Lavagna barre los pobres bajo la
alfombra
El alquimista
Por Fabián Amico
Rebelión, 06/08/04
Dos días después de la salida
traumática de otro ministro, Roberto Lavagna se presentó en
conferencia de prensa para decir que 3 millones de personas habían
dejado de ser indigentes y que 2,7 millones ya no eran pobres en
comparación con el peor momento de la crisis. La auspiciosa noticia
fue fundamentada mediante un peculiar procedimiento estadístico,
explicado en apenas una carilla y media. Frente a la problemática
social, uno de los rasgos de Roberto Lavagna en su gestión de
ministro ha sido su inclinación a crearse un mundo propio, compatible
con sus deseos. El ministro tiene la rara obsesión de confeccionar
indicadores económicos distintos a los del Indec, aunque sean para
medir las mismas cosas. Lavagna no cuestiona al Indec cuando el
organismo confirma las tasas de recuperación de la economía
argentina, pero en asuntos màs sensibles, como el valor de la canasta
fam iliar, la desocupación o el nivel de pobreza e indigencia, el país
tiene dos medidas diferentes.
El método Lavagna
Ninguna de las cifras ofrecidas por
Lavagna coincide con las del Indec, porque existen serias diferencias
metodológicas. En primer lugar, Economía “extiende” al total
urbano la información que la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del
Indec obtiene para 31 aglomerados. Segundo, para ese ejercicio técnico
de recálculo cruza la información de la EPH con el total de
beneficiarios del Plan Jefas y Jefes de Hogar. La diferencia es que la
EPH sólo registra una parte de los planes que suponen un ingreso de
150 pesos mensuales para 1.800.000 personas. Como la EPH solo se
realiza en grandes ciudades, no computa a 530 mil personas que viven
en ciudades chicas y reciben ese beneficio.
De este modo, Economía recalcula
las tasas de pobreza e indigencia que aporta la EPH, “repartiendo”
esos 530 mil planes que la encuesta no registra entre los hogares más
pobres. Más concretamente: el “método Lavagna” primero
\"asignó\" esos 530 mil pagos mensuales de 150 pesos a
hogares que no registraban ingreso alguno; luego “asignó” el
excedente a las familias con menores recursos. Finalmente, supuso que
al aumentar el ingreso de esas familias en 150 pesos, había bajado el
nivel general de pobreza e indigencia. Así Lavagna llegó a que hay 3
millones de indigentes menos y 2,7 millones de pobres menos que hace
un año y medio.
Sin embargo, un hogar en donde el
jefe o jefa cobra un plan no necesariamente queda a salvo de la
indigencia; por el contrario, es perfectamente lógico suponer que esa
familia necesite mayores ingresos que el monto percibido para salir de
la maginalidad: los planes sociales de 150 pesos mensuales equivalen a
la mitad del costo familiar de indigencia.
En igual sentido, Artemio López,
de la consultora Equis, señaló que “la ponderación (de Lavagna)
no es más que una hipótesis”, la calificó como poco clara y añadió
que utiliza una metodología que “no tiene aval internacional”,
como sí ocurre con el Indec. Además, como no existen antecedentes
históricos en su uso, no permite “compararla hacia atrás”. Por
ende, aún asumiendo como válidas las fantasmagóricas cifras del
ministro, no se sabe si “están por arriba o por debajo de cualquier
otra cifra anterior”.
El supuesto de Lavagna es que hay
una subdeclaración de planes sociales. Sin embargo, aún suponiendo
que existen menos planes declarados de los que efectivamente reciben
los beneficiarios, eso no no autoriza a pensar que efectivamente los
están recibiendo personas que se encuentran en la indigencia. Al
respecto, Artemio López sostiene otra hipótesis (tanto o más
probable que la de Lavagna), a saber: que buena parte de esos planes
se va en satisfacer prebendas y el clientelismo político más que
impactar favorablemente sobre hogares pobres que no los declaran.
Por último, el ministro eligió
hacer la comparación contra el peor momento de la crisis, cuando la
pobreza llegó a la marca récord del 55% en la medición de Lavagna y
del 57,5% en la del INDEC, mientras que en la indigencia los valores
eran del 25,6% y del 27,5%, según cada cálculo (¡Esas son las
diferencias!). Es su derecho realizar comparaciones respecto de la
fecha que más le plazca. Pero los datos deberían ser efectivamente
comparables para que los resultados sean consistentes.
En el primer trimestre del año
hubo ingresos estacionales, como el pago del medio aguinaldo, de
asignaciones familiares anuales y de vacaciones, entre otros
conceptos. Con toda seguridad esos ingresos estacionales no fueron
percibidos en octubre de 2002, que es la fecha de referencia de
Lavagna. Y otra vez: no solo a mezclado “peras con manzanas”
–como le reprochan la mayoría de los economistas-, sino que el
ministro ha batido todo mientras mezclaba datos de una encuesta (la
EPH del Indec), que releva todos los ingresos, con un registro (el de
los planes Jefes y Jefas). Gracias a esta alquimia maravillosa se
evaporaron 600 mil indigentes.
Según el ministro, la pobreza se
redujo del 56 por ciento de la población en octubre de 2002 al 46 por
ciento durante el primer trimestre de 2004. Sin embargo, no solo ha
realizado la comparación contra un pico histórico de pobreza
(octubre de 2002), sino que la totalidad de los planes Jefas y Jefes
de Hogar empezaron a morigerar los indicadores de pobreza recién a
partir de 2003.
Los especialistas en economía y
estadísticas, por un lado, confirmaron que la pobreza y la indigencia
registraron cierta disminución –aunque a una velocidad menor que
después de la crisis de 1989–, pero también cuestionaron con
dureza la metodología del ministro. “Este es el segundo engendro
desde el punto de vista técnico que construye Lavagna para disimular
los datos sobre desigualdad y pobreza que su política no puede
resolver”, opinó el economista Claudio Lozano.
Los técnicos de Indec deslizan con
desdén que Lavagna desautoriza las cifras que revelan un mayor
deterioro social y juzga correctas solo aquellas que indicaan un alza
de la actividad económica. La relación entre el Indec y Lavagna es
tirante desde el momento mismo en que éste asumió como ministro. El
ministro consiguió desplazar a Juan Carlos Del Bello al frente del
organismo oficial y la tensión fue en aumento. Como resultado de esa
tensión, Lavagna anuló el contrato que el Indec tenía con Luis
Beccaria, un especialista considerado como uno de los mayores
estudiosos de la pobreza y la indigencia en la Argentina. Los
defensores del INDEC, aún admitiendo que el organismo oficial debe
mejorar la calidad de la información que produce, sostienen que la
actitud del ministro resulta funcional al crecimiento de centros de
estadísticas privados.
Las razones del
método
En los primeros años que siguieron
a la grave crisis hiperinflacionaria de 1989, el nivel de pobreza
disminuyó un poco. No podía ser de otro modo: con solo detener el
proceso hiperinflacionario, que evaporaba los ingresos populares en términos
de su poder de compra, mucha gente salía automaticamente de la
pobreza o la indigencia. El menemismo exprimió ese dato real durante
todo su mandato, comparando los resultados posteriores con el peor
momento de la crisis, para ensalzar la convertibilidad. Sin embargo,
aunque en cierto punto los niveles de pobreza e indigencia eran más
bajos que en 1989, los dos registros habían quedado en un nivel
sustancialmente más alto que en la etapa previa a la hiperinflación.
Y tras una reducción transitoria, volvieron a subir. Hoy ocurre algo
similar, aunque en condiciones cada vez más funestas. “Lo
importante es en qué escalón queda y actualme nte la pobreza está
bajando menos de la mitad de lo que descendió en la década
pasada”, advirtió Lozano.
¿Por qué miente Lavagna? La
respuesta obvia que se ofreció entre analistas y políticos es que el
maquillaje de los datos servía para cambiar los ejes temáticos en el
debate público tras la salida traumática de Beliz y los conflictos
políticos resultantes. Sin embargo, existe una razón más profunda y
consistente para explicar la actitud de Lavagna. Comienza a
verificarse un debate en el seno del oficialismo acerca de los
verdaderos resultados de la política económica. Dentro del gobierno
o en su entorno, todavía hay quienes esperan que los frutos del
publicitado crecimiento se distribuyan de modo equitativo. Pero
contemplan desorientados cómo Lavagna esgrime, de hecho, la vieja (y
neoliberal) “teoría del derrame”, al tiempo que el discurso
neokeynesiano va siendo rapidamente archivado. Todos los indicadores
sociales –incluso los fantásticos números de Lavagna- exhiben la
enorme regresividad del actual proceso de recuperación, rasgo que
también estuvo presente en los dos proces os de fugaz reactivación
que se dieron en los noventa.
Actualmente, el 10 por ciento más
rico de la población, junto con la clase media acomodada (otro 20 por
ciento), registran altísimos consumos, ingentes gastos en
sofisticados alimentos, utilización de servicios carísimos, viajes y
opulencia. Y cada día la economía se reorienta y concentra más y más
en atender esa demanda caprichosa y suntuaria. Bajo esta cúspide de
exuberancia y derroche sin límites, sobrevive el 70 por ciento de la
población del país (la ex clase media, ahora empobrecida, los
trabajadores y los excluidos), que con el tiempo van resignando
consumos básicos que antes realizaban, cada vez más ocupados en
cuestiones primitivas como comer, haciendo malabares para mudar sus hábitos
alimentarios, sin acceso a todo lo que la tecnología, la civilización
y la cultura ponen al alcance de la mano (y del bolsillo solvente).
Por estas razones, Lavagna se
anticipó a dirimir ese debate naciente. Y lo hizo al estilo de sus
colegas neoliberales, mediante un gesto inequívoco cuyos
destinatarios no solo se encuentran entre la opinión pública, sino
también entre algunos circunstanciales compañeros de ruta. El
mensaje es prístino: las políticas activas de redistribución, el
empuje público a la inversión, todo lo que la heterodoxia había
situado en las antípodas de los noventa, es un ilusión que se va
desvaneciendo. El crecimiento concentrado y la esperanza de su
“derrame” a largo plazo, es el máximo alcanzado por este
gobierno. No existen ases en la manga ni planes alternativos; esto es
todo y hay que asumirlo y atenerse a las consecuencias.
La confesión
Las mismas cifras difundidas por el
propio Lavagna ilustran sobre el futuro inmediato. Asumiendo como válido
que la pobreza bajó 9 puntos durante casi dos años de crecimiento
excepcional del PBI (8,4 por ciento en el 2003, algo más durante el
primer semestre de 2004), hay que considerar que esas tasas no volverán
a repetirse en el futuro. En este sentido, de acuerdo con las propias
estimaciones del Ministerio de Economía, en los próximos años el
PBI crecería a un ritmo muy inferior, un 3 por ciento anual, menos de
la mitad de lo registrado en estos dos años.
Siendo alegremente optimistas y
suponiendo que la pobreza se redujera a razón de 10 puntos cada 4 años,
en el año 2012, el 26 por ciento de la población aún seguiría bajo
la línea de la pobreza. Esa marca es casi idéntica al máximo nivel
de pobreza registrado durante la década menemista. Claro que es un
optimismo lindante con la ingenuidad, porque esos resultados no
contemplan posibilidad alguna de recesión futura, un verdadero
milagro en la perfomance histórica del capitalismo argentino. Tampoco
consideran que, aún creciendo, los niveles de exclusión pueden
mantenerse en lugar de descender.
Reforzando este pronóstico,
Ernesto Kritz, titular de la Sociedad de Estudios Laborales (SEL), señaló
que la economía debería crecer entre el 6 y el 6,5% anual en
promedio hasta 2010 para llegar entonces a un índice de pobreza del
20%, siempre que se mantengan estables los precios y que siga el plan
social. Artemio López, por su lado, estimó que la reducción de la
pobreza se desaceleraría en los próximos meses, al tiempo que
advierte que sigue creciendo la brecha entre ricos y pobres. En suma,
si no se registran cambios en la estrategia oficial, el “criterio de
éxito” subyacente de la actual política económica sería que en
el 2012 se alcancen los registros sociales legados por el menemismo,
la década funesta que este gobierno se proponía superar.
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