Los
acuerdos entre los empresarios y el gobierno
Los
precios no bajan más
Por
Marcelo Yunes
Socialismo
o Barbarie, periódico, 26/12/05
Si
algún incauto tenía alguna expectativa en los acuerdos de precios, y
de la carne en particular que se desengañe: por boca del titular de
Swift y de la cámara que agrupa a los frigoríficos exportadores,
Carlos Oliva Funes, se supo oficialmente cómo es la cosa. Prometió
“hacer los esfuerzos necesarios para que el precio de la carne se
mantenga en los niveles actuales” (Clarín, 13-12-05). Se entiende,
¿no? Nada de bajar los precios, sino “hacer esfuerzos” para
evitar que suban más todavía.
¿Y
el gobierno? Luego del fracaso de la lista de los 250 productos que no
son ni 125 y que no son de
primera necesidad y que no bajaron, ni siquiera se animó a aceptar
una reducción de precios en algunos cortes de carne para no quedar en
orsai: saben que si anuncian las grandes rebajas y no pasa nada, la
bronca será más grande aún.
De
modo que la estrategia ya está delineada: emparchar los precios hasta
marzo, cacarear mucho, pero no tomar ninguna medida concreta y
efectiva para parar la subida de los precios. En suma, pasar un verano
más o menos tranquilo, y después contar con los buenos oficios de
los amigos de la CGT y la CTA para lograr acuerdos salariales
“prudentes”.
Las
causas no explicadas de la inflación
Todos
los días se escuchan sesudas explicaciones sobre el origen de la
inflación. Algunas de ellas tan graciosas como la del titular de la
Sociedad Rural, Luciano Miguens, para quien la culpa de todo la tienen
los monstruosos aumentos salariales y el gasto público
populista-electoral. Por supuesto que hay factores estrictamente económicos,
algunos de los cuales ya hemos tratado en estas páginas. Pero lo que
a varios se le escapa es el aspecto político-social de la inflación.
En particular, su carácter de mecanismo de distribución del ingreso
entre las clases sociales de acuerdo con la relación de fuerzas.
Lo
que se llama distribución del ingreso no es otra cosa que la asignación
de cuánto se queda cada sector social del total de lo que produce la
sociedad. Es sabido que durante los 90 hubo una gigantesca
transferencia de ingresos desde los trabajadores hacia los
capitalistas, reflejada por todas las estadísticas. Lo notable es que
esa transferencia no se detuvo con De la Rúa, ni con Duhalde, ni con
Kirchner. Al revés: continúa y se profundiza. Lo que cambia en parte
es qué sectores de la clase capitalista son más beneficiados, pero
lo esencial es que la parte que les toca a los trabajadores es cada
vez más chica.
Para
lograr este resultado, se pusieron en práctica diversos mecanismos
económicos. En los 90 la transferencia fue bien directa: a través de
la flexibilización, precarización y superexplotación de la fuerza
de trabajo, por un lado, y la drástica reducción del llamado
“salario social” –obra social, jubilación– por el otro. La
desocupación galopante contribuía a mantener a raya a la clase
trabajadora, que venía de duras derrotas a principios de la década.
Este
cuadro, que se mantuvo casi sin cambios durante los dos mandatos de
Menem y el medio mandato de De la Rúa, cambió a partir de la crisis
de 2001 y el Argentinazo. Ese funcionamiento, aunque siguió y sigue
vigente, se estaba probando como económicamente insuficiente y políticamente
peligroso.
La
devaluación de Duhalde vino a proponer un nuevo mecanismo de
transferencia de ingresos de los trabajadores a los sectores
patronales, esta vez más “indirecto”. Esto es, no en el terreno
de las relaciones de producción inmediatas en el lugar de trabajo
sino mediante la vía de la circulación monetaria. Kirchner se
propone consolidar esa transferencia lograda mediante la devaluación,
que hace que las ganancias de la patronal batan un récord tras otro.
Y bajo su gobierno se agrega la herramienta más tradicional por la
cual la burguesía argentina se apropiaba de parte del ingreso de los
trabajadores: la inflación.
Como
dice el periodista especializado Ismael Bermúdez, “los precios
mayoristas (...) aventajaron por varios cuerpos a los precios
minoristas y al salario, determinando una fuerte transferencia de
ingresos a favor de los sectores exportadores y productores
agroindustriales. También favoreció la recaudación impositiva (...)
y un supéravit fiscal” (Clarín Económico, 11-12-05). Aquí asoma
uno de los “nuevos” ganadores de la repartija a expensas de la
clase trabajadora: el propio estado capitalista.
Ganadores
y perdedores
Aunque
lo de Kirchner no llega a ser un “modelo”, es evidente que pueden
distinguirse beneficiarios y perjudicados del esquema devaluación
consolidada + inflación. Empecemos con los que salen ganando.
-
Los exportadores, por supuesto, que gozan de un dólar bien alto y
salarios “pesificados”.
-
La vieja “patria financiera”, reciclada en AFJPs compradoras de
bonos de la deuda argentina. Tal como en los 90, los bancos y AFJPs
son grandes acreedores –y prestamistas– del Estado... con los
aportes de los trabajadores. El negocio es sencillísimo: los bonos de
deuda nueva emitidos por el gobierno después del “exitoso canje”
no sólo tienen intereses altos sino que además se ajustan por la
inflación. Es decir, están protegidos de la inflación por una
simple cláusula de indexación. La inflación de este año, que será
del 12%, significa para los dueños de deuda argentina nada menos que
6.000 millones de dólares adicionales (Clarín, 12-12-05).
-
Tercer beneficiado: el estado. Gracias a los impuestos a la exportación
(que los exportadores soportan sin chillar mucho, porque igual ganan
fortunas) y gracias a la inflación, el estado recauda mucho más que
antes. Lógico: al aumentar los precios, el IVA y otros impuestos
crecen en la misma proporción. Así, la caja de Kirchner también está
“indexada”, con una ventaja: los ingresos del estado (impuestos)
crecen debido a la inflación, pero los egresos del estado (salarios
estatales y jubilaciones, por ejemplo) siguen congelados. El famoso
“ajuste” es eso: crece la inflación, crece la recaudación...
pero el ingreso de los que dependen del estado no crece. Ahí está el
verdadero secreto del “superávit récord”.
Dicho
sea de paso, gracias a ese superávit el estado puede pagar los
vencimientos de la deuda, para satisfacción plena de los acreedores.
Es lo que el periodista económico Daniel Muchnik llama, con certera
ironía, “la cadena de la felicidad” para Kirchner y el sector
financiero: la inflación le permite al estado aumentar su recaudación,
y a los acreedores, aumentar sus ganancias (Clarín, 12-12-05).
-
Aunque menos que los otros, las privatizadas también se llevan su
tajada. Sin hacer muchas olas, las tarifas globales de servicios ya le
están ganando a la inflación (de hecho, ayudan a tirarla para
arriba). Este aumento se nota poco en las tarifas domiciliarias, pero
es visible en las tarifas mayoristas (que de todas maneras la patronal
puede pagar).
-
Como es obvio, los grandes perdedores son los trabajadores y
jubilados, y en particular aquellos que dependen del estado. Al nivel
que sea, porque las provincias tienen exactamente la misma política
que la Nación: llenar las arcas y amarrocar gastos en el Presupuesto.
Justamente, desde que asumió Kirchner los Presupuestos votados en el
Congreso no prevén aumentos de salarios estatales ni jubilaciones. De
última, si el gobierno quiere y la plata sobra (o hay elecciones
cerca), se tira alguna migaja. Pero se cuidan bien de asumir la
obligación en la Ley de Presupuesto. Después del “mega-pago” al
FMI, eso se va a mantener con más vigor que antes.
Inflación
y lucha de clases
A
partir de este cuadro –necesariamente simplificado– puede verse
que la inflación no es una especie de lluvia maldita que cada tanto
cae sobre la Argentina sin que nadie sepa de dónde viene. Lo mismo
pasó con la desocupación, que no fue una plaga venida del cielo sino
un objetivo explícito y confeso de Domingo Cavallo en los 90 a fin de
bajar el costo laboral.
Ya
hemos dicho que la inflación es un clásico mecanismo económico
–basado en la circulación de moneda, en este caso– para originar
una redistribución de ingreso en contra de los trabajadores. Y tan clásico
es que fue utilizado a lo largo de buena parte de la historia
argentina reciente hasta los 90. Lo que se llama “puja
redistributiva” no es otra cosa que la clase capitalista y la clase
trabajadora –con su estado actual de conciencia, lucha, organización
y dirección político-sindical– en la pelea encarnizada por la
distribución del producto social.
Es
eso lo que está en juego ahora. La patronal ya está jugando sus
fichas: el titular de la UIA, Héctor Méndez, propuso que los
trabajadores de la esfera privada se conformen con un aumento, para
todo el año, igual a la inflación pautada en el Presupuesto 2006. Número
que, como es sabido, va a estar por debajo de la inflación real. Y,
por supuesto, de recuperar el ingreso perdido desde 2001, ni una
palabra.
El
gobierno coincide en lo esencial, como dijimos, con esta idea de
consolidar lo que la patronal le quitó a los trabajadores desde la
devaluación. Por diversos voceros, le ha hecho llegar a Hugo Moyano y
a Víctor De Gennaro un pedido de “moderación” y
“responsabilidad” en las futuras negociaciones salariales. Se
habla de que los acuerdos tengan una cláusula de “paz social”.
Esto es, agarrar el aumento y comprometerse a no hacer huelgas, aunque
los trabajadores salgan perdiendo. No hace falta decir que esos burócratas
sindicales amigos del gobierno van a hacer todo lo posible para darle
el gusto, a expensas del ingreso de los trabajadores.
Felizmente,
a lo largo de este año los trabajadores han dado claras señales de
que no van a dejar que los rapiñen tan fácilmente. En ese sentido,
un alto funcionario económico del gobierno de Alfonsín, Adolfo
Canitrot, tenía una expresión muy gráfica para resumir el
descontento de la clase capitalista con la resistencia de los
trabajdores. Solía decir que los planes económicos fracasaban porque
“la clase obrera se defiende como gato panza arriba”.
Es
exactamente esa lección la que nos dan las luchas durísimas que hubo
y sigue habiendo, y que muestran el camino opuesto a la
“prudencia” que piden la patronal y el gobierno. La única forma
de evitar que continúe la sangría del ingreso de los trabajadores es
rompiendo el cepo que pretenden imponerle. La huelga de Aerolíneas y
el reciente pase al convenio de UTA de los trabajadores tercerizados
del subte muestran que es posible y necesario frenar el saqueo al
salario que representa la inflación.
Por
la indexación del salario
En
ese sentido, y ante la evidencia de que estos precarios “acuerdos de
precios” no detendrán la inflación, se impone un reclamo. Los
banqueros y financistas tienen sus títulos de deuda indexados por el
CER, es decir, por la inflación. El estado recauda más gracias a la
inflación, pero el Presupuesto 2006 y el pago gigante al FMI muestran
quiénes se llevan ese ingreso adicional: los acreedores. Los
exportadores tienen el generoso colchón de la devaluación para
seguir juntando dólares con pala mecánica.
¡No
puede ser que los únicos desprotegidos ante el avance de la inflación
sean los salarios y jubilaciones! Y lo que es más grave, la inflación
es mayor precisamente en aquellos artículos de consumo popular, lo
que hace que el daño a la economía obrera sea doble.
Por
lo tanto, en lo inmediato, la primera tarea es redoblar el apoyo a
toda lucha en curso. Pero
pensando en un plazo un poco más largo, las organizaciones
independientes de los trabajadores, las internas combativas, los
activistas y la vanguardia obrera tienen que prepararse para levantar
un reclamo ineludible: ¡Indexación de los salarios de acuerdo a la
inflación!.
|