Las vueltas
del Argentinazo

 

La perdurable lucha piquetera

Por Claudio Katz
Enfoques Alternativos, 08/04/04

Los piqueteros mantienen en pié la protesta social luego del repliegue de las asambleas barriales, los escraches y los cacerolazos. Su presencia en las calles torna visible la miseria al conjunto de la sociedad, contrapesa la resignación y obliga a discutir la tragedia social que padece la mitad de la población.

Los piqueteros han logrado un nivel de organización de los desocupados inédito a escala internacional, pero no se limitan a demandar subsidios para sus adherentes. Recogen las reivindicaciones de otros sectores explotados y por eso se perfilan como referentes de la resistencia popular.

Su movilización ha desconcertado al establishment que oscila entre el desprecio ('son muchedumbres silenciosas'), la compasión hipócrita ('hay que comprenderlos porque son pobres') y la exigencia de represión ('no pueden apropiarse del espacio público').

La agresión mediática

Hasta la masacre de Puente Pueyrredón la respuesta oficial fue la mano dura y las provocaciones tendientes a justificar el asesinato de varios manifestantes. Pero la generalizada indignación frente a la brutalidad policial obligó a los gobernantes a sustituir los palos por la hostilidad mediática. Las campañas de la prensa contra los piqueteros no tienen respiro. Resaltan la preponderancia del 'derecho de circular' sobre el derecho de comer y exigen que los desocupados renuncien a la única forma de protesta que les queda luego de perder sus empleos.

Los medios de comunicación presentan a los piqueteros como grupos descontrolados y violentos, ocultando la seguridad de las columnas y el cuidado del espacio público que caracteriza a todas sus movilizaciones. Este hostigamiento expresa el mismo resentimiento de clase que en el pasado estaba destinado a los 'cabecitas negras' y a los gremialistas. Ahora se denigra a los piqueteros que 'afean la ciudad frente a los turistas' o que se atreven a plantear 'demandas políticas' inadmisibles para su condición social. Muchos editorialistas -que aplaudieron la transferencia gratuita de locaciones públicas a la Sociedad Rural- vociferan contra la ocupación de un terreno para reclamar viviendas. Los jerarcas de la iglesia -que viven a costa de tesoro nacional y solventan la fianza de conocidos estafadores- se indignan contra 'la vagancia de los piqueteros'.

También los manifestantes son estigmatizados como delincuentes. El discurso oficial rechaza esta identificación, pero las razzias policiales de 'protección barrial' solo afectan a los barrios humildes y nunca a los reductos de los grandes ladrones.

La presencia callejera de los piqueteros provoca molestias evidentes a todos los transeúntes. Pero este precio de la protesta es muy bajo frente a la alternativa de una degradación en silencio. Lejos de ser un 'recurso inútil' el piquete ha contribuido a limitar las agresiones de los capitalistas. Por eso los dueños del poder se irritan contra un contrapeso eficaz del ocultamiento de la miseria bajo la alfombra. Los manifestantes evitan que 'la vida se desenvuelva normalmente' con un segmento de la población sufriendo y otro ignorando los padecimientos ajenos.

Cuatro vías para desactivar la protesta

Kirchner ensaya la desactivación sin palos del movimiento piquetero, porque su primer globo de ensayo de criminalización desembocó en la impresionante manifestación del 20 de diciembre. El presidente intenta disolver la protesta social por distintas vías.

En primer lugar acusa a la izquierda de repetir en el movimiento piquetero las acciones minoritarias que debilitaron a las asambleas barriales. Pero se olvida que esta labor conspirativa requiere ante todo, participar en la organización de una lucha que el Justicialismo abandonó por completo. Curiosamente Kirchner se presenta como protector de un movimiento que existe contra su voluntad. Además, afirma que la izquierda es una fuerza irrelevante, pero le asigna gran capacidad para diluir la resistencia piquetera. Se olvida que la legitimidad de esta lucha no depende del caudal electoral de la izquierda, ni de cualquier otro cómputo de sufragios. El mismo asumió con el 22% de los votos y su socio D'Elia hizo un papelón en las urnas.

El presidente apuesta al desgaste. Tolera las acciones sin aceptar los reclamos, para crear una sensación de la inutilidad de la protesta. Por eso su ministro de trabajo se presenta como víctima de exigencias desmedidas ('nos extorsionan') y se congratula si los manifestantes no logran sus demandas inmediatas. Pero si los reclamos se afianzan, este juego terminará desgastando al propio Kirchner.

En tercer lugar el gobierno coopta a un sector de la dirigencia piquetera, manipula la distribución de los planes sociales y reparte fondos entre sus adictos. El rechazo de estas prebendas separa a los líderes 'duros' de los 'blandos' y no la oportunidad de uno u otro corte de ruta. Además, el presidente promueve a D´Elía, sin notar que los discursos maccartistas irritan a las franjas progresistas que apoyan al gobierno y que repudian el ensalzamiento de la 'bandera celeste y blanca contra el sucio trapo rojo'.

Kirchner incursiona también en el Gran Buenos Aires para contrarrestar la influencia de los piqueteros. Pero sino logra formar una nueva red de punteros afines a su proyecto, esta acción terminará socavando sin ningún beneficio la autoridad de los intendentes justicialistas,. El presidente carece de los recursos económicos requeridos para aceitar el clientelismo y por eso depura el padrón de beneficiarios de los subsidios sin incorporar a los nuevos inscriptos. Su objetivo es despolitizar la protesta y recluir a los desocupados en su huertas, barrios o emprendimientos. Busca de esta forma retomar el control oficial de las manifestaciones para vaciarlas de reclamos sociales e imbuirlas de la 'causa nacional' que en cada momento le resulte oportuna.

Finalmente Kirchner pretende enfrentar a la clase media con los desocupados, contraponiendo a los 'piqueteros con la gente', como si los manifestantes constituyeran un segmento diferenciado del género humano. No exaspera a los automovilistas contra los cortes de ruta como hace la derecha, pero intenta utilizar las expectativas que despertaron sus concesiones democráticas, en una corriente de oposición a los más pobres.

En esta estrategia el gobierno se apoya en el reflujo de los caceroleros, en la simpatía política que generó su triunfo electoral sobre el menemismo y en la relación contradictoria de la clase media hacia los piqueteros. Esos sectores oscilan entre la solidaridad y la desconfianza hacia los desocupados que protestan. A veces copian sus métodos de lucha frente a un corte de luz o de agua y en otros momentos rechazan la incomodidad cotidiana que provoca toda lucha social.

El gobierno pretende apoyarse en este vaivén (que ahora se inclina hacia un moderado rechazo) para neutralizar a los manifestantes. Busca exacerbar los prejuicios, porque no tiene margen para otorgar grandes concesiones económicas. Los fondos públicos están asignados prioritariamente al pago de la deuda y ya comenzaron los nuevos tarifazos. En cualquier escenario no será sencillo resucitar la vieja escisión entre los trabajadores y la clase media (oponiendo ahora a los piqueteros con los antipiqueteros), que durante 50 años bloqueó la acción conjunta de ambos sectores. A diferencia de lo que actualmente ocurre en Venezuela, esa fractura social se ha debilitado a nivel político.

Los intelectuales próximos al gobierno que exigen palos ('sancionar a los transgresores', dejar de lado las 'estupideces garantistas') no disimulan que alientan la expulsión de los piqueteros de la calle para 'negociar en orden' con el FMI un incremento de los pagos de la deuda . Otros exponentes del progresismo rechazan la campaña de hostigamiento, pero silencian el papel del gobierno en esta empresa. Finalmente, algunos pensadores objetan la 'falta de lucidez maximalista' de los piqueteros combativos y pronostican su ine-xorable aislamiento ('no arrastran a los ocupados'). Pero a quiénes corresponde realizar esta evaluación es a los participantes de la lucha. Ellos soportan la miseria y sabrán como definir los ritmos de la resistencia. Los intelectuales pueden cumplir un papel muy positivo en este proceso, pero deben primero declarar su solidaridad con la protesta de los empobrecidos.

Un cambio perdurable

Algunos funcionarios afirman que 'el problema piquetero quedará solucionado con la creación de trabajo' . Pero si generar empleo fuera tan sencillo la crisis social nunca habría irrumpido con tanta virulencia. Cómo la reprimarización ha deteriorado sensiblemente la relación entre el empleo y el nivel de actividad, el desempleo se mantendrá elevado incluso en el mejor escenario de reactivación.

Pero, además, la lucha piquetera no se restringe hoy a los reclamos de los desempleados, sino que tiene puentes establecidos con los trabajadores. En su origen los piqueteros se nutrieron de la experiencia sindical previa de sus dirigentes y ahora podría concretarse un trasvasamiento inverso de aprendizajes, si el movimiento obrero recupera protagonismo. Aunque la relación estadística opone la intensidad de los paros con el número de cortes de ruta, la conexión político-social entre ambos movimientos podría tender a estrecharse.

La gravitación de los piqueteros expresa, además, la pérdida de autoridad política del peronismo, que siempre respondió a desafíos equivalentes con movilizaciones de sindicalistas y punteros. Ahora se disponen a retomar con varios actos esta reacción tradicional, pero Kirchner sabe que el copamiento justicialista de estas marchas afectará su popularidad entre la clase media. Estos dilemas reflejan el debilitamiento de las raíces populares del peronismo como consecuencia de la década menemista.

La misma erosión se manifiesta en el desprestigio de la burocracia sindical. Por eso los piqueteros ocupan el espacio callejero que en los 80 dominaba Ubaldini y que en los 90 compartieron el MTA y la CTA. Un retrato de esta situación fue la movilización piquetera contra la nueva ley laboral, que el gobierno negoció con las tres centrales sindicales.

El rechazo de esa legislación fue una bandera central de la jornada piquetera del 18 de febrero. Esta acción fue exitosa por el impacto logrado en todo el país, aunque no por el número de participantes. Se afianzó el protagonismo del movimiento y su peso como interlocutor de las demandas sociales.

El empalme con la izquierda

La confluencia de la izquierda con los piqueteros combativos expresa el compromiso de ambos sectores con la lucha consecuente. Algunos periodistas del progresismo descalifican esta convergencia o la presentan como un hecho circunstancial, porque ignoran todos los datos de la realidad política que no encajan con sus deseos . La izquierda simplemente avanza porque no han cicatrizado las heridas dejadas por Menem y De la Rúa. Su confluencia con los piqueteros resucita la tradición del clasismo y plantea un desafío -sin parangón desde los años 70- a la hegemonía peronista. Las ideas y organizaciones de la izquierda están comenzando a cobrar densidad social. Sus progresos son visibles en las empresas recuperadas, en los elecciones universitarias y en las marchas callejeras. El multitudinario acto del 20 de diciembre pasado sintetizó este empalme, pero la magnitud de este avance también crea nuevas responsabilidades y obliga a evaluar con realismo en que punto se encuentra el proceso de radicalización política de la población.

Es evidente que el distanciamiento histórico de la mayoría popular con la izquierda se acortó, pero la brecha no ha quedado superada. Reconocer que esta asignatura se mantiene pendiente es importante para evitar el impresionismo y actuar con inteligencia. Es cierto que los piqueteros constituyen la 'única oposición al gobierno', pero justamente este plantea numerosas dificultades porque Kirchner cuenta con la simpatía de muchos sectores de la población.

Conviene tener en cuenta que la gravitación alcanzada por las corrientes combativas no significa que el 'país sea piquetero', ni que atraviese por 'una situación revolucionaria'. Las clases dominantes mantienen el control del sistema político y su hegemónica política e ideológica sobre las clases populares. La declinación del peronismo abrió un espacio que la izquierda podría llenar, pero que aún se mantiene vacante. Queda un largo trecho por recorrer en la compleja pulseada por conquistar a la mayoría. No hay que olvidar que un éxito en la lucha social no se traslada en forma automática e inmediata al campo político.

Un gran salto adelante se está concretando con la creación de un ámbito unitario que integra a todas las corrientes opuestas a la cooptación gubernamental. Pero el desafío no radica tan solo en resistir esta asimilación a la política oficial. El objetivo debe ser popularizar una alternativa de la izquierda, a través de conquistas palpables y mayores logros organizativos. Los obstáculos que rodean a este camino son incontables, pero por primera vez en mucho tiempo se está transitando un sendero hacia la victoria.

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