Reducción de la jornada laboral y aumento de salarios
Nueva bandera para la clase trabajadora
Por Jorge Sanmartino
Integrante de Socialismo
Revolucionario, 05/07/04
La inseguridad laboral y los accidentes de trabajo están
directa y comprobadamente asociados a las extenuantes jornadas de
trabajo, fruto del avance patronal sobre la mayoría de las conquistas
obreras. Lo demuestra una vez más la tragedia de los mineros de Río
Turbio con jornadas de más de 8 horas en un trabajo claramente
insalubre y bajo condiciones laborales irregulares. Los 14 muertos en
la mina son asesinatos, perpetrados por una clase y un estado
criminal, que con cada firma de nuevos convenios a la baja, nuevas
reglamentaciones laborales y con intensificación y aumento de la
jornada laboral firman la sentencia de muerte de más y más
trabajadores. La tragedia ocurre por la falta de previsión e inversión
en la mina y es una consecuencia directa de la privatización, ya que
los trabajadores encargados de mantener el buen funcionamiento de la
cinta que desató el incendio, fueron despedidos durante la misma. No
es casualidad la ira de los mineros, que acaban de desplazar en
Asamblea a la conducción sindical de ATE por complicidad con las
condiciones imperantes.
En el gremio de la construcción la siniestralidad creció el
134% y 145 trabajadores de 1000 sufren accidentes, muchos de ellos
mortales. La Superintendencia de Riesgos de
Trabajo (SRT), difundió que en los primeros nueve meses de 2003 se
registraron 50.000 accidentes más que en el mismo período de 2002.
Según estos datos, se ha dado un aumento de la siniestralidad de
18,7%, lo que significa un promedio de 60 muertes mensuales.
En el 2003 la jornada laboral era en promedio de 9 horas y
medio, pero se supone que la reactivación empujó hacia arriba la
jornada de trabajo y las horas extra antes que la contratación de
nuevos empleados. En el 2004 presumiblemente estaríamos acercándonos
a las 10 horas de trabajo promedio, el mismo que la legislación
inglesa declaraba como legal en 1848, año que dio a luz el manifiesto
comunista de Karl Marx. Si se lo compara con los registros nacionales
ya nos estamos aproximando a 1887. La clase capitalista impuso un
retroceso del mercado laboral de un siglo y medio pero todavía cree
que las pautas y las leyes laborales no son lo suficientemente
flexibles. Ellos siguen conquistando pequeños triunfos, como el que
coronó el acuerdo en el gremio gastronómico con el inefable Luis
Barrionuevo. Según consignó Laura Vales hace un tiempo, “el
acuerdo permite una ilimitada cantidad de contratos basura, da vía
libre a los dueños de hoteles y restaurantes para disponer de los
trabajadores para cualquier tipo de tarea, con jornadas que pueden
durar hasta 12 horas diarias y turnos rotativos y crea en el escalafón
laboral una categoría inferior, inventada al solo hecho de contar con
un salario barato”. El
Convenio Colectivo gastronómico, el primero luego de la derogación
de la ley Banelco, asegura el derecho del vampiro a la posesión
ilimitada y completa del tiempo del trabajador, mientras
que el descanso para almorzar no será parte de la jornada laboral,
las horas extras no darán derecho al correspondiente franco
compensatorio y el empresario puede disponer a su gusto de la rotación
horaria de cada empleado. El tiempo, como decía Marx, es el espacio
en que se desarrolla el hombre. “El hombre que no dispone
de ningún tiempo libre, cuya vida, prescindiendo de las
interrupciones puramente físicas del sueño, las comidas, etc., está
toda ella absorbida por su trabajo para el capitalista, es menos que
una bestia de carga”. En la época de la red informática y la
globalización electrónica de los flujos de capital, cuando algunos
teóricos creyeron encontrar un ángulo imprevistamente progresivo a
la “era del imperio” asegurando el “fin del trabajo” y
auspiciando una renta ciudadana universal y no el reparto del trabajo
disponible, constatamos una vez más la desesperante y obsesiva
carrera del capital por robarle a la clase trabajadora cada segundo,
cada minuto de su tiempo libre. En la Argentina de los últimos 10 años
el 42% de los nuevos convenios firmados por empresarios y
sindicalistas contiene cláusulas de alargamiento de la jornada
laboral. ¿Cómo podría ser compatible la idea según la cual la ley
del valor y el tiempo de trabajo ya no estarían en el centro de la
creación de riqueza, mientras cada segundo, cada descanso, cada
almuerzo, cada partícula del tiempo disponible se transforma en un
campo de batalla de clases?
El desempleo, por otra parte, no requiere para ser explicado
una nueva “sociología de la exclusión”. Se trata de un mecanismo
de mercado, desplazando trabajo necesario para acumular nuevas cuotas
de trabajo excedente. Pero en un país cuya economía se primariza y
desindustrializa y se hipoteca el superávit fiscal en beneficio de
los acreedores y los organismos de crédito internacionales, los
aumentos de productividad que desplazan trabajadores de determinadas
ramas de la producción, no encuentran salida en ningúna otra. Los
niveles históricamente bajos de inversión, la falta de un mercado de
capitales autóctono y la fuga permanente de divisas revelan el tipo
de acumulación capitalista que le es específico y que impide la
resolución, mediante los mismos métodos capitalistas, del azote del
desempleo.
No es casualidad entonces que estemos en presencia de un récord
histórico sin precedentes en la distribución del ingreso. Los nuevos
datos indican que el 10% más rico se embolsa el 44,5% de los
ingresos, 50 veces más que el 10% más pobre, una proporción 4 veces
superior a la que existió en los años ’80 bajo el gobierno de
Alfonsín cuya distancia era de 13 veces.
El salario promedio asciende a 674$, debajo de la línea de
la pobreza, mientras más del 45% de los trabajadores está en negro.
Los aumentos de productividad que ascienden casi al 100% en la
industria en más de una década aseguraron un incremento en los
beneficios del capital mientras que empeoraron en forma absoluta (baja
salarial, intensificación de los ritmos de trabajo y aumento de la
jornada laboral) la explotación de la fuerza de trabajo. Mientras en
los últimos 10 años la cantidad de trabajadores que ocupaban una
jornada laboral de entre 30 y 45 horas disminuyó, crecieron
proporcionalmente los que la hacen más de 60 horas y aquellos que
trabajan menos de 30 horas, los subocupados, que encubren en realidad
precariedad y desempleo. El aumento de las ganancias capitalistas se
ejecuta mediante un procedimiento que socava al mismo tiempo los
beneficios de largo plazo: mediante la sobreexplotación de la inmensa
mayoría de la población trabajadora, deprimiendo estructuralmente la
demanda doméstica, reproduciendo y aumentando la desigualdad social y
apostando a la vía exportadora y al consumo restringido de una franja
social privilegiada. Esta base estrecha es la que explica también la
incapacidad de establecer una nueva hegemonía política de masas.
La reducción de la jornada laboral como exigencia
civilizatoria
Mientras en épocas anteriores la lucha por la reducción de
la jornada de trabajo ponía al tiempo libre en el centro de la
reivindicación obrera, la etapa actual nos abre a una necesidad más
crucial y más urgente de preservar las capacidades físicas y morales
de la clase trabajadora de la descomposición al a que se ve sometida
por la voracidad del capital. El tiempo libre depende ahora de esta
exigencia. A fines del siglo pasado una escasez de mano de obra severa
y un aumento salarial concomitante contribuyó a que la clase
trabajadora australiana sea la primera en conseguir la jornada de 8
horas, reclamo central de la fundación en 1889 de la Segunda
Internacional. Pero en nuestro país la exigencia de la reducción
horaria no puede alcanzarse mediante la lucha reivindicativa ni la
lucha de clases puede navegar sobre la ola favorable del marcado de
trabajo. De hecho no será posible reducir sustancialmente el
desempleo a pesar del ciclo de ascenso de la economía. En esto reside
la inexistencia de un auge de luchas salariales, sobre todo en el ámbito
privado. La lucha económica reivindicativa por salarios se ve
enormemente dificultada por las condiciones actuales del mercado
laboral. La reducción de
la jornada y la campaña por las 6 horas de trabajo constituyen un
desafío de carácter político, desafiando a quienes pretenden que la
polaridad sociológica de exclusión-inclusión desplazó
definitivamente a la de capital-trabajo, ocultando que es, al revés,
una función inherente de ella.
Un planteo de éstas características tiene en nuestro país
un alto ingrediente de lo urgente. La case obrera se ve sometida a la
carrera contra reloj de ser ella arrojada a las filas de una subclase
sin esperanza de un empleo futuro. Cuanto más crónico se haga el
desempleo de masas, más sectores ya hoy desempleados serán llevados
a la marginalidad y a revestir en las filas del lumpenproletariado.
Estamos lejos todavía de esa situación. A fines del 2000, sólo un
10,7% de los desempleados permanecían como tales por más de un año.
Es un porcentaje en crecimiento si se lo compara con el 9,1% de 1991 o
el 8,8% de 1996. Estos datos, sumados ha hecho de que no ha habido una
explosión de trabajo por cuenta propia, revelan que los desempleados
pueden ser considerados en su gran mayoría como parte estructural de
la clase trabajadora y revisten aún el estatuto de una mano de obra
de reserva, aunque cuanto más tiempo pase y más crónico se haga el
desempleo en Argentina (como lo es hoy en otros países
latinoamericanos) más contingentes obreros serán arrojados al
abismo.
La campaña lanzada por los trabajadores del Subte por la
reducción de la jornada laboral a 6 horas tiene una importancia vital
para el movimiento obrero argentino. Junto a un verdadero plan de
obras públicas es la base sobre la cual se puede dar una lucha
unificada entre los trabajadores ocupados y desocupados para repartir
las horas de trabajo, incorporar en masa a los desocupados a la
producción, terminar con las jornadas agobiantes y, así disminuir, a
su vez, sustancialmente la precarización del empleo y los accidentes
de trabajo. Sólo de esta manera podrá sostenerse una lucha eficaz
por el aumento del salario a largo plazo. Mediante un aumento
generalizado de haberes que aseguren una canasta familiar es posible
al mismo tiempo prescindir de las horas extra y asegurar así la
eliminación del desempleo. Este planteo es opuesto a la demagogia de
la “producción y el trabajo” de Kirchner, que mediante la nueva
ley laboral votada en el Congreso consagra la flexibilización laboral
y el sobretrabajo que impusieron los empresarios desde la época del
menemismo y constituye un instrumento formidable de la lucha
anticapitalista.
La recomposición de la clase trabajadora debe hacerse sobre
nuevas bases
Así como los trabajadores de Zanon y de las fábricas
ocupadas hicieron “historia”, porque plantearon ante los ojos de
millones de trabajadores que sin patrones los trabajadores pueden
manejar las fábricas y que es posible por medio de la lucha y la acción
directa imponer los reclamos de los obreros incluso contra la
propiedad privada y su derecho sacrosanto, también aquí, en la lucha
y el planteo de los trabajadores del Subte anida un planteo de carácter
histórico: la idea de que frente a la crisis capitalista y un
desempleo estructural, es necesario reorganizar todas las fuerzas de
la sociedad para permitir que todos trabajen, incluso atacando
sustancialmente la ganancia capitalista. Estos dos planteos son históricos
porque ofrecen una nueva bandera que la clase trabajadora deberá
necesariamente colocar a su frente para triunfar. Paradójicamente la
crisis y fragmentación que sufre ésta nueva clase trabajadora, que
tiene características muy diferentes a la del pasado, tiene la
oportunidad de superar los métodos y los horizontes estrechos que le
imprimiera la vieja burocracia sindical. El reclamo corporativo y la
defensa del aparato y la caja de la obra social a costa de la clase
obrera de conjunto hace rato que no tiene más nada que ofrecerle a
las bases sindicales. Sin un nuevo horizonte y un nuevo programa, no
hay futuro.
La idea de asociarse al estado capitalista y exigir ciertas
reivindicaciones a cambio de la estabilidad del sistema se encuentra
hoy completamente perimida. La clase capitalista no entregará nada
que no se le arranca mediante la más decidida acción revolucionaria.
El impasse de los viejos métodos abre esperanzas para una nueva
reconfiguración política de clase.
Quizá, después de todo, no sea casualidad que sea en éste
preciso momento que los trabajadores del Subte se hayan decidido a
lanzar la campaña nacional por la jornada laboral de 6 horas,
extendiendo su propia experiencia y conquista al resto de los
trabajadores. Es un síntoma de la época. Y una oportunidad
inigualable para las organizaciones socialistas y revolucionarias.
Ellas también deberán medirse de aquí en más por su actitud ante
un planteo de carácter histórico, sostenido no ya sólo por las
organizaciones socialistas, sino por una de las secciones más
combativas de la clase trabajadora argentina de hoy, que está
realizando una tortuosa experiencia. Esta convocatoria pone a prueba
nuestra capacidad para contribuir en la dificultosa y apasionante
tarea de recomposición de la conciencia de clase. En la reducción de
la jornada laboral y la conquista del tiempo libre reside el núcleo
emancipador del comunismo. El requisito supone lógicamente la
superación del mismo capitalismo, es decir la ganancia y la propiedad
privada que la fundamenta. A pesar de la propaganda de los profetas
neoliberales, a fin de cuentas no parece tan pasado de moda el
Manifiesto Comunista. Las nuevas maravillas de la ciencia y la
tecnología, los adelantos productivos en vastos campos de la producción
y los servicios, la internacionalización creciente de todos estos
procesos que permiten hablar hoy antes que nunca de un verdadero “género
humano”, todos estos motivos parecen asentar más firmemente que
antes las premisas de la realización del socialismo. Se trata
entonces de un campo de acción político e ideológico espléndido. Y
de un desafío para todo genuino socialista.
El segundo encuentro realizado el 3 de julio pasado en las
instalaciones del hotel Bauen ha dado otro paso adelante,
constituyendo una coordinación de todas las organizaciones
sindicales, sociales y políticas que están dispuestas a impulsarla.
¡Adelante con la campaña nacional por la jornada laboral de
6 horas!
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