Viejos
y nuevos mitos de la historia argentina
Por
Guillermo Pessoa
Socialismo
o Barbarie, periódico, 01/04/05
Cuando
uno hojea la lista de libros más vendidos en la Argentina de hoy
–para aquellos que pueden comprarlos, en un país con los niveles de
pobreza e indigencia actuales– observa que El Código Da Vinci de
Dan Brown y Los mitos de la historia argentina del historiador
Felipe Pigna, están al tope de los textos de ficción y no ficción
respectivamente. Nos interesa ahora decir algunas palabras sobre el
segundo de ellos.
Pigna
es docente del colegio Carlos Pellegrini y editó una serie de videos
documentales sobre historia argentina reciente; compartió pantalla
televisiva con Pacho O’Donnell y está realizando con Pergolini una
serie de cuatro programas que tienen que ver con el título de sus
libros: desmontar los que considera “mitos” de la historia nativa
(ya está en la calle la segunda parte, que llega hasta el
Centenario). No es el primero que intenta llevar a cabo esta última
tarea: el historiador marxista Milcíades Peña, sin ir más lejos,
también hablaba en sus trabajos historiográficos de invalidar
diversos “mitos” que identificaba con meras construcciones ideológicas.
Claro está que el “envión mediático” con que cuenta el primero
es exponencialmente más significativo.
La
construcción de un pasado como justificación del presente
es el subtítulo de su trabajo. Es una explicitación que nunca está de más
recordar. “Es alarmante la efectividad del mecanismo que despolitiza
y reduce, en el imaginario social, prácticamente a la nada a nuestra
historia”, agrega en el prólogo, confirmando algo que se escucha
desde el discurso oficial educativo hasta el más meneado sentido común:
historia y política pueden y deben escindirse si se quiere realizar
un trabajo historiográfico “serio” se pregona eruditamente. Pero
el ensayo, en su intento por desmitificar, sostiene un “mito” más
antiguo y eficaz aún, como veremos.
El
marco temporal que abarca en su primera parte se extiende desde la
conquista americana hasta aproximadamente 1812. Paradójicamente,
autores no citados en la bibliografía son los que ejercen la mayor
influencia sobre Pigna: Eduardo Galeano, Norberto Galasso y Azcuy
Ameghino, por nombrar algunos que, pese a sus diferencias, coinciden
en la “visión jacobina” que de Mariano Moreno y otros actores políticos
del período sostiene nuestro best seller.
Es
un sano objetivo divulgar la historia y sacarla a la luz por la
sencilla razón de que, como esgrime al comienzo una
famosa cita, “Nuestras clases dominantes han procurado
siempre que los trabajadores no tengamos historia, no tengamos
doctrina, no tengamos héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de
nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se
pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como una
propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras
cosas” (Rodolfo Walsh). Precisamente para llevar a cabo esa tarea es
necesario, como dice el texto, combatir la despolitización de la
historia y terminar con las imágenes de próceres perfectos, útiles
para el discurso del poder. No menos importante es restaurar el
vínculo estrecho que existe entre el pasado y el presente,
contextualizar debidamente los procesos y recuperar los
bastardeados conceptos de interés e ideología, inadmisibles
para los postulados del pensamiento único. Esos propósitos no sólo
son loables sino cuentan con una vigencia renovada. El conocimiento de
la historia, la acumulación de las experiencias y proyectos de los
trabajadores y oprimidos en general que ella plasma, debe ser
socializado y conocido por nosotros.
Pero
es justamente allí, en ese nosotros, donde Pigna se hace simpático
–y funcional, en estas épocas de auge centroizquierdista– para nuestras
clases dominantes. Los trabajadores, la clase obrera (como señala
otra cita del comienzo que acompaña a la de Walsh) se transforman en la
gente, los argentinos en general o, peor aún, se difuminan en un
sujeto colectivo ultra abarcador: “es un gran avance que importantes
sectores de la población de diferentes edades y clases comiencen a
interesarse por su patrimonio más importante, su identidad”. Por
eso Pigna insiste en que “como en un
gran álbum familiar, allí nos enorgullecemos y nos
avergonzamos de nuestro pasado, pero nunca dejamos de tener en claro
que se trata de nosotros. Se nos ha intentado suprimir la identidad
nacional”.
Todos los argentinos entonces (Macri, Pérez Companc, los dueños de las pymes,
el trabajador desocupado, el laburante de subte, el kiosquero, etc)
comparten el mismo destino y proyecto común: de lo que se trata es de
recuperarlo, reconfigurar nuestra “metafísica” identidad
nacional. El subtítulo del libro adquiere de ese modo un nuevo
sentido: para justificar este presente hay que construir
otro pasado. Recuperar la identidad nacional es abroquelarnos en
un polo homogéneo sin distinción de clases y por ende de
intereses. En la categoría de ciudadanos se igualan las
diferencias sociales existentes. Pigna termina de esa manera
sosteniendo uno de los “mitos” más perversos –por lo difícil
de develar– de nuestras clases dominantes de ayer y de hoy.
Decíamos
al comienzo que historiadores como Milcíades Peña ya habían
emprendido la necesaria tarea de vincular el pasado con el presente,
descifrando las grandes líneas de la historia y la política como una
totalidad. No es el único dentro del socialismo revolucionario. La
lista puede ampliarse con Liborio Justo, Silvio Frondizi, Luis Franco
y últimamente Alejandro Horowicz. Es algo que la realidad impone en
la actualidad como perentorio. Uno de los déficits del Argentinazo
–al cual no por casualidad Pigna sólo menciona como ”crisis
terminal” de donde por suerte se comienza a salir–
fue precisamente la brecha entre la acción en las calles y la
conciencia de esa acción en los sujetos que la protagonizaron. El
triunfo popular que significó la caída del tándem De la Rúa-Cavallo
fue “expropiado” por ese hijo burgués del proceso que es Kirchner.
Y eso tiene que ver con una mayor claridad que éste y los sectores de
clase a los cuales representa poseían en cuanto a lo que estaba
aconteciendo.
Reasumir
la tarea de reconstruir nuestra historia, la del conjunto de
los trabajadores, es uno de los desafíos de la hora para trazarnos
una estrategia política correcta. Aprender de la experiencia anterior
para no volver a cometer los errores del pasado; buscar la alianza de
los sectores oprimidos o subalternos al tiempo que nos diferenciamos
de nuestros enemigos es uno de los problemas de los cuales debemos
hacer beneficio de inventario. Porque, en definitiva, se trata de
enterrar valientemente los “mitos” que oprimen como una
pesadilla el cerebro de los vivos.
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