Documento
de Alberto Santillán y Mara Kosteki al inicio del juicio
Por
Comision Independiente
Indymedia,
17/05/05
El
siguiente es el texto que Alberto Santillán –padre de Darío– y
Mara Kosteki –hermana de Maximiliano– leyeron ante los Tribunales
de Lomas de Zamora, momentos antes del inicio del juicio oral y público
por la causa de la Masacre de Avellaneda, en la movilización por la
exigencia de juicio y castigo a todos los asesinos del 26 de junio de
2002 convocada por la Comisión y distintas organizaciones sociales,
culturales, de derechos humanos y políticas:
El
26 de junio, hace casi tres años, miles de compañeros desocupados de
los barrios más humildes del Conurbano, agrupados en distintas
organizaciones, decidieron realizar una serie de cortes para luchar
contra la política de hambre, miseria, exclusión y represión que
nos ofrecía el gobierno de Eduardo Duhalde, un presidente elegido
entre cuatro paredes por los representantes de la misma clase política
que meses antes había sido ferozmente repudiada por un torrente
incontenible de furia popular tras la convicción del “que se vayan
todos”. Bajo ese lema se reunirían durante muchos meses
trabajadores ocupados y desocupados, asambleas populares, fábricas
recuperadas, estudiantes y distintos sectores sociales.
Ese
día, 26 de junio de 2002, Duhalde había decidido cumplir con el
papel que le habían asignado los sectores dominantes, el de restaurar
el régimen golpeado por esa marea ascendente de movilizaciones
populares. Así se lo habían exigido públicamente el FMI; Crotto, de
la Sociedad Rural; Escasany, de los grupos financieros, con el apoyo
de los grupos económicos más favorecidos por la devaluación como Pérez
Companc y Techint; varios gobernadores –Romero, De la Sota, Marín,
entre otros–, y también los voceros del poder, los grandes medios
de comunicación. Con este objetivo, planificó junto a su plana mayor
de funcionarios un preciso diagrama represivo, en el que intervinieron
todas las fuerzas de seguridad: policía federal, policía bonaerense,
gendarmería, prefectura, secretaría de Inteligencia del Estado.
Primero,
el diseño represivo condujo a los compañeros a una provocación,
montando cordones policiales entre las distintas columnas para impedir
su confluencia. Después, la represión se extendió a más de 20
cuadras del Puente Pueyrredón. Hacia el sur, la cacería llegó hasta
la estación de Gerli, a más de dos kilómetros del puente. Hacia el
este, abarcó 11 cuadras por la avenida Mitre y paralelas. Horas después,
y a más de 15 cuadras del lugar, los policías seguían disparando
con munición de guerra. También se sumó el ataque al local de
Izquierda Unida. Al menos dos grupos de agentes se conformaron como
“grupos de tareas” para dar muerte a los manifestantes, a través
del uso de munición de guerra expresamente prohibida para este tipo
de operativos.
La
estación de trenes de Avellaneda fue el lugar elegido por el “grupo
de tareas” que comandó el comisario Alfredo Fanchiotti para coronar
el objetivo criminal: de allí debían sacar muertos que pudieran
atribuir a los piqueteros. Entraron primero y produjeron los disparos
que después dijeron haber escuchado desde afuera. Allí fusilaron por
la espalda a Darío, quien estaba asistiendo a Maxi, herido de muerte
en la avenida Pavón por el mismo grupo policial. Después de
disparar, los efectivos borraron cada detalle del accionar criminal.
Pero la torpeza de fusilar a Darío en un lugar lleno de fotógrafos
dio pie al inicio del fracaso de toda la operación. Todo el operativo
produjo, además, al menos 33 compañeros heridos con balas de plomo.
El gobierno pretendió instalar la versión de que los asesinatos habían
sido el resultado de un “enfrentamiento entre piqueteros”, e
intentó mostrar a los desocupados como delincuentes, procesando también
a un manifestante, Hernán Gurián, quien terminó como imputado en
una causa por defender a sus compañeros reprimidos y detenidos en el
hospital Fiorito. El gobierno también inició una causa contra los
compañeros detenidos ese día, bajo la acusación de “atentado
contra la democracia”, causa que sigue abierta. Pero en las horas
posteriores, con la aparición de las fotos y videos, se conoció la
verdad. Duhalde, entonces, quiso culpar a los policías que dispararon
y desligarse de su responsabilidad. Pero ya era tarde: miles ganábamos
las calles de todo el país repudiando la brutal represión, exigiendo
el esclarecimiento de la masacre y la inmediata renuncia de Duhalde.
Esto obligó al entonces presidente a acortar su mandato y adelantar
las elecciones presidenciales en medio de una profunda crisis política
nacional.
Dentro
de pocos minutos comienza un juicio en el que todavía nos quieren
hacer creer que esa jornada fue sólo el fruto de un exceso policial y
del repentino ataque de locura de un comisario. Esa es la única línea
de investigación que siguió la Justicia. Por eso hoy estamos ante el
inicio de un juicio en el que sólo hay 6 policías imputados:
Fanchiotti, Acosta, Quevedo, Colman, Sierra y De la Fuente, y un ex
policía, Robledo. Pero sólo 3 de ellos cumplen prisión preventiva.
Por eso, la causa fue seccionada en partes; por eso se encubre que
hubo un plan represivo único por parte del Estado; por eso cuando,
ante la insistencia de los abogados de familiares y víctimas, la
justicia ordena abrir los archivos secretos ligados a la jornada del
26, el gobierno se niega a hacerlo. Esta misma Justicia de Lomas –el
feudo político de Duhalde–, a pesar de la gran cantidad de pruebas
y evidencias, nunca aceptó avanzar sobre las responsabilidades de
quienes planificaron, complementaron la represión con directivas
desde sus despachos y encubrieron y justificaron los crímenes de la
Masacre de Avellaneda. Es por todo esto que ninguno de los autores
intelectuales y responsables políticos estará sentado en el
banquillo de los acusados. Estamos hablando de: Eduardo Duhalde,
Felipe Solá, Juan José Álvarez, Aníbal Fernández, Alfredo
Atanasof, Jorge Matzkin, Jorge Vanossi, Carlos Soria, Oscar Rodríguez
y Luis Genoud, entre otros.
Este
manto de impunidad no sólo está garantizado por la Justicia; también
tiene como garante al actual presidente Néstor Kirchner, surgido de
un acuerdo político con Duhalde. Cuando asumió, Kirchner había
prometido investigar la masacre hasta las últimas consecuencias, a
través de una comisión investigadora mixta. Pero esa promesa exigía
una condición: “si quieren la comisión se bajan del puente, o a lo
sumo se corta medio carril”. Ni los familiares ni las organizaciones
aceptamos ese condicionamiento, y la comisión nunca existió. Otra de
las promesas de Kirchner fue la de abrir los archivos de la SIDE. No sólo
no cumplió con su palabra, sino que ahora dice que esos archivos no
existen, cuando está acreditado que agentes de la SIDE participaron
de la represión en la Masacre. Kirchner prometió justicia y garantizó
impunidad.
Es
que el poder encubre sus propios crímenes, y protegiendo a sus
ejecutores se protege a sí mismo. Por eso, la impunidad respecto de
esta masacre, como de tantas otras en la historia de nuestro país, es
el correlato necesario para seguir aplicando, más allá de quien
gobierne, las políticas de hambre, miseria y exclusión que también
matan todos los días de manera silenciosa. Nosotros, nuestros hijos,
nuestros ancianos, quedamos al margen del sistema de salud, de educación,
de vivienda, de trabajo y de toda contención social y a merced del
gatillo fácil, de la sobreexplotación laboral, entre tantas otras
injusticias que como pueblo sufrimos diariamente. Para quienes
luchamos contra estas injusticias, el Estado, también este Estado
gerenciado por Kirchner, sólo responde a través de la persecución,
los procesamientos, la cárcel y la judicialización de la protesta.
Hoy hay más de 5 mil luchadores procesados, y varias decenas de ellos
son los presos políticos de la “democracia”.
La
contraparte de esta impunidad, lejos de la resignación o el
escepticismo, seguirá siendo la memoria, la denuncia y la lucha
popular. El juicio y castigo para todos los responsables de la Masacre
de Avellaneda no saldrá de la voluntad de ningún juez apegado al
poder político de turno, ni del mismo Estado responsable de la
masacre y de tantas otras. Sólo a partir de la movilización popular
y de un reclamo nacional y masivo conseguiremos la justicia para Darío
y Maxi y todos los compañeros reprimidos aquel 26 de junio. Desde
este estado de movilización, advertimos que no estamos dispuestos a
aceptar que, además de la impunidad para los autores intelectuales y
responsables políticos, en este juicio se llegue a una condena apenas
simbólica para los que apretaron el gatillo.
Maxi
y Darío están hoy aquí, para luchar codo a codo con nosotros contra
la impunidad. Pero sabemos que no sólo contra eso; también siguen
estando en nuestra lucha contra el hambre, la entrega y la represión.
Porque nosotros vamos a seguir insistiendo y vamos a seguir luchando
por Darío y por Maxi, pero también por los 30 mil desaparecidos
durante la dictadura; por los más de 50 asesinados en democracia en
protestas sociales, y para revertir esta realidad con la que quieren
condicionar el futuro de nuestro pueblo. Por eso y para eso lucharon
Darío y Maxi; por eso y para eso seguiremos adelante. La sangre
derramada no se perdona, no se olvida, no se negocia.
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