Kichner cacarea contra
Shell, mientras Lavagna toma medidas contra los asalariados
Es posible
quebrar el techo salarial
Editorial de Socialismo o
Barbarie, periódico, 08/05/03
En
las últimas semanas (contra la voluntad del gobierno) se ha
instalado como tema el regreso de la inflación. Ya va un
2,5% para el primer bimestre. Y Ecolatina (consultora ligada al propio
Lavagna), estima que en marzo será del 1,1%. La proyección
para el año da la friolera de un 15%, casi el doble que la
estimación del Presupuesto 2005. Mientras la población constata cómo
todo sube (la carne, el pescado, etc., muchísimo más del 1%),
Kirchner se puso a hacer demagogia llamando al “boicot” contra
Shell. Todo verso: simplemente, el gobierno pretende cubrir su
responsabilidad por los aumentos generalizados de los precios (Kirchner
sabe que en octubre “se plebiscita la gestión”), y por eso trata
de tapar las malas noticias con anuncios tan estridentes como vacíos.
O, mejor dicho, tan característico en el comportamiento de este
gobierno de poner el grito en un lado y los huevos en el otro.
Porque es mentira que el gobierno va a hacer algo efectivo
para evitar el brote inflacionario. El “boicot” es una
bravuconada para los medios, pero Kirchner se cuida muy bien de
implementar medidas efectivas contra la
inflación, como podría ser un mecanismo que incluso muchos
gobiernos capitalistas han utilizado: el control de precios.
Claro, eso sería una intromisión del Estado en las sacrosantas
leyes del mercado. Boquear para la TV, perfecto, pero tomar medidas
que muestren que la cosa va mínimamente en serio, eso no.
La
inflación nace de la política económica del gobierno
En
Argentina, cada vez que asoma un proceso inflacionario, se oyen las
explicaciones más diversas sobre su origen. Esta vez, el tradicional
verso liberal de que la culpa la tienen los malvados obreros que
pretenden aumentos salariales desmedidos está en problemas: es sabido
que hace años que los salarios vienen sistemáticamente
detrás de la inflación, y en los últimos tres meses no hubo aumento.
En consecuencia, los escribas a sueldo de los capitalistas hablan
ahora de “factores estacionales”, de que llueve poco aquí, mucho
allá, de que el petróleo sube, etc. Pongamos un poco de seriedad.
En
primer lugar, hay una lluvia de pesos, que viene del negoción que fue
el canje de deuda para muchos especuladores. En segundo lugar, comienza
a faltar oferta porque la producción interna se estanca
por falta de nuevas inversiones (industria) o se destina a la
exportación (carne).
Justamente,
el gran reclamo de EEUU, el FMI y las privatizadas para atraer nuevas
inversiones es que el gobierno haga esfuerzos por “mejorar el clima
de negocios”, esto es, garantizar la explotación de los
trabajadores y el saqueo del país. En concreto, para el G7 esto
significa: a) atender la situación de los especuladores que quedaron
fuera del canje; b) resolver la renegociación de los contratos con
las privatizadas (lo que por supuesto incluye tarifazos); c) continuar
el ajuste del gasto público, es decir, minga de aumentos para los
salarios estatales, y d) controlar la incipiente inflación con
recetas bien recesivas: subir las tasas de interés para absorber
circulante y restringir el consumo. Curiosamente, lo mismo que
recomendaron nuestros viejos conocidos Juan Llach, Ricardo López
Murphy y Miguel Angel Broda (La Nación, 11–3–05).
En ese paquete hay medidas que al gobierno le gustan y otras que no,
pero para negarse tiene un problema: no alcanza la plata para pagar
los vencimientos de deuda con el FMI. Esos pagos, por
tanto, deberán renegociarse, y el Fondo pondrá sus condiciones. ¿Cuáles?
Las de siempre: hace días, el vocero del FMI, Tom Dawson, “descartó
totalmente la posibilidad de que el nuevo acuerdo no incluya metas de
tipo estructural, como las tarifas. Y recordó que Rato había
mencionado como una de las más importantes la normalización de la
relación con las privatizadas” (Clarín, 7–3–05).
El
gobierno lo sabe y ya está dando señales de comprensión hacia las
necesidades de las pobrecitas concesionarias.. El panorama de las
transportistas de energía eléctrica es revelador. A Transnoa y
Transnea, el gobierno les ofreció un aumento del 25%,
que las empresas rechazaron por insuficiente. A Distrocuyo, el
gobierno le ofreció un 31%, y con Transener y Transeba se cerró
el acuerdo con subas tarifarías de entre un 25 y un 31% (Clarín,
7–3–05). Para Edenor y Edesur la oferta del 23% de
aumento ya fue rechazada por
las empresas, y a Metrogas le tiraron un 15%. Después dirán
que estos aumentos “no son para casas de familia”. Verso. Y
recordemos que por cada 5% que aumenta el conjunto de las tarifas de
servicios públicos, sube un 1% el índice de inflación.
De
modo que el manejo está muy claro: se alienta la inflación
con tarifazos, y se la reprime con ajuste del gasto público y
restricción del consumo popular. Según los analistas,
“se vislumbra una receta clásica: enfriar un poco la actividad
con un apretón fiscal (...) frenar cualquier aumento salarial
por decreto, reducir las transferencias de dinero a las provincias o,
lisa y llanamente, recortar los pagos a proveedores del Estado” (Clarín,
15–3–05). Nada nuevo bajo el sol desde los días de Cavallo...
“La
inflación en ascensor y los salarios por la escalera”
Hace
años, cuando el mecanismo inflacionario era uno de los principales
instrumentos de los capitalistas para garantizar la explotación
obrera, se repetía esa frase: la inflación iba galopando al son
de las remarcaciones de precios, mientras que el aumento de los
salarios de los trabajadores requería de la salida a la lucha, la
pelea contra las trampas de la burocracia y los ministerios, etc.
Cuando los aumentos salariales al fin se obtenían, había que salir
nuevamente porque la remarcación de precios empresaria siempre era
mucho más rápida.
Luego,
en los 90, vino el mecanismo del “uno a uno”: una paridad peso / dólar
congelada, una inflación muy baja, por lo cual la diferencia de la
patronal fue hecha a costa de la tremenda flexibilización laboral, el
aumento de los ritmos de trabajo, la polivalencia funcional, la precarizacion
de los contratos, etc. Kirchner ha heredado y mantenido estas
condiciones de esclavitud laboral de los 90, agregando ahora de su
cosecha el recomienzo del mecanismo inflacionario.
Con respecto a esto, al gobierno le preocupa una sola cosa: evitar
que los índices se desboquen antes de las elecciones de octubre.
Por eso propicia un acuerdo con el FMI “corto” y limitado, y en lo
posible bien separado de las elecciones. Por eso busca cómo escalonar
los aumentos para que no traigan problemas electorales (o sacudir el
tarifazo después de las elecciones).
De
ahí que la sanata del combate a la inflación y la “defensa del
ingreso de los argentinos” son pura campaña electoral. De hecho,
una inflación moderada y controlable le viene muy bien a Kirchner
para conformar a varios poderosos: al FMI, porque la revaluación del
peso ayuda a comprar los dólares para pagar la deuda; a las
privatizadas, por la misma razón (se abaratan los dólares para
mandar a las casas matrices), y a las grandes empresas, porque sus
precios suben más que los salarios que pagan.
Justamente,
el salario es la variable que está quedando afuera de las
discusiones. Así, a pesar de “un crecimiento anual superior al
8% del PBI por dos años consecutivos, el salario real del conjunto de
los trabajadores se encuentra todavía un 20% por debajo de 2001.
La peor parte se la llevan los estatales, ya que el superávit fiscal
se destina al FMI y otros acreedores institucionales. Le siguen los
trabajadores en negro, que ascienden al 48% de la fuerza de trabajo,
sin derechos sociales y jubilatorios y en su inmensa mayoría
abandonados por las cúpulas sindicales, y los desocupados, que siguen
recibiendo la miseria de 150 pesos, mientras los índices de desempleo
no bajan del 18%” (Jorge
Sanmartino, “Resonante triunfo de la huelga de subterráneos”).
Un
estudio de la Fundación Mediterránea (la misma de donde salió
Cavallo, y por tanto insospechable de simpatía alguna por los
trabajadores), basado en datos oficiales del INDEC, proporciona datos
absolutamente lapidarios. Los desocupados que
consiguieron trabajo en blanco (segundo trimestre de 2004) tuvieron un
sueldo promedio de 403 pesos. Pero fueron sólo el 14%. El 53% de los
desocupados sólo consiguió trabajo en negro, con un sueldo promedio
de 200 pesos. Y el 33% restante consiguió trabajo como cuentapropista.
Ingreso promedio: 236 pesos.
Hay más: los desocupados que venían cobrando planes sociales y
consiguieron trabajo cobraron un promedio de 449 pesos (trabajo en
blanco), 144 pesos (en negro) y 193 pesos (cuentapropista). Ése es el
piso sobre el cual el gobierno quiere congelar salarios, reducir
gasto público y subir las tarifas.
Es en ese marco que el gobierno y la patronal le esquivan el
bulto a ajustar los salarios por la inflación creciente, porque de
ninguna manera quieren perder el colchón conquistado con la devaluación.
Taym muestra que se puede ganar
Hace sólo unas semanas estuvo el resonante triunfo de los compañeros
del subte: trabajando seis horas, han pasado a ganar un promedio de
1500 pesos por mes. Pero esto no ha sido todo. Los compañeros de
limpieza de Metrovias, que ejecutan su trabajo en la empresa Taym,
salieron a la pelea para hacerse valer a partir del ejemplo del subte.
Y a pesar del corsé burocrático del SOM (Sindicatos de Obreros de
Maestranza), la empresa se vio obligada a triplicar los
sueldos de los compañeros, que pasaron de ganar 400
pesos promedio a 1200 pesos. Un aumento fabuloso, que muestra que
incluso entre los sectores obreros más explotados y desorganizados se
puede pelear y ganar. Inmediatamente después, los trabajadores de
limpieza de la ex línea Urquiza (también bajo el control de Metrovías)
salieron a reclamar un sueldo igual al de sus compañeros de Taym bajo
la consigna de “a igual tarea, igual salario”. Y el ejemplo se
empezó a discutir entre los trabajadores de maestranza en el Gran
Buenos Aires.
En la mayoría de los lugares de trabajo las condiciones de organización,
democracia de base, solidaridad e independencia de la patronal no son
iguales a las del subte, por supuesto. Domina la burocracia de la CGT
y la CTA, ambas comprometidas con el gobierno de Kirchner y con mantener
del techo salarial a gusto de los empresarios y las necesidades de
superávit fiscal del Estado. Y esto se puede ver en el SUTEBA,
donde Baradel pasó un acuerdo con Solá que busca fragmentar
a los docentes, evitando la lucha común por un aumento general de los
salarios.
Esto no quita que en varias provincias estén en curso luchas de los
docentes. Tampoco que estén parados varios hospitales de la Capital.
O que en distintos gremios se planteen reclamos salariales. Incluso en
determinados lugares, aun manteniendo el techo salarial general, la
burocracia se ve obligada a dejar correr o “encabezar” luchas
(controladas burocráticamente) por salario, pero presentadas bajo
la forma de la disputa por el “encuadramiento” de los compañeros.
Es el caso reciente de la disputa entre Camioneros y Comercio en
Coto, y que se podría dar también en otros gremios.
En estas condiciones, la tarea del momento es apoyar, sostener y
generalizar la lucha salarial por romper el techo del gobierno (en
ocupados pero también en desocupados, que siguen con la miseria de
los 150 pesos), buscando para esto la manera de coordinar las
distintas luchas y sectores. En este sentido, el Encuentro Obrero del
próximo 2 de abril, así como las tareas recientemente votadas en el
exitoso encuentro de las 6 horas, pueden ser una oportunidad de llevar
adelante estas tareas prácticas. Entre
ellas, poner en pie una tendencia o pro–tendencia
antiburocrática y clasista al interior de la clase obrera, en la
perspectiva de romper el monopolio de la representación
“sindical” por parte de la burocracia.
Finalmente, en ningún caso se debe perder de vista la necesaria combinación
de la pelea por el salario y la reducción de la jornada laboral a
6 horas, única llave para unir a ocupados y desocupados
(tarea que la mayoría de la izquierda considera algo meramente
propagandístico). Esto es, apuntando a una gran batalla política por
liquidar el lastre que significa para la clase como un todo la
permanencia de un inmenso ejército industrial de reserva de más
de 4 millones de desempleados o subempleados.
Bolivia desenmascara a Kirchner
Es absurdo decir que Kirchner tenga una pelea particular con las
petroleras, o con las petroleras yanquis. No hay que ser ingenuo: la
principal misión de política exterior de Kirchner después del canje
es cuidar la relación con EEUU. La aceptación
definitiva del canje depende del FMI, pero ese organismo, a su vez, no
es más que un auditor financiero al servicio del Grupo de los Siete
(G–7), es decir, las siete potencias capitalistas principales,
incluido EEUU.
Es
por eso que Kirchner cumple, durante la crisis boliviana, el papel de principal
sostenedor de Carlos Mesa, siervo de las empresas petroleras que
saquean Bolivia. El argumento de que lo que le interesa a Kirchner es
garantizar el suministro de gas boliviano para el invierno
preelectoral es demasiado superficial. Ese factor existe –y de paso,
muestra cuánto cotizan los “principios” del presidente, que hace
poco andaba a los abrazos con Evo Morales–, pero el centro de la
explicación es que Kirchner actúa como bombero regional
del incendio en Bolivia como gesto de buena voluntad hacia EEUU,
porque la venia yanqui es decisiva para que el FMI y el G7 den por
terminado el capítulo del canje de deuda.
Como resume el periodista E. van der Kooy, “para el Departamento de
Estado [yanqui] resulta clave el papel de Argentina y Brasil a fin de
evitar que el precarísimo equilibrio institucional de Bolivia se
rompa. El interés tiene que ver con la situación de una región
inestable (...). Un tropezón de Carlos Mesa abriría carriles
peligrosos, según Washington, para el protagonismo de Felipe Quispe o
Evo Morales. Buenos Aires y Brasilia apostaron (...) por la
continuidad de Mesa. Y hubo, desde ambas ciudades, gestiones intensas
para que Morales depusiera la virulencia de sus acciones de rebelión”
(Clarín, 9–3–05). No hace falta decir que las principales
amenazadas por la ruptura del “equilibrio institucional” son las
petroleras, incluidas en primer lugar las yanquis. Y, por supuesto,
este rol lamebotas y enemigo de los trabajadores y movimientos
sociales de Kirchner y Lula no sale en las tapas de los diarios ni en
los noticieros de TV, que pasan a toda hora la estupidez del falso
“boicot” a Shell.
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