Descomposición del régimen
dominante y
resistencia popular
Por
Manuel Aguilar Mora (*)
Enviado por Correspondencia de
Prensa
Septiembre de
2007
Un
gobierno atrincherado
A más de un año de las
elecciones del 2 de julio del 2006 y a nueve meses de la inauguración
del segundo gobierno federal del PAN, ahora con Felipe Calderón, la pérdida
de legitimidad y del apoyo popular al régimen dominante continúa
agravándose. La única y mecánica respuesta del poder panista,
aliado con el PRI, ha sido el recurso de profundizar la línea política
represiva. A diferencia de los años del esplendor priísta en los que
el bonapartismo mexicano reinaba con dosis de represión creciente
adobadas, sin embargo, con políticas que mantenían un apoyo o por lo
menos una amplia indiferencia de la mayoría de la población, en la
actual situación de una presidencia completamente disminuida
combinada con el dominio híbrido de los dos partidos políticos
burgueses mayoritarios, el llamado PRIAN, es patente la cada vez más
rápida erosión del apoyo ciudadano. El resultado natural ha sido la
expansión consecuente del espacio que ocupan los cuerpos represivos.
Simultáneamente la resistencia se extiende y se multiplican los
brotes de protesta y descontento populares.
Así las elecciones
presidenciales del 2006, en lugar de constituir una coyuntura en la
cual la situación se estabilizara después de los torbellinescos años
de crisis del salinismo y sus secuelas, fue el momento para que
reemergiera la lenta pero rampante crisis política que se arrastra
desde hace años, ascendiendo a una etapa aún más compleja.
Felipe Calderón se ha
atrincherado en la mansión oficial de Los Pinos. En la ciudad de México
en esos nueve meses que tiene ya como presidente no ha podido realizar
un mitin al aire libre ni siquiera con acarreados. Las pocas veces que
ha participado en actos en el Distrito Federal, lo ha hecho en locales
cerrados, protegido por despliegues espectaculares de las fuerzas
represivas militares y policíacas.
La oposición del PRD y más
discretamente del PRI, a que Calderón diera su primer discurso político
como presidente de la República en la tribuna del Congreso de la Unión
el 1° de septiembre expresa con evidencia el desorden existente en
las esferas oficiales que desde el 2 de julio del año pasado todavía
no se ha podido superar.
El recurso elegido para
hacerse de una base de apoyo popular masivo, en especial entre las
clases medias, ha sido la campaña militar contra las bandas mafiosas
de narcotraficantes que han proliferado desde hace más de diez años.
Esta política apenas esconde el real objetivo que apunta: sacar a los
militares de los cuarteles para controlar y reprimir a las protestas
populares y en general intimidar a la población. Y en lo que respecta
a los resultados de la campaña contra la violencia de los grupos de
narcos, los números hablan más elocuentemente: en los nueve meses
han sido más de 1500 los caídos en esta guerra de bandas con el ejército.
Sólo en el mes de agosto que recién terminó fueron asesinados más
de 300. La violencia interdelicuencial más que pararse se ha
desencadenado con más fuerza.
Esta situación de enajenación
creciente del régimen con respecto a la población se traduce en un
estrechamiento mayor de los vínculos de las cúpulas dominantes con
el gobierno y en general con las fuerzas imperialistas de Estados
Unidos. Se prosigue así inexorablemente la ampliación y profundización
de la brecha que separa al régimen político dominante del PRIAN con
las grandes masas de la población y sus necesidades y aspiraciones
elementales.
La
represión como una constante
La represión es gemela de
la corrupción. Apenas iniciado el gobierno calderonista, en marzo
pasado, salió a relucir uno de los escándalos más espectaculares y
grotescos, al mismo tiempo, de los últimos tiempos. El decomiso por
parte de la policía del monto en efectivo más grande de la historia
de México y del mundo: más de 200 millones de dólares amontonados
en grandes sacos en los salones de una mansión del exclusivo
fraccionamiento de las Lomas de Chapultepec. Pertenecían a un
traficante de origen chino, recientemente nacionalizado mexicano,
inmiscuido en negocios con altos funcionarios del gobierno panista, en
especial su secretario del Trabajo, y autoridades hacendarias y cuyas
declaraciones embarraron al propio partido del presidente, pues según
él ese dinero estaba destinado a los planes de desestabilización en
caso de una victoria de López Obrador (AMLO) el 2 de julio del 2006.
El caso provocó incluso roces con el gobierno de Washington debido a
la fuga del delincuente a Estados Unidos (EUA), donde ha sido
encarcelado.
Calderón está destinado a
profundizar la alianza como socio menor del gobierno de México con el
de Washington. Uno de los eslabones estratégicos de esta vinculación
es con los planes contra el terrorismo que definen hoy por hoy la política
del gobierno de George W. Bush. Así Calderón ha refrendado el
Acuerdo para la Prosperidad y la Seguridad en América del Norte
(ASPAN), firmado por su predecesor Fox con los gobiernos de EUA y
Canadá en 2005. Este tratado es una consecuencia directa de la
estrategia de Casa Blanca y el Pentágono posterior al 11.09.01
destinada a hacer de México no sólo el patio trasero del Coloso del
Norte, sino el glacis fortificado que le asegure integralmente su
vital flanco sur. Calderón está ratificando todos los vínculos
estratégicos del gobierno de México con el imperialismo en sus
“guerras contra las drogas y el terrorismo”. Las consecuencias son
el fortalecimiento y la legitimación de un mayor involucramiento de
los militares y los cuerpos policíacos especiales en los asuntos
cotidianos de muchos estados de la república, en especial en los del
sur y en las dos fronteras.
En los meses finales del
gobierno foxista se constató un escalamiento de la represión. El
curso de Calderón lo está continuando y profundizando. Los nombres
de esta escalada se resumen ante todo en dos: Atenco y Oaxaca. En mayo
del año pasado, la salvaje represión de los cuerpos especiales del
Estado de México en Atenco tuvo un saldo de dos muertos, de maltratos
y torturas de hombres y mujeres (algunas de éstas, incluso violadas)
y decenas de heridos y encarcelados. En noviembre pasado, la represión
del detestado gobernador Ulises Ruiz Ortiz en Oaxaca se abatió con
cuerpos policíacos estatales y federales (la PFP) contra la
movilización popular encabezada por la APPO. El saldo de esta represión,
que no ha cesado aún, hasta el momento es de más de 20 muertos, un número
desconocido de desaparecidos y decenas de presos políticos.
Es en la ciudad de Oaxaca
precisamente en donde se ha producido una nueva escalada de la represión
con motivo de la desaparición, desde el mes de mayo pasado, de dos
militantes del EPR, Gabriel Alberto Cruz Sánchez y Edmundo Reyes
Amaya.
Este recurso creciente a los
procedimientos represivos como forma de gobernar está teniendo
repercusiones en todos los niveles. Por ejemplo, en una clara imitación
del Acta Patriota de EUA, los dos partidos burgueses principales, el
PAN y el PRI, preparan enmiendas al Código Penal para legalizar la
criminalización de las protestas populares. Es un intento de
resucitar el delito de “disolución social” contra el cual se lanzó
el movimiento estudiantil popular de 1968 y que fue derogado
posteriormente. Este es el único rasgo original del curso
calderonista que en lo demás sólo es la continuación del de sus
antecesores.
Lo sucedido en los últimos
meses ha llevado al gobierno de Calderón a crear nuevas fuerzas
represivas (aparte del ejército, naturalmente), no bastando con las
actualmente existentes como la PFP (en realidad militares vestidos de
civil), creada durante el último sexenio priísta y los innumerables
cuerpos policíacos especiales creados por los gobernadores de los
estados. En marzo pasado, Calderón y su secretario de Defensa
Nacional, general Galván, firmaron un decreto por el cual se creaba
un nuevo cuerpo especial del Ejército y la Fuerza Aérea denominado
Cuerpo de Fuerzas de Apoyo Federal (CFAF). Así, Calderón está en
una situación parecida a la de Hindenburg, el viejo presidente de la
república de Weimar, quien según Trotsky “no había hecho, pero
tampoco deshecho nada”.
Desorden
del régimen político
La larga transición
mexicana sigue inacabada. Es el propio Calderón quien lo acepta
cuando declaró hace unos días que “se está acabando el tiempo
para la transición”. Determinada a su vez por la también larguísima
trayectoria del régimen bonapartista que duró más de siete décadas,
su causa es la crisis de régimen que no acaba de resolverse en forma
positiva. No se trata de una cuestión de voluntades personales sino
de razones estructurales. Se trata de una cuestión política con
profundas raíces históricas.
La evidente crisis y
decadencia del viejo sistema de dominación bonapartista se ha querido
superar por la capa dominante con fórmulas políticas legislativas
emanadas desde la cumbre: reformas electorales que se suceden una tras
otra, “transiciones pactadas” entre las cúpulas de los dos
principales partidos burgueses como en el 2000, arreglos en “lo
oscurito” con las direcciones del PRD, el partido neocardenista
surgido de la escisión priista de 1987, ampliación del número de
legisladores en las dos cámaras del Congreso de la Unión. En resumen
con métodos que buscan acuerdos en la cúpula pero que dejan
intocados los mecanismos de subordinación y de control popular. Con
ello se han gastado sumas enormes del erario, con el único resultado
del enriquecimiento colosal de los partidos “representantes” de un
pueblo cada vez más marginado y empobrecido.
Así la larga transición
mexicana no acaba por desmantelar el viejo sistema, manteniéndose la
concentración enorme de poder en las manos presidenciales (el llamado
“presidencialismo metaconstitucional”) sin que el fortalecimiento
de la vida parlamentaria protagonizada por los tres partidos
gobernantes logre imponerse definitivamente como el nuevo régimen de
dominación.
La burguesía mexicana debe
su fuerza y sus riquezas a dicho régimen bonapartista. Acostumbrada a
que éste gobernara a favor de sus intereses, no se preocupó durante
décadas por crear vínculos políticos con las masas populares, ante
todo descuidó la formación de partidos. La cultura popular política
mexicana, por tanto, durante casi todo el siglo XX, fue ante todo una
cultura populista y ella
tuvo un nombre: priismo (por el PRI, el partido único de facto y
antes de él, sus antecesores el PNR y el PRM). Cuando vino el
neoliberalismo, este cambio de época que era la sentencia de muerte
de los gobiernos populistas y bonapartistas, el proceso de cambio se
dio con el personal salido del propio PRI en la época de los
presidentes De la Madrid y Salinas. Hoy sabemos que su intento
relativamente exitoso de “modernización económica” neoliberal
tuvo, sin embargo, un altísimo costo, el caos político, cuya evolución
sigue y se agrava: la insurrección del EZLN; los asesinatos políticos,
en especial el del candidato presidencial priista en 1994, Donaldo
Colosio; los escandalosos fraudes electorales y un movimiento de
resistencia popular de alcance nacional, cada vez más fuerte y
aguerrido contra las políticas neoliberales. Por eso en el sexenio de
Salinas, la modernización económica se dio paralela a una represión
que sólo al PRD le costó 600 asesinados por las fuerzas del orden.
Esta movilización popular de la resistencia siguió en el gobierno de
Zedillo. La transición pactada con el PAN en el 2000, con Fox a la
cabeza, fue concebida para desviar esta resistencia. A pesar del
enorme capital político logrado por el ranchero de Guanajuato, muy
pronto la real naturaleza crudamente capitalista de su mandato enseñó
el cobre. El prestigio de Fox no duró ni la mitad de su sexenio. Él
también terminó recurriendo a la represión en el más típico
estilo de sus antecesores priístas.
El proceso paralelo a este
recrudecimiento de la represión por parte de un gobierno como el
actual, con un escaso apoyo popular y una caída libre de su
legitimidad ante amplísimos sectores sociales, es el caos político
de los grupos y partidos que funcionan en el escenario oficial.
Presenciamos así una descomposición creciente del orden existente,
lo cual tiende a acelerar el surgimiento de un vacío de credibilidad
política en la sociedad en su conjunto. Ciertamente este proceso es
muy desigual, siendo más evidente en el Distrito Federal y en otros
estados sureños, pero con diferentes graduaciones se expresa en el país
en su conjunto.
Las elecciones del 2 de
julio del 2006, el fraude conculcado a la candidatura de AMLO y la
vasta e inaudita protesta popular que dichos actos propiciaron,
llevaron a la crisis política a un nivel muy alto. Más de un año
después de esos acontecimientos, no se ha podido estabilizar
realmente la situación. Calderón hasta para pronunciar su mensaje
político tradicional del 1° de septiembre estuvo dudando sobre el
lugar donde emitirlo. Se consideró primero el Auditoria Nacional con
su público panista y acarreado especialmente para aplaudirlo, para
finalmente decidirse por el Palacio Nacional como lugar “más
apropiado”. De este modo en una competencia atroz entre el poder y
la oposición, los dos poderes legislativo y ejecutivo se aniquilan
mutuamente. Queda el recurso de la militarización creciente, un
peligroso recurso cuando lo desempeña un ejército que cada vez más
se convierte en un factor de arbitraje decisivo del poder, sacado de
los cuarteles en forma intempestiva por un presidente débil, con su
legitimidad en un acelerado proceso de erosión.
El grado tan alto de
desconfianza y antagonismos que reina en las cúpulas partidarias, que
afectan directamente al poder establecido, se ha revelado cruda y patéticamente
en el destino del Instituto Federal Electoral (IFE), una de las
instituciones más caras de los gobiernos neoliberales (su presupuesto
aprobado para el próximo periodo es de 80 mil millones de pesos).
Pieza clave del fraude del 2006, el IFE va a desaparecer, eliminados
todos sus consejeros, empezando por el nefasto consejero presidente
Luis Carlos Ugalde, para dar paso a un nuevo Instituto Nacional
Electoral. Ni el PAN, ni Calderón, principales beneficiarios de sus
decisiones del 2006, salvaron a Ugalde y los suyos. El patético
personaje, no obstante, antes de irse en una suerte de canto del
cisne, hizo la declaración siguiente: “la desaparición del IFE
puede ser una prueba de que sí hubo fraude en el 2006” (¡!).
El trasfondo político e
histórico profundo de esta larga crisis es el carácter antidemocrático
de todos los grupos capitalistas más poderosos, todos ellos
vinculados estrechamente con los capitalistas y el gobierno del vecino
norteño. Y mientras, por el otro lado, las masas populares no se
erijan como las protagonistas estelares de la democratización del país,
realizando una limpia revolucionaria del actual corrupto y represor
sistema, esta situación se prolongara dando paso a soluciones aún más
reaccionarias.
Los tres partidos burgueses
principales se encuentran atravesados por profundas rupturas, las
cuales en ocasiones se abren de tal forma que se convierten en
colosales grietas de crisis.
La
declinación del PRI y la debilidad del PAN
El PRI que sigue siendo el
partido mayoritario considerando el número de estados en que gobierna
y manteniéndose como la primera fuerza del Senado y la tercera en la
Cámara de Diputados, es un partido perforado en lo más profundo por
las divisiones de sus bloques internos. La derrota presidencial de
Madrazo puso en evidencia que no se trata de un partido unificado en
el sentido propio del término, sino de un conjunto de feudos
estatales que se comportan como más les conviene a sus jefes, los
gobernadores y los caciques regionales (los jefes donde no tiene la
gubernatura del estado) y sindicales (v.gr. Elba Esther Gordillo, la líder
magisterial, antes de su traición a Madrazo pasándose abiertamente
con Calderón de 2006). Actúan de la manera más cruda sólo buscando
las mayores posiciones posibles dentro de los aparatos tanto el
federal como los estatales. Esto significa que su lealtad no está ni
siquiera con sus candidatos, incluido el presidencial, tal y como
Madrazo ha denunciado en sus acusaciones de traición de sus colegas
de partido. Ellos van sólo por las prebendas de todo tipo que puedan
conseguir del origen que sea. Sigue siendo el PRI el partido de estado
por antonomasia, a pesar de que ya ha perdido dos veces la primera
magistratura. En una dinámica de decadencia muy difícil de revertir,
sus jefes nacionales, en especial los de las bancadas parlamentarias
de San Lázaro, aspiran a volver a ganar en “la grande” en el
lejano 2012. Pero esta perspectiva la basan más que en sus propios
acervos, en la debilidad de sus competidores.
El PAN, el partido de Fox y
Calderón, está muy lejos de haber llenado el vacío dejado por el
PRI en el 2000. De los tres partidos más importantes, se podría
decir que es el partido burgués más burgués. Por eso mismo el menos
enraizado en las masas populares. Sigue siendo en los estados del
norte, con un desarrollo más vigoroso de sus burguesías, en donde
este partido dispone de una base ciudadana más amplia y consolidada.
Pero aún allí no ha podido realmente plantarse firmemente. En
Chihuahua y Nuevo León, posiblemente los dos estados en donde
tradicionalmente ha sido más fuerte, las administraciones panistas
han sido desastrosas, lo cual ha significado el regreso del PRI en
ambos estados. En Sonora todavía no ha logrado ganar una sola vez la
gubernatura, a pesar de su fuerza en los municipios. En Baja
California, el desprestigiado hijo del Carlos Hank, como candidato priísta,
estuvo a punto de derrotar a la hegemonía panista instaurada en ese
estado desde 1989. En los últimos diez años, el PAN se ha
fortalecido fuertemente en varios estados del centro y occidente con
una tradición conservadora y reaccionaria más antigua: Guanajuato,
Jalisco, Querétaro y Aguascalientes, está por verse cuánto durará
esta hegemonía. En el sur y el sureste, el PAN sólo cuenta en Yucatán,
estado en el cual había ganado la gubernatura hace seis años, sólo
para perderla recientemente ante la candidatura del PRI. Así al nivel
nacional, el PAN no tiene la fuerza para una hegemonía realmente
integral. Por eso el PRI es vital para el gobierno panista de Calderón,
lo cual los dirigentes de aquél saben muy bien y lo cobran con
creces. Esto es lo que explica el apoyo que Calderón ha dado a los
dinosaurios que son los dos gobernadores priístas más
desprestigiados de todo México, si cabe, el de Puebla, Mario Marín y
el de Oaxaca, el aborrecido URO.
Las tensiones internas se
aprecian también en el PAN, el cual a pesar de haber logrado la
victoria el 2 de julio al precio altísimo que le ha costado, ve en
sus filas el surgimiento de sectores más derechistas y reaccionarios
opuestos a las posiciones de la ya de por si reaccionaria dirección
partidaria de Espino.
La
profunda crisis del PRD
Es el partido de AMLO el que
constituye hoy la pieza más importante en el actual desorden
partidario que distingue a la política oficial. La razón es muy
simple: es a través del PRD que la candidatura de este líder
populista se ha desarrollado como la expresión de descontento político
masivo de la población.
El PRD atraviesa una
profunda crisis provocada por la dinámica de dos políticas que, a
pesar de los esfuerzos que se hacen de los dos lados por evitarlo,
tienden a chocar irremisiblemente. Por un lado se encuentra el grupo
ampliamente mayoritario de conciliadores, encabezados por Jesús
Ortega, Jesús Zambrano, René Arce y demás líderes corruptos y
ultraoportunistas. Por el otro, en una heterogénea mezcolanza, los
partidarios de AMLO y de un curso más beligerante. Estos últimos serían
quienes favorecen la construcción de la Convención Nacional Democrática
(CND) no sólo concebida como un informe movimiento sin estructura
organizativa, como hasta hoy lo ha sido, sino como el cimiento de un
futuro partido.
Los “chuchos”, es decir,
el ala abiertamente conciliadora del PRD, no esconden sus objetivos.
Para ellos de lo que se trata es de “constituir un régimen
parlamentarista y no presidencialista”. ¿Qué significa esto? Su
proyecto es abrirse hacia una alianza con los sectores priistas e
inclusive panistas. Esta “nueva y moderna izquierda”, como se
autodefinen sus líderes, se apresta a colaborar con el régimen para
lograr la estabilidad del gobierno de Calderón. Todo lo demás, para
ellos, son “barricadas y movilizaciones callejeras” que consideran
superadas y letales para sus posiciones básicamente parlamentarias y
electoreras.
Por su parte AMLO, sin que
haya abandonado del todo su limitado programa de un radicalismo con
reminiscencias del decimonónico liberalismo juarista que se lanza
contra “una derecha” sin contenido de clase, se ha mantenido firme
como opositor del gobierno de Calderón. Mantiene una agitación
permanente contra el gobierno en su gira por todos los rincones del país,
“puebleando” y movilizando a la gente en los lugares más
apartados y jamás visitados por los candidatos o funcionarios
gubernamentales con el objetivo de promover la CND. Este es su acervo
que mantiene vivas las esperanzas y las acciones de miles y hasta
millones de ciudadanos y ciudadanas del país.
Las contradicciones de la
corriente de AMLO se harán cada vez más evidentes en la medida en
que se profundice la crisis. Ha mantenido una postura firme con
respecto a demandas fundamentales como son la oposición a las
privatizaciones, en especial de la industria energética (PEMEX, CFE y
LyFC). Pero se mantiene callado y no ha convocado a una alianza de la
CND en la lucha de miles de trabajadores contra la Ley del ISSSTE que
pone en manos de los banqueros los caudales multimillonarios de los
fondos de pensiones de los trabajadores del Estado, manteniéndose
separado de un sector fundamental que votó por él en 2006. Más
preocupante aún es su silencio total sobre el peligroso curso de
militarización emprendido por Calderón y su estela de represión.
Esta posición contradictoria fue una de las causas de su rotundo
fracaso en Oaxaca, estado que visitó (aunque no lo hizo a la ciudad
de Oaxaca) antes de las elecciones de agosto para convocar a un voto
por el PRD. Su llamamiento no tuvo ningún efecto y el gran
abstencionismo permitió que el PRI se llevara el carro completo: ganó
todos los diputados de mayoría relativa. Así, los votantes y en
general los ciudadanos de Oaxaca castigaron la actitud conciliadora (y
en el caso de varios diputados, claramente colaboracionista) del PRD
con URO en el conflicto del año pasado.
El movimiento popular
alrededor de AMLO no es una simple repetición de la primera oleada
cardenista del PRD encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas de 1988-1990.
El hombre ha sido y lo sigue siendo más radical en los actos de lo
que jamás fue el hijo de Lázaro Cárdenas, pero aún más importante
son las condiciones sociales y políticas actuales, atravesadas por
desgarramientos clasistas mucho más duros y profundos. Amplísimos
sectores populares ven en AMLO la dirección de un movimiento contra
el gobierno neoliberal de Calderón y se afilian a la Convención
Nacional Democrática que ha convocado.
La
impotencia política de “la Otra Campaña”
A mediados de 2005, la
publicación de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona parecía
anunciar un giro cualitativo en la situación política: el EZLN, sin
duda el agrupamiento que en ese momento tenía la autoridad moral más
alta entre los sectores populares independientes, en especial entre la
juventud rebelde, salía de un largo silencio y se disponía a
participar en el año político por excelencia que se avecinaba: 2006
año de las elecciones presidenciales. En la Sexta Declaración, el
EZLN, por medio de su portavoz principal, el subcomandante Marcos, se
lanzaba contra el electoralismo de los diferentes partidos
“registrados”, en especial los tres principales partidos
burgueses. Su propuesta de realizar “Otra Campaña” fue acogida
con entusiasmo por los sectores más avanzados a la izquierda del PRD.
Cuando se inició la “Otra
Campaña” con el periplo de Marcos por la república a principios de
2006, muy pronto se apreció las limitaciones enormes e incluso las
gravísimas deficiencias de su política. En primer lugar, como auténtico
caudillo militar, Marcos contradijo todas las expectativas de la Sexta
Declaración, actuando antidemocrática y despóticamente. No era
cierto que la “Otra Campaña” invitaba a las corrientes de
izquierda independiente a realizar un movimiento popular contra los
partidos y el gobierno capitalistas. Marcos decidía cómo, cuándo y
dónde realizar mítines, declaraciones y todo tipo de medidas. Y la
política que propuso más que propiciar una clarificación de lo que
se estaba disputando en las elecciones presidenciales, que comenzaron
a convertirse en el eje de la política nacional, contribuyó a la
confusión y finalmente a un peligroso aislamiento del EZLN.
Como se sabe, al cretinismo
parlamentario y electoralista corresponde en oposición exactamente
equidistante un cretinismo antiparlamentario y antielectoralista. Así,
la postura de Marcos en lugar de lograr que la “Otra Campaña” se
convirtiera en una verdadera alternativa al reformismo y el
electoralismo del PRD, acabó por alejarse de amplios sectores que la
habían apoyado en un principio.
El sectarismo de Marcos se
desplegó en dos fases, antes de las elecciones y después de ellas.
Su crítica correcta al reformismo y electoralismo del PRD no se
complementó con una posición ante las elecciones. Su política fue
la que llaman de avestruz: las ignoró. Ni a favor, ni en contra, ni
proponiendo la anulación de las boletas o incluso la abstención.
Ante un gran abanico de sus seguidores se produjo un choque. Sin
orientación de la “Otra campaña”, decenas de miles de ellos
votaron por AMLO, otros se abstuvieron y seguramente muchos se
desmoralizaron.
Pero después de las
elecciones, su posición fue aún peor: ante el fraude de Fox y los
panistas contra AMLO, no se pronunció en contra y se marginó
completamente de las movilizaciones populares que siguieron. En julio
y agosto del año pasado, Marcos, que se encontraba en la ciudad de México
en la que se realizaban las manifestaciones antigubernamentales más
grandes de la historia de México, no participó en ellas. Fue un
acontecimiento trágico con matices un poco grotescos al mismo tiempo,
pues cientos de miles de esos hombres y mujeres que se movilizaron
contra el fraude, lo había hecho en otras ocasiones a favor y en
defensa del movimiento cuyo dirigente principal se encontraba en esa
misma ciudad, casi escondido, acompañado de unos cuantos seguidores.
Desde entonces la “Otra
Campaña” ha recrudecido su tendencia sectaria. Sus posiciones han
evolucionado hacia un movimiento con carácter étnico. Su interés se
ha concentrado en la movilización de los sectores indígenas, los
cuales ciertamente están entre los más explotados de la población
mexicana, los cuales, sin embargo, constituyen una minoría de ésta.
Es evidente que la victoria de sus demandas y la liberación de sus
ancestrales yugos sólo tendrán lugar exitosamente en una alianza con
la mayoría de los trabajadores mestizos de México. En la “Otra
Campaña” sin embargo, se ha llegado a plantear que en la defensa de
los presos políticos, sus miembros defienden primero o solamente a
“sus propios” presos políticos.
La dilapidación del enorme
capital político del EZLN por parte de su dirección encabezada por
Marcos, es, sin duda, una de las causas más patentes del retraso en
la construcción de una organización nacional democrática y
revolucionaria necesaria para que los sectores populares encuentren la
alternativa independiente que requieren para superar positivamente la
crisis.
La
prueba ácida de Oaxaca
Las elecciones locales de
agosto pasado en Oaxaca han sido una prueba ácida que viene a
ratificar la situación nacional extremadamente compleja, tal y como
se refleja en el estado en donde la lucha de clases llegó al nivel más
alto en los últimos meses.
El resultado del “carro
completo” priista al ganar en todos los distritos electorales,
arrojando al PRD a un lejano segundo lugar y al PAN a un irrisorio
tercer lugar, fue una sorpresa para todos los partidos. Ninguno
entendió el comportamiento de las masas populares, cuya abstención
llegó al nivel record del 60 por ciento.
Los oportunistas del PRD en
Oaxaca creyeron que el carácter represivo de URO, demostrado tantas
terrible ocasiones, sería el factor necesario y suficiente para
esperar el refrendo de la votación favorable que habían logrado en
las elecciones presidenciales de julio de 2006, en las cuales la
popularidad de AMLO les dio una amplia ventaja sobre los demás
partidos.
Se equivocaron totalmente.
Ni siquiera AMLO, quien hizo campaña por su partido en varias
regiones de Oaxaca, logró convencer a los oaxaqueños y oaxaqueñas,
quienes castigaron al PRD por su triste papel, incluido el
colaboracionismo de sus diputados con URO, durante toda la crisis con
la APPO.
Pero también a los priistas
les cayó de sorpresa el “carro completo” que lograron. Por esa
razón ninguno de sus candidatos de la lista de los
“proporcionales”, en donde habían colocado a algunos de sus jefes
políticos, fueron electos ante la magnitud de la victoria completa de
la votación lograda en la lista de los de mayoría relativa.
Ni priistas, ni perredistas
entendieron al pueblo de Oaxaca. Hubo un caso de un lugar en que los
habitantes no dejaron que se instalaran las urnas pues argumentaban
que la población no conocía a ninguno de los candidatos de los
partidos.
La APPO y sus enseñanzas no
han sido eliminadas con las represiones de URO, Fox y Calderón. En
Oaxaca hoy continua produciéndose uno de los procesos más
importantes de la lucha del pueblo mexicano para su liberación.
Oaxaca es un estado vecino a
Chiapas y el de mayoría indígena relativa en todo México. Sin
embargo, el papel de la “Otra Campaña” en la lucha de la APPO ha
sido conspicuo por su ausencia. Al mismo tiempo, la ofensiva
gubernamental contra las bases campesinas del EZLN en los Montes
Azules de Chiapas se ha recrudecido en estos días. A la dirección
encabezada por Marcos le esperan días cruciales en los que se pondrá
a prueba su capacidad y sensibilidad políticas. Sólo un giro radical
a su actual línea sectaria podrá estar a altura de los retos que le
esperan.
Hacia la
fundación del Frente Nacional contra la Represión
Amplios sectores políticos,
sindicales, de las ONGs, así como personalidades e individuos
particulares, preocupados por los niveles peligrosos a los que ha
llegado la represión se han decidido a convocar a la fundación de un
Frente Nacional contra la Represión (FNCR) el próximo 2 de octubre,
la fecha del XXXIX aniversario de la noche de Tlatelolco. Este
proyecto, como otros innumerables reagrupamientos sindicales y políticos
que se están produciendo a lo largo y ancho de la República,
anuncian que, como se señaló al inicio del texto, a un año de las
grandes movilizaciones contra el fraude del PRIAN, la lucha por la
democracia y por un México nuevo libre e independiente continua en un
proceso de ascenso y profundización.
(*) Texto del informe político
presentado al Comité Coordinador de la Liga de Unidad Socialista el 1°
de septiembre de 2007.
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