Haití
Una
guerra de todos contra todos
Por
Isidoro Cruz Bernal
Socialismo
o Barbarie (periódico), 19/02/04
En estos días se vive en Haití una virtual guerra civil. Las noticias
muestran enfrentamientos armados entre distintas fuerzas policiales y
paramilitares, movilizaciones populares que se enfrentan a la represión,
ciudades tomadas, etc. Una situación totalmente descontrolada. Lo que
no queda claro, si nos guiamos por la información que llega, es porqué
sucede esto. Intentaremos traer a consideración una serie de
elementos de análisis para entender cómo se ha llegado a la actual
situación.
Un
poco de historia
Si bien actualmente Haití es el país más pobre de Occidente, entre
1697 y 1801 fue la colonia más próspera de América. Ella sola era
responsable de tres cuartos de la producción mundial de azúcar (además
de café y algodón). Haití, que era colonia francesa, representaba
un tercio del total del comercio exterior de Francia. Eso fue posible
gracias a la generalización del trabajo esclavo (existían 455.000
esclavos sobre un total de 510.000 habitantes).
Paralela a la Revolución francesa, estalló la gran rebelión
anticolonial y anti-esclavista que obtuvo la independencia en 1804 y
que, dentro de los movimientos emancipadores latinoamericanos, fue uno
de los que mostró un curso más radicalizado al instaurar la primera
República negra de la historia. También Haití fue una importante
base política para las campañas de Simón Bolívar y una importante
influencia ideológica para éste al comprobar que la abolición de la
esclavitud no era un sueño imposible de almas utópicas.
El proceso de la independencia terminó instalando en el poder a una
burguesía terrateniente y comercial, dominada por los mulatos.
Durante el siglo XIX, Haití vivió en crisis permanente. En 1825 los
franceses lo obligaron a pagarle una indemnización compensatoria (¡por
haberse declarado independiente!) de 125 millones de francos que Haití
sólo pudo terminar de pagar en ¡1922! También Jefferson, presidente
de EEUU, impuso sanciones contra Haití que estuvieron en vigencia
hasta 1862. A esto hay que agregar que Haití fue reconocido diplomáticamente
por pocos países americanos, debido principalmente a que pocos de
ellos habían abolido la esclavitud. Esta situación de aislamiento y
de tener que hacerse cargo de pesados tributos neo-coloniales
incrementó su debilidad, a la vez que fue motivo de numerosas
rebeliones populares. Justamente, la que se dio en 1915 contra el
presidente Vilbrun Guillaume San fue usada de excusa por los
norteamericanos para invadir Haití “en defensa de la vida y los
bienes de los ciudadanos norteamericanos”. EE.UU. logró mantenerse
en Haití hasta 1934, a costa de una enorme represión a la
resistencia armada desarrollada los primeros años de ocupación. Se
calculan en 13.000 los haitianos muertos en esta desigual lucha.
Los yanquis concluyeron su ocupación, pero mantuvieron el control económico
de Haití al tener la mayoría de la explotación de azúcar y de la
banana, así como de una parte grande del comercio.
El
duvalierismo y su herencia
Después de la Segunda Guerra Mundial comienza la organización del
movimiento obrero haitiano (en la que tiene un papel importante el
naciente Partido Comunista haitiano) que realiza imponentes
manifestaciones de 70 a 80.000 personas. Este proceso es cortado por
una crisis política en 1956, de la que resulta favorecido, al año
siguiente, el célebre François Duvalier o Papá Doc, que gobernó
dictatorialmente hasta su muerte en 1971.
Al inicio, Duvalier tuvo una base social popular que se sostenía
mediante la reivindicación de la “negritud” levantada en contra
de una clase dominante mayoritariamente mulata. Pese a sostenerse
mediante una especie de semi-chantaje a la burguesía haitiana,
Duvalier defendió los intereses generales de ésta, al tiempo que
acumulaba una gran fortuna personal.
La columna vertebral del régimen fueron los “tontons macoutes”, un
cuerpo paramilitar que tuvo a su cargo la represión a los opositores.
Se calculan en 30.000 los asesinados y en medio millón los exilados.
Los “tontons macoutes” (de decenas de miles de miembros) llegaron
a llevarse el 40% del presupuesto público.
Los norteamericanos fueron el firme sostén externo del régimen, para
tener un contrapeso caribeño a Cuba.
A Papá Doc le sucedió su hijo Baby Doc que gobernó de idéntica forma
hasta 1986, dónde un ascenso de masas combinado con un golpe
palaciego lo lleva a huir del país, llevándose la mayoría de las
reservas en divisas del país. La situación creada por el fin del
duvalierismo era compleja. La burguesía haitiana no tenía fuerzas
políticas propias. Había dejado hacer a los Duvalier y contaba, de
hecho, con el enorme aparato represivo heredado de Papá Doc. Se
suceden las crisis entre los herederos del régimen, todos ellos sin
peso propio.
La
Iglesia ocupa el papel de oposición al régimen militar en
descomposición. Aparece la figura de Jean-Bertrand Aristide, un
ex-cura cercano a la Teología de la Liberación que devino en
principal referente de la oposición. Aristide, a principios de 1991,
ganó las elecciones por el 65% de los votos. Llegó al gobierno con
un programa reformista. Sus breves 8 meses de gobierno significaron un
límite a los narcos, el parcial cese del saqueo al presupuesto y la
reducción de la burocracia estatal en un 20%.
Más
allá de que estas medidas no eran ni siquiera un programa tibiamente
antiimperialista, tuvieron la consecuencia de enfrentarlo con el
aparato represivo haitiano, acostumbrado, como hemos visto, a consumir
enormes franjas del presupuesto. A esto se suma el hecho de que el
acceso de Aristide al poder era el símbolo de la caída de los
“tontons macoutes” que, en medio de la efervescencia popular que
siguió a la huída de Baby Doc, habían visto ajusticiados a
pedradas, palazos e incluso devorados a más de 1000 de sus miembros
por la marea de la rebelión de las masas. La negativa de franjas
enteras del aparato represivo a salir de la escena es en Haití una
realidad imposible de dejar de ver. El carácter parasitario de esta
capa social estimula además su perfil aventurero y semi-delincuente.
La
democracia colonial y su crisis
Después
de unos años de producido el golpe de Raoul Cedras que derribó a
Aristide, el imperialismo yanqui tomó en sus manos la “solución”
del problema haitiano. Instauraría una “democracia” colonial a
gusto y paladar del Imperio. Disciplinaría a los “tontons”
residuales y los organizaría, con dirección de la CIA, en la represión
a los movimientos populares, y le devolvería el gobierno a Aristide a
condición de que este abandonase su programa reformista y gobernase
en carácter de “virrey democrático” del imperialismo.
La
invasión fue un operativo exitoso, por lo menos durante unos años.
Aristide cumplió su palabra y, pese a que la burguesía y los yanquis
no lo veían como uno de los suyos, gobernó al servicio del
imperialismo hasta 1996.
En
el 2000 volvió a ser candidato y ganó las elecciones. El pueblo
haitiano volvió a ver en él una vía para salir de su extrema
pobreza. Aristide acompañó estas esperanzas con abundante retórica
anti-neoliberal y promesas de reforma agraria y obras públicas de
infraestructura de las que el país carece (clínicas rurales,
escuelas, etc).
En
el gobierno, Aristide hizo todo lo contrario. Para “modernizar”
Haití instauró “zonas francas” donde el trabajo es flexibilizado
al extremo y donde no hay sindicatos (ni el sindicalismo amarillo y
proimperialista ni los sectores independientes). De la crítica al
neoliberalismo fue derechito a la apología de la superexplotación.
Esto
no impidió que la política exterior yanqui diese un giro hacia la
“tolerancia cero” con las disidencias de los países periféricos
(acentuada después del atentado a las Torres). EEUU ha cortado las vías
al crédito para Haití.
El
gobierno de Aristide se encontró con una doble crisis. Por un lado
perdió rápidamente su base social al llevar una política económica
reaccionaria. Por el otro la burguesía haitiana pasó a la oposición
activa al verse enfrentada con el cese de la ayuda económica externa.
Al
perder apoyo por las dos puntas, Aristide (que contaba con una policía
de apenas 5000 miembros) armó sus propias fuerzas represivas para
emplearlas contra la oposición proimperialista, pero también contra
la resistencia popular. En el 2003 se vio un recrudecimiento de la
oposición a través de marchas, huelgas y lucha en las calles que
tuvo un carácter extremadamente violento, con numerosos muertos y
heridos.
Hoy
existe en Haití una oposición nucleada en la Plataforma Democrática,
sumatoria de organizaciones empresarias, de derechos humanos, el
sindicalismo amarillo y los estudiantes, que han sido el sector que más
se ha movilizado en contra del gobierno. En la oposición también hay
muchos partidarios decepcionados de Aristide y sectores de izquierda
reformistas. Pero tenemos que ser claros: esa oposición, por más que
agrupe a sectores democráticos y combativos y que estimule la rebeldía
de las masas ante la política reaccionaria de Aristide, está bajo el
control de la burguesía y el imperialismo. La Plataforma Democrática
se plantea como “representación de la sociedad civil”, uniendo a
trabajadores y empresarios en contra del gobierno. Hasta ahora esta
organización ha monopolizado la oposición favorecida por la situación
de polarización real.
Todo
esto pegó un salto a partir de la ocupación de la ciudad de Gonaïves
por parte del llamado “Ejército Caníbal” o Frente de Resistencia
Revolucionaria de Artibonite (provincia del norte donde se encuentra
Gonaïves). Esta banda armada formaba parte del aparato de Aristide y,
ante la crisis del gobierno, se ha levantado en armas (contando con el
apoyo de una parte de la población). A ella se ha unido el FRAPH
(Frente para el Avance y Progreso de Haití), organización
paramilitar que durante el gobierno de Cedras asesinó numerosas
personas, y cuyos miembros estaban exilados en la República
Dominicana. Aparentemente, la unión de estas dos fuerzas ha tomado
una serie de rutas cuyo control colocaría al gobierno en calidad de
sitiado. De todas formas, la información que llega acerca de tomas de
ciudades sufre constantes desmentidas y ratificaciones, volviendo más
confusa la situación.
EE.UU.
tomo distancia de estos paramilitares, al igual que la oposición. Lo
que no puede dudarse es que en un marco de polarización en contra de
Aristide, estas acciones contribuyen a achicarle el margen de acción.
Pese a eso Aristide se niega a renunciar.
La
extrema tensión reinante, combinada con la catástrofe social (un 80%
de la población bajo la línea de pobreza), parecen llevar a la
posibilidad de una intervención “humanitaria” de EEUU y Francia
bajo el paraguas de las Naciones Unidas. Naturalmente, con la
experiencia de la anterior intervención, podemos afirmar que esto no
representará ninguna solución. Podrá quizás bajar la intensidad
del enfrentamiento u obligar a una negociación. Pero, teniendo en
cuenta el antecedente de la intervención anterior, no desarmará a
los grupos paramilitares. Tampoco acabará con el saqueo imperialista
que es la causa de estos conflictos. No van a ser las potencias
responsables del saqueo de 200 años las que solucionen los problemas
del pueblo haitiano.
Haití:
un espejo de la barbarie capitalista en la periferia
Nos
hallamos ante una situación tremenda y de difícil resolución. Es
evidente que no podemos apoyar a Aristide, ex-progresista y actual
parapolicial que dirige un gobierno que no ha hecho nada por el pueblo
haitiano, salvo matarlo de hambre y a veces con balas. El repudio que
hoy lo cubre es totalmente merecido.
La
Plataforma Democrática, si bien ha conseguido la adhesión de
sectores populares, está bajo el control político de la burguesía y
el imperialismo. Ni hablar de los paramilitares.
Haití
expresa en el máximo grado la suerte que le puede tocar a una parte
de América Latina en el mundo actual. El resultado del saqueo
imperialista y la fase actual de mundialización que concentra los
capitales en pocos países deja librados a su suerte a los países de
la periferia. El resultado de esto lleva a que sectores burgueses y
grupos de presión se lancen a guerras bestiales por el reparto del
cada vez más escaso botín. En ese teatro de caos y miseria se pierde
todo parámetro político. Vemos a los partidarios de un gobierno que
se alzan en armas en su contra y se alían con sus antiguos enemigos.
En medio, el pueblo haitiano sufre el hambre, las balas y pone los
muertos.
Haití
podría ser el futuro de Colombia. Su presente ya es el del África
subsahariana. Su historia es la parábola de la barbarie
capitalista en la periferia. Hace 200 años era el área económica
más importante de América Latina y el primer país que abolió la
esclavitud. El saqueo imperialista lo convirtió en el país más
pobre de Occidente. Hoy, la persistencia de esa pobreza parece
llevarlo a mayores abismos de degradación.
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