¿Un gobierno en disputa?
Por
Claudio Katz , 12/07/04
Enfoques Alternativos nº 25, agosto 2004
¿Encabeza Kirchner “un gobierno en
disputa” entre progresistas y conservadores? ¿Lidera una batalla
contra el PJ, los bancos y las privatizadas? Esta impresión se ha
generalizado en la centroizquierda. Muchos sostienen que los avances
reformistas logrados en tres campos (derechos humanos, diálogo con
los piqueteros y política exterior independiente) pronto se extenderán
al modelo económico. Proponen cambiar las “formas de lucha”
(sustituir los piquetes por el trabajo comunitario), apoyar lo
positivo (ESMA, depuración de la policía y la Corte Suprema) y
criticar lo negativo (envío de tropas a Haití). Promueven, además,
el proyecto transversal del presidente porque auguran que su fracaso
beneficiaría a la derecha.
Kirchner, Peron y
Chavez
El gobierno constituye
efectivamente un ámbito de intensas disputas. Pero estos conflictos
oponen a fracciones de las clases dominantes que rivalizan por imponer
sus intereses. Estos conflictos prevalecieron en todas las
administraciones anteriores y son habituales en la mayoría de los países.
La competencia entre empresarios por obtener el favor gubernamental y
la delegación capitalista del ejercicio del poder en una casta burocrática
(militares, jueces, directivos) conduce a múltiples choques por el
control del estado. Estas desavenencias no retratan la progresividad
de Kirchner, ni de ningún otro gobierno.
El actual presidente no es el
hombre predilecto del establishment que hubiera seleccionado a Lopez
Murphy. Pero rara vez los dueños del poder logran ubicar a su mejor
candidato al frente del ejecutivo (ni siquiera Menem era su carta
inicial). Están acostumbrados a realizar sus objetivos a través de
terceros y aprueban la gestión del mandatario que les garantice altos
beneficios, equilibrio político y control de la protesta social.
Sostuvieron a Alfonsin hasta la hiper, a Menem hasta la recesión y a
De la Rúa o Duhalde hasta sus respectivos fracasos represivos. Por el
momento aplauden el rumbo económico y observan con recelo la
estrategia política presidencial.
Las disputas actuales en el
gobierno son ajenas a los intereses populares por dos razones:
Kirchner no adoptó ninguna medida que amenace los privilegios de las
clases dominantes y prescinde de la movilización para enfrentar las
críticas de la derecha. Aquí radica la diferencia con Chavez o con
el peronismo de los años 50. La confrontación de Kirchner con el
establishment es puramente retórica. No modificó los lineamientos
tradicionales de la política argentina y sus transgresiones
sorprenden porque se las compara con el neoliberalismo extremo de los
90. Es cierto que ha convalidado varias conquistas democráticas, pero
su gobierno no es un logro popular, ni corona la rebelión del 20 de
diciembre. Al contrario reintrodujo a numerosos políticos repudiados,
contuvo la exigencia de esa sublevación (“que se vayan todos”) y
ha otorgado concesiones sociales minúsculas en comparación a los
atropellos en curso.
Muchos kirchneristas reconocen
estas limitaciones pero estiman que en algún momento el presidente
arremeterá contra Duhalde y modificará el esquema económico
regresivo. Pero también cabría formular la especulación opuesta, ya
que muchos gobiernos debutaron declamando contra los poderosos y
terminaron reforzando el orden vigente. Frente a ambas opciones, lo
mejor es juzgar los hechos y no guiarse por los deseos.
Quiénes esperan un giro
nacionalista subrayan el carácter imprevisto del rumbo seguido que ha
seguido Chavez. Pero esta sorpresa ha sido una excepción dentro de la
norma de presidentes que defraudaron las expectativas del progresismo.
Lula y Guitierrez constituyen los casos más recientes y Blair o
Felipe Gonzalez son los ejemplos más burdos de esa adaptación.
El apoyo de Fidel y Chavez a
Kirchner tampoco es una prueba del carácter popular del proyecto
presidencial. Las alianzas externas y las necesidades diplomáticas de
cada país no son los principales (ni los únicos) barómetros para
caracterizar a un gobierno. La sobrevaloración de ese parámetro
condujo a nefastas caracterizaciones, cuándo se calificaba a cada
mandatario por sus relaciones con la Unión Soviética. Repetir este
criterio con nuevos referentes internacionales conducirá a los mismos
desaciertos.
Pasado y
futuro
La tesis de “un gobierno en
disputa” fue utilizada para reivindicar a un sector del Alfonsinismo
en los 80 (la coordinadora) y de la Alianza en los 90 (el Frepaso
contra la UCR). Pero ha sido un clásico del peronismo. La imagen de
Kirchner rodeado por una mafia duhaldista parece directamente extraída
de la “teoría del cerco”, que la JP difundía en los 70 para
describir la influencia amenazante de Lopez Rega sobre Perón.
Variantes posteriores de esta misma concepción fueron expuestas para
apoyar a los renovadores (Cafiero contra Herminio Iglesias) y al
Chacho Alvarez (y su bloque de los 8) contra el menemismo. En todos
estos casos los progresistas actuaron de furgón de cola de alguna
pandilla del PJ contra sus ocasionales rivales. Y el resultado fue
siempre el mismo: traiciones, frustraciones y desengaños.
Si Kirchner repite estos
antecedentes manipulará a sus seguidores hasta controlar el
Justicialismo y se desprenderá luego de los grupos que le resulten
inservibles. El presidente está acostumbrado a lidiar con caudillos y
a establecer alianzas con turbios personajes (Juárez, Fellner, Solá
y el propio Duhalde). En la actualidad sus maniobras también apuntan
a construir poder fuera del PJ. Pero en la variante interna o externa
la disputa es siempre por los cargos y nunca por satisfacer las
aspiraciones populares.
Los primeros indicios de este
desplazamiento de las reivindicaciones sociales son las posturas
adoptadas por el oficialismo piquetero, que renunció a reclamar la
universalización de los planes y el aumento de sus monto a 300 pesos.
Junto al ministro de Trabajo, Luis D´Elia proclama que llegó el
momento de sustituir “el asistencialismo por la creación de
trabajo”. Pero no registra que el desempleo se mantiene en el 20% y
que los desocupados no reclaman dádivas, sino una cobertura básica
hasta tanto aparezca el trabajo genuino.
Los nuevos kirchneristas también
han abjurado de un programa económico popular. Cómo están a la
espera de una crisis con el FMI, ya no exigen la suspensión del pago
de la deuda y tampoco rechazan el mecanismo empobrecedor del superávit
fiscal. Ahora consideran que este excedente podría compatibilizarse
con mejoras sociales, si se implementan reformas fiscales progresivas.
Tampoco postulan la anulación de las privatizaciones, sino que solo
impulsan la renegociación de los contratos.
En algunos casos esta actitud de
adaptación política ha conducido a justificar el envío de gendarmes
a Haití. Ciertos legisladores recurrieron a insólitos argumentos
para explican que una misión de guardacostas al servicio de Estados
Unidos constituye un acto de independencia latinoamericana. La teoría
del “gobierno en disputa” induce a justificaciones permanentes. En
el terreno de los derechos humanos auspicia saldar cuentas con el
pasado dictatorial, pero encubre el bloqueo presidencial a la
investigación de los asesinatos de Puente Pueyerredón.
Kirchner estimula este clima de
aprobación otorgando subsidios a las organizaciones afines y
repartiendo cargos públicos -en el ámbito de la cultura- entre sus
potenciales críticos. Algunos intelectuales se resignan a este rumbo,
afirmando que Kirchner constituye la única barrera la derecha. Pero
nunca aclaran porqué vislumbran el avance de la reacción como un
hecho inevitable. Si fuera cierto que la rueda de la historia siempre
gira hacia la derecha. Lopez Murphy habría sucedido a De la Rúa y
Menem a la transición de Duhalde. El propio ascenso de Kirchner
desmiente los presagios fatalistas, que cumplen actualmente la función
de reforzar el conformismo con el orden existente.
Derecha y
piqueteros
La tesis del “gobierno en
disputa” conduce a condenar cualquier movilización popular que
interfiera en la estrategia de Kirchner contra Duhalde. Por eso se
invalidan todas las protestas sociales ajenas a este conflicto y se
recurre a teorías conspirativas para explicar la gravitación de los
piqueteros. Los centroizquierdistas perciben a las movilizaciones
callejeras como actos manipulados por dirigentes ambiciosos, detectan
“cabecillas pasando lista” en las marchas masivas y objetan
cualquier medidas de auto-protección de las manifestaciones. También
recurren a las acusaciones extravagantes (“las movilizaciones están
ideologizadas”) para explicar protestas que simplemente obedecen a
la persistencia de la miseria, al desprestigio del PJ y la burocracias
sindical y a la actitud consecuente de las corrientes combativas.
La lucha de los desocupados no es
una acción “aislada de toda la sociedad”, porque se ubica en las
antípodas de un sector (los capitalistas) y en la proximidad de otro
(la mayoría empobrecida). Sus movilizaciones convergen además con la
reactivación de los reclamos salariales de los estatales, en un
momento de reflujo en la acción de los trabajadores del sector
privado. Los piqueteros combativos han reinstalado las demandas de los
desempleados y han obligado al gobierno a aceptarlos como
interlocutores.
Muchos kirchneristas reconocen la
“legitimidad de los reclamos”, pero cuestionan “los métodos”
de esta exigencia, sugiriendo que “con los cortes de ruta no se
logra nada”. Desearían que la lucha se adaptara a los parámetros
de lo que consideran políticamente correcto en la coyuntura actual.
Pero se olvidan que las grandes conquistas sociales no se obtuvieron
en el pasado con esa actitud sumisa. Estos avances se lograron
confrontando con la clase dominante y creando temor entre los
poderosos.
Las acciones de los piqueteros no
incluyen más desprolijidades, desmesuras y errores que cualquier otra
lucha. Pero lo que irrita a muchos analistas es su inocultable carácter
plebeyo. El mismo fastidio que provocaban hace medio siglo los
descamisados refrescando sus pies en la Plaza de Mayo despiertan hoy
los desocupados que irrumpen en el centro. Por eso la contemplación
favorable que rodeó al caceroleo de los ahorristas se ha convertido
ahora en una crítica despiadada contra los piquetes de los
desempleados.
Algunos centroizquierdistas no
descalifican la protesta, pero estiman que favorece la oposición
entre la clase media y los desocupados, que tanto incentiva la
derecha. Pero los reaccionarios siempre utilizaron las huelgas, los
piquetes o las manifestaciones para alentar esa fractura. Y la
resistencia social solo progresó enfrentando el chantaje que
actualmente propagan los medios, acepta el gobierno y repite el
progresisimo.
La derecha le demanda a Kirchner la
cuadratura del círculo: reducir la protesta sin otorgar concesiones,
maniobrar sin recurrir a la demagogia, aislar al sector combativo sin
constituir un grupo oficialista y reprimir sin repetir el estallido de
Kostecki y Santillán. El gobierno rechaza estas exigencias porque no
quiere suicidarse, pero su oposición al uso de la fuerza no
lo convierte en un aliado de los desocupados. El presidente ha
explicitado una y otra vez su hostilidad a la movilización y a las
reivindicaciones de los desocupados.
El gobierno solo rehuye la represión
por temor a sus efectos. Hace tiempo sugirió la creación de una
brigada antipiquetera y ahora mantiene 3000 causas penales contra
luchadores populares. Kirchner comparte el objetivo capitalista de
disolver la protesta, pero apuesta al desgaste, la división y el
aislamiento. Por eso sus voceros descalifican a los piqueteros
(“selváticos”, “extorsivos” y “desalientan las
inversiones”) y no objetan la realidad invertida que exhiben los
medios (importan más los destrozos de una comisaría que el asesinato
de un luchador social, es más relevante el derecho de circular que el
derecho a comer). Con sus mensajes antipiqueteros el gobierno avala la
presentación derechista de las víctimas de la miseria como culpables
del desorden.
Retórica e
izquierda
Quizás no se equivocan quiénes
confían en la sinceridad de Kirchner. La convicción que exhibe el
presidente es más frecuente entre los mandatarios que el cinismo
desenfadado de Menem. Pero también Alfonsin creía que salvaba la
democracia con el Punto Final y Bush se toma muy en serio sus
delirantes misiones bíblicas. El doble discurso del gobierno no es
una perversión, sino un mecanismo de reproducción del orden vigente
y este sistema de engaño incluye el autoengaño de sus ejecutantes.
Si Kirchner lo utiliza con frecuencia es porque busca conciliar la
continuidad de la miseria con la reconstitución de la confianza
popular en el régimen político.
Ciertos analistas igualmente
interpretan que la retórica presidencial “construye conciencia”
del saqueo sufrido por la Argentina. Pero olvidan que la verdad
–distorsionada por el discurso oficial- es la condición de
cualquier esclarecimiento. Si la población acepta pasivamente el
mensaje gubernamental quedará desguarnecida frente a los próximos
atropellos.
Al plegarse al proyecto
presidencial varios luchadores han perdido capacidad para vislumbrar
lo que ocurre y para actuar con autonomía. Esta subordinación se
expresa en su repetición del discurso oficial contra la izquierda.
Proclaman que esta franja política “no tiene votos”, como si
Kirchner hubiera llegado al gobierno con más del 22% de los sufragios
y D´Elia hubiera logrado superar la marginalidad electoral. También
objetan que la izquierda organice sus propios agrupamientos
piqueteros, cómo si esta estructuración debiera ser patrimonio
exclusivo de las manzaneras o los punteros del PJ.
Los eternos disconformes cuestionan
a la izquierda cuándo se “aleja del movimiento popular” y cuándo
alcanza cierta inserción en este segmento. El prejuicio es tan fuerte
que algunos ven en la izquierda un comportamiento semejante al PJ
(“el mismo clientelismo”), olvidando algunas pequeñas
diferencias: la izquierda no envía gendarmes contra las protestas, no
participa en aparatos mafiosos y no ha gobernado por cuenta de los
capitalistas.
Algunos piensan que esta conducta
singulariza a la “paleoizquierda” que no sabe adaptarse a nuevos
tiempos. Pero no explican que contribución a la causa popular aporta
la conducta opuesta de sometimiento a los gobiernos de turno. Tampoco
aclaran porqué fracasaron en los últimos veinte años todas las
vertientes de aggiornamiento ensayadas por el PJ, la UCR o la Alianza.
La tesis del “gobierno en disputa” constituye una variante de
estas frustraciones y sus promotores vuelven a cocinar un plato que
fue recalentado muchas veces.
Golpearse nuevamente contra el
mismo paredón no es un destino inexorable. Se puede evitar esta
repetición renovando las ideas, tomando distancia de los poderosos y
adoptando una actitud de solidaridad y respeto hacia todos los que
luchan.
Economista, Profesor de la
UBA, investigador del Conicet, miembro del EDI (Economistas de
Izquierda). Página web: www.netforsys.com/claudiokatz
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