Coyuntura,
modelo y distribución
Las
tendencias de la economía argentina
Por
Claudio Katz [1]
Enviado
el 30/12/05
Resumen:
La etapa depresiva ha sido reemplazada por un ciclo de crecimiento,
pero la regresividad distributiva se afianza como un rasgo del modelo.
Los salarios se mantienen deprimidos, la desocupación baja lentamente
y la pobreza persiste en un marco de gran desigualdad. El dogma del
superávit fiscal, la inequidad impositiva y la privatización del
sistema previsional acentúan la desigualdad social.
El
problema de la deuda subsiste porque el canje no redujo
significativamente el pasivo. El pago anticipado al FMI legitima un
fraude e impone mayores ajustes a la población. A pesar del fracaso
de las privatizaciones, el gobierno renueva las concesiones, otorga
mayores subsidios y negocia incrementos de tarifas. Frente a la crisis
energética amplía los privilegios de las compañías y disuade a
escala regional la reestatizacion de los hidrocarburos. El sistema
financiero se ha reconstruido con el auxilio oficial, pero se otorgan
pocos préstamos y predomina la especulación con títulos públicos.
El rebote de la inflación
es el desequilibrio más visible de un modelo exportador muy
especializado, que propicia el crecimiento segmentado y atrae poca
inversión. Los intereses de los agroexportadores marcan el paso de la
integración regional.
En
la nueva etapa la clase dominante ha recuperado ganancias a costa de
los trabajadores. Han cambiado los instrumentos, la retórica y las
hegemonías, pero los dueños del poder económico mantienen sus
privilegios. La heterodoxia cuestiona formalmente el ajuste ortodoxo,
pero en la práctica rechaza la redistribución, porque favorece el
proyecto estratégico de la burguesía local. La vitalidad del
movimiento social es el dato clave del período en curso.
El
colapso económico del 2001 superó en Argentina todos los
antecedentes de crisis recientes en los países periféricos. Fue un
descalabro que reprodujo todos los rasgos de la gran depresión:
expropiación de pequeños ahorristas, quiebras de fábricas, cierres
de comercios, desaparición de la moneda, empobrecimiento masivo,
desempleo generalizado, desesperación de la clase media y emigración
de profesionales. Un derrumbe de esta magnitud nunca se había
registrado en el pasado.
Un
país forjado con la inmigración que mantuvo índices históricos de
desarrollo social más próximos a Europa que a Latinoamérica se
hundió en la miseria. La desnutrición se generalizó en el quinto
exportador mundial de alimentos y las grandes urbes fueron invadidas
por desamparados que se alimentaban revolviendo la basura.
Esta
crisis tocó fondo a mitad del 2002 y un rebote cíclico inauguró la
actual reactivación. Se ha estabilizado la economía con altas tasas
de crecimiento, récord de exportaciones y elevadas ganancias, en un
marco de menor pobreza, desempleo y degradación salarial.
Los
bancos funcionan, desapareció el trueque, se reestableció la moneda
y la actividad comercial ha recuperado su ritmo tradicional. Las
clases dominantes respiran con alivio, porque existe un gobierno que
ha reinstaurado la autoridad política y logró reducir la
explosividad (aunque no la continuidad) de la protesta social.
La
última crisis y la reactivación actual han coincidido con la
preeminencia de dos ministros (Cavallo y Lavagna) y con el pasaje de
un contexto internacional negativo a otro más favorable. La política
económica varió sustancialmente. El tipo de cambio alto reemplazó a
la convertibilidad, el superávit fiscal ocupó el lugar del déficit
y una sustitución inicial de importaciones revirtió la apertura
comercial.
La
diferencia entre las dos etapas es muy nítida, pero resulta
controvertido dilucidar si el modelo ha cambiado. Como existen
numerosos elementos continuidad y ruptura entre los dos períodos,
todo depende de la acepción que se le asigne a ese término. Pero lo
más importante es clarificar si la política oficial tiende a
modificar o a consolidar la regresión distributiva. La agenda económica
actual no se reduce a definir cuánto producir o dónde invertir. Lo
que nos interesa indagar son las tendencias del ingreso popular luego
de la devastación provocado por la crisis.
Desde
nuestra perspectiva la recomposición del salario, la creación de
empleo genuino y la erradicación de la pobreza son incompatibles con
el esquema económico prevaleciente. Entendemos que la miseria no es
una rémora de los 90, ni un mal pasajero que desaparecerá con el
derrame del crecimiento. Es un dato estructural de un modelo basado en
tres instrumentos regresivos (superávit fiscal, inequidad impositiva,
jubilación privada) y tres estrategias (canje y precancelación de la
deuda, renegociación de contratos de servicios públicos y salvataje
de bancos). Pero este rumbo enfrenta también desequilibrios (inflación,
vulnerabilidad exportadora, baja inversión) que erosionan los
proyectos estratégicos de las clases dominantes.
Partiendo
de los conceptos elaborados en otros textos analizamos el escenario
actual de la coyuntura, el modelo y la distribución[2].
Salarios
deprimidos
Al
cabo de tres años de reactivación el PBI ya alcanzó el nivel previo
a la crisis, pero los salarios se mantienen un 10% por debajo del
promedio de 1998. Los funcionarios argumentan que este “inevitable
retraso” ha sido compensado con decretos que incrementaron los
sueldos. Pero en realidad ha sido la resistencia social lo que impuso
un piso a la degradación de los salarios, en un país que presenta
los mayores porcentajes de sindicalización de Latinoamérica.
Cierto
repunte de los salarios se verificó en todas las reactivaciones
anteriores y lo llamativo es la escasa envergadura del ascenso actual.
La recuperación salarial solo alcanza por ejemplo un tercio del nivel
predominante en el ciclo de 1991–94.
La
otra novedad es la fragmentación del mercado laboral en tres sectores
(asalariados privados formales, estatales e informales). En el primer
segmento (20 % de la fuerza laboral), el salario real ya supera en un
7% el promedio previo a la crisis. Pero en esta franja se concentran
las empresas prósperas que demandan asalariados calificados. En
comparación a las ganancias (que superan los picos de la
convertibilidad), al ascenso de la productividad (que acumula en tres
años un incremento del 14,6%) y a la caída del costo laboral (que se
ubica un 17% por debajo del promedio previo a la crisis), la mejora
salarial es muy reducida. Quiénes presentan a los asalariados
formales como un segmento privilegiado contrastan su situación con
las franjas populares más empobrecidas y no con la opulencia de los
empresarios.
En
el sector estatal el deterioro de los sueldos promedia 28%. Como este
segmento depende directamente de las decisiones oficiales, aquí se
verifica la verdadera política salarial del gobierno. El discurso
menemista –que presentaba al empleado público como un parásito
eximido de la flexibilización laboral– ha decaído, pero el ajuste
continúa en silencio.
El
sector informal –que aglutina a 47,5% del
total de asalariados– sufre un desplome salarial del 27%.
Este segmento se ha convertido en un reservorio de mano de obra barata
que concentra el empobrecimiento estructural. Solo un tercio de los
precarizados retoma en algún momento el empleo estable. La mayoría
soporta trabajos mal remunerados, carentes de protección sindical y
cobertura social.
Desempleo y
empobrecimiento
Si
se computa a los afectados por la desocupación abierta (14,1%) y el
subempleo (13%), el problema del empleo afecta a un cuarto de la
población. El primer índice ha decaído desde el pico de la crisis
(21,4% a mitad del 2002), pero esta disminución tiende a frenarse. En
el debut de la reactivación (2002–2003)
cada punto de aumento del PBI se traducía en un porcentaje
equivalente de incremento del empleo, pero esta relación se redujo al
0,46% (2004) y luego al 0,25% (2005). El ritmo de creación de puestos
laborales es semejante al prevaleciente durante la convertibilidad, es
decir el período de gestación de la desocupación masiva.
Aunque
la caída del costo laboral ha sido fulminante, la contratación de
mano de obra es baja como consecuencia de la mayor productividad. En
el estrecho mercado que ofrece Argentina, la fuerza de trabajo no se
abarató lo suficiente para inducir una ampliación significativa de
las líneas de producción.
La
altísima desocupación coexiste con un extendido sobre empleo. Por
eso las jornadas de trabajo (2100 horas anuales) superan en promedio
las medias de los países desarrollados (Alemania–1460,
Suecia–1580, Francia–1550) y de muchos países latinoamericanos (México
y Chile 1900, Brasil–1800). Esta degradación explica porqué la
tasa de accidentes laborales se ha incrementado junto a la reactivación
(aumento del 19,4% durante el 2004 y 20% durante el 2003).
La
pobreza y la indigencia decayeron del 54 % y 27,7% en el primer
semestre del 2002, al 38,5% y 13,6% actual, respectivamente. Pero
mientras que el PBI ya alcanzó los niveles previos a la crisis, el
porcentaje de empobrecidos supera al predominante en ese momento.
También aquí cabe una comparación con lo ocurrido después de la
hiperinflación. Mientras que en 1991–93 la recuperación económica
redujo a la mitad la pobreza creada por ese estallido, en la
reactivación del 2003–05 esta disminución solo alcanza la cuarta
parte.
Los
datos de la miseria son más escalofriantes en la niñez, el conurbano
bonaerense y las provincias del noroeste. La pauperización actual es
perdurable porque no se limita a los desocupados, sino que afecta
también a los trabajadores precarizados. Por eso el problema no se
resuelve únicamente creando empleo, ya que la mitad de los
asalariados trabajan con sueldos inferiores al umbral de la pobreza
(809 pesos).
Los
pauperizados sufren, además, el recorte del programa asistencial
introducido durante la catástrofe social. El monto de esa cobertura
(150 pesos) no se ha modificado a pesar de la creciente carestía. Por
eso equivale a un quinto de lo necesario para alcanzar el status de
pobre. Además, la reducción compulsiva de planes empuja a los
oprimidos a aceptar trabajos de extrema explotación. El gobierno
convalida este tormento al bloquear la generalización del subsidio y
promover su fragmentación en programas focalizados.
La
baja recuperación del salario, la persistencia del desempleo y la
magnitud del empobrecimiento son consecuencia de un modelo
estructuralmente adverso a la redistribución. La brecha entre el 10%
más rico y más pobre de la población se sitúa en 26–28 veces, es
decir varias veces el promedio de las últimas décadas. Cualquiera
sea la reducción reciente de esta polarización, la desigualdad se
afirma como un rasgo estructural del modelo actual.
Superávit e impuestos
El
esquema en curso requiere generar excedentes fiscales inéditos. Este
superávit se gesta elaborando presupuestos que subestiman la
recaudación. Pero solo una porción del sobrante proviene del
excedente impositivo. Lo más significativo es el recorte de las
erogaciones. La relación gasto público–PBI se encuentra en un
nivel insólitamente bajo, porque cayó del 35,6% (2001) al 29,4%
(2003).
Por
primera vez en décadas un gobierno no puede justificar el deterioro
social en la ausencia de dinero. Las cajas del estado están
desbordadas de fondos, pero las leyes de emergencia se renuevan para
ampliar ese sobrante y los funcionarios presentan ese ahorro como un
sano ejercicio de “disciplina fiscal”.
El
destino principal del excedente es el pago de la deuda, que absorbe el
grueso del adicional presupuestario y a partir del 2006 este
atesoramiento quedará oficializado a través del fondo anticíclico.
Una porción del superávit se utiliza también para subsidiar a los
capitalistas locales, mediante un manejo discrecional que realiza el
Ejecutivo aprovechando la delegación de atribuciones que le transfirió
el Parlamento.
Algunos
oficialistas argumentan que el gobierno ha limitado el excedente al 3%
del PBI, como si esa cifra se alcanzara sin sacrificios populares. La
nueva Biblia del superávit es una doctrina que carece de precedentes
nacionales e internacionales.
El
modelo presupuestario actual se asienta también en un significativo
incremento de la presión fiscal. Este indicador aumentó del 16% del
PBI (2002) al 19% (2003) y luego saltó al 22,5% (2004) y al 26%
(2005). El gobierno promueve la crítica mediática a la evasión con
la intención de reforzar la cobranza de impuestos y recomponer la
autoridad del estado. Particularmente los acreedores favorecen esta
disciplina impositiva y reclaman una legislación que impida cualquier
tipo de moratorias.
El
repunte de la tributación es cíclico porque se apoya en la
intensidad de la recuperación. No incluye ninguna modificación en la
estructura regresiva de los gravámenes. Los impuestos al consumo
–que en Europa representan entre el 25 % y el 35% de la recaudación–
en Argentina superan el 45%. El esquema prevaleciente penaliza a los
pobres, otorga poderes discrecionales a los recaudadores e impone
mayores obligaciones a las provincias.
Todos
los funcionarios hablan de cambiar un sistema regresivo, pero ninguno
lo modifica. Reconocen su carácter in equitativo, pero argumentan que
“no es el momento” para transformarlo. Este inmovilismo ha
caracterizado a todos los gobiernos. Cuándo hay recesión alertan
contra el efecto contractivo de la reforma y cuando hay reactivación
vislumbran que frenará el crecimiento. Por eso al final, solo
prevalecen las iniciativas que propician la desgravación de las
grandes empresas (ofertismo).
Siguiendo
este criterio de inequidad, las intimaciones oficiales afectan los
pequeños contribuyentes incumplidores y perdonan a las compañías
poderosas. La evasión institucionalizada de los peces gordos siempre
es tolerada.
La
bonanza tributaria actual es frágil, ya que depende de la reactivación
y de las exportaciones. Los grupos capitalistas que exigen mayores
exenciones son concientes de esta inconsistencia. Particularmente el
lobby agro exportador reclama reducir los gravámenes
“distorsivos” (retenciones), como si fuera un pecado redistribuir
la renta natural del campo. También los bancos presionan para anular
el impuesto al cheque que se introdujo durante la depresión.
Muchos
economistas heterodoxos cuestionan la regresividad impositiva
predominante. Pero otros estiman que la política tributaria se ha
vuelto espontáneamente progresiva. Afirman que la carga fiscal afecta
a los poderosos por el peso alcanzado por las retenciones y el
impuesto al cheque. Pero la continuada centralidad de los
gravámenes indirectos (45% del total frente a 33 % en la Unión
Europea) refuta categóricamente esta impresión.
El
punto de partida de cualquier programa económico popular es una drástica
reforma impositiva, que no se limite a corregir los grandes abusos de
la regresividad (exenciones a las operaciones financieras o a la
herencia). Lo importante es instaurar el predominio de los impuestos
directos y adoptar medidas contra la previsible resistencia de las
clases dominantes.
El drama previsional
Los
jubilados son las principales víctimas del superávit fiscal. El
gobierno solo dispuso aumentos a cuentagotas del haber mínimo,
achatando la pirámide de estas remuneraciones.
El
63% de los jubilados cobra un ingreso que está situado por debajo del
nivel de indigencia (390 pesos) y otro 15% percibe un haber que no
llega al umbral de la pobreza (de 350 a 500 pesos). Para la minoría
restante los aumentos han sido insignificantes. El gobierno aprovecha
la baja capacidad de protesta que tienen los jubilados para descargar
sobre ellos el grueso del ajuste.
Este
atropello se implementa con las arcas repletas de dinero. Desde fines
del 2001 la recaudación previsional (Anses) mejoró en un 70%,
mientras que los gastos solo aumentaron un 40%. Los padecimientos de
tres millones de jubilados no constituyen un olvido del gobierno. Son
un dato necesario para preservar el sistema privado de pensión, que
Kirchner cuestionó al comienzo de su mandato y convalidó
posteriormente.
Como
consecuencia de los bajos sueldos y el trabajo en negro solo un cuarto
de los afiliados aporta a los fondos de pensión (AFJP). El gobierno
mantiene achatados los haberes, porque sabe que el estado deberá
hacerse cargo del sostenimiento asistencial de un gran número de
jubilados.
Pero
el problema no afecta solo a los marginados de cualquier protección.
La perspectiva que enfrentan los aportistas es también sombría. Con
sus contribuciones actuales solo cobrarían entre el 30% y el 40% del
salario en actividad. El sistema privado de pensiones que introdujo el
menemismo garantiza un futuro de pauperización.
Este
régimen de capitalización individual fue financiado con la reducción
de los aportes patronales que generó pérdidas descomunales al fisco.
Kirchner legitima este fraude al oponerse a reconstituir un sistema
universal y solidario. Además, prepara una reforma que segmentará
las jubilaciones en dos instancias: la básica solventada por el
estado y el complemento dependiente de las AFJP. Con ese parche busca
compensar la falta de cobertura que padece la mayoría de la población.
Sólo reimplantando los aportes patronales y recreando un sistema único
y autofinanciado podrá evitarse el tenebroso porvenir de jubilaciones
paupérrimas.
La
cancelación con el FMI
Para
salir del default el gobierno instrumentó primero un canje que no
redujo significativamente la deuda. Lavagna recibió (en números
redondos), un pasivo de 150.000 millones que incrementó a 180.000.
Luego rebajó esta carga a 125.000, pero sin resolver demandas por
25.000. Si se suman las dos últimas cifras, la deuda actual se
asemeja a la heredada de la gestión anterior.
Posteriormente
Kirchner dispuso la cancelación total de las obligaciones con el FMI.
Presentó esta
operación como un acto soberano, resaltando que el país se
desembarazaba de los controles del Fondo. Pero en los hechos bendijo a
un acreedor privilegiado, que ya había sido eximido de la poda
aplicada al resto de los bonistas.
Argentina
no adoptó una decisión exclusiva. En los últimos tres años y medio
el FMI cobró 45.000 millones de dólares de sus grandes deudores.
Rusia saldó sus compromisos, Turquía pagó el 40%, México transfirió
grandes sumas y Brasil canceló todos sus pasivos. Esta simultaneidad
obedeció a la presión ejercida por el Fondo para reducir su exposición
financiera. Las últimas crisis lo indujeron a sustituir la promoción
del endeudamiento por medidas de protección de su capital.
No
era necesario pagarle a los banqueros para liberar la política económica
de sus controles. Las supervisiones del FMI estaban suspendidas desde
que el organismo comenzó a cobrar los vencimientos. La simple
continuidad de esos pagos garantizaba la misma autonomía que se logra
adelantando las cuotas.
Para
sostener el pago anticipado de 9.810 millones de dólares el estado
deberá aumentar su solvencia fiscal con más ahorro forzoso. Los
oficialistas encubren este ajuste presentándolo como un dato natural
de la economía o como un remedio indispensable para curar la
indisciplina de los argentinos.
Los
pasivos cancelados con el FMI representan apenas el 9% de la deuda
total. Por eso la hipoteca total continuará pesando como una carga
insoportable, con o sin auditoria del FMI.
Dos grupos en conflicto
El
gobierno precanceló la deuda con el FMI para favorecer a los
exportadores, industriales y banqueros locales, en su conflicto con
los acreedores externos y las empresas privatizadas. El Fondo actuaba como agente del segundo grupo contra el
primero.
Desde
la devaluación el choque entre ambas fracciones ha dominado el
escenario económico. El FMI exigía reducir el tipo de cambio para
aumentar el excedente en divisas girado al exterior, en contraposición
a los exportadores que prefieren mantener alta la cotización del dólar
para recibir más pesos por los bienes que venden fuera del país. El
Fondo reclamaba incrementos de tarifas inmediatos, en oposición a los
grupos industriales que han lucrado con el abaratamiento relativo de
los servicios públicos. El FMI exigía negociar con los acreedores
foráneos que no ingresaron al canje (holdouts), contrariando a los
bancos locales que ocupan la primera fila de cobro del Tesoro. Frente
a esta pugna Kirchner resolvió bloquear las presiones
revaluacionistas del FMI.
En
el conflicto entre grupos capitalistas no está en juego ningún interés
popular. El discurso oficial identifica “autonomía nacional” con
las conveniencias de los banqueros, industriales y agro exportadores,
como si el grueso de la sociedad perteneciera a este grupo.
El
pago al FMI repite la norma inequitativa que prevaleció durante el
canje. Se relegó a los pequeños acreedores (bonistas, jubilados,
ahorristas) a favor de los grandes banqueros. La cancelación con el
FMI confirma que no existe la menor intención oficial de mejorar el
nivel de vida de la población.
Los
9.810 millones de dólares que se destinan al FMI son añadidos a los
montos ya pagados a ese organismo. Estas sumas superaron ampliamente
lo desembolsado durante los gobiernos de Duhalde, De la Rúa, Menen y
Alfonsín. Si se suma, además, lo abonado al BID y al Banco Mundial,
Kirchner terminará girando a esas entidades unos 25.000 millones de dólares.
¿Cuántas mejoras populares, gastos sociales y emprendimientos de
inversión pública podrían financiarse con esa monumental cifra?
Legitimidad
y maniobras
La
deuda abonada al FMI formó parte de los cuestionables préstamos que
precedieron al colapso del 2001(blindaje y megacanje). En lugar de
borrar las huellas de estos créditos (que encubrieron fugas de
capital) habría que investigar su origen y distribución. Kirchner
acusa al FMI, pero al mismo tiempo lo premia. Mantiene una actitud
esquizofrénica de crítica y gratificación al principal responsable
del desastre padecido por el país.
Lo
que permite sostener esta hipocresía es la duplicidad de los políticos
oficialistas y de muchos progresistas que encubren las maniobras del
presidente. Antes demostraban la imposibilidad de “pagar la deuda
con dignidad” y luego se convirtieron en abogados del
“desendeudamiento con dignidad”. Ahora explican que la cancelación
de pasivos con el FMI es un acto supremo de patriotismo.
La
decisión de Kirchner recibió los esperados elogios de Lula, que está
embarcado en la misma operación. Pero también Chávez ha proclamado
su apoyo y prometió adquirir más títulos públicos de Argentina. Ya
absorbió 1000 millones de dólares y podría suscribir otros 3000
millones. La compra de estos bonos no es un acto de solidaridad con el
pueblo argentino. Colabora con un gobierno que gira esos recursos al
FMI y de esta forma Venezuela participa en una triangulación que
mantiene el endeudamiento del país.
El
FMI solía prestar con garantías de ajuste fiscal antipopular que
Venezuela no exige pero tampoco objeta. El valor de mercado de los
bonos que compra depende implícitamente de la continuidad del superávit.
Estos préstamos no facilitan ninguna medida de redistribución en
Argentina y abren serios interrogantes para Venezuela. ¿Son acaso la
inversión más acertada y prioritaria? ¿Favorecen las
transformaciones sociales que profundizarían el proceso bolivariano?
La
triangulación financiera en marcha es contraria a la formación de un
frente de deudores contra el FMI. Chávez igualmente considera que se
avanza hacia la constitución de un banco regional (Bansur) que
aglutinaría todas las reservas de Sudamérica y le disputaría al FMI
el rol de prestamista estratégico en la zona. Pero estos propósitos
contradicen el trato privilegiado que recibe el Fondo.
Contratos
y atribuciones
La
política del gobierno frente a las empresas privatizadas combina
confrontaciones retóricas y amoldamiento práctico a las exigencias
de las compañías. Con mensajes de regulación estatal a favor de los
usuarios se están convalidando los privilegios de los concesionarios.
El gobierno abandonó su proyecto inicial de renegociar los contratos
a partir de un nuevo marco regulatorio y se ha embarcado en las
tratativas caso por caso, que propician las empresas.
El punto más
conflictivo son las tarifas. La negociación excluye tanto la
continuidad del congelamiento como los incrementos inmediatos y
generalizados. Se están acordando cronogramas de aumentos parciales
que inicialmente pesan sobre los grandes usuarios industriales. El
gobierno espera que estas firmas absorban el nuevo costo sin
trasladarlo a sus precios. Pero en el marco actual de baja
concurrencia y altos niveles de rentabilidad, el logro de este
objetivo es muy improbable.
Al
discutir cual será el incremento de tarifas trasladado a la población,
los funcionarios buscan evitar cualquier debate sobre el carácter
injustificado de cualquier aumento. Durante la convertibilidad las
compañías acumularon enormes ganancias y transfirieron a sus casas
matrices los beneficios obtenidos con tarifas dolarizadas. Este nivel
de rentabilidad se mantuvo elevado luego de la devaluación por el
efecto de la reactivación.
Los
contratos se negocian preservando una división neoliberal de tareas,
entre segmentos lucrativos manejados por las compañías y sectores
poco rentables a cargo del sector público. Los efectos nefastos de
este esquema alimentan los mitos privatistas del neoliberalismo. Pero
mantener las privatizaciones es una decisión estratégica del
gobierno, frente al generalizado descontento de la población y las
demandas de reestatizar las actividades más colapsadas.
Los
funcionarios suelen distinguir entre privatizaciones exitosas y
fracasadas, atribuyendo a cada concesionario uno u otro resultado.
Esta evaluación oculta que todos los contratos gozaron de alta
rentabilidad con bajo nivel de inversión. Pero lo determinante ha
sido el estado previo de las compañías. Esta diferencia explica
porque algunas empresas funcionan con cierta normalidad (electricidad,
telefonía) y otras profundizaron su imparable deterioro (aguas,
trenes).
La
distinción entre “buenas y malas privatizaciones” no impide que
la renegociación de todos los contratos se desenvuelva a un ritmo
semejante. En general, el gobierno evita publicitar los compromisos
que asume el estado. Los nuevos convenios no resucitan tampoco la
competencia en la estructura altamente segmentada que predomina en los
servicios públicos.
La irritación
popular se concentra en las privatizaciones más colapsadas como por
ejemplo el agua. La empresa viola desde 1995 sus compromisos y los
cortes de suministros son constantes, en un cuadro siniestro. Pozos
contaminados, inundaciones de aguas servidas, baja presión, un millón
de usuarios carentes de cloacas y otros 800.000 sin agua potable. En
este marco la concesionaria resolvió retirarse del país porque sus
prioridades se localizan en otras partes del mundo.
Los trenes
constituyen son otro ejemplo del descalabro privatizador. El propio
Kirchner reconoció este desastre, pero solo adoptó medidas simbólicas
para justificar la continuidad de los subsidios a los concesionarios.
Mientras que el monto de estas subvenciones es escandaloso y la
rehabilitación de trenes, vías o ramales brilla por su ausencia. De
los 35.000 kilómetros existentes antes de la privatización solo
quedan 8.000 y en precario funcionamiento. En lugar de restaurar el
sistema estatal integrado, el gobierno preserva el modelo de
concesiones segmentadas que estableció Menem.
Los dilemas
energéticos
El área más
crítica de las privatizaciones es la energía porque el
abastecimiento es insuficiente. Mientras que el PBI recuperó el
promedio de 1998 el consumo de energía aumentó un 20% por encima de
ese nivel.
La caída de
las reservas ilustra la magnitud de la crisis. A comienzo de los 90
estos recursos aseguraban 35 años de consumo, pero en la actualidad
solo cubren 9,7 años. Los concesionarios depredaron los pozos
descubiertos por YPF sin incorporar nuevas áreas. Es probable que
luego de 15 años de euforia exportadora, el país vuelva a
convertirse en importador de combustible. A pesar de la amenaza que
sufre el abastecimiento interno, las ventas al exterior continúan.
El modelo energético
actual preserva el manejo oligopólico de los precios por parte de
cinco compañías. La renta energética que absorben estas firmas se
triplicó entre 1999 y 2004 y las compañías se embolsaron entre
28.800 y 31.300 millones de dólares. En cambio, la participación del
estado en este excedente cayó del 44,6% al 36% y se ubica 30 puntos
por debajo del nivel capturado por el sector público de Ecuador o
Venezuela. En el país se cobran regalías particularmente reducidas y
las declaraciones juradas que exhiben las empresas constituyen la única
información sobre los recursos existentes.
El eje de la
política oficial es un vínculo privilegiado con Repsol. Esta compañía
ha globalizado su gestión y no tiene al país como su centro de acción.
Por eso suscribió un reciente acuerdo con Pdevsa y Enarsa para
proveer crudo en Argentina a estos socios, a cambio de operar
en el Orinoco venezolano. Kirchner exhibe la carta latinoamericana
como alternativa frente al colapso provocado por la privatización,
pero en los hechos actúa de mediador de Repsol en los negocios con
Venezuela.
Más
significativa es la intervención del presidente en Bolivia. Desde que
la importación de gas quedó amenazada por una gran rebelión popular
en el Altiplano, Kirchner ha hecho lo imposible para disuadir la
nacionalización de los hidrocarburos. Busca evitar que esa medida se
convierta en un planteo para toda la región. Lula fue aún más lejos
y amenazó con duras represalias frente a cualquier perturbación de
los negocios de Petrobras.
La política
energética oficial emparcha el modelo privatista con ciertas medidas
de control. La formación de Enarsa, por ejemplo, carece hasta ahora
de efectos prácticos. No reedita YPF, no maneja recursos financieros,
no regula el mercado y no administra los pozos.
Recuperar la
propiedad estatal de los hidrocarburos es una medida insoslayable para
gestar un modelo energético que beneficie a los pueblos de la región.
No basta incrementar el control sobre la gestión privada, ni aumentar la renta apropiada por el estado. La reestatización
es vital para enlazar compañías con poder real en los distintos países.
Los acuerdos entre Enarasa y Pedevesa serán pura ficción, mientras
Repsol sea el jugador dominante de Argentina.
Hay muchos
caminos para avanzar en acuerdos regionales, pero en Bolivia y
Argentina el gas y el petróleo deben volver a manos del estado. La
misma prioridad tiene recuperar el control de compañías estatales
gestionadas en los hechos por grupos privados (Brasil).
Reconstitución
de las finanzas
La reactivación,
la emisión de bonos y la salida del corralito han generado una lenta
recomposición del sistema financiero. A mitad del 2005 el total de
los depósitos (108.300 millones de pesos) ya superaba el nivel previo
a la crisis. Pero la masa de los fondos se encuentra colocada a corto
plazo por el shock que dejó la confiscación de los ahorristas.
La recuperación
económica se sostiene en una “economía de caja, pero no de crédito”.
Los préstamos al sector privado equivalen al 8% del PBI, frente al
30% vigente en 1997 o el 23% promedio durante los 90. Por eso los
negocios de los bancos están centrados en la revalorización
especulativa de los activos o el manejo de la deuda pública. Otorgan
pocos préstamos nuevos a las empresas y a los particulares, en un
marco de elevada concentración financiera.
Las operaciones
en moneda extranjera prácticamente han desaparecido, pero esta
pesificación no indica mayor estabilidad bancaria. Es un efecto de
tres procesos: fin de la convertibilidad, agotamiento de la
liberalización y financiamiento local del estado.
Se ha
registrado también un declive de las entidades extranjeras que ha
sido parcialmente cubierto por los bancos privados nacionales. Este
sector aumentó sus depósitos en el sistema bancario del 13 al 17%.
Este bajo porcentaje indica que la influencia de la burguesía local
sobre las finanzas del país es más política que económica. Sus
representantes rodean al presidente y aconsejan a los funcionarios.
Pero sin el auxilio del estado no pueden competir con los extranjeros,
cuya presencia financiera refleja la creciente implantación foránea
en la producción y los servicios.
Una
consecuencia de la crisis ha sido la recuperación del rol protagónico
de la banca pública. Los depósitos de este segmento saltaron del 33
% (diciembre del 2001) al 50% (junio 2004) cuándo los ahorristas
buscaron protección masiva en el estado. Los ensayos de privatización
de los bancos públicos han quedado detenidos, porque ya nadie puede
justificar ese traspaso con argumentos de eficiencia, solvencia o
confiabilidad.
El gobierno
busca igualmente reactivar la banca privada aflojando los controles
impuestos durante la crisis. Promueve la amnesia colectiva, para que
se olvide como la población solventó el rescate de los bancos. Las
entidades que no arriesgan su patrimonio cuándo los negocios
florecen, sobreviven gracias al auxilio oficial en los momentos de
crisis. La cuenta final de los redescuentos, bonos y compensaciones ha
sido descomunal y esa factura se paga con superávit fiscal. Por eso
no hay dinero para los jubilados o los desocupados.
Con la apoyo de
la Corte Suprema el gobierno está sepultando, además, las últimas
demandas de los pequeños ahorristas confiscados. Este operativo de
busca transmitir un mensaje de seguridad jurídica a los banqueros
para que reinicien a pleno sus actividades. En lugar de reconstruir un
sistema financiero único, centralizado y estatal se vuelve a repetir
el rumbo que desembocó en el crack del 2001.
La
inflación del modelo
Los
principales desequilibrios que afectan al modelo actual no son
contradicciones heredadas de la convertibilidad, ni desajustes
naturales de cualquier recuperación. Son contradicciones intrínsecas
de un esquema económico vulnerable y socialmente regresivo.
El
desajuste más visible es la inflación. El índice mensual del 1 %
tiene efectos dramáticos, porque cada punto de carestía sin
compensación salarial empuja a nuevos sectores desamparados a cruzar
el umbral de la pobreza. Desde el gobierno propagan un clima de
advertencia contra las demandas populares, olvidando que las mejoras
de salarios no provocan incrementos de precios. Esos aumentos siempre
suceden y nunca anteceden a la inflación.
La
tesis oficial también atribuye el rebrote inflacionario a la
recuperación del consumo. Pero en un contexto de gran
empobrecimiento, la escalada de los precios básicos de los alimentos
no proviene del recalentamiento de la demanda.
Los
funcionarios buscan contener la carestía negociando acuerdos con los
grandes formadores de precios. Estas tratativas confirman cuál es el
ámbito de las remarcaciones. Lavagna discutió varias alternativas,
pero no logró ninguna solución y ese fracaso precipitó su
desplazamiento. Micelli ensaya la misma concertación con mayor sostén
presidencial y sugiere que la batalla por redistribuir se ha
desplazado a ese terreno. Es una tesis que justifica el congelamiento
de los sueldos y la estabilización de la miseria.
La
contención de la inflación choca con el modelo exportador. Desde la
devaluación, el aumento de los precios acompaña el ascenso de las
cotizaciones (y el volumen) de las agroexportaciones. Particularmente
en el último año la carestía se intensificó porque comenzó a
cerrarse la brecha entre precios mayoristas (que se dispararon con el
fin del uno a uno) y minoristas (que se retrasaron por el desplome del
consumo). Micelli afronta otra dificultad con las restricciones de la
oferta. Hay cuellos de botella en la provisión de muchos productos,
cuya fabricación requiere largos procesos de inversión.
En
las actuales condiciones de superávit fiscal, el peso de otros
factores inflacionarios –como el gasto público– tiene baja
gravitación. Los componentes financieros –como la indexación de la
deuda pública pesificada– solo inciden en perspectiva. No propagan
por el momento la inflación.
Algunos
economistas son partidarios de tolerar cierta carestía y otros de
promover un corte drástico del flagelo. Discuten ambas alternativas
como si no existiera otra posibilidad. Unos proponen enfriar la economía,
subir la tasa de interés y apreciar el dólar, pero otros aceptan
cierto incremento de los precios para asegurar la reactivación
exportadora. Ambos enfoques desconocen que existen otras opciones
antiinflacionarias. Se podrían aplicar distintas leyes vigentes que
penalizan a los remarcadores y también habría que transparentar los
niveles de ganancias, asegurando los abastecimientos con formas de
control social. Además, los precios locales podrían quedar
desvinculados de las exportaciones a través de mecanismos
impositivos.
Crecimiento
segmentado y baja inversión
Las
altas tasas de crecimiento recientes (8,8% en el 2003, 9 % en el 2004,
entre 8 y 9% en el 2005) aseguran un piso elevado para el 2006. La
reactivación comenzó como un rebote de la depresión, pero ha sido
posteriormente impulsada por la sustitución de importaciones, el
consumo de altos y medios ingresos y el empuje exportador.
La
reactivación es una reacción cíclica frente al derrumbe precedente,
que se inscribe en el serrucho de crisis violentas y recuperaciones
intensas que ha caracterizado a la economía argentina. Lo específico
del repunte actual es su empalme con una coyuntura internacional
particularmente favorable. Si este viento de cola no es ocasional, el
ascenso en curso podría perdurar. Si por el contrario la demanda
externa declina tenderán a reaparecer los tradicionales temblores.
El
recuerdo fresco del 2001 ha creado un clima de desahogo que induce a
sobrevaluar la recuperación. Pocos registran que un modelo de
crecimiento socialmente segmentado y económicamente especializado no
genera aumentos de la producción, asociados a la mejora popular del
poder adquisitivo. El gobierno afianza este desequilibrio cuando
auspicia “cuidar la tasa de crecimiento” rechazando los
incrementos de salarios.
Los
funcionarios asimilan cualquier dificultad actual a malestares
positivos del crecimiento. Afirman que es mejor padecer los problemas
de la recuperación que las tragedias de la crisis. Pero esta
constatación es una verdad a medias, porque el capitalismo siempre
combina ambas desventuras. Es falso presentar a la reactivación como
un momento de plenitud y a la depresión como un mal inevitable. En
ambas situaciones los capitalistas lucran y los oprimidos sufren.
La
tasa de inversión salió del pozo con la reactivación y saltó del
11% al 19%. Pero este porcentaje todavía no alcanzó los niveles de
1998 y es un 0,7% inferior al promedio de la convertibilidad. Es
indudable que la economía tenderá a frenarse si esta variable no
sube al 23 o 24% en los próximos años. La crisis energética y el
sobre–uso de la capacidad instalada son claras advertencias del
impacto de la sub–inversión.
Pero
el problema no se limita a las magnitudes, sino que también involucra
la dirección de la inversión. El enorme salto registrado en la
cosecha de cereales revela que el modelo agro exportador ha retomado
su vieja preeminencia. Esta centralidad actualmente incluye un costo
ecológico del complejo de la soja que es poco estudiado. Ya existen síntomas
de erosión de la fertilidad natural del suelo y deterioro de la
autosuficiencia alimenticia. Tampoco se discuten los efectos de la
concentración de la propiedad rural y de la expulsión de los pequeños
productores.
En
la composición de la inversión tiene gran preeminencia el sector de
la construcción, en desmedro de los bienes manufacturados. Buenos
Aires concentra un boom de oficinas y departamentos de lujo, que
acompaña el auge inmobiliario internacional. La devaluación abarató
relativamente las propiedades locales y ha incentivado un negocio muy
sensible a las burbujas financieras. La especulación se está
desplazando a este sector luego del crack bancario del 2001.
El
dogma del superávit fiscal impide que la inversión pública compense
la baja de la inversión privada. El gobierno mantiene planchada esa
variable esperando que los capitalistas tomen la iniciativa. Pero los
empresarios exigen grandes incentivos fiscales que afectarían el
excedente de las finanzas estatales.
Por lo tanto la continuidad del crecimiento depende de las
decisiones de un conjunto de empresarios muy conservadores.
La
frecuencia de las turbulencias que ha caracterizado a la economía
argentina ha inducido a los capitalistas a invertir sobre ganancias
seguras. Algunas razones coyunturales explican la persistencia de esta
actitud (secuela del default, incertidumbre energética, inflación).
Pero también pesa cierta conciencia del carácter empobrecido,
achicado y reprimarizado de un mercado alejado de los centros
mundiales.
La
sucesión de eclosiones empujó en las últimas décadas a los
capitalistas locales a expatriar parte de sus patrimonios y a crear un
fluido mecanismo de
ingreso y salida de fondos. Actualmente se verifica una corriente de
repatriación, pero la proporción de inversiones liquidas que
mantiene la clase dominante argentina en el exterior supera
ampliamente a sus pares de la región.
La
prioridad exportadora
Para
asegurar la rentabilidad de las exportaciones el gobierno sostiene
la paridad cambiaria en tres a uno. Defiende esta relación con
el mismo fanatismo que Cavallo apostó al uno a uno. El fracaso de la
convertibilidad ha generalizado la impresión que sobrevaluar el tipo
de cambio es un pecado y subvaluarlo es una bendición.
Pero
este enfoque oculta el costo del operativo. En condiciones de
afluencia de capitales, superávit exportador y depreciación
internacional del dólar, las adquisiciones de moneda extranjera con
excedentes fiscales obligan a instrumentar mecanismos potencialmente
especulativos. Para sostener el dólar se ha buscado sin mucho éxito
restringir el ingreso de capitales de corto plazo con penalidades
impositivas. Estas decisiones ilustran cuánto espacio ha recuperado
el lobby exportador.
Otro
indicador de esta influencia es el choque con Estados Unidos en torno
a los subsidios agrícolas. Kirchner ha retomado la postura
tradicional de la clase dominante argentina, que siempre rivalizó con
sus competidores del norte. El presidente condiciona todas las
negociaciones del ALCA a un compromiso norteamericano de reducción de
los subsidios. Su postura no es antiimperialista, sino afín a los
intereses de la burguesía local. En este terreno reafirma la postura
que mantuvieron sus antecesores. Conviene no olvidar que para
preservar un gran cliente
de cereales y carne, Videla violó en 1979–80 el embargo comercial
norteamericano a la ex URSS. El entusiasmo de Menem por el ALCA (y la
OTAN) ha sido una excepción en esta norma de conflicto comercial con
Estados Unidos.
La
defensa de los agroexportadores unifica a Kirchner con Lula, pero esta
alianza no asegura un renacimiento del MERCOSUR. Esta asociación
continúa estancada, porque Brasil y Argentina no avanzan en la
conformación de un área monetaria y en la resolución de sus
divergencias arancelarias. De hecho la unión aduanera no funciona
porque Argentina implementó una drástica apertura sin acompañamiento
de Brasil.
El
intercambio comercial entre ambos países se encuentra, además, periódicamente
afectado por políticas de subsidios divergentes y por la ausencia de
sistemas de arbitrajes para dirimir conflictos. Sin moneda común, ni
políticas macroeconómicas conjuntas, el MERCOSUR no podrá
afianzarse.
El
gobierno presenta la controversia ALCA–MERCOSUR como el único
debate posible de comercio exterior. Omite aclarar en qué medida una
u otra alternativa
mejoraría los ingresos populares. Todas las explicaciones en boga
incluyen alguna versión de la teoría del derrame. Se discute si
ingresar a un ALCA con menores subsidios agrícolas generará más
inversiones que expandir el MERCOSUR, como si estas opciones
implicaran mayor salario y más empleo para la población. En realidad
se presupone que los trabajadores resignarán sus reivindicaciones
para esperar los frutos de esos convenios. Las dos variantes desechan
la redistribución, presuponen mayor flexibilidad laboral y la
preeminencia de la exportación sobre el mercado interno.
Todas
las negociaciones se desarrollan, además, aceptando normas del libre
comercio, que alejan la posibilidad de aumentar las retenciones para
contrarrestar la inflación o la perspectiva de reciclar la renta
agro–energética hacia proyectos de reindustrialización.
Un
proceso de integración popular de la región basado en principios de
solidaridad, estabilidad laboral y mejora de los niveles de vida de la
población es incompatible no solo con el ALCA, sino también con el
MERCOSUR actual. Por esos los economistas críticos de América Latina
ya discuten los lineamientos de otra alternativa, en los movimientos
sociales de la región.
Ruptura
y continuidades
La
economía ha ingresado en una nueva etapa y las políticas
predominantes son muy diferentes a las vigentes en los años 90.
Especialmente el superávit fiscal ocupa el lugar que anteriormente se
asignaba a la disciplina cambiaria. Quiénes contraponen ambas
orientaciones como dos proyectos radicalmente opuestos sugieren que el
primer enfoque es siempre preferible al segundo. Olvidan que el
déficit público financiado con endeudamiento inflacionario es tan
nocivo como un tipo de cambio alto sin contrapesos tributarios.
En
la nueva etapa se ha consumado un cambio de hegemonía dentro del
mismo bloque de poder. Los privilegios que antes acaparaban los bancos
extranjeros, los importadores y las empresas privatizadas ahora son
detentados por los exportadores, los industriales y los acreedores
locales. Pero como en la coyuntura actual florecen todos los negocios
hay pocas quejas y mucho beneplácito entre las clases dominantes.
La retórica
del nuevo período se caracteriza por el cuestionamiento de la
privatización extrema y la difusión de un mensaje crítico hacia el
neoliberalismo y el populismo. Pero este equilibrio ideológico
disfraza la persistencia de políticas regresivas. El hilo conductor
que une a Lavagna–Micelli con Cavallo es el aprovechamiento de una
coyuntura económica favorable para recomponer las ganancias
empresarias a costa de los trabajadores.
Por eso el modelo actual presenta más rasgos de continuidad que de
ruptura con el esquema precedente.
A diferencia de
la preeminencia financiera que mantuvo Lula en Brasil, Kirchner
recurre a una variedad de políticas económicas. Esta multiplicidad
obedece a la necesidad de reconstituir la acumulación al cabo de una
depresión descomunal. La salida de esa crisis ha obligado también a
un ejercicio de arbitraje más activo por parte de los Ministros de
Economía. Recurren a la intervención creciente y a la belicosidad
verbal para restaurar el funcionamiento de la reproducción
capitalista.
Ortodoxos
y heterodoxos
La
discusión sobre la crisis ha quedado sustituida por interpretaciones
de la reactivación. Los ortodoxos (Fiel, Cema) atribuyeron el
derrumbe del 2001 al shock externo, al gasto público y a la
insuficiencia de las reformas. Ahora explican la recuperación por la
excelente coyuntura internacional, la conversión del déficit
presupuestario en superávit y el legado de inversiones que dejó el
neoliberalismo.
Pero
olvidan que el excedente fiscal no ha sido nunca una condición de la
reactivación y que el tipo de inversiones realizadas en los 90 define
el perfil regresivo de la recuperación. La convertibilidad coronó la
demolición de una vieja estructura industrial, sin generar
alternativas más sustentables. Se ha probado que el aluvión
neoliberal resulta devastador cuando golpea a una economía de frágil
industrialización mediana.
Los
heterodoxos (Plan Fénix) atribuyeron la crisis a la convertibilidad,
el retiro del estado y la financiarización. Por eso explican la
reactivación por la devaluación, la multiplicación de políticas
activas y el resurgimiento industrial.
Pero
estos tres cambios provocaron una enorme transferencia de ingresos a
favor de la clase capitalista. El secreto de la reactivación no
radica en ningún milagro heterodoxo, sino en una cruda recuperación
de la tasa de ganancia que solventaron los trabajadores. Este carácter
regresivo de la devaluación y de la intervención estatal a favor de
los industriales es rigurosamente enmascarado.
La
discusión entre ortodoxos y heterodoxos se concentra en los
instrumentos de la macroeconomía (tipo de cambio, financiamiento público),
en la gestión ministerial (poca o mucha presencia) y en las
reglamentaciones aduaneras e impositivas. El debate evita cualquier análisis
de la economía capitalista como un proceso social controlado por las
clases dominante. Por eso también se ignoran las contradicciones de
este sistema.
Los términos
ortodoxia y heterodoxia son a veces utilizados para caracterizar las
medidas en pugna entre el bloque acreedores
externos –privatizadas– y el alineamiento de
exportadores–industriales. Lavagna buscó el equilibrio. Propició
paquetes antiinflacionarios con subas de los encajes bancarios
(ortodoxia) y
penalizaciones de los carteles (heterodoxia) y negoció la deuda con
pagos al FMI (ortodoxia) y quitas a los restantes bonistas
(heterodoxia). Su sucesora Micelli parece acentuar la heterodoxia en
ciertos planos (por ejemplo el control de precios) y la ortodoxia en
las definiciones claves de la política económica (superávit
fiscal).
Pero no hay que
perder de vista el carácter antidistribucionista de la orientación
prevaleciente. Las mixturas de monetarismo y keynesianismo que aplica
el gobierno son tan variadas como la combinación de regulación y
mercado en las medidas que adopta. Pero lo que no figura en la agenda
gubernamental es la mejora del ingreso popular.
La redistribución
no es una “deuda pendiente” que se resolverá con el paso del
tiempo. Es una decisión política que requiere afectar los intereses
de las clases dominantes. Como el gobierno defiende a este sector
preserva el modelo regresivo.
El
proyecto burgués
El discurso
oficial convoca a reconstruir la burguesía nacional. Pero no intenta
rehabilitar a los capitalistas de los años 50, ni resucitar un modelo
de mercado interno, acumulación endógena y políticas financieras
autónomas. Este proyecto quedó enterrado con las crisis que
remodelaron la estructura industrial. El programa actual es afín al
nuevo grupo de empresas asociadas con el capital extranjero, volcadas
hacia la exportación y especializadas en bienes primarios o insumos
industriales. Este sector constituye una burguesía local, pero ya no
nacional
Kirchner busca
reforzar a este segmento bajo el impacto de la crisis del 2001. De
esta experiencia ha deducido la necesidad de contar con interlocutores
más arraigados en el país y menos predispuestos a la fuga de
capital.
Pero su
proyecto choca con el alto grado de extranjerización que caracteriza
a la economía. El control foráneo pasó del 50,5% (1993) al 80,2%
(2003) del valor agregado de las principales 1000 compañías. Las
compañías locales no solo han perdido peso frente a los grupos
extranjeros norteamericanos y europeos, sino también ante las firmas
latinoamericanas. Entre las mayores compañías de la región solo
figuran dos argentinas, frente a 23 mexicanas y 20 brasileñas.
Pero los
grandes grupos locales –Techint, Bago, Impsa, Molinos, Bulgheroni–
no son insignificantes y están embarcados en un intenso programa de
reconversión. Buscan compensar con negocios en el exterior la pérdida
de mercados que provocó la pauperización local.
Este sector
capitalista es fanático de la flexibilización laboral, hostil a los
aumentos de salarios y enemigo de las conquistas sociales. No es afín
a la redistribución y es una ilusión suponer que podría ser
integrado a un proyecto popular. Quiénes sólo conciben el porvenir
del país en términos de futuro burgués evitan registrar este dato y
prefieren elucubrar opciones de capitalismo imaginario.
Vitalidad
del movimiento social
El curso de la
economía está condicionado por el creciente impacto de las demandas
sociales. Los trabajadores organizados perciben que existe un amplio
espacio para lograr conquistas y mayores salarios. Han recuperado
visibilidad y protagonismo. Su intervención refuta el mito de la
pasividad de los asalariados frente a los sujetos sociales que
dominaron el escenario de la rebelión del 2001 (desocupados,
ahorristas).
Se está
demostrando que el alto desempleo no impone un obstáculo
infranqueable a la lucha salarial. En un marco de recuperación de las
tradiciones combativas resulta posible la confluencia de los excluidos
con los incluidos. Una nueva generación que no carga con las
frustraciones de los 90 encabeza la resistencia social.
El
resurgimiento de esta lucha desconcierta al gobierno, irrita a la
derecha y desespera a los capitalistas. Todos esperaban la desaparición
de cualquier vestigio del 2001 y por eso observan con fastidio la
continuidad de la protesta. En lugar de discutir la validez de los
reclamos, Kirchner objeta su oportunidad y las formas de la petición.
Propicia, campañas mediáticas para inducir el aislamiento, la división
y el debilitamiento de la lucha social. Pero esta acción persiste y
es el factor clave del nuevo período, porque condiciona todos los
proyectos de la clase dominante. No es sencillo estabilizar un modelo
regresivo en un contexto de movilización.
La etapa cambió,
pero la combatividad persiste. La ocupación callejera permanente ha
sido reemplazada por secuencias de protestas. Las huelgas y las
manifestaciones sustituyen a los piquetes y a las cacerolas. Se
refuerza la sindicalización, subsiste el movimiento organizado de los
desocupados y se multiplican distintas formas de acción barrial y
juvenil. La reacción inmediata frente a la injusticia se mantiene
como un rasgo dominante, en un clima de repudio al neoliberalismo y al
imperialismo norteamericano.
Los
protagonistas de la resistencia son los sujetos potencialmente
capacitados para desenvolver un programa económico popular. La
aplicación de un conjunto de medidas impositivas y financieras
permitiría inaugurar un proceso real de redistribución del ingreso.
Pero este proyecto requiere
construir nuevas alternativas políticas.
Cada
economista puede definir qué lugar ocupará en este escenario. Una
opción es ubicarse en el campo de los dominadores y utilizar los
conocimientos acumulados para facilitar los negocios y la buena vida de los
privilegiados. La otra posibilidad es colocarse en el terreno de la
mayoría popular. En este ámbito la realización profesional y el
desarrollo intelectual se ensamblan con el compromiso político y el
aprendizaje militante. Este sendero ofrece una inédita posibilidad de
elaboración teórica y experimentación práctica. La oportunidad
para actuar en este terreno existe y hay que aprovecharla.
Notas:
1–Los
capítulos “Salarios deprimidos y Desempleo y empobrecimiento”
desarrollan ideas expuestas en Katz Claudio. “Dos proyectos de
redistribución”. EDI–Publicación de los Economistas de
Izquierda, n 1, abril 2005, Buenos Aires. “Como hacer el shock
redistributivo”. Revista Nuevo Rumbo, n 2, septiembre de 2002.
–Los datos adicionales provienen de Clarín: 8–10–05,
19–8–05. Complementos en: Clarín: 12–12–05, 3–10–05,
8–12–05, 11–11–05, 21–5–05, 23–4–05. Página 12:
18–9–05,19–2–05. Complementos en Página 12: 9–10–05,
10–10–05, 2–6–05, 23–10–05.
2–Los
capítulos “Superávit e impuestos” y “El drama provisional”
desarrollan ideas expuestas en los documentos colectivos del EDI,
“Documento dos Economistas de Esquerda. Argentina: un programa de
recuperacao popular da economía. Revista da Sociedade Brasileira de
Economia Política, n 14, junho 2004, Sao Paulo y “Propuestas socialistas para superar la crisis,
Herramienta, n 20, Herramienta, Buenos Aires, Argentina, invierno
2002.
–Los
datos han sido extraídos de: Clarín: 27–4–05, 12–2–05,
30–4–05. Complementos en: Clarín: 28–1–05, 5–1–05,
6–11–05,13–11–05, 15–2–05, 3–1–05, 9–10–05. Página
12: 25–6–05. Complementos en Página 12: 21–11–04, 4–8–05,
2–5–05, 6–11–04. También: La Nación: 24–10–04,
24–5–05.
3–Los
capítulos “La cancelación con el FMI”, “Dos grupos en
conflicto” y “Legitimidad y maniobras” desarrollan ideas
expuestas en Katz Claudio. –“La deuda después del default”.
Periferias, año 9, n 12, primer semestre de 2005, “Quién gana con
el canje”. El Correo de Económicas, n 2, año 1, semestre de 2005 y
“Los efectos de pagarle al FMI”. Argenpress, 21–12–05
4–Los
capítulos “Contratos y atribuciones” y “Los dilemas energéticos”
desarrollan ideas expuestas en Katz Claudio. “Quebrantos públicos,
negocios privados”, Questión, año 3, número 30, diciembre 2004,
Caracas, Venezuela.
–Los
datos han sido extraídos de: Clarín: 6–4–05, 6–10–05,
1–10–05. Complementos en: Clarín, 22–06–05, 15–5–05,
17–5–05,17–3–05. Página 12:
15–9–05. Complementos en: 3–11–05,
20–9–05,13–5–05,30–4–05,16–3–052–3–05,3–4–05,5–10–04,16–5–05,
10–11–05. La
Nación: 21–4–05
–El
capítulo “Reconstitución de las finanzas” desarrolla ideas
expuestas en Katz Claudio. “Una expropiación explícita”. Medidas
económicas: ganadores y perdedores. Realidad Económica n 186,
marzo 2002. Buenos Aires, “Salvar a los acreedores”.
Suplemento Cash, Página 12, 18–8– 2002, “Hay que estatizar la
banca”. Página 12, 28–4–
2002, “Confiscaciones
sin anestesia”. Suplemento Cash. Página 12, 24–02.
–Complementos
en: Clarín: 24–10–04, 30–10–04, 5–7–05,
8–7–05,28–11–04. Página 12: 30–10–04, 8–12–05.
13–11–04.
5.
El capítulo “La inflación del modelo” desarrolla ideas expuestas
en: Katz Claudio. “La inflación del modelo”. Realidad Económica
n 213, julio–agosto 2005, Buenos Aires. “La inflación y los
salarios”. Nuestra Lucha, n 20, 28–4–2005, Neuquén. “Carestía
y pobreza”. Nuestra Lucha, n 13, 27–4– 2004, Neuquén.
–Los
datos adicionales han sido extraídos de: Clarín: 11–12–05. Página
12: 8–12–05, 2–12–05, 4–12–05. La Nación: 4–12–05,
30–11–05.
6.
Los “capítulos: “Crecimiento segmentado y baja inversión y la
prioridad exportadora” desarrollan ideas expuestas en Katz Claudio
“Otra
variante del modelo”. Coyuntura y Desarrollo.. FIDE, n. 289, octubre
2003, Buenos Aires. “El modelo sigue en pie”. Propuesta n
652, 2 –10–2003, Buenos Aires, “Ellos o nosotros. La necesidad
de discutir un programa de salida popular”. Revista Theomai,
invierno 2002, Quilmes.
–Los
datos adicionales han sido extraídos de: Clarín: 18–3–05,
10–7–05. Complementos en Clarín: 5–9–05, 19–9–05,
6–10–05. La Nación: 18–9–05, 2–10–05. Página 12:
10–7–05, 20–10–05
7
Los capítulos “Ruptura y continuidades”, “Ortodoxia y
heterodoxia” y “Proyecto burgués” desarrollan ideas expuestas
en Katz Claudio.
“Crisis económica: interpretaciones y propuestas". Viento Sur,
n 58, septiembre 2001, Madrid, “Capitalismo imaginario, negocios
reales”. Enfoques Críticos, año 1, n 1, noviembre–diciembre
2005, Buenos Aires, "El misterio argentino". Marx vive.
Dominación, crisis y resistencias en el nuevo orden mundial,
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, “Burguesías imaginarias
y existentes”. EDI–Publicación de los Economistas de Izquierda, número
1, abril 2005, Buenos Aires.
–Los
datos adicionales han sido extraídos de La Nación: 11–9–05, Clarín:
7–11–05, Complementos en:
Página
12: 5–8–05, 2–8–05,
7–8–05, 20–12–05, 27–11–05
8.
El capítulo “Vitalidad del movimiento social” desarrolla ideas
expuestas en: Katz Claudio. “¿Un gobierno en disputa?”. Enfoques
Alternativos, n 25, año 3, agosto 2004, Buenos Aires. “El sendero
de los de abajo”. Enfoques Alternativos, n 22, año 2, marzo 2004,
Buenos Aires. “Como domina la clase dominante”. Enfoques
Alternativos, año 2, octubre–noviembre 2003, Buenos Aires.
Bibliografía:
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proyecto nacional. Le
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sociedad” en Revista Realidad Económica n° 200, Buenos Aires,
noviembre–diciembre 2003.
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Transformaciones económicas en los 90, Buenos Aires, Libros del
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Crisis financieras internacionales ¿qué rol le corresponde al
gobierno? FIEL
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Convertibilidad durante la década de los noventa. El auge y la crisis
de la valorización financiera” en Realidad Económica Nº 200,
noviembre – diciembre de 2003, Buenos Aires.
Beinstein
Jorge (2004) "Estados Unidos en el centro de la crisis
mundial", Enfoques Alternativos nº 27, Buenos Aires, noviembre
2004.
Bermúdez,
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Economista, profesor de la UBA, investigador del Conicet. Miembro
del EDI (Economistas de Izquierda). Su página Web es: www.netforsys.com/claudiokatz
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