El
Movimiento al Socialismo (MAS) y el Frente de Trabajadores Combativos
(FTC) no concurrieron ni apoyaron la convocatoria de Blumberg a
Tribunales. Ante el debate nacional iniciado sobre los problemas de
seguridad, Socialismo o Barbarie (periódico) publicó los siguientes
textos sobre el Plan de Seguridad de Kirchner y el movimiento
encabezado por el Sr. Blumberg
*
Plan
Estratégico de Seguridad de Kirchner:
La
cuadratura del círculo
*
Un
grave error:
PO,
Castells y el MST apoyan y participan en la marcha de Blumberg
*
La solución del MST:
¿Cambiará la policía con la elección de comisario?
Plan
Estratégico de Seguridad de Kirchner
La
cuadratura del círculo
Cómo
lograr seguridad con miseria generalizada, comisarios corruptos,
jueces coimeros e intendentes delincuentes
Por
Fernando Beltrán
Socialismo o Barbarie, periódico, 22/04/04
El
caso Axel Blumberg puso repentinamente en el centro de la escena política
un problema mayor de la crisis social argentina. Con la movilización
del 1° de abril al Congreso, convocada por Juan Carlos Blumberg y
orientada políticamente por sectores de derecha, una parte de la
clase media ganó la calle, encabezada por sectores de más alto
copete. Ahora, Blumberg convocó una nueva concentración para el
jueves 22 a Tribunales.
El
escenario de crisis sigue abierto. Ha comenzado un debate nacional al
respecto. Y en el problema están directamente comprometidos los dos
principales poderes del país: la presidencia de la Nación y la
gobernación de la provincia de Buenos Aires. Kirchner y Solá, después
de tirarse la papa caliente uno al otro, parecen unir fuerzas para
encontrar una “solución”. Esto se busca con el “Plan Estratégico
de Justicia y Seguridad” presentado el lunes pasado en la Casa
Rosada.
Días
antes, en un clima de histeria –bajo la presión del
“movimiento” de Blumberg y estimulado por medios de comunicación
que tratan con la misma seriedad los chismes de Suller-Soldán-Rímolo
y los más graves problemas sociales– el Parlamento de la democracia
colonial se anticipó a aprobar el aumento de penas para una serie de
delitos.
Pero
si hay algo comprobado por las est00adísticas de Argentina y demás
países del mundo es que el aumento de las penas no tiene
incidencia alguna en las tasas de criminalidad. Este hecho se
combina con otros dos:
1)
Sólo el 3 por ciento de los delitos registrados oficialmente
en la provincia de Buenos Aires lleva finalmente a alguna condena.
2)
Las notorias conexiones de la delincuencia más “pesada”
con muchos jefes y oficiales de la policía, con los aparatos políticos
de la intendencias del Gran Buenos Aires y con la “justicia”
determina que ese 3 por ciento de condenas incluya principalmente a
los ladrones de gallinas.
El
escaso efecto disuasivo que el aumento de penas tiene en sí mismo se
ve, entonces, reforzado por la realidad de cómo funcionan no sólo la
delincuencia sino también las cúpulas de la policía, la justicia y
la política burguesas. ¿Es que los legisladores aún no se han
enterado de que las cúpulas policiales son los principales gestores
del “crimen organizado”? ¿Que el robo y desarme de automóviles
se centraliza desde la División Automotores, que el tráfico de
drogas lo regula el División Narcotráfico y que los secuestros
importantes se hacen en combinación con los organismos de
inteligencia y antisecuestros, como probó el mismo caso Blumberg? ¿Y
que ambos “actores sociales”, los jefes policiales y los
delincuentes, trabajan en íntimas relaciones con la horda de
intendentes, punteros y manzaneras que administran los municipios del
Gran Buenos Aires?
Por
supuesto, están bien enterados de todo eso. Pero este absurdo tiene
sus explicaciones racionales. Se trata de una respuesta formulada
desde intereses de clase distintos y opuestos a los de la clase
trabajadora y los sectores populares más pobres.
También
aquí existen las clases sociales
Se
nos dice que el problema de la inseguridad afecta por igual y de la
misma forma a todas las clases de la sociedad argentina. Sería
entonces un flagelo por encima de las clases. Sin embargo, no es así.
Cada clase sufre y vive este problema de modos muy distintos, y
la reacción de los medios y las “autoridades” es también muy
diferente en cada ocasión.
El
mismo caso Blumberg es una prueba. ¿Si Axel no hubiese sido un joven
de la burguesía, los medios hubieran hecho el mismo escándalo,
detonando así la actual crisis? ¿Habrían servido de tribuna para
que su padre pudiera convocar a la movilización del 1° de abril e
iniciar su campaña?
Recordamos
un caso parecido, pero de un joven pobre: el de Diego Peralta, el
chico de 17 años secuestrado cuando iba al colegio y hallado muerto
el 12 de agosto del 2002 en una tosquera de Quilmes. Fue necesario que
los vecinos se movilizaran y quemaran la comisaría de El Jagüel para
que alguien se diera por enterado. ¿Cuántos miles de jóvenes
de la edad de Axel, pero de otras clases sociales, han sido víctimas
inocentes de la delincuencia y también del “gatillo fácil”, sin
que los medios iniciaran campaña alguna?
Nosotros,
como socialistas revolucionarios, somos humanistas, y luchamos por una
sociedad donde no se produzcan atrocidades como la sufrida por el
joven Blumberg. Pero precisamente por eso rechazamos el criterio que
impera de hecho: que hay víctimas de primera y víctimas de
segunda.
Y
también, como en toda sociedad dividida en clases, hay delitos de
primera (que afectan principalmente a la burguesía) y delitos
de segunda (que perjudican ante todo a los trabajadores y los
pobres). Sobre unos, se enfocan las luces del escenario mediático y
político. Los otros son sólo materia prima para las truculencias de
Crónica TV.
El
secuestro extorsivo, un delito que desespera a la burguesía
El
caso Axel ha sido tomado con especial apasionamiento por los medios no
sólo por su carácter atroz y porque afecta a un joven de su clase,
sino también porque se trata de la víctima de un secuestro extorsivo.
Este es el delito que más desespera a la burguesía, después
del robo de automotores y los asaltos a sus bancos, propiedades y
mansiones. En la descomposición social de Argentina, el secuestro ha
llegado a afectar a veces a gente de medio pelo. Pero las bandas
suelen apuntar más alto. El mismo Axel compartió el encierro con un
ejecutivo de Arcor. Y es reconocido que además de los denunciados hay
muchos casos, como ése de Arcor, que ni siquiera se hacen públicos.
Esta
desesperación de la burguesía se redobla por la evidencia de que en
el negocio talla su propia policía. La asociación de las bandas
de secuestradores con las cúpulas policiales (y los malandrines de
las intendencias) parece ser la norma, como lo prueban dos hechos: 1)
no existe secuestro importante que haya sido descubierto y donde no
haya habido indicios de participación policial; 2) aunque se
esclarezca la fechoría, jamás se recupera mucho de los rescates. El
grueso se va hacia arriba.
Los
capitalistas argentinos tienen la policía que supieron conseguir
La
burguesía se halla, entonces, ante un problema social tan irresoluble
como en matemáticas la cuadratura del círculo. Es que, en materia de
seguridad, está ante el resultado de los desastres que ha perpetrado
al frente de este país. El crecimiento del delito –aquí y en el
resto del mundo– obedece a una combinación de causas, en las cuales
los capitalistas tienen responsabilidad absoluta.
En
primer lugar, en Argentina se ha verificado un fenómeno mundial. El
crecimiento monstruoso de la pobreza, el desempleo y la exclusión,
con la consiguiente descomposición social, se traducen inevitablemente
en un aumento vertiginoso e incontenible de la delincuencia.
Esto es lo que sucede en mayor o menor medida en todos los países
latinoamericanos, en medio de la catástrofe económico-social de años
de neoliberalismo y globalización. Los diagnósticos y propuestas de
remedios que no partan de ese hecho son simplemente un fraude.
Los
capitalistas argentinos –beneficiarios y co-responsables junto con
el capital imperialista de este desastre– pensaban evitar las
consecuencias encerrándose en sus countries y barrios cerrados... y
que el pobrerío se matara entre ellos. Se equivocaron.
Pero
no sólo generaron las bases económico-sociales de la inseguridad.
En la superestructura, en las instituciones de su Estado, los
comisarios corruptos, los jueces coimeros y los intendentes
delincuentes son sus hijos legítimos.
¿Es
que acaso los capitalistas argentinos han actuado en el país de
manera muy distinta? Sus funcionarios policiales, judiciales y políticos
no hacen más que imitarlos. En el espejo de los
comisarios-secuestradores, de la “justicia” que se vende por
moneditas y de los políticos chorros, la burguesía argentina no ve
otra cosa que su propio rostro. Por eso está espantada y no tiene
soluciones de fondo.
La
división de la burguesía y el Plan de Seguridad de Kirchner
Está
planteada toda una crisis institucional porque, al mismo tiempo
que se incrementa el delito, las policías en general y la Bonaerense
en particular (junto con el Servicio Penitenciario) aparecen como las
principales formaciones del “crimen organizado” en Argentina. Este
no es un lío coyuntural sino una cuestión de Estado, una crisis
del Estado.
Qué
hacer para remediarlo es un tema que divide a los capitalistas y a
sus políticos. Las discusiones entre “garantistas” y
“antigarantistas” reflejan esas diferencias.
Un
ala derecha –en la cual claramente se encuadra Blumberg–
hace total abstracción de la realidad social en la cual se da el
crecimiento de la criminalidad. Lo que exige es eficiencia en la
represión, sobre todo en los delitos que más afectan a su clase,
como se evidencia en el petitorio presentado al Congreso. Como dice
Blumberg, nosotros somos los “ciudadanos decentes” y simplemente
reclamamos que se reprima. El porqué del incremento de la
delincuencia no nos atañe. Aunque Blumberg se proclama “apolítico”,
su postura ha sido instrumentada por los más siniestros personajes y
medios de la derecha, como Ruckauf, Patti, Aldo Rico, Ámbito
Financiero, InfoBAE, Radio 10, etc. Reclaman “mano dura”
–aumento de penas y cheque en blanco a los organismos represivos–
como un primer paso para orientar esa represión hacia las protestas
sociales y así “poner orden” en el país. Pero este tradicional
sector pro “mano dura” tiene una incoherencia insalvable en su
discurso. El instrumento para aplicar “mano dura” –la policía–
se da la mano con los delincuentes.
La
otra ala del régimen reconoce, en cambio, que el problema es más
complejo, tanto por sus raíces sociales como por el desastre de la
misma policía. Plantea, entonces, diversas propuestas de reformas.
Estas principalmente consisten en que la “sociedad civil” y sus
organismos controlen a la policía. La “extrema izquierda” de
estas soluciones en los marcos del régimen la sostiene el MST
(Movimiento Socialista de los Trabajadores), con sus propuestas de
“democratizar” a la Bonaerense y demás policías mediante la
elección de los comisarios.
El
Plan de Seguridad lanzado por Kirchner es un intento de retomar la
iniciativa en un tema que se le ha ido de las manos. Pero también, más
que eso, es una tentativa de unificar a la burguesía en una política
común, que a la vez cuente con el apoyo de la “opinión pública”
(es decir, de las clases medias que salieron a la calle tras Blumberg).
El
Plan es otra más del “estilo K”: “garantista” en la forma
y los discursos, y de “derecha dura” en su contenido real.
Salvando las distancias, se parece a lo que hace con la deuda externa:
las arengas contra el FMI son la cobertura necesaria del pago
religioso de los vencimientos.
En
efecto, el plan pretende combinar duras medidas (como la rebaja de la
imputabilidad penal a los 14 años) con “la participación cívica y
el control ciudadano”. Eso quizás explica que le hayan dado la
bienvenida desde el diario de derecha La Nación hasta el
“progresista” Página 12. Por su parte, Blumberg ha
manifestado su pleno apoyo.
Pero
este plan de “mano dura” decorado de “garantismo” y de
“control ciudadano” va a solucionar poco y nada, especialmente
en relación a la inseguridad que perjudica a los más pobres.
Todo apunta a poner los principales esfuerzos en enfrentar la
criminalidad que afecta a los ricos, como los secuestros.
Uno
de los remedios, según el Plan, sería crear una superpolicía que
vigile y actúe por encima de la escandalosa Bonaerense (que sería
dividida en tres o cuatro pedazos), de la Federal y otras policías
provinciales. Será el FBI de Kirchner, que se encargaría de los
secuestros y delitos parecidos. ¿Pero quién vigilará a los nuevos
vigilantes? ¿Cómo lograr que estos santos varones (y mujeres) no
terminen ingresando al rentable negocio del secuestro, la droga, el
robo de automóviles, la piratería del asfalto, el cobro de coimas a
los prostíbulos y demás rubros de los actuales “guardianes del
orden”? ¿Por qué el FBI del Sr. K no se va a establecer por cuenta
propia y va a rechazar las ofertas de un mercado tan floreciente? ¿Acaso
no estamos en el reino de la “libre empresa”?
Otra
perspectiva de clase para resolver el problema de la inseguridad
Las
soluciones de fondo exigen otra perspectiva de clase, opuesta a
la de los capitalistas que han llevado este país a una catástrofe
económica, social y, por añadidura, moral.
En
primer lugar, es una estafa hablar de soluciones a la
inseguridad si no se van haciendo desaparecer sus bases sociales.
Esto no es nada misterioso. Trabajo y salarios dignos para todos,
especialmente para la juventud, es la primera medida en serio
para acabar con la descomposición social donde se genera la
delincuencia. Cualquier plan que no tenga este punto de partida es
pura y simple charlatanería... o algo peor: un intento de utilizar la
inseguridad como justificativo para reforzar el aparato represivo del
Estado a fin de aplastar la protesta social.
Pero
esto, por supuesto no basta. Son necesarias otras medidas. En
Argentina (como en otros países con crisis sociales) estamos
asistiendo no sólo al fracaso de tal o cual policía, sino del
principio mismo de que la seguridad pública sólo puede y debe
ser resguardada por un cuerpo especial de hombres armados
(policía, ejército) separados del resto de la población
desarmada y colocados por encima de ella.
Aquí
y en muchos otros países se está viviendo la bancarrota de ese
principio, que nos han inculcado como un dogma indiscutible. En
verdad, esto no se hace principalmente para impedir la delincuencia,
sino ante todo para sostener un sistema social injusto. Se confunden
intencionalmente dos cosas distintas: la necesidad de seguridad pública
(que a uno no lo asalten o lo maten) y el sostén de un sistema
social de explotadores y explotados. Se usa lo primero (la
necesidad de seguridad pública) como pretexto para sostener lo
segundo.
Esa
contradicción estalla cuando ese cuerpo especial (policía, ejército),
que sostiene el sistema social, se asocia a la delincuencia y
amenaza la seguridad pública, incluso de la misma clase dominante
que lo contrata para “cuidar el orden”. Esta crisis no sólo se ve
en Argentina: se da también en Brasil, México, Centroamérica).
Aunque en distinto grado, éste es un rasgo común de los países que
sufren la descomposición social provocada por la agudización de la
miseria. La descomposición social también descompone a su Estado.
A
eso se añade que el capitalismo actual ha ido asumiendo rasgos cada
vez más podridos moralmente. Por supuesto, los explotadores nunca
fueron ángeles. Pero hoy es un fenómeno mundial cada vez más
notable la intrincada madeja de empresarios delincuentes, políticos
coimeros y policías y jueces corruptos, que configuran un
capitalismo cada vez más mafioso. Esta situación de “anomia”
–de ausencia de normas morales– es un rasgo de la presente etapa
degenerativa del capitalismo.
Por
todos esos motivos, la solución de los problemas de seguridad debe partir
de bases radicalmente distintas. En primer lugar, se impone la disolución
de las policías que están funcionando de hecho como instituciones
del crimen organizado; en primer lugar, la Bonaerense. Las
“depuraciones” que, a veces, como en 1998, afectaron a casi la
totalidad de los comisarios, han fracasado una tras otra. Después de
cada “depuración”, las cosas quedaron peor que antes.
En
segundo término, la solución de los problemas de seguridad debe
partir del principio opuesto que hasta hoy impera. Este principio ha
sido el de mantener al pueblo desarmado y darle el monopolio
de las armas a la policía. Esto ha fracasado por completo.
El punto de partida debe ser absolutamente diferente: el armamento
general del pueblo, y su organización democrática para resguardar la
seguridad.
Hay
infinidad de experiencias que prueban que, para resolver el problema
de la seguridad, no hay mejor remedio que la organización y
movilización popular, lo que incluye y exige su armamento.
Un
ejemplo cercano es el de la ciudad obrera e indígena de El Alto, en
Bolivia, que fue el eje de la insurrección de octubre del año
pasado. Su nivel de pobreza es mayor que el de las zonas pauperizadas
del Gran Buenos Aires. Sin embargo, en sus barrios, la seguridad es
muy superior. La clave está en la organización de las juntas
vecinales, que controlan casa por casa a los habitantes, y que
aplican la más dura “justicia comunitaria” a los delincuentes que
pretenden operar allí. Ese alto grado de organización como comuna
garantiza sin policía un buen nivel de seguridad, a pesar de la
pobreza.
A
mayor escala, se puede comprobar cómo las grandes revoluciones, que
implican la movilización, organización y armamento de las masas
obreras y populares, resolvieron estos problemas, incluso cuando hubo
en ellas un peso excesivo de aparatos burocráticos. La Revolución
China de 1949 limpió Shangai, ciudad mundialmente legendaria por su
delincuencia y sus mafias. China, que era el país del opio, acabó de
inmediato con el narcotráfico. Y la criminalidad ha vuelto a China de
la mano de la restauración capitalista. La Habana, antes de la
Revolución Cubana de 1959, era un antro de las mafias
norteamericanas.
Pero
no necesitamos ir tan lejos. Los vecinos de cualquier barrio del Gran
Buenos Aires, ¿acaso no saben quiénes son los malandras de la zona,
y cómo actúan protegidos desde arriba por la comisaría y los
“punteros” de la intendencia? ¿Qué sería más eficaz contra la
delincuencia? ¿La organización masiva y democrática de esos vecinos
convenientemente armados y dispuestos a aplicar las más severas
medidas? ¿O el “FBI” de Kirchner y Béliz y la nueva Bonaerense
de Solá y Arslanian?
Y
esto sería no sólo más eficaz sino mucho más barato.
En vez de gastar cientos de millones –como prevé el Plan K– en
montar nuevas policías (que terminarán haciendo lo mismo), se podría
financiar con mucho menos los turnos de vigilancia y otras tareas de
seguridad de la organización democrática de la comunidad armada.
El
armamento general del pueblo, como principio para resolver los
problemas de seguridad, puede y debe asumir las más diversas formas.
Esto incluiría contratar y organizar especialistas y técnicos que
realicen tareas necesarias que hoy cumple la actual policía. Por
ejemplo, labores de policía científica y otras tareas de expertos.
De la misma manera que Trotsky, para poner en pie el Ejército Rojo,
incorporó a miles de especialistas militares provenientes del antiguo
ejército, la organización democrática del pueblo armado podrá
servirse de expertos que hoy trabajan en la policía. Pero esas
necesarias tareas especializadas se integrarían en un marco
absolutamente distinto y opuesto al actual: en el marco
de una “democracia de los trabajadores armados”.
Un
grave error
PO,
Castells y el MST apoyan y participan en la marcha de Blumberg
Si
había alguna duda sobre el programa levantado por Blumberg, bajo el
cual se realizó la concentración del 1° de abril, esta duda se ha
despejado con su pleno apoyo al Plan de Seguridad de Kirchner.
El
peculiar “movimiento” de Blumberg nació como una respuesta desde
la derecha a los problemas de seguridad. La única solución que
plantea es pedir más y mejor represión... a un Estado corrupto y
delincuente Pero además este movimiento se insinuó como la aparición
en la calle de una “derecha social”, montada sobre el problema de
seguridad, de la misma forma que hoy existe una “izquierda social”
(los piqueteros) que actúa en base al problema del desempleo. Si esta
“derecha social”, aún inorgánica, se afirma en las
movilizaciones callejeras, puede ser la base para una recomposición
militante de la derecha “política”, hoy débil. Por eso, sus
representantes se apresuraron a apoyar a Blumberg y varios a
“operar” tras él.
El
“movimiento” de Blumberg se ha anotado un primer triunfo: su presión
ha sido decisiva para que se adopte el Plan de Seguridad presentado el
lunes pasado. Naturalmente Blumberg aplaude ese Plan, que en gran
medida asume su propio
programa.
Increíblemente,
PO, Castells y el MST apoyan y van a participar en la nueva
convocatoria que Blumberg hace para el jueves 22 frente a Tribunales.
Esto es doblemente grave. No sólo están apoyando un acto de
derecha, sino que también se solidarizan con una movilización
cuyo convocante ha pasado a sostener el Plan Kirchner. Era de
derecha y ahora es también oficialista. ¡A ese acto
convocan PO, Castells y el MST! ¡Es difícil imaginar una forma de
generar mayor confusión política!
Para
justificar lo injustificable, Pitrola, dirigente del PO, argumenta en Clarín
(20/04/02) que “no vamos a aceptar que una movilización de
150.000 es de derecha”, aludiendo al acto de Blumberg en
Congreso. Que un populista como Castells dijera este disparate, vaya y
pase. Pero Pitrola y el PO aún se dicen marxistas. ¿De dónde han
sacado que una movilización, si lleva mucha gente, entonces no es de
derecha? La más extrema de las derechas, el fascismo, movilizaba
millones. Hoy la derecha golpista en Venezuela pone mucho más de
150.000 en las calles.
Semejante
confusión no ayuda a dar un combate político serio para ganar a
sectores de clase media e incluso trabajadores que honestamente ven
con simpatía a Blumberg porque agita un tema que les toca a ellos,
pero que no conocen sus propuestas o no miden su carácter y
consecuencias. Al concurrir a Tribunales a la zaga de Blumberg, PO
contribuye a borrar las insoslayables diferencias de clase y políticas
con un programa burgués de derecha (y que ahora incluye el apoyo al
Plan K). PO plantea, por ejemplo, la correcta consigna de disolución
de la policía. ¿Qué tiene que ver eso con Blumberg, cuyo planteo
esencial es policía, más policía y siempre policía?
La
consecuencia inmediata de este grave error del trío PO-Castells-MST
ha sido la división de la vanguardia de los movimientos
sociales y la izquierda. Lógicamente, muchas corrientes y activistas
–entre ellas el MAS y el FTC– rechazamos este disparate de apoyar
y participar en una movilización de derecha. También Izquierda Unida
se ha dividido. El PC y Patricia Walsh no apoyan la asistencia al acto
de Blumberg.
Pero
este error de los compañeros no sale de la nada. Aquí están
llevando al extremo el hecho de que siguen sin decidirse a
conformar una clara y terminante oposición clasista a Kirchner.
Siguen estacionados en la política exclusivamente “piqueterista”
de las presiones por bolsas y planes, sin pasar a una política de
unidad de clase y de un programa común con los trabajadores ocupados
contra el actual gobierno de los capitalistas y el FMI.
El
24 de marzo, esto se tradujo en que la marcha a Plaza de Mayo fue
políticamente confusa, sin una clara oposición al gobierno y sin
ninguna delimitación de sus maniobras “progres” (la ESMA) con las
que tapa su política antiobrera y antipopular. Tanto el PO como el
MST y Castells aceptaron expresamente que esa movilización no fuera
opositora de Kirchner.
La
política de estas direcciones ha sido, entonces, un obstáculo para
que la vanguardia obrera y de los movimientos sociales pueda instalar un
polo político de oposición a la izquierda de Kirchner. Este
retraso ha favorecido que, con Blumberg, se pueda insinuar un polo
opositor, pero desde la derecha, alrededor de los problemas
de seguridad. En vez de enfrentar este peligro potencial, ayudando a
establecer una clara oposición a la izquierda de Kirchner,
corren al pie de Blumberg y su movimiento. ¡Es imposible hacer mayor
confusión!
La solución del MST
¿Cambiará la policía con la elección de comisario?
La legisladora Vilma Ripoll (MST-Izquierda Unida) ha
salido a competir con Pitrola en el arte de decir frases célebres que
pasarán a la historia del socialismo.
“Para terminar con la inseguridad hacen falta cambios
de fondo –afirma la compañera
Vilma–, como elegir a los comisarios y jueces por voto popular.
Así le rendirían cuentas a los vecinos y no al poder político"
(Comunicado de Prensa, 14/04/04).
Con pocas palabras, la legisladora del MST ha logrado
decir tantos despropósitos que ganan por varios cuerpos a los
“150.000” de Pitrola.
¿De dónde, en base a qué realidad, ha sacado Vilma la
idea de que si se elige a alguien “por voto popular”, entonces
“rendirá cuentas a los vecinos”? Los intendentes del Gran Buenos
Aires son elegidos por “voto popular”. ¿Y a qué vecinos
“rinden cuentas” Cariglino de Polvorines, Quindimil de Lanús,
Aldo Rico en San Miguel, Ishii en José C. Paz y el resto de la
tenebrosa lista de intendentes del Gran Buenos Aires? ¿Si “por voto
popular” se elige comisario en San Miguel, quién ganaría, con
absoluta seguridad? ¿El candidato de Aldo Rico y su aparato de
punteros o el del Izquierda Unida? Además de Rico intendente, tendríamos
a Rico comisario. ¡Grande, Vilma!
El grado de idealización de esta “democracia”
colonial y de los ricos que hace el MST supera al de los liberales y
democrateros más vulgares. ¡Tanto para el Congreso como para la
comisaría, el voto lo cura todo! Por supuesto, el voto se piensa sólo
dentro de las instituciones del estado “democrático” de la
burguesía colonial argentina, que el MST nunca cuestiona y a los que
jamás contrapone los embriones de otra democracia y de otras
instituciones. La democracia que apunte al poder de los
trabajadores y el pueblo y a nuevos organismos que lo concreten. Sólo
falta que Vilma Ripoll diga que con la democracia se come, se cura y
se educa, como afirmaba Alfonsín.
Las instituciones “democráticas” (de la burguesía y
el coloniaje) no terminan de superar la profunda crisis de
legitimidad que destapó el Argentinazo. Los políticos e
intelectuales más lúcidos de las clases dominantes consideran esto
como un grave problema, que están debatiendo sin acertar a resolver.
Los dirigentes del MST parecen no advertir este problema crucial de la
dominación del capitalismo en Argentina. Si el rey Midas convertía
en oro todo lo que tocaba, el MST piensa que el voto convierte
cualquier cosa en legítima y beneficiosa para los trabajadores y el
pueblo. Hasta la misma Bonaerense, redimida de sus pecados por el
sacramento del voto al comisario, dejaría de asociarse a la
delincuencia y pasaría a garantizar la seguridad de la población.
Si ése es el gran “cambio de fondo”, ya estamos en
camino a él. Kirchner y Béliz han seguido en parte la línea de
“democratización de la policía” sostenida por amplios sectores
“progres”. El MST es el ala izquierda de esta “solución”
dentro del régimen. Una de las medidas del Plan de Seguridad de
Kirchner serán los concursos públicos de comisarios, subcomisarios e
inspectores, donde van a hacer intervenir a la “sociedad civil”.
No son las “elecciones” del MST, pero es parte de la misma
concepción de “democratización”. Los hechos darán su veredicto
sobre sus resultados.
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