compatibles con la
coexistencia de la propiedad privada y pública, con unos modelos más
equitativos de distribución de los ingresos, así como un incremento
del consumo público y privado.
En tercer lugar, el PB ha demostrado que los
ingresos imprevistos debidos a los altos precios de las materias
primas no producen inevitablemente unos islotes de riqueza en un mar
de pobreza. En Venezuela, el Gobierno controla los ingresos del
comercio y reasigna fondos que benefician a las clases populares en
forma de programas masivos de educación, salud y alimentos
subvencionados.
Por último, el PB demuestra que un presidente
que impulsa un nacionalismo consecuente y el bienestar público puede
llegar al poder en unas elecciones, pero sólo puede seguir en el
poder con la ayuda de las movilizaciones populares masivas y el apoyo
de sectores del ejército. La victoria electoral del Presidente Chávez
ha estado sometida a pruebas difíciles: un golpe militar apoyado por
el gobierno estadounidense (abril de 2002), un cierre patronal
(diciembre de 2002 – febrero de 2003) que paralizó y saboteó la
industria del petróleo, y un referéndum financiado por EEUU. En cada
uno de los casos, el proceso electoral sobrevivió gracias a la
intervención masiva de actuaciones extraparlamentarias: un millón de
habitantes de las barriadas pobres urbanas se manifestaron contra los
golpistas; un sector mayoritario de trabajadores del petróleo y una
minoría de técnicos volvieron a poner en marcha la industria
petrolera; la inmensa mayoría de las clases populares se movilizó,
organizó y ganó el referéndum. El PB demuestra que, en determinadas
circunstancias, la política electoral puede abrir importantes brechas
para el cambio político, pero precisa de una acción directa masiva,
independiente, que defienda el proceso, apoye al Gobierno y defienda
las industrias estratégicas nacionalizadas.
Asimismo, el PB ha puesto de relieve la
necesidad de profundos cambios estructurales en la naturaleza del
aparato estatal. Importantes sectores del ejército y de la judicatura
intervinieron en contra del proceso de cambio estructural. La actual
burocracia civil y diplomática, en gran medida instalada por los
anteriores regímenes neo-coloniales, no pone en práctica programas
sociales, sabotea la tramitación de las asignaciones presupuestarias,
y retrasa hasta el infinito la reforma agraria, los planes de
vivienda, mientras continúa con prácticas corruptas y sobornos.
La nueva realidad de Latinoamérica, con sus
florecientes economías de exportación y una estructura de clases muy
polarizada, con sus gobiernos pre-nacionales y unos sistemas de
información modernos, indica que los movimientos sociales y los
partidos políticos cuentan con todas las ventajas a la hora de
desafiar a los actuales gobiernos. Los movimientos populares de
oposición han puesto el foco sobre la política distributiva de los
gobiernos coloniales lo que facilita la politización de cada una de
las reivindicaciones económicas, algo inevitable ya que el Estado
desempeña un papel decisivo a la hora de sacar el mejor rendimiento
de los beneficios del sector de la exportación y de denegar la
asignación de recursos a los trabajadores de los servicios sociales
en el sector público.
Hoy, más que en cualquier otro momento del
pasado, los regímenes pre-nacionales basados en la exportación, que
viven de rentas, royalties e ingresos de actividades económicas
coloniales son políticamente vulnerables. La masiva transferencia de
los ingresos públicos provenientes de la inversión pública, y de
los servicios sociales al capital interior y extranjero va acompañada
de importantes recortes en los salarios y jubilaciones de los
empleados públicos, lo que da lugar a la existencia de un sector
urbano militante y concentrado que se enfrenta al descenso social. La
expansión de las multinacionales hacia el comercio minorista (centros
comerciales) ha llevado a la bancarrota a los pequeños comerciantes
urbanos. La expansión de las ‘zonas de libre comercio’ y del
personal contratado ha socavado la legislación social y la seguridad
de la clase trabajadora industrial urbana. No se trata de meros
problemas económicos pasajeros, "sectoriales", sino de
problemas políticos nacionales, relacionados con la centralidad y el
poder del Estado.
Conclusión:
En la medida en que los procesos electorales
varían la composición del aparato del Estado y su orientación,
pueden ser útiles. Si se limitan a ‘insertar’ en el Estado a los
funcionarios electos, lo que se produce es la continuidad del orden
antiguo. Ningún movimiento electoral progresista puede llegar al
poder a menos que sea el producto de unas intensas luchas de clase y
nacionales, que aumenten la concienciación y creen organizaciones de
masas extraparlamentarias capaces de apoyar al nuevo gobierno electo
protegiéndolo de los inevitables golpes postelectorales y del
sabotaje. En la mayoría de los casos, la clave del poder político no
está en cuestiones electorales, sino en organizar el poder social y
político fuera de los canales institucionales establecidos para
garantizar un proceso continuo de transformación.
El poder social organizado es necesario, pues
incluso la propiedad pública puede ocultar nuevas desigualdades de
clase que perpetúen la injusticia y la alienación. Además, las
decisiones en materia de inversión pública, el destino del superávit
comercial y el equilibrio entre el consumo del capital y el consumo público/
privado requieren la participación de los productores directos y de
la masa de consumidores.
Como punto de referencia, Venezuela proporciona
algunas lecciones útiles, pero nadie debería construir un modelo
basado en el PB y menos aún en las actuaciones de los gobiernos de
centro-izquierda de Latinoamérica. En primer lugar, Venezuela ha sido
y sigue siendo una economía que vive de las rentas a pesar de los
esfuerzos del Presidente Chávez para transformarla. En segundo lugar,
ninguno de los regímenes autodenominados de
"centro-izquierda" (Lula en Brasil, la familia Kirchner en
Argentina, Evo Morales en Bolivia y Vázquez-Astori en Uruguay) ha
roto con el modelo elitista de exportación agro-mineral, ni ha
recuperado los sectores económicos estratégicos privatizados. De
hecho, Kirschner ha renovado una de las leyes de minería más
regresivas de todo el hemisferio, con pagos de royalties que no
superan el 2%, y Evo Morales ha entregado el Complejo Mutun de
hierro-magnesio al cartel multinacional indio Jindel, en condiciones
extremadamente favorables (y contrarias a los intereses nacionales).
La lección que se extrae de los 5 años de
experiencia con la política económica de los gobiernos de
"centro-izquierda" es que no son de "izquierdas"
ni de "centro", sino que forman parte inequívocamente de la
"tercera oleada" de regímenes neoliberales que llegaron al
poder tras el colapso y la crisis de la segunda (Menem-De la Rua, Sánchez
de Lozada-Mesa, etc.) y se han visto favorecidos y apoyados por los
excepcionales precios mundiales y por la demanda Los ejemplos del
fracaso de la reforma estructural progresista bajo los nuevos
neoliberales nos enseñan que las antiguas etiquetas ideológicas, los
orígenes sociales populares y la retórica anti-neoliberal no
constituyen un buen indicador de la práctica político-económica
actual y de las alianzas sociales en el poder político. Toda la clase
política que se define a sí misma como de
"centro-izquierda" está formada por profesionales que
ascienden de clase social, funcionarios sociales y políticos de clase
media baja y líderes de movimientos cuyo fin son las elecciones. Se
sirven de sus antiguos vínculos con la lucha social para conseguir
poder político, riqueza económica y aceptación social por parte de
las clases dominantes y de sus homólogos extranjeros. Para evitar el
repetido círculo vicioso de comenzar a la izquierda al lado de la
gente, pasar al "centro-izquierda" con la clase media y
abrazar luego la derecha y las grandes empresas, los movimientos de
masas deben ejercer un control democrático directo sobre sus líderes,
vigilar de cerca sus programas sociales y las tácticas y estrategias
de sus dirigentes.
Las transformaciones estructurales (reforma
agraria, nacionalizaciones, control popular directo) deben contar con
las circunstancias políticas, estar basadas en movimientos populares
de masas y disponer de la capacidad profesional para diseñar,
administrar las finanzas y ejecutar las políticas. Los programas
concretos que mejoran directamente las vidas de los ciudadanos tienen
que ganarse el apoyo popular al proceso; pero resulta esencial
establecer claramente las "reglas del juego" para los
diferentes aliados estratégicos entre quienes tienen pequeñas y
medianas empresas de servicios, manufacturas y agricultura para aislar
a las elites financieras, inmobiliarias y agro minerales. Para la
creación de una conciencia masiva anti-colonial es fundamental la
difusión de una nueva cultura popular como alternativa a la
propaganda de los medios de comunicación coloniales y pre-nacionales.
Los paquetes específicos de medidas
transformadoras y el calendario deberían adaptarse a las
particularidades de cada país; pero el objetivo inmediato es acelerar
la transición de una economía pre-nacional a una nacional, de un
mercado inmobiliario especulativo a un programa público de viviendas
sociales, de una economía de rentas, intereses, royalties y
transferencias de beneficios, basada en pagos en el extranjero, a un
mercado nacional autofinanciado que vincula los recursos locales y las
regiones. Las ganancias imprevistas del sector de la exportación
deberían dar lugar a un fortalecimiento de la producción interna y a
intercambios que expandan los sectores productivos y el consumo local,
basados en normas igualitarias que igualen la participación política
popular.
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