Un
necesario debate en la izquierda
¿Qué
es China?
Por
Roberto Ramírez
Socialismo
o Barbarie, periódico, 26/11/04
El
“cuento chino” ha servido a sectores del “progresismo”
kirchnerista para desarrollar sus acostumbradas elucubraciones sobre
las tendencias del gobierno a independizarse del dominio imperialista,
especialmente del imperialismo yanqui.
Como
es sabido, no sólo en Argentina sino en todo el “progresismo”
latinoamericano, abundan las fantasías sobre el “bloque regional de
poder” Argentina-Brasil-Venezuela que se estaría conformando frente
a EEUU. Si a ese “bloque” le sumamos Cuba y China (dos presuntos
“países socialistas”), tenemos cartón lleno. A eso, además, se
le agregan los poco serios pronósticos de que a mediano plazo la
economía china va a sobrepasar a EEUU, la Unión Europea y Japón.
Conclusión: ya está pavimentada la ruta hacia la independencia
nacional, el crecimiento y el bienestar social, enganchados a la
“locomotora china”. Caraduras estilo Patria Libre –que se
dicen representantes del “nacionalismo popular revolucionario”
mientras apoyan a Kirchner y sus acuerdos con el FMI– son uno de los
tantos ejemplares locales de esta fauna latinoamericana.
Correctamente,
las corrientes del socialismo revolucionario –como el PO, el MST, el
PTS y el MAS– hemos salido a denunciar el escandaloso “cuento
chino”. Y no sólo por su carácter capitalista superexplotador,
sino también semicolonial. Es otro clavo más en el ataúd de la
inserción de Argentina en la economía mundial como exportadora de
productos primarios (con escaso valor agregado y mínima mano de obra)
e importadora de manufacturas. China es la plataforma desde donde las
multinacionales imperialistas (mediante la “deslocalización” de
parte de sus fábricas) arrollan el planeta, gracias a salarios de 30
ó 40 centavos de dólar la hora, esclavitud laboral y represión a
toda protesta obrera.
Sin
embargo, esta acertada posición política tiene diversos grados de incoherencia
con las concepciones que la mayoría de las corrientes socialistas
revolucionarias mantienen aún sobre la República Popular China. Con
diferentes análisis (o ausencia de ellos, como es el caso del MST),
se persiste en sostener que, de una u otra manera, aún el
capitalismo no ha sido restaurado “plenamente”. ¡Algo quedaría,
entonces, de “obrero” y/o “socialista” allí!
Aquiles
y la tortuga
El
problema de cómo definimos la sociedad y también al mismo estado
chino no es un problema abstracto o sin importancia.
En
primer lugar, la mayoría de los trabajadores, incluso del activismo,
cree honestamente que China es un “país comunista” o
“socialista”. Esta equivocación es interesadamente alimentada por
los charlatanes de los medios: ¡Hasta los terribles “comunistas”
chinos adhieren a la “economía de mercado” para poder progresar!
¡Sigamos su ejemplo! [1] Para combatir (por lo menos en la
vanguardia) estas tonterías, hay que partir de una definición seria
y actualizada de la sociedad y el estado chinos.
En
segundo lugar, esto nos remite a otra cuestión más de fondo. Hemos
rechazado de plano los acuerdos con China. Pero si el estado y/o la
sociedad chinas no fueran aún capitalistas “plenamente”, ese
rechazo sería cuestionable. Es que esos acuerdos podrían ser
válidamente interpretados como pactos independientes del
imperialismo entre un país semicolonial (Argentina) y una
potencia que no es “todavía” capitalista. Si fuese así,
deberíamos admitir que el “progresismo” kirchnerista tendría
algo de razón al aplaudir o dar apoyo crítico a los acuerdos.
En
relación a esto, la actitud de varias corrientes del trotskismo
respecto a la restauración del capitalismo en la ex URSS, los países
del Este y China, nos hacen recordar la célebre paradoja de Aquiles y
la tortuga.
Esta
paradoja (o, más propiamente, aporía) fue formulada por el filósofo
griego Zenón de Elea (siglo V a. de C.). Aquiles, héroe de la Ilíada,
era el más veloz de los griegos. Puesto a competir en una carrera
contra una tortuga, y teniendo en cuenta la lentitud del animalito,
Aquiles le concedió una ventaja inicial.
Zenón
demostraba que entonces Aquiles nunca alcanzaría a la tortuga,
aunque se acercase cada vez más. Esto, naturalmente, contradecía
toda las evidencias de la realidad acerca de los cuerpos en
movimiento.
El
razonamiento que desarrollaba Zenón no viene al caso (tiene que ver
con cuestiones filosóficas y matemáticas profundas, entre ellas el
concepto de infinitud). Sólo aludimos a su paradoja, porque nos hace
acordar de cómo esas corrientes consideran la restauración
capitalista en estos países. ¡Siempre falta “algo”, algunos
metros o un infinitésimo, para que los estados dejen de ser
“obreros” y/o exista un “régimen social capitalista plenamente
consumado”.
A
15 de años de la caída del Muro Berlín y de la masacre de Tien An
Men, creemos que los trotskistas debemos hacer un debate serio de lo
ocurrido. Esto implica, más ampliamente, un balance de las
revoluciones del siglo XX, como fue la de China.
Este
no es un problema “histórico” sino del presente... y del porvenir.
Tiene que ver con pequeños hechos (como el “cuento chino” de
Kirchner), pero también con problemas trascendentales, como el
debate sobre la lucha por la revolución socialista en el siglo
XXI, a partir de la herencia y las experiencias del siglo pasado.
En
la revista Socialismo o Barbarie próxima a aparecer hacemos
algunas contribuciones a este debate. Aquí nos limitaremos a unos
pocos y puntuales comentarios, en ocasión de la visita de Hu Jintao.
MST:
no sabe, no contesta
Alternativa
Socialista (17/11/04), periódico del MST dedica su primera
plana al “cuento chino”. En las páginas 6 y 7 se denuncian
correctamente los acuerdos. Uno de los artículos lleva por título “¿Qué
pasa hoy en China?”, y su introducción promete explicar “¿Cómo
es la verdadera China?”. Sin embargo es en vano tratar de
encontrar allí o en el resto del periódico una definición de qué
es la sociedad y el estado chinos.
Se
dice, por ejemplo, que “China forma parte de la economía
capitalista mundial”. ¿Eso significa que China sea
capitalista? No queda claro.
La
Unión Soviética –incluso en tiempos de Lenin y Trotsky– también
era “parte de la economía mundial”, que en su conjunto, como totalidad,
era capitalista. Sin embargo, en sí misma la URSS no era
capitalista. La división del mundo en dos economías, una
capitalista y otra “socialista”, fue una fábula del stalinismo.
¿China “forma parte de la economía capitalista mundial” como un
país capitalista? ¿O lo hace contradictoriamente como la URSS
y la misma China décadas atrás, como países no capitalistas?
No se sabe.
Luego,
se dice que, desde 1978, la burocracia china está “alentando la
restauración del capitalismo", que ya en los años 80 los “burócratas
multimillonarios y nuevos burgueses se enriquecían día a día...”
y que después de la masacre de Tien An Men, “la dictadura china
se fortaleció, reafirmando su política de restauración...”
Bien, ¿pero qué resultó de eso? ¿Hasta dónde llegó el
“aliento” restauracionista de la burocracia? ¿Qué es China en el
2004? ¿Cuál es la naturaleza social del estado chino?
El
MST no tiene respuestas a esas preguntas. Pero no sólo en ese artículo.
En general, no tiene una respuesta seria a una cuestión más amplia e
importante: ¿qué pasó con los llamados “países socialistas”
y/o “estados obreros”? ¿Hu Jintao preside el “estado obrero
chino”? ¿Putin hace lo mismo en el “estado obrero ruso”? Es
imposible seguir jugando a las escondidas con todo esto.
PO:
“ex estados obreros”... pero el capitalismo aún no llega
Marcelo
Ramal, en Prensa Obrera del 18/11/04, critica la fábula de la
“tercera vía” que se abriría gracias a los acuerdos con China.
Tomando el ejemplo de los hidrocarburos, demuestra que las compañías
estatales chinas son un caballo de Troya de las grandes petroleras
norteamericanas y británicas. Pero el tema más de fondo –el carácter
de la sociedad y el estado chino– no se mencionan.
Sin
embargo, a diferencia del MST, el PO ha desarrollado una cierta
respuesta teórica. Así, en las “Tesis programáticas para la IV
Internacional” (08/04/04), Jorge Altamira habla, por un lado, de
“ex estados obreros” y, por el otro, del “carácter
inconcluso de la restauración capitalista”. El “estado
obrero” ha dejado de existir, porque el actual estado ya no defiende
la propiedad nacionalizada. Pero, según Altamira, el capitalismo no
ha podido ser restaurado. No han logrado crear relaciones sociales
capitalistas. Para Altamira esto se evidencia en que “en los ex
estados obreros prospera el capital privado, pero no se ha formado
todavía una clase capitalista”.
Aunque
más elaborados que el desierto teórico del MST, los argumentos del
PO son poco convincentes. En principio, es falso que en Rusia o China “no
se ha formado todavía una clase capitalista”. Otro problema es
que esa burguesía no sea como las de los países centrales. Pero es
todavía más erróneo que haya que esperar que en Rusia y China
exista una clase capitalista “normal” (como, por ejemplo, las de
EEUU o Europa), para decir que por fin existen relaciones de producción
capitalistas.
Por
otra parte, si como dice Altamira “en los ex estados obreros
prospera el capital privado”, es porque consigue ganancias.
Extraño capitalismo es el Altamira, que logra eso sin relaciones
sociales capitalistas.... y hasta sin capitalistas!
Altamira,
en verdad, tiene una sorprendente concepción de “capitalismo en un
sólo país”. Si no hay una burguesía nativa “normal”, concluye
que todavía no hay capitalismo. En verdad, las cosas han sucedido al
revés. Y China es el máximo ejemplo, mucho más que Rusia.
Las
relaciones de China con el capitalismo mundial, sus inversiones
masivas allí, con el establecimiento en territorio chino de
centenares de corporaciones que explotan al nuevo proletariado chino y
realizan el grueso de la producción industrial y de las
exportaciones, hace que el importante problema de la formación de la
burguesía nativa sea, de todos modos, secundario para definir el carácter
de las relaciones sociales predominantes.
PTS:
agregando adjetivos
La
Verdad Obrera (12/11/04), periódico del PTS, también desarrolla
un análisis crítico de los acuerdos de Kirchner con Hu Jintao. Pero,
diferencia del MST y el PO, encara también el problema más de fondo
de la naturaleza de China. Para eso nos remite al artículo de Juan
Chingo, “Mitos y realidad de la China actual”, publicado en
Estrategia Internacional N° 21 (septiembre 2004).
El
texto de Chingo es un meritorio trabajo de investigación, que revela
una búsqueda seria de datos económicos, sociales y políticos. Sin
embargo, todo eso queda muy limitado por el conservadurismo teórico
que caracteriza a los compañeros. Nos parece que este conservadurismo
los obliga a hacer unas extrañas contorsiones en la teoría, para
poder adaptar los hechos de hoy a las elaboraciones de ayer, de las
que no se hace una evaluación crítica.
La
masa de datos que aporta Chingo, lo obliga efectivamente a una
rectificación de viejas definiciones. Primariamente, el PTS opinaba
que China había pasado de un “estado obrero deformado” a
ser un “estado obrero deformado en descomposición”. Pero
agregar adjetivos no soluciona nada, cuando el punto de partida está
cada vez más lejos de la realidad.
Ahora
el PTS encuentra que “del viejo estado obrero deformado... sólo
queda la fachada”. Hoy corresponde definir a China como “estado
capitalista en construcción”. Sin embargo, pese a ello y a
todos los hechos que menciona, Chingo, sorprendentemente, llega a una
conclusión similar a la de Altamira: “hay un proceso de
restauración capitalista en curso... pero que aún no pegó un salto
cualitativo a establecer un régimen social capitalista...” Las
razones que aduce son parecidas a las de Altamira, principalmente el
rol de árbitro que conserva la burocracia y sus relaciones de fuerza
con la nueva burguesía.
Pero
si el “régimen social” de China no llegó a ser capitalista, ¿qué
es? En otras palabras: ¿cuál es el modo de producción dominante en
la formación económico-social china? Ni Chingo ni Altamira contestan
esta pregunta.
También
se elude un problema teórico monumental: del “viejo estado
obrero” se ha pasado a un “estado capitalista en construcción”.
¿Cómo ha podido ocurrir eso evolutiva e imperceptiblemente? En
verdad, Chingo no indica ningún hecho, crisis política, ni fecha
donde se haya producido este trascendental acontecimiento.
Un
estado y una sociedad capitalistas con restos burocráticos
Nos
parece que estos enredos teóricos para dar cuenta de las
transformaciones de China tienen que ver con una concepción común al
PO, el PTS y el MST, que ven a las revoluciones de posguerra –China
fue la más importante– como revoluciones obreras y socialistas,
aunque “deformadas” por la conducción de una burocracia.
Se
caracterizó al nuevo estado –surgido de la revolución de 1949–
como “estado obrero”, aunque la Revolución China fue una colosal insurrección
campesina dirigida por un partido-ejército, donde la clase obrera no
jugó papel alguno. De la misma manera, se puso un signo igual
entre las medidas anticapitalistas adoptadas por esa revolución
y el inicio de la construcción socialista.
Pero
ni el estado (erigido y absolutamente controlado por la burocracia maoísta)
era de los obreros –es decir, una verdadera dictadura del
proletariado–, ni la expropiación de los capitalistas y la
propiedad estatizada, por sí mismas, hicieron avanzar a China un sólo
milímetro hacia el socialismo.
Como
en otros países mal llamados “socialistas”, en China se desarrolló
un híbrido, un subsistema burocrático que no era capitalista (en la
medida que la propiedad privada de los medios de producción había
sido suprimida o severamente limitada), pero donde se mantenían el
trabajo asalariado, la ley del valor y por lo tanto la explotación, y
donde desde el principio estuvo bloqueada la transición al
socialismo.
Ni
en China ni en ningún otro “país socialista” la casta burocrática
logró estabilizar, perpetuar y desarrollar esos subsistemas como un
modo de producción “orgánico”, distinto del capitalismo o del
socialismo. Fueron “islas” nacionales, no capitalistas, dentro de
la economía capitalista mundial. Terminaron estallando y/o asimilándose
al capitalismo bajo la presión del imperialismo y de la economía
mundial, por un lado, y del descontento y hasta de las rebeliones de
las masas, por el otro.
De
tumbo en tumbo y de crisis en crisis, después de las terribles
convulsiones de la “Revolución Cultural”, la burocracia china
puso proa hacia un acuerdo con el imperialismo yanqui en lo
internacional y hacia la restauración capitalista a nivel nacional.
La
experiencia de China refuta las concepciones economicistas de la
transición al socialismo, que redujeron todo a la estatización de
los medios de producción más la conducción de una burocracia
iluminada.
Ella
prueba, por la negativa, que nada ni nadie puede sustituir a la
clase trabajadora y su acción consciente, por intermedio
de sus organismos de lucha y partidos. La transición al socialismo o
es una tarea consciente asumida por la clase trabajadora, o no
hay transición. El estado obrero, herramienta indispensable
para esa tarea, no puede ser simultáneamente el estado de una
burocracia que domina totalitariamente a los trabajadores, y
además los explota apropiándose de la plusvalía estatizada.
La
burocracia pudo consumar el paso al capitalismo tal como se dio,
precisamente por no haber sido nunca una verdadera dictadura
proletaria –es decir, un estado realmente obrero–, porque no
se avanzó en una transición al socialismo, y porque así se
mantuvo el trabajo asalariado y la vigencia de la ley del valor
(algo por otra parte inevitable en el primer período, después de la
expropiación de los capitalistas).
Por
supuesto que ni en China ni en la mayoría de los países de la tierra
vamos a encontrar sociedades capitalistas (ni clases sociales) “químicamente
puras”. Precisamente el concepto de “formación económico-social”
tiene que ver con estos procesos de “desarrollo desigual y
combinado”, donde se entrelazan las viejas y nuevas relaciones y
sectores sociales y de clase. Estas combinaciones peculiares hacen que
China capitalista sea, por ejemplo, muy distinta a los EEUU.
Sin
embargo, todas las peculiaridades y la originalidad de la formación
económico-social de China (y como parte de ella, de su estado), hay
que establecerlas a partir del hecho de que hoy el modo de producción
capitalista es el dominante.
Creemos
que es erróneo decir que “no es aún un régimen social
capitalista plenamente consumado” debido a lo restos del sistema
de regulación burocrática y/o a la milenaria práctica del guangxi
(conexiones). Esto es casi como decir que Bolivia no es aun plenamente
capitalista porque en gran parte del Altiplano sobreviven las antiguas
comunidades originarias, precolombinas. O que es dudoso el carácter
de Arabia saudita, porque todo lo manejan los centenares de parientes
de la familia real, que a su vez deriva de una antigua tribu
precapitalista.
Resumiendo,
el estado y la sociedad chinas constituyen una totalidad que lógicamente
combina no sólo los elementos más actuales y los del reciente régimen
burocrático, sino incluso, como advierte Chingo, elementos milenarios
como el guangxi. Pero el elemento determinante de esa
totalidad es el modo de producción capitalista. Es alrededor
de ese eje que se ordena, contradictoriamente, el conjunto de
factores.
Teniendo
esto en cuenta podríamos formular tentativamente una definición de
China como un estado capitalista con restos burocráticos
(aunque estos “restos burocráticos” no debemos entenderlos en el
sentido de que subsistan rasgos anticapitalistas “progresivos” ni
menos aún socialistas).
Otro
problema importante, que sería parte necesaria de una definición más
completa sobre China, es su ubicación en la economía mundial y en el
sistema mundial de estados. O sea su lugar económico y geopolítico.
La charlatanería de los “futurólogos” (que nunca aciertan una)
predice una China que va sobrepasar económicamente a EEUU, Japón y
la Unión Europea y, geopolíticamente, va a ser la superpotencia del
siglo XXI enfrentada a Norteamérica.
Aquí
no podemos explicar por qué estos pronósticos nos parecen poco
serios. Sólo digamos que no se trata de extrapolar estadísticas,
sino de analizar las relaciones económicas y geopolíticas mundiales.
Económicamente,
el “milagro chino” es consecuencia de una invasión masiva de las
multinacionales. Desde ese punto de vista, lo que ha progresado es la semicolonización
de China. Simultáneamente, China sigue siendo un país pobre y
atrasado, cuyo Ingreso Nacional Bruto per cápita en 2002 era, medido
en dólares, 41 veces inferior al de EEUU, y Paridad de Poder Compra,
9 veces menor. [2] Pero, geopolíticamente, China, país atrasado, es
al mismo tiempo un país enorme, con 1.300 millones de habitantes, y
es también una potencia militar regional.
Es
un ejemplo de “desarrollo desigual y combinado” con cierto
parecido al de la Rusia anterior a la Revolución de 1917, que era, al
mismo tiempo, un país atrasado (con una relación semicolonial
respecto al capital financiero francés) y una gran potencia (que
dominaba a decenas de pueblos)
Hay
que considerar entonces la posibilidad de definir el status
internacional de China teniendo en cuenta esa combinación. Pero
dentro de ella, nos parece en principio fundamental como factor el
abrumador peso de los capitales imperialistas invertidos allí.
Más
allá de estas definiciones aproximativas que seguramente habrá que
ajustar, lo importante es comprender que hoy en China el
“Gran Timonel” es el capitalismo. Es sobre esta realidad que
está planteada la lucha de clases en ese país. No sobre la base de
que “aun no se ha dado el salto cualitativo al capitalismo”.
Esto
no significa que el predecible futuro de China capitalista sea de
“desarrollo” y “progreso”. Al crecer, el capitalismo chino ha
generado inmensas contradicciones y tensiones sociales gigantescas.
La polarización social es cada vez más brutal entre ricos y pobres,
entre la ciudad y el campo, entre las regiones “adelantadas” y las
“atrasadas”.
Al
mismo tiempo, hay que advertir que el capitalismo chino, al tener ese
crecimiento colosal, ha desarrollado asimismo a la clase que puede
ser su sepulturero. El nuevo proletariado chino surge también
como un gigante. La clave será la conciencia y organización que
desarrolle.
Notas:
1.-
Ésa es, por ejemplo, la línea argumental de Openheimer, el
insoportable columnista del Miami Herald que publica en La
Nación.
2.- World Bank, World Delelopment Indicators, 1.1. Size o de the Economy,
2002, págs. 18 y ss.
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