Las vueltas
del Argentinazo

 

Anémicos y "gordos de la pobreza"

La desnutrición oculta, nuevo disfraz del hambre

Por Pablo Calvo
Suplemento Zona, Clarín, 01/08/04
Correspondencia de Prensa Nº 689

La mala alimentación: el acecho incansable de un asesino perfecto
La mitad de los menores de dos años sufren deficiencia de hierro. En la mayoría de los comedores comunitarios, la dieta carece de micronutrientes adecuados y no fortalece el crecimiento.

Siete de cada diez niños argentinos nace.n en la pobreza. Tal vez formen la "generación de la cuchara", porque se acostumbraron a comer guisos, polentas y sopas, a veces aguadas como un mar. La falta de carnes, frutas o verduras les hizo inútiles el cuchillo y el tenedor, así como la ceremonia de comer en familia, donde el afecto es más necesario que el pan. Muchos almuerzan, meriendan o cenan en los 5.000 comedores comunitarios del país. Se sienten satisfechos por un rato. Los especialistas descubrieron que la dieta que reciben está demasiado lejos de ser la ideal.

"El perfil de la asistencia alimentaria no es el adecuado para la problemática nutricional que tiene la población. El tipo de menús que ofrecen los comedores comunitarios, en un 80 por ciento extremadamente precarios, no sólo no garantizan impactos nutricionales, sino que pueden estar contribuyendo a consolidar el retraso de crecimiento y el sobrepeso", advierte el Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (Cesni).

Aparece un fenómeno distinto al de la desnutrición común, expresada ya en el retardo de talla que sufre uno de cada diez chicos argentinos, los denominados "petisos sociales", como publicó Clarín el 16 de noviembre de 2003. Para el Cesni, este fenómeno es más abarcador, porque afecta a "un tercio de nuestros niños menores de cinco años", cuya dieta "no cubre los requerimientos de hierro y calcio, y en menor medida de zinc y vitamina A. Es lo que se denomina desnutrición oculta, que no sólo afecta el tamaño corporal, sino múltiples funciones biológicas".

Es un problema que abarca varias deficiencias nutricionales, aunque la más común es la falta de hierro. Según UNICEF, la mitad de los menores de dos años tiene anemia por deficiencia de hierro.

"La anemia ferropénica es una máscara de la desnutrición, forma parte de la evidencia de la crisis y es una causa de muerte propia de países subdesarrollados", sostiene Alberto Locatelli, presidente de la Fundación Argentina contra la Anemia. Es una deficiencia que perjudica a los chicos en distintos niveles: afecta la actividad cerebral, la capacidad de aprender, el desarrollo motor y la coordinación, y provoca efectos psicológicos y en el comportamiento, tales como falta de atención, inseguridad e irritabilidad.

Un estudio de esta organización, realizado en junio, en el conurbano bonaerense, determinó que el 38 por ciento de los chicos tiene anemia o bajos niveles de hierro. Una particularidad: el estudio se centró en dos comedores comunitarios, uno de Quilmes y otro de González Catán, donde se trata a los chicos con dedicación. "Los chicos que nosotros vimos tenían un aspecto saludable, por eso decimos que la anemia es una enfermedad latente, escondida, porque muchas veces no se percibe", señala la abogada María Gabriela Berta, directora de Planeamiento de la fundación.

La desnutrición oculta no se agota aquí, tiene otros látigos. Uno está sobrevolado por la devaluación y el aumento de los precios que provocó la última crisis económica, sobre todo de los alimentos que componen la canasta básica. "Es probable que los chicos no coman menos, pero sí que coman peor. Eso lleva a un estado de desnutrición larvado, disimulado por un peso aparentemente normal del chico. Es una forma de desnutrición más abundante y más peligrosa desde el punto de vista social, porque no se la detecta a tiempo", indica Mabel Correa, presidenta de la Sociedad Argentina de Nutrición.

El desborde de calorías y la falta de nutrientes en la alimentación ha dado lugar a lo que se conoce como "gordos de la pobreza", chicos rellenitos, cachetudos y con la panza llena, pero sin suficiente hierro, calcio, zinc, ácidos grasos esenciales y vitaminas.

"Cuando se ingiere un exceso relativo de energía en relación a micronutrientes deficitarios, como ocurre con los programas alimentarios oficiales, ni se crece ni se corrigen adecuadamente las deficiencias. Por el contrario, el exceso relativo de energía no se puede eliminar y termina acumulándose como tejido adiposo. Nuestros niños, petisos sociales, son muchas veces anémicos y deficientes en micronutrientes, pero con rasgo de sobrepeso y obesidad, que se van acentuando a medida que crecen", explica Sergio Britos, profesor de la Escuela de Nutrición de la Universidad de Buenos Aires.

El jefe de pediatría del Hospital Alemán, Alejandro O'Donnell, indica que los chicos obesos "son candidatos a tener diabetes, problemas coronarios, arterioesclerosis o a necesitar un trasplante, mucho más que los que no son gordos".

"La obesidad infantil, que atraviesa clases sociales, es un riesgo a 30 años, con un costo descomunal para el Estado, que deberá pagar por diálisis y by-pass. Es claro que estamos generando una cantidad enorme de candidatos potenciales a enfermedades", alerta O'Donnell, director del Cesni y responsable del proyecto "Cuchara, tenedor y cuchillo en casa", que promueve un cambio de orientación en las políticas alimentarias oficiales.

La planificación estatal también fue observada por Mabel Correa, de la Sociedad Argentina de Nutrición. "Si uno piensa que este país es un enorme productor de leche, carne o soja, pero focaliza esa producción para exportar y no vigila que la gente de aquí tenga un buen consumo, es claro que falta una promoción oficial. Hay cortes de carne, por ejemplo, que se podrían poner a 50 centavos".

Desnutrición oculta, anemia escondida, gordos por fuera, flacos por dentro, demasiadas puntas sueltas para un problema urgente. Para intentar domarlo, el Gobierno prepara la primera encuesta nutricional de toda la población del país, con la intención de hacerla antes de fin de año. Con esa herramienta, se podrá determinar con precisión las fallas de las dietas, el déficit de alimentos protectores contra carencias y las necesidades prioritarias de los comedores.

En zonas críticas se aumentó la distribución de leche fortificada, un alimento que facilita la ingesta de hierro. El hospital pediátrico Noel Sbarra, la Casa Cuna de La Plata, entrega entre 200 y 300 kilos de leche por mes en sus consultorios externos, donde son atendidos 150 chicos con riesgo de desnutrición. "Les tratamos de explicar a las mamás que no es sólo cuestión de llevarse la caja, sino que tienen que aprender a comer sano y seguro y ayudar a la crianza de los hijos", aclara María Marini, la directora.

Un equipo de especialistas del hospital visitó las casas de esos chicos y se sorprendió por un dato: en algunos hogares de chicos desnutridos no había mesa. No sólo faltaba la porción de carne para comer con cuchillo y tenedor, faltaba el espacio de contención familiar. En casas vecinas, levantadas en iguales condiciones de adversidad, había mesa y los chicos estaban mejor alimentados.

Los padres, gracias a la combinación de alimentos y a la guía de los visitadores sociales, habían desarrollado mejores estrategias de supervivencia.


La mala alimentación

El acecho incansable de un asesino perfecto

Por Alberto Amato
Suplemento Zona, Clarín, 01/08/04

Como un asesino perfecto, eficaz, bien entrenado, el hambre se enmascara. Lo hace para matar mejor. O para mejor dejar en sus víctimas las oquedades indelebles de su paso aterrador. Los prefiere chicos y danza feliz en los arrabales de la miseria.

Hace ocho meses y en estas mismas páginas, un informe sobre desnutrición infantil reveló uno de esos disfraces: generaciones de argentinos mal alimentados han dado paso a otras generaciones de argentinos de baja estatura. El lenguaje científico bautizó el fenómeno con la elocuencia de un titular periodístico: los llamó "petisos sociales". El país, empequeñecido, genera ciudadanos pequeños.

Ahora queda al descubierto un nuevo disfraz del hambre en la población infantil mal alimentada: los desnutridos gorditos. No los de la panza biafrana o ruandesa que nos aterraban hace cuarenta años o hace ocho. No. Estos son chicos que parecen saludables, pero que padecen los mismos males que sus hermanitos esqueléticos. Mejillas sonrosadas, rollos en el abdomen, piernas gordinflonas, no implican salud sino mala alimentación: comen hambre, comida de adultos, no ven la leche, entre tantas cosas saludables que no ven. Comen, pero el drama es lo que no comen.

Las consecuencias, como en sus hermanos esqueléticos, son las mismas. O peores. Candidatos a la obesidad, a la diabetes, a la hipertensión, a las enfermedades coronarias, llevan en los bolsillos bastos de la infancia un certificado que les garantiza al menos diez años menos de su vida adulta. El hambre, astuta y fogueada, también sabe esperar para matar.

El mapa del hambre, en la Argentina y en el mundo, es el mapa de la pobreza y de la indigencia. No es un problema sanitario, es un drama social. Hace ocho meses, el ministro de Salud, Ginés González García, lo sintetizó así: "La gente tiene que tener trabajo, educación y una vivienda digna para que no haya chicos desnutridos".

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