El gobierno y la crisis energética
Habrá que pasar el invierno
Por Marcelo Yunez
Socialismo o Barbarie, periódico, 22/04/04
Famosa frase de Alsogaray (venerable gorila proimperialista)
parece que le va a venir al pelo al “progresista” Kirchner ante el
estallido de la crisis de energía. Como el invierno es precisamente
el período de mayor demanda, se baraja toda una serie de medidas para
poder sostener el consumo: disminución de la tensión domiciliaria de
220 a 209 voltios (como ya se hizo durante un día), cortes
programados de suministro de electricidad y/o gas, tarifazos brutales
para el GNC y el gas de garrafa, suspensión de exportaciones a Chile
y Uruguay, importación de gas brasileño y boliviano, además de petróleo
venezolano, y sigue la lista.
Como
es de imaginar, todo este panorama ya está generando protestas y
quejas a diversos niveles. Los industriales gritan que les coartan la
producción, y que eso conspira contra el crecimiento económico. Los
gobiernos chileno y uruguayo emiten comunicados diplomáticos y
amenazan con juicios. Chávez ofrece petróleo, pero por su calidad
parece que no sirve. Bolivia tiene buen gas, pero no ofrece mucho que
digamos: los trabajadores se niegan a que el gas salga de Bolivia para
beneficio de las multinacionales que operan allí. ¿Y los
trabajadores argentinos? Nuestras quejas no salen en ningún lado,
pero todos sospechamos que el pato lo vamos a pagar nosotros.
A todo esto, ¿qué dicen las multinacionales y
distribuidoras que en Argentina controlan la producción, circulación
y exportación de energía y combustibles? Nada. Miran para otro lado
y argumentan que si el gobierno les hubiera concedido los tarifazos
que ellos pedían, nada de esto pasaría. El ministro de Economía,
Roberto Lavagna, hace rato que es de la misma opinión. Pero la
explicación es mucho más profunda. Tiene que ver con límites
estructurales en la forma de funcionar del capitalismo argentino.
Por qué llegamos hasta acá
Por empezar, hay que decir que Argentina ha perdido soberanía
energética al enajenar la principal empresa productora de
combustibles, YPF, hoy Repsol. En cualquier país petrolero o que al
menos se autoabastece, la compañía petrolera no sólo es del Estado
sino que genera una jugosa renta. Es el caso de las principales
petroleras latinoamericanas, como Petrobras, PEMEX o PDVSA (de Brasil,
México y Venezuela respectivamente). El curro escandaloso del
vaciamiento y corrupción de YPF hasta convertirla en la única
petrolera estatal del mundo que daba pérdidas da para varios libros.
Sólo agreguemos que en los últimos cinco años Repsol declaró
ganancias por cerca de diez mil millones de dólares, siendo que compró
YPF en quince mil millones. Un caso fabuloso de amortización de la
inversión. El negocio no es sólo con el petróleo, sino con el gas.
Hay que recordar esto, porque el gas es esencial para el
funcionamiento de muchas centrales eléctricas. Sólo en el último año,
el sector de hidrocarburos ganó 5.000 millones de dólares. El dato
lo aportó el propio Kirchner.
Y tengamos presente otra cuestión de la que se habla poco
pero que es fuente de problemas mucho mayores para el futuro: Repsol
se lleva esa carretilla de plata gracias a que aprovecha yacimientos
ya detectados desde la época en que YPF era estatal. El ritmo febril
de explotación está agotando rápidamente las reservas comprobadas
de hidrocarburos en el subsuelo argentino. Esto significa que, de no
mediar una política coherente de investigación y exploración (el área
donde más inversión se requiere en el negocio petrolero, y que es
justamente el que Repsol desatiende), en muy pocos años nos vamos a
encontrar con la dependencia de combustibles a la vuelta de la
esquina. En pocas palabras: no va a haber más petróleo ni gas.
Además, por supuesto, el destino privilegiado de la
explotación de hidrocarburos es la exportación, cuyos jugosos dólares
son un negocio mucho más interesante para las compañías que los
devaluados pesos que les cobran a los consumidores locales, que para
colmo se niegan a aceptar graciosamente un aumento de tarifas,
La desinversión es, asimismo, el principal problema con la
red eléctrica, tanto en las centrales térmicas como en la distribución.
Las compañías privatizadas, por supuesto, no aportan un mango, y la
parte que estuvo o está en manos estatales nunca tuvo la misma
prioridad que los pagos al Fondo Monetario (por ejemplo, el último
gasoducto troncal se construyó bajo la presidencia de Alfonsín).
Como resultado de esto, la red trabaja casi al límite de su
capacidad, con malas condiciones de mantenimiento y muy poca
flexibilidad ante la demanda. Después de cuatro años de recesión,
el aumento de la actividad industrial y el consumo, sumado a unas
semanas de pocas lluvias, pone en jaque a todo el sistema. En invierno
el gobierno va a tener que optar entre frenar la producción
industrial, junto con las exportaciones, o limitar el consumo con
cortes y/o tarifazos. Y eso suponiendo que esté en condiciones de
elegir.
Cómo salimos de ésta
Está claro que la falta de inversión y la explotación
salvaje e irracional de recursos no son más que la refracción en el
área de energía e hidrocarburos de la forma de funcionar del
capitalismo argentino durante los últimos diez años. Los
capitalistas “emprendedores e “inversores de riesgo” son una
especie extinguida en estas pampas, donde los concesionarios de
privatizaciones operaron con marco legal hecho a su medida, ganancia
garantizada y funcionarios a su servicio. Pero resulta que tenemos un
gobierno que cacarea ser la antítesis del “neoliberalismo de los
90”. Kirchner, en una de esas bravuconadas verbales que cada vez le
creen menos, atacó a los productores de gas por no hacer inversiones
desde 1996. Quien salió a contestarle no fue Alfonso Cortina, capo de
Repsol y gran amigo de Kirchner (estas cosas las charlan por teléfono,
no por los medios) sino Lavagna. El ministro de Economía pide “un
ajuste en la cuestión tarifaria y un ahorro en el consumo” (¡otra
vez sopa!), y justifica la falta de inversión porque las empresas
“no tenían rentabilidad” (Clarín, 26/3). A Cortina se le
debe haber atragantado el habano de la carcajada.
El fondo del problema es que las limitaciones
estructurales al desarrollo que imponía el corsé de la
convertibilidad y el “neoliberalismo privatizador”, más allá de
los discursos, se mantienen en todos los aspectos fundamentales bajo
el gobierno de Kirchner.
El dilema que la crisis energética pone al desnudo es muy
sencillo: o se continúa en lo esencial con el capitalismo de rapiña
a expensas de la población –como pide Lavagna de manera
desembozada– o se apunta a otro proyecto de país. Y aquí no hay
“tercera vía”, “capitalismo serio”, “productivismo” o
“desarrollismo” que valgan. En las condiciones del capitalismo
globalizado, no hay manera de disciplinar a las privatizadas, ni de
pedir inversión de riesgo a los que vienen a saquear, ni de esperar
sensibilidad en quienes razonan en dólares. La tibieza de Kirchner
empieza a no conformar a nadie. Recientemente dijo a las
petroleras que “nos van a tener que dar gas, si no, vamos a tener
que tomar las medidas que tengamos que tomar”. Los gerentes de las
multinacionales en cuestión deben haber pensado “ay, mirá como
tiemblo”. A la semana siguiente se negociaba el aumento en el GNC...
La salida al desastre estructural en que nos sumió el
capitalismo “neoliberal” no pasa por su reemplazo por otro
distinto, sino por que la clase trabajadora y el pueblo tomen en
sus manos la defensa de sus intereses contra los intereses de los
capitalistas. Garantizar el suministro de energía de manera
efectiva significa nacionalizar el conjunto de los recursos
naturales –lo que implica anular todas las privatizaciones,
empezando por la de YPF– y que su destino sea controlado democráticamente
por sus trabajadores y los usuarios. Por otra parte, la masa fabulosa
de recursos financieros que hoy se llevan Repsol y otros puede ser
reorientada hacia las nuevas obras de infraestructura que hacen falta
para ampliar y modernizar la red de energía. Esas obras, a su vez,
darán empleo a miles de desocupados.
Como se ve, de lo que se trata, en éste y en todos los
problemas, es de reemplazar la lógica social capitalista, basada en
la protección de la inversión privada y de su rentabilidad, por una
lógica social basada en el interés común de las grandes mayorías,
lo que implica atacar los intereses de una pequeña, pero poderosa,
minoría.
La demagogia de Kirchner (y de todos los que proponen “otro
mundo”... conviviendo con el capitalismo y el mercado) pretende
hacernos creer que hay un camino intermedio, “negociar con
firmeza” para que las multinacionales, los burgueses y el
imperialismo “no se lleven tanto”. Pero es verso. No hay
“capitalismo con rostro humano” en ninguna parte. Tomar las
medidas mínimas indispensables que la crisis demanda –en este caso,
asegurar un insumo básico como la energía– nos obliga no a
“negociar”, sino a confrontar con los grandes capitalistas.
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