Las perspectivas del gobierno de Kirchner
El lento declive
Por Colectivo Editorial de
Socialismo
Revolucionario, 20/08/04
Campaña antipiquetera
La derecha
local, sus medios de comunicación, sus representantes políticos
directos, como López Murphy o Macri, critican a Kirchner por ser
permisivo ante los piqueteros y le exigen que ponga orden. Lo pintan
de “setentista” y lo asocian al caos y al desgobierno cuando es
justamente este gobierno el que se ha colocado a la cabeza de la
“lucha antipiquetera”.
El ministro del Interior Aníbal Fernández
repite ahora que las manifestaciones y la ocupación de empresas
ahuyentan inversiones y que los piqueteros son vagos y no quieren
trabajar. Como gobierno del orden reclama que los espectros de
diciembre desaparezcan definitivamente, aunque sea al precio de perder
su flanco izquierdo. Se recuesta en la CGT unificada, retorna al PJ e
incluso especula con ser su presidente, después de haberlos bautizado
“grupo Mausoleo”. Luego de la salida de Béliz y del operativo de
las SIDE en la legislatura pone en actividades al duhaldista represor
Iribarne y “satura” de policías el microcentro. El gobierno
“nacional y popular” invoca al viejo régimen para conjurar
cualquier peligro de ingobernabilidad.
Códigos y consensos
La derecha agita la necesidad de un nuevo código
de convivencia aún más represivo y el gobierno del orden no puede más
que ceder. Pero la persecución a la juventud, a los vendedores
ambulantes, a los manifestantes, no puede resultar en el retroceso del
movimiento popular sino en su desarrollo. Lo demuestran los miles que
se movilizan contra el código, por la absolución de los estudiantes
procesados y por la libertad de los detenidos del 16 de julio. Por
eso, en pos de la prudencia han convencido al macrismo de bajar parte
de su programa. La resultante es un acuerdo espurio entre ibarristas,
macristas y kirchneristas para votar un Código represivo, ahora
“lavado” y digerible al centroizquierda. El papelón del 4 de
agosto en la legislatura se cierra como se esperaba: el progresismo,
una vez más “haciéndole el juego” a la derecha.
Desigualdades, deuda y hambre
El progresismo acaba de transformar a Kirchner en
un Perón resucitado. Todo por llevar la jubilación mínima a 308
pesos. Lavagna tendrá que desembolsar unos 1300 millones de pesos
anuales. La cifra es ridícula si se la compara con los más de 20 mil
millones de dólares que deberá afrontar como consecuencia del
salvataje de las deudas de los bancos y de las corporaciones. Aún así
los recursos no saldrán del tesoro nacional, sino del bolsillo de los
propios trabajadores, ya que el aumento programado es menor que el
monto total de lo recaudado por la Anses. La administración hace
proselitismo con el dinero de los mismos trabajadores. Tienen guardado
también un nuevo aumento salarial de 50 pesos que compartirán con la
CGT unificada. Ese es todo el secreto de la convocatoria al Consejo
del Salario Mínimo.
Bajo ningún otro gobierno las desigualdades
fueron tan desgarrantes. Kirchner batió el record de polarización de
ingresos, superando a Duhalde, De La Rua, Menem o Alfonsín. Hoy los más
ricos tienen ingresos 50 veces mayores que los más pobres. Casi el
50% de los trabajadores están en negro, mientras que más del 70%
percibe sueldos por debajo de la línea de la pobreza y el desempleo
sigue persistente cerca del 20%.
Kirchner pretende la “unidad nacional” para
presionar al FMI. Pero ya retrocedió de su oferta a los acreedores
privados lanzada en Dubai y ahora el acuerdo asegura una quita menor
al 60%. Seguirá pagando hasta fin de año sin chistar unos 2200
millones de dólares, que saldrán de las reservas del Banco Central.
En el 2005 comienzan a combinarse las deudas al FMI con los bonos post
default y el tramo de los nuevos bonos que serán emitidos para cubrir
la deuda a los acreedores privados. Así el superávit fiscal
excedente una vez descontado el 3% no será como anunciaron los
voceros oficiales para “paliar necesidades sociales” sino para
hacer frente al crecimiento exponencial de los vencimientos.
La lucha “antiimperialista” del gobierno
“nacional y popular” será la siguiente: pase lo que pase se pagará
la deuda con el fondo. Luego de la reestructuración completa de la
deuda, Argentina será deudora en más de un 120% de su PBI, un
volumen sencillamente insostenible. Y después Verbitsky acusa de
“paleolítica” a la izquierda que denuncia esta estafa descomunal.
Desviar el argentinazo
La huida y desintegración de los partidos de la
Alianza y la impopularidad de Duhalde que se hizo insostenible luego
de la masacre del Puente Pueyrredón, dejaron el poder en manos de un
sector marginal del PJ. No es el personal político que las camarillas
capitalistas hubieran elegido para gobernar, pero es el único que podía
gobernar después del argentinazo. La administración actual recluta
gran parte de su personal en las tiendas progresistas de la pequeña
burguesía. Es la centroizquierda peronista administrando los negocios
conjuntos de Techint y Repsol, asociados a la devaluación competitiva
de la moneda y al rescate de sus deudas pesificadas, ahora legalizada
por la nueva Corte Suprema “feminista” y “atea”.
Las corrientes políticas y de los derechos
humanos que lo apoyan no exigen siquiera medidas democráticas
elementales, como la revocabilidad de los diputados con sueldo igual
al de un obrero, la disolución de la Corte Suprema o el
desmantelamiento del aparato represivo empezando por la SIDE. Lo suyo
pasa por la integración sin más a un gobierno que no le llega
siquiera a los talones a un nacionalismo débil como el de Chávez.
Sin embargo Kirchner no es, como se pretende, la
coronación final del argentinazo, sino el intento de su liquidación.
Aún la retórica que más cuestiona el establishment, la de no
reprimir la protesta social, no nace del carácter progresista de
Kirchner sino de los límites que las Jornadas de diciembre impusieron
en el país. En definitiva la administración actual tiene razón
cuando responde a la derecha de lengua fácil que la mano dura
conducirá a la clase capitalista y el régimen de conjunto al abismo.
Ya lo vivió Duhalde en el Puente de Avellaneda. El partido del orden
no es hoy la derecha con un garrote en la mano, sino la
centroizquierda peronista que conspira para aislar a la vanguardia
obrera y piquetera.
La transversalidad
La “transversalidad” kirchnerista fue el hijo
ilegítimo del “que se vayan todos”. Pero el personal político
que vino para asegurar la gobernabilidad no puede romper amarras con
el viejo régimen. La corporación patagónica no vino para cumplir y
terminar las tareas pendientes del argentinazo, incluso por la “vía
reformista”, sino para terminar con su amenaza. Que vuelva una y
otra vez a arrojarse en brazos de Duhalde, Quindimil, Fellner,
Alperovich, De la Sota o Reuteman, no se debe a una táctica política
como sueña el progresismo, sino una condición de sobrevivencia. Más
allá de los zigzag que impongan las distintas coyunturas políticas,
la centroizquierda en el poder no puede independizarse de la base política
en quien se apoya. Sacando a las masas de la calle cumple con su
mandato, aunque al mismo tiempo hace superflua su propia existencia.
El acuerdo con el PJ es la única condición para
alcanzar mayoría parlamentaria y asegurar la gobernabilidad todavía
en disputa.
El éxito del partido de la gobernabilidad es la
liquidación lisa y llana del argentinazo, aunque esto signifique, en
acto, la liquidación de las condiciones que lo pusieron en la Casa
Rosada.
El triunfo kirchnerista sería traducido en la
división definitiva e irreversible de las clases medias empobrecidas
con los sectores obreros y populares más explotados, la ruptura de
cualquier lazo entre la vanguardia que permanece en las calles y las
grandes masas, el retroceso final del movimiento piquetero y de las fábricas
ocupadas y la esterilización del amplio sentimiento democrático
enraizado en las profundidades del sentimiento popular. Todo esto por
supuesto será decidido en el terreno de la lucha de clases. Pero
cumplido su papel este gobierno no podría ofrecer otro servicio. Se
impondría un personal político más acorde, pagando previamente la
indemnización correspondiente a los carreristas políticos de la
pequeña burguesía. En esto consiste el carácter “transicional”
del gobierno kirchnerista.
Mientras el ciclo económico y las condiciones
internacionales sean favorables el gobierno encontrará la suficiente
unidad burguesa para sostener la administración y maniobrar a
izquierda y derecha. Eso si, seguirá haciéndolo a un precio cada vez
mayor, golpeado por ambos flancos. El carácter transicional del
gobierno está dado también por el tiempo en que pueda prolongar este
difícil equilibrio.
Para el movimiento obrero y popular se trata en
primer lugar de sostener una lucha sistemática e independiente del
gobierno. Cada demanda democrática planteada se golpea de frente con
el viejo régimen que ha sido preservado y las pandillas de un aparato
estatal en descomposición. Cada pelea seria que encara la clase
trabajadora choca irremediablemente con el carácter rapaz y
antinacional del “capitalismo nacional”. Así ocurre con la
ejemplar lucha de los desocupados de Caleta Olivia, la demanda de
reducción de la jornada laboral de los trabajadores del subte o el
reclamo de los mineros del Turbio que recuperaron su organización de
manos de la burocracia. En estos procesos se está forjando un nuevo
programa para el movimiento obrero. Un programa anticapitalista que
comience por el combate a la desocupación y a la miseria salarial,
por la unidad de las filas obreras y la recuperación de las
organizaciones.
Para la izquierda y los sectores avanzados se
trata de desarrollar políticamente estas tendencias, que afectan por
su naturaleza el desenvolvimiento capitalista, buscando centralizarlas
y organizarlas en una herramienta política independiente de la clase
trabajadora.
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