América Latina,

crisis y rebeliones

 

Economía latinoamericana

De la “plata dulce” a la “economía de penuria”

El marco continental de los planes económicos de Kirchner

Por Roberto Ramírez
Socialismo o Barbarie (periódico), 23/09/03

La firma del acuerdo con el FMI y el envío del proyecto de presupuesto nacional al Congreso han avivado el debate acerca de la situación, los planes del gobierno y el rumbo de la economía argentina.

Desde sectores del “progresismo” —con el diario Página 12 como uno de sus más notorios macaneadores— se presenta la imagen de un gobierno que diferiría radicalmente tanto de los anteriores gobiernos argentinos como de los del resto de América Latina (a excepción de Chávez). Estaríamos supuestamente, ante dos “modelos” económicos enfrentados: el “productivista” (Kirchner) y el “neoliberal” (el de los años 90). Como el primero sería más “progresivo” habría que darle apoyo (o por lo menos cierto apoyo crítico). Esta conclusión es la que se ha impuesto entre la dirigencia de la CTA [1] y algunos sectores del movimiento de desocupados y de la izquierda.

En su momento, al asumir Kirchner, afirmamos que sólo estamos ante “variaciones dentro del mismo modelo neoliberal”. Para no hacer cuestión de palabras sino de contenido acerca de lo que deba entenderse por “modelo neoliberal”, decíamos que “hoy en la Argentina (y en el mundo) existen divergencias reales en la clase capitalista y en sus representantes políticos”. Pero que “ninguna de esas divergencias implica un cambio de fondo por el cual los trabajadores y los pobres podamos obtener conquistas sociales importantes ni mejorar substancialmente el nivel de vida... Ningún sector de la burguesía ni de sus políticos plantea un plan de recuperación de la economía en base a recomponer los ingresos de los trabajadores. Lavagna no aplica ningún plan keynesiano. Menos aun contemplan la posibilidad de hacer la de Perón: apoyarse en los trabajadores haciéndoles grandes concesiones para enfrentar al imperialismo...”[2]

Para una mejor comprensión de esto —de las diferencias con los rumbos del pasado y a su vez los límites de esas diferencias—, es conveniente ubicarlo en el marco latinoamericano. Para eso, es útil la reciente publicación por la CEPAL de los dos primeros capítulos de su Estudio Económico de América Latina 2002-2003.[3] Aunque de ninguna manera hoy desde la CEPAL se desarrollan críticas de fondo ni se hacen propuestas alternativas independientes, sus datos y comentarios son ilustrativos.

Los seis años perdidos

En primer lugar, el Estudio de la CEPAL no puede menos que empezar constatando el desastre latinoamericano. La economía de América Latina crecerá apenas un 1,5% en 2003, luego de la caída del 0,6% del 2002. Pero eso significa una caída aun mayor del producto por habitante:“El PIB (Producto Interno Bruto) per cápita se mantendrá estancado a un 2% menos que el de 1997, completando así un «sexenio perdido» para la región”. (Cap. I, p. 9) Como es sabido, la década del 80 es conocida como la “década perdida”, por el estancamiento de las economías latinoamericanas y las primeras crisis de la deuda externa.

Sin embargo, la verdadera magnitud del desastre es la catástrofe social que lo acompaña. Por ejemplo, la tasa de desempleo en las ciudades casi se duplicó desde 1994 al 2002. (Cap. I, p. 44).

Durante la primera mitad de los 90, con el pretexto de remediar la crisis de la “década perdida”, se aplicaron en todas partes aunque desigualmente las recetas del “Consenso de Washington”, es decir, las políticas neoliberales: apertura del comercio exterior y de los movimientos de capitales, privatizaciones, etc. Todo esto significó asimismo cambios en la esfera de la producción y de la inserción de cada país en la división internacional del trabajo.

En verdad, el giro neoliberal no consistió meramente en tal o cual política circunstancial de algún gobierno, sino en la profundización de un curso estructural de las economías latinoamericanas, ya iniciado antes: su adaptación e integración al proceso mundial de “globalización” del capital. En eso, Argentina tuvo el triste honor de ser “el mejor alumno”, con los resultados conocidos.

Durante los primeros años de la década del 90, todo pareció andar sobre ruedas. Aunque con grandes desigualdades entre los diferentes países, las “aperturas” y privatizaciones atrajeron una oleada tanto de inversiones directas como de préstamos e inversiones “de cartera” (compras de acciones y otros valores en las bolsas). Así, desde 1991 hasta 1998, la Transferencia Neta de Recursos (que es el ingreso neto de capitales totales menos los pagos netos de utilidades e intereses) tuvo saldos positivos. (Cap. I, p 12 y 38) Fueron años de “plata dulce”.

Esto permitió a muchos países, entre ellos Argentina y Brasil, sostener la “estabilidad de la moneda” incluso con una sobrevaluación en relación al dólar (Argentina, en la forma extrema de la convertibilidad), y al mismo tiempo darse el lujo de mantener déficits de la Balanza de Bienes y Servicios (importar más de lo que se exporta en bienes y servicios) y déficits del presupuesto del Estado. La mayor parte de los países pasó así a depender en mayor o menor medida del flujo de capitales del exterior... Esto produjo, entre otras consecuencias desastrosas, un crecimiento veloz del endeudamiento, haciendo que la Deuda Externa Bruta Total latinoamericana llegara a su cúspide de 767 mil millones en 1998. (Cap I, p. 41)

Ya desde mediados de los 90, las cosas comenzaron a complicarse. El problema de fondo (no señalado por la CEPAL) es que en la división mundial del trabajo impuesta por la globalización, América Latina, si bien no se precipitó al pozo de África, tampoco logró la performance de algunos pocos países de Asia... que fueron tomados como ejemplo hasta que también se hundieron en 1997. La ola de inversiones directas fue en buena parte a las empresas públicas privatizadas y no a sectores que implicaran mejorar substancialmente la inserción en el mercado mundial. Tampoco el capital “nacional”, en gran medida fusionado, subsidiario, asociado o subcontratista de las corporaciones transnacionales, se encaminó en ese sentido. La “apertura” arrasó con muchos sectores calificados de “ineficientes”, pero no los reemplazó en la misma medida por otros “competitivos” en el mercado mundial. Al mismo tiempo, dejó millones de desocupados, lo que agravó la miseria mientras supuestamente crecía la economía.

A medida que se fueron agotando las empresas estatales a privatizar o las empresas privadas “nacionales” a adquirir, la rueda empezó a girar en sentido opuesto. Ya no era cuestión de recibir inversiones directas o de cartera, sino de enviar ganancias al exterior. También crecía el servicio de la deuda. Así, los Pagos Netos de Utilidades e Intereses aumentaron entre 1991 y el 2001 casi un 74%. (Cap I, p. 38) La Transferencia Neta de Recursos se hizo negativa luego de 1998, llegando en el 2001 a – 40.400 millones, el 2,4% del PIB latinoamericano. (Cap I, p. 12)

En el comercio exterior también las cosas se iban complicando. Aun sin llegar a los extremos de la convertibilidad de Argentina o la dolarización de Ecuador, las monedas latinoamericanas habían tratado de anclarse al dólar y, en muchos casos, llegaron a estar sobrevaluadas. Para empeorar las cosas, desde 1995, el propio dólar también comenzó a apreciarse en relación a las monedas europeas y al yen. Esto contribuyó a restar competitividad a las exportaciones latinoamericanas.

Otro factor grave fue que desde 1998 al 2002 los países no petroleros de América Latina han sufrido un deterioro de los términos del intercambio (relación entre los precios de los productos de exportación y los que se importan) del 14,9%. Y además, desde 1997, Latinoamérica padece una caída absoluta del 25% de los precios de sus productos básicos no petroleros. (Cap. II, 1., p. 10 y 11)

Esos y otros motivos (las crisis de 1997 del Sudeste de Asia y el default de Rusia en 1998, la amenaza de un colapso de Brasil el mismo año, el imán de la “burbuja” de Wall Street de 1995 al 2000, etc.) llevaron a un “no va más”. El mecanismo de cubrir los distintos déficits con más emisión de deuda y/o inversiones directas o de cartera no podía seguir adelante.

La “economía de penuria”

El estallido de Argentina en diciembre del 2001 se produjo en el marco de ese impasse. Es que aquí la situación económica se combinó con otros factores políticos y sociales, que no se presentaron del mismo modo en otros países del continente.

Sin embargo, aunque no se produjo por ejemplo un “brasileñazo”, se han dado cambios de cierta importancia, principalmente en América del Sur. El rumbo de Duhalde-Lavagna-Kirchner no se contradice con ellos.

Podríamos decir que de la “plata dulce” de principios de los 90 hemos pasado en América Latina (pero especialmente en Sudamérica) a lo que podría llamarse una “economía de penuria”. Nos permitimos tomar “prestadas” estas palabras a Jorge Beinstein, director de la revista Enfoque Alternativo, quien las ha aplicado a lo sucedido en Argentina.

Del dólar barato, el remate de las empresas públicas, los déficits comerciales y fiscales, y el endeudamiento externo colosal y galopante, se ha pasado al dólar caro, a las devaluaciones de las monedas sudamericanas, a los superávits fiscales y del comercio exterior, logrado mediante el aumento de las exportaciones pero sobre todo gracias a la caída de las importaciones por la depresión del consumo interno. Esto último es ahora un factor clave: las divisas ya no ingresan tanto por inversiones del exterior y emisión de deuda, sino por el descenso de las importaciones gracias a la miseria generalizada y el aumento importante pero relativamente menor de las exportaciones relacionado con las devaluaciones.

 La CEPAL señala que esto, por supuesto, favorece a los sectores exportadores como también a los sectores que internamente compiten con las importaciones. (Cap I, p. 20). Pero asimismo es funcional a las corporaciones interesadas en que haya divisas para girar sus ganancias al exterior, y a los tenedores de los títulos de deuda interesados en cobrarlos.

La CEPAL resume así estos cambios: Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, etc. devaluaron sus monedas. “Las economías latinoamericanas con tipos de cambio más competitivos... son las que registran mayor dinamismo relativo de sus exportaciones... Esto indica que la balanza comercial de la región seguirá mejorando y por segundo año consecutivo mostrará un superávit... El fenómeno se concentra en América del Sur, que presentará un superávit comercial de 56.000 millones de dólares, en comparación con 46.000 millones del 2002.” (Cap I, p. 11)

Pero “el superávit del 2002 obedeció en gran medida a una enorme caída del valor de las importaciones... Éstas venían descendiendo desde mediados del 2001, pero son las agudas devaluaciones del 2002 las que comprimen las compras externas...” (Cap. II, p. 13)

¿De dónde sale entonces este superávit comercial, que no se había logrado en tantos años de “fiesta”? De la contracción de la inversión, pero sobre todo de la caída brutal del consumo popular. Con lenguaje “aséptico”, la CEPAL alude a “los factores cíclicos internos en el caso especial de las importaciones” (Cap I, p. 11) y recuerda que “la balanza comercial no es solamente la diferencia entre exportaciones e importaciones, sino también la diferencia entre el PIB y el gasto interno”.  Y antes había señalado que “lo más probable es que, con escasas excepciones, el 2003 sea un mal año en términos de consumo y de inversión privada. Esto se vincula al drástico ajuste de la balanza comercial...” (Cap I, p. 18) Dicho en criollo: gracias a la pobreza creciente, hay para exportar más y sobre todo importar menos.

Pero se dan también otros cambios importantes y relacionados con éste. Por primera vez en muchos años, sobre todo en América del Sur, se ha logrado que “la cuenta corriente del conjunto de la región muestre un saldo prácticamente equilibrado en 2003”. (Cap. I, p. 12)

Finalmente, el otro déficit habitual, el déficit fiscal, también está siendo domado. La CEPAL pone como ejemplos a Argentina, Chile y sobre todo el gobierno de Lula, con su heroico superávit primario del 4,25% del PIB, “superior al objetivo pactado con el FMI, con la idea de conseguir rápidamente una mayor credibilidad y reputación en los mercados financieros externos”. (Cap. I, p. 17)

Estos inéditos superávits fiscales significan que todos los gobiernos, incluido el de Argentina, han dispuesto según la CEPAL “cambios estructurales en la política fiscal”. De los anteriores “ajustes fiscales de corto plazo” se está pasando a “ajustes fiscales más estructurales”. (Cap. I p. 17) Pero, se lamenta la CEPAL, “el corolario inevitable... es que la política fiscal en el 2003 no implicará una fuerza reactivadora del gasto interno en ninguna economía de la región... A la falta de un motor externo se suma entonces la falta de un motor fiscal que impulse la reactivación”. (Cap. I, p. 17)

Dicho otra vez en criollo: no habrá dólares, ni pesos, ni reales para obras públicas en gran escala, gastos sociales, salarios, subsidios de desempleo, etc. O sea, que no existe ni la sombra de planes keynesianos para mitigar la crisis por el lado de ampliar la demanda.

Asimismo, la CEPAL prevé dificultades por el lado de la inversión. En el 2003, la tasa de inversión es comparable a la de 1988, la más baja de esa década depresiva y mucho menor que el promedio de los 90. “El bajo nivel de inversión muestra que la región no está ampliando la capacidad de crecimiento a mediano plazo.” (Cap. I, p. 23)

En suma, creemos que no es desacertado hablar de “economía de penuria” como una primera aproximación para definir los cambios en los mecanismos de la economía latinoamericana, en relación los 90. Es que estas modificaciones y sus “logros” —superávit comercial, equilibrio en la cuenta corriente y superávit fiscal— se asientan en mantener y agravar el cuadro descrito en otro informe de la CEPAL —Panorama Social de América Latina 2002-2003.

Según este informe en el año 2002, el número de latinoamericanos que vive en la pobreza alcanzó los 220 millones de personas, de los cuales 95 millones son indigentes, lo que representa el 43,4 % y 18,8% de la población respectivamente... El proceso de superación de la pobreza se estancó durante los últimos cinco años, con tasas de pobreza e indigencia que se han mantenido prácticamente constantes desde 1997... Las proyecciones de la CEPAL para 2003 indican que se volvería a producir un aumento de estas tasas a nivel regional...”

Notas:

1.- Aunque su principal economista, Claudio Lozano, ha criticado el acuerdo con el FMI, la CTA sigue apoyando a Kirchner.

2.- El enigma del Sr. K, en Socialismo o Barbarie (periódico), 22/05/03.

3.- CEPAL: Comisión Económica para América Latina (organismo de las Naciones Unidas). En el pasado, con el célebre economista argentino Raúl Prebisch, la CEPAL fue el centro ideológico del “desarrollismo” latinoamericano, reflejando también tímidamente las “teorías de la dependencia”. Luego capituló al neoliberalismo.

Volver