Se lanzó la campaña por la
jornada laboral de 6 horas
Haciendo historia
Por Jorge
Sanmartino, 31/10/04
Con una Federación de Box repleta
de trabajadores ocupados y desocupados, [el viernes 29 de octubre] se
lanzó la campaña por la reducción de la jornada laboral.
Participaron delegados y trabajadores de Metrovías, Ferroviarios,
docentes, estatales, salud, Zanon, Bauen, Telefónicos, Mineros,
Hospital Israelita y una sólida participación de organizaciones de
desocupados como la FTC, Cuba, y otras. No se recuerda un acto obrero
de estas características, impulsado por una organización de base
como el cuerpo de Delegados del Subterráneo y realizado con el espíritu
del más amplio frente único de clase. Comienza a nacer una nueva
bandera para la clase trabajadora. Sus implicancias son históricas.
I
No es un hecho usual que más de
dos mil trabajadores, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, ocupados
y desocupados se den cita para lanzar un movimiento político de la
clase trabajadora. Menos todavía que haya sido una verdadera jornada
de unidad obrera, tanto por los participantes como por el programa y
las perspectivas del movimiento.
No se trata simplemente de apuntar
a tal o cual reivindicación parcial. Tampoco de una exigencia local o
regional. El movimiento apunta a las bases de la acumulación
capitalista en nuestro país, exigiendo la salvación de la única
clase productora de la sociedad por sobre el instinto vampirezco de la
ganancia empresaria.
Si como decía Marx el tiempo es
el espacio donde se desarrolla el hombre, la exigencia de la
eliminación del sobretrabajo que implica automáticamente la
incorporación de toda la población obrera sobrante al mercado
laboral, apunta a la producción del mismo para toda la clase
trabajadora, reapropiándose para sí del incremento de los beneficios
y la productividad que se verificó durante los años ’90 e incluso
durante los peores momentos de la recesión y la crisis. Se trata en
definitiva de trabajar menos para que todos puedan trabajar.
II
Acabamos de presenciar el
lanzamiento de un movimiento organizado, impulsado y encabezado por
una sección de la misma clase trabajadora, concentrada en el corazón
del sistema de transporte del centro económico y político del país.
Que un movimiento de las bases se haya lanzado a esta extraordinaria
aventura indica que estamos lentamente, pero sin pausa, alejándonos
de los peores días de la ofensiva del capital no sólo sobre las
conquistas obreras sino y sobre todo cuando eran barridas como por un
huracán las conquistas políticas y organizativas de los
trabajadores.
La lección que nos está dejando
este incipiente movimiento es que la reconstrucción de una conciencia
de clase y una vanguardia obrera militante surgirá fruto de las
nuevas experiencias de lucha y organización en cuya base se encuentra
una nueva estructura de clase. Esta nueva conciencia está naciendo
ante nuestros ojos sobre la crisis del viejo sindicalismo. El
sindicato recuperado por sus trabajadores deberá tomar nota de esta
nueva realidad social y política de la clase trabajadora si pretende
superar las formas decrépitas de la burocracia sindical. No baste con
sacarla de sus puestos, hace falta presentar una alternativa de
conjunto.
Una segunda lección que deja
entrever el movimiento es que no basta con reafirmar a la clase
trabajadora como sujeto esencial del proceso productivo para esperar
pasivamente una traducción política consecuente. Se necesita escapar
de cualquier sociologismo obrerista para participar activamente en la
constitución de una nueva conciencia de clase socialista. Aunque la
estructura de clases es la condición determinante de cualquier
formación política, su constitución como clase activa, es decir
como movimiento obrero no es ajeno a la propia experiencia de lucha y
su vivencia cultural, incluidas las organizaciones ideológicas y políticas
de la clase que contribuyen a su constitución. Estamos ante la
formación incipiente de un nuevo movimiento obrero, que no puede
definirse ni por un objetivismo estructural ni por un subjetivismo
activista. Presenciamos un “proceso estructurado”, en el que la
lucha política, la formulación de programas y la fuerza de las ideas
son constitutivas también de la nueva clase que se hace en el mismo
proceso de la crisis. En la dinámica de las relaciones de clase la
subjetividad de la conciencia y la objetividad de la estructura social
sobre la que se alza no pueden separase mecánicamente y ser puestas
en un antagonismo externo. Son dos momentos de un mismo proceso.
III
La crisis y reestructuración del
capital son las que abrieron nuevas condiciones para el desarrollo de
una nueva conciencia de la clase trabajadora. Ni los triunfos ni las
derrotas son lineales o definitivos. De ellas emergen nuevas
exigencias.
Ayer nomás, ante la crisis y el
quiebre de empresas los trabajadores de Zanon y todas las fábricas
recuperadas golpeaban sobre el imaginario social mostrando que el
derecho a la vida se impone por sobre el derecho de propiedad,
apuntando a la reapropiación de los medios de producción y su
reorganización sobre nuevas bases. A su vez el movimiento piquetero
aprendió a golpear fuera de la empresa y a hacerse visible mediante
la acción política y la lucha callejera.
El movimiento encabezado por los
trabajadores del Subte se suma al amplio espectro de las nuevas
experiencias. Su fin apunta a un objetivo superior al que
tradicionalmente se asignó el sindicalismo, de negociar las
condiciones de la venta de la fuerza de trabajo. Se coloca como
dirección del conjunto de la población laboriosa para reclamar
condiciones enteramente nuevas en el mercado laboral, en primer lugar
la superación del marcado como regulador natural de la oferta de mano
de obra, exigiendo trabajo para todos y en consecuencia trastocando
los fundamentos mismos, sobre todo en un país como Argentina, del
proceso de acumulación.
Si la ocupación de empresas
constituyó una respuesta revolucionaria para una fracción menor de
la clase trabajadora sometida al látigo de la crisis; si el
movimiento piquetero contribuyó a organizar a los no organizados,
darle continuidad a la acción proletaria cuando la clase obrera
ocupada sufría de un quietismo y conservadorismo histórico, y cuando
masificó la lucha callejera y el corte de calles para un sector
particular de los trabajadores, el movimiento actual por la reducción
de la jornada laboral constituye una respuesta programática y política
para la clase de conjunto, dando los únicos fundamentos posibles para
unir al proletariado y salvar al movimiento de desocupados del círculo
constante del asistencialismo y la dependencia del estado burgués.
Mientras que algunos acusan al
movimiento de ser “abstracto” o “propagandista”, es decir en
cierto sentido “utópico” y “maximalista”, en realidad no se
alcanza a percibir que la exigencia no nace de un planteo teórico o
responde a la ingeniería social de algún intelectual, sino que nace
de las condiciones mismas de la relación del capital y el trabajo,
pues pone de manifiesto el derecho de los esclavos asalariados a
valorizar el capital poniendo en movimiento el trabajo muerto, única
condición para que el trabajo vivo pueda reproducirse. Llevando hasta
el límite la lógica misma del capital los trabajadores exigen que
cumpla su papel reproductor de la vida social, aunque en estas
condiciones el capital se reproduce a sí mismo violando los
requisitos de supervivencia de toda la sociedad. Esa contradicción es
la que se muestra con toda virulencia en las crisis, cuando millones
que se mueren de hambre no pueden acceder al alimento básico,
mientras los almacenes se abarrotan de mercaderías. La Argentina del
2001 ha sido marcada a fuego por esta experiencia. Para reproducir y
ampliar la capacidad de las masas laboriosas de acceder a su propia
reproducción es imprescindible superar el mercado capitalista y la
apropiación privada. De esta manera la lucha económica por la venta
de la fuerza laboral se asume al mismo tiempo como lucha de clases política
al exigir contra las “leyes naturales” del mercado, la eliminación
del desempleo y la pobreza.
IV
Si el estado desde la posguerra
asume la necesidad de imponer una política de ingresos centralizada,
no ha sido –a pesar de los agoreros del debilitamiento estatal-
una excepción bajo el neoliberalismo. Al revés, una política
centralizada ha sido impuesta con mayor disciplina y rigurosidad en la
base del “libre mercado”. La política se “introduce” y es
prerrequisito de la economía. O, como decía Lenin, es economía
concentrada La distribución de ingresos cobró un carácter dirigido
en el congelamiento de precios, los aumentos atados a la productividad
y el ancla monetaria bajo el régimen de la convertibilidad. El
desempleo estructural concomitante acaba disciplinando a la fuerza de
trabajo e imponiendo nuevas condiciones degradadas a las relaciones
laborales en la nueva era de la moneda devaluada. El nuevo ancla
fiscal (superávit del 3% atado a los pagos de la deuda externa),
monetaria (para favorecer la política de exportación de bienes
primarios y asegurar al mismo tiempo el superávit, asegurando un
costo salarial en pesos devaluados), y laboral (pacto social de los
dirigentes sindicales y el gobierno de Kirchner para reafirmar en la
nueva ley laboral todas las condiciones de precarización e
inestabilidad del empleo de la era menemo-delarruista), aseguran una
política de ingresos nacionales que refuerzas las condiciones del
patrón de acumulación de la década anterior, basado en el consumo
de las clases medias-altas y la exportación, y en la expansión del
ciclo económico sobre la base de la restricción de la demanda
popular. Un aumento de la tasa de ganancia que se impone sobre el
empobrecimiento generalizado de la población. Esta política de
ingresos derrumbó la participación de la masa salarial en el total
del valor agregado. Aunque las nuevas mediciones de la distribución
de la renta no pueden ser equiparadas metodológicamente a las que se
aplicaban en la década de los ’50-’60 y de los años ’70,
(comparándolos la nueva estadística del Banco Central estaría
sobreestimando dicha participación), hoy se la puede utilizar para
comprender la caída abrupta respecto de sí misma. Así, desde la
devaluación, la participación salarial cayó de un 36% del PBI a un
29%, lo que implica una punción sobre los salarios de más de 10 mil
millones de dórales sobre la masa salarial total. A la luz de una política
económica centralizada y negociada entre todas las fracciones de la
clase dominante, sería miope creer que la respuesta obrera a la
misma, exigiendo una política nacional de reparto de las horas de
trabajo entre todas las manos disponibles, sería “propagandística”
o “abstracta”. La necesidad del estado de imponer una política
centralizada que es característica del capitalismo contemporáneo
(tanto del de “Bienestar” como el neoliberal) permite incluir las
disputan locales y sectoriales en una lucha nacional que dispute la
distribución del excedente económico de conjunto.
La lucha salarial local no alcanza
a percibir las condiciones generales por medio de las cuales se ha
ejercido baja el mandato Duhalde–Kirchner una transferencia de
ingresos masiva a la clase capitalista, ni posee en sí misma, espontáneamente,
la capacidad de comprender el carácter político de la disputa por el
ingreso. La relación de clase no puede reducirse a la disputa del
obrero y el patrón por el precio de la fuerza de trabajo. Incluye la
competencia, la formación de la tasa media de ganancia, el trabajo
socialmente necesario. En la lucha local el trabajador se ve sometido
a una disputa con una fracción de si misma, porque debe competir en
el mercado con la masa de desempleados.
Elevándose a la lucha política por medio del reparto de las horas de
trabajo puede asimilar algunas de las implicancias de esa fragmentación
y soldar la unidad de clase. Sólo mediante este dispositivo pueden
las fracciones dispersas de la clase constituirse como clase nacional.
En ese sentido el planteo de los trabajadores de Metrovías, al
superar el carácter corporativo de la disputa gremial, coloca a la
clase trabajadora ocupada en una posición hegemónica, es
decir, como dirigente intelectual y moral de los trabajadores
desocupados y de las masas explotadas en general.
V
La lucha por el reparto del tiempo
del trabajo y el salario están hoy en el centro de las cuestiones
candentes para la clase trabajadora e impugnan de conjunto el
seguidismo político que el populismo hace del gobierno actual. Que la
administración Kirchner (junto a la de Duhalde) se auto titule de la
“producción y el trabajo” no es, después de todo, tan
desacertado. Sobre todo si se toman en cuenta las estadísticas sobre
la intensidad laboral en los últimos años. La cantidad de horas
trabajadas como relación entre el índice de horas trabajadas totales
y el índice de obreros ocupados se ha incrementado desde la caída de
la convertibilidad hasta fines del 2003 desde el 90,1 a 97,5, es decir
un 8,2%. Esto equivale a decir que desde principios del 2002 a fines
del 2003 una jornada laboral de 10 horas se ha incrementado en 50
minutos. Para una jornada de 8 horas el promedio se ha elevado en 40
minutos. En realidad la proporción del incremento de las horas
trabajadas en el total de los asalariados de la industria es mayor,
porque los datos ponderados excluyen a los trabajadores de empresas
con menos de 10 trabajadores, allí donde se focaliza una proporción
enorme de empleo precario, jornadas laborales mayores y aumentos de
los ritmos de producción. Estas empresas han tenido una incidencia
importante en la creación de empleo industrial, porque son en su
mayoría mano de obra intensivas.
Este incremento de la jornada
laboral es el que explica gran parte del incremento de valor. Si se
toman en cuenta los incrementos de productividad en la industria, en
casi dos años aumentó sólo un 7,75%. Esto es un 4% anual, menos de
la mitad del incremento que se registró en la década del ’90, y
casi un tercio del incremento de la primera parte de esos años.
Mientras el índice del volumen físico de la producción, medido a
precios constantes, que proporciona información aproximada sobre el
valor agregado industrial creció un 20,4%, el índice de obreros
ocupados lo hizo en un 8,1%. Quiere decir que un aumento de la
cantidad de obreros ocupados y de las horas trabajadas son las que
explican la mayor porción del incremento de valor, no la
productividad horaria. Bajo el auspicio devaluatorio, la extracción
de plusvalía se hizo más retrógrado, basado mayoritariamente en el
incremento absoluto de la misma.
El salario devaluado, sin embargo,
ha sido la fuente principal del incremento de las ganancias
empresarias. Como la inflación (medida por el Índice de Precios al
Consumidor) asciende en el período mencionado al 53%, y en cambio el
índice del salario lo hizo en un 29% (midiendo la masa total de
salarios y no la cantidad de asalariados que percibieron ese aumento,
ya que la ponderación del índice otorga un 50% de incidencia al
empleo registrado privado), tenemos un retroceso del 24% en la masa
salarial total real percibida por los trabajadores argentinos. Si se
calcula el retroceso relativo del salario real según el salario
promedio recibido la diferencia es más grande, porque así se
registra la evolución de todos los puestos de trabajo, incluidos los
creados en el período estudiado. Sea como fuere, está claro que los
trabajadores han cedido una cuota parte de sus ingresos en beneficio
de los empresarios. Esto se vio doblemente reflejado, según ya
analizamos en otros artículos, en la reducción drástica del salario
como parte del costo de producción, debido al incremento en los
precios mayoristas industriales, que treparon en 21 meses el 113%, en
comparación a los incrementos nominales mucho más modestos del
salario. El costo laboral hoy, cuando estamos en la cima del ciclo
económico es exactamente un 30 % menor que en 2001, luego de haber
tocado fondo a mediados del 2002 cuando alcanzó un 48%. Si se toma en
cuenta este mismo costo pero para las industrias y servicios de base
exportadora, se observa una caída mucho más pronunciada, porque se
paga salarios en pesos y se factura en dólares.
El Movimiento por las 6 horas,
recoge la tradición socialista al apoyarse sobre la exigencia
transicional del reparto de las horas de trabajo, rompiendo con las
concepciones posibilistas y neo-keynesianas de la “distribución del
ingreso”, al exigir que la eliminación de la desigualdad comience
por afectar la distribución de la ganancia privada desde la misma
esfera de la producción. Al superar la perspectiva desarrollista
contribuye a forjar una conciencia de clase independiente desde la
formulación de su mismo programa y con él forja las armas de lucha
del nuevo activismo obrero.
VI
Estamos en presencia, desde el
golpe militar del ’76 en el quinto ciclo de la pauperización
generalizada. La diferencia radica en que en los ciclos de ascenso
posterior a la crisis, cuando el PBI y los negocios reanudan su ciclo
ascendente, la clase trabajadora respondió con un ciclo propio de
luchas salariales (1982-85; 1987-89). Pero en los ’90 y en los 2000
el desempleo de masas ha inhibido el típico proceso de recomposición
salarial. El desempleo actual, que no baja del 19% -a pesar de que la
economía crece a un 8% anual-, está inhibiendo la lucha salarial
generalizada. Es posible y deseable que en el 2005 el descenso de los
niveles de crecimiento se choque con la fuerza laboral movilizada.
Pero hoy por hoy los sindicatos no han tenido demasiados problemas
para controlar un movimiento de bases. Por eso la idea de que la lucha
“salarial” sería lo inmediato, y el reparto de las horas de
trabajo para eliminar el desempleo estaría en la agenda de un futuro
incierto, no ve que el segundo es funcional a la depresión del
primero y que cualquier movimiento de la clase obrera se encuentra
frente a sus narices la necesidad de responder en el plano político
al bloqueo actual de la lucha salarial generalizada. Sólo una
comprensión estrechamente sindicalista y minimalista puede separar la
lucha salarial del reparto de las horas de trabajo, por la sencilla
razón que el desempleo está, se podría decir, incrustado en la
espalda del salario y ejerce adicionalmente un terrorismo ideológico
y una parálisis política ante la fuerza de trabajo en activo.
VII
Los sindicatos se encuentran
debilitados entre otras cosas porque la reestructuración del capital
está neutralizando la capacidad característica de la función
sindical, la huelga revindicativa. El sindicalismo encuentra su fuerza
vital en la abstención del trabajo. Si se caracteriza por retirar
la fuerza laboral y allí encuentra su poder, el ejército de reserva
le impide ejercerlo. Porque el ausentismo del puesto de trabajo
encuentra una abundante mano de obra disponible para reemplazar la
fuerza laboral activa y sindicalizada. Las burocracias sindicales
corrompidas y agentes del capital han respondido asociándose
directamente a la explotación de la clase trabajadora o al poder
gubernamental esperando alguna migaja. El resultado ha sido la
impotencia y decadencia de los sindicatos como instrumentos de lucha,
y los líderes sindicales están al tope del ranking del desprestigio
social. Sin embargo, las nuevas direcciones que han surgido o que
puedan surgir en el futuro se verán sometidas a la misma disyuntiva
de superar el marco restringido del conflicto por empresa o rama de
producción, de superar los viejos métodos corporativos para confluir
en un movimiento de carácter político que apunte al conjunto de la
reproducción capitalista. Los sectores de oposición e incluso gran
parte de la izquierda no han terminado de comprender en toda su
magnitud las nuevas tareas que impone la nueva configuración de las
relaciones sociales.
VIII
La característica fundamental del
movimiento por las 6 horas encabezado por los trabajadores del Subte
es que al elevar su propia experiencia reivindicativa (favorecida por
tratarse de una rama dinámica de la economía que contrabalancea los
efectos deletéreos del desempleo masivo) al plano de la disputa política
por los ingresos y puestos de trabajo nacionales, se colocan en el
campo de la lucha estratégica frente a la clase dominante. Al
involucrar al conjunto de la fuerza fragmentada de la clase
trabajadora en un movimiento político tienden a superan las
fronteras del sindicalismo. Es una respuesta más o menos conciente al
impasse de los viejos métodos tradicionales del sindicalismo
argentino, basado en el pleno empleo y en el poder de negociación en
el seno de la empresa. Aquí está la raíz de la potencialidad
que posee el movimiento para el desarrollo de una conciencia política
socialista. Gramsci sostuvo que los sindicatos “son un tipo de
organización proletaria específica del período en que el capital
domina la historia… una parte integral de la sociedad capitalista,
cuya función es inherente al régimen de propiedad capitalista”
(En el Ordine Nuevo, Turín 1919-1920). La crisis y
reestructuración del capital, así como ha impulsado en los últimos
años nuevas formas de organización y acción proletarias está dando
nacimiento a nuevas formas políticas y está contribuyendo a hacer
popular un nuevo programa para el conjunto de la clase trabajadora.
Que sea más o menos “propagandístico” tiene que ver con
cuestiones de coyuntura. Se trata en primer lugar de comprender el carácter
estratégico que posee el movimiento para poder ponderarlo en toda su
magnitud.
El movimiento no rechaza las
demandas elementales que los trabajadores exigen cotidianamente. No
rechaza tampoco la acción sindical para alcanzarlas. Por el
contrario, las estructura como parte de una lucha política de clases
nacional. En la argentina dependiente del siglo XXI la separación
entre el programa mínimo y el máximo es más pernicioso y más utópico
aún que en la época más o menos apacible del reformismo socialdemócrata
que transformó la práctica oportunista y reformista en concepción
teórica acabada.
IX
Estamos presenciando el lento
desarrollo de una militancia obrera. El primer síntoma de su
existencia la encontramos en Zanon y con muchas desigualdades en el
movimiento de desocupados. Los sindicatos hoy están huérfanos de
alguna participación de bases. Estas encuentran su potencialidad en
los movimientos de base que disputan el liderazgo de las
organizaciones obreras. No es un proceso siempre lineal y ascendente.
Será también resultado del desarrollo político del Movimiento el
que pueda agrupar cada vez más activismo y militancia obrera. Una
militancia ampliada y persistente sólo puede garantizarse sobre
niveles crecientes de conciencia política. Esto requiere en paralelo
el desarrollo de un movimiento político clasista y anticapitalista al
interior de la clase trabajadora. La izquierda socialista no posee hoy
una referencia única, más bien se encuentra dispersa y atomizada.
Sin embargo reunir estos fragmentos de los sectores combativos y
clasistas permitiría conquistar una masa crítica que haga visible un
polo político de clase alternativo a los dirigentes sindicales
tradicionales. Esto requiere ir más allá de una coalición
antiburocrática circunstancial. Implica nuevas experiencias
agrupacionales, más allá de las líneas de demarcación del
sindicato o la empresa, para reunir colectivos de trabajadores cada
vez más amplios desde las mismas bases, tanto inter-empresas como
territoriales. Es falso que la identidad de clase sólo se exprese
dentro de las empresas. Aunque nace allí en tanto se basa en la
relación de explotación del trabajo por el capital, históricamente
se forjó mediante múltiples formas culturales y experiencias ideológicas
comunes. Así fue la experiencia histórica del proletariado
Argentino, que no se constituyó como un movimiento interno a la fábrica,
sino como un movimiento social, cultural y urbano. Su encierro en el
lugar de trabajo y su reducción a la práctica sindical por las
condiciones de la venta de su fuerza de trabajo nace con la
institucionalización del conflicto, el estado interventor y la
consecuente burocratización de los sindicatos, cuya máxima expresión
fue el peronismo. En consecuencia aquí también el movimiento por
las 6 horas sienta bases para que emerja en paralelo un polo
clasista, antiburocrático y anticapitalista que reúna y generalice
las experiencias que nacen de la crisis y la recomposición.
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