¿Qué burguesía hay en la Argentina?
Por
Claudio Katz.,
enviado el 30/06/05
La convocatoria oficial a reconstruir la burguesía nacional
ya encontró eco entre algunos empresarios. Ciertos capitalistas de
poco renombre y otros de la elite consolidada han asumido públicamente
el perfil pregonado por Kirchner. El banquero Brito, el cerealero
Grobocopatel y el ejecutivo Mindlin convergen con Pagani (Arcor),
Rocca (Technit) y Werthein en la auto-reivindicación del grupo social
que auspicia el presidente.
Pero la conformación de este sector no es un acto
declarativo. Hasta ahora sobran los gestos y faltan indicios reales de
resurgimiento de ese empresariado nacional. Algunos periodistas
consideran que el primer paso sería poner distancia con el grupo
patronal hegemónico durante los 90 (Perez Companc, Fortabat, Macri,
Bemberg, Bulgheroni, Soldati).
Pero los principales interrogantes continúan sin respuesta. ¿Qué
significa actualmente una burguesía nacional? ¿Cómo sería
reconstituida? ¿Cuáles serían los mecanismos y costos de esa
rehabilitación? ¿Es factible concretarla? ¿ Es deseable
implementarla?
Nacionales y locales
En su acepción corriente el término burguesía nacional es
utilizado para indicar el comportamiento y los proyectos de la clase
dominante. Es un concepto político que no describe solamente la
presencia de industriales o banqueros argentinos. Se refiere a los
propietarios de los medios de producción que reúnen ciertos
atributos para impulsar un modelo de crecimiento hacia adentro
semejante al que prevaleció desde los años 40 hasta los 70. Estos
rasgos incluyen jerarquizar el mercado interno, apuntalar la acumulación
endógena y desenvolver políticas económicas autónomas. Estas
características están ausentes en la actualidad y por eso se habla
de reconstruir al actor de ese modelo capitalista.
Lo que sí existe en estos momentos en el país es una
burguesía local, que desarrolla negocios y conductas muy diferentes a
su contraparte nacional.
En la cúpula industrial ya no predominan los personajes e
instituciones del pasado (Gelbard, CGE), sino diversos sectores
estrechamente asociados al capital extranjero. Entre ellos juegan un
rol protagónico las empresas transnacionalizadas que han buscado
contrarrestar la declinación del mercado argentino con operaciones en
el exterior.
Techint es el prototipo de este tipo de compañías. Se ha
convertido en una pequeña corporación global especializada en rubros
de la siderurgia (tubos petroleros), con plantas en varios países
(Venezuela, Brasil, Rumania, Canadá) y financiación privilegiada de
los bancos italianos. Cómo su orden de prioridades es claramente
transnacional desembolsó recientemente una cifra menor para adquirir
fábricas en el país (Acindar por 83 millones de dólares), mientras
gastaba un monto muy elevado en México (Hylsamex por 2200 millones)
para intentar el ingreso al mercado estadounidense. Otros empresas de
escala inferior pero del mismo tipo son Arcor (ocho plantas en
Latinoamérica y presencia en un centenar de países), Bagó (cuyos
ingresos provienen en un 40% del exterior). También
Impsa o Molinos podrían ser encasilladas dentro de este
sector.
El proyecto de
recreación burgués que promueve el gobierno pretende inducir la
reconversión nacional de estos grupos locales. Pero una condición
previa para ensayar este programa es la reversión de la fulminante
extranjerización que registró la economía durante la última década.
Los cambios de propiedad
Las firmas extranjeras controlan actualmente el 69% de la
producción y el 84% de las ganancias de las 500 empresas líderes. Su
presencia saltó del 32 % (1993) al 73 % (2000) en el ranking de las
200 principales compañías. Si a comienzos de los 90 todavía subsistían
siete locales entre las diez mayores, al final del decenio solo
quedaban dos.
Pero, además, las filiales argentinas tienen una incidencia
irrelevante en las decisiones que adoptan sus casas matrices, porque
salvo excepciones (Repsol y Telefónica) ninguna aporta más del 4% de
la facturación total de esas corporaciones.
Esta pérdida de gravitación impulsa al gobierno a promover la
recreación de una burguesía nacional. El colapso del 2001 le indicó
cuán importante es contar con interlocutores directos y próximos al
Ministerio de Economía en los momentos de crisis aguda.
Algunos analistas estiman que la extranjerización ya comenzó
a frenarse desde la devaluación. Destacan que el desmoronamiento de
la convertibilidad condujo a varias firmas extranjeras a traspasar sus
activos a las compañías argentinas que diversificaron sus negocios y
compensaron pérdidas con el auxilio oficial. Estas empresas lograron
licuar sus deudas con la pesificación, mientras los pasivos
dolarizados de numerosas empresas foráneas se encarecían.
Pero la argentinización en curso de ciertos negocios es
coyuntural. Repite la ocurrido durante la primera mitad de los 90, cuándo
los capitalistas locales adquirieron primero y vendieron luego su
participación en varias empresas privatizadas. Este tipo de
transferencias no alteran el peso dominante alcanzado por el capital
foráneo. La secuencia actual de recompras nacionales en algunos
sectores (bancos, servicios públicos) coexiste, además, con la
tendencia opuesta en otras ramas (petróleo, cemento, alimentos). Por
ejemplo, varias compañías de envergadura (Quilmes, Perez Companc,
Loma Negra, Grafa) han ratificado recientemente su venta a
corporaciones foráneas.
El monto de las recompras argentinas es por el momento muy
limitado. Pero el principal problema radica en otro plano: la
temeraria gravitación que tienen los fondos de inversión en los
traspasos en curso. Esas entidades (Dolphin, DLJ, Cresud, Latin
America Energy) lideran la transferencia de paquetes accionarios en
varios sectores (bodegas, químicos, campos, shoppings, gasoductos,
electricidad) y han reactivado el mercado de fusiones en el ámbito
bursátil. Pero actúan como buitres en la adquisición y reventa de
empresas siguiendo las huellas del Fondo Exxel, que desde 1992 compró
y se desprendió de 74 firmas.
Su nuevo nicho son algunas empresas privatizadas que varios
grupos extranjeros desean abandonar. Los fondos buscan combinar el
manejo especulativo de la propiedad con mayor influencia política
dentro del gabinete, para asegurarse los aumentos tarifas que el
gobierno dispondrá después de octubre. La argentinización de los
directorios les garantiza un trato fluido con los ministros de turno.
Pero este protagonismo introduce un elemento de volatilidad, que luego
del festival de los 90 conspira contra la ansiada estabilidad de las
empresas. La pretensión oficial de reemplazar una economía de
especulación por otra de producción choca con esta incidencia de
intermediarios financieros. Su gravitación es poco compatible con el
propósito de recrear una burguesía nacional.
Modelo regresivo
El gobierno espera que los grupos locales amplíen sus
negocios dentro del país sin abandonar sus actividades externas.
Incluso aprueba las estrategias de transnacionalización que promueven
estas compañías.
La competencia global ha obligado a estas firmas a intentar formas de
supervivencia en la arena internacional con resultados frecuentemente
adversos.
Pero apuntalando a las empresas internacionalizadas no se
gesta un nuevo sector capitalista, sino que se ramifica otro ya
existente cuyo perfil es opuesto a la buscada burguesía nacional. En
lugar de promover el mercado interno y la reindustrialización
abarcativa, estas compañías otorgan primacía a la exportación, la
actividad primaria y los bajos salarios. Paradójicamente el gobierno
asume este mismo modelo sin registrar su manifiesta contradicción con
el proyecto nacional burgués.
La base de este esquema es el sostén del tipo de cambio
alto, que los funcionarios han convertido en un principio tan sagrado
como el superávit fiscal. Lavagna mantiene a cualquier precio la
cotización del dólar y por eso restringe el ingreso de capitales
golondrina, emite pesos y tolera el ascenso de las tasas de interés.
Todo vale con tal de asegurarle buenos rendimientos a los
exportadores. Pero como el comercio exterior se encuentra bajo el
control foráneo (diez compañías extranjeras manejan el 70% de las
ventas a otros países) el reforzamiento de este ámbito no facilita
la reconstitución de la burguesía nacional.
Tampoco la preeminencia de la actividad cerealera apuntala
ese proyecto. La expansión del volumen cosechado (de 67 millones de
toneladas en 2001 a 83,5 millones en el 2005) contribuye
a reactivar ciertos sectores fabriles (maquinaria agrícola),
pero carece de impacto multiplicador sobre el empleo. Además, la
especialización en la soja expulsa mano de obra en el propio agro,
deteriora la autosuficiencia alimenticia, acentúa la dependencia de
agroquímicos importados y podría afectar seriamente la fertilidad
del suelo.
Pero el mayor contraste actual con un proyecto burgués
nacional radica en la postura antiobrera de los capitalistas locales.
La competencia de los directivos de la UIA en actitudes hostiles hacia
cualquier mejora del salario conspira contra la recreación del
“circulo virtuoso” keynesiano de aumentos conjuntos (aunque
invariablemente dispares) de la producción y los salarios. En el
rechazo a la recuperación de los sueldos hacen causa común los
exportadores (Pescarmona) y los abastecedores del mercado interno
(Coto). Lavagna y sus allegados
tampoco pierden la oportunidad de arremeter contra la redistribución
y el “populismo setentista”.
Pero con bajos salarios, reprimarización y transnacionalización:
¿cómo emergerá el capitalismo nacional inclusivo que promete el
gobierno?
Subvenciones y prebendas
Kirchner alienta la formación de una burguesía nacional
competitiva y distanciada del capitalismo prebendario que
tradicionalmente prevaleció en el país. La dilapidación del dinero
aportado por la tesorería constituye una vieja costumbre del
empresariado local. Basta recordar, por ejemplo, como las grandes
firmas (Massuh, Alpargatas, Celulosa, Siderca, Perez Comapanc)
quebraron al Banco Nacional de Desarrollo tomando créditos que nunca
pagaron. Este tipo de derroches obedece tanto a comportamientos
rentistas como a la pérdida objetiva de posiciones en el mercado
mundial.
Pero en la práctica el gobierno repite todos los vicios que
cuestiona, cuándo por ejemplo alienta el reingreso de los grupos
locales a los servicios públicos, a cambio de mayores tarifas e
inversiones públicas. Aunque el compromiso de superávit fiscal acota
la dimensión de los subsidios, la canilla oficial no se ha cerrado
para los capitalistas más privilegiados. Solo este año el fisco
transferirá 3200 millones de pesos a las grandes compañías, a través
de un variado menú de cupos fiscales y devoluciones anticipadas del
IVA.
Muchos analistas igualmente consideran que la “falta de
apoyo estatal“ bloquea la reconstitución del empresariado nacional.
Especialmente los directivos de la UIA subrayan esta falencia y
presentan a Brasil como un paraíso de financiación pública a la
burguesía. Pero los industriales brasileños no comparten esta
caracterización. Contraponen el inflexible monetarismo de Lula con la
plasticidad económica de Kirchner y exhortan a seguir la norma
argentina de tipo de cambio alto y menores tasas de interés. El
reciente agravamiento de la crisis del Mercosur ha potenciado estas
demandas cruzadas de los industriales argentinos y brasileños a sus
respectivos gobiernos.
La escala de las subvenciones al capital es indudablemente
mayor en Brasil que en Argentina. Pero este tipo de desnivel solo
expresa el peso relativo de ambas burguesías. Si la comparación se
hiciera con Chile, Uruguay o Paraguay el resultado favorecería a los
empresarios locales.
Los voceros de la UIA evitan este registro y no toman en
cuenta la subvención indirecta que actualmente representa el sostén
del tipo de cambio. Tampoco mencionan la continuidad de un sistema
impositivo regresivo que penaliza fuertemente el consumo y desgrava
las ganancias. El capital local se acostumbró a pagar bajos impuestos
y el gobierno reafirma que esta exención perdurará para cualquier
burguesía del futuro.
Obstáculos y opciones
El proyecto oficial de nuevo capitalismo nacional debería
sortear dos obstáculos de gran peso: la baja inversión y la alta
expatriación que caracteriza al capital local.
Para sostener una tasa de crecimiento del 5-6% anual (ya
inferior al rebote de 8-9% de los últimos años) el promedio de
inversión local debería aumentar significativamente. No hay que
olvidar que la retracción de los aportes externos persiste y que el
contexto internacional favorable puede revertirse si repuntan de las
tasas interés, caen los precios de las materias primas exportadas o
se agravan las dificultades con Brasil.
El elevado ahorro externo de la clases dominantes constituye
un segundo impedimento para el proyecto oficial, porque reconstruir
una burguesía nacional con sus recursos en el exterior es un
contrasentido. Los depósitos fuera del país aumentaron de 58.000
millones dólares (1994) a 107.000 millones (2005) y si bien últimamente
la fuga se frenó -por la mejora de los rendimientos financieros
locales- la expatriación del capital no se ha revertido.
La reticencia inversora y la localización externa del
capital no son problemas de corto plazo, ni derivados de
inconvenientes de la coyuntura (impacto del default, incertidumbre
energética, amenazas de inflación). Expresan las desventajas
estructurales que pesan sobre un mercado empobrecido y de estrechas
dimensiones. También reflejan la problemática lejanía de los
centros mundiales de consumo y las escasas posibilidades de fabricación
competitiva en gran escala.
Para contrarrestar estas adversidades algunos analistas
convocan a impulsar el surgimiento del nuevo empresariado con medidas
de regulación estatal. Pero para implementar esta alternativa el
sector público debería recuperar un espacio gravitante. El superávit
fiscal destinando al pago de deuda debería canalizarse hacia la
inversión pública y se requeriría un rol preeminente de la
actividad estatal en las servicios públicos, las finanzas o el
comercio exterior. Pero ningún funcionario contempla siquiera la
posibilidad de este curso de acción . Todos asumen que con ese modelo
no se podría recrear una burguesía nacional en capitalismo
mundializado del siglo XXI.
La apuesta oficial tampoco apunta al resurgimiento burgués
desde abajo al cabo de una paulatina expansión de la pequeña
empresa. Es evidente que la elevada concentración actual de la
propiedad imposibilita este camino. La preeminencia de las grandes
corporaciones ha reducido drásticamente la gravitación de las pymes
en todo el mundo. Solo en algunas economías de altísimo crecimiento
o gran liderazgo innovador, la declinación de las pequeñas compañías
coexiste con el surgimiento de otras. Pero no es el caso de la
Argentina, que en la década de 70 contaba con 100.000 pymes y
actualmente solo conserva unas 40.000.
Adversas continuidades
Cavallo sepultó los últimos vestigios de la burguesía
nacional, pero Lavagna no se apresta a resucitarla. Su modelo presenta
más semejanzas que diferencias con el esquema de su antecesor.
La continuidad no es absoluta, porque el actual ministro ha
introducido modificaciones en varios terrenos. Reemplazó la
convertibilidad por el superávit fiscal como instrumento rector de la
política económica. Consumó una transferencia de privilegios de los
bancos, los importadores y las empresas privatizadas a los
exportadores, la industria local y ciertos acreedores privilegiados.
También sustituyó la descarada retórica privatista por un doble
discurso tendiente a desactivar las secuelas del 20 de diciembre. Su
estilo de arbitraje recurre más a la diplomacia aristocratizante que
a la verborragia incoherente de su precursor.
Pero ninguno de estos cambios debilita el hilo conductor que
une a Lavagna con Cavallo en la defensa de los intereses de las clases
dominantes. Repitiendo lo ocurrido a principio de los 90, el actual
ministro aprovecha una coyuntura económica nacional e internacional
favorable para potenciar la recomposición de las ganancias
empresarias a costa de los trabajadores.
Lavagna combina ortodoxia fiscal y atropellos neoliberales
con medidas heterodoxas destinadas a reconstituir la acumulación
luego de una descomunal depresión. La magnitud de ese desplome lo
indujo a reducir los beneficios a los bancos en comparación, por
ejemplo, al puro continuismo económico que implementa en Brasil su
colega Palocci. Pero la heterodoxia del ministro consolida la miseria
popular y los negocios de los grupos capitalistas ganadores sin
favorecer la recreación de una burguesía nacional.
Connotaciones ideológicas
La gestación del nuevo empresariado es un proyecto altamente
improbable. Algunos analistas acertadamente reconocen este hecho y
desconfían de la aparición futura de la esperada burguesía nacional.
Pero otros han optado por dirimir alternativas imaginarias. Discuten
la conveniencia de contar con otra burguesía, seleccionando
posibilidades a discreción y omitiendo que los ciudadanos nunca
eligen la estructura social de sus países.
En ese tipo de elucubraciones también se olvida que el
conjunto de las naciones periféricas comparten la misma insatisfacción
con sus clases dominantes. Todas hubieran preferido ocupar el lugar de
Suecia o Estados Unidos. Pero deshojando la margarita para definir cuál
es la burguesía óptima para cada nación se ignora que la polarización
capitalista mundial impide reproducir empresarios prósperos en
cualquier punto del planeta.
Quiénes más buscan la cuadratura del círculo actualmente
aconsejan que la Argentina reproduzca el crecimiento de Chile y la
industrialización de Brasil. Pero también sugieren evitar el sesgo
primario-exportador del primer país y las grandes desigualdades
sociales del segundo.
Omiten que la acumulación capitalista es un proceso necesariamente
combinado, que no permite calcar lo agradable y excluir lo ingrato. La
economía chilena creció por la rentabilidad de sus materias primas y
la inversión en Brasil se apoya en la explotación de los
trabajadores.
El mismo tipo de ensoñación predomina entre quiénes
atribuyen el desarrollo capitalista a la existencia de “un clima
amigable para los negocios”. Consideran que bastaría con un cambio
de actitud de los argentinos para que florezcan las inversiones.
¿Pero cuáles son las pruebas de esa hostilidad ? ¿Qué indicios de
esa invariable conducta se puede registrar en el cambiante marco político
de los últimos treinta años ? Lo que retrajo las inversiones no ha
sido el temperamento de los argentinos, sino el estallido de inéditas
crisis económicas (hiperinflación de 1989, depresión del 2001-02)
que irrumpieron como consecuencia del propio funcionamiento
capitalista. Lo que ahuyentó a los empresarios fue la caída de la
tasa de ganancia que provocaron estas debacles.
A falta de una burguesía nacional lo que más prospera en el
país son los mitos sobre la forma de gestarla. Los mensajes a favor
de esa erección se han convertido en una ideología que presenta múltiples
formas de transmisión. A veces irrumpe el autoengaño que minimiza
las dificultades para recrear ese tipo de empresariado. En otros
momentos se habla de la burguesía nacional del futuro para encubrir
el desinterés por la soberanía que caracteriza a los grandes grupos
económicos actuales. También se realza un objetivo nebuloso para
justificar medidas de subvención estatal a favor de esos sectores.
Pero la principal finalidad ideológica del proyecto burgués
es convertir un propósito de los capitalistas en una meta del
conjunto de la sociedad. Los intereses de los sectores dominantes son
transformados por esa vía en un “sentido común” de toda la
población. Con la difusión de esas creencias se naturaliza el orden
existente como el único posible y los trabajadores son inducidos a
adoptar un objetivo que no les pertenece. Este es el principal
problema que rodea a cualquier discusión sobre la burguesía
nacional.
Cambiar la agenda
El proyecto burgués del gobierno no incluye promesas claras
de retribución a los trabajadores. Se presagia mayor autonomía económica
y soberanía política, pero no mejores condiciones de empleo y
salario. Solo se supone que los futuros capitalistas argentinos
derramarán más beneficios que sus colegas actuales. Pero nadie
asegura esa benevolencia.
La constatación de este hecho debería alcanzar para
postular el rechazo contundente de cualquier proyecto de reconstrucción
burgués, porque en este campo existe una nítida contraposición de
intereses entre los capitalistas y los trabajadores. Para apuntalar la
creación del nuevo segmento burgués habría que favorecer su
rentabilidad y postergar la recuperación del salario. Es evidente que
los recursos del estado utilizados para financiar la resurrección de
ese sector absorberían el dinero necesario para el gasto social, la
salud o la educación (“si el dinero se destina para ellos, no queda
nada para nosotros”).
Lo que dificulta la comprensión popular de esta realidad es
el dominio político que ejerce la clase dominante a través sus
partidos, funcionarios, instituciones y medios de comunicación. Esta
hegemonía impone la agenda de temas que aborda el movimiento popular
y explica porqué se discute el porvenir del país en términos de
futuro burgués. Cómo se presupone la inexorabilidad del sistema
actual, solo queda espacio para discernir cuál de los modelos
capitalistas resultaría más conveniente. Los cuestionamientos
previos son eliminados y nadie pregunta porqué los trabajadores deberían
esforzarse para solventar las ganancias de sus actuales o próximos
patrones.
Pero existe un rumbo alternativo que requiere concebir la
necesidad de otra sociedad, porque el capitalismo perpetúa la
explotación en cualquiera de sus variantes. En todas las modalidades
de burguesía (local, nacional, regional o global) el beneficio
patronal siempre se nutre de la opresión de los trabajadores. Por eso
en lugar de discutir como se remodela un régimen de sufrimientos
conviene debatir cuales son los caminos hacia una sociedad de
igualdad, justicia y bienestar. Es más productivo reflexionar sobre
el socialismo que dilucidar si alguna vez reaparecerá la burguesía
nacional.
Notas:
[1]
Economista, profesor de la UBA, investigador del Conicet. Miembro
del EDI (Economistas de Izquierda). Su página Web es: www.netforsys.com/claudiokatz
[2]
“Se debe intentar reestablecer una burguesía nacional. Es el
momento oportuno” (Jorge Brito). “Tenemos una nueva
oportunidad para construir el empresariado nacional que la
sociedad necesita” (Gustavo Grobocopatel). “Ahora es la
oportunidad para establecer una burguesía nacional, porque la
crisis generó condiciones favorables” (Marcelo Mindlin). “Soy
un sobreviviente de la burguesía nacional” (Luis Pagani). “Lo
que Argentina necesita hoy es una burguesía local que se anime a
emprender” (Luis Betnaza- Technit). Noticias (4-6-05).
[3]
Los nuevos capitalistas “desprecian a los dueños de Argentina
que se llenaron los bolsillos particulares al vender empresas sin
competir con sus pares extranjeros... Tienen chapa de empresarios:
ojalá que les dure”. Luis Majul, (Noticias, 4-06-05).
[4]
Esta acertada distinción establece Marcelo Yunes. “Kirchner y
la burguesía nacional”. (MAS, n 30, 9-10-03).
[5]
Pueden consultarse estos datos en: Realidad Económica n 189
(julio 2002), Clarín (2-10-03, 4-5-05) Página 12 (31-1-04).
[6]
“Así como en otros países hay un apoyo relevante a la
transnacionalización de las empresas, también debe existir en la
Argentina”, Debara Giorgi, ex secretaria de Industria (Clarín,
2-5-05). “Desde el estado hay que facilitar que las empresas se
transnacionalicen”, Luis Betnaza- Technit (Noticias 4-6-05),
“Hay que formar transnacionales argentinas o mixtas”, Gustavo
Gorobocopatel (Noticias 4-6-05).
[7]
Antes de vender su mayoría accionaria, Bemberg intento expandirse
a Bolivia, Uruguay y Chile y Perez Companc incursionó en
Venezuela, Ecuador, Brasil y Bolivia. La apuesta fracasó en ambos
casos.
[8]
“Los salarios industriales ya aumentaron lo suficiente.
Cualquier mejora futura debe definirse en función de la
competitividad de las empresas”. Hugo Mendez, Presidente de la
UIA (Página 12, 27-5-05). “Las mejoras no son proporcionales a
lo que la Argentina creció hasta ahora”, Enrique Pescarmona,
“Lo sueldos deben subir si la economía crece.. Cuidado con ese
protagonismo que busca el sindicalismo” Alfredo Coto (La nación
17-6-05).
[9]
“No podemos volver a la distribución del ingreso del 74”.
Roberto Frenkel, “No se puede crecer estimulando la demanda”,
Javier Gonzalez Fraga (Página 12, 22-5-05).
[10]
Mendes canaliza los planteos de la UIA (La Nación, 27-4-05) y la
contraparte puede consultarse en el artículo
“Brasil: Pecados capitales de la economía de Lula”.
(Clarín, 19-6-05)
[11]
Un nuevo balance de fuerzaza quedado establecido entre los
capitalistas ganadores y perdedores de la depresión. Junto al
meteórico ascenso de Technit
se está consumando la simbólica decadencia de Fortabat,
que luego de figurar en el ranking de los 300 multimillonarios del
mundo perdió Loma Negra y se ha refugiado en la filantropía y el
rentismo agrícola. Kirchner le quitó incluso los cargos diplomáticos
que había heredado del menemismo porque halaga a los victoriosos
y se despega de los fracasados.
[12]
“Un conjunto de grupos que no supo de proyectos y ambiciones con
identidad de país (y)
que mal puede ser calificado de burguesía porque nunca lo fue”,
Raúl Dellatorre (Página 12, 21-4-05). “Usufructúan ciertos
nichos privilegiados de acumulación.. todo lo cual ubicaría a
estos sectores muy lejos de lo que se supone constituye una
genuina burguesía nacional”. Martín Schorr (Página 12,
22-5-05). “El gobierno fantasea con el advenimiento de una
burguesía nacional”, Mario Wainfeld (Página 12,30-4-05)
[13]
Carlos “Chacho” Alvarez. “Algunos desafíos y dilemas del
desarrollo”. (Clarín, 22-5-05).
[14]
“No vienen los capitales que necesitamos (porque) la Argentina
no confía, no cree, en los capitales privados...Si nos
convertimos en un país amistoso y atractivo para los capitales,
emprenderemos la marcha tantas veces demorada del desarrollo económico”.
Mariano Grondona (La Nación, 24-10-04).
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